Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda
1. De nuevo sobre la cuestión nacional en Lenin (comentario de José Luis Martín Ramos)
2. Checos y eslovacos ante la guerra de Ucrania.
3. Más sobre el bombardeo de Yugoslavia.
4. Entrevista a Riechmann
5. Contra el «fundamentalismo de mercado»
6. Los dilemas de Europa.
7. El mundo unipolar empezó en Kosovo.
8. Taurus y toreros.
9. La «finalité» de Europa según BSW.
10. En recuerdo de Roque Dalton.
11. Introducción a Arghiri Emmanuel
1. De nuevo sobre la cuestión nacional en Lenin
La intervención de Etienne Balibar en las Jornadas leninistas. Sobre la cuestión nacional. https://vientosur.info/el-
El giro «liberal» de Lenin sobre la cuestión nacional, la fundación de la Unión Soviética y los orígenes de los actuales conflictos postsoviéticos
Etienne Balibar 22/Mar/2024
[Este artículo es la traducción del documento original en inglés enviado por el autor para su intervención en la sesión celebrada el pasado 29 de febrero sobre “Lenin y la cuestión nacional” dentro de las Jornadas leninistas, promovidas por diferentes revistas, entre ellas viento sur. Agradecemos a Etienne Balibar su autorización para publicarlo en nuestra web].
El 21 de febrero de 2022, justo antes de lanzar su invasión de Ucrania que ha desembocado en la guerra actual, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, pronunció un largo discurso histórico-político para justificarla de antemano, en el que se encuentran los siguientes párrafos:
Así que comenzaré con el hecho de que la Ucrania contemporánea fue creada enteramente por Rusia, o mejor dicho, por la Rusia bolchevique y comunista. Este proceso comenzó casi inmediatamente después de la Revolución de 1917. Lenin y los que compartían sus ideas lo hicieron de una manera muy grosera en relación con la propia Rusia: mediante la separación y alienación de parte de sus propiosterritorios históricos. Por supuesto, nadie preguntó nada a los millones de personas que vivían allí.
Luego, en vísperas de la Gran Guerra Patriótica y después de esta, Stalin la incorporó en la URSS y transfirió a Ucrania algunas tierras que habían pertenecido a Polonia, Rumanía y Hungría. Al mismo tiempo, a modo de compensación, Stalin entregó a Polonia una parte de los territorios que habían sido alemanes y, en 1954, Jrushchov, por alguna razón, arrebató Crimea a Rusia y también se la entregó a Ucrania. En realidad, así es como se formó el territorio de la Ucrania soviética.
Pero ahora me gustaría prestar especial atención al período inicial de la creación de la URSS. Creo que esto es extremadamente importante para nosotros. Hay que comenzar, como dicen, desde el principio.
Les recordaré que, tras la Revolución de Octubre de 1917 y la posterior Guerra Civil, los bolcheviques se dispusieron a crear un nuevo Estado. Tuvieron desacuerdos bastante serios entre ellos sobre este punto. En 1922, Stalin ocupaba los cargos tanto de Secretario General del Partido Comunista Ruso (bolcheviques) como de Comisario del Pueblo para Asuntos Étnicos. Sugirió construir el país sobre los principios de la autonomización, es decir, otorgando a las repúblicas ‒o sea, las futuras entidades administrativas y territoriales‒ amplios poderes al unirse a un Estado unificado. Lenin criticó este plan y sugirió hacer concesiones a los nacionalistas, a los que entonces llamaba independentistas. Fueron estas ideas leninistas ‒se trata de hecho de un sistema gubernamental de Estado confederado‒ y el lema sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, incluida la secesión, las que formaron la base del Estado soviético, consagrada en la Declaración fundacional de la URSS de 1922 y, tras la muerte de Lenin, en la Constitución soviética de 1924.
Esto plantea inmediatamente muchas preguntas. La primera es la principal: ¿por qué era necesario apaciguar a los nacionalistas, satisfacer las crecientes ambiciones nacionalistas en la periferia del antiguo imperio? ¿Qué sentido tenía transferir a las nuevas unidades administrativas, a menudo formadas arbitrariamente ‒las repúblicas de la unión‒, vastos territorios que no tenían nada que ver con ellas?Permítanme repetir que estos territorios fueron transferidos junto con la población de lo que históricamente fue Rusia. Además, a estas unidades administrativas se les dio de facto el estatus y la forma de entidades estatales nacionales. Eso plantea otra pregunta: ¿por qué era necesario hacer donaciones tan generosas, más allá de los sueños más salvajes de los nacionalistas más acérrimos y, además de todo eso, dar a las repúblicas el derecho a separarse del Estado unificado sin ninguna condición?
Así pues, se acusa a Lenin no solo de conceder a Ucrania la independencia (aunque solo fuera virtual, pero incluyendo el derecho de secesión) que introduce en el corazón del Estado un virus mortal de disgregación (federalismo), sino de reconocer una nación ucraniana artificial, cuya idea es una invención de las élites nacionalistas, desbaratando así la unidad histórica del pueblo ruso, familia cultural a la que siempre perteneció la población de Ucrania como región. A Stalin, por el contrario, se le atribuye el mérito de resistirse a esta política desastrosa y de volver en la práctica al concepto imperial de una multiplicidad de grupos étnicos sometidos a la autoridad de un único Estado unitario, el Estado ruso, entonces con el nombre de URSS. Sin embargo, no llegó a la conclusión lógica: abolir la constitución federalista, o pensar que era innecesaria. El intento actual de los nacionalistas ucranianos de cortar todos los lazos con la patria rusa sería la última consecuencia de este error fatal.
Entre otras consecuencias, esto nos retrotrae a los detalles de El último combate de Lenin –título del famoso libro de Moshe Lewin, posiblemente el principal historiador de este periodo– y más en general de las primeras etapas de la URSS, donde el conflicto entre Lenin y Stalin (con sus camaradas oscilando entre sus posiciones antagónicas) se agudizó durante el corto período entre la invasión de la república independiente de Georgia, organizada por Stalin como un golpe de Estado (1921), y el segundo ictus que apartó a Lenin de la participación activa en el gobierno del país y de la dirección del partido (diciembre de 1922).
Como ahora es bien sabido (gracias a la publicación de la carta llamada testamento de Lenin), Lenin intentó reunir fuerzas a su alrededor en el Politburó para privar a Stalin del poder que había adquirido sobre la burocracia del Estado y del partido, pero perdió la batalla. A raíz de ello, se desarrolló una lucha de poder e intelectual en el seno del partido tras la muerte de Lenin (en nombre de versiones rivales del leninismo), que terminó con la victoria completa de Stalin, la eliminación progresiva de los viejos bolcheviques (empezando por Trotsky) después de que Stalin pusiera fin al experimento de la NEP y estableciera su dictadura en 1929.
Quizá sea más importante identificar qué es lo que estaba en juego en ese conflicto: la definición (o constitución) de la Unión Soviética como una federación (o confederación) de naciones y la modalidad de su asociación: mientras que Stalin propugnaba una mera autonomía (o gobierno local) para las repúblicas no rusas (incluidas Ucrania y Georgia subsumida en un conjunto transcaucásico, más Bielorrusia), Lenin reivindicaba sistemáticamente la equiparación de los distintos componentes de la URSS, con un liderazgo rotatorio atribuido a cada uno de ellos,como medio de frenar la tradición de chovinismo gran ruso incrustada en el aparato del Estado).
Este acoplamiento de acontecimientos separados por un siglo no solo es importante en términos de la genealogía del actual sistema político y de la política de Rusia (por tanto, de Europa), sino que también es crucial para nuestra comprensión de la compleja personalidad de Lenin, el hombre (tanto santificado como vilipendiado) a través del cual el marxismo pasó a ser realmente una fuerza transformadora de la historia moderna, convirtiéndolo en marxismo-leninismo. Nos vemos obligados a preguntarnos si esta transformación era irreversible (si el marxismo, o alguna parte del marxismo, puede existir independientemente del leninismo) o, lo que prácticamente es la otra cara de la misma cuestión, qué es lo que, en el pensamiento y la acción de Lenin, no permitió impedir que Stalin y el estalinismo se apropiaran del marxismo y desviaran la Revolución (aparte de su muerte, claro está).
Una primera respuesta muy general (cuasi metafísica) podría ser: sencillamente, fue la propia revolución, si admitimos que no hay revolución sin contrarrevolución, y Stalin encarnó típicamente una contrarrevolución desde dentro. Esto es bastante obvio en la disputa en torno a la Constitución, donde Lenin sigue inspirándose en el internacionalismo, mientras que (como Putin observa acertadamente) Stalin encarna el retorno o la reinvención de la tradición estatista indisociable del nacionalismo (irónicamente Stalin encubre su nacionalismo con una crítica a los líderes bolcheviques de las minorías no rusas, a los que denigra calificándolos de socialnacionalistas; a lo que en sus notas privadas Lenin replicaría: “Stalin acusa a los demás de ser socialnacionalista, mientras que él mismo es un auténtico social-nacional, un brutal policía gran ruso”).
Trotsky, como sabemos, hablará de una revolución traicionada, estableciendo un paralelismo con la forma en que Bonaparte apoyó el jacobinismo solo para acabar con él. Pero esto es insuficiente: hay que analizar la lógica (o la dialéctica) que desde dentro transforma una revolución en contrarrevolución (un proceso que, por supuesto, depende de las condiciones externas, pero que también revela la reversibilidad intrínseca de la transformación revolucionaria. Un devenir para el que el marxismo y el propio leninismo tenían muy pocos recursos conceptuales de inteligibilidad (a pesar de la obsesión de Lenin por las tradiciones y la distorsión burocrática).
Esto nos lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿cómo analizar la ambivalencia de la idea de la dictadura del proletariado, que da nombre a la estrategia revolucionaria para crear una sociedad comunista, y que encierra todos los dilemas de los sucesivos peligros? Más concretamente, yo plantearía la siguiente pregunta: ¿cómo se invierte en la práctica una dictadura?
En el curso de la revolución, la dictadura del proletariado se convirtió primero en una dictadura sin el proletariado(piénsese en la dramática exclamación de Lenin en el X Congreso del Partido Bolchevique : “el proletariado ya no existe”) (octubre de 1921) y después, bajo Stalin, en una dictadura sobre el proletariado (aunque el proletariado ‒más precisamente la clase obrera‒ conservase una capacidad negativa para neutralizar algunas de las políticas oficiales, debido al nombre del régimen; una tesis brillantemente propuesta por Rita di Leo en su L’Esperimento profano).
¿Debemos decir que esto es inevitable (como si una ley de la política impusiera que toda dictadura revolucionaria se invierte)? Esto sería así sobre todo si el empeño o experimento revolucionario no tiene ni idea de las razones/causas que deben producir su propia inversión… Lo que nos lleva directamente a la cuestión que obsesiona al marxismo postcomunista desde hace más de medio siglo: ¿por qué el marxismo es incapaz de comprender la historia de su propia puesta en práctica, no solo en forma de leninismo, sino por una laguna intrínseca que hace de él no solo una teoría finita (fórmula de Althusser), sino una teoría ciega (es decir, ciega a su propia construcción, límites, contradicciones)?
A partir de ahí podríamos volver a todas las cuestiones que se han debatido en las últimas décadas: ¿pudo desarrollar el marxismo un concepto de poder y de Estado?,¿cómo abordó la contradicción entre su noción binaria de antagonismo de clases (la clase dominante frente a la clase explotada) y la realidad de múltiples diferencias de clase e intereses de clase (en particular la cuestión de los intelectuales y la cuestión del campesinado). ¿Distinguía claramente entre capitalismo y mercado? ¿Cómo entendía no solo la necesidad de la violencia en la historia para lograr transformaciones sociales, sino también el efecto de retroalimentación de la violencia política sobre sus propios agentes (percibido por contemporáneos como Weber o Gandhi, pero no por Lenin ni por ningún marxista, salvo quizá Rosa Luxemburg)? ¿Qué efectos políticos produce la transformación mutua de la guerra y la revolución (o el advenimiento de la revolución en forma de guerra civil, aunque sea impuesta por fuerzas contrarrevolucionarias externas)?, etc.
Este no es nuestro objeto hoy (aunque las preguntas permanecen en el trasfondo). Más bien, quiero insistir en los casos límite, en los que podemos tener la impresión de que Lenin estuvo a punto de ejercer una crítica interna de su propia teoría, por lo que se encontró en una situación de equilibrio inestable entre el dogmatismo y la crítica (o la autocrítica). Pienso en dos de ellas, que no son independientes, sino que empujan en direcciones opuestas.
La primera es la cuestión de la democracia formal, tal como surgió en particular en 1918, cuando Lenin decidió anular el resultado de las elecciones a la Asamblea Constituyente, que corría el riesgo de ser hegemonizada por una mayoría de partidos de la oposición, y puso fin por completo a las formas de democracia parlamentaria. Como sabemos, Rosa Luxemburg criticó esta decisión (junto con la política hacia las nacionalidades y el campesinado que permitía la preservación de la pequeña propiedad) en su ensayo La revolución rusa (que sin embargo no pudo publicarse inmediatamente, por lo que Lenin probablemente nunca lo leyó). ¿Debemos decir que ella tenía razón desde un punto de vista revolucionario?
Me inclino a decir que sí, porque su argumento central radica en la idea de que la supresión del pluralismo externo en la sociedad (o su representación política) conduce inevitablemente a la supresión del pluralismo interno dentro delpropio partido revolucionario y, por tanto, de su capacidad para rectificar sus propios errores (que es de hecho lo que ocurrió bajo el nombre de centralismo democrático). Esto es tanto más sorprendente cuanto que vemos a Lenin, en los últimos meses de su actividad, buscando desesperadamente los mecanismos democráticos que dotaran a la revolución de capacidad de autocrítica (como la Inspección Obrera y Campesina de enero de 1923, solo unas semanas antes de sufrir su último ictus). Como sabemos, la búsqueda de formas alternativas a la democracia representativa ha sido el quid del marxismo después de Lenin, tanto teórica como prácticamente.
Sobre el telón de fondo de esta contradicción, el discurso de Lenin sobre la cuestión de las nacionalidades adquiere una importancia aún mayor. Hay una fuerte continuidad entre los largos ensayos o notas escritos antes de larevolución (en 1913 y 1916) sobre la cuestión clave del derecho de autodeterminación (incluida la secesión del Estado dominante), la distinción tajante entre el nacionalismo de las naciones dominantes y el de las dominadas, la comparación entre la cuestión de las nacionalidades en los imperios continentales y la cuestión colonial (que induce a comparar la cuestión de Irlanda y la cuestión de Ucrania o Polonia en el imperio ruso), la violenta crítica del chovinismo gran ruso (por cierto, se menciona explícitamente a Ucrania antes de la Revolución, lo que destruye hoy el argumento histórico del presidente Putin).
Lo que las circunstancias revolucionarias añaden a estas constantes es: 1) la perspectiva internacionalista que vincula el proyecto de una república socialista multinacional con la idea de una revolución mundial, aunque su perspectiva ya no sea inmediata, tras la sangrienta derrota de las revoluciones en Europa Central, Alemania, etc.; 2) lo más interesante, la idea de que el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las naciones (considerado un programa democrático) debe concebirse como una fase de transición en el camino del capitalismo/imperialismo al comunismo, que tiene el mismo estatuto lógico que la dictadura del proletariado, lo que significa que no se trata de una formación estable, sino de una unidad de contrarios (que puede resultar necesaria durante un periodo muy largo); y 3) la insistencia en la noción de federalismo como forma de Estado (o Estado-no Estado): esto es claramente un efecto de los debates constitucionales en torno a la formación de la URSS, pero también me he preguntado durante mucho tiempo si podría estar relacionado con una simpatía por el pensamiento de Kropotkin (a quien Lenin protegió hasta su muerte tras su regreso a Rusia, mientras que su actitud hacia otros anarquistas como Proudhon fue muy crítica).
Esto sugiere que la posición de Lenin ocupa una posición diferente de la del austro- marxismo (Otto Bauer, a quien criticó en la cuestión de la autonomía cultural de las minorías étnicas sin bases territoriales, en particular la judía en el imperio ruso, tal como propugnaba el Bund), pero intermedia entre el «socialismo en un solo país«(socialnacionalismo) y la revolución mundial como perspectiva inmediata (la articulación de estos debates con la creación y constitución ideológica de la Komintern es una cuestión diferente pero relacionada, que debo dejar de lado).
Quizás esto podría presentarse como la utopía de Lenin (¿existen revoluciones sin utopías?). En su detallado relato de la batalla entre Lenin y Stalin en otoño de 1922, Moshe Lewin aporta un notable documento recuperado en los archivos soviéticos tras su apertura: el 28 de septiembre de 1922, Stalin escribe a su compañero del Politburó Kámenev, que está de su lado en las cuestiones de Georgia, Ucrania, etc., que “Lenin se ha convertido en un [burgués] liberal” que “coquetea con la independencia” de las naciones; por tanto, “debemos ser intransigentes (literalmente: muy groseros) con Iliich”.
Liberalismo puede implicar una acusación de encajar con el programa wilsoniano de la autodeterminación de las naciones (que, durante la guerra, Lenin había estigmatizado como un programa de paz imperialista). Pero también es interesante (al menos como incitación a investigaciones más profundas) observar que en el mismo período en el que Stalin y sus aliados parecen recuperar una idea panrusa de la Unión Soviética, los fundadores de la ideología del eurasianismo (como antioccidentalismo) publican panfletos en los que se desmarcan de otros discursos contrarrevolucionarios para plantearse la posibilidad de apoyar la formación soviética desde un punto de vista nacional ruso (príncipe Nikolai Trubetzkoi: Europa y la Humanidad; Piotr Savitskii: Un giro hacia Oriente, ambos de 1921). Se trata de elementos que hoy se funden en la ideología de la nueva política imperialista aplicada por Putin.
29/02/2024 Traducción: viento sur
Observación de José Luis Marín Ramos:
He leído su conferencia en Jacobin. Me parece un desastre, de las peores del ciclo. Para empezar no sé a que viene iniciar la conferencia citando a Putin, o quizás sí lo sé o supongo.
Entrando en el cuerpo de la conferencia, está lleno de imprecisiones, inexactitudes históricas que hace que toda su reflexión tenga, de hecho, una base falsa.
Para empezar, Lenin nunca tuvo intención de hacer concesiones a los nacionalistas; su propuesta se basaba en una determinada concepción del estado que todavía no era socialista sino revolucionario, en transición desde la dictadura [democrática, de demos] del proletariado y el socialismo, en la que la cuestión nacional había de abordarse como cuestión democrática, considerando que -aparte del reconocimiento de derechos, de lo que ya hemos hablado- la mejor forma institucional de organizar ese estado era la federativa. No la confederación, exactamente porque además de la división de atribuciones entre las instituciones de la URSS y las de las repúblicas (nada confederales) estaba la cuestión de la dirección política del estado, el partido, y en la cúspide el CC de PCRuso- bolchevique. Tampoco Stalin vuelve en la práctica al concepto imperial como sostiene Balibar; el binomio URSS-PC, es una mezcla de unitarismo (el partido, el centro de toma de decisiones) y federalismo (la organización territorial, las repúblicas, las instancias de gestión de las decisiones) y eso era así ya con Lenin (la primacía política del CC del PCR-b la establece Lenin, no Stalin); y lo que olvidan todos los que elevan a categoría suprema el llamado «testamento» es que Lenin no propone más Estado y menos Partido, sino al revés. La invasión de Georgia es ejecutada por Stalin y el Ejército Rojo, pero es una decisión de Lenin.
Lenin no perdió ninguna batalla para “privar a Stalin del poder” porque no llegó a darla. Esta es la cuestión de las últimas aportaciones de Lenin al debate interno en el seno del PCR-b, que merece comentario aparte. Incluir a Tortsky como «viejo bolchevique» es una barbaridad, es falso; Trotsky se unió al partido liderado por Lenin en la primavera de 1917 y nunca fue, ni fue considerado, «viejo bolchevique», precisamente ese fue un punto débil de Trotsky.
Stalin no proponía la constitución de la URSS como una suma de autonomías, la diferencia entre Stalin y Lenin consistió en que el primero propuso la incorporación del resto de repúblicas a la República Federativa Socialista Soviética de Rusia como vía de constitución de la URSS, en tanto que Lenin proponía la unión en términos de igualdad de la RFSRS y el resto de repúblicas (Bielorrusia, Ucrania, Georgia y Transcaucasia). Pero, insisto, esa la arquitectura institucional-administrativa del estado de transición, no la arquitectura del poder.
Balibar escribe «En el curso de la revolución, la dictadura del proletariado se convirtió en una dictadura sin el proletariado (piénsese en la dramática exclamación de Lenin en el X Congreso del Partido Bolchevique: «el proletariado ya no existe») y después, bajo Stalin, en una dictadura sobre el proletariado». Muy literario, pero también inexacto. La cita de esa frase fuera del contexto de lo que se estaba discutiendo en el X Congreso, fuera del contexto de todo el párrafo, incluso parece sugerir que Lenin había decidido prescindir del proletariado. Lo que expresaba Lenin era la reducción cuantitativa del proletariado como consecuencia del inicial retroceso económico del Estado soviético, como consecuencia de la guerra imperialista y de la guerra civil, y la destrucción de la mayor parte del segmento más consciente, con conciencia de clase y con conciencia política, como consecuencia de las bajas de la guerra. Pero Lenin no pretende obviar al proletariado, la estabilización económica a través de la NEP «objetiva» de regeneración cuantitativa del proletariado; en sus últimos escritos Lenin plantea una mayor incorporación de elementos proletarios a los organismos de dirección del Partido y de gestión del Estado, buscando en este último sustituir los elementos del antiguo aparato de estado zarista, que el estado soviético ha heredado del zarista.
Balibar dice que en 1918 Lenin decidió anular el resultado de las elecciones a la Asamblea Constituyente. ESo sí que es una manera «liberal» de explicar el episodio. Lenin no anuló nada. Lo que hizo Lenin, desde el poder constituido por el proceso revolucionario, fue exigir a la Asamblea Constituyente el reconocimiento de ese poder y su subordinación a él, incluso hasta su autodisolución; en la medida en que la mayoría Socialista-Revolucionaria y Menchevique rechazó ese reconocimiento y por el contrario se dispuso a elegir un gobierno alternativo al gobierno soviético, éste- encabezado por Lenin- decidió disolver la Asamblea Constituyente. Es fácil, porque no cuesta nada y queda muy bien, «estar inclinado» a decir que Rosa Luxemburg tenía razón en su crítica; pero ¿en que tenía razón RL, en que no se debían haber convocado las elecciones o en que no se debería haber disuelto la AC una vez celebradas las elecciones? La posición crítica de RL no dejaba de tener equívocos.
No sigo, el artículo me parece francamente malo, lo firme Balibar o quien sea.
2. Checos y eslovacos ante la guerra de Ucrania
La curiosa diferencia entre dos vecinos y hasta hace no tanto, compatriotas.
La división checoeslovaca sobre Ucrania simboliza la propagación de nuevas divisiones de la Guerra Fría
Andrew Korybko 21 de marzo de 2024
Lo simbólico de esta dinámica es que checos y eslovacos son pueblos hermanos y, sin embargo, adoptan puntos de vista diametralmente opuestos sobre la Nueva Guerra Fría.
La Nueva Guerra Fría es conceptualizada de forma diferente por muchos, pero objetivamente puede describirse como la división entre quienes quieren mantener la hegemonía unipolar de Occidente liderada por Estados Unidos, con todo lo que ello conlleva para los asuntos internos de los países, y quienes quieren acelerar los procesos multipolares en todo el mundo. Estas divisiones ya penetraron en Occidente después de que Hungría intentara liderar la contrarrevolución conservadora de ese bloque, pero ahora se han extendido más profundamente en Europa Central con la escisión checoslovaca.
El Washington Post llamó la atención sobre esta evolución en su artículo sobre «Cómo la guerra en Ucrania ha dividido a checos y eslovacos», en el que pone en entredicho al Primer Ministro Fico, que cumple ahora su cuarto mandato tras su regreso el año pasado después de pasar un tiempo en la oposición. Su campaña contó con la oposición de Estados Unidos, al que Rusia acusó de injerencia en los preparativos de la votación, pero aun así ganó gracias a la resonancia que tuvieron sus promesas conservadoras y nacionalistas entre su pueblo, que se había distanciado del liberalismo y el globalismo.
A continuación, reafirmó su enfoque pragmático respecto a la guerra por poderes entre la OTAN y Rusia en Ucrania, lo que le granjeó el odio de la élite occidental y, en especial, de los miembros checos con los que su país había estado unido tras la Primera Guerra Mundial hasta su «Divorcio de Terciopelo» en 1993. Por la misma época, el gobierno conservador-nacionalista de Polonia fue sustituido por uno liberal-globalista respaldado por Alemania, lo que tuvo el efecto de restaurar la trayectoria de superpotencia alemana y remodelar la geopolítica europea.
Estos respectivos cambios políticos internos estaban inextricablemente relacionados con la división de la Nueva Guerra Fría entre partidarios unipolares y multipolares descrita anteriormente. Fico volvió al cargo a pesar de la intromisión estadounidense porque su visión conservadora-nacionalista prometía apartar a Eslovaquia de la guerra por poderes OTAN-Rusia en Ucrania, que es el conflicto de mayor importancia geoestratégica desde la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, el anterior gobierno de Polonia mantuvo su compromiso a pesar de los crecientes costes.
Mientras que Fico pudo consolidar y ampliar su base, gracias a su promesa de sacar a Eslovaquia del conflicto y reducir así los costes, su homólogo conservador-nacionalista polaco dividió su base y perdió la reelección. Sin embargo, la dinámica política interna es totalmente diferente en Chequia, ya que la población de ese país está mayoritariamente a favor de la unipolaridad y de su modelo interno liberal-globalista, aunque existe cierta oposición.
Además, a diferencia de los Estados polaco y eslovaco, el checo se beneficia realmente de esta guerra por poderes, debido a lo beneficiosa que ha sido para el complejo militar-industrial del país. Dicho esto, los costes de segundo y tercer orden se están acumulando e inevitablemente se harán más evidentes, pero todavía no se han sentido tanto como en sus dos vecinos y eso explica por qué un antiguo general de la OTAN ganó la presidencia en marzo de 2023. Hasta entonces, sin embargo, las diferencias checoslovacas seguirán ampliándose en un futuro previsible.
La consecuencia de este distanciamiento es que las percepciones mutuas a nivel político y de la sociedad civil podrían empeorar, lo que podría perjudicar los esfuerzos por mantener unas relaciones cordiales tras su «Divorcio de Terciopelo» de hace tres décadas. Si esta tendencia se descontrola, es posible que la República Checa vuelva a inmiscuirse en los asuntos eslovacos, lo que podría deteriorar sus lazos y debilitar aún más al Grupo de Visegrado, en el que participan junto con Hungría y Polonia.
Con el tiempo, Chequia podría subordinarse a Alemania, como ha hecho Polonia en solidaridad con el líder de facto de la UE, que se imagina liderando la contención de Rusia por parte del bloque a pesar de la nueva competencia de Francia. Para ello, Praga podría adherirse al «Schengen militar» firmado el mes pasado entre Alemania, Polonia y Holanda, que facilitaría el movimiento de sus tropas y equipos a las fronteras con Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
Por el contrario, se espera que Eslovaquia mantenga su postura de principio de no implicarse más en este conflicto, lo que podría exacerbar las divisiones de la Nueva Guerra Fría entre ambos y, a su vez, empeorar sus lazos a todos los niveles. Lo simbólico de esta dinámica es que checos y eslovacos son pueblos hermanos y, sin embargo, adoptan puntos de vista diametralmente opuestos sobre la Nueva Guerra Fría. Esto demuestra que las divisiones ideológicas provocadas por la transición sistémica mundial trascienden incluso los lazos históricos más estrechos.
3. Más sobre el bombardeo de Yugoslavia
Veo que, curiosamente, Ángel Ferrero cita la entrada de Substack de Big Serge que os pasé ayer para hablar del declive del mundo unipolar que se inició con los bombardeos a Yugoslavia.
https://www.elsaltodiario.com/
25 años después del bombardeo de la OTAN a Yugoslavia: la hiperpotencia en declive
Un cuarto de siglo después de la que fue llamada Operación Fuerza Aliada contra Yugoslavia, el orden internacional ha retrocedido a favor de una carrera armamentística encabezada por Estados Unidos pero seguida también por otras potencias mundiales.
Àngel Ferrero 24 mar 2024 06:00
En su primer viaje, la tripulación de Simbad el Marino decidió calar su barco cerca de una isla, ajenos a que la isla era, en realidad, una enorme criatura marina. Cuando los marineros encendieron sus fogatas, la criatura notó el calor y se hundió en las profundidades. En el caos resultante, la tripulación consiguió llegar al barco y zarpar, pero Simbad fue arrojado al mar, sobreviviendo únicamente gracias a que se aferró a un trozo de madera que flotaba. Ernst Jünger recuerda esta historia en Sobre el dolor, donde escribe que “nosotros nos encontramos en una situación en la que hemos estado vagando durante mucho tiempo sobre un mar helado, cuya superficie comienza a resquebrajarse en grandes placas de hielo debido al cambio en la temperatura.” “De manera similar”, continúa, “la superficie de ideas abstractas comienza a ser frágil, y la profundidad de la sustancia, que siempre ha estado presente, brilla débilmente a través de las grietas y resquicios.”
En este contexto, la superficie es el derecho internacional, la sustancia, la violencia estatal. El año pasado fue, por muchos motivos, dramático en este sentido y este 2024 no parece que vaya a ser mucho mejor. En su último barómetro —publicado en mayo de 2023 y referente al 2022—, el Instituto para la Investigación Internacional de Conflictos de Heidelberg (HIIK) registró un total de 316 conflictos en el mundo, un 60% de los cuales tenían un carácter violento. Ante un panorama así, un artículo como éste puede parecer algo secundario. Con todo, el 25º aniversario de la agresión de la OTAN contra Yugoslavia permite poner las cosas en perspectiva histórica y merece ser recordado.
Como quiera que hace cinco años ya escribí para este mismo medio sobre este episodio —volviendo ahora a buscar aquel artículo veo que es uno de los que más comentarios ha recibido, entre ellos unos cuantos improperios y descalificaciones sin base hacia su autor—, no me extenderé sobre esta cuestión demasiado. Lo que acaso convenga más recordar hoy, a la luz de los acontecimientos en marcha en diversos puntos del planeta, es sobre todo cómo la Alianza Atlántica llevó a cabo el bombardeo sin una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, por lo que, en arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, puede considerarse como una agresión contra un estado soberano. Entonces se argumentó que ésta, a diferencia del resto, era una “intervención humanitaria” —por qué no hubo ni antes ni después “intervenciones humanitarias” occidentales en otros puntos del planeta en los que sus élites no tenían intereses políticos y empresariales inmediatos es algo que no nos explicaron—, y al servicio de esta se desplegó una campaña de presión a la opinión pública o, por usar una expresión más técnica, de “gestión de la percepción”, para conseguir su aquiescencia.
Este derecho a la intervención unilateral, por lo demás, había sido rechazado décadas atrás por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en su sentencia sobre el canal de Corfú, un conflicto territorial que enfrentó al Reino Unido con la República Popular de Albania. Tras registrarse varios incidentes entre buques de la Royal Navy y la Marina albana, Reino Unido realizó una operación en aguas territoriales albanas para dragar minas sin autorización de Tirana. Por citar de nuevo aquel artículo:
En su sentencia, los magistrados de la CIJ rechazaron la línea de defensa británica al considerar “el supuesto derecho de intervención exclusivamente como manifestación de una política de fuerza como las que en el pasado han dado pie a los más graves abusos y, en consecuencia, no puede, cualesquiera sean los defectos actuales en la organización internacional, encontrar lugar en la legislación internacional”. Según la CIJ, “la intervención es acaso aún menos admisible en la forma particular que asumiría aquí, pues, por la naturaleza de los hechos, quedaría reservada a los estados más poderosos y conduciría fácilmente a la perversión de la justicia internacional misma. El representante de Reino Unido, en su documento de respuesta, ha clasificado la Operación Retail como un método de autoprotección o autodefensa. La Corte no puede aceptar tampoco esta defensa”. La sentencia de la CIJ de 1949 sirvió de base para el juicio que enfrentó a Nicaragua contra EEUU en 1986 tanto por el apoyo estadounidense a la Contra como por haber colocado minas en sus aguas territoriales y haber violado su espacio aéreo.
La hiperpotencia en declive
Casi 75 años después de aquella sentencia de la CIJ, hoy vivimos en esa “perversión de la justicia internacional misma”. La elite política y económica rusa, siempre atenta a las acciones de su rival histórico, ha aprendido las lecciones de las intervenciones militares estadounidenses en los Balcanes, en Afganistán, en Iraq y en otros tantos lugares para aplicarlas en Ucrania: sin una declaración de guerra formal —los documentos oficiales y los medios de comunicación rusos emplean la expresión “Operación Militar Especial” (SBO)— y con una de las partes arrogándose el derecho a desarmar a la otra. Efectivamente, otros estados pueden sentirse hoy tentados de resolver sus propios conflictos territoriales recurriendo al uso de la fuerza de manera unilateral, gracias a que los Estados Unidos abrieron la puerta a ello en 1999 liderando la agresión militar contra Yugoslavia.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? La respuesta podría resumirse con el antiguo concepto griego de hibris, con el que se describe un comportamiento que mezcla la arrogancia y un exceso de confianza en sí mismo. La hibris lleva a quien lo afecta a desafiar las normas sociales y los dioses, conduciendo en última instancia a su propia desgracia. Como es notorio, la desintegración de la Unión Soviética en 1991, y del orden mundial en gran medida bipolar que existió entre 1948 y 1991, y del sistema de equilibrios que le era propio, convirtió a EEUU en potencia hegemónica, en solitario y aparentemente sin contrincantes en el horizonte. El a la sazón ministro de Exteriores francés Hubert Vedrine llegó a calificar entonces a los Estados Unidos de “hiperpotencia”.
La (falsa) conciencia de no poseer rivales inmediatos a sus intereses llevó a las elites estadounidenses a adoptar posiciones cada vez más agresivas en política exterior. Significativamente, estos días se ha desenterrado una comparecencia del 20 de junio de 1997 del entonces senador de Delaware Joe Biden sobre la ampliación de la OTAN en la que éste bromeaba sobre la eventual aproximación entre Moscú y Beijing como consecuencia. “Y si eso no os funciona, intentadlo con Irán”, apostilló Biden, causando risas entre los periodistas. Pero en 25 años eso es exactamente lo que ha pasado: como recogía Wolfgang Münchau en EuroBriefing, el comercio entre Rusia e Irán, dos de los países más sancionados del mundo, florece. Las exportaciones iraníes a Rusia han sobrepasado los dos mil millones de dólares y el volumen del comercio bilateral ascendió en 2023 a los 4.900 millones de dólares, según cifras de la Cámara de Comercio de Teherán. Esta relación comercial, detallaba Münchau, viene facilitada por la interconexión entre los sistemas bancarios iraní (Sepam) y ruso (SPFS) creados para sortear las sanciones occidentales.
«Después de décadas de guerra en Oriente Medio, los estadounidenses están simplemente habituados a oír sobre bajas en lugares que nunca han oído y que tampoco les importan”, escribe un comentarista conservador
Aquella “hiperpotencia” ha perdido hoy claramente su vigor. Será materia de debate entre los historiadores del futuro cuándo comenzó con mayor o menor exactitud este declive, que puede extenderse durante décadas. El periodista Mark Ames, por ejemplo, situó este momento en 2005, cuando Rusia intervino en el conflicto entre Georgia y Abjasia y Osetia del Sur a favor de estas últimas. “Hemos entrado en un momento peligroso en la historia”, escribió Ames, “unos Estados Unidos en declive están reaccionando histéricamente, aullando y chillando y montando un escándalo, desesperados por demostrar que aún tienen dientes”. “Y los tiene”, se apresuraba a añadir, “pero no de la vieja manera dominante que EEUU quiere o cree tener.” “La historia”, sentenciaba Ames, “muestra que es en este momento, cuando [un país] se desliza hacia el declive y la humillación, cuando se toman las peores decisiones, tan estúpidamente destructivas que harán que la campaña de Iraq parezca un ejercicio de entrenamiento con autos de choque en comparación.”
En cualquier caso, esta incómoda realidad es insoslayable. Quedó plasmada en la fotografía granulosa del teniente general Christopher T. Donahue subiendo por la rampa de un C-17 en el aeropuerto de Kabul como el último soldado estadounidense que abandonaba Afganistán el 30 de agosto de 2021. Detrás suyo quedaban dos décadas de ocupación que terminaron con el retorno del régimen de los talibanes, cuyo desalojo había sido el objetivo de la invasión veinte años atrás. De acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), EEUU invirtió unos 877 mil millones de dólares en el presupuesto de defensa de 2022, un 40% del gasto de defensa mundial, muy por delante de China (292 mil millones) o Rusia (86,4 mil millones). Este gasto pesa como una losa sobre el presupuesto estadounidense, exacerbando sus contradicciones internas.
La doctrina militar de las “fuerzas avanzadas” (tripwire force), que sirvió durante la guerra fría como una forma de disuasión efectiva frente a la posibilidad de una ofensiva soviética (desplegando, por ejemplo, un contingente estadounidense en Berlín occidental lo suficientemente pequeño como para ser incapaz de hacer frente a una ofensiva, pero cuyo ataque hubiese arrastrado a la fuerza a Washington a la guerra con la URSS), parece haber perdido casi toda su efectividad. Como ha escrito un comentarista conservador ruso-estadounidense, este despliegue militar en Oriente Medio, destinado a contener la influencia iraní, “es demasiado pequeño como para detener de manera creíble un ataque, pero lo suficientemente grande como para invitar a uno”. La influencia iraní no solo no ha sido frenada, sino que se ha aprovechado de las circunstancias creadas por las intervenciones estadounidenses en Iraq y Siria, no a pesar, sino a causa del mismo tipo de despliegue.
“Todo ello está siendo demostrado en tiempo real”, escribe este comentarista, “con las muestras estadounidenses de fuerza fracasando completamente a la hora de frenar las actividades iraníes.” Las bases militares estadounidenses, sigue, “han soportado un incesante ataque con misiles por parte de los proxies iraníes (ataques que han acabado con la vida de soldados estadounidenses) y el movimiento Ansarollah (los hutíes) continúa obstruyendo el comercio marítimo en el Mar Rojo a pesar de la campaña aérea limitada”. En consecuencia, “en un entorno geoestratégico en el que la disuasión ya no es creíble, las fuerzas tripwire (como las bases estadounidenses en Al-Tanf y Tower 22) dejan de ser parte de la disuasión y se convierten en meros objetivos”. Además, señala que “la muerte de soldados estadounidenses ya no inspira la indignación pública y la fiebre guerrera de antaño: después de décadas de guerra en Oriente Medio, los estadounidenses están simplemente habituados a oír sobre bajas en lugares que nunca han oído y que tampoco les importan”. Por eso, concluye, “tanto como instrumento geoestratégico como de política interna, el tripwire está acabado”.
Estados Unidos abrió en 1999 una puerta pensando que podía controlar su apertura y cierre a voluntad, solo para descubrir que otros han puesto un pie para hacer exactamente lo mismo. La arquitectura internacional de posguerra necesita una reparación y revisión seria.
Promover un multilateralismo efectivo
No se trata solo de la hipocresía sobre “el orden internacional basado en normas” de lo que en Rusia se conoce como el “Occidente colectivo”, una característica muy obvia que ha quedado completamente al desnudo con la operación militar israelí en Gaza. Como no podía ser de otro modo, la reputación de Naciones Unidas entonces sufrió y se vio gravemente afectada como resultado de la agresión militar occidental a Yugoslavia. Muchos comenzaron a verla como un organismo inútil, un ornamento moral del que se podía prescindir si las circunstancias así lo ameritaban. En los discursos de los sectores más reaccionarios del Partido Republicano —rápidamente copiados por el resto de la derecha mundial—, pero también entre algunos de los halcones del Partido Demócrata, la ONU fue presentada como una organización burocrática, demasiado lenta, ineficaz e incluso, en el caso de los primeros, comunistizante por sus metas universalistas (hoy, un Partido Republicano aún más radicalizado emplearía el término “globalistas”). Incluso algunos sectores de la izquierda parecen sumarse hoy a este discurso anti-ONU. Ahora bien, si se envía el mensaje de que las relaciones internacionales se rigen en última instancia (y en ocasiones ni siquiera eso) de acuerdo al criterio del “garrote más grande” (por emplear la expresión de Theodore Roosevelt), no puede sorprenderse uno de que el resto intenten hacerse quizá no con el garrote más grande, pero sí al menos con un garrote más grande del que tienen actualmente.
En Imperialismo humanitario, el intelectual belga Jean Bricmont destacaba la importancia de contar con el derecho internacional: “Bertrand Russell dijo que hablar de las responsabilidades de la Primera Guerra Mundial era como discutir las responsabilidades de un accidente de coche en un país sin normas de tráfico”, escribía. “La toma de conciencia de que la legislación internacional debe ser respetada y que los conflictos entre estados deberían poder ser controlados por una instancia internacional”, añadía, “es en sí misma un progreso enorme en la historia humana, comparable a la abolición del poder de la monarquía y de la aristocracia, la abolición de la esclavitud, el desarrollo de la libertad de expresión, el reconocimiento de los derechos sindicales y los de las mujeres, o el concepto de seguridad social”.
4. Entrevista a Riechmann
Con motivo de la publicación de su último libro, han entrevistado a Riechmann en EFE verde. https://efeverde.com/jorge-
Jorge Riechmann: “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista”
Publicado por: efeverde 24 de marzo, 2024 Madrid
Por Marta Montojo
Madrid.- Existen varios niveles de negacionismo climático o ecológico, sostiene el filósofo y poeta Jorge Riechmann, quien va más allá de lo que comúnmente se entiende como “negacionismo” -la negación de que existe un calentamiento global o una crisis ecológica causada por los humanos- para plantear una visión más amplia del concepto.
Un tipo superior de negacionismo, arguye Riechmann, está en el rechazo de los límites biofísicos: es decir, la idea que impregna la cultura dominante de que la economía puede o incluso debe seguir creciendo como si el planeta fuera capaz de reponer sus recursos indefinidamente.
“La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista, en este sentido. Aunque sea con disonancias, aunque de vez en cuando uno abra medio ojo y se dé cuenta de que las cosas van muy mal”, señala el filósofo en una entrevista con EFEverde.
“Dentro de ese negacionismo generalizado, vamos adelante”, agrega. “Ampliamos el aeropuerto de Barajas o construimos un mega puerto en Valencia o en otros lugares. Aunque a veces haya lo que los ingleses llaman ‘lip service’, discursos dominicales para quedar bien, esa es la senda de productivismo, extractivismo y consumismo en la que está instalada la mayoría de la sociedad”.
En “Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro)”, un ensayo que acaba de publicar la editorial Catarata, Riechmann analiza la historia y evolución de los ecologismos -donde incluye también al ambientalismo o al conservacionismo- desde los orígenes del pensamiento ecologista hasta la actualidad.
Aunque el análisis es global, repasa los inicios del pensamiento ecologista en España, en el siglo XIX, hasta los recientes debates en el movimiento ecologista, atravesados por las disputas territoriales que ha generado el despliegue de energías renovables y una brecha que se ha agrandado dentro del movimiento ecologista en los últimos años: la que separa las posturas que anticipan un colapso ya inevitable de las posiciones más “posibilistas”, que defienden que aún hay margen para frenar la debacle climática y ecológica.
Riechmann es una de las figuras más conocidas del ecologismo social en este país. Autor de varias decenas de libros de ecología política -entre los más recientes, ‘Simbioética’ (2022) y ‘Bailar encadenados’ (2023)-, compagina su incansable tarea como ensayista con la poesía, y las clases de Ética y Filosofía Política que imparte en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular. También con sus paseos frecuentes por el campo y con su participación en colectivos como Ecologistas en Acción.
Suele ir acompañado de uno o varios libros, además de un cuaderno en el que plasma reflexiones, versos, ideas o esbozos de artículos, que se mezclan con recortes de prensa subrayados y comentados por él mismo. Desde 1983, cuenta Riechmann, ha ido encadenando cuadernos de trabajo. Ahora, en marzo de 2024, va por el número 250.
Aboga por el ecosocialismo, el Decrecimiento –él lo escribe con mayúscula–, que “no va de hacer menos de lo mismo, sino de avanzar en otra dirección”; el ecofeminismo, y la defensa de la «vida buena», pero no entendida en la dirección de los «deseos expansivos» que «no tienen en cuenta los límites biofísicos del planeta», sino asumiendo la autolimitación “para dejar existir al otro (humano y no humano)”.
Así, reivindica perseguir lo que los griegos llamaban «eudaimonía». Pero, frente a los ecologismos que tratan de esquivar discursos basados en el sacrificio y despertar el deseo para ofrecer un horizonte esperanzador, Riechmann no cree que pueda haber un «ecologismo consecuente» que obvie al mismo tiempo la necesidad de cierto ascetismo.
La noción de vida buena que hay que cultivar, abunda en su libro, sería aquella relacionada por ejemplo con la riqueza en tiempo, la producción de belleza, la “libertad real”, la igualdad y la comunidad para una vida con «mucha menos enajenación».
En su caso, confía, la belleza la encuentra sobre todo en la poesía y en “la vivencia de la naturaleza” que ha disfrutado desde su infancia. Por suerte, sus padres eran montañeros y aprovechaban cada ocasión para pasear por la montaña. También la poesía llegó a su vida temprano. Con catorce años publicó ya algún poema en Síntesis, una revista de poesía del Corredor del Henares, algo que inmediatamente le “abrió mundos”.
Para él, hallar estos placeres tiene que ver “con esos encuentros clave que nos hacen ver que la versión contrahecha y jibarizada de la vida que nos propone este sistema no es la única, que uno puede ir por otros caminos”.
La derrota del ecologismo
Riechmann atribuye parte de la “derrota” del ecologismo a que cediera demasiado ante la promesa del desarrollo sostenible en la década de 1980, cuando incluso el movimiento creía que era posible y cayó en esas “ilusiones” respecto a una idea de transición energética y ecológica que incurre en lo que ahora llama un “autoengaño”.
En esa década, “cuando aún había tiempo”, Riechmann explica que incluso los autores a quienes el Club de Roma encargó el informe The Limits to Growth -especialistas de diferentes disciplinas que en 1972 publicaron aquel famoso informe que advertía sobre los límites del crecimiento- abrigaban esa esperanza de que el sistema se pudiera reformar desde dentro.
¿Habrían sido diferentes las cosas -estaría el mundo ante tal emergencia climática- si el movimiento ecologista se hubiera mantenido firme en posturas anticapitalistas en lugar de abrazar la posibilidad de un crecimiento verde? “Es difícil hacer juicios retrospectivos”, admite el filósofo, pero su impresión es que sí, que se podría haber corregido el rumbo. “En los 70 la situación estaba mucho más abierta de lo que lo ha estado a partir de los 80”, juzga.
Otro error de los ecologismos, apunta en su libro, ha sido el de “tratar de convencer al de la esquina opuesta”. Pero eso no significa que se pueda obviar la cuestión de la hegemonía, pues en este momento “crucial”, donde “nos jugamos todo”, se necesitarán políticas públicas de redistribución de recursos, de freno al extractivismo, por ejemplo, y de reorientación de prioridades para una economía que no sobrepase la capacidad de carga del planeta.
“Pero tú puedes abrigar la ilusión de que esa hegemonía se construye adoptando posiciones moderadas, buscando que los sectores menos ideologizados del campo contrario se pasen al tuyo, o no ceder en las posiciones que para ti son básicas e irrenunciables y a partir de ahí ir ampliando”, aclara.
En este sentido, critica la transformación de los partidos verdes europeos -y en concreto de los Verdes alemanes -sobre quienes Riechman escribió su tesis y un libro en 1994- desde una postura anticapitalista y pacifista con la que se fundaron en 1980 hasta adoptar una posición prácticamente neoliberal.
El problema, precisa, no está en los partidos en sí o en la política electoral que éstos puedan hacer, pues eso “también es necesario”, admite. “El problema es que el sistema político es extremadamente resistente al cambio y se ha mostrado muy capaz de ir deglutiendo aquellas iniciativas de partido y electorales que querían ir a otro lugar».
Así, “las fuerzas que en el partido verde alemán impulsaban un cambio sistémico se volvieron minorizadas, fueron expulsadas o algunas dejaron el partido, lo que dio lugar a un partido liberal verde”. Esto fue, lamenta Riechmann, especialmente relevante dado el peso que tenían los Verdes alemanes en el resto de formaciones ecologistas europeas.
Construir movimiento social
Riechmann, que ha sido detenido y encausado por participar en varias acciones de desobediencia civil no violenta en protesta junto a Extinction Rebellion dada la inacción climática, llama a la movilización como forma no ya de sortear el colapso civilizatorio -algo que no considera realista- sino de evitar que lleguemos a “la peor de las distopías”.
Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales”, escribe en su último ensayo. “Presentarlos como cuestiones técnicas –así lo hace sistemáticamente la cultura dominante– es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un “capitalismo verde”–pero esa expresión es un oxímoron–. Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social”.
El ecologismo, valora Riechmann, se ha mantenido casi siempre en una postura más defensiva que constructiva, una tendencia que, de manera general, no ha logrado revertir. “Está intentando detener una insensatez aquí, una locura allá, el enésimo megaproyecto más allá, con fuerzas insuficientes. Entonces intenta articular unas pocas defensas dentro del avance de una mega maquinaria que desde los 1980 no ha parado”.
Sin embargo, hay ejemplos positivos que pueden resultar inspiradores (aunque no siempre puedan trasladarse a otros contextos), entre los que cita los movimientos de reconstrucción indígena o, en lugares como Europa, los feminismos y ecofeminismos desde la década de los 1970, o los movimientos de defensa del territorio.
Pero ¿por qué movilizarse si ya está todo perdido? “Incluso en las peores situaciones, siempre tenemos cierto margen de acción”, asegura el filósofo. “Organizarse para luchar, aunque sea en luchas defensivas, aporta mucho a las personas también. Uno puede estar perdiendo una batalla y aun así eso tiene sentido. La clave es no quedarse solo, no quedarse aislados, aisladas, sino buscar esos contextos de acción colectiva donde se encuentre sentido”.
En las sociedades “básicamente nihilistas” en las que vivimos, opina Riechmann, satisfacer ese hambre de sentido en la lucha por el bien común forma parte de “cualquier clase de vida buena, aunque uno esté en malas condiciones objetivas”. EFEverde
5. Contra el «fundamentalismo de mercado».
Reseña crítica en Terrestres de un libro sobre los esfuerzos de la patronal estadounidense para promocionar el libre mercado y atacar la participación del estado en la economía.
Cómo la patronal estadounidense promovió el «libre mercado»
En «El gran mito», los historiadores Naomi Oreskes y Erik Conway ofrecen un relato edificante de los esfuerzos realizados por la patronal estadounidense a lo largo del siglo XX para promover una ideología antiestatal y promercado. Pero aunque la tesis es ambiciosa, su demostración sigue siendo insuficiente.
Thibault Le Texier 18 de marzo de 2024
Sobre Naomi Oreskes y Erik M. Conway, Le Grand mythe. Comment les industriels nous ont appris à détester l’État et à vénérer le libre marché, traducido por É. Roy, París, Les liens qui libèrent, 2024 [2023], 699 páginas.
La larga historia de una ideología miope
Este libro recorre la historia estadounidense del «fundamentalismo de mercado» y sus aplicaciones. Según las diversas variantes de esta ideología, el Estado es tiránico; su intervención en la economía es contraproducente (incluso cuando los mercados fracasan); los mercados son más democráticos que las elecciones; la empresa privada es eficiente y justa; y sólo la empresa privada encarna el espíritu de iniciativa que impulsa la economía estadounidense. En resumen, los mercados sólo tienen buenas cualidades y los gobiernos sólo malas.
La primera parte del libro examina la cristalización de esta ideología en las décadas de 1920 y 1930. El primer capítulo recuerda la oposición de los industriales a los esfuerzos del gobierno por acabar con los monopolios, impedir las prácticas comerciales dudosas y mejorar las condiciones laborales de los trabajadores. En los años veinte, para justificar su oposición a las medidas destinadas a limitar el trabajo infantil, el Médef estadounidense de la época (la National Association of Manufacturers, o NAM) llegó a invocar el riesgo de que el Estado «nacionalizara» a los niños arrebatándoselos a sus familias y colocándolos en escuelas públicas, donde aprenderían a convertirse en «verdaderos comunistas» (folleto de 1924 citado en la p. 45).
En los años veinte», relata el segundo capítulo, «las compañías eléctricas estadounidenses habían abandonado en gran medida el campo por no ser rentable. Menos del 10% de los agricultores estadounidenses tenían acceso a la electricidad, frente a casi el 70% de los agricultores del norte de Europa, donde la electricidad era generalmente producida y distribuida por el Estado (p. 60). Para impedir la adopción de ese modelo en Estados Unidos, otra organización profesional, la National Electric Light Association (NELA), no escatimó esfuerzos. Entre 1921 y 1927, publicó 12.784 editoriales patrocinados por la industria (p. 76), que también se dirigieron a profesores e investigadores: la NELA encargó estudios favorables al sector privado; hizo campaña para sustituir los manuales escolares críticos por manuales favorables a la empresa (en ocasiones financiados por la industria); ejerció presión para revisar los planes de estudios de la enseñanza secundaria y superior en el mismo sentido; y distribuyó subvenciones para poner en marcha o ampliar cursos universitarios de economía y administración de empresas. En todos los casos, el objetivo era el mismo: promover el capitalismo, desacreditar la intervención del gobierno en la economía y encubrir a los industriales sospechosos o acusados de conducta delictiva.
Como muestran los dos capítulos siguientes, los industriales también fueron a la guerra contra el New Deal, con la ayuda de especialistas en relaciones públicas como Edward Bernays. Para manipular la opinión pública, estos industriales utilizaron encuestas de opinión falsas, dirigieron de forma encubierta las llamadas asociaciones de ciudadanos, publicaron artículos simpatizantes en la prensa y financiaron caricaturas en los periódicos. El NAM también produjo series radiofónicas, noticiarios para televisión y cine, así como cortometrajes y películas de ficción que glorificaban la libre empresa1. Según los autores, la mitad de la población estadounidense había estado expuesta a las comunicaciones de la NAM a principios de los años treinta (p. 129). A partir de 1939, esta asociación comercial promovió el «trípode de la libertad», que uno de sus dirigentes resumió de la siguiente manera: «La libre empresa es inseparable de nuestra democracia y es fuente de bendiciones y beneficios tanto como nuestras otras libertades: libertad de expresión, libertad de prensa y libertad religiosa». (citado en la p. 1552) Tocar el principio de la libre empresa era embarcarse en una pendiente resbaladiza que conducía directamente al socialismo más despótico.
La segunda parte del libro está dedicada a la expansión del fundamentalismo de mercado. El quinto capítulo recuerda la trayectoria americana del economista austriaco ultraliberal Ludwig von Mises, para quien sólo había una alternativa: el laissez-faire o el totalitarismo. Los libertarios estadounidenses apoyaron a von Mises, sobre todo consiguiéndole un puesto en la Universidad de Nueva York, que financiaron hasta su jubilación. Friedrich Hayek, antiguo asistente y protegido de von Mises, también se benefició de este apoyo. El libro recorre en detalle la carrera americana de su libro más famoso, Camino de servidumbre. Este panfleto antisocialista fue promovido por un hombre de negocios que, en 1945, financió una gira de cinco semanas de Hayek por Estados Unidos, incluida una conferencia ante dos mil personas retransmitida por radio. Ese mismo año, Reader’s Digest, con una tirada de casi nueve millones de ejemplares, publicó una versión muy condensada del libro, que equiparaba la planificación socialista con el nazismo, antes de que apareciera una versión en cómic que logró la proeza de ser aún más caricaturesca.
A continuación, los autores se centran en las novelas infantiles de la escritora Rose Wilder Lane. Estas obras, de las que La pequeña casa de la pradera es la más famosa, presentaban el Oeste americano como un territorio «disponible» y describían a los pioneros como trabajadores y ferozmente independientes, dejando de lado al ejército y su papel en el desplazamiento y erradicación de la población india.
El séptimo capítulo está dedicado al «libertarismo cristiano», que los autores examinan a través de los estudios de caso de la Movilización Espiritual y la Fundación Cristiana por la Libertad, que contaron con el apoyo de varios industriales. El libro también se ocupa del pastor Norman Vincent Peale, famoso promotor del desarrollo personal y la libre empresa, y del no menos famoso Billy Graham, que fue uno de los fundadores de la revista Christian Today, lanzada en 1956 para contrarrestar a The Christian Century, considerada demasiado liberal.
A continuación, el octavo capítulo vuelve al cine. En las décadas de 1940 y 1950, cineastas y empresarios libertarios utilizaron la censura, la intimidación y la propaganda para intentar popularizar el principio del libre mercado. Mientras que muchas películas de los años 30 ofrecían una imagen poco halagüeña del mundo de los negocios, las de los años 50 eran mucho más favorables, bajo el efecto combinado de las purgas anticomunistas dirigidas por el FBI en Hollywood y la propaganda difundida por asociaciones como la Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals, para la que la novelista libertaria Ayn Rand redactaba los códigos de censura. En televisión, el programa General Electric Theater, toda la gloria del capitalismo y de General Electric, tuvo un gran éxito; a partir de 1954, fue presentado por un actor en decadencia que se convirtió al fundamentalismo de mercado, Ronald Reagan.
El noveno capítulo muestra cómo los industriales desempeñaron un papel fundamental en la financiación y el crecimiento de la Escuela de Chicago, que promovía enérgicamente una concepción muy liberal de la economía. Tras presionar a la Universidad de Chicago, el empresario que había organizado la gira de Hayek en 1945 consiguió un puesto para él y financió su salario durante diez años. El economista George Stigler, contratado en Chicago en 1958 gracias a las donaciones del propietario de las farmacias Walgreen’s, publicó una versión condensada de la obra fundamental de Adam Smith, La riqueza de las naciones, con los pasajes en los que aboga por regular las situaciones en las que el interés propio socava el interés general y por subvencionar los bienes públicos que los mercados por sí solos no pueden proporcionar o mantener.
Milton Friedman, contratado en la Universidad de Chicago poco antes que Hayek, publicó Capitalismo y libertad, que se convirtió instantáneamente en un clásico del pensamiento conservador, como se relata en el décimo capítulo. Publicado en 1962, en pleno auge del keynesianismo, este bestseller defendía la absurda idea de que el mercado es la única fuente de creatividad e innovación. Friedman se convirtió en el economista más influyente de su generación gracias a este libro, y se convirtió en una estrella en 1980 gracias a su propio programa de televisión, Free to Choose, financiado en gran parte por fundaciones conservadoras y empresas como General Motors, Firestone y Pepsi.
La tercera parte del libro relata la aplicación del fundamentalismo de mercado en Estados Unidos, que inicialmente adoptó la forma de una cascada de desregulaciones. El demócrata Jimmy Carter abrió las hostilidades liberalizando el suministro de gas, el transporte aéreo, el transporte por carretera y las finanzas, lo que hizo bajar los precios pero debilitó a los sindicatos y aumentó la concentración empresarial. Su sucesor, el republicano Ronald Reagan, hizo algo más que liberalizar los precios. Socavó las leyes de protección del medio ambiente, la salud y la seguridad, con el estímulo de una multitud de think tanks, fundaciones y asociaciones antiestatistas, que florecieron a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 gracias al despilfarro de las grandes empresas y los multimillonarios. En los años 90, el demócrata Bill Clinton no invirtió la tendencia – los autores incluso lo describen como un «neo-neoliberal» (p. 477). Primero desreguló las telecomunicaciones, lo que concentró los medios de comunicación y polarizó el debate público, y después los mercados financieros, dejando a los bancos de depósito, los bancos de inversión, los agentes de bolsa y las compañías de seguros libertad para fusionarse a su antojo, sin que el regulador de la Bolsa tuviera medios para controlar a estos nuevos gigantes financieros y sus productos financieros de alto riesgo. Con las consecuencias que conocemos.
En la cuarta sección, con mucho la más breve, los autores culpan al fundamentalismo de mercado de la desconfianza generalizada hacia la ciencia. Pero para ellos, «los ámbitos en los que la gente está pagando el precio de este exceso de confianza en los mercados y de desconfianza en el Estado son innumerables» (p. 519): la crisis de los opioides, la violencia armada, la obesidad, los disruptores endocrinos, el fraude, el millón de muertos por Covid, la desigualdad, el cambio climático y «ciudadanos ansiosos e infelices» (p. 540). Para resolver estos problemas, los autores piden un nuevo New Deal. Y concluyen: «Los mercados son una herramienta poderosa a la que seríamos tontos si renunciáramos, y a veces funcionan bastante bien, pero hay que controlarlos» (p. 553).
Un recordatorio útil
El libro no carece de interés. Documentado, ágil, bien escrito (y bien traducido), ofrece una edificante descripción de episodios a menudo poco conocidos de la historia de Estados Unidos y resume para un amplio público una batería de críticas dirigidas a los fundamentalistas del mercado, que nunca han tenido miedo de la mala fe, el atropello o las afirmaciones abusivas.
Los autores señalan que la retórica de los fundamentalistas del mercado es a menudo vaga y engañosa, por ejemplo cuando invocan la «libre empresa» sin especificar si esta expresión significa también la libertad de contaminar o de estrangular a los competidores potenciales. Señalan las falacias de la «magia de los mercados», la «economía del goteo» y la idea de que los recortes fiscales estimulan mecánicamente la economía. Por el contrario, señalan que el gasto público no conduce necesariamente a la inflación o a un crecimiento lento. Señalan el doble rasero que relativiza las imperfecciones del mercado mientras exagera los fallos de la intervención pública. Nos recuerdan que capitalismo y democracia no van necesariamente unidos. Señalan que en 1945 todavía era posible creer que la restricción de las libertades económicas conduciría necesariamente a una disminución de las libertades políticas, pero que esta visión era absurda en los años sesenta, ya que las democracias europeas habían demostrado lo contrario. Recuerdan las virtudes del proteccionismo para los países en desarrollo y, en particular, para Estados Unidos en el siglo XIX. Recuerdan que las primeras grandes empresas fueron creaciones del Estado, ya fuera construyendo carreteras y puentes, excavando canales o planificando la red ferroviaria. Señalan las contradicciones de los partidarios de menos gobierno que aumentan el gasto público: el presupuesto del ejército, por ejemplo, aumentó un 75% con Reagan3. También señalan que los departamentos de economía estadounidenses nunca han sido muy abiertos a los críticos del capitalismo, y que Harvard incluso se deshizo de sus economistas heterodoxos en dos ocasiones a lo largo del siglo XX. Y nos recuerdan la hipocresía de los intelectuales que alaban la libre competencia pero hacen carrera gracias a privilegios especiales (como von Mises y Hayek), de los que exaltan la libre expresión mientras intentan censurar a sus oponentes (como Ayn Rand), y de los que se preocupan por la concentración de poder en manos del Estado pero no en manos de las multinacionales (como Friedman).
Como la mayoría de estas críticas son bien conocidas, es lamentable que estos recordatorios no aporten ninguna perspectiva original. Al contrario, el libro concluye con algunas preguntas que parecen un poco ingenuas. «Llegados a este punto, estamos tentados de preguntarnos: ¿creían realmente en la libertad los hombres y mujeres de esta historia? O, dicho de otro modo, ¿la libertad de quién defendían? (p. 530) Los autores parecen haber creído por un momento que las llamadas a la libertad de los industriales eran desinteresadas. «Incluso tenemos derecho a preguntarnos si, al final, todo esto tuvo alguna vez algo que ver con el capitalismo, o incluso con la libertad. ¿No estamos más bien ante un movimiento de defensa de las prerrogativas industriales -o de la libertad del capital y de los capitalistas- que no habría conocido interrupción, sino que habría cambiado constantemente de forma?» (p. 511).
Estas preguntas son menos ingenuas de lo que parecen. Por supuesto, está claro que la retórica antiestatal y promercado son a menudo meros eslóganes que ocultan estrategias muy diferentes para poner el Estado y los mercados al servicio de las empresas más poderosas. Por ejemplo, las empresas que atacan las regulaciones públicas desfavorables y critican el «intervencionismo» también saben cómo utilizar el Estado para preservar su cuota de mercado, aumentar las subvenciones públicas, construir y mantener infraestructuras, financiar investigaciones arriesgadas, hacer cumplir los contratos, abrir mercados extranjeros o pagar costosos rescates. La periodista Jane Mayer ha mostrado, por ejemplo, cómo los hermanos Koch, que se han convertido en los principales financieros de la derecha conservadora estadounidense y se presentan como libertarios de línea dura, defienden con uñas y dientes las exenciones fiscales y las subvenciones que favorecen a su imperio petrolero, que además obtuvo contratos públicos por valor de casi 100 millones de dólares en la década de 20004.
Pero aunque los fundamentalistas del mercado se beneficien de la aplicación de esta ideología y puedan contradecirla en la práctica, es posible que crean sinceramente en ella, como muchos otros estadounidenses. De hecho, eso es lo que hace que estos eslóganes sean tan poderosos: se hacen eco de un respeto por la propiedad, un culto a la iniciativa individual, una celebración de la abundancia y una desconfianza hacia el Estado que llevan mucho tiempo arraigados en la cultura estadounidense. Como veremos, el libro se habría beneficiado de desvelar estas profundas raíces populares del fundamentalismo.
Eficacia exagerada del discurso
Por el contrario, el razonamiento de los autores se basa en una concepción mecánica y cuantitativa de la propaganda. Básicamente, cuanto más se gasta, más se influye. Así, el libro afirma sin demostrar que, «en la medida en que financian proyectos que les interesan, las ideas que benefician a los ricos tienen más probabilidades de prosperar que las ideas que benefician a los pobres» (p. 215), ignorando las numerosas doctrinas que benefician a los pobres que han prosperado a lo largo de la historia sin el apoyo de donantes ricos. Del mismo modo, a ojos de los autores, «ser rico no sólo proporciona más poder adquisitivo, sino más poder cultural, en la medida en que los eruditos y otros intelectuales se encuentran entre las cosas que puedes poner en tu cesta de la compra» (p. 539). (p. 539) Esto también es discutible, ya que los científicos sociales suelen estar menos orientados hacia el sector privado que hacia el Estado y su financiación perenne5, mientras que los intelectuales hace tiempo que se distanciaron del liberalismo económico y del interés material en favor del interés general6.
Según los autores, «los expertos en marketing saben muy bien que cualquier mensaje, por falso que sea, resulta convincente si está bien elaborado y se machaca implacablemente» (p. 540). (p. 540) Se trata, en efecto, de una de las promesas autopromocionales de Bernays (p. 313), que los autores deberían haberse tomado con humor. La realidad es más complicada. «Lo que la investigación sobre la comunicación de masas nos ha enseñado en sus tres décadas de existencia es que los medios de comunicación de masas son mucho menos poderosos de lo que pensábamos7 «, concluía ya en 1960 uno de los principales nombres de este campo. Y uno de sus colegas lo confirmaba ese mismo año: «la investigación sobre la comunicación indica claramente que la comunicación de masas suele reforzar más las opiniones públicas predominantes que cambiarlas8 «. En otras palabras, el marketing funciona mejor cuando predica a los conversos.
Para difundir su ideología lo más ampliamente posible, los fundamentalistas del mercado la han basado en afirmaciones que tocan la fibra sensible del pueblo estadounidense, como acabamos de ver, y que comparten tanto la derecha como la izquierda. Esta ideología no se inventó de la nada en los años veinte, como los autores admiten en ocasiones. Tampoco fue impuesta por la fuerza: al contrario, floreció porque encontró un caldo de cultivo popular que la acogió favorablemente. Al libro se le puede reprochar que estudie la oferta ideológica sin fijarse en la demanda, reduciendo al pueblo estadounidense a receptor pasivo de la retórica patronal.
Armados con su concepción mecánica y cuantitativa de la propaganda, los autores se afanan en explicar por qué estos discursos tuvieron escaso efecto en la opinión pública entre los años veinte y los setenta, antes de ser acogidos por una gran parte de la población. Según los autores, el contexto desempeñó un papel, pero fue sobre todo «debido al constante ruido de fondo producido por el fundamentalismo de mercado». Debido a esta retórica dominante a la que muchos de nosotros, a fuerza de haber estado expuestos a ella, hemos llegado a adherirnos». (p. 530) En otras palabras, tras una progresión lenta y subterránea a lo largo de dos generaciones, estos discursos habrían acabado por aflorar a la superficie y sumergir al país.
Esta afirmación plantea varios problemas. En primer lugar, al presentar sucesivamente un discurso, luego los esfuerzos por difundir este discurso y, por último, las decisiones que parecen aplicar estos discursos, los autores sugieren que los discursos produjeron los hechos, pero no lo demuestran. Los autores tampoco discuten la tesis opuesta, según la cual las desregulaciones de los años setenta y ochenta estuvieron impulsadas menos por la ideología que por una mezcla de pragmatismo, experimentación, improvisación y luchas de poder. Como señalan dos profesores de ciencias políticas, por ejemplo, el repudio de la economía mixta keynesiana no se debió a una «invasión gradual de ideas»: «las nuevas ideas prevalecieron porque se encontraron y animaron poderosos intereses económicos cada vez más influyentes dentro de la política estadounidense9».
En segundo lugar, esta afirmación ignora una serie de factores importantes: el creciente protagonismo de la economía en los discursos y decisiones de los presidentes estadounidenses desde el New Deal (por ejemplo, Clinton habló unas seis veces más de economía en sus discursos públicos que Truman y Eisenhower)10; el papel de los economistas en las decisiones políticas, ya que han ganado importancia en Washington desde los años 50 y su vulgata se ha extendido al gran público, apoyada por una floreciente prensa económica que desde hace tiempo es consciente del importante papel del Estado en la economía11; las guerras de capillas y las modas intelectuales, que han visto a los politólogos, por ejemplo, proclamar periódicamente el fin del Estado y su resurgimiento desde los años 7012; el crecimiento del Estado federal entre los años sesenta y los noventa, y la resistencia que provocó13 ; el auge del «Estado sumergido» en Estados Unidos, que opera cada vez más a través de exenciones fiscales, garantías de préstamos privados, subcontratistas y otros intermediarios, ocultando el verdadero papel de los poderes públicos a los ojos de los ciudadanos estadounidenses14 la influencia de la contracultura y la crítica a la autoridad15 ; el auge de las finanzas16 ; la impotencia de las soluciones keynesianas frente a la estanflación provocada por la crisis del petróleo de 1973, y el debilitamiento del Estado estadounidense tras el Watergate y la guerra de Vietnam (brevemente mencionado en la p. 370 )17 ; o el desempoderamiento de los políticos frente a las crisis sociales y fiscales de los años 197018.
Por último, esta afirmación es incompleta. Ignora el resurgimiento del Estado estadounidense y las virulentas críticas al neoliberalismo desde la crisis de 2008, que los autores apenas mencionan. No explica qué estadounidenses han acabado abrazando el fundamentalismo de mercado, ni por qué. Tampoco explica por qué la opinión pública ha dado un giro tan repentino: en 1964, tres cuartas partes de los estadounidenses decían confiar en que Washington hiciera lo correcto la mayoría de las veces, pero en 1976 sólo lo hacía el 40%19. Y, en general, esta afirmación se basa en una historia demasiado fragmentaria para resultar plenamente convincente.
Amalgamas y normalización
Tras la expresión vaga y peyorativa de «fundamentalismo de mercado», los autores amalgaman una serie de fenómenos dispares como la defensa de los intereses industriales, el principio de la libertad del capital, el conservadurismo, el libertarismo, el neoliberalismo, el capitalismo, la apología de la libre empresa, la «ideología del libre mercado», la reivindicación de derechos económicos, la crítica de los impuestos o incluso la «ideología antirreglamentaria y antiestatal». En función de las necesidades de su argumentación, los autores hacen hincapié en una u otra de estas facetas – por ejemplo, la responsabilidad individual, identificada al principio del libro como uno de los «grandes temas del pensamiento conservador» del siglo XX (p. 55), desaparece posteriormente casi por completo. Sin definir claramente los contornos del fundamentalismo de mercado, el libro da a menudo una impresión de flotación.
De hecho, el fundamentalismo de mercado es menos una ideología coherente y estable que un agregado de afirmaciones cambiantes, heterogéneas y a veces contradictorias, a las que los estadounidenses están lejos de suscribir en masa. Por ejemplo, según una encuesta realizada hace unos quince años, el 53% de los estadounidenses encuestados estaban de acuerdo con la idea de que «el libre mercado es el mejor sistema para generar riqueza» (el 19% estaban en desacuerdo y el 28% se mostraban neutrales), pero el 51% también estaban de acuerdo con la idea de que «las grandes empresas distorsionan el funcionamiento de los mercados en su propio beneficio» (el 18% estaban en desacuerdo y el 30% se mostraban neutrales)20 . En otras palabras, los estadounidenses pueden defender el libre mercado a la vez que desconfían de las grandes empresas. Del mismo modo, una encuesta realizada al mismo tiempo entre activistas del Tea Party mostraba que una mayoría se oponía al gobierno y a los impuestos, al tiempo que apoyaba la Seguridad Social, las pensiones de los veteranos y Medicare21.
El libro también exagera la unidad y la constancia de la oposición de la comunidad empresarial al Estado. Tras citar un panfleto de 1949, los autores escriben que «a lo largo de las décadas siguientes, los líderes empresariales estadounidenses no dejarían de glorificar los mercados desregulados y la libertad empresarial», de abogar por un gobierno limitado y una fiscalidad mínima, y de fustigar las medidas públicas para proteger a los trabajadores, los consumidores y el medio ambiente (pp. 162-163). En realidad, entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1970, los líderes empresariales estadounidenses estaban lejos de hablar con una sola voz, y la mayoría de ellos resolvieron cooperar con los sindicatos y el gobierno22.
Además, si los autores unifican erróneamente el discurso empresarial, también unifican erróneamente los intereses de las empresas estadounidenses, que distan mucho de ser siempre convergentes. Por ejemplo, la liberalización mundial de las finanzas es una bendición para los grandes bancos, pero no necesariamente para el sector industrial, al que los capitales muy móviles someten a imperativos de rentabilidad a corto plazo, al tiempo que empujan a los países extranjeros hacia el proteccionismo. Del mismo modo, la reducción de las barreras aduaneras puede beneficiar a las multinacionales pero perjudicar a las PYME. Y la normativa puede favorecer a las empresas de nueva creación en detrimento de las ya establecidas. El libro no se preocupa de estos matices.
Una historia desigual
El libro es fragmentario e impresionista, menos un gran fresco que una yuxtaposición de viñetas a menudo edificantes pero mal conectadas, y cuya representatividad es cuestionable.
Al concentrarse en el periodo 1920-2000, los autores dejan en la sombra el antiestatismo de los Padres Fundadores y el frustrado crecimiento del Estado estadounidense en el siglo XIX, así como el descrédito del fundamentalismo de mercado tras la crisis de 2008 y el Estado fuerte prometido por los presidentes posteriores, todo lo cual socava la tesis del libro. Las presidencias de Barack Obama y Donald Trump apenas se mencionan, mientras que los poderosos hermanos Koch, que han encabezado el conservadurismo pro-empresarial durante veinte años, sólo se mencionan una vez. Temas importantes como el libertarismo cristiano, las imágenes transmitidas por Hollywood y la financiación de los economistas por los industriales sólo se estudian en el periodo 1940-1950. Del mismo modo, el libro presta mucha atención a la NAM, pero apenas a la Business Roundtable, una de las asociaciones profesionales más poderosas desde los años setenta23. Los intelectuales influyentes sólo se mencionan en notas (como Walter Lippmann y Robert Nozick) o se ignoran por completo (como Daniel Bell, Irving Kristol y James Buchanan)24 . Los autores tampoco estudian la superficie, la cohesión y la violencia de los medios de comunicación conservadores durante el último medio siglo (nunca se menciona a Rupert Murdoch), ni su influencia en el fondo y la forma del debate público en Estados Unidos25.
Los autores también podrían haber señalado que el «gran gobierno» ha respondido a menudo a las «grandes empresas». Se han creado numerosas leyes para permitir que las empresas funcionen sin problemas (derecho de sociedades, derecho de distribución, derecho bursátil, etc.), o para limitar los daños que causan (derecho laboral, derecho del consumidor, derecho medioambiental, etc.)26 . La genialidad de los conservadores es que han sustituido la oposición entre gobierno y patronal por la oposición entre gobierno y pueblo.
El lugar del Estado y del capitalismo en las doctrinas protestante y católica es otro punto ciego. Lo mismo ocurre con la terciarización y la financiarización de la economía americana, a menudo reducida al sector industrial – sin duda porque los autores son sensibles a las cuestiones medioambientales. En su momento álgido, a mediados de los años cincuenta, los miembros de los sindicatos representaban a uno de cada tres trabajadores estadounidenses; aunque desde entonces su número ha descendido a uno de cada diez, siguen gozando de gran popularidad27.
Estas numerosas deficiencias, a menudo injustificadas, dan la desafortunada impresión de que los autores han favorecido la selección de casos.
¿Un buen uso de la ciencia?
Uno de los talones de Aquiles de industriales y conservadores es que tienen que mentir a la opinión pública para ganársela. Incapaces de admitir que quieren deshacerse de las regulaciones para obtener más beneficios, o que son los grandes beneficiarios de la creciente desigualdad económica y de la debilidad de las regulaciones medioambientales, recurren masivamente a la desinformación, la falsedad, los «hechos alternativos» y la falsificación de la opinión.
Esta estrategia otorga un papel preponderante a la ciencia, de la que cabe esperar que someta estas manipulaciones a la luz abrasadora de los hechos probados, como hicieron los autores en su libro dedicado a los científicos que pusieron en duda los peligros de los cigarrillos, los efectos de la lluvia ácida o la realidad del cambio climático28. En este libro, en cambio, los autores optan por contraponer una forma de propaganda a otra, si tomamos su definición de «propaganda» como información «de carácter tendencioso o engañoso, utilizada para promover o publicitar una determinada causa política o punto de vista» (p. 587).
De hecho, el libro no es una «intervención académica», como admiten los autores en la edición original del libro, sino un gesto militante: se trata de tomar partido en una «batalla ideológica» (p. 20). Y para ello, los autores cuentan historias más que hacen historia, a riesgo de ser tendenciosos y defender un punto de vista político particular.
Esto es especialmente llamativo en el último capítulo del libro. Al culpar de muchos males estadounidenses al fundamentalismo de mercado, como la obesidad, la violencia armada, el fraude y los disruptores endocrinos, los autores acaban tomando atajos excesivos. El fundamentalismo de mercado, por ejemplo, sería el responsable de que, según una encuesta de 2018, el 73% de los empleados del parque Disneyland de Anaheim no pudieran permitirse vivir cerca, lo que los autores consideran «criminal» (p. 524). Aventurándose en territorio político, la conclusión aboga por «soluciones basadas en una fiscalidad elevada y una reglamentación estricta» (p. 548), antes de concluir con un mandato que da la impresión de haber guiado toda la obra de los autores: «Ha llegado el momento de rechazar el mito del fundamentalismo de mercado» (p. 555).
Dos páginas más adelante, los agradecimientos confirman esta impresión. Descubrimos que fue un antiguo senador, ahora Presidente de la Fundación de las Naciones Unidas, quien sugirió el tema del libro. Tras elogiar su anterior libro sobre la desconfianza hacia los científicos que destilan ciertas grandes empresas, dijo a los autores: «Tenéis que explicarnos cómo podemos resolver el problema» (p. 557). Y se pusieron manos a la obra. «Poco a poco, nos dimos cuenta de que lo que le faltaba a Estados Unidos (y al mundo) eran las políticas adecuadas para llevar a cabo una transición rápida y radical hacia una economía verde, algo parecido a lo que había hecho el New Deal con la electrificación del país. Pero éstas sólo podrían desarrollarse si abandonábamos la idea de que «el crecimiento en gran medida no regulado de los mercados y las tecnologías» era la única salvación, como decía el Wall Street Journal. Así que nos planteamos otra pregunta: ¿qué lleva a tanta gente a creer tal cosa? [Este libro es la respuesta a esa pregunta. (p. 558) El libro se concibió, pues, como un arma política. El diagnóstico precedió al análisis. Y el remedio – mercados mejor regulados y un Green New Deal – se prescribe como algo natural, sin ser demostrado y sin considerar la posibilidad de prescindir de los mercados.
Este enfoque me parece problemático. No sólo debilita la cuestión, porque no se trata tanto de estudiar científicamente las mentiras como de oponer una opinión a otra; también socava la credibilidad de la ciencia, que se reduce al nivel de un discurso comunicativo y se explota con fines políticos. Profesores de historia de la ciencia que abogan por confiar en la ciencia a pesar de sus imperfecciones29 , los autores aquí presentes parecen creer que no podemos confiar en la ciencia para ganar la batalla de las ideas.
Soy consciente de que probablemente esto no es lo que queréis oír los que leéis Terrestres. Muchos de vosotros probablemente pensáis que los científicos sociales necesitan entrar en la arena política y utilizar su autoridad para la causa correcta, ahora más que nunca. Son preguntas difíciles: ¿cómo podemos hacer ciencia social en un momento en que el planeta está ardiendo? ¿Y cómo hacerlo sin apartarnos del mayor número de personas?
Desde un punto de vista científico, lo primero que podemos denunciar es el hecho de que algunos autores se beneficien del prestigioso patrocinio de la ciencia, al tiempo que eluden sus limitaciones para hacer más edificante su relato. Ya se trate de un historiador o de un sociólogo, de un politólogo o de un economista, es posible escribir de forma clara y atractiva sin ser reductor, excesivo o incompleto. En cambio, parece mucho más difícil entablar una batalla política o ideológica sin evitar los sesgos epistemológicos del activismo (maniqueísmo, parcialidad, sesgo de confirmación, cherry picking) y sin ceder a la idea, pregonada por los «mercaderes de la duda», de que la ciencia es política e ideológica.
Instrumentalizar las ciencias sociales, incluso en nombre de las mejores intenciones del mundo, significa correr el riesgo de producir conocimientos defectuosos y perder la confianza del público. Nos guste o no, las ciencias sociales deben describir y explicar la sociedad, no resolver sus problemas. Los científicos sociales pueden hacer campaña, manifestarse, votar y presentarse a las elecciones en su lugar de trabajo o en privado, pero no pueden imponer una finalidad moral o política o terapéutica a su investigación sin socavar los ideales científicos de independencia e imparcialidad en los que se basa. En un momento en que los conflictos ideológicos hacen estragos y la emergencia climática ruge, la tentación de utilizar la ciencia como arma es fuerte. Pero mientras en la contraportada de sus libros aparezca el título de científico y no declaren en la introducción que hablan a título privado, los científicos no pueden eximirse de las limitaciones de la ciencia.
Esto puede parecer una ilusión. Al fin y al cabo, los investigadores en ciencias sociales no viven en una burbuja al abrigo de la furia del mundo. Como todo el mundo, tienen sus propias historias, hábitos, creencias, sensibilidades, emociones, relaciones, ambiciones, estrategias y dudas, todo lo cual influye en su elección de temas, métodos y estilo de redacción. Y eso sin contar los obstáculos que entorpecen o sesgan su trabajo: la falta de financiación, la inseguridad, los problemas materiales, la burocracia, la falta de tiempo, la sobreproducción de artículos insignificantes, los imperativos de los donantes, el conformismo, el seguidismo borreguil de las modas intelectuales, el corporativismo, el entre-soi, la miopía disciplinaria, la adhesión doctrinaria a un paradigma, las debilidades metodológicas, la pobreza estilística, la tosquedad conceptual, la teorización azarosa, la tentación ensayística, la necesidad de reclutar alumnos y discípulos, las luchas intergeneracionales, los resultados juzgados por el estado de ánimo del momento, el sentido de urgencia, las llamadas a la acción, el impacto social probado o temido, los intentos de recuperación política, etc. Por no hablar de los numerosos sesgos que distorsionan la recepción del trabajo científico por parte de los periodistas, el público en general y los políticos30…
Para algunos, estas imperfecciones exigen vigilancia: aunque las opiniones de los investigadores impregnan inevitablemente su trabajo, no deben utilizarse como punto de partida, brújula o destino. Para otros, estas imperfecciones justifican cualquier desviación: si la ciencia es impura, ¿para qué molestarse en pruebas, demostraciones, refutaciones, metodologías y lógica? Por desgracia, la elección entre una u otra de estas posturas parece ser ahora una cuestión de creencias. Peor aún, incluso la ciencia parece haberse convertido en una creencia más. Razón de más para defender los ideales de independencia e imparcialidad.
Notas
- Recomiendo ver algunos episodios de la serie Industry on Parade, coproduite par la NAM et NBC : https://archive.org/search?[↟]
- La cita procede de una obra en la que los autores se inspiran en gran medida : WALL Wendy L., Inventing the “American Way”: The Politics of Consensus from the New Deal to the Civil Rights Movement, Oxford : Oxford University Press, 2008, p. 59.[↟]
- Source : Banque mondiale, www.macrotrends.net/countries/, (chiffres ajustés de l’inflation).[↟]
- MAYER Jane, Dark Money: The Hidden History of the Billionaires Behind the Rise of the Radical Right, New York : Anchor, 2017 [2016], p. 260-261.[↟]
- NEWFIELD Christopher, Ivy and Industry: Business and the Making of the American University 1880-1980, Durham : Duke University Press, 2004, p. 123.[↟]
- LADD Everett Carl et LIPSET Seymour Martin, The Divided Academy: Professors and Politics, New York : McGraw-Hill, 1975.[↟]
- KATZ Elihu, “Communication Research and the Image of Society: Convergence of Two Traditions,” American Journal of Sociology, vol. 65, n° 5, 1960, p. 435-440, p. 436.[↟]
- KLAPPER Joseph T., The Effects of Mass Communication, New York : The Free Press, 1960, p. 49-50.[↟]
- HACKER Jacob S. et PIERSON Paul, American Amnesia: How the War on Government Led Us to Forget What Made America Prosper, New York : Simon & Schuster, 2016, p. 172.[↟]
- WOOD B. Dan, The Politics of Economic Leadership: The Causes and Consequences of Presidential Rhetoric, Princeton : Princeton University Press, 2007, p. 4.[↟]
- YARROW Andrew L., Measuring America: How Economic Growth Came to Define American Greatness in the Late Twentieth Century, Amherst : University of Massachusetts Press, 2010.[↟]
- WEISS Linda, The Myth of the Powerless State, Ithaca : Cornell University Press, 1998.[↟]
- GERSTLE Gary, Liberty and Coercion: The Paradox of American Government from the Founding to the Present, Princeton : Princeton University Press, 2015, p. 299-343.[↟]
- METTLER Suzanne, The Submerged State: How Invisible Government Policies Undermine American Democracy, Chicago : University of Chicago Press, 2011.[↟]
- HABERMAS Jürgen, Raison et légitimité : problèmes de légitimation dans le capitalisme avancé, trad. de J. Lacoste, Paris : Payot, 1978 [1973].[↟]
- STEIN Judith, Pivotal Decade: How the United States Traded Factories for Finance in the Seventies, New Haven : Yale University Press, 2010.[↟]
- HELLEINER Eric, States and the Reemergence of Global Finance: From Bretton Woods to the 1990s, Ithaca : Cornell University Press, 1994.[↟]
- KRIPPNER Greta R., Capitalizing on Crisis: The Political Origins of the Rise of Finance, Cambridge : Harvard University Press, 2011.[↟]
- NUNBERG Geoffrey, Talking Right: How Conservatives Turned Liberalism into a Tax-Raising, Latte-Drinking, Sushi-Eating, Volvo-Driving, New York Times-Reading, Body-Piercing, Hollywood-Loving, Left-Wing Freak Show, New York : PublicAffairs, 2007, p. 123.[↟]
- ZINGALES Luigi, A Capitalism for the People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity, New York : Basic Books, 2012, p. xxix-xxx.[↟]
- SKOCPOL Theda et WILLIAMSON Vanessa, The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism, New York : Oxford University Press, 2012, p. 59-63.[↟]
- MIZRUCHI Mark S., The Fracturing of the American Corporate Elite, Cambridge : Harvard University Press, 2013, p. 81-110.[↟]
- WATERHOUSE Benjamin C., Lobbying America: The Politics of Business from Nixon to NAFTA, Princeton : Princeton University, 2014.[↟]
- Sur Kristol, cf. SAUNDERS Frances Stonor, Who Paid the Piper? The CIA and the Cultural Cold War, Londres : Granta Books, 1999, p. 170-189.[↟]
- BROCK David, The Republican Noise Machine: Right-Wing Media and How It Corrupts Democracy, New York : Crown, 2004.[↟]
- ROBÉ Jean-Philippe, Le Temps du monde de l’entreprise. Globalisation et mutation du système juridique, Paris : Dalloz, 2015, p. 47-139.[↟]
- FEIVESON Laura, “Labor Unions and the U.S. Economy,” US Department of the Treasury, 28 août 2023, https://home.treasury.gov/ ; MCCARTHY Justin, “U.S. Approval of Labor Unions at Highest Point Since 1965,” Gallup, août 2022, https://news.gallup.com/poll/.[↟]
- ORESKES Naomi et CONWAY Erik M., Les Marchands de doute, ou comment une poignée de scientifiques ont masqué la vérité sur des enjeux de société tels que le tabagisme et le réchauffement climatique, trad. de J. Treiner, Paris : Le Pommier, 2012.[↟]
- Al menos ese es el caso de uno de los autores, cf. ORESKES Naomi, Why Trust Science?, Princeton : Princeton University Press, 2019.[↟]
- Sobre estos temas complejos y diversos, les remito a mi libro Histoire d’un mensonge. Enquête sur l’expérience de Stanford, Paris : La Découverte, 2018.[↟]
6. Los dilemas de Europa
Vijay Prashad escribe en su último artículo sobre la difícil encrucijada en la que se encuentra Europa. https://peoplesdispatch.org/
Europa camina sonámbula entre sus propios dilemas
En medio de la disminución del apoyo a la guerra en Ucrania, los líderes de toda Europa se han encontrado en una difícil encrucijada
25 de marzo de 2024 por Vijay Prashad
El 19 de marzo de 2024, el jefe de las fuerzas terrestres de Francia, el general Pierre Schill, publicó un artículo en el diario Le Monde con un título contundente: «El ejército está listo». Schill se curtió en las aventuras de ultramar de Francia en la República Centroafricana, Chad, Costa de Marfil y Somalia. En este artículo, el general Schill escribió que sus tropas están «preparadas» para cualquier enfrentamiento y que podría movilizar a 60.000 de los 121.000 soldados franceses en el plazo de un mes para cualquier conflicto. Citó la vieja frase latina – «si quieres la paz, prepárate para la guerra»- y a continuación escribió: «Los focos de crisis se multiplican y conllevan riesgos de espiralización o extensión». El general Schill no mencionó el nombre de ningún país, pero estaba claro que su referencia era a Ucrania, ya que su artículo salió poco más de dos semanas después de que el presidente francés Emmanuel Macron dijera el 27 de febrero que las tropas de la OTAN podrían tener que entrar en Ucrania.
Unas horas después de que Macron hiciera su poco delicada declaración, el asesor de seguridad nacional del presidente estadounidense, John Kirby, dijo: «No habrá tropas estadounidenses sobre el terreno en un papel de combate allí en Ucrania.» Esto fue directo y claro. La visión desde Estados Unidos es sombría, con un apoyo a Ucrania que disminuye muy rápidamente. Desde 2022, Estados Unidos ha proporcionado más de 75.000 millones de dólares en ayuda a Ucrania (47.000 millones en ayuda militar), de lejos la ayuda más importante al país durante su guerra contra Rusia. Sin embargo, en los últimos meses, la financiación estadounidense -especialmente la ayuda militar- se ha visto frenada en el Congreso por los republicanos de derechas, que se oponen a que se destine más dinero a Ucrania (esto no es tanto una declaración sobre geopolítica como una afirmación de una nueva actitud estadounidense según la cual otros, como los europeos, deberían asumir la carga de estos conflictos). Mientras que el Senado estadounidense aprobó una asignación de 60.000 millones de dólares para Ucrania, la Cámara de Representantes sólo permitió que se votaran 300 millones de dólares. En Kiev, el asesor de seguridad nacional estadounidense Jake Sullivan imploró al gobierno ucraniano que «creyera en Estados Unidos». «Hemos proporcionado un enorme apoyo, y seguiremos haciéndolo todos los días y de todas las formas que sabemos», afirmó. Pero este apoyo no será necesariamente al nivel que fue durante el primer año de la guerra.
La congelación de Europa
El 1 de febrero, los dirigentes de la Unión Europea acordaron proporcionar a Ucrania 50.000 millones de euros en «subvenciones y préstamos en condiciones muy favorables». Este dinero permitirá al gobierno ucraniano «pagar salarios, pensiones y prestar servicios públicos básicos». No será directamente para apoyo militar, que ha empezado a flaquear en todos los ámbitos, y que ha provocado nuevos tipos de debates en el mundo de la política europea. En Alemania, por ejemplo, el líder del Partido Socialdemócrata (SDP) en el parlamento -Rolf Mützenich- fue criticado por los partidos de la derecha por su uso de la palabra «congelación» en lo que se refiere al apoyo militar a Ucrania. El gobierno ucraniano estaba ansioso por adquirir misiles de crucero de largo alcance Taurus de Alemania, pero el gobierno alemán dudó en hacerlo. Esta vacilación y el uso de la palabra «congelación» por parte de Mützenich crearon una crisis política en Alemania.
De hecho, este debate alemán en torno a nuevas ventas de armas a Ucrania se refleja en casi todos los países europeos que han estado suministrando armas para la guerra contra Rusia. Hasta ahora, los datos de las encuestas en todo el continente muestran amplias mayorías en contra de la continuación de la guerra y, por tanto, en contra de seguir armando a Ucrania para esa guerra. Una encuesta realizada para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores en febrero muestra que «una media de sólo el 10 [%] de los europeos de 12 países cree que Ucrania ganará». «La opinión predominante en algunos países», escribieron los analistas de la encuesta, «es que Europa debería reflejar a un EE.UU. que limita su apoyo a Ucrania haciendo lo mismo, y animar a Kiev a llegar a un acuerdo de paz con Moscú». Esa opinión está empezando a entrar en los debates incluso de las fuerzas políticas que siguen queriendo armar a Ucrania. Tanto el parlamentario del SPD Lars Klingbeil como su líder Mützenich afirman que habrá que empezar a negociar, aunque Klingbeil dijo que eso no ocurrirá antes de las elecciones estadounidenses de noviembre, y hasta entonces, como dijo Mützenich, «creo que lo más importante ahora es que [Ucrania] consiga munición de artillería».
Militares, no clima
Ya no importa si Donald Trump o Joe Biden ganan las elecciones presidenciales estadounidenses en noviembre. En cualquier caso, las opiniones de Trump sobre el gasto militar europeo ya se han impuesto en Estados Unidos. Los republicanos piden que se frene la financiación estadounidense para Ucrania y que los europeos cubran el hueco aumentando su propio gasto militar. Este último punto será difícil, ya que muchos Estados europeos tienen techos de deuda; si tienen que aumentar el gasto militar, sería a expensas de valiosos programas sociales. Los propios datos de las encuestas de la OTAN muestran la falta de interés de la población europea por un cambio del gasto social al militar.
Un problema aún mayor para Europa es que sus países han estado recortando las inversiones relacionadas con el clima y aumentando las relacionadas con la defensa. El Banco Europeo de Inversiones (creado en 2019) está, como informó el Financial Times, «bajo presión para financiar más proyectos en la industria armamentística», mientras que el Fondo Europeo de Soberanía -creado en 2022 para promover la industrialización en Europa- va a pivotar hacia el apoyo a las industrias militares. El gasto militar, en otras palabras, desbordará los compromisos con las inversiones climáticas y las inversiones para reconstruir la base industrial de Europa. En 2023, dos tercios del presupuesto total de la OTAN, que asciende a 1,2 billones de euros, proceden de Estados Unidos, lo que supone el doble de lo que la Unión Europea, el Reino Unido y Noruega gastan en sus ejércitos. La presión de Trump para que los países europeos gasten hasta el 2% de su PIB en sus ejércitos marcará la agenda aunque pierda las elecciones presidenciales.
Pueden destruir países, pero no ganar guerras
A pesar de toda la fanfarronería europea sobre derrotar a Rusia, las sobrias evaluaciones de los ejércitos europeos muestran que los Estados europeos simplemente no tienen la capacidad militar terrestre para librar una guerra agresiva contra Rusia y mucho menos para defenderse adecuadamente. Una investigación del Wall Street Journal sobre la situación militar europea llevaba el sorprendente título de «Crece la alarma por ejércitos debilitados y arsenales vacíos en Europa». El ejército británico, señalaban los periodistas, sólo tiene 150 tanques y «quizás una docena de piezas de artillería de largo alcance útiles», mientras que Francia tiene «menos de 90 piezas de artillería pesada» y el ejército alemán «tiene munición suficiente para dos días de batalla». Si son atacados, disponen de pocos sistemas de defensa antiaérea.
Europa ha dependido de Estados Unidos para llevar a cabo los bombardeos y combates pesados desde la década de 1950, incluso en las recientes guerras de Afganistán e Irak. Debido a la aterradora potencia de fuego estadounidense, estos países del Norte Global son capaces de arrasar países, pero no han sido capaces de ganar ninguna guerra. Es esta actitud la que produce recelo en países como China y Rusia, que saben que, a pesar de la imposibilidad de una victoria militar del Norte Global contra ellos, no hay razón para que estos países -dirigidos por Estados Unidos- no se arriesguen al Armagedón porque tienen el músculo militar para hacerlo.
Esa actitud de Estados Unidos -reflejada en las capitales europeas- produce un ejemplo más de la arrogancia y la arrogancia del Norte Global: la negativa a considerar siquiera negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia. Que Macron diga cosas como que la OTAN podría enviar tropas a Ucrania no sólo es peligroso, sino que pone a prueba la credibilidad del Norte Global. La OTAN fue derrotada en Afganistán. Es poco probable que consiga grandes logros contra Rusia.
Este artículo ha sido elaborado por Trotamundos.
7. El mundo unipolar empezó en Kosovo
El sistema de dominio unipolar empezó tras la caída del muro y tuvo su primera expresión en la guerra de Kosovo y el bombardeo de Yugoslavia -lo que quedaba de ella, Serbia y Montenegro-. Hace ahora 25 años. https://znetwork.org/
Kosovo en retrospectiva: Auge y caída del «orden basado en normas»
Philip Hammond reflexiona sobre la importancia de la guerra de Kosovo, de la que esta semana se cumplen 25 años.
Por Philip Hammond 25 de marzo de 2024
Fuente: Publicado originalmente por Z. Siéntete libre de compartirlo ampliamente.
La expansión de la OTAN, los líderes occidentales alardeando de guerras por los valores, los jueces internacionales pronunciándose sobre acusaciones de genocidio, los llamamientos a defender la civilización frente a la barbarie… a veces parece como si todavía estuviéramos en los años noventa. Sin embargo, una mirada retrospectiva al conflicto de Kosovo de 1999 revela lo mucho que ha cambiado en el último cuarto de siglo. Entonces, el «orden basado en normas» de Occidente tras la Guerra Fría estaba en su apogeo. Hoy, se está derrumbando lenta y violentamente a medida que emerge un nuevo mundo multipolar.
Amanecer del orden basado en normas
El conflicto de Kosovo fue el acontecimiento clave en el establecimiento del «orden basado en normas». El término parece un sinónimo de «derecho internacional», pero en realidad es su antítesis, como los juristas han empezado a advertir tardíamente. En concreto, el «orden basado en normas» supone una ruptura con el sistema de la ONU posterior a 1945, que se basaba en los principios de igualdad soberana y no injerencia en los asuntos internos de otros Estados.
En 1999, para evitar el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad, se prescindió de la ONU y la OTAN bombardeó Yugoslavia. Incluso sus partidarios admitieron que era ilegal según el derecho internacional, pero argumentaron que estaba «justificado por razones morales». Era la época de lo que en Gran Bretaña se denominaba «política exterior ética», cuando se decía que la conciencia obligaba a actuar militarmente en defensa de los valores morales universales.
En un famoso discurso pronunciado en abril de 1999, el Primer Ministro Tony Blair afirmó que la OTAN estaba librando una «guerra justa» que sentaba las bases de una «nueva doctrina de la comunidad internacional». La doctrina consistía esencialmente en una perspectiva globalista sobre la economía, el medio ambiente y la «seguridad internacional»: Blair afirmó que el «problema más acuciante de la política exterior» era «identificar las circunstancias en las que deberíamos implicarnos activamente en conflictos ajenos».
Se trataba de una visión de una «comunidad» que sería vigilada por los Estados militares dominantes ya que, como explicó Blair, «las naciones que tienen el poder, tienen la responsabilidad». Esta es la esencia del orden basado en normas: de acuerdo con sus propios «valores» autoproclamados, los poderosos deciden dónde y cómo «implicarse activamente» en los asuntos de los menos poderosos.
Derecho de intervención
Menos de quince días antes de empezar a bombardear Yugoslavia, la OTAN completó su primera oleada de ampliación hacia el este, admitiendo a Hungría, Polonia y la República Checa. Ya parecía que, como dijo recientemente el Secretario de Estado Anthony Blinken, «si no estás en la mesa del sistema internacional, vas a estar en el menú».
El mismo mes en que Blair predicaba su «doctrina», el presidente checo Vaclav Havel imaginaba un mundo futuro gobernado por la «cooperación entre entidades más grandes, en su mayoría supranacionales», en el que «la idea de que no es asunto nuestro lo que ocurre en otro país» se «desvanecería por la trampilla de la historia». Tras admitir que Yugoslavia estaba siendo «atacada […] sin un mandato directo de la ONU», Havel sostuvo que ello se debía al «respeto […] de la OTAN por una ley que está por encima de la ley que protege la soberanía de los Estados»: el «valor superior» de los derechos humanos universales.
Bernard Kouchner, el primer gobernador de Kosovo tras la guerra, siguió la misma lógica. Afirmó que había llegado el momento de una «evolución decisiva de la conciencia internacional», en virtud de la cual una «nueva moral» se «codificaría en el «derecho de intervención» contra los abusos de la soberanía nacional». El mero humanitarismo no era suficiente: «necesitamos establecer un derecho de la comunidad mundial a interferir activamente en los asuntos de naciones soberanas».
Tras el 11-S, las justificaciones éticas de la guerra se incorporaron a la «guerra contra el terror», a pesar de las ocasionales incongruencias de tono. Al parecer, Washington gastó cientos de miles de dólares en contratar consultores de relaciones públicas para «humanizar la guerra» en Afganistán, donde los aviones estadounidenses lanzaron tanto ayuda como bombas de racimo (ambas en envases amarillos) en un esfuerzo por salvar a algunos afganos mientras mataban a otros. Según el Secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, el bombardeo fue «un triunfo de los derechos humanos». Del mismo modo, en Irak, el presidente George Bush Jr. prometió la «liberación», mientras que Blair hizo hincapié en los «argumentos morales para derrocar a Sadam».
Dictadura «benigna»
Muchos observadores criticaron lo que consideraban un uso cínico e instrumental del humanitarismo en la guerra contra el terror, pero el problema no es simplemente que las intervenciones sean selectivas, se lleven a cabo de forma deficiente o se vean socavadas por motivos ocultos. Más bien, el problema de fondo es que lo mejor que se puede esperar de un sistema así es una dictadura mundial benigna. El orden basado en normas nos devuelve a un mundo neocolonial en el que los poderosos deciden a qué personas hay que «ayudar» y se abrogan el derecho a hacerlo.
Es el polo opuesto de la igualdad soberana, un mundo de protectorados internacionales (en Bosnia y Kosovo) y guerras de cambio de régimen (en Afganistán, Irak y Libia). Estas últimas no han producido más que un caos sangriento; las primeras se han limitado a congelar los conflictos en lugar de resolverlos. En Kosovo, un cuarto de siglo de construcción estatal occidental ha dado lugar a un «Estado fallido» en el que la minoría serbia sigue sufriendo acoso y violencia a diario.
Nada de esto pretende idealizar a la ONU, donde el verdadero poder siempre ha residido en el Consejo de Seguridad. Antes de Kosovo, se lanzaron intervenciones bajo la bandera de la ONU contra Irak, Somalia y Haití, y las potencias occidentales se encargaron de decidir dónde trazar las fronteras de los nuevos Estados en la antigua Yugoslavia, exacerbando a sabiendas el conflicto mientras lo hacían. Durante gran parte de la década de 1990 parecía que una ONU renovada podría proporcionar el marco para el «nuevo orden mundial» proclamado por George Bush padre a principios de la década, pero la lógica de un mundo unipolar apuntaba en la dirección opuesta.
Durante la Guerra Fría, aunque las convenciones posteriores a 1945 de igualdad soberana y no injerencia se infringieron a menudo, fueron importantes para deslegitimar la política exterior agresiva y representaron una ganancia histórica para Estados que antes eran meras posesiones coloniales. La fórmula «ilegal pero legítima» utilizada para Kosovo demostró hasta qué punto se había desvirtuado en la década de 1990.
La guerra propagandística
Los críticos de la política occidental de los años noventa solían argumentar que no era lo bastante enérgica; que se permitía que ocurrieran cosas terribles mientras las potencias occidentales se veían limitadas por el anquilosado sistema de la ONU. En 1999, los dirigentes de la OTAN consiguieron en gran medida presentarse como la solución a este problema, gracias a la extrema sumisión (con algunas honrosas excepciones) de los periodistas occidentales.
La afirmación de que los bombardeos de la OTAN estaban moralmente justificados, aunque fueran ilegales, significaba que la presentación mediática de la guerra era crucial. Sin embargo, prácticamente todo lo que la OTAN dijo sobre Kosovo era engañoso o directamente falso. Supuestamente, la OTAN entró en guerra a regañadientes, una vez agotados los esfuerzos diplomáticos, pero el llamado «acuerdo de paz» estaba diseñado para ser rechazado. Un funcionario estadounidense declaró explícitamente a los periodistas en aquel momento que «intencionadamente pusimos el listón demasiado alto para que los serbios lo cumplieran. Necesitan bombardeos, y eso es lo que van a conseguir». Para ocultar esta información a la opinión pública, simplemente se dijo a los periodistas que no informaran, y así lo hicieron.
La otra afirmación clave en la preparación de la guerra fue que las fuerzas yugoslavas estaban masacrando a civiles de etnia albanesa, especialmente en el pueblo de Račak el 15 de enero de 1999. William Walker, jefe estadounidense de la misión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Kosovo, visitó el lugar e inmediatamente declaró que se trataba de una «atrocidad incalificable» y un «crimen contra la humanidad». El New York Times publicó en portada un artículo sobre «cuerpos mutilados» con «ojos arrancados» y «cabezas aplastadas». El presidente Bill Clinton describió a «hombres, mujeres y niños inocentes sacados de sus casas y llevados a un barranco, obligados a arrodillarse en la tierra y rociados con disparos».
Estos relatos guardaban poca relación con lo que realmente ocurrió en Račak -un tiroteo entre los servicios de seguridad yugoslavos y guerrilleros del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK)-, pero la mayoría de los periodistas occidentales se limitaron a repetirlos. Uno de los pocos que rebatió la versión oficial de los hechos, el reportero francés Renaud Girard, dijo que fue acorralado por colegas británicos y estadounidenses que se quejaban: «Estáis matando nuestra historia». Como señala un estudio sobre este y otros episodios de la guerra propagandística, los medios de comunicación crearon una «ilusión de fuentes múltiples», ya que diferentes medios reproducían los mismos relatos distorsionados, y una «ilusión de confirmación independiente», ya que los funcionarios citaban los informes de prensa como corroboración de las historias que habían transmitido a los periodistas en primer lugar.
La OTAN también afirmó repetidamente que tenía que empezar a bombardear para evitar una crisis de refugiados. El portavoz del Departamento de Estado, James Rubin, por ejemplo, declaró el 25 de marzo de 1999 que si la OTAN no hubiera actuado, «habría habido cientos de miles de personas cruzando la frontera». En privado, sin embargo, sabían que estaban a punto de provocar una crisis de este tipo. Una diplomática estadounidense de la OSCE, Norma Brown, declaró posteriormente que «todo el mundo sabía que se produciría una crisis humanitaria de proporciones masivas si la OTAN bombardeaba. Se habló de ello en la OTAN y en la OSCE». Sin embargo, a medida que se desarrollaba la crisis, los periodistas la trataron como una confirmación de que los ataques aéreos eran necesarios y correctos, «olvidando» que evitarla había sido nunca una justificación para bombardear. Un periodista de la televisión británica afirmó después: Esta es la razón por la que la OTAN entró en guerra: para que los refugiados pudieran volver a Kosovo».
Por supuesto, la OTAN negó cualquier responsabilidad, insistiendo en que la «limpieza étnica» de los albanokosovares era el resultado de una política premeditada y que habría ocurrido de todos modos. Inmediatamente después, el gobierno alemán reveló documentos secretos en los que se esbozaba precisamente ese plan serbio: la «Operación Herradura». Este supuesto «plan para el genocidio» quedó al descubierto como una farsa urdida por los servicios de inteligencia alemanes, pero sólo meses después de que terminara la guerra.
Alemania fue también uno de los primeros Estados occidentales en comenzar a armar y entrenar al ELK a partir de mediados de la década de 1990. Además de crear un ejército guerrillero, las potencias de la OTAN socavaron lo que quedaba del Estado yugoslavo financiando a los opositores políticos al régimen, lo que condujo al derrocamiento del presidente Slobodan Milošević en 2000, un modelo para las posteriores «revoluciones de colores».
La caída
La propaganda en torno a las actuales guerras en Ucrania e Israel puede hacer que a veces parezca que poco ha cambiado políticamente en Occidente, pero, por supuesto, mucho ha cambiado. Hace tiempo que superamos el afán mesiánico del intervencionismo liberal o la arrogancia de los intentos de la guerra contra el terrorismo de rehacer la realidad. Occidente es incluso más reacio al riesgo que en 1999, cuando la OTAN realizó sus propios bombardeos a gran altitud. Ahora envía armas y celebra el «buen negocio» que supone para los fabricantes de armamento.
La descripción de Blair de la guerra de Kosovo como «una batalla entre el bien y el mal; entre la civilización y la barbarie; entre la democracia y la dictadura» fue un intento de vender el bombardeo de la OTAN como una lucha épica por los valores. Ahora, justo debajo de la superficie del discurso sobre los valores, los comentaristas promueven la guerra indirecta de Occidente contra Rusia alegando que es «barata» y que son los hijos de otros los que mueren.
Algunos han hecho suya la afirmación de Israel de estar librando una «lucha existencial entre la civilización y la barbarie» en Gaza, pero las acciones israelíes -matar a más de 30.000 personas, volver a herir al doble y desplazar a la mayor parte de la población- presentan un anuncio aún menos atractivo para la «civilización» que los 78 días de bombardeos de la OTAN sobre Serbia. Como dice una evaluación, sea cual sea el resultado de los conflictos actuales, «Occidente parece haber perdido ya en el frente normativo y narrativo».
En parte, esto se debe a las posibilidades que ofrecen las redes sociales y a la creciente irrelevancia de los guardianes del «legado», aunque, por supuesto, los gobiernos están buscando nuevos medios de control. Pero hay dos cambios más fundamentales. El primero es el cambio subyacente en el poder geopolítico y la creciente voluntad de desafiar la hegemonía occidental. El segundo es el auge del populismo y el rechazo a las élites globalistas dentro de los países occidentales. Cuando Donald Trump fue elegido en 2016, una de las mayores preocupaciones de la élite era que esto supusiera un revés para el globalismo. El influyente escritor (y marido de Victoria Nuland) Robert Kagan, por ejemplo, dijo que temía que «Estados Unidos volviera a empezar a comportarse como una nación normal», persiguiendo sus propios intereses pero sin asumir «la responsabilidad del orden global».
No hay lugar para la complacencia. A medida que un nuevo orden multipolar comienza a tomar forma, a veces parece que estamos entrando en un período de mayor peligro, con poco que esperar, salvo una elección entre diferentes tipos de autoritarismo. Y los líderes populistas, en su mayoría, no han cumplido hasta ahora sus promesas: en Gran Bretaña, por ejemplo, la clase política posterior al Brexit ha hecho todo lo posible por reforzar la participación del Reino Unido en las instituciones transnacionales, en particular en la OTAN.
Sin embargo, el declive del dominio occidental y el auge de la multipolaridad son intrínsecamente positivos en la medida en que representan un desafío al globalismo y ofrecen nuevas posibilidades para que los Estados más pequeños reafirmen su independencia soberana. Hoy hay nuevas esperanzas de que la pesadilla de Kagan -que Estados Unidos y sus aliados «dejen de ocuparse del orden mundial»- pueda hacerse realidad.
8. Taurus y toreros.
Me gustan los boletines resumen sobre política alemana de este estadounidense que se fue a vivir a la RDA. Creo que ya os había pasado alguno por aquí. Este es el más reciente. https://mronline.org/2024/03/
Taurus y los toreros: Boletín de Berlín nº 221, 23 de marzo de 2024
Por Victor Grossman (Publicado el 25 de mar de 2024)
Viendo a las gentiles damas y caballeros del Bundestag hablando, a menudo con palabras y gestos enérgicos pero sobre todo educados, es difícil imaginar que su tema sea la guerra o la paz, posiblemente la guerra o la paz mundial, incluso la guerra o la paz atómica. Una palabra clave era Taurus, «toro» en latín. Pero no discutían sobre la astrología del Zodíaco ni sobre el mito del dios Júpiter, que engañó a su esposa Juno adoptando la forma de un toro para raptar a una princesa. Tampoco sobre la constelación estrellada llamada así por su disfraz. El nombre de esa princesa era Europa, y el continente que lleva su nombre sí estaba implicado en el tema de debate: misiles recubiertos de acero llamados Taurus, de 1000 libras de peso y 17 pies de largo, que, si se disparan desde un avión bien adentro de Ucrania pueden alcanzar y perforar los muros del Kremlin o destruir búnkeres de hormigón tan profundos o más que la red de metro de Moscú.
Por supuesto, Volodymir Zelenskiy los quiere a ellos y a cualquier arma o ayuda en una guerra que cada vez se parece menos al triunfo que predijo hace un año. ¿Deberían cumplirse sus deseos, que a menudo parecían más bien exigencias?
El mítico Júpiter engendró tres hijos con Europa (espero que para entonces estuviera de nuevo en el cuerpo de Júpiter). Los tres hijos de la Europa moderna se reunieron en una cumbre apresurada «París-Berlín-Varsovia» a principios de marzo para llegar a un acuerdo sobre Ucrania, especialmente sobre Taurus. El polaco Tusk, que sólo lleva cuatro meses en el cargo, es considerado más moderado que su predecesor. Pero no parece menos dispuesto a suministrar lo que sea si con ello perjudica al enemigo hereditario ruso y solidifica el papel de Polonia como principal avanzadilla de Estados Unidos en Europa del Este. Sin embargo, pronto tuvo que apresurarse a volver a casa para apaciguar a los conductores de tractores agrícolas que bloqueaban las fronteras en protesta por las baratas importaciones de grano ucraniano.
Macron, que había hablado audazmente de enviar tropas «europeas» para oponerse a los rusos, rebajó el tono con estas palabras: «Quizá en algún momento -no lo quiero, no tomaré la iniciativa- tendremos que tener operaciones sobre el terreno… para contrarrestar a las fuerzas rusas… La fuerza de Francia es que podemos hacerlo».
Evidentemente, Scholz había pisado el freno con Tusk y Macron: «Para decirlo claro y rotundo: como canciller alemán, ¡no enviaré soldados del Bundeswehr a Ucrania!». Así que, al menos por ahora, ¡nada de Taurus!
¿Era su fachada aparentemente audaz una fachada para un derrape general alemán en Europa? Hubo un declive de la economía en 2023. Un enclenque aumento del 0,2% previsto para 2024 podría significar que Alemania ya está en recesión, por segunda vez desde 1945. El Ministro de Economía Habeck advirtió: «¡No podemos seguir así!» Breve análisis de un experto: «Alemania ha perdido la energía barata de Rusia, los florecientes mercados comerciales de China y una garantía de seguridad casi gratuita de Estados Unidos».
El Gobierno tripartito de Olaf Scholz ha perdido rápidamente popularidad. Los Verdes, que prometieron un «milagro económico verde» hace un año, han hecho un compromiso ecológico tras otro, como su visto bueno a los grandes muelles para el gas licuado del fracking estadounidense para sustituir al gasóleo ruso cortado por la guerra, la política y la sospechosa explosión del gasoducto del Báltico. Los nuevos muelles amenazan tanto las principales escalas de emigración de aves como algunos de los balnearios más idílicos de Alemania (antaño poblados, en los tiempos de la RDA, por bañistas felices, en su mayoría nudistas).
Las disputas ecológicas se volvieron dramáticas con la gigafábrica de Tesla de Elon Musk en las afueras de Berlín, la primera y más grande de toda Europa, capaz de producir 500.000 coches eléctricos al año, superando a VW. Para ello fue necesario talar 740 acres del anillo forestal protector que rodea Berlín y drenar acuíferos cruciales. Pero Musk aspira ahora a producir un millón de coches, lo que supondría un coste de 420 hectáreas más de bosque y la desecación de estanques y arroyos. El pueblo más afectado votó «¡No!» y un grupo planea desafiar la embestida policial con casas en los árboles y plataformas. El 5 de marzo, un grupo secreto más extremista prendió fuego a una torre de alta tensión, cortando la electricidad local durante unas horas y paralizando la producción durante unos días. Este tipo de disputas son cada vez más candentes.
Por último, Alemania se enfrenta a la mayor oleada de huelgas de los últimos años: maquinistas de ferrocarriles, conductores de autobuses y tranvías, personal de aeropuertos, funcionarios, profesores de guardería e incluso médicos. Sus reivindicaciones son, sobre todo, salarios suficientes para hacer frente a la inflación y a los temibles aumentos de los alquileres, pero también, para muchos, una semana laboral de 35 horas sin reducción salarial.
Mientras los comprometedores Verdes se esfuerzan por mantener su menguante base de profesionales universitarios y los socialdemócratas luchan por recuperar el apoyo de la clase trabajadora, el más débil de los tres socios, los Demócratas Libres (FDP), más cercanos al gran capital, siguen coqueteando con los democristianos al otro lado del pasillo, chantajeando los intentos de los otros dos de parecer concienciados socialmente, resistiéndose a mantener las restricciones medioambientales, impidiendo las normas contra el trabajo infantil en los productos procedentes del extranjero, limitando la ayuda a los muchos niños pobres de Alemania, reduciendo la asistencia a los ancianos y, sobre todo, insistiendo en mantener o bajar los bajos impuestos a los superricos, utilizando el viejo argumento del goteo. La coalición se parece cada vez más a un combate de lucha libre.
Pero están de acuerdo en una cuestión principal: en Ucrania, ¡que siga la guerra! ¡Hasta la victoria! Los Verdes, siempre más valientes con la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, que espera ver a Rusia «arruinada», están siendo superados como portadores de palabras y estandartes por los Demócratas Libres, que ahora cuentan con una portavoz del «Comité de Defensa» formidable en palabras, apariencia, personalidad e incluso nombre: Marie-Agnes Strack-Zimmermann. Sus imperiosas peticiones de más armas hasta la victoria total sobre los rusos despiertan a los telespectadores casi todas las noches. E incluso cuando la mayoría del Bundestag puso fin al debate Taurus votando «Nein» a un proyecto de ley democristiano para entregar los misiles a Kiev, ella rompió las filas de la disciplina de los partidos de coalición y votó «Ja» con la oposición.
Por alguna razón, todavía no he oído a nadie comentar que Düsseldorf, a la que ella representa, es también la sede de Rheinmetall, el principal fabricante de armamento de Alemania desde 1889. Después de grandes récords de ventas en la Primera Guerra Mundial, tuvo un éxito gigantesco en la Segunda Guerra Mundial, en gran parte gracias al trabajo de miles de miserables prisioneros de guerra y trabajadores forzados hasta los huesos. Ahora vuelve a vivir tiempos superbuenos gracias a sus tanques Panther y a todo tipo de armas y munición explosiva. El jefe de la empresa, Armin Papperger, que se llevó a casa un suculento sueldo de 3.587.000 euros en 2022 y espera que los beneficios de la empresa de este año superen por fin su objetivo de 10.000 millones de euros, hizo una feliz predicción de «un continuo y fuerte aumento de las ventas y los beneficios». Pero quién se atrevería a sospechar alguna conexión entre Rheinmetall y su vecina de Düsseldorf, Frau Marie-Agnes Strack-Zimmermann. (por cierto, grandes trozos de esas generosas sumas también van a parar a Blackrock en los Hudson Yards de Manhattan y a otros sólidos benefactores transatlánticos).
Pero en su desmoronada coalición, el principal partido socialdemócrata de Olaf Scholz también ha apoyado enérgicamente la causa ucraniana. Fue él quien llamó dramáticamente a un «Zeitenwende» un «punto de inflexión histórico» -con un fondo extra de 100.000 millones de euros para un gran refuerzo militar- en Ucrania, Alemania, la Unión Europea y la OTAN, con drones, jets, artillería, munición, tanques, misiles (pero al menos todavía no el Taurus para Kyiv.
Pero su ministro de Defensa, el socialdemócrata Boris Pistorius, nunca está satisfecho; para él, la Bundeswehr es siempre demasiado débil.
Debe estar a la altura de los retos que se avecinan. Alemania necesita una Bundeswehr que pueda luchar, que sea operativa y sostenible. Alemania debe defenderse, porque «la guerra ha vuelto a Europa». La Bundeswehr debe volver a estar preparada para la guerra. Sé que suena duro… Pero lo único que me preocupa es evitar la guerra. Por eso la disuasión creíble es el lema del momento: poder luchar para no tener que luchar. Una señal importante en este contexto es la formación de la brigada en Lituania.
A pesar de todos los desmentidos, recientemente se han filtrado algunas informaciones sobre expertos militares de la OTAN que ayudan en secreto a Kiev desde 2014. Un informe misteriosamente filtrado sobre una reunión de altos mandos alemanes reveló planes para ayudar a Ucrania a utilizar el Taurus para destruir el puente ruso hacia Crimea. Todo el ambiente en Alemania se está volviendo aterradoramente «kriegstüchtig», para usar la palabra de Pistorius: «listo para la guerra». También planteó la cuestión de renovar el servicio militar obligatorio, cuyos últimos vestigios se acabaron hace trece años, esta vez quizá incluyendo a las mujeres. La propuesta fue un globo sonda y pronto se abandonó, al menos en esta temporada preelectoral. Otro globo sonda fue el de la ministra de Educación, Bettina Stark-Watzinger, que pidió simulacros de ataque aéreo en las escuelas, con salas de refugio renovadas o nuevas en los sótanos y más visitas de oficiales para preparar a los niños para lo peor, o reclutarlos. Cuando las protestas contra esta propuesta fueron demasiado fuertes, la modificó un poco para hacer hincapié, además de en la guerra, en la preparación para posibles inundaciones u otras catástrofes climáticas.
Armas, armas, armas: ¡cuantas más, mejor! Cada vez se habla más alto de «el enemigo» y de «medidas de protección», como si Putin estuviera acumulando tropas o maniobrando con buques de guerra a lo largo de las fronteras alemanas, en lugar de estar ocurriendo justo lo contrario en el Báltico y Lituania, y ya no tan secretamente en Ucrania. El espíritu cargado de guerra relámpago de la Alemania de 1941 está en todos los medios de comunicación, sin recuerdos audibles de Stalingrado en 1943 o de un Berlín destrozado y miserable (y Dresde, Hamburgo y todos los demás) en 1945.
Los reportajes sobre Gaza desde octubre contrastaban notablemente con la ira por el ataque ruso a Ucrania; casi nunca mencionaban a Hamás sin el adjetivo «terrorista» antepuesto, pero mostraban pocas imágenes de una Gaza devastada que, a mí, me recordaba amargamente a aquellas ciudades alemanas que vi unos años después de la guerra, como Dresde. Una y otra vez se nos mostraba a soldados israelíes disparando valientemente; ¿a qué? O excavando en hospitales destrozados; ¿para qué? O mostrando esos «compasivos» lanzamientos de paracaídas, una triste broma cuando a pequeñas multitudes de israelíes se les permitía de alguna manera bloquear cientos de camiones cargados de ayuda realmente tangible, y mientras Alemania se unía a Estados Unidos en el envío de armas a Netanyahu mientras obstaculizaba los esfuerzos de la ONU para poner fin a la matanza.
Pero no se podían ignorar las desgarradoras imágenes de padres llorosos y niños muertos o mutilados en Gaza. Las manifestaciones, encabezadas por árabes en Alemania pero que incluían a muchos otros alemanes, también judíos, fueron en aumento, a pesar de todos los intentos de impedirlas, limitarlas o marginarlas. Sus llamamientos a la negociación y la paz incluían a veces la guerra de Ucrania y el rechazo a la unidad militarista SPD-FDP-Verdes-CDU-CSU. Pero entonces llegaron las gigantescas concentraciones contra la fascistoide Alternativa para Alemania (AfD). En el pasado a menudo acosadas o en el mejor de los casos ignoradas, ahora estaban asombrosamente bien organizadas y coordinadas, claramente promovidas desde arriba y bendecidas en los medios de comunicación. Sospecho que estaban conscientemente dirigidas a desviar una tendencia progresista y pro-paz nacida del horror ante la enormemente desproporcionada respuesta israelí al 7 de octubre, abusando para ello de una causa popular anti-AfD, junto con un mayor énfasis en oponerse al antisemitismo, equiparándolo a cualquier crítica de la represión y la brutalidad extrema israelíes. Es bueno que los mítines se opongan al racismo y a los fascistas, pero ya no se inclinan hacia una oposición de izquierda unida.
¿Existe ahora alguna oposición a las políticas de alto nivel? Sí, de algún tipo. O más bien de aproximadamente cuatro tipos.
Dentro de las filas de los socialdemócratas, mientras muchos admiran al dinámico (¿y ambicioso?) ministro Pistorius, otros pueden estar entrando en razón. El más valiente recientemente ha sido Rolf Mützenich, presidente de la bancada del SPD en el Bundestag y conocido desde hace tiempo como un raro opositor al militarismo. Durante el debate Taurus preguntó a los delegados del Bundestag: «¿No es hora ya no sólo de hablar de librar una guerra, sino de empezar a pensar en cómo podemos congelar una guerra y luego también ponerle fin?». Apenas había terminado sus breves observaciones con pregunta cuando comenzó el contraataque, de sus colegas políticos y de la mayoría de los medios de comunicación. Dos palabras desagradables se repitieron sin pudor: «Apaciguamiento» y «Cobardía». A diferencia del Papa Francisco, que se atrevió a expresar sentimientos similares, Mützenich no tenía ni pizca de su estatus de «infalibilidad», y los ataques verdaderamente despiadados le obligaron a escenificar una retirada parcial para salvar su cuello. Pero las palabras se habían pronunciado y puede que algunos las escucharan. En cuanto al apaciguamiento, Neville Chamberlain y Daladier dejaron que Hitler se expandiera en España, y luego toleraron su expansión hacia el este, a Austria y Checoslovaquia, porque significaba acercarse a la odiada URSS. Su ataque paneuropeo de junio de 1941 fue más análogo a la unanimidad hacia el este de la UE y la OTAN que lo contrario.
Olaf Scholz vacila a menudo. Pero a veces, a diferencia de algunos ministros, parece escuchar y hacerse eco de personas como Mützenich. «Los soldados alemanes no deben en ningún momento y en ningún lugar estar vinculados a objetivos a los que llegue este sistema Taurus… Tampoco en Alemania… Esta claridad es necesaria. Me sorprende que esto no conmueva a algunas personas, que ni siquiera piensen si… de lo que hacemos podría surgir una participación en la guerra.»
Pero bueno, seguro que Scholz aprendió aritmética en la escuela. En junio se celebran las elecciones europeas, el año que viene las del Bundestag y, entre medias, unas elecciones estatales clave. En las encuestas, su partido socialdemócrata está estancado en torno a un débil 15%, la mitad que sus rivales cristianos tradicionales e incluso por detrás de Alternativa para Alemania (AfD). Las opiniones cambian con frecuencia, pero el 80% está ahora a favor de negociaciones diplomáticas para Ucrania y el 41% quiere que se envíen menos armas a ese país. Scholz -o Alemania- no puede realmente cambiar de rumbo en cuestiones tan básicas. Pero puede pensar que arrastrando los pies de forma ambigua podría recuperar más votantes.
Un segundo grupo que exige negociaciones y el fin de la guerra de Ucrania, quizá de forma muy sorprendente, es la AfD. Aunque apoya con entusiasmo a las grandes empresas, la OTAN, el proyecto y el rearme alemán, pide sin embargo negociaciones, paz y la reanudación de relaciones comerciales normales. Es posible que la AfD sólo quiera aumentar aún más su popularidad , sobre todo en el este de Alemania, donde hay menos entusiasmo militar, y ya tiene una posición sorprendentemente fuerte (y peligrosa), en torno al 30%. Por supuesto, les llaman «Putin-lovers». Quién sabe, tal vez lo sean. Pero su máxima dirigente, Alice Weidel, es inteligente, astuta, una hábil oradora, e hizo un elocuente alegato a favor de la paz, al tiempo que daba las gracias a Mützenich y felicitaba a Scholz por no enviar a Taurus a Kiev. Creando así una difícil complicación.
Y luego está el partido Linke, que se ha visto a sí mismo desde su nacimiento como el «partido de la paz». De hecho, a lo largo de los años se ha opuesto a todo despliegue de tropas o barcos alemanes fuera de sus fronteras, se ha opuesto al pago de sumas gigantescas a Rheinmetall y sus hermanos en el país o en el extranjero, se ha opuesto a la exportación de armas alemanas a casi todos los gobiernos opresores que se han podido encontrar, se ha opuesto a toda forma de militarización. Un historial valiente y ejemplar, junto a su lucha por un salario mínimo más alto, más dinero para las personas mayores, por el cuidado de los niños y los derechos de las mujeres. Su postura también obligó a socialdemócratas y verdes a adoptar mejores posiciones, aunque sólo fuera para evitar una deriva de sus votantes hacia la pequeña Linke, aunque potencialmente creciente.
Quizás fueron sus éxitos los que se convirtieron en su punto débil. No sólo los delegados que salían elegidos a nivel nacional, estatal o local, sino también su personal y asistentes, tenían buenos empleos. Algunos tendían, con demasiada frecuencia, a convertirse en parte del «establishment», del que desconfiaban los votantes insatisfechos y decepcionados, o los no votantes. Su estatus cada vez más respetable les llevó a interesarse por los «derechos de identidad», los derechos de los inmigrantes, los derechos de género, pero con demasiada frecuencia a distanciarse cada vez más de los trabajadores desatendidos, mal pagados y sobrecargados, incluidos los temporales y los desempleados. Algunos líderes, con la esperanza de coronar los puestos del gabinete estatal con los de una coalición nacional, suavizaron su rechazo a la OTAN y a sus implacables movimientos y amenazas hacia el Este. Su rechazo a la aprobación, incluso escasa, de la gigantesca manifestación por la paz encabezada por Sahra Wagenknecht el año pasado por motivos endebles tomados de los medios de comunicación de masas resultó ser la gota que colmó el vaso para muchos miembros y condujo a la formación de un partido disidente, llamado (se espera que temporalmente) Bündnis Sahra Wagenknecht.
Algunos miembros del Linke, marxistas convencidos, creen que fue un error escindirse y abandonar el partido en lugar de luchar, a pesar de que fueron superados en votos por los líderes conformistas del statu quo, que ahora quieren expulsarlos como hicieron con Sahra Wagenknecht y sus seguidores. Y algunos creen que si la Linke vuelve a ser más militante en algo cuyo nombre apenas se susurra estos días (conflicto de clases), entonces podrá ser rescatada del amenazador olvido. Ya se encuentra en graves apuros, con una caída del 3% a nivel nacional, lo que le impediría acceder al próximo Bundestag.
En cuanto al BSW de Sahra, está totalmente a favor de las negociaciones y la paz, como ningún otro, y ciertamente a favor de los derechos y necesidades de los trabajadores. Pero gran parte de su programa sigue siendo vago y parece estar resultando menos militante de lo esperado. Obtiene entre un 5 y un 7% en las encuestas nacionales, nada mal para un novato con estructuras estatales rudimentarias, pero menos de lo que algunos esperaban en vista de la popularidad de Sahra. Las elecciones europeas de junio y las estatales de septiembre mostrarán la posición de ambos, ahora como rivales en una izquierda dividida.
En cuanto a las fuerzas belicosas, algunos «atlantistas» proamericanos están preocupados por quedar a la deriva después del 5 de noviembre por ese hombre imprevisible de Mar-a-Lago, o están estudiando tablas geriátricas. Otros, el ala germánica, que rechaza la infiltración estadounidense, desde los estilos musicales hasta la jerga sucia, maquinan y sueñan con los viejos tiempos de uniformes elegantes, tacones chasqueantes, cruces de hierro y gente que sabe cuál es su lugar. Pero todos se unen a Rheinmetall, Lockhead y los demás en la esperanza de que la guerra dure hasta que tengan nuevas oportunidades de vencer en las amplias extensiones euroasiáticas, restablecer la posición adecuada de Alemania en el mundo y, quizás para algunos, la esperanza de vengar aquel desastre de sus abuelos en 1945. Cada vez más, nos vemos envueltos en sus discursos y preparativos de guerra.
Lo que se necesita desesperadamente, no sólo en Alemania, sino especialmente en Alemania, es una nueva consolidación de todos aquellos de cualquier partido, o de ningún partido, que todavía tienen cerebros no dirigidos en sus cabezas y un corazón en sus pechos para poner fin a la matanza y el hambre de ucranianos, rusos, los palestinos y el todavía demasiado pequeño número de valientes judíos israelíes (como los «refuseniks») para construir un movimiento pacifista dinámico como el que hubo contra la guerra de Vietnam, o contra los misiles en Alemania Occidental en la década de 1980, o las marchas para impedir la guerra de Irak o, en los últimos meses, para rescatar al torturado millón y más de personas inocentes de Gaza -sí, y a esos 100 rehenes también. Un movimiento así es desesperadamente necesario; el tiempo corre en su contra. ¿Se puede destronar a los Júpiter del mundo? Por Europa y por el mundo. ¿Será posible?
P.D. Cuatro apéndices después de terminar este largo Boletín:
1. El fin de semana de Pascua volverá a estar marcado por cuatro días de Marchas por la Paz, sin una gran concentración central, pero con formas variadas en muchos pueblos y ciudades de toda Alemania, del este y del oeste. A pesar de las desgraciadas divisiones y disputas, también en el movimiento pacifista, podría volver a sacudir barcos, incluso férreos, y este año es más urgentemente necesaria que nunca; espero que muchos miles de personas se unan a ella. (Yo también lo haré, al menos al principio).
2. Tanto el Bundestag como el Bundesrat han aprobado una ley sobre el cannabis extremadamente controvertida. Los mayores de 18 años pueden llevar legalmente 25 gramos fuera de casa y 50 gramos más tres plantas hembra en casa. Se prohíbe fumar cerca de las escuelas y se permite la venta de pequeñas cantidades a adultos. Todo para vencer al mercado negro. Algunos estados piden airadamente al Presidente Steinmeier que se niegue a firmar la ley.
3. En el futuro, los futbolistas alemanes vestirán ropa NIKE (de Estados Unidos) en lugar de Adidas (de Alemania). «¡Patriótico!», claman algunos.
4. Dolor y simpatía por los que murieron en la tragedia de Krasnogorsk, una secuela de las guerras pasadas y presentes y un presagio de lo que perturbará al mundo durante años como resultado de las guerras actuales.
Sobre Victor Grossman Victor Grossman, nacido en Nueva York, huyó de las amenazas de la era McCarthy como joven recluta y aterrizó en Alemania Oriental, donde observó el ascenso y la caída de la República Democrática Alemana (RDA). Ha descrito su propia vida en su autobiografía Crossing the River: A Memoir of the American Left, the Cold War, and Life in East Germany (University of Massachusetts Press, 2003), y analizado la RDA y cuestiones de capitalismo y socialismo en Alemania y Estados Unidos, con sus provocativas conclusiones, junto con humor, ironía y sarcasmo ocasional en todas direcciones, en A Socialist Defector: From Harvard to Karl-Marx-Allee (Nueva York: Monthly Review Press). Su dirección es wechsler_grossman [at] yahoo.de (también para suscribirse gratuitamente a los Boletines de Berlín enviados por MR Online).
9. La «finalité» de Europa según BSW
Por lo que me comentan, parece que en la UE están preocupados porque en el próximo parlamento europeo el dominio de las fuerzas tradicionales sea mucho menor a lo habitual, con el ascenso de lo que ellos consideran «extremistas», tanto de derecha como de izquierda. En este último caso, no por nuestra paupérrima izquierda en España, me temo, sino por las perspectivas de un ascenso de la alemana BSW -aunque para estas elecciones europeas me parece muy prematuro-. El sociólogo alemán Wolfgang Streeck, del que vimos hace poco una entrevista sobre ese partido, reflexiona sobre el tema. https://braveneweurope.com/
De la integración a la cooperación. Menos Europa para más Europa
18 de marzo de 2024
La UE está siendo secuestrada por el proyecto neoliberal y debe ser detenida. Sin embargo, eso no significa que no pueda desempeñar un papel importante en Europa.
Wolfgang Streeck es investigador asociado del Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, Colonia.
¿Cuándo, si no ahora, a tres meses de la elección de un nuevo Parlamento de la UE, sería el momento adecuado para preguntarse en qué debería consistir en última instancia la unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa que se invoca habitualmente en Bruselas, cuál debería ser, como dicen los franceses, su finalité? En realidad, ésta debería ser la pregunta de todas las preguntas, en Bruselas y en las capitales. Pero, aunque siempre está flotando de algún modo por encima de las mesas de las conferencias, se mantiene al margen de los asuntos cotidianos con asombrosa virtuosidad. Esto se debe a que cualquier intento de abordarlo podría poner fin al perenne autoengaño de los europeos de la UE: a saber, que todo el mundo imagina que la UE es la misma cosa, y exactamente lo que ellos mismos imaginan que es.
La exclusión pragmática de un problema cuya inclusión provocaría disputas sobre huevos sin cascar puede ser un alto arte político. Sin embargo, sólo es útil mientras nadie perturbe el cártel del silencio y éste no interfiera en la vida cotidiana pragmática. En lo que respecta a la UE, sin embargo, se ha llegado a este punto a más tardar con la aparición de opositores más o menos «de derechas» que quieren saber de boca de los administradores del «proyecto europeo» en voz desabrida, pero por eso mismo incontenible, cuál será su resultado final. Atenerse a lo de siempre frente a un coro enardecido como éste debe parecer un grave error: desde el punto de vista pragmático, porque debe fomentar aún más la construcción del resentimiento, y desde el punto de vista democrático, porque daña a una democracia que su clase política se envuelva en un silencio consensual frente a una opinión pública cada vez más inquisitiva.
Dado el peso de Alemania en la UE, donde el Gobierno de Scholz reclama ahora abiertamente el papel protagonista, se sugiere examinar más de cerca, en particular, la idea alemana de la finalité europea. Lo que tradicionalmente prevé es un Estado central más o menos federalista, una «Europa unida», en la que los Estados nación europeos se convierten cada vez más en Estados federales que ceden su soberanía al gobierno federal en virtud del derecho constitucional o de los usos y costumbres, impulsados por tendencias intrínsecas de centralización, conocidas del federalismo alemán, que superan todas las promesas formales de descentralización. El problema es que esta visión no sólo no es compartida por ningún otro Estado miembro, sino que está irremediablemente desfasada dada la evolución que ha seguido la UE en las tres últimas décadas.
Por supuesto, esto también podría mantenerse en secreto, algo que, como era de esperar, los programas electorales de los partidos del bloque germano-europeo están intentando por todos los medios. Durante un tiempo, parecía que esto podría funcionar – siempre y cuando la única voz disidente viniera de la AfD, ahora enemigo público número uno en el Estado y la sociedad, con su abandonado proyecto Dexit. Recientemente, sin embargo, las cosas pueden haber cambiado, ya que un nuevo partido, Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW), ha presentado un programa electoral para la UE que los medios de comunicación alemanes, celosamente antieuroescépticos, podrían encontrar difícil de excluir del debate político -aunque no se puede descartar que se las arreglaran una vez más para perder la oportunidad de poner al día el debate alemán sobre Europa.
Para comprender la importancia del programa europeo de BSW, parece útil empezar señalando que, fuera de Alemania, todo el mundo es consciente de que el concepto integracionista alemán de integración ha fracasado, a más tardar con la ampliación hacia el Este y la unión monetaria. Hoy en día, ningún Estado miembro de la UE pone en discusión su soberanía nacional; de hecho, ni siquiera la propia Alemania, que imagina una Europa de la UE integrada como una Alemania (Occidental) ampliada, del mismo modo que Francia piensa en su «Europa soberana» como una expansión horizontal del Estado francés y, de acuerdo con su tradición, no puede hacer otra cosa. La razón es que la UE actual es demasiado heterogénea para que ningún país europeo, ni siquiera Luxemburgo, permita que su soberanía sea absorbida por un euroestado integrado; el ideal germano-europeo de un estado federal con una escalera de competencias incorporada es incompatible con la diversidad dramáticamente creciente de los estados y sociedades que ahora se organizan en la UE.
Una rápida mirada alrededor muestra lo profundas que son las grietas en la UE, que ha pasado de seis a 27 miembros, o a través del Brexit: se ha reducido de 28, grietas que están bloqueando firmemente el camino hacia una integración europea al estilo alemán. En el Sur, en Italia, a pesar de que el país lleva décadas perteneciendo a la UE y a la UEM, una primera ministra que en Alemania es considerada una neofascista está firmemente en el sillón, tras el espectacular fracaso de una serie de virreyes enviados desde «Europa», desde Monti a Draghi, el Super Mario de Bruselas, Goldman Sachs y el BCE de Fráncfort. En el Este, el trasplante de las instituciones de la democracia europea occidental de posguerra está resultando tan conflictivo internamente como inaplicable desde el exterior; en el Norte, Dinamarca y Suecia siguen fuera de la unión monetaria, y Noruega fuera de la UE; y en el Oeste, uno de los tres países más grandes de Europa, el Reino Unido, ya ha salido debido a la incompatibilidad de su política y su constitución con el modelo estándar de la UE. Además, el ahora segundo Estado miembro más grande, Francia, pronto podría ser gobernado por, en lenguaje político alemán, otra neofascista. Ya ahora, Francia no está disponible para el tan cacareado «tándem» franco-alemán o franco-alemán como gobierno informal de una Europa integrada. La predicción de Helmut Kohl al final de su cancillería de que el Reino Unido pronto se uniría a la unión monetaria y luego todos pasarían rápidamente a la unión política fue tan descaradamente errónea como la esperanza de toda la vida de Wolfgang Schäuble de que la force de frappe francesa y la «participación» de Alemania en las armas nucleares estadounidenses estacionadas en su territorio podrían combinarse de algún modo para formar una potencia nuclear europea integrada.
El hecho de que una entidad heterogénea como la UE es ingobernable desde arriba, tanto tecnocrática como políticamente, quedó demostrado a más tardar después de 2008, cuando Merkel y Sarkozy rescataron a los bancos alemanes y franceses como solución a la crisis financiera, sin poder avanzar hacia una unión bancaria. Unos años más tarde, durante la crisis de Covid, tras el fracaso de la Comisión Europea a la hora de conseguir vacunas y aplicar medidas de protección uniformes con las fronteras interiores abiertas, los Estados miembros pasaron rápidamente a ocuparse ellos mismos de la salud de sus poblaciones, lo mejor que pudieron de acuerdo con las condiciones nacionales. El fondo especial de «reconstrucción» de 750.000 millones de euros, financiado con deuda eludiendo los tratados, se esfumó sin efecto. Esto fue especialmente cierto en Italia, su verdadero objetivo, donde la reestructuración nacional al estilo de Bruselas iba a ser llevada a cabo por Mario Draghi, llamado a abandonar su jubilación con este fin; su mandato como primer ministro de una coalición de todos los partidos terminó con su dimisión después de poco más de un año. No obstante, hoy se habla de una nueva edición del fondo.
Otro ámbito político en el que la UE es incapaz de conciliar los intereses de sus Estados miembros es y sigue siendo la inmigración. Aquí, un Estado tras otro se han visto obligados a idear sus propias medidas; hablar de «soluciones» sería una exageración. Esto incluye a Alemania, que en realidad había querido utilizar la UE para evitar tener que tratar la cuestión a nivel nacional. Además, cuando estalló la guerra de Ucrania, la UE se encontró excluida de las negociaciones entre Rusia y Estados Unidos en otoño e invierno de 2021/21, incapaz de dar una oportunidad a los acuerdos de Minsk negociados por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania. Una vez iniciada la guerra, la UE fue reclutada por Estados Unidos y la OTAN para elaborar sanciones económicas contra Rusia sobre la base de su presunta experiencia en política económica y comercio exterior; un año después, la economía rusa crecía mientras se instalaba una recesión en Europa occidental, y en Alemania en particular.
¿Por qué los Estados miembros, o más exactamente: sus clases políticas, se aferran a pesar de todo a la UE, recientemente incluso los derechistas Meloni y Le Pen? En parte porque han aprendido a utilizar la UE como escenario para la persecución de sus intereses nacionales, mediante acuerdos realizados en la invisibilidad de la jungla institucional que es el sistema de la UE. Ese sistema, además, permite trasladar los problemas nacionales y la responsabilidad de tratarlos hacia arriba, a un superestado europeo imaginado, para evitar tener que tratarlos directamente. Además, los Estados miembros pueden pedir a la Unión que les dicte desde arriba políticas que no podrían vender por sí solos a sus votantes. También existe la posibilidad, cada vez más real, de utilizar la UE como receptáculo de deuda asumida, no como deuda nacional sino como deuda colectiva europea, que los votantes serían menos propensos a desaprobar. Y, en general, la impermeabilidad del complejo institucional bruselense permite presentarlo ideológicamente como en camino, lento pero seguro, hacia un superestado integrado en el que todo irá mejor: un flamante Estado ideal hecho a medida, todo fresco.
Son juegos de este tipo a los que pondría fin un proyecto europeo renovado de forma realista, con una finalité revisada y no integracionista, como la que sugiere por primera vez en Alemania la plataforma Wagenknecht: al abuso de las instituciones comunitarias para la política encubierta de intereses nacionales, que fomenta el cinismo político y daña la credibilidad democrática de los Estados miembros; al desplazamiento de la responsabilidad a un pseudogobierno central democráticamente inaccesible y tecnocráticamente incompetente, que no hace sino exacerbar los problemas existentes; y a la propagación de ilusiones de un futuro completamente diferente, en el que lo que se necesitan son instituciones políticas cuyos gobernantes puedan rendir cuentas democráticamente. Para todo ello, sería esencial reconocer el papel central de los Estados nacionales en el sistema estatal europeo en lugar de lamentarlo: abstenerse de exigir «soluciones europeas» donde no puede haberlas; remediar el «déficit democrático» reforzando el papel europeo de los parlamentos de los estados miembros, en lugar de pedir una y otra vez más poderes para un parlamento europeo que no lo es ni puede serlo – en resumen, tomarse en serio el principio de subsidiariedad proclamado en los tratados de la UE y abandonar la ilusoria esperanza de una superpolítica integrada con supersoluciones uniformes en un superestado europeo, diseñado según el modelo del estado-nación europeo, en particular el alemán, sólo que más grande, más bello e históricamente inocente.
El programa electoral europeo de BSW no es un proyecto de programa de gobierno europeo, entre otras cosas porque no cree en el gobierno europeo. Esto es precisamente lo que lo hace refrescantemente original, en particular en el contexto alemán: no «más Europa», que es el eslogan estereotipado de todos los demás partidos alemanes, sino una Europa diferente: una comunidad de Estados no jerárquica, no imperialista e igualitaria, con su organización internacional como marco jurídico y plataforma institucional para asociaciones internacionales nacionalmente responsables para la resolución de problemas, una Europa de cooperación en lugar de integración, basada en el respeto de la soberanía nacional y la democracia. Hace tiempo que existen palabras para esto: Europa a la carta, Europa de las patrias -o en su caso, de las madres- o Europa de geometría variable; todas ellas mal vistas por los centralistas de Bruselas por razones obvias. Para que se conviertan en algo más que recuerdos lejanos de un pasado preintegracionista, los sueños de los Verdes de utilizar la UE para la reeducación cultural de las sociedades insuficientemente liberales de Europa del Este tendrían que archivarse, al igual que Frau von der Leyen tendría que abandonar sus esperanzas de convertirse algún día en la líder de un supergobierno europeo. En su lugar, ella y sus compañeros integracionistas tendrían que soportar una Unión Europea convertida en una consultoría para la cooperación entre sus Estados miembros, asistiendo en lugar de gobernando su acción colectiva, y en un guardián de la diversidad de intereses y formas de vida en casa en Europa en lugar de una agencia burocrática de estandarización social y económica.
Una UE renovada y, cabría añadir, rescatada políticamente de este modo sabría que Alemania necesita un régimen de inmigración diferente al de Grecia y viceversa; que Polonia quiere y necesita elaborar su propio derecho de familia al igual que Alemania, en lugar de que se le dicte desde arriba una versión «progresista»; que Italia necesita una política industrial que se adapte a su economía en lugar de tener que sustituirla por una economía que se adapte al mercado interior, al igual que Francia necesita una política fiscal que respete el papel del Estado en la economía política francesa, en lugar de tener que soportar un régimen fiscal alemán, etc., etc. Aunque a primera vista una menor integración de este tipo parecería menos Europa, despejaría conflictos políticos divisorios y disfunciones gubernamentales y, en este sentido, equivaldría, de hecho, a más Europa, como sugiere el difunto sociólogo estadounidense Amitai Etzioni en un capítulo sobre la UE de su último libro, Reclaiming Patriotism.
Tal y como están las cosas en la UE, un cambio en esta dirección no puede ser el resultado de un Gran Reajuste Europeo, y el programa de Wagenknecht se abstiene sabiamente de pedirlo. Lo que es ingobernable desde arriba también es irreformable desde arriba. De hecho, la UE como institución está estructurada de la forma en que está para que el progreso hacia la integración sea irreversible; donde no puede avanzar, como ahora, sólo puede estancarse. La buena noticia, sin embargo, es que para insuflar nueva vida a una organización que se ha quedado desfasada, basada como está en el absurdo supuesto de que los Estados nación democráticos pueden someterse al control jerárquico de una burocracia internacional, no se necesita un gran plan maestro. Consciente de las costumbres de Bruselas, el programa europeo de BSW, en lugar de reclamar una reescritura de los tratados mediante una convención europea, deposita sus esperanzas en un impulso persistente desde abajo, desde los Estados miembros, incluida Alemania, en favor de la descentralización y la autonomía, devolviendo la responsabilidad democrática allí donde sólo puede aplicarse eficazmente: en las bases nacionales de la casa común europea.
Fundamentalmente, lo que esto requiere es normalizar en la práctica y reconocer en la teoría, en lugar de negar y denunciar, el movimiento ya en marcha hacia una mayor autonomía nacional, un movimiento que Bruselas, aunque cada vez más en vano, sigue intentando suprimir. Para detener y revertir la centralización, el programa de BSW aboga por algo parecido a la desobediencia civil por parte de los Estados miembros en interés de la democracia nacional, donde los países se permiten el derecho a no seguir las directivas centrales si entran en conflicto con los intereses de sus votantes, no muy diferente del modelo francés probado y comprobado. Para la izquierda, esto significaría, entre otras cosas, abandonar la idea de solidaridad internacional practicada a través de la burocracia de la UE, en favor de la cooperación transnacional directa entre gobiernos progresistas y el apoyo a través de las fronteras nacionales a las fuerzas progresistas de otros países. Por supuesto, esto no excluye que una crisis futura, como la que podría surgir en cualquier momento de la unión monetaria europea sin una unión política y fiscal europea, pueda causar tanta destrucción que sea inevitable una importante reconstrucción institucional o, de hecho, una de-construcción.
Por el momento, la última esperanza para una Europa integrada centralmente es la transformación de la UE en una alianza militar, junto a una guerra prolongada en Ucrania, convirtiendo a la UE en el pilar europeo de la OTAN o incluso, en una emergencia trumpista, en su sucesor. Rusia sería el unificador externo mientras que Alemania, tal y como están las cosas, unificaría Europa desde dentro, bajo la supervisión de Estados Unidos. Esto también, sin embargo, es probable que tarde o temprano se atasque: las posiciones geopolíticas y las ambiciones geoestratégicas de países como Polonia, Alemania y Francia son demasiado diferentes, y los riesgos y costos previsibles son demasiado altos, especialmente para el comandante de campo designado y pagador, Alemania. En cualquier caso, uno de los principales principios del BSW como partido político progresista es que la paz y la seguridad en Europa no pueden lograrse con una división bipolar del continente euroasiático y una carrera armamentística sin fin a lo largo de la frontera occidental de Rusia. Para evitar un enfrentamiento entre una Europa Occidental integrada y Rusia, BSW sugiere un régimen de seguridad paneuroasiático basado en la igualdad de soberanía de todos los Estados participantes. Apoyado quizás por una Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) resucitada, tendría que estar apuntalado por acuerdos sobre control de armamentos y una amplia gama de instrumentos para fomentar la confianza. De hecho, contribuyendo a una Europa de este tipo, la UE podría incluso volver a ser el «proyecto de paz» que durante tanto tiempo ha pretendido ser.
10. En recuerdo de Roque Dalton
En Sidecar han publicado este pequeño homenaje a Roque Dalton. Los títulos y los poemas son traducción del inglés, por lo que es posible que no se correspondan con los originales, que no he buscado. Recordemos que el responsable de su asesinato, Joaquín Villalobos, luego -o ya entonces -se pasó a la reacción, premiado, por ejemplo, con su colaboración como articulista en El País.
Clandestinidad
Tony Wood 20 de marzo de 2024
En diciembre de 1973, una versión del poeta salvadoreño Roque Dalton regresó en secreto a su patria. Miembro del Partido Comunista Salvadoreño desde los años cincuenta, había roto recientemente con él para unirse al guerrillero Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Era bien conocido por la dictadura militar del país y había sido encarcelado varias veces, por lo que se necesitó algún subterfugio para introducirlo de nuevo clandestinamente. Antes de salir de La Habana, donde había pasado los seis años anteriores, adoptó no sólo un nuevo alias, sino también un nuevo rostro, alterando sus rasgos (supuestamente por el mismo cirujano que había trabajado con el Che Guevara antes de su partida a Bolivia). La treta funcionó bastante bien con los guardias fronterizos salvadoreños, pero en poco más de un año Dalton había sido traicionado por quienes mejor conocían su verdadera identidad: sus propios compañeros del ERP le acusaron de ser un agente de la CIA y le ejecutaron sumariamente en mayo de 1975.
Cuentos y poemas de una lucha de clases, reeditado el año pasado por Seven Stories Press, es el único escrito que Dalton produjo durante este periodo clandestino, en el que confluyeron poesía y lucha armada. Ocupa un lugar curioso en su obra, a la vez una coda trágica y un nuevo punto de partida. Desde un punto de vista formal, los poemas son versiones de Dalton: ya fuera por las necesidades de la clandestinidad o por decisión creativa, adoptó cinco heterónimos, ensayando diferentes personajes poéticos con biografías ficticias y visiones contrastadas del mundo. Temáticamente, aunque estos poemas tienen mucho en común con su obra anterior, están más centrados en la política salvadoreña y en cuestiones de compromiso revolucionario. Constituyen una especie de testimonio oblicuo del viaje del propio Dalton desde la ortodoxia del PC hasta su adhesión a la guerra de guerrillas. También reflejan una coyuntura crítica en la vida de la izquierda latinoamericana, cuando el auge triunfal inspirado por la Revolución Cubana había dado paso a los años de plomo de la dictadura y la represión, y cuando para muchos, las visiones optimistas de la transformación social se habían visto obligadas a ceder ante los duros aspectos prácticos de la resistencia.
Nacido en 1935, Dalton se dio a conocer en El Salvador a principios de la década de 1960, como parte de la generación comprometida -la «generación comprometida» de escritores nacidos en torno a la década de 1930 que abordaron temas sociales y políticos en sus obras-. En un viaje a Chile en 1953, conoció a Pablo Neruda, cuya obra influyó poderosamente en el lirismo terrenal de los primeros versos de Dalton. También conoció a Diego Rivera, quien le dijo al joven de dieciocho años que «seguía siendo un idiota» porque aún no había conocido el marxismo. Cuatro años más tarde, tras regresar de un viaje a la URSS con motivo del Festival Mundial de la Juventud, se afilió al Partido Comunista Salvadoreño.
Activo en el partido y en los círculos literarios de San Salvador mientras estudiaba Derecho, Dalton fue detenido en 1959 y de nuevo en 1960 en medio de la represión gubernamental de las protestas estudiantiles. Un informe policial de la época lo calificaba de «elemento extremadamente peligroso para la tranquilidad nacional». Al propio Dalton le pareció exagerada la descripción, pero le impulsó a un compromiso político más profundo; como diría más tarde, «a partir de ese momento, me dediqué a proporcionar a los jueces pruebas contra mí». En 1961 abandonó sus estudios y se marchó a México y luego a Cuba. Aunque regresó clandestinamente a El Salvador en 1963, pronto fue encarcelado de nuevo. Escapó al año siguiente y pudo huir de nuevo al exilio, pero las turbias circunstancias de su fuga parecieron sospechosas más tarde a sus compañeros del ERP. En un trágico giro, la buena fortuna que le permitió ponerse a salvo -primero en Praga, de 1965 a 1967, y luego en Cuba hasta 1973- contribuyó a su caída.
Casi toda la producción literaria de Dalton se publicó por primera vez en Cuba, a partir de su primer poemario en 1962, La ventana en el rostro. A lo largo de la década siguiente se sucedieron los libros. Entre ellos figuran otros poemarios en los que a la influencia de Neruda se une la de César Vallejo, y en los que los temas políticos e históricos adquieren progresivamente mayor protagonismo; Taberna y otros lugares obtuvo el prestigioso premio Casa de las Américas en 1969. También publicó dos monografías históricas sobre El Salvador y una larga entrevista con el veterano comunista salvadoreño Miguel Mármol, a quien Dalton había conocido en Praga. El libro, titulado igual que su homónimo, se convirtió en una de las obras fundacionales del género testimonial al publicarse en 1972. También fue un intento pionero de recuperar la memoria popular de la masacre de campesinos e izquierdistas perpetrada por el gobierno en 1932, una lacerante herida de la historia salvadoreña conocida hasta hoy simplemente como La Matanza. Todos nacimos medio muertos en 1932″, escribió Dalton más tarde en un poema titulado «Todos nosotros», añadiendo: «Ser salvadoreño es estar medio muerto / eso que se mueve / es la mitad de vida que nos dejaron».
Antes de abandonar Cuba en 1973, Dalton puso en orden sus asuntos literarios. El crítico y novelista Horacio Castellanos Moya ha analizado meticulosamente la correspondencia tardía de Dalton y lo ha encontrado trabajando duro para organizar la rápida publicación de varios manuscritos más, incluyendo una novela autobiográfica, Pobrecito poeta que era yo, y dos obras de poesía, Un libro levemente odioso y Un libro rojo para Lenin. Aunque sólo aparecieron póstumamente -en algunos casos más de una década después de la muerte del autor-, no dejan de ser obras que el propio Dalton consideraba completas y que conscientemente quería que formaran parte de su legado literario.
Cuentos y poemas de una lucha de clases tiene un estatus más ambivalente. Escritos después que el resto de su obra, estos poemas parecen más un experimento en proceso que un producto acabado. En la época en que fueron escritos circulaban versiones mimeografiadas en El Salvador, pero los poemas no se publicaron hasta 1977, cuando compañeros de Dalton que habían abandonado el ERP por su asesinato los publicaron bajo el título Poemas clandestinos. En 1984, en pleno auge del movimiento de solidaridad con Centroamérica en Estados Unidos, fueron traducidos al inglés por el fallecido poeta beat y comunista californiano Jack Hirschman, y publicados junto a los originales en español. Esta doble edición es el texto que Seven Stories Press ha reeditado, con nuevos prólogos de los escritores salvadoreños Jaime Barba, Tatiana Marroquín y Christopher Soto.
Los heterónimos que Dalton adoptó en estos cincuenta y siete poemas tienen ciertamente voces diferentes, pero al mismo tiempo abundan los temas y preocupaciones comunes. En este sentido, no son como los famosos heterónimos de Fernando Pessoa: en lugar de presentar cuerpos de obra paralelos y distintos, los personajes poéticos de Dalton convergen en torno a una lucha política compartida, y sus diferentes trasfondos ficticios representan diversas vertientes sociológicas e ideológicas dentro del movimiento revolucionario de El Salvador. Dos de los heterónimos supuestamente estudiaron Derecho, como Dalton (Vilma Flores y Timoteo Lúe); dos son sociólogos de formación (Juan Zapata y Luis Luna); y uno es activista del movimiento obrero católico (Jorge Cruz). Todos, excepto Flores, son hombres; todos, excepto Cruz, son unos diez años más jóvenes que Dalton; quizá no se trate tanto de yos alternativos como de personificaciones de compañeros más jóvenes.
Los poemas de Vilma Flores que abren la colección marcan en muchos sentidos la pauta, combinando militancia política y un lirismo sobrio. «No se equivoquen», comienza un poema titulado «Sobre nuestra moral poética»: «somos poetas que escribimos / desde la clandestinidad en la que vivimos», y añade que «nos enfrentamos directamente al enemigo». Los poemas de Flores también introducen una perspectiva feminista. En «Hacia un amor mejor» se observa que, si bien «nadie discute que el sexo es una condición doméstica» o económica, «donde empiezan los líos / es cuando una mujer dice / que el sexo es una condición política». (Pero esta perspectiva sigue estando, en el mejor de los casos, poco desarrollada, y sus implicaciones rara vez van más allá del reconocimiento, por ejemplo, de que «el desodorante mágico con un toque de limón / y el jabón que acaricia voluptuosamente su piel / los fabrica el mismo fabricante que el napalm».
Los versos de Timoteo Lúe son más sentimentales y sinceros en su lirismo: «Como tú», por ejemplo, comienza «Como tú yo / amo el amor, la vida, el olor dulce / de las cosas, el paisaje / celeste de los días de enero». Las de Jorge Cruz, por su parte, pretenden claramente encarnar la fuerte corriente de la Teología de la Liberación dentro del movimiento revolucionario salvadoreño (aunque quizá también ofrezcan un diálogo implícito con el yo más joven de Dalton, educado en los jesuitas). En «Credo del Che», Guevara se funde con Cristo en una confluencia de religión y política revolucionaria: «pusieron una corona de espinas / y un delantal de loco a Cristo Guevara / y entre abucheos, colgaron de su cuello un letrero – / INRI: Instigador de la Rebelión Natural de los Empobrecidos».
Los poemas de los dos últimos heterónimos, Juan Zapata y Luis Luna, son mucho más satíricos. Los poemas de Zapata están impulsados sobre todo por un impulso negativo de crítica al PC salvadoreño, y se presentan como una legitimación apenas velada de la ruptura de Dalton con la organización. Pero su mordacidad los convierte en divertidas parodias de la línea ortodoxa del PC. En «Parábola que comienza con vulcanología revisionista», el heterónimo de Dalton ventrílocua a un apparatchik del partido para declarar que «El volcán de Izalco / como volcán / era de ultraizquierda». Sin embargo, después de haber escupido lava y ceniza, ahora había aprendido la lección y se había convertido en «un buen volcán civilizado», un «volcán para ejecutivos». Otro poema titulado «Ultraizquierdistas» recorre de forma similar la larga tradición insurgente de El Salvador y califica sarcásticamente cada caso de «ultraizquierdismo», desde los indígenas pipiles que resistieron la conquista española hasta el líder comunista Farabundo Martí, víctima de la Matanza de 1932. Como ataque a la timidez política del PC, era retóricamente eficaz, pero como registro de los resultados en serie de la lucha armada, difícilmente ofrecía precedentes alentadores para la propia adopción de la lucha armada por parte de Dalton.
Es en los poemas de Luis Luna donde Dalton encuentra quizá la voz más coherente. No es casualidad, ya que Luna representa casi la mitad del total de poemas. Éstos tienen una energía lacónica, brechtiana, que combina el tono sardónico de Juan Zapata con la militancia clasista de Vilma Flores. Un poema sobre «La Pequeña Burguesía» caracteriza a sus sujetos despectivamente como «Aquellos que / en el mejor de los casos / quieren hacer la Revolución / por la Historia por la Lógica / por la Ciencia y la naturaleza», en lugar de «eliminar el hambre / de los que tienen hambre». A menudo, estos poemas recurren a juegos de palabras o metáforas extensas. La violencia no sólo será la partera de la Historia en El Salvador», observa Luna en un poema, añadiendo que también tendrá que ser «la lavandera de la Historia / la planchadora de la Historia / que va a buscar nuestro pan todos los días / de la Historia». En otro lugar sostiene que «la propiedad privada, en efecto, / más que privada / es propiedad que priva». (Hay que reconocer que el juego de palabras -propiedad privada frente a propiedad privada- funciona mejor en español, pero aquí, como en otras partes, la traducción de Hirschman se ciñe bastante a lo que Dalton pretendía).
A veces, los poemas de Luna oscilan entre el cuento con moraleja y la cruda realidad, entre las parábolas abstractas y los horrores de la lucha armada. En un poema en prosa, dos policías ofrecen a un preso la oportunidad de escapar de la tortura si adivina cuál de ellos tiene un ojo de cristal. El prisionero acierta, para asombro de los policías, al identificar «el único ojo que me miraba sin odio». Por supuesto», añade el narrador, «siguieron torturándole». Mientras que otros poemas de Luna ofrecen aliento en la lucha, momentos como éste responden a un impulso diferente, como si se tratara de dejar constancia para la posteridad y reivindicar así el sufrimiento de los guerrilleros.
Hay momentos en los que la violencia se inmiscuye en la sátira brechtiana y el juego de ironías. En uno de los poemas de Zapata, por ejemplo, el poeta afirma que «en todas partes la revolución necesita gente / no sólo dispuesta a morir / sino también dispuesta a matar por ella». En toda la colección, de hecho, es la conexión intrínseca con la lucha armada lo que más separa a los poemas del contexto contemporáneo. Los heterónimos de Dalton pasan repetida y fácilmente de la crítica politizada a la acción militar directa, lo que los sitúa firmemente en su momento histórico y, por la misma razón, los distancia del nuestro.
En los años intermedios, la gran mayoría de la izquierda latinoamericana dejó de lado la lucha armada, a menudo tras sufrir enormes pérdidas. En El Salvador, el ERP acabó fusionándose con otros grupos guerrilleros para formar el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que de 1979 a 1992 libró una encarnizada lucha contra una serie de regímenes autoritarios respaldados por Estados Unidos. Un acuerdo de paz permitió a la antigua alianza guerrillera convertirse en un partido político legal, e incluso ganó la presidencia en 2009, ostentando el poder durante una década antes de perderlo frente a Nayib Bukele. Recientemente reelegido para un segundo mandato inconstitucional en medio de un fraude generalizado, Bukele se presenta como un nuevo tipo de autócrata electo. Pero aunque su brutal represión de la llamada violencia de bandas -en realidad un ataque despiadado e indiscriminado contra las clases populares- se ha llevado a cabo bajo la bandera del partido «Nuevas Ideas», sus métodos parecerían sombríamente familiares a cualquiera de la época de Dalton.
Es la persistencia del autoritarismo, de hecho, lo que nos acerca de nuevo a Dalton: el vasto y duradero edificio de represión al que se enfrenta cualquier intento de cambio social progresista en El Salvador, y la repetida impotencia de los medios electorales para llevarlo a cabo. El último poema de la colección capta bien el letal callejón sin salida al que se enfrentaba la izquierda salvadoreña en la década de 1970, y quizá también en el presente. Comienza prediciendo solemnemente que «El Salvador será un país bonito / y (sin exagerar) serio / cuando la clase obrera y el campesinado / . . . curen la resaca histórica / lo limpien lo reconstruyan / y lo pongan en marcha». La dificultad, sin embargo, es que el país sigue acosado por una serie de problemas, figurados aquí como obstáculos, achaques o desfiguraciones: Hoy El Salvador / tiene mil asperezas y cien mil escollos / como quinientos mil callos y algunas ampollas / cánceres sarpullidos caspa suciedad / úlceras fracturas fiebres malos olores». La solución que propone es una inestable combinación de cuidados y violencia limpiadora: «Hay que rematar con un poco de machete / torno de lija trementina penicilina / baños de asiento besos y pólvora». Para el heterónimo de Dalton, aparentemente no había contradicción entre estos remedios. El propio poeta se jugó la vida con la misma poderosa convicción, encontrando su insensato final con una envidiable certeza.
11. Introducción a Arghiri Emmanuel
En la página Anti-Imperialist Network -muy interesante, pero con un ritmo muy pausado de publicación- acaban de publicar en castellano este texto de introducción a la figura de Arghiri Emmanuel. El autor, por cierto, tiene una curiosa biografía que podéis encontrar al final del texto. https://es.anti-imperialist.
El mundo de Emmanuel y el fin del capitalismo
23 marzo 2024 Torkil Lauesen
Resumen
Este texto adopta una visión holística de la obra de Arghiri Emmanuel para explorar la lógica interna y las conexiones entre sus principales escritos. También aplica su obra al capitalismo del siglo XXI a través de la lente del materialismo histórico. Este enfoque analítico se basa en la profunda contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que explica cómo las relaciones de producción coloniales e imperialistas allanaron el camino para un desarrollo dinámico de las fuerzas productivas en el centro del sistema-mundo y por qué han bloqueado el desarrollo en la periferia. El artículo examina cómo este modelo de acumulación ha alcanzado sus límites en términos de explotación tanto de las personas como de la naturaleza, sosteniendo que las relaciones de producción del capitalismo mundial se están convirtiendo en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, anunciando así el fin del capitalismo.
Introducción
Este ensayo sitúa las ideas y el análisis conceptual de Arghiri Emmanuel en el contexto económico y político actual. Emmanuel es conocido sobre todo por su obra seminal El intercambio desigual, pero su investigación también abordó ampliamente otros elementos de la economía política, como, por ejemplo, las contradicciones fundamentales del modo de producción capitalista, el papel de la tecnología en el desarrollo de las fuerzas productivas y la transición hacia el socialismo. No es sorprendente, a la vista de El intercambio desigual, que la obra de Emmanuel muestre una coherencia distintiva en cada una de estas cuestiones.
El intercambio desigual se publicó por primera vez en 1969 en francés y fue traducido rápidamente al inglés, italiano, español, portugués y serbio. El libro tuvo un impacto significativo en el debate académico sobre la «teoría de la dependencia», ya que fue el primer estudio exhaustivo y detallado sobre el comercio internacional en examinar la desigualdad mediante la óptica de la teoría marxista del valor.
La ganancia y las crisis
En 1974, la segunda gran contribución de Emmanuel a la economía política, La ganancia y las crisis, fue publicada en francés por Éditions Maspero en París. Poco después, el libro se publicó en español e italiano. Sin embargo, Emmanuel tuvo dificultades para conseguir un editor inglés de izquierdas para el libro. Las implicaciones políticas presentadas por Emmanuel en El intercambio desigual sobre la clase obrera en el centro imperialista no le granjearon muchos amigos políticos en Norteamérica y en Europa Occidental [1]. En una carta a Immanuel Wallerstein en 1976, Emmanuel reflexionaba sobre el problema de encontrar un editor para La ganancia y las crisis:
La paradoja es que, a diferencia de El intercambio desigual, que suscitó hostilidad en todo el mundo, esta vez las críticas son favorables casi al cien por cien. Esto parece razón suficiente para que la gente no se entusiasme con él [2].
Encontrar una editorial inglesa que publicara La ganancia y las crisis tomó cerca de diez años, hasta que Heneman editó el trabajo en 1984. La ganancia y las crisis aborda la contradicción fundamental del capitalismo: la creación de una sobreproducción y un subconsumo recurrentes que producen una crisis del capital. Como escribió Marx:
La superproducción tiene como condición, especialmente, la ley general de producción del capital, [que consiste en] producir a tono con las fuerzas productivas (es decir, de la posibilidad de explotar el mayor volumen posible de trabajo con un volumen dado de capital) sin preocuparse de los límites establecidos por el mercado o por las necesidades solventes [3].
Como en El intercambio desigual, el método de Emmanuel consiste en una crítica de los economistas clásicos; esta vez, del francés J.B. Say (1767-1832). Say sostenía que la producción crea su propio mercado, manteniendo el sistema en un equilibrio natural [4]. Sin embargo, la experiencia histórica indicaba que el capitalismo no tenía problemas para producir mercancías, sino para venderlas. Incluso si los capitalistas fueran capaces —que no lo son— de predecir la cantidad exacta y la calidad de las mercancías que desea el consumidor, el poder de consumo generado por la producción no es suficiente para comprar todos los productos, realizar la ganancia y proseguir la acumulación.
A primera vista, la tesis de Say parece lógica. La parte del precio que el productor ha gastado en materias primas, materiales auxiliares, máquinas, fábricas, etc., puede asegurar su parte del poder adquisitivo para las mercancías incluso antes de que estén terminadas. Los salarios pagados y los beneficios obtenidos por los subcontratistas crean su parte de la demanda. Los trabajadores que producen las mercancías pueden comprar su parte del producto acabado y el beneficio puede comprar el resto. Todo esto parece garantizar el equilibrio entre la producción y el poder adquisitivo.
Sin embargo, Emmanuel insistía en un desequilibrio estructural entre producción y poder adquisitivo. El componente salarial no era un problema: se convierte en poder de consumo en cuanto se paga. Era el otro componente en el lado del consumo de la balanza —la ganancia capitalista— el que constituía un problema. Los beneficios no están disponibles hasta que se venden todas las mercancías, y no todas las mercancías se venden, por lo que el beneficio no se realiza. Por tanto, el poder adquisitivo se encuentra siempre un paso por detrás de la oferta, como confirma el simple hecho de que siempre se pueden conseguir mercancías a cambio de dinero, pero no siempre dinero a cambio de mercancías.
El desarrollo del «intercambio desigual» se convirtió en la solución histórica para mediar la contradicción entre la necesidad del capitalismo de expandir la producción, por un lado, y la capacidad del poder de consumo de absorber las mercancías producidas, por otro. Para ser más específicos: el desarrollo del colonialismo, recurriendo a la superexplotación en la periferia, generó la transferencia de valor necesaria para elevar el nivel salarial en el centro —indispensable para consumir la creciente producción y realizar así la ganancia a través de la venta. Esto no fue una astucia del capital; fue el resultado del desarrollo del colonialismo y de la lucha de la clase obrera en Europa. Emmanuel escribió: «la sobreproducción […] está siempre latente en el capitalismo y se manifiesta bajo ciertas condiciones. […] Después de 1870, la lucha sindical y el aumento de los salarios ayudaron al capitalismo avanzado a salir de este dilema, al menos hasta cierto punto» [5].
De este modo concreto, “la historia” encontró una vía para que la contradicción del modo de producción capitalista pudiera avanzar y prolongar el desarrollo de las fuerzas productivas: creó un desarrollo económico dinámico en el centro y una crisis permanente en la periferia. Para comprender la dinámica del capitalismo global, el papel del poder de consumo merece tanta atención como el poder de producción [6].
El desarrollo global de las fuerzas productivas
La estructura centro-periferia creada por el colonialismo europeo liberó las fuerzas productivas. De manera dialéctica, Marx afirmaba, por un lado, los rasgos positivos y progresistas del capitalismo: nueva tecnología y desarrollo de la ciencia, industrialización, urbanización, alfabetización de masas, etc. Por otro lado, denunciaba la explotación, la alienación humana, la mercantilización de las relaciones sociales, la falsa ideología, el colonialismo y su correlativo exterminio de masas —todo lo cual es inherente al proceso de modernización.
Esta concepción dialéctica del capitalismo impregnó los escritos de Marx. En el Manifiesto Comunista, Marx describía el surgimiento del capitalismo como una etapa progresiva del desarrollo histórico. En las primeras páginas reseñaba la «industria moderna», la «sociedad burguesa moderna», los «obreros modernos», el «poder estatal moderno», las «fuerzas productivas modernas» y las «relaciones de producción modernas» [7]. En el prefacio de El Capital, Marx escribía que el «objetivo final» del libro estribaba en «revelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna» [8]. Marx defendía esta modernidad porque preparaba el camino hacia una modernidad más desarrollada: el socialismo [9]. En 1847, Friedrich Engels escribía también sobre el papel progresista del capitalismo, que allana el camino al socialismo:
Incluso en tierras bastante bárbaras la burguesía está avanzando. […] ¿Qué hay de todos los gloriosos avances de la ‘civilización’ en tierras como Turquía, Egipto, Túnez, Persia y otros países bárbaros? No son más que una preparación para el advenimiento de una futura burguesía. […] Dondequiera que miremos, la burguesía está haciendo estupendos progresos. Lleva la cabeza alta y desafía con altivez a sus enemigos. Espera una victoria decisiva y sus esperanzas no se verán defraudadas. Pretende modelar el mundo entero según sus criterios, y lo conseguirá en una parte considerable de la superficie terrestre. No somos amigos de la burguesía. Eso lo sabe todo el mundo. No podemos evitar una sonrisa irónica cuando observamos la terrible seriedad, el patético entusiasmo con que los burgueses se esfuerzan por alcanzar sus objetivos. Realmente creen que trabajan en su propio beneficio. Son tan miopes que creen que con su triunfo el mundo adquirirá su configuración definitiva. Sin embargo, nada es más claro que el hecho de que en todas partes nos están preparando el camino a nosotros, a los demócratas y a los comunistas; que, a lo sumo, ganarán unos pocos años de turbulento disfrute, para luego ser inmediatamente derrocados. Detrás de ellos está en todas partes el proletariado: a veces participando en sus esfuerzos y en parte en sus ilusiones, como en Italia y Suiza; a veces silencioso y reservado, pero preparando secretamente el derrocamiento de la burguesía, como en Francia y Alemania; finalmente, en Gran Bretaña y América, en abierta rebelión contra la burguesía dominante. […] ¡Así que seguid luchando valientemente, gentiles amos del capital! Os necesitamos para el presente; aquí y allá os necesitamos incluso como gobernantes. Tenéis que eliminar de nuestro camino los vestigios de la Edad Media y de la monarquía absoluta; tenéis que aniquilar el patriarcalismo; tenéis que llevar a cabo la centralización; tenéis que convertir a las clases más o menos desprovistas de propiedad en auténticos proletarios, en reclutas para nosotros; con vuestras fábricas y vuestras relaciones comerciales debéis crear para nosotros la base de los medios materiales que el proletariado necesita para alcanzar la libertad. En recompensa, se os permitirá gobernar durante un breve período. Se os permitirá dictar vuestras leyes, regodearos en los rayos de la majestad que habéis creado, ofrecer vuestros banquetes en los salones de los reyes y tomar por esposa a la bella princesa, ¡pero no olvidéis que ‘el verdugo está a la puerta’! (Heinrich Heine, Ritter Olaf) [10].
Como sabemos, el rostro del verdugo permanece bien oculto. En la época del Manifiesto Comunista, Marx y Engels creían que el capitalismo sería un asunto más bien breve, de décadas y no de siglos. Sin embargo, la contradicción del modo de producción capitalista entre la expansión de la producción y el poder de consumo promovió su globalización. Marx escribe: «cuanto más se desarrolla la producción capitalista, más se ve obligada a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de la constante expansión del mercado mundial» [11].
En el Manifiesto Comunista, Marx describió ya esta temprana tendencia a la globalización:
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. […] La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza [12].
No era sólo una cuestión de nuevos mercados; Marx percibía el desarrollo del capitalismo como un proceso centrífugo que se extendería rápidamente por todo el planeta. El capital inglés se aventuraría por todas partes y convertiría el resto del mundo en una imagen especular de Inglaterra. En El Capital, Marx escribía: «el país más desarrollado industrialmente sólo muestra al menos desarrollado la imagen de su propio futuro» [13].
La primera fase de la industrialización terminó en Inglaterra hacia 1830, cuando la industrialización apenas había comenzado en los países de la Europa continental y en Estados Unidos. Los países europeos y Estados Unidos, sin embargo, nunca se convirtieron en una periferia.
El capital inglés los ayudó a convertirse ellos mismos en países capitalistas desarrollados. Hasta aquí, las predicciones de Marx eran correctas. Hacia 1880, el desarrollo industrial tanto de Alemania como de Estados Unidos había superado al de Inglaterra. Marx creía que a las colonias de Asia y África les esperaba un proceso similar. Una vez que Inglaterra hubiese eliminado las estructuras sociales tradicionales e introducido el capitalismo, las colonias, haciéndose eco de la modernización de la madre patria, experimentarían un rápido desarrollo. Sobre el papel de Inglaterra en la India, Marx escribió:
Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión; destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia. […] Ya sé que la burguesía industrial inglesa trata de cubrir la India de vías férreas con el exclusivo objeto de abaratar el transporte del algodón y de otras materias primas necesarias para sus fábricas. Pero si introducís las máquinas en el sistema de locomoción de un país que posee hierro y carbón, ya no podréis impedir que ese país fabrique dichas máquinas. No podréis mantener una red de vías férreas en un país enorme, sin organizar en él todos los procesos industriales necesarios para satisfacer las exigencias inmediatas y corrientes del ferrocarril, lo cual implicará la introducción de la maquinaria en otras ramas de la industria que no estén directamente relacionadas con el transporte ferroviario. El sistema ferroviario se convertirá por tanto en la India en un verdadero precursor de la industria moderna [14].
Bajo este punto de vista, la apertura de nuevos mercados en África y Asia y la exportación de capital hacia América prometían posponer temporalmente el colapso del capitalismo.
En 1916, Lenin todavía parecía creer en este poder centrífugo del capitalismo, como pone de manifiesto en El imperialismo, fase superior del capitalismo. Allí escribe:
La exportación de capital influye en el desarrollo del capitalismo en los países de destino, acelerándolo extraordinariamente. Si, debido a ello, dicha exportación puede tender, hasta cierto punto, a ocasionar un estancamiento del desarrollo en los países exportadores, esto sólo puede producirse a través de una mayor extensión y profundización del desarrollo del capitalismo en todo el mundo [15].
Este efecto era una realidad histórica secular. El exceso de capital de las ciudades del norte de Italia vino a financiar el desarrollo de Holanda, y el capital holandés contribuyó al despegue del capitalismo industrial en Inglaterra. A su vez, el capital inglés desarrolló Norteamérica y Oceanía.
Según el marxismo de la época, la diferencia en el grado de desarrollo era tan sólo una cuestión de desfase temporal. El punto muerto que amenazaba la acumulación capitalista se situaba en el centro, en la región del exceso de capital y de mercancías. El centro requería de una periferia; no principalmente, sin embargo, como recurso para la entrada de valor, sino como válvula de salida para el capital y como mercado para sus productos [16] .
No obstante, a ojos del marxismo revolucionario de la época —tomemos, por ejemplo, a Rosa Luxemburgo— esto sólo aplazaba las cosas [17], pues las periferias de este mundo no son infinitas. Cuando se hubiera convertido en un espejo de Inglaterra, el sistema habría agotado los márgenes de desarrollo de las fuerzas productivas que era capaz de contener. El relevo no duraría mucho. En consecuencia, la expansión del capitalismo implicaría sólo más acumulación y una nueva crisis (aún peor) de sobreproducción.
Esta percepción centrífuga del desarrollo mundial capitalista y la línea de argumentación tanto de la economía marxista como de la economía dominante plantean varias cuestiones. Emmanuel las formula así:
La primera pregunta es qué fue lo que, durante esta primera fase de la carrera del sistema capitalista (1850-1900), hizo que el país a la cabeza del pelotón (Inglaterra) se quedara tan rápidamente sin aliento y colocara su exceso de capital y de tecnología en los que venían detrás (Europa continental y Norteamérica). La segunda cuestión es por qué, a partir de un determinado momento que parece situarse hacia finales del siglo XIX, este esquema marxista clásico dejó de reflejar la realidad. En otras palabras, qué provocó esta inversión imprevista de las condiciones de acumulación en la esfera internacional para que las antiguas fuerzas centrífugas de difusión del progreso dieran paso a las actuales fuerzas centrípetas de ‘desvío’ de recursos [18].
¿Por qué Europa continental, América del Norte y Oceanía parecieron confirmar la regla del desarrollo centrífugo de las fuerzas productivas, convirtiéndose en un espejo de Inglaterra, pero no la India, donde el desarrollo de las fuerzas productivas se bloqueó? ¿Qué sustituyó el proceso centrífugo por un proceso polarizador?
La respuesta a estas preguntas es decisiva para comprender el imperialismo —la explotación de una nación por otra— y para entender cuál es la fuerza motriz del desarrollo de las fuerzas productivas que da lugar, respectivamente, al desarrollo y al subdesarrollo en el sistema-mundo.
En primer lugar, hay que comprender el mecanismo a través del cual los recursos materiales se transfieren de la periferia al centro. Esta transferencia permitirá, por un lado, que el centro supere los límites fijados por la falta de un poder de consumo suficiente (con producto colonial barato comprado por un nivel salarial relativamente alto) y, por otro, bloqueará el desarrollo en la periferia mediante la superexplotación de los bajos salarios.
En este análisis es importante distinguir el tamaño, el funcionamiento y las consecuencias del imperialismo financiero (inversión y repatriación de beneficios) y del imperialismo comercial (intercambio desigual, basado en la diferencia de nivel salarial). Sobre esto escribe Emmanuel:
En última instancia, ninguna relación económica entre naciones y, más aún, ninguna relación de explotación puede materializarse —incluso tener sentido— fuera de la circulación de mercancías (bienes materiales o servicios). Sin embargo, directa y principalmente, es necesario comprobar cuáles son los vectores de estas relaciones (imperialismo financiero y comercial) y cuáles son sus dimensiones relativas [19].
Esto es lo que hicimos en el Círculo de Trabajo Comunista (KAK) a finales de los años 70, cuando actualizamos los datos de Lenin en su libro de 1914 El imperialismo, fase superior del capitalismo, y, en particular, su concepto de «superganancias» —beneficios extraordinariamente altos de las inversiones coloniales—; un ejercicio que ya habían realizado Varga y Mendelsohn en 1938 [4]. Recopilamos una enorme cantidad de datos y los procesamos en categorías similares a las de Lenin. Llegamos a la conclusión de que los beneficios de la inversión en el Tercer Mundo no tenían una magnitud que pudiera explicar la diferencia del nivel de vida entre los países imperialistas y el Tercer Mundo. Sin embargo, nuestros estudios empíricos también revelaron que la diferencia de nivel salarial entre el centro imperialista y las antiguas colonias se había ampliado de cinco a uno antes de la Segunda Guerra Mundial a quince a uno a principios de los años 70. También constatamos un aumento sustancial del comercio mundial basado en una división internacional del trabajo que intercambiaba materias primas y productos agrícolas del Tercer Mundo por bienes industriales producidos en los países imperialistas. Calculamos que el intercambio desigual ascendía a más de 300.000 millones de dólares anuales a finales de los años 70. Samir Amin llegó a las mismas cifras, y Emmanuel escribía en 1976:
Huelga recordar que, al margen de cualquier otra consideración, la dimensión cuantitativa de la relación de intercambio es de una magnitud incomparable con la de los flujos de capital. Ilustra suficientemente este hecho el siempre tan presente caso del petróleo, cuya rectificación de precios en un solo producto primario costó al ‘centro’ un sobreprecio anual de aproximadamente 70.000 millones de dólares. En cambio, los beneficios totales del centro en la periferia (repatriados o no) resultantes de la inversión directa (multinacional o no) no superan, según las estimaciones más generosas, los 8.000 millones anuales [20].
La inversión de capital es la que genera el desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, la producción de mercancías. Sin embargo, el beneficio de estas inversiones no es el vehículo principal de la transferencia internacional de valor; cuando estas mercancías se comercializan internacionalmente, es la estructura de precios de las mercancías, basada en las diferencias salariales, la que transporta el valor desde el Sur hacia el Norte global.
Desarrollo polarizado
El desarrollo polarizado de las fuerzas productivas entre el centro y la periferia durante los dos últimos siglos no se debió a una enorme inversión en el Tercer Mundo, sino, al contrario, al desarrollo de diferentes niveles salariales. Esto condujo a una expansión del mercado en el centro y disminuyó el mercado en la periferia, generando inversión en la producción del primero y falta de inversiones en la segunda (excepto en la medida necesaria para la extracción de materias primas y la producción agrícola). La diferencia en el nivel salarial no sólo repercutió en el patrón de inversión a través de la diferencia en el poder de consumo, sino también en la esfera de la producción. El nivel salarial relativamente alto en el centro fomentó la inversión en nuevas tecnologías para aumentar la productividad, mientras que el aumento de la producción en la periferia se consiguió simplemente contratando más mano de obra barata.
Contra la predicción de Marx, la India nunca se convirtió en la imagen especular modernizada de Inglaterra. Más tarde, el mismo Marx lo reconoció: se dio cuenta de que en su lugar se había producido un proceso de polarización. En una carta a N.F. Danielson, fechada el 19 de febrero de 1881, escribía:
En la India se avecinan serias complicaciones, si no un estallido general, para el gobierno británico. Lo que los ingleses les quitan anualmente en forma de alquileres, dividendos por ferrocarriles inútiles para los hindúes, pensiones para militares y funcionarios, para Afganistán y otras guerras, etc., etc. —lo que les quitan sin ningún equivalente y aparte de lo que se apropian anualmente dentro de la India, hablando sólo del valor de las mercancías que los indios tienen que enviar gratuita y anualmente a Inglaterra— ¡asciende a más que la suma total de los ingresos de los sesenta millones de trabajadores agrícolas e industriales de la India! Este es un proceso de desangramiento, ¡con venganza! Los años de hambruna se suceden unos a otros y en dimensiones hasta ahora insospechadas en Europa [21].
Mientras tanto, Europa Occidental, así como los Estados coloniales (Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) se convirtieron en clones de Inglaterra. Los Estados coloniales se poblaron de emigrados que, a medida que exterminaban a la población original, exigían salarios como los de sus antecesores en Europa. Esto fue posible porque desarrollaron su propia periferia explotable en América Latina, Asia y, en el caso de Estados Unidos, también por la extensión de la esclavitud.
En contraste con esta dinámica, se bloqueó el desarrollo de América Latina, Asia y África. Su explotación y subdesarrollo fueron necesarios para la modernidad de Europa y de los Estados coloniales europeos. El colonialismo fue una catástrofe para el mundo fuera de Europa: desde 1500 hasta 1900, la proporción de la población mundial no europea descendió del 83% al 62% [22].
Sobredesarrollo y subdesarrollo
La diferencia en los niveles salariales y en el poder de consumo entre el centro y la periferia crea no sólo una transferencia de valor en forma de intercambio desigual, sino también una polarización del desarrollo de las fuerzas productivas dentro del sistema-mundo, estableciendo dos tipos de formas interrelacionadas de acumulación capitalista.
Los salarios relativamente elevados en el centro ampliaron el mercado, propiciando la inversión en la expansión de la producción. Los altos salarios también fomentaron las inversiones en nuevas tecnologías para ahorrar mano de obra y aumentar la productividad. Este proceso tuvo lugar dentro de una división internacional del trabajo donde la periferia exportaba materias primas y productos agrícolas e importaba bienes industriales del centro.
En la periferia ocurría lo contrario. Un mercado relativamente pequeño no daba lugar a inversiones en la producción industrial local. El bajo precio de la mano de obra hacía más rentable ampliar la superexplotación del trabajo en lugar de invertir en nuevas tecnologías para sustituir la extracción de materias primas y el sector agrícola de exportación.
Estas diferencias polarizaron el sistema-mundo capitalista desde finales del siglo XIX hasta el siglo XX. Desarrollo y subdesarrollo fueron dos caras de un mismo proceso. Emmanuel afirmaba en 1976:
El centro se encuentra hoy sobredesarrollado en la misma medida en que la periferia está subdesarrollada.
[…] un país está sobredesarrollado o subdesarrollado en relación con el nivel general de desarrollo de las fuerzas productivas que el sistema existente de economía de mercado es, en las condiciones históricas dadas, capaz de asegurar a escala mundial.
Esto implica que Estados Unidos puede ser Estados Unidos o Suecia, Suecia, sólo porque los otros, es decir, dos mil millones de personas, no son ni lo uno ni lo otro.
Esto implica también que una igualación al nivel superior está materialmente excluida, al menos en lo que respecta a las medias nacionales globales (donde ‘materialmente’ se refiere a la doble limitación del conjunto de recursos básicos, por un lado, y del equilibrio ecológico, por otro).
[…] Cabe preguntarse entonces si ello no es motivo suficiente para que estas clases trabajadoras (en los países sobredesarrollados) desestimen tal sistema comunitario y fraternal y expresen esta oposición ya sea integrándose abiertamente en el sistema existente, como en Estados Unidos o Alemania Occidental, ya sea abogando por una vía nacional hacia el socialismo, como en Francia e Italia. […]
Entonces, ¿debemos decir que la imposibilidad de una igualación cuantitativa no impide la integración de la humanidad, siempre que ésta se base en un cambio cualitativo del consumo y del estilo de vida? Una cosa está clara: esta es la única solución concebible. Sin un cambio cualitativo en el propio patrón de consumo, una humanidad igualitaria no podría advenir ni sobrevivir [23].
La dicotomía entre sobredesarrollo y subdesarrollo tiene también un significado ecológico. Sobre la base del modelo económico general del intercambio desigual de Emmanuel se desarrolló toda una escuela del intercambio ecológicamente desigual. Emmanuel hizo muchas alusiones en su libro y artículos a esta problemática. En 1975, escribió:
Pero el agotamiento de los recursos presentes y futuros no es el único factor que impide la igualación mundial por arriba. Los límites ecológicos constituyen otro factor.
Si los actuales países desarrollados todavía pueden deshacerse de sus residuos vertiéndolos en el mar o expulsándolos al aire, es porque son los únicos que lo hacen. Del mismo modo que sus habitantes pueden seguir viajando en avión y llenando los cielos del mundo sólo porque el resto del mundo no tiene medios para volar y les deja a ellos solos las rutas aéreas del mundo, etc. [24].
La polarización del sistema-mundo en términos de disparidad de niveles de vida y desarrollo de las fuerzas productivas se mantuvo a lo largo del siglo XX, primero en el marco del colonialismo y luego del neocolonialismo. Cuando Emmanuel formuló su tesis del intercambio desigual, las materias primas y los productos agrícolas se producían en los países del «Tercer Mundo» de la periferia mundial, mientras que la producción industrial avanzada dominaba los países del núcleo imperialista.
Cuando, a finales de los años 70, el Grupo de Trabajo Comunista (CWG) estudiaba el intercambio desigual, nos preguntábamos por qué el capital no trasladaba la producción industrial hacia el Sur global para aprovechar sus bajos salarios. El CWG era una organización antiimperialista con sede en Copenhague, que suministraba apoyo material a los movimientos de liberación en el Tercer Mundo basándose en la perspectiva política de Emmanuel. Hablamos de ello con Emmanuel, que adujo varias razones prácticas, técnicas, culturales y políticas. Los transportes y las comunicaciones planteaban obstáculos mucho mayores que hoy, con los ordenadores, Internet, los teléfonos móviles, el contenedor estándar y la gestión just in time. Los sindicatos de los años 70 aún tenían fuerza para resistirse a la externalización. Los Estados dirigidos por la socialdemocracia tenían la ambición de regular las empresas multinacionales. Todo esto, sin embargo, cambiaría con el neoliberalismo.
En los años 70, los teóricos de la dependencia consideraban imposible que el Tercer Mundo se industrializara dentro del marco del sistema imperialista. Tenían que desvincularse para desbloquear el desarrollo de las fuerzas productivas, como hicieron Rusia en 1917 y China en 1949. Sin embargo, esto sólo representaba una opción para economías muy grandes y diversas. Para el resto de las colonias, la lucha de liberación nacional era mucho más fácil que la liberación económica con respecto al imperialismo. La mayoría de los países del Tercer Mundo seguirían suministrando materias primas, productos agrícolas tropicales y productos industriales sencillos, intensivos en mano de obra; sus economías seguirían siendo dependientes y seguirían constituyendo la periferia de un sistema-mundo dominado todavía por los Estados capitalistas.
Pero el capitalismo seguía siendo un sistema dinámico. Tenía un as que jugar. Su necesidad de expandirse y su hambre de beneficios lo llevaron a externalizar en masa la producción industrial hacia el Sur global. El control de las cadenas de producción globalizadas fue posible gracias a las nuevas formas de comunicación y transporte. La distancia geográfica ya no parecía importar.
La teoría de la dependencia no previó la industrialización masiva de la periferia que hemos presenciado durante los últimos cuarenta años porque, bajo su punto de vista, tenía que basarse en un mercado interno; subestimó así el desarrollo de las fuerzas productivas, que condujo a una globalización del propio proceso productivo con el fin de exportar al Norte. Parecía impensable que, tan sólo unas décadas más tarde, el 80% del proletariado industrial mundial viviría y trabajaría en el Sur global, mientras que el Norte global estaría parcialmente desindustrializado.
Emmanuel anticipó, de algún modo, esta evolución en 1976:
Otra característica específica de la empresa multinacional (MNC), que se considera vagamente generadora de perjuicios, pero que, si realmente existe, es eminentemente ventajosa, es su independencia con respecto al mercado interno del país receptor. Dado que el principal problema del capitalismo no radica en producir, sino en vender, menos capital tradicional fue atraído por los bajos salarios de ciertos países que desalentado por la estrechez del mercado local asociada a dichos salarios. Esta falta de capital impedía a su vez el crecimiento, y, por tanto, el aumento de los salarios. El resultado fue el estancamiento. En teoría, la solución era producir únicamente para exportar. Pero, salvo para los productos primarios estandarizados, tal operación parecía trascender el feudo del capitalista tradicional. En cualquier caso, nunca ha ocurrido.
La multinacional, con su propia red de ventas en el extranjero y, más aún, su propio consumo en el caso de un conglomerado, no se desanimaría por la falta de puntos de venta locales ‘preexistentes’. Aprovecharía tanto los bajos salarios de la periferia como los altos salarios del centro. No tengo ni idea de la importancia relativa de este fenómeno. Aquí, como en todas partes, falta información estadística. Albert Michalet considera que es muy extenso en cantidad y muy importante desde el punto de vista cualitativo. Todo lo que puedo decir es que, si es así, esto nos da por primera vez la posibilidad de romper el círculo vicioso más pernicioso que frenaba el desarrollo del Tercer Mundo. Es más bien un motivo de celebración [25].
Esto fue exactamente lo que ocurrió. Emmanuel era consciente del papel que desempeñaban las empresas multinacionales/
Cuando discutimos el papel de las empresas transnacionales en el desarrollo, debemos asegurarnos de si estamos discutiendo desde dentro o desde fuera del sistema capitalista, y de si estamos hablando del desarrollo de las fuerzas productivas dentro del sistema o de la apropiación de las fuerzas productivas por el pueblo. El modo de producción capitalista sigue dominando el sistema-mundo, y sólo ahora estamos entrando en una fase en que la apropiación de las fuerzas productivas por el pueblo a escala mundial se encuentra a la orden del día.
El capital transnacional estableció la producción en China para exportarla hacia los mercados de consumo del Norte global; sin embargo, al mismo tiempo, desarrolló las fuerzas productivas en China hasta el punto de que ésta pudo romper la dinámica polarizadora del capitalismo mundial —que dura ya siglos— entre un Norte sobredesarrollado y un Sur subdesarrollado.
¿Tecnología apropiada o subdesarrollada en el desarrollo del socialismo?
La discusión precedente no es sólo un debate académico, sino también un problema práctico para quienes intentan desarrollar el socialismo en un sistema-mundo dominado por el modo de producción capitalista; han tenido que adoptar esta misma dialéctica entre el papel progresista del capitalismo y la agonía que produce. En la Contribución a la crítica de la economía política, Marx escribía:
Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua [26].
El capitalismo irrumpió en Europa Occidental en la primera parte del siglo XIX, simultáneamente con el colonialismo, que suministró la acumulación primitiva del capital. El aspecto imperialista del capitalismo polarizó el sistema-mundo en una estructura centro-periferia. La transferencia de valor suponía un desarrollo dinámico de las fuerzas productivas en el centro y, al mismo tiempo, bloqueaba el desarrollo en la periferia. En consecuencia, no hubo “necesidad” —ni éxito— para las revoluciones en el centro; el capitalismo no había desempeñado su papel. En la periferia, en cambio, el capitalismo erosionó los modos de producción feudales y otros modos precapitalistas, pero el desarrollo de las fuerzas productivas quedó bloqueado por la superexplotación y el flujo de valor hacia el centro. El desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema-mundo no fue centrífugo, sino polarizado: dinámico en el centro y bloqueado en la periferia.
Sólo un proceso revolucionario dirigido por los partidos comunistas podía desbloquear el desarrollo de las fuerzas productivas y poner de nuevo en marcha los engranajes de la economía, iniciando el desarrollo de un modo de producción «de transición», en camino hacia el socialismo. Tenía que ser un «modo de transición» porque el sistema-mundo seguía dominado por el capitalismo; la falta de desarrollo de las fuerzas productivas en la periferia y la hostilidad del sistema-mundo impedían una transición inmediata a la modernidad socialista. Esta es la historia de la revolución soviética y del esfuerzo por avanzar hacia el socialismo durante el siglo XX.
Lenin y la Nueva Política Económica (NEP)
Vladimir Lenin no creía que el socialismo fuese equivalente a la generalización de la pobreza. Para superar la pobreza masiva, la Unión Soviética estaba obligada a regenerar la economía y a desarrollar las fuerzas productivas. Lenin creía que la Unión Soviética no había alcanzado el nivel de desarrollo necesario para hacer posible el socialismo; para él, la NEP representaba un paso atrás necesario —destinado a resolver este problema— en la transición hacia el socialismo.
Los bolcheviques necesitaban inversiones y nuevas tecnologías. El 23 de noviembre de 1920, Lenin había introducido ya una ley de concesiones que ofrecía ventajas a los inversores extranjeros. En 1921 se adoptó formalmente la NEP, que sustituía la producción militarizada, la estricta distribución estatal y la apropiación obligatoria del grano por condiciones de mercado. El Estado soviético dio un trato preferente al gran capital organizado. Los bolcheviques utilizaron la tecnología y la gestión asociadas al capitalismo para impulsar la producción. Sin embargo, las «cotas de mando» de la economía (finanzas, infraestructuras, gran industria y minería) permanecieron en manos del Estado [27].
Lenin calificó de «fenómenos progresistas» los nuevos trusts surgidos en su época, a pesar del sufrimiento que causaban. Los trusts eran una nueva forma de concentración del capital, en la que diferentes capitalistas unían sus capitales y negocios para alcanzar una posición de monopolio. Sabía que no se lucha por el socialismo esforzándose por acabar con el desarrollo económico, lo cual conduciría sólo a la intensificación de las contradicciones del imperialismo, sin las cuales una transformación hacia el socialismo es dudosa. Según Lenin, la crítica de Kautsky al capitalismo monopolista era el resultado de una «oposición pequeñoburguesa al imperialismo, provocada por la tendencia reaccionaria general de la sociedad» [28]. En la actualidad, estamos experimentando la misma oposición en la reacción general de la sociedad contra la globalización transnacional, en forma tanto del conservadurismo nacional de derechas como del populismo de izquierdas que anhela el “paraíso perdido” del capitalismo nacional a pequeña escala. Lenin citó con aprobación a Hilferding, quien afirmaba desde el punto de vista del materialismo histórico: «la respuesta del proletariado a la política económica del capital financiero y al imperialismo no puede ser el libre comercio, sino el socialismo» [29].
La respuesta a la nueva fase del imperialismo no puede ser una lucha por mantener la vieja forma de la economía capitalista con una base más nacional, sino la lucha por un tratamiento más social de las fuerzas productivas; una versión más social de la globalización, necesaria para crear un sistema-mundo más igualitario. Como dijo Lenin:
Las preguntas sobre si es posible reformar las bases del imperialismo, si hay que avanzar hacia una mayor intensificación y profundización de los antagonismos que engendra, o retroceder hacia la atenuación de estos antagonismos, son cuestiones fundamentales en la crítica del imperialismo [30].
Mao, Deng y la globalización neoliberal
En 1949, China se encontraba en la misma coyuntura que Rusia en 1917. Ninguna podía limitarse a colectivizar la propiedad, sino que ambas debían desarrollar sus fuerzas productivas para avanzar hacia el socialismo. El nivel de las fuerzas productivas y de la tecnología existentes en China en 1949 era de los más bajos del mundo. Emmanuel escribió:
Para apoyar el argumento de la tecnología ‘apropiada’ (que en el fondo no es más que un eufemismo de tecnología ‘intermedia’), a veces se hace referencia a la práctica china. Pero, de hecho, el principio básico chino consiste en la pluralidad de tecnologías, que es justo lo contrario de la tecnología ‘intermedia’ sugerida por los críticos, como E.F. Schumacher. Esta última diluye el capital disponible entre todas las unidades de producción implicadas. La primera introduce de inmediato la tecnología pionera que implica la mayor composición orgánica en el mayor número posible de unidades, independientemente de que la escasez de capital impida su difusión inmediata en el resto de la rama. Los cálculos macroeconómicos demuestran que este es el método que proporciona el máximo rendimiento a largo plazo. Sin embargo, es un método imposible en una economía de mercado, donde la competencia prohíbe cualquier disparidad entre las condiciones de producción de las distintas empresas. Sólo es posible en una economía planificada (C. Bettelheim, Le Problème de l’Emploi, p. 106, París, 1952).
El siguiente pasaje de un texto de Mao es muy explícito sobre este punto:
‘El hecho de que desarrollemos pequeñas y medianas industrias a gran escala, aunque aceptemos que las grandes empresas constituyen la fuerza rectora, y de que utilicemos tecnologías tradicionales en todas partes, aunque aceptemos que las tecnologías extranjeras constituyen la fuerza rectora, se debe esencialmente a nuestro deseo de lograr una industrialización rápida’ (Hu Chi-Hsi, Mao-Tse-Tung et al Construction du Socialisme, p. 85, París, Le Seuil, 1975).
Me parece que la tecnología ‘apropiada’ es precisamente lo que hay que proscribir. Una tecnología apropiada para los países pobres sólo puede ser una tecnología pobre; una tecnología apropiada hecha a la medida de los países subdesarrollados sólo puede ser una tecnología antidesarrollo. (‘No puede haber’, dice Boumediène, ‘una industria para los subdesarrollados y otra industria para los desarrollados’). Rehabilitando la teoría neoclásica antes puesta en la picota, algunos se quejan de que la tecnología introducida en los países en desarrollo por las multinacionales no se corresponde con los recursos disponibles en ellos. No debería ser así. Si así fuera, la combinación de factores se congelaría y las deficiencias se reproducirían hasta el infinito. Si se considera la ‘transferencia’ como un vehículo de dominación, no hay que olvidar que, si no hubiera transferencia alguna, la dominación tecnológica del centro sería aún más decisiva [31].
En 1949, China estaba aislada y no podía importar tecnología. Sin embargo, la Unión Soviética acudió en su ayuda en 1950 y proporcionó a China acceso a su tecnología. Pero, debido a desacuerdos políticos, el suministro de tecnología soviética se interrumpió a finales de la década de 1950. En los años siguientes, el capitalismo siguió caracterizándose por su importante avance de las fuerzas productivas, con una amplia división del trabajo acompañada de una creciente concentración del capital en empresas multinacionales. La globalización neoliberal marcó un paso más en este camino. Las nuevas revoluciones tecnológicas en informática y comunicación, los nuevos sistemas de gestión, las nuevas operaciones transnacionales a gran escala en la producción y todo lo que ello implicaba no podían desarrollarse suficientemente bajo las antiguas condiciones. Fue el propio desarrollo de las fuerzas productivas el que, independientemente de la voluntad de cada capitalista individual, exigió ser tratado transnacionalmente.
Las empresas transnacionales y la globalización de la producción que representan son, en este sentido, progresistas; equivalen a la creación de nuevas fuerzas productivas sociales. Querer luchar contra la globalización de la producción, el comercio y las finanzas significa exigir el regreso a una situación de la que ha surgido la actual. En otras palabras: es reaccionario. En los años 70, bajo la presión de la globalización neoliberal, China no tuvo más remedio que construir su peculiar forma de capitalismo de Estado y de socialismo de mercado para mantener su proyecto nacional. No podía desarrollar sus fuerzas productivas sin inversiones y comercio con los países capitalistas, pero necesitaba que los países imperialistas transfirieran tecnología a su economía.
La transferencia de tecnología puede adoptar dos formas: una directa y otra indirecta. En la forma directa, el país en desarrollo compra fábricas avanzadas, llave en mano, con los conocimientos necesarios para hacerlas funcionar. La segunda forma, indirecta, obliga al país en desarrollo a abrirse a las empresas transnacionales para que inviertan y, de este modo, obtener una transferencia de tecnología innovadora. Es un error pensar que la búsqueda de tecnología avanzada constituye una característica de la era posterior a Mao. Tras la ruptura con la Unión Soviética, China importó máquinas y fábricas llave en mano de Occidente. Deng Xiaoping tan sólo inauguró una segunda forma de transferencia de tecnología: las inversiones del capital transnacional.
En una conversación del 10 de octubre de 1978, Deng sostuvo que la brecha tecnológica con los países avanzados era cada vez mayor [32]. Criticó el modelo de movilización política de masas, porque la práctica reciente demostraba que el país era incapaz de desarrollar las fuerzas productivas y, por tanto, no podía satisfacer realmente las necesidades económicas de China [33].
Deng se inspiró en ideas de la NEP de Lenin para sus reformas. Durante su estancia en la Unión Soviética en 1926, Deng conoció la NEP (1923-28), una experiencia que intentó aplicar primero entre 1949 y 1952, cuando dirigió el Comité Regional del PCCh en el sudeste de China, y que volvió a recomendar tras el «Gran Salto Adelante». Ahora, en 1978, al mando del PCCh, tuvo por fin la oportunidad de aplicar su política a escala nacional.
La estrategia de reformas de Deng no partía de una perspectiva neoliberal. Deng abogó por la aceleración de la inversión de capital extranjero de forma planificada, creyendo que la planificación y los mercados podían aplicarse al servicio del desarrollo de un sistema socialista. Deng tampoco introdujo una terapia de choque económica como hizo Yeltsin en la era postsoviética. Por el contrario, los elementos del capitalismo se introdujeron gradualmente. «Buscando a tientas peldaños para cruzar el río» se convirtió en un eslogan popular [34]. Haciendo referencia a la NEP en la Unión Soviética, Deng dijo que «el socialismo no significa pobreza compartida». En una entrevista con la CBS en 1986 explicó su planteamiento:
Durante la ‘revolución cultural’ existía la opinión de que un comunismo pobre era preferible a un capitalismo rico. […] Según el marxismo, la sociedad comunista se basa en la abundancia material. Sólo cuando hay abundancia material puede aplicarse el principio de una sociedad comunista, es decir, ‘de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades’. […] No puede haber comunismo con pauperismo, ni socialismo con pauperismo. Por tanto, enriquecerse no es pecado. Sin embargo, lo que nosotros entendemos por enriquecerse es diferente de lo que usted entiende. En una sociedad socialista, la riqueza pertenece al pueblo. Enriquecerse en una sociedad socialista significa prosperidad para todo el pueblo. Los principios del socialismo son, primero, el desarrollo de la producción y, segundo, la prosperidad común. Permitimos que algunas personas y algunas regiones prosperen primero, con el fin de alcanzar más rápidamente la prosperidad común. Por eso nuestra política no conducirá a la polarización, a una situación en la que los ricos se hagan más ricos y los pobres más pobres. Para ser francos, no permitiremos la aparición de una nueva burguesía [35].
El capitalismo transnacional necesitaba mano de obra barata para continuar su expansión, y China poseía un proletariado desmesurado y una infraestructura desarrollada que estaba preparada para conectarse al capitalismo global. Sin embargo, el capital transnacional no podía limitarse a exigir un «ajuste estructural» para acceder a China como en el resto del Tercer Mundo. El encuentro de China con el neoliberalismo fue diferente al del resto del mundo. Isabella Weber escribe:
China quería evitar una integración incondicional en el capitalismo mundial. El gobierno defendió su planificación económica soberana y obligó al capital global que entraba en el país a adaptarse a él, y no a la inversa.
Para el gobierno chino era crucial controlar el capital privado en el marco de una economía planificada, a fin de desarrollar un sector industrial diverso basado en empresas conjuntas con corporaciones transnacionales según un plan estratégico [36].
El camino hacia el socialismo
El socialismo no sólo implica la erradicación de la pobreza en el marco nacional, sino también una mayor igualdad global. Como hemos señalado, no es posible elevar el nivel de vida de miles de millones de pobres en el Sur global al nivel de Estados Unidos o de Alemania dentro del modo de producción capitalista, dado que carece de los recursos naturales, el espacio, etc., que hacen posible el modo de vida imperial. A la hora de acomodar sus necesidades, resulta necesario no sólo un cambio en las relaciones de producción y en los patrones de consumo para desarrollar el socialismo a escala global y un mundo igualitario, sino también un desarrollo continuado de las fuerzas productivas y la implementación de la tecnología más avanzada. Sobre esto escribió Emmanuel:
El acero, el aluminio y el cobre, de los que las masas del centro consumen hoy cantidades tan extravagantes, no sirven sólo para producir automóviles y artilugios. También producen médicos o libros (se necesita una enorme cantidad de acero, cemento o energía para producir un médico o escolarizar un pueblo).
Aunque hasta ahora nadie ha expuesto el modelo de esta sociedad ‘anticonsumo’, existe al menos un punto en el que todos coinciden. Se trata de la prioridad absoluta de la maximización del ocio disponible, ya que el tiempo es el prerrequisito de la calidad de vida. ¿Cómo librarse entonces del ‘productivismo’, puesto que, para un consumo físico dado, cualquiera que sea su volumen, el tiempo de ocio es una función creciente del rendimiento del tiempo invertido en el trabajo? […] Naturalmente, si se demuestra que la ‘sociedad de consumo’ es en cualquier caso una imposibilidad material a escala mundial, la cuestión de la elección ya no se plantea para las cuatro quintas partes de la humanidad. Sin embargo, la idea de que la quinta parte restante, que tiene el privilegio de este tipo de sociedad, se beneficiaría del cambio no es una afirmación tan obvia como para que uno pueda excusarse de demostrarla [37].
El socialismo global no puede desarrollarse con tecnología subdesarrollada: requiere las formas más avanzadas de tecnología.
El fin del juego
Ningún sistema social se destruye hasta que se han agotado todas las posibilidades de desarrollo de las fuerzas productivas que contiene en su seno, decía Marx. La globalización neoliberal constituía, por excelencia, dicha posibilidad, y creó el marco para otro gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas sociales. Sin embargo, el neoliberalismo no resolvió la contradicción del capitalismo. No fue «el fin de la historia». Al contrario, la globalización neoliberal creó nuevas contradicciones y las intensificó aún más. Desde el prisma del materialismo histórico, esto significa que la globalización neoliberal ha aproximado el día en que el capitalismo habrá agotado todas sus posibilidades y sufrirá profundas crisis; esta vez no sólo nacionales, sino mundiales. Como esta crisis afectará simultáneamente a la mayoría de países, la clase obrera podrá llevar a cabo y mantener más fácilmente la revolución.
La globalización neoliberal operó como un catalizador a través de la deslocalización —en busca de mayores beneficios— de cientos de millones de empleos industriales del Norte global hacia los países de bajos salarios del Sur. En 1980, el Sur tenía el mismo número de trabajadores industriales que el Norte. Durante la década de 2020, el 85% de los trabajadores industriales internacionales trabajarán en el Sur global. La globalización neoliberal proporcionó al capitalismo cuarenta años dorados de grandes beneficios y productos baratos para los consumidores del Norte global. Disolvió el llamado «socialismo real» en la Europa soviética y oriental y penetró profundamente en la economía china. No fue sólo la presión militar, sino también la económica, lo que llevó a la disolución de la URSS y la RDA y a la «apertura» que motivó la entrada del capital multinacional en China. Por un lado, el resultado fue una mayor transferencia de valor hacia el Norte; por otro, un inmenso desarrollo de las fuerzas productivas en el Sur global comenzó a anular la ventaja económica del Norte. Como efecto secundario no intencionado del deseo capitalista de explotar al proletariado chino, China se convirtió en la palanca del sistema de producción mundial. En su encuentro con el neoliberalismo, China mantuvo el mando sobre su economía y su proyecto nacional: el «socialismo con características chinas».
China logró romper la tendencia polarizadora del capitalismo mundial y desarrolló sus fuerzas productivas hasta un nivel avanzado. En conjunto, estos acontecimientos abrieron la posibilidad de pasar del «modo transitorio» de producción haca una modernidad socialista en el curso de varias décadas.
Con la crisis del neoliberalismo global y el consiguiente declive de la hegemonía estadounidense, el ascenso de China y el desarrollo de un sistema mundial multipolar, el equilibrio de poder está en constante cambio. Debemos considerar si el modo de producción capitalista imperialista ha alcanzado su apogeo y los límites de la explotación del proletariado en la periferia, y si se encuentra en rumbo de colisión con el ecosistema global. El capitalismo ya no puede arrogarse ser progresista en términos del desarrollo de las fuerzas productivas, sino que es destructivo e impide el progreso humano.
El centro ya no dispone de la ventaja del monopolio de la producción industrial de alta tecnología. Para mantener su hegemonía, ha pasado de la economía y la gobernanza neoliberales a una guerra económica, política y militar. Estados Unidos está erosionando el mercado mundial mediante guerras comerciales, sanciones y bloqueos. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en 2016 ha debilitado a la Organización Mundial del Comercio (OMC) al negarse a ratificar el nombramiento de jueces para su máximo tribunal de apelaciones, que dirime las disputas comerciales internacionales; incluso el Partido Demócrata ha seguido bloqueando los nombramientos de la OMC. Como resultado, la OMC está paralizada y su relevancia ha disminuido. Temiendo la pérdida de su hegemonía, Estados Unidos está reforzando viejas alianzas militares y acordando otras nuevas, tratando de convertir su poder militar en un renovado dominio económico; una estrategia que no expresa fortaleza, sino debilidad.
El patrón del comercio mundial se está transformando. Tras dos siglos durante los cuales el comercio Norte-Sur beneficiaba al centro, el ascenso de China está interrumpiendo la tendencia polarizadora del capitalismo mundial. El comercio Norte-Sur está disminuyendo y el comercio Sur-Sur se está expandiendo. El giro hacia el Sur se manifiesta en un desarrollo expansivo de los proyectos de transporte e infraestructuras que facilitan un nuevo patrón de comercio, como evidencian la consolidación de la estructura política de los BRICS y la Iniciativa de la Franja y la Ruta china. En conjunto, estos avances están reduciendo el volumen del intercambio desigual.
Esta transformación de la estructura comercial viene acompañada de cambios en el sector financiero y bancario del sistema-mundo. Se están desarrollando alternativas a las instituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial y el FMI), lo cual ofrece al Sur global la posibilidad de comerciar en su propia moneda en lugar de dólares y prestar dinero sin condiciones políticas.
En los años 70, el Tercer Mundo exigía un «nuevo orden mundial» que quedó en nada; hoy, el Sur Global está creando un nuevo orden mundial. En lugar de los siglos de relaciones de explotación Norte-Sur, vemos surgir inversiones, comercio y relaciones políticas Sur-Sur mutuamente beneficiosas.
Durante los años 60 y 70 esperábamos que los movimientos de liberación del Tercer Mundo construyeran Estados socialistas para bloquear los mecanismos de transferencia de valor y crear una situación revolucionaria en el centro imperialista. Fuimos demasiado optimistas. La globalización neoliberal ofrecía una vía de escape. Hoy parece que desde el Norte, Estados Unidos, en su lucha desesperada por mantener la hegemonía, está desbaratando el mercado mundial neoliberal imperialista (el espacio donde tiene lugar la transferencia de valor). Desde el flanco sur, China ha conseguido disminuir la renta imperialista del intercambio desigual y, al mismo tiempo, romper el monopolio tecnológico de las corporaciones occidentales. Los economistas chinos han calculado que:
Entre 1978 y 2018, por término medio, una hora de trabajo en Estados Unidos se intercambiaba por casi cuarenta horas de trabajo chino. Sin embargo, a partir de mediados de los años noventa […] observamos una disminución muy marcada del intercambio desigual, sin que desaparezca por completo. En 2018, todavía se intercambiaban 6,4 horas de trabajo chino por una hora de trabajo estadounidense [38].
Desde 2011, la transferencia global de valor por intercambio desigual del Sur hacia el Norte ha comenzado a disminuir, en parte debido al aumento de los salarios en China, en parte debido a la disminución del comercio Norte-Sur a medida que se erosiona el mercado mundial neoliberal [39].
Además de la transferencia de valor del Sur al Norte por intercambio desigual, la deuda ha contribuido a resolver el problema de la falta de poder de consumo, al desplazar hacia el futuro el problema del desequilibrio entre producción y consumo. El volumen de la deuda ha crecido constantemente en la historia del capitalismo y se ha acelerado durante las últimas décadas: según el FMI, la deuda privada y pública alcanzó el 256% del PIB mundial en 2020 [40]. Esta burbuja puede estallar en una gran crisis financiera y sumir al sistema en profundas crisis.
Una tercera forma para crear poder de consumo es simplemente imprimir dinero sin respaldo en la expansión de la producción, como han hecho los Estados Unidos durante los últimos cincuenta años. Pueden hacerlo porque el dólar posee el estatus de dinero-mundo —circulando como pago en el comercio, pero nunca regresando a Estados Unidos, alegando que las mercancías producidas en otros lugares son producidas en Estados Unidos. Una condición previa para esta medida es la continuidad del poder hegemónico de Estados Unidos, que se halla en entredicho.
Resumiendo:
La dinámica del sistema-mundo polarizado en términos de salarios, y el sobre- y subdesarrollo de las fuerzas productivas, que resolvieron la contradicción fundamental del modo de producción capitalista entre el imperativo de escalar la producción y la correspondiente capacidad de consumo del mercado, alcanzó su cénit alrededor de 2011. La globalización de la producción y el consumo rompió el vínculo entre la producción in situ y el consumo in situ. La industrialización del Sur global supuso una transferencia de tecnología y el desarrollo de sus fuerzas productivas a pesar de la falta de mercado interno. La exportación al Norte equilibró esta capacidad de producción en expansión, generando un alto crecimiento década tras década. Durante las tres primeras décadas de globalización neoliberal se amplió la transferencia de valor por intercambio desigual hacia el Norte, pero el ascenso de China como primera potencia industrial mundial cambió la dinámica. Manteniendo intacto su proyecto nacional, China pasó de ser una fuente de transferencia de valor a un competidor del Norte en el mercado mundial. Esto hizo que Estados Unidos dejara de ser un defensor de la globalización neoliberal para convertirse en el líder de una lucha geopolítica contra China. La erosión del mercado mundial neoliberal, el declive del comercio Norte-Sur, el aumento de los salarios en China: todo ello contribuye a un descenso del intercambio desigual. Junto con la caída del papel del dólar como moneda mundial, esto anuncia el declive de la hegemonía estadounidense y una crisis estructural del capitalismo.
Estados Unidos continúa dominando el sistema-mundo, pero es el Sur el que, cercando el centro, se encuentra a la ofensiva. En 2024 veremos cómo el proceso de elección de un nuevo presidente erosionará el sistema político estadounidense desde dentro. La élite está dividida y sin visiones para el futuro, excepto la de «make America great again», que no es compartida por la mayoría de la población mundial. Los países del BRICS, cuyas economías son ya mayores que las del G7, anunciaron que en 2024 aumentarán el uso de monedas locales para el comercio en lugar del dólar. A medida que pase el tiempo Estados Unidos se empobrecerá, y las crisis económicas en lo que quede del sector neoliberal generarán desacuerdos entre Estados Unidos y sus aliados.
A pesar de la mejora de las condiciones mundiales para el desarrollo del socialismo, la transición será un proceso difícil y peligroso. En el fin del capitalismo, las potencias en declive podrían recurrir a medios desesperados. Harán falta una planificación cuidadosa y una acción responsable para hacer realidad el socialismo mundial en este siglo.
¿Qué supone este cambio? Significa deshacerse de los residuos de las relaciones capitalistas de producción y explotación y de sus patrones de consumo, que se hallan en conflicto con el ecosistema global; significa el desarrollo de la prosperidad común y de los bienes comunes, en lugar de la privatización y el individualismo extremo; implica la solidaridad en lugar de la competencia. A nivel internacional, la inversión y el comercio deben promover la igualdad y la sostenibilidad mundiales. Para hacer realidad un modo de producción socialista es necesario que no sólo China avance en dicha dirección, sino que la mayoría del sistema-mundo se sume al esfuerzo.
Torkil Lauesen
23/01/24
Notas
[1] Véase también: Emmanuel, Arghiri (1970). «International Solidarity of Workers: Two Views». Monthly Review, Vol. 22, Nº2 (Junio 1970).
[2] Emmanuel, Arghiri (1976). Carta a Immanuel Wallerstein (25.10.1975). Del archivo personal de Emmanuel.
[3] Marx, Karl (1861) «Economic Manuscripts, 1861–63. Theories of Surplus Value». En Karl Marx & Frederick Engels: Collected Works, Volume 32, Progress Publishers, 1975, p. 80.
[4] Say, Jean-Baptiste (1803) A Treatise on Political Economy. Lippincott, Grambo & Co., p. 138.
[5] Emmanuel, Arghiri (1972). «White Settler Colonialism and the Myth of Investment Imperialism». New Left Review, Nº73, p. 56.
[6] Emmanuel, Arghiri (1976). «The Multinational Corporations and Inequality of Development». International Social Science Journal, Vol. 28, Nº4, pp. 761-762.
[7] Marx, Karl y Engels, Friedrich (1848) «The Communist Manifesto». En Marx/Engels Selected Works, Volume I. Progress Publishers, 1969, pp. 12-13.
[8] Marx, Karl (1867). «Preface to the First German Edition». Capital, Volume I. Progress Publishers, 1962.
[9] Therborn, Göran (1996). «Dialectics of Modernity: On Critical Theory and the Legacy of Twentieth Century Marxism». New Left Review, I/215 (enero/febrero 1996).
[10] Engels, Friedrich (1847). «The Movements of 1847». En Marx & Engels Collected Works, Volume 6. International Publishers, 1975, p. 520.
[11] Marx, Karl (1863). «Economic Manuscripts, 1861–63. Theories of Surplus Value». En Karl Marx & Frederick Engels: Collected Works, Volume 32. Progress Publishers, 1975, p. 101.
[12] Marx, Karl (1848). «The Communist Manifesto». En Marx/Engels Selected Works, Volume I. Progress Publishers, 1969, p. 12-13.
[13] Marx, Karl (1867). «Preface to the First German Edition». Capital, Volume I. Progress Publishers, 1962.
[14] Marx, Karl (1853). «The Future Results of British Rule in India». En Karl Marx & Frederick Engels: Collected Works, Volume 12. Progress Publishers, 1975, p. 217.
[15] Lenin, V.I. (1916). «Imperialism, the Highest Stage of Capitalism». En Selected Works, Vol. 1. Progress Publishers, 1963.
[16] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, p. 6.
[17] Luxemburgo, Rosa (1913). The Accumulation of Capital. Routledge and Kegan Paul Ltd., 1951.
[18] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, p. 6. Paréntesis del autor.
[19] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, p. 8. Paréntesis del autor.
[20] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, p. 9.
[21] Marx, Karl (1881). «Letter to N.F. Danielson». Marx and Engels Correspondence. International Publishers, 1968.
[22] Amin, Samir (2017). «The Sovereign Popular Project: The Alternative to Liberal Globalization». Journal of Labor and Society, Vol. 20, Nº1 (Marzo 2017), p. 11.
[23] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, pp. 1-3.
[24] Emmanuel, Arghiri (1975). Unequal Exchange Revisited. IDS Discussion Paper No. 77. University of Sussex (Agosto 1975), p. 66.
[25] Emmanuel, Arghiri (1976). «The Multinational Corporations and Inequality of Development». International Social Science Journal, Vol. 28, Nº4, pp. 766-67.
[26] Marx, Karl (1859). «Contribution to the Critique of Political Economy». En Collected Works. Vol. 29. Progress Publishers, 1977, p. 263.
[27] Lenin, V.I. (1922). «The role and functions of the trade unions under the new economic policy». En Collected Works, Vol. 33. Progress Publishers, 1965, p. 188.
[28] Lenin, V.I. (1916). «Imperialism, the Highest Stage of Capitalism». En Selected Works, Vol. 1. Progress Publishers, 1963, p. 287.
[29] Lenin, V.I. (1916). «Imperialism, the Highest Stage of Capitalism». En Selected Works, Vol. 1. Progress Publishers, 1963, p. 289.
[30] Lenin, V.I. (1916). «Imperialism, the Highest Stage of Capitalism». En Selected Works, Vol. 1. Progress Publishers, 1963, p. 287.
[31] Emmanuel, Arghiri (1976). «The Multinational Corporations and Inequality of Development». International Social Science Journal, Vol. 28, Nº4, p. 764.
[32] Xiaoping, Deng (1978). «Carry Out the Policy of Opening to the Outside World and Learn Advanced Science and Technology From Other Countries». En Selected Works. Vol. 2. Foreign Languages Press, 1992, p. 143.
[33] Xiaoping, Deng (1985). «We Shall Expand Political Democracy and Carry Out Economic Reform». En Selected Works. Vol. 2. Foreign Languages Press, 1992, p. 122.
[34] Naughton, Barry (2008). «A political economy of China’s economic transition». En Brandt, L. y Rawski, T.G. (eds.), China’s great economic transformation. Cambridge University Press, 2008, p. 98.
[35] Xiaoping, Deng (1986). Interview with Mike Wallace of CBS 60 Minutes. CBS, 2 septiembre 1986.
[36] Weber, Isabella M. (2021). How China Escaped Shock Therapy: The Market Reform Debate. Routledge, 2021, p. 21.
[37] Emmanuel, Arghiri (1976). Europe-Asia Colloquium. For the use by the Commission on International Relations. Some guidelines for the “problematique” of world Economy. IEDES (6 de octubre de 1976). Manuscrito hallado en el archivo de Emmanuel. Carpeta verde titulada ‘Imperialism’, pp. 3-4.
[38] Long, Zhiming; Feng, Xhixuan; Li, Bangxi y Herrera, Rémy (2020). «U.S.-China Trade War. Has the Real “Thief” Finally Been Unmasked?». Monthly Review, Vol. 72, No. 5 (Octubre 2010).
[39] Hickel, Jason; Sullivan, Dylan y Zoomkawala, Huzaifa (2021). «Plunder in the Post-Colonial Era: Quantifying Drain from the Global South through Unequal Exchange, 1960–2018». New Political Economy, Vol. 26, Nº6, pp. 1030-1047.
[40] FMI (2021). Global Debt Reaches a Record $226 Trillion. https://www.imf.org/en/Blogs/
Torkil Lauesen. En los años setenta y ochenta, Torkil Lauesen fue miembro de una célula comunista clandestina que llevó a cabo una serie de robos en Dinamarca, consiguiendo sumas muy elevadas que luego se enviaron a diversos movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo. Tras su captura en 1989, Torkil pasaría seis años en prisión. En 2016, se publicó en Dinamarca el libro de Lauesen Det Globale Perspektiv. En él explica cómo ve la situación política mundial en la actualidad y sus ideas sobre el futuro.