Hace unos pocos días se ha celebrado en Río de Janeiro la cumbre anual de los BRICS+. A diferencia de años anteriores, en esta ocasión no parece haber tenido mucha repercusión en los medios de comunicación occidentales y tampoco abundan los análisis de la misma en las redes que se suelen considerar -sin que siempre lo sean- antiimperialistas.
La cumbre, sin embargo, ha reunido a los países que agrupan a más de la mitad de la población mundial y que participan en más del 40% del PIB del planeta (medido según los parámetros occidentales). No son estos datos despreciables, pero hay algunas circunstancias que permiten explicar ese eco, inferior al de otras veces, que mencionamos. Por un lado en el centro imperial ya han empezado a recurrir a la fuerza bruta, incluso eliminando ese cínico “orden basado en reglas” que decían defender, para mantener su dominio mundial en declive. Así que quienes retan, por moderado que sea ese reto, su dominio ya no ocupan en los medios que controla Occidente otro espacio que no sea el dedicado a publicitar las amenazas que se les dedican. Por este motivo Brasil, anfitrión de la cumbre, sólo ha llegado a los titulares a través del nuevo arancel que se le pretende imponer arbitraria y esperpenticamente para proteger a Bolsonaro, enjuiciado por intento de golpe de estado (curiosamente lo mismo que intentó, en enero del 2021, su abnegado defensor D. Trump).
Desde luego el propio gobierno brasileño no se esmeró mucho en dar lustre a la cumbre. Seguramente por dos motivos. Primero por no “ofender” más de lo necesario al imperio, olvidando que la mera existencia de los BRICS+ ya les molesta y que no toleran nada que no sea el puro vasallaje. Segundo por ser más importante, desde el punto de vista del gobierno de Lula, la reunión del COP-30 que tendrá lugar en noviembre en la Amazonia.
En cuanto a la redes, digamos anti imperialistas, estas están divididas en dos grandes bloques: quienes creen que los BRICS+ son una especie de reencarnación de la Komintern y quienes argumentan que no son más que un nuevo avatar del capitalismo representado por un puñado de potencias subimperiales que aspiran a un mejor reparto, para ellos, del poder mundial. Esta división tiene mucho que ver con los arduos debates sobre la naturaleza -capitalista o socialista- de la República Popular China. Debates muy sesgados por la famosa clasificación “académica” de marxismo occidental y oriental. Y escribimos “académica” por el carácter escolástico de la misma. Por más que el occidental jamás haya logrado eliminar al capitalismo en ninguna parte, algo que sí ha logrado el oriental en algunos lugares.
En todo caso, para el primer grupo no puede ser muy inspiradora la imagen principal que ha llegado de la reunión, con Lula, Modi y el sudafricano Ramaphosa posando icónicamente. Desde luego no parecen ser heraldos de ninguna revolución. Y no lo decimos unicamente por Modi, cuya política internacional es un precario equilibrio entre Rusia, el aún primer suministrador de armas a la India, y EE.UU., cuyo apoyo es imprescindible para seguir enfrentando -por diplomático que sea el enfrentamiento- a China. En cuanto a la interna, sobre la cual el principal partido comunista de la India todavía dice que no es fascista, si bien se desliza por esa pendiente, se basa en estrujar todo lo posible a los pequeños campesinos, oprimir a los dalits y odiar y privar de todo derecho a los musulmanes indios. También podríamos decir algo sobre la “brillante” carrera de C. Ramaphosa de sindicalista a multimillonario, mientras el índice Gini continúa mostrando que la Sudáfrica postapartheid es uno de los países más desiguales del mundo. Y los de abajo siguen siendo los negros, mientras los blancos (aparte de los “refugiados” en USA, con Musk) tienen en el gobierno de coalición con el ANC a su partido político de cabecera. No desconocemos el importante papel de Sudáfrica al llevar al estado sionista ante el Tribunal Internacional de Justicia, pero ya veremos como se concilia eso con los intentos sudafricanos de garantizar la presencia norteamericana en la cumbre del G-20 a celebrar este año en su país (el año que viene está prevista en EE.UU.). Intentos que eran la razón de que Ramaphosa se tragara las amenazas de Trump en su reciente visita a la Casa Blanca.
Y, sin embargo, la cumbre anual de los BRICS+ sí ha tenido importancia. Ya indicábamos antes la trascendencia que tiene el que se produzca una reunión con la participación de tantos estados. Más aún si estos estados, por más justificadas que puedan ser las críticas a sus comportamientos internos y externos, procuran cumplir las normas de la Carta de Naciones Unidas (tenemos la excepción de la Federación Rusa desde febrero de 2022, pero hasta Rusia a procurado exculpar su acción recurriendo al Derecho Internacional). También cumplen las normas de la Organización Mundial de Comercio (la misma OMC que lleva años bloqueada por EE.UU. y que ahora, con los aranceles trumpianos, está ya herida de muerte). Incluso, seguramente presionados por las amenazas recibidas, han respetado ciertas sanciones antirrusas (así lo ha hecho su banco oficial, el Nuevo Banco de Desarrollo, dirigido por la antigua presidenta brasileña Dilma Rousseff). Que, justo cuando toda la normativa legal internacional desarrollada desde las paces de Westfalia y llegada a la madurez en las conferencias que siguieron al final de la II Guerra Mundial, está siendo aniquilada por EE.UU. y sus países vasallos, de un modo semejante al puesto en práctica por las potencias fascistas en los años treinta del siglo pasado, exista un conjunto de estados importantes que intentan impedir que las relaciones internacionales se basen en la brutalidad de la ley de la selva es muy destacable. Máxime en unos momentos en los que nos amenaza una escalada en la proliferación de países con armas nucleares.
Puede que haya quien eche de menos la presencia en la cumbre de Río de Janeiro de Xi y Putin. Sin embargo, conviene observar que, más allá de la literatura oficial que impregna los 130 párrafos de la declaración final, China ha aportado algunas novedades para el comercio y su financiación entre los países del grupo. Y que la delegación rusa era una de las más numerosas que ha enviado su país a estas cumbres, además de estar integrada por técnicos de valía reconocida. Estos detalles muestran a las claras que el papel de China y Rusia en los BRICS+ sigue siendo central y que todo el colectivo, por encima de la profunda diversidad de intereses que contiene, va a seguir adelante. Lo hará de manera prudente, lo que ya es una gran cosa cuando la prudencia está ausente en la actuación de Occidente, pero lo hará. En suma, los BRICS+ no son un desafío revolucionario a las relaciones internacionales, pero su reciente cumbre muestra a las claras su voluntad de tratar de impedir que esas relaciones deriven en una guerra caliente y generalizada. Y todos deberíamos ayudarles en ello, estemos donde estemos, por débiles que sean nuestras fuerzas.