Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. Mi vídeo del día: Bambi carnívoro.
2. Ustica 80.
3. El resumen de Rybar.
4. Boletín de la Tricontinental sobre Chile.
5. El Estado de opinión en Rusia.
6. El enemigo.
7. El Manifiesto Comunista según Togliatti.
8. Palestina, un solo estado.
9. La cumbre de la ASEAN.
10. NO al Yasuní.
11. Sapir entrevistado en Italia.
1. Mi vídeo del día: Bambi carnívoro.
Ante la falta de proteínas, todo vale. https://twitter.com/
2. Ustica 80
Es natural que el programa de RT «Ahí les va» haya querido aprovechar las recientes declaraciones del expresidente del consejo de ministros italiano Amato en las que se acusaba a Francia, y a la OTAN por extensión, de haber derribado el avión en Ustica en 1980. Es el segundo expresidente italiano que lo dice, por cierto. https://twitter.com/
3. El resumen de Rybar
Situación militar según Rybar a 7 de septiembre: https://twitter.com/
4. Boletín de la Tricontinental sobre Chile.
Además del dossier que hemos visto estos días, Prashad firma ahora este boletín del Instituto Tricontinental sobre Chile, con una propuesta de política ficción:
https://thetricontinental.org/.
¿Y si no hubiera habido un golpe de Estado en Chile en 1973? | Boletín 36 (2023)
5. El Estado de opinión en Rusia.
En esta nota de Slavyangrad se resumen dos informes recientemente publicados. Uno de Levada, que aunque en Slavyangrad consideran poco fiable por estar pagada por Occidente, tradicionalmente se ha considerado bastante fiable. El otro es de un instituto ruso VTsIOM. https://twitter.com/GeromanAT/
Dos sondeos de opinión sobre el estado de ánimo en Rusia en estos momentos.
La primera es de Levada Centar, una organización financiada por Occidente con sede en Estonia.
El 50% de los rusos está a favor de las negociaciones de paz, el 38% cree que las operaciones militares deben continuar pase lo que pase.
Pero sólo el 20% cree que, por el bien de la paz y el fin del NOM, es posible hacer concesiones a Ucrania. El 71% cree que no es necesario hacer concesiones.
La mayoría de los rusos están dispuestos, en aras de la paz, a aceptar el intercambio de prisioneros de guerra (el 82% está totalmente a favor, otro 10% lo considera aceptable).
-El 55% considera preferible un alto el fuego inmediato, otro 17% aceptable, aunque aquí tenemos un significativo 21% que está categóricamente en contra).
Pero los rusos no están de acuerdo en ningún caso con que Ucrania pueda entrar en la OTAN (categóricamente en contra – 76%) ni con la devolución de nuevos territorios a Ucrania (el 76% está categóricamente en contra de la devolución de la LPR y la DPR, el 68% está categóricamente en contra de la devolución de las regiones de Zaporozhye y Kherson).
En comparación con la misma encuesta de febrero de este año, hay más rusos que consideran inaceptable la devolución de los Nuevos Territorios a Ucrania. La posición sobre Ucrania en la OTAN no ha cambiado en absoluto desde el año pasado.
El 70% dice apoyar las acciones de las fuerzas armadas rusas en Ucrania.
En julio era el 75%, en junio el 73%.
En otra, realizada por VTsIOM, un gran instituto ruso, el 67% de los rusos apoya que las prioridades en sus relaciones pasen de Europa y Estados Unidos a los países del Este. El 11% está en contra, el 15% dice que no le importa, el 7% encuentra difícil responder. Los jóvenes se muestran más indiferentes, pero no en contra.
Este es el informe de Levada, pero solo lo he encontrado en ruso. En inglés parece que aún no está -el último es de junio-:
https://www.levada.ru/2023/09/
6. El enemigo.
Me encantaría que la juez que ha «fallado» destruir lo realizado en la calle Consell de Cent de Barcelona estos últimos años se lleve también lo suyo, pero mientras tanto, estos son los miembros de Barcelona Oberta, la organización que puso la denuncia. Espero que actuéis en consecuencia.
https://twitter.com/davidlois_
7. El Manifiesto Comunista según Togliatti.
Acaban de publicar en Jacobin la que presentan como primera traducción al castellano de la introducción que escribió Togliatti para una edición del Manifiesto en 1960. https://jacobinlat.com/2023/
El Manifiesto comunista según Togliatti
Traducción: Juan Fernando Álvarez Gaytán
Si es verdad que los libros tienen su propio destino, ninguno obtuvo destino más singular que este folleto de ni siquiera cincuenta páginas, escrito dos siglos atrás con la intención de poner en orden las ideas y la actividad política de un puñado de demócratas avanzados y militantes obreros.
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El artículo que sigue es una traducción original de «Introduzione», por Palmiro Togliatti, en Karl Marx y Friedrich Engels, Manifesto del Partito Comunista (Roma: Editori Riuniti, 1980), pp. 7-29[1].
Si es verdad que los libros tienen su propio destino, ninguno obtuvo destino más singular que este folleto de ni siquiera cincuenta páginas, escrito hace cien años con la intención de poner orden en las ideas y en la actividad política de algunas docenas o centenas de demócratas avanzados y de militantes obreros, y convirtiéndose en el punto de partida de la más profunda revolución de pensamiento y del más grande movimiento social que la historia jamás haya conocido.
Cuando Antonio Labriola escribió sobre ello, en forma conmemorativa en 1895, ya era clara en él la conciencia de ese destino, que se refleja de la primera a la última palabra de su famoso escrito. Sin embargo, ello se manifiesta todavía allí en su mayoría, como osada y nueva experiencia intelectual y previsión de futuros desarrollos históricos, mientras que las metas a alcanzar son ciertas, pero lejanas. La celebración casi cincuentenaria de Labriola cierra con el cuadro de un mundo que pone en marcha su transformación revolucionaria, aunque este cuadro es todavía cualitativamente el mismo que Marx y Engels habían diseñado describiendo el advenimiento al poder de la clase burguesa y la función que ella cumple como fuerza motriz del progreso social:
Cuando el Manifiesto, hace ya cincuenta años, elevaba a los proletarios de miserables compadecidos a predestinados sepultureros de la burguesía, a la imaginación de los escritores de la misma, que disfrazaban mal el idealismo de su pasión intelectual en la seriedad de su estilo, bastante angosto debía aparecer el perímetro del cementerio de presagios. El probable perímetro, por la figura de la imaginación, no abrazaba entonces sino Francia e Inglaterra, y apenas habría acariciado los extremos límites de otros países, como por ejemplo, Alemania. Ahora este perímetro nos aparece inmenso, por la rápida y colosal extensión de la forma de producción burguesa, que alarga, generaliza y multiplica, por rebote, el movimiento del proletariado y hace vastísima la escena sobre la cual se extiende la expectativa del comunismo. El cementerio se engrandece hasta donde la mirada pueda ver. Más fuerzas de producción el mago va evocando y más fuerzas de rebelión contra sí mismo suscita y prepara[2].
Y algunas líneas después, indicando en Japón el último ejemplo concreto de la veracidad de la nueva doctrina histórica, concluye: «La adquisición de la Tierra al comunismo no es cosa del mañana»[3].
No queremos indagar ahora cuán evidente, en el pasaje citado, es aquel particular modo de entender el marxismo que fue propio de Labriola, en el cual la clara visión del proceder dialéctico de la historia no era siempre integrada por la visión igualmente completa de la realidad y de la necesidad del movimiento consciente de los trabajadores y, por tanto, toda la nueva concepción del mundo era velada por una sombra de fatalismo objetivo. Hoy, transcurridos otros cincuenta años desde la época de Labriola, es la realidad misma de la vida de los pueblos y de las clases, que se ha desarrollado en el curso de un siglo, la que otorga a nuestra celebración de este documento, diferente tono y contenido.
Si en 1848 el socialismo de la utopía pasó a la ciencia, en 1917 la previsión científica y la meta lejana de la conquista del poder por parte de la clase trabajadora se torna realidad concreta, y la construcción y la afirmación del nuevo poder obrero, y las transformaciones económicas iniciadas por ella y victoriosamente conducidas a término, y esta misma, finalmente, del Estado socialista a una gran y victoriosa potencia mundial, han disipado, incluso, el último residuo del pretendido mesianismo inconcluso, han sustituido a la confianza por la certeza, a la espera por la constatación; de cara a las miradas de todos y no solo de expertos e iniciados, han integrado la dialéctica del pensamiento en una mucho más convincente y completa de la realidad histórica de nuestros tiempos.
¿Es quizá por esto que cuando se habla hoy del Manifiesto, las máscaras de tanta objetividad se caen, mediante las cuales en el pasado, inclusive, un no socialista podía hablar de este libreto como obra clásica que debería haberse leído en las escuelas? Hoy el jesuita y el liberal están de acuerdo en hablar de un «documento desgastado y mohoso», falto de «originalidad» y que tampoco en su época ejerció eficacia alguna y si acaso tuvo un resultado, éste fue funesto; y a los dos hace eco, no muy lejano, el pedante y tránsfuga socialdemócrata, para el cual ninguna de las tesis marxistas de 1848 es más válida hoy y todo debe ser «revisado».
Edición italiana del Manifiesto comunista con introducción de Palmiro Togliatti.
El más benévolo de los críticos hablará de mito político y social, contrastante con el realismo de la investigación histórica-científica[4]. ¿Pero por qué no osan considerar, todos estos señores, la realidad objetiva de un siglo de desarrollo del movimiento que en el Manifiesto tiene su nota de nacimiento y a él retorna continuamente para encontrar la confirmación de las afirmaciones y previsiones ideales, la constatación de los hechos, así como se desarrollaron hasta ahora y como sobre nuestros ojos maduran en el mundo entero?
La insuperable grandeza del Manifiesto está en la inseparable unidad de los hechos y del pensamiento, lo que resulta de ello y que un siglo de historia paso a paso ha confirmado. Por lo anterior, es realmente el primer documento de ese pensar que no solo entiende el mundo, sino lo transforma. Trazando por primera vez las leyes fundamentales del desarrollo de la sociedad humana, renueva la ciencia de esta sociedad. Indicando científicamente la función histórica del proletariado como fuerza llamada por el curso mismo de las cosas a renovar el mundo, abre un nuevo periodo en el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado y de este modo templa el arma destinada a forjar la nueva historia de la humanidad. Mientras anuncia el ingreso a escena de una fuerza nueva, cuya lucha por la liberación de sí misma resuelve las contradicciones del mundo capitalista burgués, otorga a esta fuerza la conciencia de sí que le es necesaria para organizarse y triunfar.
Circula hoy en nuestro país una particular crítica del marxismo que consiste en encontrar o construir una contradicción interna entre la realidad objetiva de los análisis históricos de la sociedad y de sus leyes de desarrollo, y la aspiración de advenimiento de una sociedad nueva, ideal, perfecta. Se produciría aquí una híbrida contaminación de elementos contrastantes: de un lado, la rigurosa afirmación de un proceso dialéctico, objetivo, de otro lado, la aspiración utópica a la actuación consecuente de principios humanitarios deducidos no según la dialéctica de las cosas, sino como el razonar abstracto dieciochesco de las escuelas del derecho natural.
La más extraña de las posiciones es esa en que vienen a encontrarse aquellos que después de haber, siguiendo esta crítica, acusado a Karl Marx de haber construido sus doctrinas económicas con un «intento moralista», cambian de bando y se alinean con los jesuitas, haciéndolo culpable de haber dado prueba de «ceguera por los valores ideales», de haber rebajado y negado sustancialmente «todos los valores mentales, morales y estéticos»[5]. Esto prueba, una vez más, a cuán bizarras contradicciones puede poner a la cabeza una crítica que no brota de la búsqueda objetiva de la verdad, sino de la práctica necesaria de defender una posición política de clase. Será mejor quemarlos, como hicieron Hitler y Mussolini con los documentos de nuestra doctrina, en vez de considerar refutarlos con argumentos de esa naturaleza.
El utopismo social de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX es el punto más alto donde podría arribar el pensamiento racionalista con el cual la burguesía se había esforzado de dar a su revolución el respiro y el impulso grandioso de una lucha librada en nombre de las «verdades eternas», no reveladas por Dios esta ocasión, sino deducidas según las leyes de la naturaleza y de la razón. No cabe duda que la burguesía, en la lucha contra la nobleza feudal, tenía un «cierto derecho» (Engels) de considerarse representante de todas las clases oprimidas de la sociedad. En esta lucha, sin embargo, la burguesía no podía liberar y no liberaba más que a sí misma, puesto que construía un orden social en el cual no desaparecía la diferencia de las clases y continuaba, de otras maneras, la explotación de la mayoría de los hombres por parte de una minoría.
La burguesía, no obstante los innegables progresos hechos de aquellos pensadores que ya habían llegado a reconocer el peso de los «intereses» como resorte del progreso humano y de la historia, no podía justificar su revolución históricamente. Tenía que detenerse en la justificación racionalista, y es ésta la que los utopistas llevaron a las consecuencias extremas, batiendo por lo demás un camino que había sido abierto por el jacobinismo idealmente más consecuente.
Las primeras tentativas revolucionarias de núcleos proletarios formados en la masa pequeñoburguesa y plebeya que habían apoyado la dictadura jacobina surgen de la insatisfacción por la falta de realizaciones sociales de esta dictadura y tienden, sin modificar la inspiración ideal, a continuar el movimiento revolucionario llevándolo hasta al extremo, hasta dar la felicidad a todo el pueblo y no solo al pequeño grupo de los nuevos privilegiados. Babeuf no hace más que sacar «las últimas conclusiones, en nombre de la igualdad, de las ideas democráticas del ‘93» (Engels). Ellos no cruzan, por tanto, las fronteras de una concepción racionalista; y aunque entre los utopistas sociales que cronológicamente los suceden, por cuanto es siempre en ellos más clara la noción de un desarrollo histórico de la sociedad y del contraste de las clases, ninguno logra superar estas fronteras.
Por una vía o por la otra, en mayor o menor medida, todos regresan a las «verdades eternas», al derecho natural, a la necesidad de eliminar las contradicciones de clase que laceran la sociedad haciendo apelo a la razón humana, incluso si fuera aquella de los más conservadores y reaccionarios entre los gobernados y los gobernantes de la burguesía, para poner fin a un orden «no racional». «Estaban limitados a apelar a la razón para establecer los rasgos básicos de su nueva construcción, porque no podían aún apelar a la historia contemporánea»[6] (Engels).
La nueva concepción del mundo y de la historia comienza precisamente con la superación definitiva del racionalismo y del derecho natural. La convulsión social a la cual tiende la clase obrera no está justificada ya con la necesidad de implementar los principios de la razón, sino con la necesidad del proceso objetivo de la historia. Cierto, no podían arribar a esto ni la vieja ciencia ni la vieja filosofía, aunque entre los más avanzados historiadores de principios del siglo XIX preludiaran en sus obras esta nueva conquista del pensamiento humano. Era necesaria una doctrina que, liquidado el contenido metafísico del racionalismo dieciochesco, superase al mismo tiempo la nueva metafísica del idealismo, instaurando una concepción del mundo rigurosamente realista (materialista) e historicista (dialéctica). Tal es la concepción que guía el análisis histórico del Manifiesto y de ella brotan directamente las tareas concretas revolucionarias del proletariado.
La producción económica y la estructura social que se deriva necesariamente de ella en cada época de la historia constituyen el fundamento de la historia política e intelectual de esa época; que, en consecuencia (desde la disolución de la antiquísima propiedad común de la tierra), la historia entera ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominadoras y dominadas, en diversos niveles del desarrollo social; pero que esta lucha ha alcanzado ahora una etapa en la cual la clase explotada y oprimida (el proletariado) ya no puede liberarse de la clase que la explota y oprime (la burguesía) sin liberar al mismo tiempo y para siempre a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases[7].
¿Qué hay aquí que se asemeje al ideal abstracto de los racionalistas y de los utopistas sociales? El «ideal», si así se quiere decir, que tiende a la lucha de clases del proletariado es el fin mismo de la lucha de clases; mas es un «ideal» que surge necesariamente del curso objetivo de la historia. El Manifiesto otorga a la clase obrera, por primera vez, la conciencia de esta necesidad, la hace clase «en sí y para sí», le abre un camino que ella debe recorrer adecuando poco a poco los propios objetivos concretos y la propia acción, a la situación que está frente a ella, y de la que su lucha misma se vuelve el elemento principal. Esto une, de hecho, por vez primera, clase obrera y socialismo, destruyendo para siempre la posibilidad misma de un utopismo racionalista o del derecho natural, sustituyendo a la proclamación de los principios abstractos de la verdad, de la justicia y del bien, la búsqueda concreta y construcción de la vía por la que la revolución se desarrolla y celebra su triunfo.
La comparación entre la obra maestra de Marx y Engels y los documentos contemporáneos o sucesivos, consagrados por los seguidores de otras doctrinas sobre cuestiones sociales, es decisiva.
En este año, una vez más, se ha desempolvado regularmente el Manifiesto de la democracia de Victor Considerant, del cual los fundadores del socialismo científico tomarían prestada su doctrina. Es un texto que nadie en décadas y décadas leyó, que pocos años después de la publicación ya era ignorado por todos; pero que salió tan rápidamente de la historia precisamente por el banal y abstracto humanismo que lo inspira, por la concepción profundamente errada de la estructura social del capitalismo que es su fundamento. «¿Quién es V. Considerant? ¿Quién es Karl Marx? Considerant», escribía Stalin en 1906-1907, «discípulo del utopista Fourier (…) siguió siendo un utopista incorregible, que veía la “salvación de Francia” en la conciliación de las clases. Karl Marx, (…) materialista, enemigo de los utopistas, (…) veía la garantía de la emancipación de la humanidad en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la lucha de clases. ¿Qué puede haber de común entre ellos?»[8].
¿Y qué decir de las Encíclicas sociales, que buscan contraponer al Manifiesto, como si éstas contuvieran una doctrina superior y hubieran ejercido más profundamente su eficacia en los últimos decenios de la historia contemporánea? Adolecen, antes que todo, de cualquier fuerza demostrativa, tanto por la ausencia de una visión exacta de los problemas y contrastes del mundo moderno, que no son ni aquellos del mundo hebreo ni del Cristianismo primitivo ni del Medioevo, ni, por decirlo en breve, de la caridad en general, tanto por la desmesurada forma jesuita de torcer y falsificar el pensamiento ajeno por facilitar la polémica.
De las dos partes en las que están construidas todas, la segunda, que reclama con gran cautela providencias a favor de los trabajadores en nombre de los principios de la moral católica, mal sirve a ocultar el mezquino contenido de clase de la primera, donde las opiniones más rencorosas sobre el movimiento ascendente de las organizaciones obreras y del socialismo, mal se esconden bajo un manto de catedrática altanería. La Rerum novarum llega, con gran esfuerzo, a acortar las distancias de triste memoria; juzga a la huelga una «grave indecencia», y detrás de las grandiosas organizaciones de los trabajadores de ese momento ve a los «líderes ocultos», que las rigen con criterios contrarios al bienestar público[9].
En general, se trata de documentos en los cuales, con bastante evidencia, la jerarquía dirigente de la Iglesia católica intenta la última defensa del orden económico, político y social al que está hoy vinculada. Lo revela el momento mismo en que salen a la luz, no cuando el capitalismo por abrirse camino y conquistar el mundo acumula miseria, infamias, estragos en adultos y menores de edad, sino cuando los proletarios, desadormecidos y organizados, se han convertido, por el orden burgués, en una amenaza inmanente.
Es claro, en cambio, por qué el Manifiesto aparece precisamente durante la gran crisis europea de 1848. Europa era entonces, en esencia, todo el mundo civil, y la Revolución de 1848, destruyendo aquel residuo teocrático y feudal que era la Santa Alianza, la marca definitiva para el éxito de los órdenes burgueses capitalistas en los centros decisivos de la vida económica y política europea. El capitalismo domina, después de 1848, a Europa; no obstante, porque llegó a este grado de su desarrollo, su antagonista, el proletariado, se afirma como fuerza autónoma.
El Manifiesto es su primer grito de batalla lanzado con plena conciencia de sí y seguridad sobre el porvenir. No por nada, es con la espléndida descripción del miedo universal al comunismo con que se abren las inmortales páginas. No por nada, en ese momento, este temor es el elemento determinante de la política de la clase burguesa incluso en aquellos países, como Italia, donde del seno de la pequeña burguesía y de los pueblos rurales y citadinos, un propio y verdadero proletariado no había emergido todavía.
Del enfoque radicalmente nuevo dado a la cuestión de la revolución social y del nuevo método seguido en la determinación de las funciones de la clase obrera, deriva el contenido mismo del gran documento. La polémica con las otras corrientes del pensamiento social de la época está reducida a las últimas diez páginas, y su excepcional vigor no desciende tanto de un detallado examen de las doctrinas criticadas cuanto del hecho de que cada una de ellas viene reconducida, en su conjunto, a una posición de clase determinada y a sus cruces de los motivos ideológicos con ella.
Aquellos que todavía repiten que la concepción marxista del mundo y de la historia excluye la comprensión de los movimientos del pensamiento, releyendo estas páginas, que para la comprensión, la calificación y el análisis agudo de las doctrinas sociales que en el siglo pasado y todavía en el actual se disputan el campo, son más valiosas que enteros tratados de nueva «sociología» o de doctrina política tradicional. Los actores de la moderna lucha social aquí son despojados de cada variada apariencia y mostrados en su verdadera personalidad: los aristócratas que ondean a modo de bandera la alforja de mendigos del proletariado; el cura que con su «socialismo cristiano» bendice el despecho de los aristócratas; el pequeño burgués que quiere por la fuerza aprisionar los modernos medios de producción en el marco de las viejas relaciones de propiedad; los predicadores de fantásticos planes sociales, hostiles, no obstante, a cada movimiento político de los obreros; los burgueses filantrópicos «en el interés de la clase obrera» y para conservar la sociedad capitalista; los «verdaderos socialistas» que nutren a la pequeña burguesía de frases rimbombantes. En este contexto la crítica sale del movimiento mismo de las cosas; el triunfo del socialismo científico brota de un contraste de fuerzas reales, que determina el derrumbe de las viejas ideologías.
El programa propiamente dicho se reduce a diez puntos, sin embargo, válidos en su conjunto para un periodo histórico íntegro, tanto que estos todavía se pueden reconducir, para juzgar su extensión y eficacia económica y social, a cada movimiento revolucionario de nuestros tiempos.
Mas por encima de la parte crítica y de los diez puntos programáticos, está la doctrina fundamental del Manifiesto, que es aquella de la lucha de clases, de su configuración en el periodo del capitalismo, de su inevitable desarrollo objetivo hasta la conquista del poder por parte del proletariado y en la instauración de la dictadura proletaria como instrumento para gobernar y transformar la sociedad sobre el interés de la gran mayoría de los hombres, a saber, como verdadera democracia, que suprime cada diferencia de clases y cada forma de explotación de los hombres. «Lo nuevo que aporté fue demostrar: 1) que la existencia de las clases está vinculada únicamente a fases particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura solo constituye la transición de la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases»[10].
Con la conquista de estos principios decisivos, el movimiento obrero sale de la infancia del apoyo puro y simple a los movimientos progresivos de la burguesía, rompe los angostos límites del corporativismo sindical, adquiere una conciencia precisa de sus objetivos, se vuelve movimiento político revolucionario.
Coronando el edificio están las primeras indicaciones de estrategia y táctica del partido del proletariado. Están condesadas en pocas proposiciones y estrictamente relacionadas con la situación de los países europeos en particular, de Francia a Alemania, de Suiza a Polonia; mas como un hilo conductor mantienen conjuntamente algunos principios esenciales, que al igual que un faro iluminarán el camino de todo el movimiento futuro: «[los comunistas] luchan por alcanzar los fines e intereses presentes inmediatos de la clase obrera, pero en el movimiento actual representan asimismo el futuro del movimiento»; «los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el estado social y político de cosas existente»; «los comunistas trabajan (…) en todas partes a favor de la vinculación y del entendimiento de los partidos democráticos de todos los países»[11].
La prueba concreta más convincente de la grandeza del Manifiesto, de la indiscutible veracidad de la nueva doctrina que proclama, está en la historia misma de los cien años que han transcurrido de 1848 al día de hoy. ¿Cuál es la doctrina política y social que, formulada al mismo tiempo, o precedentemente, o en la época sucesiva, había resistido a la prueba de los hechos? ¿Y cuál es la crítica apuntada contra la doctrina de Marx y Engels que de la prueba misma de los hechos no haya sido arrollada? ¿Quién se atrevería afirmar que la historia de todo el siglo XIX y de esta parte del siglo XX que hasta hoy transcurre ha sido otra cosa que una sucesión, expansión e imbricación de luchas de clases en diversos grados y momentos de su desarrollo?
Solo la doctrina marxista permite comprender la lógica interna de estos cien años de historia y tener una visión coherente: del triunfo del régimen capitalista sobre el feudal a la extensión del dominio por parte de la burguesía sobre el mundo entero; de la formación de los mercados nacionales a la de un mercado mundial; de la formación del proletariado a través del desarrollo de la producción burguesa hasta la maduración de la conciencia política de esta nueva clase en todos los países y el crecimiento de su organización; de las primeras tentativas desafortunadas de revuelta proletaria a los grandes movimientos revolucionarios de masas y a la conquista del poder; de la creación de los Estados nacionales como forma de gobierno de la burguesía, hasta la lucha de las distintas burguesías nacionales, impulsadas por las leyes mismas de la producción capitalista, por la expansión económica y por un predominio europeo y mundial; de las guerras nacionales de la primera mitad del siglo XIX a las guerras coloniales que prevalecieron en la segunda mitad y, por último, a los sucesivos y terribles dos conflictos mundiales; de la nueva evolución febril a saltos de las economías capitalistas en el periodo imperialista, evolución a pasos agigantados que no está determinada por otra cosa que por la ley objetiva de la formación de la ganancia, hasta el rompimiento de la cadena imperialista en uno y varios puntos y en el inicio, así, de un nuevo periodo de la historia de la humanidad.
En la visión y descripción de los historiadores y pensadores que critican y rechazan la concepción marxista, esta secuencia de hechos asume el aspecto de una desordenada y caótica mezcolanza, la contemplación de la cual inspira las modernísimas corrientes del irracionalismo, la negación de cada eficacia de nuestra razón y de nuestras acciones, la desesperación de quien ha perdido todo sentido de la coherencia de la realidad y de las acciones humanas. El oscurantismo clerical, naturalmente, es aquel que extrae ganancia de esta catastrófica liquidación de los heroicos y orgullosos arrebatos del racionalismo dieciochesco. De entre los más astutos pensadores de la burguesía decadente, intentan escapar a la catástrofe recortando en la historia de un siglo de luchas políticas y sociales, aquel retazo específicamente elegido para demostrar el triunfo de la “libertad” abstracta, allí donde, en cambio, se trata de agria contienda para bloquear el paso a la concreta libertad de una clase que lucha por ese dominio político que le permita dar a todas las libertades humanas un contenido concreto. En sus esquemas ideológicos, la realidad, tal como es, no logra encajar.
Ni siquiera el Manifiesto podía prever todo eso que habría de seguir a la llegada del capitalismo como fuerza hegemónica mundial y a la propagación y realce progresivo de la lucha de clases del proletariado. Ahora es un juego mal utilizado, de esos que en vano buscan falsificar y cubrir de descrédito nuestra doctrina, intentando reducirla a la ingenua profecía de la agitación inminente y del inmediato advenimiento del régimen ideal de la justicia y de la libertad. Nadie fue y nadie es más prudente que los marxistas al trazar previsiones del porvenir, y esto precisamente porque los marxistas, a diferencia de los ideólogos y profetas de poca monta, tienen una concepción dialéctica de la realidad, lo que significa que antes de todo, se esfuerzan por comprender la realidad en toda su extensión y en todos sus diversos aspectos, saben cómo actúan y reaccionan sus diferentes elementos uno sobre otro y, sobre todo, saben indagar a fondo el proceso objetivo de las cosas, de las cuales solo el materialismo dialéctico inaugura su comprensión.
Es cierto que podría haber en Marx y Engels, a finales de 1848 y en 1849, la espera de que una inmediata crisis económica reabriese a corto plazo una crisis revolucionaria; pero pocos meses después, guiados por su espíritu científico y por el conocimiento exacto de los hechos, dejaban a los facilones aquella apresurada previsión. En el Manifiesto mismo, y particularmente en los sucesivos trabajos históricos de Marx y Engels, en su profuso epistolario, en los documentos políticos escritos por ellos, lo que sobresale no es la simplificación excesiva, sino la búsqueda continua y el conocimiento de los múltiples cruces de las vías del desarrollo del capitalismo y de la lucha de clases, de los Estados capitalistas y del contraste entre ellos.
Cuando el Manifiesto fue escrito y lanzado al mundo, el capitalismo no había, sin embargo, alcanzado todavía la culminación de su desarrollo. Ello hace mucho más valiosa la conclusión general a la que llega, cuando fija como objetivo de la lucha proletaria «la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia», la conquista, o sea, de aquella supremacía política de que el proletariado se servirá «para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para incrementar con la mayor rapidez posible la masa de las fuerzas productivas»[12]. Bellísimas son las otras indicaciones aquí y allá contenidas en las obras de los Maestros, sobre los problemas que serían puestos al proletariado hecho clase dominante y la manera como serían resueltos, como la previsión de Engels, por ejemplo, acerca de las «privaciones» del periodo de transición del capitalismo al socialismo y su valor moral[13].
No obstante, al desarrollarse el régimen capitalista era necesario que a este desarrollo se adecuaran nuestra doctrina, la conciencia de clase del proletariado y su acción política. Podemos decir hoy con seguridad que las tres cosas han sucedido, mediante dificultades y contrastes, de luchas ideales y prácticas de importancia decisiva, pero en modo tal que han proporcionado, una vez más, la prueba de que la doctrina marxista, cual fue anunciada en 1848, es la única que puede dar al pensamiento y a la acción de los hombres, la posibilidad de comprender y de transformar el mundo moderno.
Con la masacre de junio de 1848 y con el epílogo reaccionario de todas las transformaciones de esa década, la burguesía creía haber liquidado sobre el Continente al movimiento político de los obreros. Pocos años después, al demostrar cómo la vitalidad de este movimiento se desprende del robustecimiento mismo del capitalismo, surge la Asociación Internacional de los Trabajadores, dentro de la cual la nueva doctrina marxista supera los residuos de las viejas predicaciones sociales no marxistas. «Toda doctrina de un socialismo que no sea de clase y de una política que no sea de clase se acredita como un vano absurdo» (Lenin)[14].
En 1871, habiendo el bonapartismo conducido a uno de los países dirigentes del capitalismo europeo a la catástrofe, el proletariado, colocado frente al problema del poder, lo resuelve siguiendo la vía indicada por el Manifiesto. La Comuna es la clase obrera que por vez primera se torna clase dominante, es el modelo de la democracia proletaria, es la dictadura del proletariado que actúa en el primer experimento de gobierno de la nueva clase. «Cualesquiera sean los resultados inmediatos, se ha conquistado un nuevo punto de partida de importancia histórica universal» (Marx)[15]. Una nueva onda de pánico blanco invade a la burguesía europea; París sufre un nuevo baño de sangre. Desaparece la Asociación Internacional de los Trabajadores, pero el marxismo vence definitivamente: los grandes partidos obreros de masas que se formaron en los siguientes veinte años, se ubican todos sobre el terreno indicado por el Manifiesto y se inicia la lucha política y el trabajo de organización para mantener en las fuerzas organizadas del proletariado la conciencia de sus tareas revolucionarias y rechazar las influencias de las clases adversarias que, sobre todo en los países donde el capitalismo atraviesa un periodo de prosperidad, germinaban al interior de las organizaciones de los trabajadores.
Por más de veinte años, primero Marx y Engels —después solo Engels— dirigieron esta lucha y este trabajo, en uno de los periodos de su existencia que figura entre los menos estudiados, pero en el cual están contenidos, desarrollados o en gestación, todos los momentos principales de la lucha teórica y política que harán grandes Lenin, Stalin, el partido de los bolcheviques rusos, la Tercera Internacional. Cierto, no gustan de recordar este periodo los desertores y los traidores de la clase obrera que, después de haber hecho frente al Manifiesto una reverencia retórica, rechazan todo su contenido con el pretexto de que una nueva realidad histórica exigiría la «revisión».
El documento de 1848 hay que completarlo desarrollándolo, no hay que «revisarlo». Después de la experiencia de los años 1850 a 1870, sus autores, especificando frente al avance de los obreros la resistencia campesina, habían definido mejor el método de alianza de las masas campesinas contra el gran capital. La experiencia de la Comuna había exigido una mayor elaboración de la doctrina de la naturaleza del Estado de la burguesía y de la tarea que tiene el proletariado de destruirlo para construir su propio Estado plenamente democrático. La experiencia de la actividad legal, parlamentaria y sindical, de la socialdemocracia alemana, de los laboristas ingleses y de los socialistas franceses, había impuesto, después del definitivo rompimiento con el anarquismo pequeño-burgués bakunista, abrir fuego contra el oportunismo, su principal peligro para el movimiento socialista en el periodo en que maduraron las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución. Los primeros documentos de esta lucha en las nuevas condiciones de los últimos decenios del siglo XIX, se deben a las mismas mentes que concibieron y escribieron el Manifiesto. Los traidores socialdemócratas fueron forzados, para justificar sus pretensiones revisionistas, a falsificar el famoso prefacio[16] de Engels de 1895 a las Luchas de clases en Francia; a robarle al público las vigorosas protestas de los dos viejos Maestros contra «los trabajos de remiendo de la sociedad capitalista» a los que ya se dedicaban los futuros social-traidores alemanes. La denuncia de la socialdemocracia como partido de la burguesía al interior de la clase obrera y principal soporte del capitalismo, hecha por Lenin a los bolcheviques, se encuentra ya en preparación en estas posiciones.
El decisivo e indispensable paso hacia adelante del pensamiento marxista para adecuarse enteramente a la realidad del capitalismo en su desarrollo, fue dado por Lenin al formular la doctrina del imperialismo como fase superior del capitalismo. Una vez más, el marxismo comprende y explica como necesidad objetiva de una evolución económica no dependiente de la voluntad de los individuos, lo que para todos los demás se mantiene como una aberración poco comprensible. Y, nuevamente, el marxismo unifica en su conjunto el pensamiento, la directiva de la acción y la actividad concreta.
A la doctrina del imperialismo está ligada inseparablemente aquella de la revolución proletaria en el periodo imperialista, y de la función dirigente del partido de la clase obrera en esta revolución. En la doctrina leninista del imperialismo existe el mismo elemento de previsión general que había en el Manifiesto, y las dos previsiones se realizan a plenitud, cuando la clase obrera, aprovechando la profundísima crisis del mundo burgués y del contraste mismo que divide el uno al otro en dos campos guerreros, rompe la cadena del dominio mundial de la burguesía e inicia la nueva era del final de este dominio y de la construcción de una sociedad socialista.
Así como se enriqueció de la doctrina del imperialismo, el arsenal del marxismo también lo ha hecho de muchas otras armas. Lenin y Stalin, a la cabeza del partido de los bolcheviques, mediante tres revoluciones y la grandiosa obra de la edificación socialista, desarrollaron toda nuestra doctrina en todos los campos. De la misma manera como se configuraron las relaciones entre los Estados imperialistas, requirió precisar la posibilidad de construcción del socialismo en un solo país. Las relaciones entre el proletariado y el campesinado antes y después de la revolución; las vías a seguir para dirigir la construcción socialista y preparar la transición al comunismo; el carácter del nuevo Estado socialista y las condiciones de su extinción: estos y otros problemas de capital importancia fueron afrontados, resueltos. La imagen misma de las fuerzas motrices de la revolución mundial fue ampliada, estando incluidos en ello, como aliados indispensables, los pueblos coloniales en rebelión contra su opresión y explotación.
Cada una de estas nuevas conquistas, sin embargo, no contradice al Manifiesto ni lo repasa, pero figuran de tal manera que en el documento se encuentra su génesis. La revisión comienza cuando, en vez de seguir el desarrollo de la lucha de clases en las nuevas condiciones del mundo, se renuncia a la lucha de clases para inaugurar una política de capitulación frente a la clase adversaria, con la cual se colabora para permitirle tener de pie al régimen capitalista y repeler la marcha hacia adelante del proletariado.
La Primera Guerra Mundial había proporcionado ya una gran enseñanza. La socialdemocracia oportunista había incumplido completamente su tarea; se había alineado con los partidos burgueses belicistas; había servido a la causa del imperialismo. Tras las dos guerras, el abismo entre los traidores y las fuerzas que permanecieron fieles a la enseñanza marxista se había hecho cada vez más profundo, cayendo los partidos de la Socialdemocracia Internacional más y más bajo, hasta hacerse cómplices de todo tipo de regímenes reaccionarios e incluso del fascismo.
La Segunda Guerra Mundial vio en la cadena del imperialismo sufrir nuevas fracturas y las fuerzas del proletariado, después de haber sabido reconocer y cumplir con la tarea, en primera fila, de tomar partido en la lucha para destruir los aspectos más reaccionarios del régimen burgués imperialista, tuvieron que moverse contra los viejos enemigos en nuevas condiciones. Quien ha sabido guiar, dentro de estas nuevas condiciones, a la clase obrera y a todos los trabajadores de vanguardia, han sido los partidos que permanecen fieles a las enseñanzas de Marx y Engels en el modo más escrupuloso, ha sido el País de la dictadura proletaria. Después de la Segunda Guerra Mundial, se abrieron a las clases obreras de algunos países, por la ayuda dada del País del socialismo triunfante, nuevas vías de acceso al poder, mas no se ha contradicho la enseñanza política fundamental del marxismo, según la cual, la conquista de la democracia por todos los trabajadores y el pasaje del capitalismo al socialismo, exige que la clase obrera se convierta en la clase dominante y como tal ejerza el poder.
Se ha ampliado, organizado mejor, el frente de las fuerzas aliadas en la lucha por el progreso social, pero esta verdad histórica y política no ha sido refutada. Una y mil veces más sólida, no obstante, se ha vuelto la confianza de los proletarios y de los pueblos oprimidos del mundo entero, en aquella convulsión liberadora radical que el Manifiesto anunció.
El imperialismo perdió parte de su fuerza y gran parte de su prestigio. Sus esfuerzos por recomponer a un sistema de su dominio mundial han sido vanos hasta ahora y así seguirán siendo. La historia marcha inexorablemente sobre la vía trazada hace cien años por el pensamiento titánico de Karl Marx y Friedrich Engels. Nuestra conciencia y nuestra acción de vanguardia de la nueva clase dirigente van de la mano con ella. La incomprensión, el odio, la rabia a veces desenfrenada de los adversarios y de los enemigos, no pueden prevalecer. Cien años de pensamiento, de acción, de sacrificios, de luchas y de victorias son muestra suficiente de un triunfo inevitable.
Notas
[1] Nota del traductor: la primera versión del trabajo, redactada en 1948, se publicó en Rinascita. Rassegna di Politica e di Cultura Italiana, no. 1, pp. 7-14, revista cuyo director era Palmiro Togliatti. Este facsímil se ha revisado también para la presente traducción. Todas las referencias disponibles en español han sido utilizadas en el presente trabajo. Las notas al pie pertenecen a Palmiro Togliatti, salvo que se indique lo contrario. Agradezco la colaboración de Erica Mendoza.
[2] Antonio Labriola, “In memoria del Manifesto dei Comunisti” [En memoria del Manifiesto de los Comunistas], en Saggi sul materialismo storico [Ensayos sobre el materialismo histórico] (Roma: Editori Riuniti, 1968), p. 62.
[3] Ibíd. p. 63
[4] Véase: Quaderni della “Critica” [Cuadernos de la “Crítica”], La civilità cattolica [La civilización católica], La critica sociale e Belfagor [La crítica social y Belfagor].
[5] Cfr. Quaderni della “Critica” [Cuadernos de la “Crítica”], no. 8, pp. 6 y 7, y no. 9, p. 16.
[6] Friedrich Engels, Anti-Düring (Ciudad de México: Grijalbo, 1968, tr. Manuel Sacristán), p. 262.
[7] Friedrich Engels, “Prólogo a la edición alemana de 1883” del Manifiesto del Partido Comunista, en Marx. Antología de textos de economía y filosofía (Madrid: Gredos, 2012, tr. Jacobo Muñoz), p. 631.
[8] Iosif Stalin (José Stalin), “¿Anarquismo o socialismo?”, en Obras. Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1953), s. p.
[9] Igino Giordani, Le encicliche sociali dei papi [Las encíclicas sociales de los papas] (Roma: Studium, 1944), p. 132 y ss.
[10] “Carta de Marx a Weydemeyer”, 5 de marzo de 1852, en Correspondencia (Buenos Aires: Editorial Cartago, 1973), p. 55. Cfr. Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas. Tomo I (Moscú: Editorial Progreso, 1980), p. 542.
[11] Karl Marx y Friedrich Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, en Marx. Antología de textos de economía y filosofía (Madrid: Gredos, 2012, tr. Jacobo Muñoz), pp. 619-620.
[12] Karl Marx y Friedrich Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, en Marx. Antología de textos de economía y filosofía (Madrid: Gredos, 2012, tr. Jacobo Muñoz), p. 602.
[13] Friedrich Engels, “Introducción a la edición de 1891” de Trabajo asalariado y capital, en Obras escogidas. Tomo I (Moscú: Editorial Progreso, 1980), p. 151.
[14] Vladimir Ilich Lenin, “Vicisitudes históricas de la doctrina de Karl Marx”, en Obras completas. Tomo 23 (Moscú: Editorial Progreso, 1984, ed. Ángel Pozo Sandoval) p. 2.
[15] “Carta de Marx a Kugelmann”, 17 de abril de 1871, en Correspondencia (Buenos Aires: Editorial Cartago, 1973), p. 257. Cfr. Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas. Tomo II (Moscú: Editorial Progreso, 1981), p. 445.
[16] Friedrich Engels, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, en Karl Marx, Las luchas de clases en Francia (Moscú: Editorial Progreso, 1979), pp. 5-27. [N. T].
8. Palestina, un solo estado.
A pesar de esta propuesta del director de Middle East Eye, no creo que ya sea posible un estado conjunto palestino-judío. Si acaso, un estado palestino en el que se integren los judíos que quieran. Para los demás me parece muy sensata la propuesta portuguesa de acoger a todos los que quieran ir. España debería hacer lo mismo. Para los que tienen raíces en el este de Europa, lo veo más difícil, pero, si hace falta, también podríamos acogerlos nosotros. No creo en las deudas históricas, pero no me parecería descabellado que España lo hiciese.
Oslo is dead. Liberal Israelis must make common cause with the Palestinians
Oslo ha muerto. Los israelíes liberales deben hacer causa común con los palestinos
David Hearst
6 de septiembre de 2023 12:18 BST
Treinta años después de la firma de los Acuerdos de Oslo, la única lección aprendida es que sólo la igualdad de derechos entre ciudadanos iguales, palestinos y judíos, puede poner fin a este conflicto.
Está dolorosamente claro que la perspectiva de crear un Estado palestino junto a otro que se defina como judío es nula. Como proceso para alcanzar una solución a este conflicto, Oslo está muerto.
Hay 700.000 colonos en Cisjordania y Jerusalén Este, y ni un solo político o movimiento israelí a la vista está dispuesto a desalojarlos. Más bien al contrario. La anexión existe a dos velocidades: la anexión progresiva, favorecida por un amplio espectro de la élite política israelí, del centro a la derecha; y la anexión de mañana, como propone el Partido Religioso Nacional. Esta última fuerza lleva la voz cantante.
La Autoridad Palestina (AP) ha perdido su brújula nacional, su popularidad y su sentido.
Sólo existe como prolongación de la política de seguridad israelí. Su poder adquisitivo o su influencia diplomática se han reducido en el mundo árabe. Cuando los Emiratos Árabes Unidos normalizaron sus relaciones con Israel, consiguieron que se suspendieran los planes de anexión de territorio en Cisjordania, lo que carece de sentido en el contexto del actual gobierno israelí.
Veremos qué parte de la lista de la compra de la AP puede conseguir su delegación de Riad. Como he escrito antes, dudo que Arabia Saudí se normalice con Israel por una serie de razones que tienen poco que ver con los palestinos, entre ellas su deseo de ver cuánto dura la actual normalización con Irán.
Pero incluso si eso ocurre, dudo que la AP consiga mucho. Esto ocurre en un momento en el que el apoyo a los palestinos en la calle árabe es tan fuerte y vocal como siempre.
El hecho, sin embargo, de que una política de dos Estados no pueda concebirse como algo que funcione no impide que siga viva en el seno de la comunidad internacional y de cada uno de sus principales actores: la ONU, Estados Unidos, China, India, Rusia, cada Estado europeo, y cada partido político dentro de esos Estados pide una solución de dos Estados que no puede darse.
¿Por qué? Porque como mecanismo de apoyo al Estado único que sigue existiendo y expandiéndose, Oslo no está a punto de desmoronarse. La política de apoyar el derecho exclusivo a la soberanía de un solo pueblo en este conflicto está cimentada en su lugar, tan permanente como el muro, las carreteras y las barricadas que dividen Cisjordania en una miríada de prisiones.
Oslo sigue vivo mientras Mahmud Abbas, de 87 años, siga siendo presidente. Sigue vivo mientras se niegue a celebrar elecciones libres y justas. Sigue vivo mientras Israel y Estados Unidos mantengan un estrecho control sobre quién va a sucederle.
Sigue existiendo mientras la Fuerza de Seguridad Preventiva Palestina funcione como los ojos y los oídos del Shin Bet. Oslo sigue vivo en todas las declaraciones tramposas y profundamente engañosas de la comunidad internacional que implican una simetría de la violencia. Sigue vivo cuando Occidente mira hacia otro lado cuando los colonos arrasan ciudades árabes bajo la protección de soldados israelíes.
Una Autoridad Palestina paralizada
En estos momentos, una Autoridad Palestina paralizada está siendo mantenida con respiración asistida por un Israel que no tiene intención de reanudar las negociaciones. ¿Por qué? Porque a un Estado judío expansivo y expansionista le interesa mucho que siga existiendo la AP.
Mientras exista la AP, la frontera oriental, donde Israel es más vulnerable, estará tranquila. Así las cosas, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha anunciado que va a reforzar la valla con un muro. Mientras exista la AP, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Consejo Nacional Palestino (CNP) seguirán siendo una sombra de lo que fueron. A Israel no le interesa que la AP se disuelva. La AP desempeña un papel clave para que la ocupación sea lo menos dolorosa posible para el ocupante.
El reconocimiento de Israel por la OLP en 1993 ha sido un desastre para la causa nacional palestina. Con Oslo en vigor, nunca podrá haber un gobierno de unidad nacional compuesto por representantes de todas las facciones palestinas. Tampoco puede haber negociaciones adecuadas, porque sólo una facción palestina tiene un asiento en la mesa.
Para Israel, sin embargo, ocurre más o menos lo contrario. El número de países que reconocen a Israel ha pasado de 110 en 1993 a 166 en la actualidad. Esto representa el 88% de los Estados miembros de las Naciones Unidas.
El número de colonos en Cisjordania se ha multiplicado por cuatro, de 115.000 a 485.000, sin contar Jerusalén Este. El derecho al retorno ha desaparecido como reivindicación.
¿Habría conseguido Oslo un Estado palestino viable? Lo dudo.
Ahora bien, había muchos participantes honestos y profundamente informados de la conferencia de Madrid de 1991 que no estarían de acuerdo conmigo y que dirían que Madrid fue traicionada por los ocho meses de negociaciones secretas que tuvieron lugar en la capital noruega.
Sólo tengo una fuente para afirmar que Madrid estaba condenada antes incluso de empezar, un jordano, pero merece la pena escucharle.
No habrá Estado palestino
Conocí a Adnan Abu Odeh cuando ya era un anciano, al que el palacio de Ammán seguía teniendo en gran estima, y que aún se paseaba en coche oficial y fumaba puros lápiz.
Odeh, fallecido el año pasado, era el consejero palestino del rey Hussein. El rey había sacado al mayor de las filas del mukhabarat, lo había entrenado en el MI6 de Londres y lo había nombrado ministro de Información.
En marzo de 1991, Hussein envió a Odeh a Washington para ver al Secretario de Estado estadounidense James Baker. La misión era delicada y tuvo que organizarse en secreto. Odeh acompañó al príncipe Hassan a una conferencia en San Francisco como tapadera para volar en secreto de regreso a Washington.
Odeh relató su encuentro con Baker con cierto detalle.
Empezó de forma poco propicia. La misión de Odeh era averiguar cuál era la intención de George HW Bush al convocar una conferencia internacional que se convocó en Madrid.
Baker le engatusó con perogrulladas durante 15 minutos y terminó diciendo: «¿He sido claro?» Odeh dijo que no y permaneció firme en su asiento. En la habitación del Secretario de Estado había un reloj conectado al de la antesala. Sonaba cada 15 minutos y, cada vez que lo hacía, aparecía una secretaria para acompañar a Odeh a la salida.
Odeh se negó a salir. Baker siguió hablando otros 15 minutos. El reloj volvió a sonar y la secretaria reapareció. Odeh seguía insatisfecho. Baker estalló: «¿Qué quiere?» Odeh respondió: «Quiero saber el final del juego». Baker ordenó a su secretario que saliera por segunda vez.
«Mire, señor Odeh, le diré una cosa como secretario de Estado. No habrá Estado palestino. Podría haber una entidad menor que un estado, más que una autonomía. ¿De acuerdo? Eso es lo mejor que podemos obtener de los israelíes».
Esto no era nuevo para los jordanos. En 1981, el arabista ruso Yevgeny Primakov, entonces director del Instituto de Estudios Orientales de la Academia de Ciencias de la URSS y primer vicepresidente del Comité de Paz soviético, entró en el despacho de Odeh y le dijo sin rodeos: «Adnan, olvídalo, no habrá Estado palestino».
Nueva generación de resistencia
Oslo creó un modelo para que la ocupación fuera lo menos dolorosa posible para el ocupante. La cuestión es cuánto tiempo va a seguir siendo así, mientras el fuego bajo los pies del ocupante arde con más fuerza que nunca.
La guerra árabe-israelí de 1948 duró nueve meses. Antes de eso, bandas terroristas judías como la Haganah y el Irgun asesinaron a los jefes de las aldeas y obligaron a los palestinos a marcharse. En total, se tardó cerca de un año en obligar a 700.000 palestinos a exiliarse, un acontecimiento conocido como la Nakba, o Catástrofe.
En 1967, en la Guerra de los Seis Días, el ejército de Israel arrasó con todo en cuestión de días, con el resultado de que los palestinos no se marcharon en la misma escala. El plan original de David Ben-Gurion de tomar la mayor cantidad de tierra con el menor número posible de palestinos fracasó, e Israel vive hoy con las consecuencias.
Las consecuencias de Oslo no han hecho más que profundizar el fracaso de Ben-Gurion. Mientras que el número de colonos se ha multiplicado por cuatro, el número de palestinos también ha aumentado, desde el río Jordán hasta el mar.
Existe paridad en el número de judíos y palestinos que viven entre el río y el mar, según Ula Awad, director de la Oficina Central de Estadística de la AP. Hay aproximadamente siete millones en cada grupo.
Se está formando rápidamente una nueva generación de resistencia, que es también una respuesta a Oslo.
Oslo no dio ningún papel a los palestinos que no se marcharon cuando Israel fue declarado Estado. Los palestinos de 1948 son ahora parte integrante de la causa nacional palestina, y también lo son los jerosolimitanos. A partir de 2021, el pueblo palestino ha vuelto a ser uno y la Línea Verde es cada vez más oscura.
Las personas que aún no habían nacido en 1993 han aprendido que Oslo no les liberará. Están participando en la resistencia directa con pleno conocimiento de que han sido traicionados por los dirigentes que les llevaron a Oslo y por la comunidad internacional.
Igual de importante es la resistencia pasiva mostrada por los campesinos de las colinas del sur de Hebrón, o de Shufat en Jerusalén, o de cualquier lugar donde los palestinos se nieguen, bajo la insoportable presión de los colonos y del ejército, a abandonar sus tierras. No importa cuántos asentamientos haya si los palestinos se niegan a marcharse.
Lucha de poder por el control de Israel
A medida que se agrava la ocupación, surgen profundas divisiones entre los ocupantes. Los discípulos de Isaac Rabin están perdiendo el control de la sociedad israelí. Antes de Oslo existían dos narrativas, una palestina y otra israelí, pero ahora hay al menos tres. Hay una lucha a muerte entre el sionismo liberal y el movimiento religioso nacional.
Se trata de una lucha de poder por el control de Israel.
El Ministro de Seguridad Nacional de Israel, el ultraderechista Itamar Ben-Gvir, está en condiciones de ganarla. El escritor judío estadounidense Peter Beinart señaló este punto en su último vídeo desde Nueva York. Dijo a los liberales que a menos que hicieran causa común con los palestinos, que han sido excluidos de las protestas contra las reformas judiciales, serían aplastados por la derecha de los colonos.
Beinart es uno de los muchos antiguos sionistas liberales que han cerrado el círculo sobre Oslo.
Dice, y hay otros judíos como él, que sólo una solución de un Estado con igualdad de derechos entre ciudadanos iguales, palestinos y judíos, pondrá fin a este conflicto.
Luchar contra la derecha religiosa por un lado y bombardear Yenín por otro, sostiene Beinart, es una apuesta perdedora. Y tiene razón.
La llamada ala liberal del ejército, el Shabak y la fuerza aérea serán engullidos por la derecha religiosa si no se alían plenamente con la causa palestina. Por el momento, la derecha religiosa tiene todo el ímpetu y la juventud de su lado.
¿Y quién estará más tentado de abandonar el campo de batalla y dirigirse a Europa? ¿Los palestinos o los judíos asquenazíes, con sus pasaportes europeos? Serán y ya son los asquenazíes los que huyen de Israel hacia Estados Unidos, Turquía y Europa.
Después de que Portugal anunciara que permitiría la entrada a los descendientes de los judíos sefardíes expulsados tras la Inquisición, casi 21.000 israelíes solicitaron pasaportes, más que el número de solicitantes de la antigua colonia portuguesa, Brasil.
Los palestinos no desaparecerán, pero los liberales israelíes sí podrían hacerlo.
Batalla de voluntades
Por supuesto, en lo que respecta a los palestinos, ¿cuál es realmente la diferencia entre ellos?
En lo que a ellos respecta, la única diferencia entre Ben-Gvir y Benny Gantz es la velocidad a la que debe proceder la anexión o expansión territorial. Ben-Gvir quiere que Cisjordania se anexione mañana. Gantz está más que contento de que se haga en lonchas de salami.
Ambos son irreversibles. No se devuelve ninguna tierra ni ningún edificio.
Incluso cuando Ariel Sharon retiró a 8.000 colonos de 21 campos de Gaza en 2005, el doble de ese número se asentó en Cisjordania al año siguiente. El número total de colonos no disminuyó. Aumentó.
Este conflicto es una batalla de desgaste y una batalla de voluntades. Oslo no fue un respiro, sino que se utilizó como un arma más en el conflicto. Hoy sirve de lección sobre lo que no se debe hacer.
Israel sólo negociará cuando ya no pueda mantener el nivel de fuerza necesario a diario y cada noche para imponer su hegemonía sobre las vidas de la mayoría palestina. Puede que para llegar a ese punto se necesite otra intifada y décadas.
Pero cuando llegue, sólo podrá haber una solución: un Estado para todos sus pueblos que vivan como iguales.
Sólo entonces existirá realmente un Estado palestino. Sólo entonces la pesadilla de la ocupación y la pesadilla de Oslo habrán terminado de verdad.
9. La cumbre de la ASEAN
Antes de la próxima reunión del G-20 en Nueva Delhi se ha producido otra cumbre asiática, la de la ASEAN. Bhadrakumar escribe sobre ella, de nuevo con una perspectiva india.
Modi’s trip to Jakarta is a geopolitical event – Indian Punchline
Publicado el 7 de septiembre de 2023 por M. K. BHADRAKUMAR
El viaje de Modi a Yakarta es un acontecimiento geopolítico
La visita de un día del primer ministro Narendra Modi a Yakarta para asistir el jueves a la Cumbre ASEAN-India, a pesar de que ya ha comenzado la cuenta atrás para la cumbre del G20 de la que será anfitrión en Nueva Delhi, destaca como una muestra de la respuesta de la diplomacia india a un entorno geopolítico transformador en Asia.
La decisión de Modi significa la gran importancia que Delhi atribuye a sus relaciones con la región de la ASEAN, que se encuentra sumida en una nueva guerra fría como nunca había experimentado desde que terminó la guerra de Vietnam hace cincuenta años.
Modi declaró en la Cumbre de la ASEAN que India considera al grupo como un pilar central de su política de Acción en Oriente. En sus palabras, «India apoya la perspectiva de ASEAN en Indo-Pacífico. Mientras nuestra asociación entra en la cuarta década, ASEAN ocupa un lugar destacado en la iniciativa Indo-Pacífica de India». Elogió efusivamente a la ASEAN como epicentro del crecimiento, que desempeña un papel crucial en el desarrollo global.
La importancia de las palabras de Modi sólo puede entenderse si se leen en el contexto inmediato de las palabras de apertura pronunciadas el martes por el presidente indonesio, Joko Widodo, en las que instaba a la ASEAN a diseñar «una estrategia táctica a largo plazo que sea relevante y responda a las expectativas de la gente«. [Énfasis añadido].
Jakowi, como llaman cariñosamente a este carismático estadista, advirtió contra el riesgo de que la ASEAN se viera arrastrada a la rivalidad entre grandes potencias, afirmando que «la ASEAN ha acordado no ser un apoderado de ninguna potencia. No convirtamos nuestro barco en un escenario de rivalidades destructivas».
Jokowi añadió: «Nosotros, como líderes, nos hemos asegurado de que este barco siga moviéndose y navegando, y debemos convertirnos en su capitán para lograr juntos la paz, la estabilidad y la prosperidad».
La exhortación de Jakowi tiene un trasfondo complejo. Para empezar, se produce en la corriente descendente de una apasionada petición del máximo diplomático chino, Wang Yi, dirigida a una audiencia en Yakarta el pasado sábado, en el sentido de que los países del sudeste asiático deben evitar seguir los pasos de Ucrania y cuidarse de ser utilizados como peones geopolíticos por fuerzas extranjeras que están sembrando la discordia en la región para su propio beneficio.
La pantomima geopolítica tiene que ver, sobre todo, con la creciente presión de Estados Unidos sobre Indonesia para que se adhiera a la estrategia Indo-Pacífica de la Administración Biden. Washington está ansioso por «encerrar» a Indonesia, la mayor nación musulmana del mundo y una potencia asiática, como parte de un bloque liderado por Estados Unidos contra China.
Indonesia se ha visto obligada a retirar su solicitud de adhesión a los BRICS en busca de más tiempo para reflexionar. En un principio estaba previsto que Jokowi participara en la Cumbre de los BRICS en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto.
El Presidente Joe Biden se salta la Cumbre de la ASEAN en Yakarta y se dirige desde el G20 en Delhi a Vietnam el 10 de septiembre. En un matizado comentario, Voice of America, abanderada de la diplomacia pública estadounidense, planteó el domingo un tentador enigma titulado «Por qué va Biden a Vietnam y no a Indonesia», diferenciando entre Vietnam e Indonesia a través del prisma de los intereses estadounidenses:
«Vietnam es un socio valioso para Estados Unidos en el desarrollo de sus lazos en el Sudeste Asiático… Vietnam está ahora dispuesto a incrementar sus relaciones con Estados Unidos tras 10 años de asociación integral. Una de las razones por las que Vietnam podría estar ahora dispuesto a aumentar sus relaciones con Estados Unidos es por las actividades de China en el mar de China Meridional… Vietnam quiere proteger sus derechos en el mar de China Meridional mediante asociaciones que refuercen su posición. A principios de este mes [septiembre], Biden dijo que Vietnam «quiere relaciones porque quiere que China sepa que no está sola».
«Estados Unidos ha apoyado la seguridad marítima de Vietnam en el pasado… Una mayor asociación ayudaría a Vietnam a desarrollar su industria tecnológica. Esto incluiría la producción de semiconductores y el desarrollo de la inteligencia artificial. Ambos campos son áreas de competencia para EEUU y China».
Sin embargo, cuando se trata de Indonesia, la VOA cita la opinión de expertos para señalar que «entre los asiáticos del sudeste, Estados Unidos era más popular que China y esa popularidad aumentó con respecto al año anterior. Sin embargo, los indonesios parecían ser un caso atípico. El porcentaje de indonesios que eligieron Estados Unidos cayó 18 puntos porcentuales de 2021 a 2023. Los que eligieron China aumentaron aproximadamente el mismo número de puntos porcentuales durante el mismo periodo… encontrar el equilibrio entre EE.UU. y China es la «mayor tarea» para Indonesia. Una forma de que Indonesia encuentre el equilibrio es recurrir a EE.UU. para que le proporcione armas». [Énfasis del texto original].
Picar a los socios reticentes o escépticos simulando actitudes artificiosas es un viejo truco de la caja de herramientas diplomática estadounidense. Así ocurrió que Washington aprovechó la reciente visita del Ministro de Defensa indonesio, Prabowo Subianto, como país anfitrión, para hacer afirmaciones extravagantes en un falso comunicado de prensa conjunto publicado en el sitio web del Pentágono.
En él se afirmaba, entre otras cosas, que Prabowo y el secretario Austin «compartían la opinión» sobre las «reivindicaciones marítimas expansivas» de China en el mar de China Meridional; «condenaban conjuntamente las violaciones de la soberanía nacional» y «deploran en los términos más enérgicos la agresión de la Federación Rusa contra Ucrania y exigen su retirada completa e incondicional del territorio de Ucrania».
Pero a Yakarta no le hizo gracia. El ministro de Defensa, Prabowo, insistió públicamente más tarde a través de la agencia nacional de noticias Antara en que «no hubo ninguna declaración conjunta [con Austin], ni tampoco una conferencia de prensa». En realidad, Prabowo se encontraba de visita de trabajo en Washington.
Prabowo declaró: «Lo importante es que puedo subrayar aquí que nosotros (Indonesia) mantenemos muy buenas relaciones con China. Fomentamos el respeto y el entendimiento mutuos. Así lo transmití en Estados Unidos. Somos amigos íntimos de China, respetamos a Estados Unidos y buscamos la amistad con Rusia. La postura de Indonesia es clara: no estamos alineados. Nos hacemos amigos de todos los países».
A continuación, el ministro anunció sus planes de visitar Moscú y Pekín este año. «Visitaré Moscú, también tengo una invitación para visitar Pekín en octubre. Insya Allah (si Dios quiere), me han invitado. Queremos entablar amistad con todos los países. Si es posible, podemos convertirnos en un puente para todos».
Esta línea de fondo ha sido confirmada ahora en la cumbre de la ASEAN celebrada el martes en Yakarta por el propio presidente Widodo. Toda la alianza de la ASEAN «acordó no convertirse en representante de ninguna potencia», declaró Jokowi. Afirmó que la ASEAN coopera con cualquier país por la paz y la prosperidad, pero a nadie se le permite hacer de la alianza «un escenario de rivalidad destructiva». Y Yakarta insiste en su neutralidad.
Baste decir que la visita de Modi a Yakarta puede considerarse un acontecimiento geopolítico. Con toda probabilidad, fue un movimiento intencionado de Delhi. Después de todo, Modi también fue uno de los primeros líderes asiáticos en felicitar calurosamente al nuevo primer ministro de Tailandia, Srettha Thavisin, el 5 de septiembre, después de que jurara su cargo ante el rey Maha Vajiralongkorn, lo que supuso otra espectacular derrota de otra revolución de color patrocinada por Occidente en Asia, tras la agitación de Hong Kong hace tres años.
Si China se movió con «poder coercitivo inteligente» para capear el temporal, el establishment tailandés se apoyó en el «poder blando coercitivo» -posiblemente con el respaldo de Pekín entre bastidores- para marginar a los manifestantes que contaban con el apoyo angloamericano y abogaban por el derrocamiento de la antigua monarquía tailandesa en esa nación profundamente religiosa, e imponer el republicanismo como ideología de Estado bajo el liderazgo de un magnate formado en Harvard e insertado últimamente en la política tailandesa como figura de culto por los medios de comunicación sociales, lo que recuerda a Mijaíl Saakashvili durante la «Revolución de las Rosas» en Georgia en 2008.
La estabilización de la política tailandesa beneficia a India. India, Tailandia y China coinciden más o menos como partes interesadas en la situación de Myanmar. La visita de Modi a Yakarta (al igual que la invitación a Bangladesh como invitado especial a la cumbre del G20) dan fe de una política exterior independiente. La política de Act East se está ajustando al entorno regional asiático.
10. No al Yasuní
La alegría dura poco en la casa del pobre. El ya casi expresidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, ha declarado que no piensa acatar los resultados del referéndum sobre el Yasuní. https://www.lapoliticaonline.
«La consulta popular es inaplicable»: Lasso confirma que Ecuador va a seguir produciendo petróleo
Se filtran unas declaraciones del presidente en la que rechaza de plano acatar el Sí del referéndum sobre el fin del modelo extractivista. Lo acusan de «pretender quebrar el mandato democrático».
11. Sapir entrevistado en Italia
Sobre los errores de los líderes europeos en relación con Ucrania.
LA INADAPTACIÓN DE LAS ÉLITES OCCIDENTALES. ENTREVISTA CON Jacques Sapir
7 de septiembre de 2023 giuseppegerminario
La página web italiaeilmondo.com comenzó formulando a Aurelien[1] cuatro preguntas, y continúa proponiéndolas, de forma idéntica, a diversos amigos, analistas y estudiosos italianos y extranjeros.
Hoy responde Jacques Sapir[2], a quien agradecemos sinceramente su amabilidad y generosidad. Publicaremos también las versiones inglesa y francesa del texto de Sapir
ENTREVISTA CON JACQUES SAPIR
1) ¿Cuáles son las principales razones de los graves errores de juicio cometidos por los responsables político-militares occidentales en la guerra de Ucrania?
Estos errores son de varios tipos. En primer lugar, hay errores de carácter «técnico», ligados a una mala comprensión de los datos o de su naturaleza. Por ejemplo, la afirmación tantas veces repetida de que el PIB de Rusia era más o menos igual al de Italia o España surgió de una falta de comprensión -común entre políticos y periodistas- de las estadísticas y su uso. Cuando se comparan dos economías, es importante utilizar el PIB calculado en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA), porque otros métodos distorsionan mucho. Esto ha llevado a subestimar el PIB de Rusia (que en realidad es mayor que el de Alemania en la actualidad) y, por tanto, a un grave error de cálculo de la capacidad de Rusia para hacer frente tanto a la guerra como a las sanciones occidentales. Del mismo modo, se cometieron errores «técnicos» sobre la capacidad de la industria rusa para producir grandes cantidades de armas y municiones. Estos errores se basan en la falta de conocimientos sobre Rusia o en el hecho de que los responsables de la toma de decisiones (y los periodistas) no escucharon a quienes tenían verdaderos conocimientos sobre Rusia. Este primer nivel de error se deriva del deseo de no saber, ya sea sobre el tema (la guerra en Ucrania, Rusia, Ucrania, etc.) o sobre la forma de recopilar los datos. Se trata, por tanto, de un error importante, porque revela una forma de «pereza» intelectual por parte de los responsables de la toma de decisiones, una «pereza» que puede tener muchas causas (desde la pereza pura y simple hasta formas de saturación de las capacidades cognitivas, especialmente en el caso de la información presentada de forma «técnica»).
Luego están los errores derivados del filtro ideológico presente en el comportamiento de todos los actores y responsables de la toma de decisiones. Este es un punto importante. Nadie puede liberarse completamente de sus representaciones ideológicas. Creer que se puede llegar a una representación no ideologizada es un error (y una imposibilidad desde el punto de vista del análisis cognitivo). Pero uno puede saber que sus propias representaciones están potencialmente distorsionadas y escuchar (o consultar) otras representaciones portadoras de una ideología diferente. No es que estas «otras representaciones» sean necesariamente más «correctas» que las propias. Sin embargo, comparar diferentes representaciones puede ser una señal de alarma sobre la validez y la pertinencia operativa de las propias representaciones.
Debería haberse escuchado el discurso diplomático y político de los rusos desde principios de la década de 2000 (desde la crisis de Kosovo). Al fin y al cabo, este discurso ha variado muy poco a lo largo del tiempo y muestra una fuerte continuidad discursiva. Esto no implica, por supuesto, que sea totalmente exacto, pero sí sugiere que se basa en hechos reales, en «muelles de estabilidad», cuya representación no cambia y, por tanto, debe tenerse en cuenta.
Proceder de este modo habría dado sin duda una idea más precisa de las intenciones de los dirigentes rusos y de los puntos que, para ellos, constituían «líneas rojas», cuyo cruce habría implicado necesariamente una respuesta a gran escala. Si no se hizo así, las razones pueden ser otras. Es posible que los responsables occidentales se hayan atrincherado en un debate demasiado cerrado a otras representaciones que no sean las suyas. Hay muchas razones para ello, entre ellas la forma en que los responsables de la toma de decisiones no aceptan el pluralismo ideológico entre sus asesores, la preeminencia de representaciones ideológicas que ya no son «discutibles» y, por último, una «cultura de la comunicación» que lleva a los responsables de la toma de decisiones a depender cada vez más de «comunicadores» que a su vez proceden de círculos cerrados, fomentando así el conformismo ideológico (tanto en la formación como en la práctica profesional). La profunda endogamia que existe en muchos países entre el mundo de los responsables políticos y el de los periodistas ha exacerbado este fenómeno.
Las causas fundamentales de estos errores pueden resumirse en una falta de curiosidad, pero también en un sistema institucional cerrado. Lo interesante es que en febrero-marzo de 2022 este tipo de disfuncionalidad en el sistema de toma de decisiones se atribuyó a los líderes rusos, sin que los responsables occidentales se cuestionaran si ellos mismos eran víctimas de este tipo de disfuncionalidad.
Por último, un tercer tipo de error puede atribuirse a una resistencia política y psicológica a considerar que el mundo cambió profundamente entre los años 1990 y 2022. A finales de los años 90, se aceptaba el dominio estadounidense y, en general, los países occidentales ejercían una forma de supremacía, ya fuera política, económica o militar. Pero el mundo ha cambiado profundamente en las dos últimas décadas.
Las relaciones económicas internacionales han estado marcadas por la emergencia de China, que ha suplantado a Estados Unidos industrial y comercialmente, pero también por la emergencia global de Asia, que ha suplantado gradualmente a Europa. Al mismo tiempo, zonas que se creían definitivamente marginadas por Estados Unidos y Europa, como América Latina y Oriente Medio, y en menor medida África, han empezado a emanciparse. La cumbre de los BRICS, celebrada en Johannesburgo a finales de agosto de 2023, fue una demostración palmaria de ello.
Este cambio es fundamental, porque pone fin a un periodo de dominación mundial ejercida por lo que puede llamarse la zona «Atlántico Norte», que había durado al menos desde principios del siglo XIX. Para los responsables occidentales, representa un doble reto: político (cómo pensar en el lugar que ocupa su país en el equilibrio de poder internacional) y psicológico (cómo pensar en sí mismos al pasar de una posición de centralidad a otra de periferia). Sin embargo, en general, los responsables políticos de los países occidentales estaban mal preparados para afrontar este doble reto. En algunos casos, se trataba de personas relativamente jóvenes con escasa experiencia. En otros casos, las condiciones de su formación, tanto universitaria como política, no les habían preparado para afrontar un reto tan importante. Ante cambios importantes, que van mucho más allá de sus posibilidades y crean disonancia cognitiva, estos responsables optan por estrategias de negación (estos cambios no existen, o son sólo temporales…) o por la reproducción de comportamientos pasados. Así, en el mejor de los casos, están dispuestos a participar en una «Guerra Fría 2.0», reproduciendo el comportamiento de sus predecesores de 1948 a 1952, pero en una situación que ahora es radicalmente distinta.
Las causas de los errores cometidos por los dirigentes «occidentales» son probablemente tan numerosas como los propios errores. Todas ellas se suman a una importante crisis de toma de decisiones.
2) ¿Son errores de una clase dirigente o de toda una cultura?
Estos errores son, por supuesto, principalmente errores de la clase dirigente. Pero su alcance, variedad y sistematicidad son realmente impresionantes. Un Hamlet moderno exclamaría sin duda: «hay algo podrido en los países occidentales».
Después, hay muchos problemas. El primero es la tendencia de las élites gobernantes a autorreplicarse. Esto no es nada nuevo. Las clases dirigentes siempre han tendido a operar en el vacío. Pero desde los años 50 hasta los 90, se abrieron más a la entrada de personas que no tenían vínculos previos con ellas. Desde los años 2000, tienden a encerrarse en sí mismas y, por supuesto, a producir una cultura específica. Esto es cierto en Francia, el Reino Unido y Alemania, pero probablemente no tanto en los países escandinavos. Hoy podemos hablar de una cultura (o más exactamente de una subcultura) de las élites que se distingue en gran medida de la cultura (o subculturas) de las clases populares en cuanto a representaciones y comportamientos, pero no necesariamente en cuanto a su relación con las instituciones.
Esta subcultura «de élite» ha sido sin duda uno de los fundamentos de los errores cometidos, ya que se caracteriza por una arrogancia autosatisfecha, un desprecio por todo lo que no se expresa en su lenguaje particular, una dificultad o incluso una imposibilidad para dar marcha atrás y cuestionar sus «valores» y, por último, por una forma de hipocresía bastante sistemática. Esta subcultura de élite facilitó la reproducción y perpetuación de las estructuras que hemos mencionado y que estaban en el origen de estos errores, como la confianza en un discurso simplificado, la ausencia de toda crítica de las propias representaciones (que supuestamente son «las mejores») y formas de rutina intelectual que no prepararon a estas élites dirigentes para los desafíos de la época. Desde este punto de vista, no es erróneo hablar de los numerosos errores cometidos por las clases dirigentes occidentales como una bancarrota tanto práctica como intelectual.
Pero ¿significa esto que las subculturas «populares» se han preservado totalmente de los defectos y carencias de la subcultura de élite? En este caso, sin duda habría que precisar el diagnóstico país por país. Si tomamos el caso de Estados Unidos, el excepcionalismo estadounidense, su desinterés por todo lo externo, desempeñó sin duda un papel importante en la no impugnación de algunas de las reivindicaciones de la subcultura de élite, lo que facilitó durante un tiempo la nefasta labor de los círculos neoconservadores de las clases dirigentes.
En el caso de los países europeos, sin embargo, esto es mucho más difícil de demostrar. De hecho, la necesidad de mantener una propaganda bastante burda sobre Ucrania en los principales medios de comunicación demuestra claramente que las subculturas populares se han mantenido relativamente resistentes al discurso de las clases dominantes. Una vez más, debemos afinar nuestras conclusiones. La imagen del «ruso malo» o la presencia de un amenazador «imperialismo ruso» está sin duda más presente en las poblaciones de los países del norte de Europa o de algunos países del antiguo Pacto de Varsovia. Hay que señalar, sin embargo, que una parte de la clase dirigente húngara tiene un discurso bastante diferente, que puede calificarse de «realista» (en el sentido que este término tiene en política internacional), y que este discurso parece sintonizar en gran medida con las ideas que se transmiten entre la población. Lo mismo parece estar ocurriendo en Austria. En Francia, Alemania e Italia, a pesar de la diversidad de culturas, todavía se observa cierta resistencia de las subculturas populares a la subcultura de élite. El caso de Francia es bastante característico en este sentido. La subcultura popular estaba profundamente influida por la máquina de representación estadounidense de Hollywood. Así, la visión de la contribución soviética (y, por tanto, rusa), que era extremadamente positiva a finales de los años cuarenta y en los cincuenta y sesenta, se fue desvirtuando poco a poco. Sin embargo, la subcultura popular francesa no cae espontáneamente en los estereotipos del «ruso malo» o del «agresor ruso». Diversos sondeos de opinión demuestran que sigue existiendo una base «prorrusa» en la población. También muestran que, espontáneamente, las clases trabajadoras tienen una visión más realista, aunque necesariamente incompleta, de los actuales acontecimientos geopolíticos.
La incapacidad de la subcultura de élite para influir plenamente y dar forma a las subculturas populares se refleja ahora en el hecho de que las capas intermedias entre los escalones superiores de las clases dominantes y las clases populares, lo que podríamos llamar la «cultura pequeñoburguesa», se han convertido en un objetivo estratégico en la «guerra cultural» librada por las clases dominantes. Estas clases, sabedoras de que la «cultura pequeñoburguesa» depende especialmente de los medios de comunicación (tanto los tradicionales, como la radio y la televisión, como las redes sociales), han librado una lucha encarnizada para excluir de estos medios cualquier punto de vista divergente sobre estos puntos. Pero la ferocidad de esta lucha ha llevado al descrédito de la prensa dominante. La «pequeña burguesía cultural» tiende ahora a buscar información, y por tanto representaciones, cada vez más en las redes sociales. De ahí un cambio en la lucha. Las clases dominantes buscan ahora amordazar estas redes sociales, para legitimar la introducción de formas indirectas o directas de censura.
3) La guerra en Ucrania manifiesta una crisis de Occidente. ¿Es reversible? En caso afirmativo, ¿cómo? En caso negativo, ¿por qué?
Es evidente que la guerra de Ucrania pone de manifiesto una crisis del «Occidente colectivo», como lo llaman los rusos. Este «Occidente colectivo» se muestra incapaz de permitir que Ucrania «gane» y, además, incapaz de detener las transformaciones de un mundo que escapa cada vez más a su control.
Este proceso parece irreversible. No sabemos si Rusia logrará una «pequeña» victoria (mantener los logros conseguidos desde 2014) o una «gran» victoria (ampliar los logros y cumplir sus principales demandas). Pero parece haber pocas dudas sobre una «victoria» rusa. En términos más generales, es difícil ver cómo el «Occidente colectivo» puede volver a la posición en la que estaba en 2010, o incluso antes. Por lo tanto, la verdadera cuestión no es si estos acontecimientos son reversibles, sino si el «Occidente colectivo» seguirá perdiendo terreno, económica, política, militar y, por supuesto, culturalmente, o si será capaz de estabilizar su posición en los próximos cinco a diez años.
Para estabilizar su posición, el «Occidente colectivo» debe hacer dos cosas: estabilizar su situación económica y poner fin al proceso de desindustrialización que sufre desde hace casi cuarenta años, y cambiar su actitud hacia el resto del mundo, para demostrar que es consciente de su pérdida de hegemonía y que por fin está dispuesto a debatir en pie de igualdad, sin querer erigirse siempre en amo. Pero estos dos objetivos suscitan contradicciones dentro del propio «Occidente colectivo».
En la cuestión de la desindustrialización, existe un conflicto interno entre Estados Unidos y los países de la UE. Estados Unidos está convencido de que su reindustrialización debe producirse a costa de Europa, es decir, que debe canibalizar la industria europea. Así lo están haciendo, tras haber obligado a los países de la UE a imitarles en una casi ruptura con Rusia por cuestiones energéticas. El acceso a la energía barata que Rusia vendía era de especial importancia para el desarrollo económico e industrial de la UE. Se trata de un juego de suma cero entre Estados Unidos y la UE. Sin embargo, la actual estrategia estadounidense está reñida con la estabilización económica del «Occidente colectivo». Lo que EE.UU. pueda ganar con esta estrategia se verá compensado con creces por las pérdidas en Europa. Es cierto que EEUU se convertirá en el líder indiscutible del «campo occidental», pero éste seguirá debilitándose y EEUU será el amo de un grupo que seguirá decayendo y perdiendo importancia económica. Nótese que esta estrategia es la opuesta a la seguida por EEUU de 1948 a 1960, al comienzo de la «primera» Guerra Fría. En aquella época, EEUU aceptó ceder parte de su crecimiento a Europa Occidental, que estaba en proceso de reconstrucción. Si nos fijamos en las dos «grandes» crisis de la Guerra Fría 1.0, la Guerra de Corea y la Crisis de los Misiles de Cuba, el «mundo occidental», como se le llamaba entonces, era mucho más fuerte en 1962 que en 1950. Así pues, la actual estrategia estadounidense contradice el objetivo de estabilización económica a largo plazo del «Occidente colectivo».
En cuanto al segundo punto, el problema es más ideológico. Aceptar tratar al resto del mundo como iguales, dejar de intentar dar lecciones constantemente, significa reconciliarse con nuestra antigua hegemonía, pero también con un universalismo vulgar. En cuanto a la antigua hegemonía, todo el mundo me entenderá. Lo que yo llamo universalismo vulgar, y que puede sorprender a quienes se proclaman universalistas, se refiere a la creencia, que considero falsa, de que sólo hay una manera de alcanzar los universales de los Derechos Humanos (y por tanto de las mujeres) y de los Derechos de los Ciudadanos, el desarrollo para todos, o una gestión más racional de los recursos que conduzca a la neutralidad del carbón. La realidad es que existen diferentes enfoques, diferentes trayectorias posibles, que pueden conducir a estos resultados. No podemos extraer de la experiencia histórica de nuestras trayectorias particulares la conclusión de que éstas son las únicas posibles. Por tanto, debemos permitir a otras naciones, a otros pueblos, que experimenten, que descubran a través de la prueba y el error históricos, qué trayectorias se adaptan mejor a sus culturas. El verdadero universalismo es un universalismo de objetivos, no de trayectorias. Sólo podemos exigir respeto para nuestra propia cultura respetando la de los demás, aunque la consideremos, a veces con razón, opresiva, atrasada y a veces francamente cruel. Debemos recordar que todos los intentos de avanzar y avanzar hacia los universales antes mencionados, por medio de cañones, bombas o napalm, han sido sangrientos fracasos y, de hecho, han hecho retroceder a las sociedades.
Sin embargo, es posible medir lo que implica el simple objetivo de estabilizar la posición del «Occidente colectivo», que es el único objetivo realista, en términos de revolución cultural y política de las élites dirigentes. Por eso creo que este objetivo no se alcanzará y que, como «bloque», este «Occidente colectivo» ya no tiene futuro.
4) China y Rusia, las dos potencias emergentes que desafían el dominio unipolar de Estados Unidos y Occidente, han vuelto a conectar con sus tradiciones culturales premodernas tras el colapso del comunismo: el confucianismo en el caso de China, el cristianismo ortodoxo en el de Rusia. ¿Por qué? ¿Puede un retroceso literalmente «reaccionario» arraigar en una sociedad industrial moderna?
El retorno de China y Rusia a sus «valores tradicionales» es más un elemento del discurso actual que una realidad. De hecho, el comunismo soviético y chino siguieron impregnados de estos «valores». La retórica de los líderes bolcheviques y comunistas chinos no debe tomarse al pie de la letra cuando afirman haber roto radicalmente con su pasado. En estas dos revoluciones, los elementos de continuidad son al menos tan importantes como los de ruptura. La sociedad estalinista se mantuvo en gran medida dentro del marco de los valores ortodoxos, incluso cuando la Iglesia era perseguida: la reverencia por un discurso concebido como una religión, el papel de los retratos de los líderes a imagen de iconos antiguos, el puritanismo social, etcétera, etcétera. El bolchevismo fue la forma que adoptó la ideología modernizadora en Rusia. Esto explica por qué una gran parte de la intelectualidad técnica se puso del lado del nuevo régimen en 1918-1920. Del mismo modo, la esencia del confucianismo siempre estuvo presente en la China Popular, incluso cuando se opuso oficialmente al confucianismo (la breve campaña «Pi Lin, Pi Kong»).
El final del marco «soviético» en Rusia y la evolución gradual del sistema en la China Popular han llevado a una rehabilitación paulatina de las formas clásicas de estos «valores tradicionales». Pero estos países siguen recordando con cierta simpatía su pasado reciente, ya sea el papel de Stalin en Rusia o el de Mao en China. De hecho, para estos países es más correcto hablar de una evolución en la síntesis entre los valores tradicionales y la forma particular asumida por la modernidad, que hablar de un retorno a las antiguas tradiciones culturales. Las poblaciones china y rusa han evolucionado profundamente en el último siglo, en la relación con sus hijos, en el papel de la mujer, en el equilibrio entre valores colectivos e individuales, y seguirán evolucionando. Pero esta evolución no será (ni ha sido) una imitación de las sociedades occidentales. Es el ejemplo ideal de lo que he llamado trayectorias diferentes pero que buscan un objetivo final común.