“Manuel Sacristán: racionalismo crítico y realismo revolucionario” por Ariel Petruccelli

Seguimos con el homenaje al filósofo marxista español Manuel Sacristán, con motivo del centenario de su nacimiento. En el número anterior, publicamos un artículo que nos envió Salvador López Arnal desde Cataluña:El impacto político-cultural del Sacristán oral”. Hoy compartimos la semblanza que Ariel Petruccelli nos hizo llegar desde la Patagonia. Estamos preparando un dossier latinoamericano sobre Sacristán para Corsario Rojo IX, que complementaremos con un nuevo artículo de Salvador.

No está de más recordar que nuestro camarada Ariel coescribió con Juan Dal Maso el libro Althusser y Sacristán: itinerarios de dos marxistas críticos (Bs. As., IPS, 2020). Pueden leer una reseña de Alexis Capobianco Vieyto para Ideas de Izquierda aquí.

Quisiera comenzar con una nota personal. Cuando Sacristán dejó este mundo yo tenía 14 años. Por entonces carecía de todo interés por la política, no estoy seguro si alguna vez había escuchado hablar de marxismo, y no tengo ninguna duda de que jamás había oído mencionar cosas como la epistemología, el empirismo lógico o la dialéctica. Pero a partir de los 17 años mi interés por la filosofía y mi compromiso con la política se aceleraron. A los 19 años me consideraba un marxista-libertario y era miembro de la que por entonces era la organización de izquierda más grande de la Argentina: el MAS, de base trotskista. Fue por entonces que conseguí, siguiendo una pista hallada en un libro de Paco Fernández Buey, mi primer libro escrito por Manuel Sacristán. Era en realidad una compilación: Sobre Marx y marxismo, primer volumen de la tetralogía Panfletos y materiales, publicado por Icaria en 1983. Durante muchos años –casi veinte– fue prácticamente el único texto de Sacristán, junto a unos pocos artículos sueltos, que yo conocía: no era sencillo en el mundo previo a internet dar con obras suyas en Argentina. Pero me lo conocía casi de memoria. En mi formación inicial sus páginas fueron fundamentales. Y no lo serían menos en mi desarrollo posterior. Siempre le consideré uno de mis maestros.

Cuando, muchos años después, pude dar con el grueso de su obra, me sorprendió constatar lo mucho que le debía. Al leer textos suyos en los que abordaba temáticas sobre las que yo mismo había escrito o reflexionado, las semejanzas eran inocultables. Y la base de ello entiendo que era triple: respeto por los datos empíricos, búsqueda de rigor lógico, perspectiva comunista. Ese triple andamiaje se lo debo en buena medida a él. Y cuando uno se para sobre los tres, es muy sencillo llegar a conclusiones semejantes al observar la misma realidad o el mismo corpus documental.

El respeto simultáneo por los datos, la lógica y la perspectiva comunista, con todo, no es precisamente lo más frecuente. No han faltado historiadores marxistas con gran bagaje empírico que se enredaban y tropezaban a la hora de teorizar. Ni han faltado, por cierto, ideólogos marxistas capaces incluso de pisotear a los datos y a la lógica.

Hay, pues, algo de insólito en el filosofar comunista de Sacristán, en relación a lo que era habitual durante los años sesenta y setenta. Su sólida formación lógica y su profundo conocimiento de la epistemología lo colocaron en un sitio peculiar. Como dijera alguna vez, él se sentía más en sintonía con las corrientes minoritarias de la tradición marxista en cuestiones de epistemología. No le atraían ni el cientificismo al estilo del Althusser de mediados de los años sesenta, ni el pan-ideologismo lukácsiano o de la escuela de Frankfurt, ni la reducción del marxismo a mera “sociología revolucionaria”. Su parecer se hallaba más en línea del empirismo lógico, pero no en sus versiones más formalistas (como la de Carnap), sino en las versiones que apuntaban a una racionalidad más amplia (no meramente lógico-formal). Se pueden hallar muchos puntos de contacto entre sus pareceres y los de Otto Neurath. Aunque, curiosamente, casi no hizo referencia a él. Según me informa Salvador López Arnal, “entre sus papeles, los que se conservan en BFEEUB, solo hay un resumen de Sacristán sin apenas observaciones de un libro de Neurath que se publicó en España en 1975”. En cualquier caso, Sacristán fue un firme partidario de un racionalismo temperado que concedía gran importancia al trabajo científico positivo (bien fundado empíricamente y sólidamente pertrechado en términos conceptuales), pero que no desdeñaba la reflexividad y auto-reflexividad filosófica, ni tampoco la voluntad política y la belleza estética.

Pero ese filósofo mesurado, de mirada amplia y gran sutileza de matices (“sin matiz no hay concepto”, solía decir), era también un activísimo militante revolucionario, del que un agente de inteligencia del franquismo pudo decir: “es una carga de dinamita y un semillero de cizaña, dispuesto en todo momento y ocasión a inflamar, exasperar y cebar el ánimo de las juventudes universitarias”. Con todo, quizá la evaluación del policial agente no sea completamente cierta. Se sabe: para la policía todo se explica por la presencia de “agitadores”. Es posible que lo que inflamaba y exasperaba los ánimos de los jóvenes fueran las oprobiosas condiciones de vida material e intelectual en la España de Franco. Sacristán, en todo caso, podía proporcionar razones con las que encauzar un descontento preexistente.

Su radicalismo político se basaba en la convicción intelectual de que los grandes males creados por el capitalismo sólo podrían ser resueltos por medio de una revolución proletaria, la cual entrañaría un momento de ruptura; y en la convicción ética de que la libertad, igualdad y fraternidad eran valores tan irrenunciables como irrealizables genuinamente en la sociedad del mercado total. Pero este radicalismo político (considerado “dogmático” por quienes se hallan bien dispuestos a aceptar la miseria de lo real no sólo intelectual, sino también moralmente) iba de la mano con un respeto absoluto por los datos de la realidad y con una voluntad incansable de diálogo y apertura sobre bases firmes: no la parodia de un diálogo que se reduce a la tolerancia de quienes no hacen ningún esfuerzo serio por comprender a los otros. Al respecto, es sumamente iluminador el relato de Llorenç Sagalés Cisquella, sacerdote jesuita, quien lo conoció muy bien durante los años setenta: En diversas ocasiones conversamos sobre el cristianismo, en particular sobre su capacidad práctica de otorgar libertad, sobre la vida de los primeros cristianos y sobre algunas cuestiones de historia de la teología. Tanto él como yo evitábamos centrar la conversación sobre la evidencia subjetiva de la fe y la revelación, o sobre nociones pseudo-teóricas abstractas como ‘cristianismo’ y ‘marxismo’. A los dos nos ponía un poco nerviosos la frivolidad de tanto comentario de salón durante aquellos años de pretendido ‘diálogo’ en que todo parecía perder la poca identidad que le quedaba. Algunos han hablado de la agresividad intelectual de Sacristán contra el pensamiento religioso, y Raimon Galí ha recordado cómo en los años sesenta –para desesperación del mundo eclesiástico barcelonés–, Sacristán seducía sin oposición las cabezas de los mejores y más generosos estudiantes universitarios alejándolos de la fe. Pero yo creo que se alejaban solos, y que Sacristán se limitó a hacerles razonable el abandono de un barniz religioso ya de por sí muy superficial, ofreciéndoles en cambio una apuesta política y científica a la que entregarse. El Sacristán con el que yo me encontré a finales de los setenta sabía callar oportunamente con prudencia, tenía pánico a las modas y sospechaba de las descalificaciones generales y apresuradas. Quizás por eso, cuando en aquellos años todo el mundo parecía abandonar la nave cristiana, él contemplaba el naufragio religioso con más discreción y con menos entusiasmo que tanto liberado, más preocupado en cambio por las nuevas sendas por las que empezaba a discurrir el irracionalismo. Por otro lado, tengo la impresión de que Sacristán siempre agradeció que yo le tratara –con evidente simpatía, claro–, pero como un alter ego, sin santificarlo; y que se sintió cómodo conmigo al saber que yo vivía y trabajaba manualmente en el sudoeste del Besós”.

El respeto por las personas y por los datos de la realidad condujo a Sacristán a afrontar aquello que consideró “nuevos problemas”: los planteados por el feminismo, el pacifismo y el ecologismo. Y a todos los abordó con esa combinación de rigor lógico, respeto por la empiria y perspectiva comunista. Sobre la cuestión ecológica declaró en 1979 en un texto tan breve como magnífico titulado modestamente “Comunicación a las Jornadas de Ecología Política”: La principal conversión que los condicionamientos ecológicos proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la espera del Juicio Final, el utopismo, la escatología, deshacerse del milenarismo. Milenarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas las tensiones entre las personas y entre éstas y la naturaleza, porque podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser, buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pecaminosidad de la sociedad injusta. La actitud escatológica se encuentra en todas las corrientes de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, como esta reflexión es inevitablemente autocrítica (si no personalmente, sí en lo colectivo), conviene que cada cual se refiera a su propia tradición e intente continuarla y mejorarla con sus propios instrumentos. En el marxismo, la utopía escatológica se basa en la comprensión de la dialéctica real como proceso en el que se terminan todas las tensiones o contradicciones. Lo que hemos aprendido sobre el planeta Tierra confirma la necesidad (que siempre existió) de evitar esa visión quiliástica de un futuro paraíso armonioso. Habrá siempre contradicciones entre las potencialidades de la especie humana y su condicionamiento natural. La dialéctica es abierta. En el cultivo de los clásicos del marxismo conviene atender a los lugares en los que ellos mismos ven la dialéctica como proceso no consumable”.

Ese espíritu radicalmente crítico es sin duda el que lo llevó a redactar una anotación de lectura de enorme belleza: “No se debe ser marxista (Marx); lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cres­ta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan”.

Para quienes intentamos avanzar por esa escarpada cresta, Manuel Sacristán Luzón es una brújula invaluable, no sólo por lo que pensó y escribió, sino por cómo vivió.

Toni Domènech lo describió certeramente con palabras imborrables: Sacristán daba más el tipo de un ‘profeta ejemplar’ que el de ‘un profeta ético’, para recoger la celebrada distinción de Max Weber: el ‘mensaje’ moral del hombre era él mismo, la propia manera de hacer y de comportarse, su manera de tratarse a sí mismo y de tratar a los otros; mientras que un ‘profeta ético’ se considera instrumento de una verdad moral preexistente, cuyo ‘mensaje intenta transmitir de una manera relativamente independiente de su propia conducta”.

A cien años de su nacimiento y cuarenta de su prematura muerte, Kalewche se suma a los más que merecidos homenajes al maestro.

https://kalewche.com/manuel-sacristan-racionalismo-critico-y-realismo-revolucionario/

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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