Comunicación presentada al Congreso de Humanidades Ecológicas celebrado en la Universidad Pompeu Fabra, julio de 2025.
Desde la más superficial aproximación a la obra de Sacristán, comentaba Miguel Candel en «Las ideas gnoseológicas de Manuel Sacristán» (mientras tanto 30-31), resulta evidente que la lucha intelectual (y sociopolítica) del traductor de Marx y Quine puede compendiarse «como una defensa pluriforme de la razón y la racionalidad contra las mil variantes del irracionalismo que pueblan el universo alienado de la “razón burguesa”.» Un racionalismo documentado y bien temperado –tomo la expresión de Francisco Fernández Buey, profesor de esta casa, maestro de muchos de nosotros– caracterizan esa defensa de Sacristán de la razón y la racionalidad.
La siguiente exposición, que deja muchas consideraciones en el tintero, intenta fundamentar mi observación.
1. Dos notas previas. La defensa y práctica de un racionalismo prudente, alejado de toda desmesura, no implica de ningún modo ausencia de coraje filosófico, político y vital. No andaba falto de arrojo Sacristán, un filósofo de la vida con mucha vida de filósofo comprometido. Son numerosos los ejemplos. En el ámbito de la teoría, su opúsculo de 1967 «Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores», un texto que agitó –¡y de qué modo!– las muy estancadas aguas de las comunidades filosóficas españolas de los años sesenta y setenta, es buena ilustración de esa audacia, de ese saber a qué atenerse.
Como usaré en mi exposición un ejemplo del ámbito de la lógica y su filosofía, conviene recordar también que para el autor de Introducción a la lógica y análisis formal [ILAF] los usos de la voz ‘racional’ no coinciden con los usos admisibles de la voz ‘lógico’, o más propiamente ‘lógico formal’. Para el alumno de Hans Hermes y Gisbert F.R. Hasenjaeger, la racionalidad de un discurso es algo mucho más complejo, rico e importante que su logicidad formal. Para que un discurso sea correcto lógico-formalmente basta con que sea consistente: para que fuera racional Sacristán exigía además «la aspiración crítica a la verdad».
Esta aspiración imponía, a su vez, la capacidad autocrítica, de la que tampoco el autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger andaba mermado, y el sometimiento a unos criterios que rebasan la mera consistencia (necesaria, sin duda). Sacristán aludía a criterios que servían para comparar fragmentos de discurso con la realidad. Incluían desde la observación atenta hasta «el examen de las consecuencias prácticas de una conducta regida por aquel discurso». Para él, crítico del idealismo, el conjunto del conocimiento humano no se autofundamentaba.