“De Málaga a Madrid: mis recuerdos de Manuel Sacristán” por Andrés Martínez Lorca

Sacristán en Málaga
Conocí personalmente a Manuel Sacristán en Málaga el día 14 de noviembre de 1981. Este dato no se lo debo a mi memoria sino a la dedicatoria fechada que él me firmó en su Antología de Antonio Gramsci. Yo lo había invitado a dar la conferencia de clausura del «Homenaje a Hegel en el 150 aniversario de su muerte» que se celebró ese otoño organizado por mí con el apoyo de la Universidad de Málaga y la Diputación Provincial.

Habiendo pasado unos meses en la Cárcel de Carabanchel y siendo desde hacía unos años miembro del PCE, su prestigio como intelectual marxista me era conocido. También había leído algunos de sus libros y artículos. Rebuscando ahora en mi desordenada biblioteca encuentro la que debió ser mi primera lectura de sus trabajos, la traducción y edición de Marx y Engels, Revolución en España (Ariel, 1960). Adquirí el libro en 1965 cuando no había terminado aun mi carrera de Filosofía. Subrayé entonces con entusiasmo en sus páginas hoy amarillas algunos de los párrafos en los que Marx analizó magistralmente las Cortes de Cádiz. Baste este botón de muestra: «La Constitución de 1812, lejos de ser una copia servil de la constitución francesa de 1791, fue un producto genuino y original, surgido de la vida intelectual española, regenerador de las antiguas tradiciones populares, introductor de las medidas reformistas enérgicamente pedidas por los más célebres autores y estadistas del siglo XVIII y cargado de inevitables concesiones a los prejuicios populares», p. 129. Con frecuencia me viene a la memoria esta sentencia de Marx que divulgó Gerald Brenan en El laberinto español: «En la Isla de León (San Fernando), ideas sin actos; en el resto de España, actos sin ideas». Me llamó la atención el Prólogo, firmado por el traductor, un enigmático Manuel Entenza, pseudónimo de Sacristán como supimos más tarde, una de cuyas especialidades serían sus excelentes Prólogos.

De mis primeras lecturas suyas recuerdo el texto de sus conferencias titulado «La Universidad y la división del trabajo», reproducido en la revista Realidad, donde criticaba, como escribiera después, «el sesentayochismo español, una escolástica congestionada, falsamente marxista, que hablaba constantemente de abolir allí mismo la Universidad y la división del trabajo» (Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III, p. 99, nota).

También seguí en los años 70 la polémica de Gustavo Bueno con Sacristán a propósito del lugar de la filosofía en la universidad y en el conjunto del saber. La visión tradicional académica y el barroquismo literario de Bueno pretendieron apagar sin éxito el espíritu crítico y la prosa ceñida, ausente de retórica, de Sacristán.

Con una masiva asistencia en el amplio salón de actos de Unicaja, dio una lección sobria, clara y novedosa. Me sorprendió su mínimo apoyo documental: un breve guion y unas fichas con textos de citas. Desarrolló el tema a partir de ese esquema previo en un lenguaje que intentaba hacer asequible al público su contenido teórico. Tanto al rector de la Universidad de Málaga como a mí que lo acompañábamos en la mesa nos sorprendió esa armónica exposición sin la red de un texto ya escrito.

Después, almorzamos juntos en un restaurante de las playas de El Palo, antiguo barrio de pescadores y lugar simbólico de la Málaga popular donde hacia 1920 el poeta de la Generación del 27 Emilio Prados enseñaba a leer a los niños pobres y donde las familias humildes eran atendidas gratuitamente en el sanatorio creado por el médico Cayetano Bolívar, primer diputado comunista en el Parlamento. Allí me comentó que la familia de su padre procedía de Ronda. La crisis que experimentaba en los años 80 el PCE con el abandono de tantos militantes de base y el frecuente trasvase de dirigentes al PSOE ensombreció nuestra conversación de sobremesa.

La cátedra que la UNED creó en Madrid para Sacristán

En el otoño de 1983 volví a Madrid al ser contratado por la UNED en concurso de méritos como profesor de Filosofía Antigua y Medieval. Allí sustituí a Celia Amorós y empecé a colaborar con Emilio Lledó en la enseñanza de la Filosofía Griega, lo que me hacía mucha ilusión. Durante un año había preparado en Londres una tesis doctoral sobre el Atomismo griego y aunque no pude culminarla como hubiera deseado, parte de esos materiales a los que se añadió mi aprendizaje en los cursos organizados en Nápoles por el «Istituto Italiano per gli Studi Filosofici» fructificó en el libro Átomos, hombres y dioses. Estudios de filosofía griega que con prólogo de Lledó publicó la editorial Tecnos en 1988.

En 1984 fui elegido Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la UNED, cargo que llevaba consigo la coordinación de la Sección de Filosofía ya que, muy oportunamente, se acordó la plena autonomía académica respecto a los pedagogos con quienes compartíamos la Facultad. Nuestra Sección contaba ya con cualificados profesores, algunos de los cuales habían sido expulsados de la Universidad Autónoma de Madrid en una siniestra etapa represiva. Como cabezas visibles del cuerpo docente destacaban Javier Muguerza, catedrático de Ética, y Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía. En ese clima universitario mezcla de pensamiento critico y renovación democrática aprobamos incorporar a nuestra Sección a Manuel Sacristán. Teniendo en cuenta su trayectoria filosófica acordamos crear para él la Cátedra de Metodología de las Ciencias Sociales. Los colegas del Departamento de Lógica y Filosofía de la Ciencia encabezados por Luis Vega, ya fallecido, especialista en Lógica, y Carlos Solís, historiador de la Ciencia, acogieron calurosamente la proyectada incorporación de Sacristán al Departamento.

Contacté con él, que aceptó nuestra oferta y viajó a Madrid para conocernos directamente. Como culminación de esta visita nos reunimos todos los profesores en un restaurante de la carretera de El Pardo, frente a la histórica Puerta de Hierro. La imagen de Sacristán sentado en el jardín con Lledó a un lado y Muguerza al otro y rodeados de los compañeros de Facultad es para mí un recuerdo imborrable. Habiendo soportado en la Universidad Complutense el bodrio impartido por un conjunto de clericales de toda laya, alguno de los cuales era falangista y consejero nacional del Movimiento, esta escena académica fuera de la academia, al aire libre, me transportó a un mundo nuevo casi irreal. Pensar en un trío de filósofos como Lledó, Muguerza y Sacristán al frente de la Sección de Filosofía de la UNED parecía un sueño, incluso en aquellos optimistas años de la Transición.

Buscando piso en una zona próxima a un hospital donde pudiera hacerse la frecuente diálisis, contactó a través mío con un vecino del barrio Ciudad de los Poetas, próximo a la Ciudad Universitaria, cuya vivienda estaba a pocos minutos del Hospital Puerta de Hierro. En uno de estos encuentros pasamos con el coche junto al ático en que vivía Jacobo Muñoz. Me preguntó cómo estaba y me habló con afecto de él.

Como preparación del nuevo curso le pedí el programa de la asignatura para incorporarlo a la Guía del Curso académico que la UNED editaba en septiembre. Me lo envió puntualmente. Sin embargo, en junio de 1985 me llamó por teléfono para decirme que se encontraba cansado y sin energías para ocupar la cátedra en Madrid, algo que lamentaba profundamente. Éste fue nuestro último contacto. Acepté con resignación su renuncia y lo comuniqué a la Facultad. Cuando conocí su fallecimiento unos meses después comprendí las razones de su renuncia.

Sin embargo, no nos olvidamos de él en la UNED. Su programa de la asignatura se publicó en la Guía del Curso 1985-86, uno de sus trabajos se incluyó como lectura recomendada en la asignatura de Filosofía Española que yo impartía y en diciembre de 1993 Miguel Manzanera leyó en el Departamento de Filosofía su Tesis doctoral titulada «Teoría y práctica. La trayectoria intelectual de Manuel Sacristán», primera en su género en la universidad española.

Siempre he tenido a Sacristán como modelo de intelectual y como maestro ejemplar. Difundió la Lógica Formal, renovó el marxismo, introdujo a Gramsci en el mundo hispano, avanzó en la lucha por el pacifismo y el ecologismo, nos abrió nuevos horizontes con sus estupendas traducciones. Y todo ello sufriendo la represión política general y también la miserable y particular represión académica, mezcla de envidia y mezquindad ante un pensador que brillaba por su talento y su espíritu solidario. Se le puede aplicar a él lo que Gramsci apuntaba para el caso italiano: «a menudo, un pensador libre tiene más influencia que toda la institución universitaria» (Quaderni del carcere, Cuaderno 11, p. 1394).

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Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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