“Continuidades y novedades en la estafa piramidal de esquema Ponzi” por Federico Mare

Las estafas piramidales con esquema Ponzi son de larga data. Hace un siglo, Carlo Ponzi, un muy astuto e inescrupuloso malhechor italiano radicado en Boston, se hizo mundialmente célebre con este tipo de criminalidad de guante blanco (algo así como una variante turbia del inmigrante self-made man y del American Dream). De ahí la eponimia «esquema Ponzi», claro está. Eran los Estados Unidos de los roaring twenties, cuando el Tío Sam se había vuelto la mayor potencia capitalista del orbe. La Yanquilandia vencedora de la Primera Guerra Mundial, el país más mercantilizado y pujante del planeta, con una sociedad individualista de masas donde el afán de lucro y la especulación financiera se derramaron desde las élites burguesas hasta las clases medias –e incluso populares– con alguna modesta capacidad de ahorro y aspiraciones de ascenso social.

Sin embargo, diferentes investigadores han encontrado antecedentes del esquema Ponzi –que cumplen con todos los requisitos– en la segunda mitad del siglo XIX: Adele Spitzeder en Alemania, Baldomera Larra Wetoret en España, Sarah Howe en EE.UU., etc. De hecho, dos novelas de Dickens tematizan el esquema Ponzi avant la lettre en el contexto de la Inglaterra victoriana, cuna del capitalismo industrial: Little Dorrit (1857) y Martin Chuzzlewit (1884).

En Argentina, el esquema Ponzi ha vuelto a estar en el candelero por la ola de noticias que llega de San Pedro y Bahía Blanca, al norte y sur de la provincia de Buenos Aires. Tampoco en este país las estafas piramidales basadas en el principio «robar a Pedro para pagarle a Pablo» son novedosas. Sin remontarnos demasiado en el tiempo, podemos mencionar, por ejemplo, «el avión» y «el telar de la abundancia».

¿Nada nuevo bajo el sol en San Pedro y Bahía Blanca? Escuchando con atención los testimonios de muchas personas involucradas (especialmente de San Pedro), y haciendo comparaciones con casos anteriores de Argentina y otros países, creo advertir una novedad tan inquietante como sintomática. Además de personas que «pecan» de ignorancia o ingenuidad, hay también otras que participan a sabiendas de que es una estafa (o que probablemente pronto se descubra que lo es). ¿Estas últimas son estúpidas, masoquistas? ¿Les gusta que les tomen el pelo, que las estafen? No. Ya conocen el juego. Saben cómo es la dinámica: al final, la gran mayoría pierde su dinero; pero los primeros en sumarse, los adelantados, tienen muchas chances de ganar bastante plata. El cálculo que se hace –con fundamento informativo o mero pálpito de esperanza– es que uno mismo quedará dentro de la pequeña, suertuda y privilegiada minoría ganadora.

Lo execrable del proceder ventajista de estas personas es que son conscientes de que la única forma de ganar es involucrando a varias más en la timba, casi siempre del entorno socioafectivo más cercano: ocho, diez, doce afectos… (Necesariamente esto es así, pues la captación se basa en vínculos estables de confianza, no en relaciones ocasionales o superficiales con extraños.) En otra época, cuando el esquema Ponzi no era tan conocido o comprendido a nivel popular, el involucramiento de personas allegadas (familiares, amistades, compañeros de trabajo, vecinos, etc.) se hacía sin saber que los últimos de la pirámide perderían. Hoy, escuchando por TV los testimonios de mucha gente de San Pedro, me parece clarísimo que no todos los que apuestan lo hacen desde el desconocimiento y la candidez. Algunas personas sí, pero otras no. No tengo estadísticas para cuantificar la proporción, y dudo que las haya. Pero es evidente que en la base de la pirámide hay pícaros. Sus testimonios ante las cámaras de TV son elocuentes… Saben o sospechan que la burbuja tarde o temprano estallará, pero confían en pertenecer al grupito de los pioneros que ganarán, y no a la inmensa mayoría de los tardíos estafados. De hecho, ya hay gente que ha ganado mucho y que ha logrado retirarse… Huelen que se avecina el desastre. Como las ratas, tratan de salvarse a tiempo del naufragio, y ciertamente algunas lo logran, llegando a quintuplicar o decuplicar sus ahorros invertidos.

Estas personas se justifican ante los reporteros diciendo «es como ir al casino, donde se gana y se pierde». Mienten. Mienten a los demás y se mienten a sí mismas. Las estafas piramidales con esquema Ponzi no son lo mismo que el casino o el bingo. Cuando una persona despilfarra sus ahorros personales en una mesa de ruleta o póker, o en la lotería, no le jode la vida a nadie (a no ser, claro, que sus ahorros no sean solo suyos sino de su familia o pareja, y que éstas no hayan sido debidamente consultadas ni hayan dado su consentimiento). En cambio, cuando se involucra a seres queridos o allegados en un esquema Ponzi, existe un alto riesgo de que estas personas pierdan sus ahorros. Tal involucramiento, insisto, puede hacerse sin mala fe, desde la ignorancia o la ingenuidad. Pero los testimonios de no pocos vecinos de San Pedro que he visto en televisión, indican que entienden bien de qué va la cosa. Y aun así, no se abstienen de hacer lo que hacen. Eso los hace cómplices de la estafa pergeñada por los delincuentes de guante blanco que están en la cúspide del mentado Esquema RainbowEx. Aquéllos, igual que éstos, son estafadores. En otro grado de responsabilidad, en otra escala de delictuosidad, pero también son estafadores. Y hay que decirlo sin pelos en la lengua, aunque muchos se molesten.

Pero lo que más me interesa de todo este asunto es la «sintomatología», en términos de sociología cultural y psicología social. Que hoy el esquema Ponzi cuente ya con microestafadores ex professo en la base de la pirámide pone de manifiesto el enorme deterioro del tejido social –familiar y comunitario– del mundo contemporáneo, a raíz del avance arrollador del capitalismo neoliberal: mercantilización absoluta, ultraindividualismo, egoísmo sin límites, competencia salvaje, precarización laboral y existencial, naturalización del afán de lucro y de la especulación financiera… Vivimos en una sociedad donde se normaliza la práctica de ventajear y estafar a sabiendas a nuestros semejantes (incluso a familiares cercanos y amistades íntimas). Homo homini lupus en su máxima expresión.

Quizás me equivoque y este fenómeno que he descrito no sea tan novedoso como creo. Pero entonces, la novedad estribaría en el descaro, la desfachatez, la desvergüenza con que muchas personas admiten en público saber perfectamente (jactándose incluso de su viveza o picardía ante las cámaras, o al menos hablando con socarronería) de qué se trata un esquema Ponzi; y que, aun así, no dudan en involucrar a otras personas en él, sin siquiera tener piedad por los seres más allegados o queridos. Vale todo, todo vale, en esta sociedad atomizada y feroz del capitalismo neoliberal. No descubro la pólvora si constato que es la misma Argentina que aclamó de presidente a Javier Milei hace menos de un año.

***

Por supuesto que a río revuelto, ganancia de pescador… Ya aparecieron los corifeos de la tecnocracia educativa neoliberal, fachos y progres por igual. Ni lerdos ni perezosos, pontifican: «esto pasa porque no hay educación financiera en las escuelas». ¡Cuidado con ese discurso! La llamada «educación financiera» es una vulgata políticamente correcta de microeconomía burguesa para las masas (vulgata ortodoxa las más de las veces, con atisbos de heterodoxia keynesiana en raras ocasiones). Un caballo de Troya con el cual se busca inculcar, legitimar y naturalizar la lógica del sistema capitalista en la sociedad y la cultura contemporáneas: propiedad privada, mercado, competencia, lucro, ganancia, renta, interés, capitalización, rentabilidad financiera, meritocracia, emprendedurismo, etc.

Defendamos las humanidades, las ciencias sociales, la historia, la ética, la literatura, las artes, la filosofía, el pensamiento crítico en todas sus formas, de los embates oportunistas y demagógicos del utilitarismo filisteo. Hay que enseñar ciencia de la economía política en las escuelas, no tips de finanzas al servicio de la normalización del capitalismo.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *