Precisión terminológica previa: desembargo, sustantivo de la familia léxica del verbo desembargar, cuya segunda acepción, según el DRAE, es “evacuar el vientre”.
Y, en efecto, en torno a la fecha del 6 de junio hemos asistido a una campaña masiva en prensa, radio y televisión, por tierra, mar y aire, destinada no sólo a magnificar el alcance y significado de la operación anfibia angloamericana codificada como “Operación Overlord” y consistente en romper la “muralla del Atlántico” alemana en el noroeste de Francia, sino a falsear el curso entero de la Segunda Guerra Mundial (SGM).
Aprovechando la hiperignorancia reinante en las nuevas (y no tan nuevas) generaciones, se ha pretendido hacerle creer a la gente que la SGM la ganó el soldado Ryan y cuatro marines más, junto a un puñado de panzudos tanques Sherman que en rauda carrera desde las playas de Normandía, a través de una Alemania previamente arrasada por los B-17, se plantaron en la guarida de la bestia nazi y acabaron con ella en un plis plas (repartiendo por el camino a manos llenas cigarrillos, chocolatinas y chicle a embelesadas y complacientes Fräulein ansiosas de ser liberadas, preferentemente sobre una cama).
Por tanto, lo lógico era que a las celebraciones de tan gloriosa hazaña asistieran los mandatarios de los países de donde salieron aquellos muchachotes, así como el minipresidente del país que les puso a su disposición la playa (no sin antes haber colaborado en todo con los ocupantes alemanes durante la mayor parte de la guerra). Ocasión pintiparada, además, para ciscarse (o desembargar) en la historia ignorando que, como reconoce ampliamente la historiografía, incluida la angloamericana, las fuerzas que realmente rompieron el espinazo de la Wehrmacht no fueron otras que las del Ejército Rojo, es decir la Unión Soviética, tras pagar el precio de 9 millones largos de vidas de soldados y 23 millones largos de vidas de civiles. Frente a éstas, las cifras de bajas occidentales no admiten comparación: el Reino Unido perdió 370.000 soldados y 60.000 civiles, mientras los compatriotas del soldado Ryan salieron más que bien librados con un tributo de 174.000 vidas de soldados (a los civiles no les alcanzó ni el ruido de las bombas, salvo los que pillaron los japoneses en las Filipinas). Por supuesto, a los organizadores del show normando ni por un momento les viene a la mente el hecho de que, si las tropas de la Operación Overlord lograron abrirse paso más allá de las playas, a través del traicionero bocage, fue, en gran medida, porque unos quince días después del desembarco el Ejército Rojo lanzó la mayor ofensiva de toda la guerra, la Operación Bagration, que dio como resultado la aniquilación del grupo de ejércitos centro de la Wehrmacht, lo que impidió el traslado de tropas alemanas a Francia para frenar la invasión.
Pero, por supuesto, a la Rusia heredera directa de aquella URSS que acabó con el delirio nazi del “Reich de los mil años” no había que darle ni agua en los festejos. Todo lo contrario, echarle toda la mierda posible encima por haber tenido la osadía de intentar romper en Ucrania el cerco al que la venía sometiendo sin cesar la OTAN desde 1991. Y, cómo no, al que sí había que invitar a toda costa era al hombre-anuncio de camisetas verdes sudadas, presidente con el mandato caducado y sin elecciones a la vista y comandante supremo de un ejército en el que figuran brigadas enteras de seguidores de Stepan Bandera, el ideólogo del nacionalismo ucraniano más reaccionario, antisemita, anticomunista y antirruso, cuyas milicias lucharon codo con codo con los invasores alemanes entre 1941 y 1944 y se cubrieron de gloria en “gestas” como la masacre de Babi Yar (“el barranco de la abuela”), en Kiev, donde participaron en la matanza de más de 33.000 judíos entre el 29 y el 30 de septiembre de 1941.
Pues sí, señores, según la prensa basura (es decir, la prensa en general) del Occidente (mejor, Accidente) colectivo, la SGM iba viento en popa para los alemanes hasta que llegaron los chicos de Ryan y mandaron parar. Todo lo demás que pasó entre 1939 y 1945 careció de importancia y no resultó para nada decisivo en cuanto al desenlace de la SGM. Todo se decidió en las playas de Normandía, bautizadas Utah, Omaha, Sword, Gold y Juno (ni un triste nombre en francés; aunque bien es cierto que los franchutes se lo tenían merecido, por colaboracionistas… o lo que es peor, por maquisards comunistas). De hecho fue aquel día, “el día más largo”, el de la verdadera victoria contra Hitler. Lo que vino después, en Berlín, no fue más que una simple operación de limpieza en que los rusos aprovecharon que los alemanes habían sido ya machacados por los muchachos de Ryan para dedicarse a violar alemanas (sin ofrecerles chocolate a cambio, por supuesto) y a pillar relojes de pulsera (ya se sabe, las hordas rojas es lo que tienen, tan incultas ellas).
Por eso la prensa basura que ha ido algo más allá de las playas de Normandía sentenciaba: “Una operación para acabar con dos totalitarismos”. Ahí está el meollo del asunto. Los “boys” de Ryan fueron arrojados a la playa justo en el momento preciso, cuando sus clarividentes y democráticos jefes calcularon que la Wehrmacht ya había sido lo bastante vapuleada por el Ejército Rojo como para que la resistencia que pudiera ofrecer resultara fácilmente superable. Y si de paso también se había debilitado el Ejército Rojo, pues miel sobre hojuelas y a matar dos pájaros de un tiro. Claro que semejante delirio no le pasó por la cabeza a Eisenhower, pero sí al megalómano Patton (que creía ser la reencarnación de Publio Cornelio Escipión, el vencedor de Aníbal). En todo caso, lo cierto es que durante bastante tiempo sobrevoló las cabezas de los dirigentes occidentales la idea de dejar que los pardos y los rojos se destruyeran mutuamente (versión moderada de la idea inicial de Chamberlain y Eduardo VIII de permitir que Hitler hiciera el trabajo sucio librando al mundo del comunismo). Por eso las insistentes peticiones de Stalin de que los angloamericanos abrieran un segundo frente que redujera la presión alemana sobre la URSS no fueron atendidas hasta la conferencia de Teherán (noviembre de 1943), cuando tras la derrota alemana en Kursk (julio de 1943) y la definitiva pérdida de la iniciativa estratégica por Alemania, Roosevelt y Churchill percibieron el riesgo de que la Unión Soviética acabara derrotando por sí sola a Hitler y ocupando toda Europa, hasta el Atlántico, por lo que prometieron finalmente a Stalin la apertura de un segundo frente en Francia para el verano de 1944 (aunque Churchill insistió hasta el último momento en que el desembarco fuera en los Balcanes, con la idea, obviamente, de atacar a Alemania al mismo tiempo que se le paraban los pies al Ejército Rojo).
De modo que lo que no se atrevieron a decir públicamente los Chamberlain de la época lo pregona babeando la rusofobia de última generación, bajo la batuta de la señorita Pepis von der Leyen, nieta de nazis, a la que parece que está siempre a punto de levantársele espontáneamente el brazo derecho, como al doctor Strangelove de la película de Kubrick.
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