Tal y como ya dije en un artículo anterior, hay razones para creer que la represión que están llevando a cabo las fuerzas armadas israelíes en Gaza, como consecuencia de la acción terrorista de Hamás, va a suponer un punto de inflexión en la consideración que el estado sionista había tenido hasta ahora. Especialmente después del asesinato de los cooperantes de la ONG del chef José Andrés y la amenaza de entrar en Rafah. Incluso los EEUU han tenido que «reñir» a Netanyahu y amenazarle con restringir, que no detener, la entrega de armamento.
De hecho, como sucede en muchas ocasiones en la historia, el factor humano agudiza las contradicciones sociopolíticas. En este caso se trata de la situación cada vez más difícil en que se encuentra el primer ministro israelí, por la manera absolutamente desastrosa como ha gestionado la situación. Seis meses de conflicto, miles de muertos, ciudades arrasadas, infraestructuras de todo tipo destruidas con premeditación,…no ha conseguido otra cosa para Israel que enfangarse cada vez más en el avispero gazatí. La oposición popular a Netanyahu es cada vez mayor, entre una opinión pública que, en su inmensa mayoría, y a pesar de todo, no condena la intervención y los métodos de su ejército, de igual manera que se mantiene fiel a la ideología sionista. El problema de los rehenes pesa demasiado. Y esto es realmente problemático para él, ya que su dimisión o destitución le podría representar hacer frente a graves problemas legales.
Ante esta situación Netanyahu y su núcleo duro parecen decididos a comenzar una huida hacia adelante, caiga quien caiga. Sólo desde esa perspectiva se puede entender, por ejemplo, el atentado contra la embajada iraní en Damasco. Es evidente que la muerte de unos pocos miembros de aquella y la destrucción de un edificio, no justifican ni siquiera mínimamente el esfuerzo militar que fue necesario. Ni por supuesto haber apostado en la ruleta rusa, provocando a Irán y al chiísmo en general. A no ser que se quisiera precisamente que la provocación generara respuesta. Es decir, generalizar la crisis, a fin de que el problema de Gaza quedara disuelto en aquella. Una reacción directa de Teherán hubiera sido perfecta para culminar la maniobra sionista, dada la consideración de apestado que tiene el régimen de los ayatolahs, a los que tampoco les vendría mal un poco de opio patriótico para que sus ciudadanos olvidaran ciertas cosas. La citada reacción directa, tal como pudiera haber ocurrido en según qué circunstancias, no ha tenido lugar. Entre otras cosas porque la efectividad, innegable, y la tecnología de última generación israelí, es difícilmente superable o neutralizable. Pero también porque todo apunta a que la acción-reacción había sido pactada a través de Biden, de forma que las dos teocracias enfrentadas han salvado los, digamos, respectivos honores.
La pregunta es que pudiera ocurrir si el gobierno israelí volviera a jugar con fuego. La reacción indirecta, a través de Hezbollah, conseguiría efectivamente la generalización buscada de la crisis, pero no de la mejor forma para los intereses de Netanyahu; nunca es fácil combatir en dos frentes, sobre todo si ninguno de los dos es realmente convencional. Pero no es de descartar que, conforme aumente la sensación de acoso y fracaso, el primer ministro israelí y sus halcones vuelvan a repetir la jugada con una nueva provocación.
También es cierto que algún acto terrorista, más a menos equivalente al de Hamás, de origen chií, es decir, de los más «malos» de la película, podría capitalizarse hasta el extremo con algo de mano izquierda.
La situación de inflexión aludida puede conducir, paulatinamente, a una revisión profunda de la versión oficial o mayoritaria que, durante 75 años, ha sido asumida por el mundo occidental. Dicha versión nos dice que en todos los conflictos bélicos en que el sionismo se ha visto envuelto, ha sido de forma defensiva. Incluso en el actual, aunque esta vez es más que claro que, aunque sea así, se les ha ido la mano. Esta versión oficial obvia, curiosamente (o pasa de puntillas), la crisis de Suez de octubre-noviembre de 1956, en la que el Tsahal actuó de mamporrero de la intervención neocolonialista franco-británica en respuesta a la nacionalización por Egipto del Canal. El tufillo imperialista de la intervención fue tan escandaloso, que no solo existió la amenaza de la URSS, sino que los EEUU tuvieron que conminar al Reino Unido, su peón en Europa, a dar marcha atrás, so pena de bloqueo financiero.
Desengañémonos, la historia de la plasmación del proyecto sionista ha estado, desde el primer momento, ligada al colonialismo de las grandes potencias occidentales. No solo la propuesta de la declaración Balfour de hogar nacional judío en Palestina, suponía una negación total de la autodeterminación de la población autóctona, sino que incluso con las otras alternativas que se manejaron (primero Uganda y, sobre todo, Madagascar) se pretendía siempre solucionar el supuesto problema judío a costa de pueblos colonizados. Es la misma ideología que subyace en la intención de Sunak de enviar a Uganda, una vez más, a los migrantes clandestinos.
Otro aspecto de la inflexión hace a la postura prosionista de la derecha y, en especial, de la extrema derecha. Los herederos ideológicos de los que casi exterminan el judaísmo europeo, ahora defienden a capa y espada la intervención en Gaza. Habría que recordarles que el antisemitismo criminal nazi no surgió de la nada. Durante siglos hubo una propaganda de raíz religiosa, con el fundamento de la supuesta culpabilidad deicida, acompañada de múltiples progromos. El Holocausto, más la creación del estado sionista, cumplió el sueño de la reacción europea: un Continente libre de judíos.
Quizá valiera la pena explicarle todo eso al alcalde de Madrid, a propósito de sus declaraciones acusando de antisemita a la izquierda. Martínez-Almeida siempre me ha parecido algo cortito, y no sólo de estatura, pero eso no justifica olvidar, por ejemplo, el caso Dreyfus y quién estuvo en contra del militar (la derecha católica) y quién lo defendió (la izquierda laica).
En definitiva, si la derecha europea, mayoritariamente, es prosionista, se debe, además de que ya no exista el «problema judío», a que está de acuerdo con su ideología apoyar el Estado de Israel como proyecto neocolonialista.
Las fuerzas progresistas europeas tienen un compromiso con el pueblo palestino. Cayó sobre él el sentimiento de culpabilidad, principalmente de Alemania, por el Holocausto. Durante casi 70 años el sionismo se ha apropiado de los mártires de la Shoah (que, aunque judíos, eran ciudadanos europeos, no israelíes) para justificar el genocidio permanente contra la población autóctona. Pero por otro lado, no se puede olvidar que, además del execrable crimen nazi, debemos a nuestros conciudadanos hebreos contribuciones señeras en el arte, la cultura y la ciencia. En Auschwitz y lugares semejantes, se castró el pensamiento europeo nacido con la Ilustración, asimilada por la Haskalá, a la que siempre combatió el sionismo.
Pero los desmanes sionistas han llegado tan lejos que la coartada, ligada al recuerdo del exterminio hitleriano, ya no funciona. Ahora bien, dichas fuerzas progresistas han de tener sumo cuidado en desmarcarse de cualquier brote de antisemitismo que surja desde organizaciones nazi-fascistas irreductibles, así como del que pueda generar el islamismo. Los movimientos de rechazo al genocidio que está en marcha en Gaza, tienen que ser especialmente vigilantes, insisto, en lo que hace a cualquier infiltración, ya aludida, del fundamentalismo islámico, en un momento en que éste se ve favorecido por la ideología postmoderna que, en nombre del multiculturalismo, cierra los ojos a la extensión en Europa de tradiciones que atentan contra los derechos humanos, especialmente en relación a la mujer.
Europa debe proyectar su pensamiento laico y defender que ni en la Sharía ni en la Torá hay solución para el problema de Palestina. Hay que ser muy estrictos en la diferenciación entre judaísmo y sionismo. Especialmente en un momento histórico en que cada vez más sectores del primero son abiertamente críticos con la actuación del Estado de Israel.
Recuerdo que cuando en 1973, con motivo de la celebración de los 25 años de la proclamación de aquel, destacados miembros de la comunidad hebrea del Reino Unido se desmarcaron, mediante un manifiesto, no solo de la celebración, sino de la propia creación. Fueron estigmatizados cual nuevos Spinoza. Eso se acabó y, dado que se han boicoteado los acuerdos de Oslo, hasta hacer imposible la solución de los dos estados, se tiene que defender abiertamente la posibilidad de la constitución de un estado común, realmente laico, que reconozca a los descendientes de la limpieza étnica de la Nakba su derecho al retorno o, al menos, a una compensación por la injusticia padecida. A causa del odio acumulado, se puede considerar una utopía, pero también lo era la actual situación multirracial sudafricana en los tiempos del apartheid.