Respuesta a (la nueva crítica de) Pedro Carlos Gonzalez Cuevas
Sobre fe, esperancismo, utopías y asuntos muy afines (I)
Tras unos compases dialécticos (Heráclito, Hegel) que yo no comparto en su totalidad -no creo, por ejemplo, que todo se engendre por discordia-, el profesor González Cuevas [1] señala que “aunque no se acepte las metafísicas que elevan la guerra a categoría suprema”, mi caso, es preciso admitir que “en el modesto nivel sociológico el dato experimental de que donde hay convivencia existe el conflicto”. Tal vez en algunos casos y en muchos momentos, no siempre desde mi punto de vista. Cuando se pone en comunicación a dos individuos o a dos grupos, prosigue el colaborador de OkDiario, “pronto se pone de manifiesto pretensiones contrapuestas e intereses incompatibles”. Pues tampoco en todos los casos y situaciones en mi opinión. De ahí, señala, “que el conflicto sea connatural a la vida intelectual y social. Por mi parte, siempre he sido partidario del pluralismo agónico”. Yo no lo soy: no me muevo ni me he movido nunca en coordenadas agónicas. Bastante lejos de mí ese cáliz y esas concepciones existenciales.
La máxima de mi interlocutor en el debate intelectual: “siempre hay que contestar. Se trata no sólo una exigencia político e intelectual, sino moral”. En este punto nos acercamos mucho más, pero yo no soy (a pesar de que ahora me considera miembro de la “izquierda radical”) tan radical como González Cuevas en este punto y no estoy por responder una y otra vez, hasta el infinito no enumerable y más allá como diría Buzz Lightyear. No por desconsideración hacia nadie, desde luego, sino por limitaciones mías, para evitar cansancios-agotamientos en los lectores/as… e incluso en nosotros mismos, los participantes más directos. Algunos debates llegan hasta donde llegan y no es necesario convertirlos en un eterno retorno a un ciclo interminable.
Respondo pues a algunas de las observaciones del profesor de la UNED vertidas en su nueva respuesta [2]. Tal vez él desee cerrar este intercambio.
Dado el contenido de mi respuesta, señala, “mucho me temo que no ha entendido lo que yo pretendía probar, sobre todo en referencia a su maestro. El señor López Arnal pretende abrumarme con la bibliografía dedicada a Sacristán. Vano intento. Conozco la mayoría de los textos”. Tal vez yo no haya entendido lo que el profesor de la UNED quería probar (¿probar no es una pretensión gnoseológica excesiva en estos asuntos?) pero no ha sido mi intención la que señala. Nada de eso. No he pretendido abrumar a nadie y menos con la bibliografía dedicada a Sacristán. He intentado ilustrar y justificar mis comentarios. Si el profesor González Cuevas conoce, como afirma y yo no dudo, la mayoría de los textos indicados, mejor que mejor. Mi más sincera enhorabuena. Sin ningún sarcasmo.
Debido a ello, continúa, “he de reprocharle que en la lista aparezca el inefable Gregorio Morán, un mero foliculario con ínfulas de erudición, a quien, al menos en mi opinión, no debería tomarse demasiado en serio”. Hace tiempo, según nos cuenta, que mi interlocutor perdió el respeto intelectual por Morán, desde que leyó “su libro El maestro en el erial”, en cuyas páginas “no sólo muestra su absoluta ignorancia en temas filosóficos, sino que incurre en errores históricos de bulto”. Como González Cuevas no indica esos “errores históricos de bulto”, nada puedo decir sobre ellos pero, en mi opinión, si algo no cabe inferir del mencionado ensayo del escritor y periodista despedido de La Vanguardia sobre Ortega y Gasset [3] es que muestre “su absoluta ignorancia en temas filosóficos”. Aparte de que “absoluto” suele ser un término demasiado enérgico y categórico, toda prudencia en su uso es poca, yo no creo que el autor de El cura y los mandarines muestre en El maestro en el erial, más allá de las limitaciones de todos, ignorancia alguna en temas filosóficos. Lo contrario es lo verdadero en mi opinión. Morán no habló por hablar en su aproximación histórico-filosófica a Ortega; tampoco en sus respuestas a las críticas que en su día se le formularon.
Por lo demás, yo no le he citado a propósito de su ensayo sobre el autor de “La misión de la Universidad” sino como fuente de información y documentación sobre la historia del PCE (y del PSUC). Sigo pensando que no ha sido un error: su ensayo sobre el PCE es de obligada consulta (que no implica, por supuesto, acuerdo en todos sus puntos, y menosprecio alguno a lo mucho escrito sobre el Partido de los comunistas españoles desde entonces). Podemos suponer (aunque no admitir, insisto de nuevo) que Morán no tuviera fortuna o estuviera desenfocado en El maestro en el erial pero de esa suposición (que no hago mía) no se infiere que su historia del PCE-PSUC sea un trabajo gaseoso, insustantivo y sin informaciones y conjeturas de interés. Nada de eso.
Pero volvamos a Sacristán comenta González Cuevas. Volvamos. A él no le parece acertado lo que afirmo sobre Ulrike Meinhof. Sacristán, prosigue, presenta a la activista alemana como una víctima de la República Federal, al tiempo que acusa a la RFA de estar presa de tendencias autoritarias y “neofascistas”. No logro ver donde está el error del germanista madrileño-barcelonés: Meinhof fue hasta tal punto una víctima (y muchas otras cosas desde luego) que es altamente probable que muriera “suicidada” en la cárcel [4] (por no hablar de la repugnante e inhumana historia de lo sucedido posteriormente con su cerebro) y casi nadie que quiera acuñar bien las monedas de su memoria puede negar pulsiones fuertemente autoritarias en la República Federal Alemana de los años sesenta y setenta [5]. Hasta tal punto parece ser así que uno de los escritos que Sacristán dedicó a Meinhof [6] es la presentación de un libro (publicado en castellano por Seix Barral en 1976) del premio Nobel de Literatura Heinrich Böll que lleva por título Garantía para Ulrike Meinhof. Me da que Heinrich Böll, un hombre religioso, nunca ha formado parte de la izquierda chiflada o radical que el profesor González Cuevas critica, y que el título del libro –Garantía para…- no está puesto a tontas y a locas.
Sobre la relación Sacristán y Meinhof, añado ahora un paso de una entrevista, durante muchos años inédita, que en 1979 hicieron al traductor de Labriola y Schumpeter Jordi Guiu y Antoni Munné para la revista El Viejo Topo [7], una conversación no llegó a publicarse en su momento por indicaciones del propio interesado [8]. Arroja luz, mucha luz, sobre lo comentado y sobre las motivaciones del propio Sacristán:
En mi ocupación con Ulrike Meinhof, con el grupo Baader-Meinhof en concreto, supongo que mi motivación es doble. Por un lado, está el hecho de que uno no puedo evitar ser germanista. Yo tengo mucho amor a la cultura alemana y al pueblo alemán, y me interesa mucho todo lo alemán. Entre los rojos españoles, estoy en minoría. Soy germanófilo al mil por mil. Entre otras cosas, porque si yo me recompongo: ¿quién me ha hecho a mí? A mí me han hecho los poetas castellanos y los poetas alemanes. En la formación de mi mentalidad no puedo prescindir ni de Garcilaso ni de Fray Luis de León, ni de San Juan de la Cruz, ni de Góngora. Pero tampoco puedo prescindir de Goethe, por ejemplo, e incluso de cosas más rebuscadas de la cultura alemana, cosas más pequeñas, Eichendorff, por ejemplo; o poetas hasta menores, y no digamos ya, sobre todo, y por encima de todo, Kant. Y Hegel, pero sobre todo Kant. Bueno, el Hegel de la Fenomenología también.
Hay más (incluida una declaración de su devoción mozartiana), con un contrafáctico inesperado:
Una de las motivaciones era ésta, entender cosa alemana, cosa que les pasa a los alemanes. Entender cosas que les pasan a los alemanes es entender cosas que me pasan a mí, porque tengo un buen elemento de cultura alemana asimilada. No sé… Si aquí ganara [Enrique] Líster y hubiera que perder la nacionalidad por disidente, supongo yo que la nacionalidad primera que se me ocurriría pedir sería la austriaca para poder tener que ver con Mozart… Esta motivación está presente, pero sobre todo la otra, la consciente, que era una motivación crítica. Intentaba entender la locura política del grupo Baader. Meinhof como negativo de la locura satisfecha de los partidos comunistas occidentales. Era otra clase de locura, pero era sólo el negativo de la misma locura, de la misma falta de sentido común [la cursiva es mía]
Remarco: motivación crítica, locura política, falta de sentido común.
Su crítica del eurocomunismo, admite a continuación el profesor de la UNED, era consecuente con su marxismo revolucionario, “pero reflejaba igualmente la ausencia, desde su perspectiva, de alternativas concretas y factibles”. Luego, por tanto, su crítica al eurocomunismo no fue un non sense, es consistente, como reconoce mi interlocutor, con la forma de entender, desarrollar y practicar la tradición marxista por parte del autor de “A propósito del ‘eurocomunismo’”.
En cuanto a las alternativas, asunto siempre complejo y en construcción, esa fue efectivamente una de las tareas que emprendió Sacristán en sus últimos años: generar pensamiento limpio, volver a empezar en nudos esenciales, generar praxis democráticas, socialistas y participativas, ayudar a la construcción de una izquierda a la altura de las nuevas circunstancias y problemáticas. No era ni es este asunto de unos días y de un solo militante [9]. Francisco Fernández Buey y otros amigos y compañeros de mientras tanto estuvieron a su lado. De hecho, esa tarea, lo intentado y conseguido, a ojos nuestros y pensando 40 años después, puede sorprendernos por su lucidez, por su valentía filosófica, por su coraje político y por las grandes dificultades e incomprensiones que les rodearon. Algún día habrá que explicarlas con detalle.
El contenido de la obra de Sacristán, en opinión de González Cuevas, resulta ya un tanto anacrónico. Tal vez, es su opinión. Contra gustos no hay disgustos. No es ese, en todo caso, mi punto de vista. Algunos, bastantes de sus textos (incluidos los de crítica literaria por ejemplo), son clásicos del marxismo (e incluso del pensamiento) español que conviene leerlos como tales. Están lejos de estar “agotados” filosóficamente. No se trata de repetir una y otra vez citas y citas (por hermosas que sean) del traductor de El Capital sino de crear pensamiento nuevo desde él, a partir de él y con él (y con otras compañías por supuesto), en circunstancias, las nuestras, que no fueron las suyas.
La problemática planteada por el feminismo, sostiene también el colaborador de OKdiario, brilla por su ausencia y tampoco aparece, afirma, el tema de la revolución sexual. Añade, eso sí, que no se lo reprocha, “porque no soy un feminista radical. Sin embargo, hay que reconocer que sus posturas fueron excesivamente rígidas, incluso tradicionales. Desde una perspectiva feminista, hubieran sido calificadas de patriarcalistas”. Excesivamente rígidas, incluso tradicionales, ¿en qué? ¿Por qué hubieran sido calificadas de patriarcales? Además, la problemática planteada por el feminismo no brilla por su ausencia en la obra de Sacristán, más bien lo contrario (admitiendo que no fue uno de los temas sobre los que más escribió). Vio antes que muchos (y que muchas) la importancia de ese movimiento social, de esa cosmovisión del mundo. Lo reflejan los colores de la revista mientras tanto (que él ayudó a fundar y de la que fue director hasta su fallecimiento) y varias conferencias (“La tradición marxista y los nuevos problemas” (1983), “Introducción a los nuevos movimientos sociales” (1985)) recogidas recientemente en uno de los libros ya señalados: Barbarie y resistencias [10], sin olvidar por otra parte la Carta de la Redacción, de la que es autor, publicada en el número 1 de mientras tanto, y presentaciones de algunas traducciones suyas como El varón domado de Esther Vilar. Hay más ejemplos. No se trata de abrumar a nadie.
Sobre asuntos de revolución sexual, ciertamente, Sacristán escribió menos. Cabe citar aquí un texto suyo de 1969, que no es exactamente eso pero que sigue teniendo interés: “Notas sobre la contradictoriedd de la vida sexual en la cultura” [11]. Hay, además, materiales suyos sobre esta temática entre la documentación depositada en la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la UB.
Más significativa, comenta González Cuevas, ”es la ausencia en su otra de una reflexión sobre el tema nacional español, o un análisis marxista del catalanismo o del nacionalismo vasco”. Sí y y no. Aunque no se puede escribir de todo y no haya un artículo suyo dedicado directamente al tema, sí hay comentarios y reflexiones sobre las cuestiones señaladas en muchos de sus trabajos. Por ejemplo, en la que fue su última entrevista [12] (que debería ser leída con fecha y teniendo en cuenta las circunstancias del momento: diciembre de 1984) o en su conversación con Tele/Expres de junio de 1979 [13] y en trabajos partidistas suyos de los años sesenta, durante su militancia clandestina, que el profesor Miguel Manzanera sacó a la luz en su tesis doctoral. Sobre este punto, si se tiene interés, puede verse con mucho provecho un destacado escrito de su amigo y compañero Francisco Fernández Buey [14].
Por supuesto, prosigue el profesor de la UNED, Sacristán “no fue ni de lejos un seguidor de Georg Lukács”, aunque tradujera algunas de sus obras [15]. No sé si la formulación -ni de lejos- es la más prudente pero, ciertamente, Sacristán no fue estrictamente un filósofo lukácsiano (sin que eso signifique desconsideración de su obra [16]). Tanto a Lukács como a Gramsci, sostiene González Cuevas, “Sacristán les reprochó su escepticismo hacia las ciencias positivas”. No es del todo exacto ni en un caso ni en el otro. Pero no es totalmente erróneo. De acuerdo: Sacristán estaba mejor informado sobre ciencias formales y naturales (e incluso sobre ciencias sociales) que dos de sus maestros filosóficos (quienes, por otra parte, no fueron desconocedores totales de las ciencias positivas y mucho menos del papel de la tecnociencia en las sociedades contemporáneas).
Cuando hace referencia a Sacristán en paralelo a Lukács o a Naphta, prosigue el profesor de la UNED, “el personaje de La montaña mágica de Thomas Mann, en modo alguno me refiero al campo filosófico. Se trata de su actitud social y política, incluso personal”. ¿Qué actitud social y política? La siguiente: tanto Lukács como Sacristán “fueron hombres de una “fe” profunda, una “fe” sin duda secular e inmanente, pero “fe”, al fin y al cabo”. Por eso, sostiene mi interlocutor, “creo que uno de los textos que mejor caracterizan la actitud de cualquier marxista revolucionario, sea filósofo o no, es “La misión moral del Partido Comunista”, uno de los escritos fundamentales del joven Lukács, donde fundamenta su adhesión al marxismo en una “fe”, “que nunca puede ser conmovida ni por la lentitud en su realización, ni por las circunstancias a menudo más que adversas a las que debe enfrentarse…”
Lo último que indica es una conjetura-hipótesis del profesor González Cuevas que, en mi opinión, tiene bastantes contraejemplos y ciertamente, lo admito, algunas contrastaciones positivas. Si usamos fe en el sentido tradicional, Sacristán no fue, desde luego, un hombre de fe [17]. Si usamos el término en sentido muy distinto, en el sentido de tener esperanza en un cambio social de orientación socialista, lo más conveniente aquí quizá sea recordar unos versos del poeta Guillevic que él hizo suyos en una conferencia de 1979 sobre una política de la ciencia de orientación socialista [18]. Los presentaba así:
Contra lo cual [milenarismo, escatología], por cierto, en la tradición de izquierda siempre hubo gente que sudo decir las cosas bien. Ahora en este época es muy bueno citar repetidamente a uno de los pocos comunistas menos leídos y mejores, de la primera mitad del siglo [XX], Guillevic, del que no sé qué se puede puede leer por aquí. Tenemos un gran experto en poesía en la sala [José María Valverde]. Si él quiere puede informar, luego nos lo puede decir. Guillevic tiene unos versos muy bonitos que dicen.
Son estos versos (doy la traducción del propio conferenciante):
No hemos dicho nunca
que vivir sea fácil
Ni que sea sencilla amarse
Pero será todo muy distinto.
Por lo tanto, esperamos
Por lo tanto, esperamos, tenemos esperanza, confiamos (no ciegamente, estudiemos la posibilidad fáctica de realización) en que la Humanidad (especialmente la más doliente y explotada) pueda generar un mundo más humano, menos desigual y más en armonía con la Naturaleza. No logro ver fideísmo en ello. Sí un esperancismo que se puede compartir o no. Yo, lo admito, tiendo a compartirlo… aunque no todos los días. Por las noches, y nuestros días son a veces noches, todas las vacas son negras como nos advirtiera Hegel en la Fenomenología.
Tomemos un descanso. Conviene refrescarnos, el tiempo no ayuda para lecturas largas.
Notas
1) PCGC, “Izquierda radical y política de fe”, https://okdiario.com/opinion/izquierda-radical-politica-fe-4295918
2) Por la fecha de su respuesta, creo que González Cuevas desconoce -no es ninguna crítica- una parte de mi comentario a su segundo artículo. Esta parte por ejemplo: “Desde la izquierda «chiflada» a la derecha dura, descortés, insultona y un pelín desinformada (y III)”. http://slopezarnal.com/en-respuesta-a-pedro-carlos-gonzalez-cuevas-desde-la-izquierda-chiflada-a-la-derecha-dura-descortes-insultona-y-un-pelin-desinformada-y-iii/#more-277
3) No puedo evitar citar (sin ningún ánimo de abrumar a nadie) el hermosísimo texto que Sacristán dedicó a Ortega en el número 23 de Laye, abril-junio de 1953, un especial de la revista dedicado al autor de La rebelión de las masas (ahora en M. Sacristán, Papeles de filosofía, Barcelona, Caria, 1984, pp. 13-14):
Una tradición venerable distingue entre el sabio y el que sabe muchas cosas. El sabio añade al conocimiento de las cosas un saber de sí mismo y de los demás hombres, y de lo que interesa al hombre. El sabedor de cosas cumple con comunicar sus conocimientos. El sabio, en cambio, está obligado a más: si cumple su obligación, señala fines.
Dos modos hay de señalarlos: poniéndolos fuera de la vida de cada hombre, sin tomar muy en cuenta los trabajos de éste por alcanzarlos y dando por bueno su logro casual, o preocupándose, más que por su consecución, porque los hombres se la propongan. Esta última fue la preocupación de Sócrates, que su nieto Aristóteles expresó de este modo: “Seamos como arqueros que tienden a un blanco”.
Tal es la divisa de Ortega.
Cuando el sabio enseña así los fines del hombre más que enseñar cosas lo que enseña es a ser hombre. Enseña a bien protagonizar el drama que es la vida, a vertebrar el cuerpo que es la sociedad, a construir el organismo que es nuestro mundo, a vitalizar todo lo que es vida común, desde el contacto al lenguaje. Todo eso ha enseñado Ortega en su socrática lección explicada a lo largo de cincuenta y tres años. Su obra, además de enseñar cosas, enseña a vivir y todo lo que el vivir conlleva: convivir -ahí están sus escritos político-, hablar -él ha re-creado la lengua castellana-, amar -en Alemania los estudios Über die Liebe [Sobre el amor] son regalo de primavera.
En suma, Ortega ha cumplido respecto a los españoles una función tan decisiva como la que cumplió Sócrates respecto a los griegos.
4) En su necrológica sobre J.P. Sartre del 5 de abril de 1980 (mientas tanto, n.º 3, marzo-abril de 1980, pp. 3-5) escribía Sacristán (puede verse ahora en Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Madrid, Trotta, 2007, pp. 203-204, edición, presentación y notas de Albert Domingo Curto):
[…] No se puede esperar de esa vida mucha reflexión sobre la muerte ni mucha contemplación de la muerte. De joven, en El Ser y la Nada, había rehuido intencionadamente el reconocer la central función gnoseológica de la muerte en su antropología filosófica. De viejo “activista” veló, ciertamente, la muerte de otros (muchos no dejaremos nunca de agradecerle infinitamente su ridícula visita a los muros de la cárcel de Stammheim), pero es poco verosímil que proyectara la suya.
5) Un ejemplo citado por Sacristán en uno de sus escritos sobre la ex estudiante de la Universidad de Münster (donde se conocieron):
El 2 de junio de 1967, al final de una manifestación antiimperialista, la policía berlinesa mata de un disparo a bocajarro a un estudiante que caminaba sólo y sin armas de ninguna clase, Benno Ohnesorg; y el Jueves Santo de 1968 se produce el atentado contra Dutschke, uno de los portavoces más divisibles del movimiento socialista estudiantil.
Para un ejemplo posterior, el del profesor Peter Brückner, véase M. Sacristán, “Sobre el caso Brückner”, mientras tanto, núm.3, marzo-abril de 1980, pp. 16-18.
6) Véase M. Sacristán, “Cuando empiece la vista”. Intervenciones políticas, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 158-177.
7) Se editó por vez primera, diez años después de su fallecimiento, en mientras tanto (núm 63, un especial a él dedicado) y en Acerca de Manuel Sacristán (Destino, Barcelona, 1996). Puede verse ahora en De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004, edición, notas y presentación de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal, pp. 91-114.
8) Básicamente por dos razones: 1. Había en la entrevista muchos elementos personales, mucha “subjetividad”, y 2. Algunos pasos de la conversación podía desmovilizar a la ciudadanía de izquierdas, muy activa en aquellos años.
9) Parte de los materiales por él elaborados, más allá de su propia praxis, en torno al tema “alternativas” están recogidos, fundamentalmente, en Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Seis conferencias y en Barbarie y resistencias.
10) Vilassar de Mar, El Viejo Topo, 2019. Incluye textos suyos y de Francisco Fernández Buey.
11) Véase M. Sacristán, Papeles de filosofía, Barcelona,Icaria, 1984, pp. 419-421.
12) De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, ed cit. pp. 211-225.
13) Uno de sus posicionamientos más explícitos: “porque España no es propiedad de los reaccionarios. Yo me siento y soy español aunque fuera de una España pequeña que limitara con los Picos de Europa, Andalucía, Galicia y el área catalana. Porque España no es una ficción, es la nación de mis padres y abuelos, de Garcilaso, de Cervantes”).
14) Francisco Fernández Buey, “Su aventura no fue de ínsulas sino de encrucijadas”, mientras tanto, núm 30-31, mayo de 1987, pp. 57-80. Ahora también en Sobre Manuel Sacristán, Vilassar de Mar, El Viejo Topo, 2016.
15) Muchas de hecho, unas cinco mil páginas en total, según cálculo (acertado en mi opinión) de Albert Domino Curto, el editor de El orden y el tiempo y de Lecturas de filosofía moderna y comtemporánea.
16) Basta leer la que fue la penúltima de sus conferencias: “Sobre Lukács”, una sobresaliente lectura del Lukács de las Conversaciones. Véase M. Sacristán, Seis conferencias, ed cit.
17) Entre otros trabajos suyos ”La militancia de cristianos en el partido comunista”, Materiales núm 1, 1977, pp. 105-106, y “’El diálogo’: consideración del nombre, los sujetos y el contexto”, Intervenciones políticas, ed cit., pp. 62-77, uno de sus materiales más importantes en torno al diálogo entre marxistas y cristianos. Es de cita obligada su nota a pie de página de la presentación del Anti-Dühring: “La tares de Engels en el Anti-Dühring”, Sobre Marx y marxismo, ed cit., pp. 31-32 (uno de los textos que más ha influido en varias generaciones de activistas, estudiantes y profesores):
Una vulgarización demasiado frecuente del marxismo insiste en usar laxa y anacrónicamente (como en tiempos de la “filosofía de la naturaleza” romántica e idealista) los términos “demostrar”, “probar” y “refutar” para las argumentaciones de plausibilidad propias de la concepción del mundo. Así se repite, por ejemplo, la inepta frase de que la marcha de la ciencia “ha demostrado la inexistencia de Dios”. Esto es literalmente un sinsentido. La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo, sino sólo enunciados referentes a sectores del universo, aislados y abstractos de un modo u otro. La ciencia empírica no puede probar, por ejemplo, que no exista un ser llamado Abracadabra abracadabrante, pues, ante cualquier informe científico-positivo que declare no haberse encontrado ese ser, cabe siempre la respuesta de que el Abracadabra en cuestión se encuentra más allá del alcance de los telescopios y de los microscopios, o la afirmación de que el Abracadabra abracadabrante no es perceptible, ni siquiera positivamente pensable, por la razón humana, etc. Lo que la ciencia puede fundamentar es la afirmación de que la suposición de que existe el Abracadabra abracadabrante no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por éstos.
Por lo demás, la frase vulgar de la “demostración de la inexistencia de Dios” es una ingenua torpeza que carga el materialismo con la absurda tarea de demostrar o probar inexistencias. Las inexistencias no se prueban; se prueban las existencias. La carga de la prueba compete al que afirma existencia, no al que no la afirma.
18) M. Sacristán, Seis conferencias, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, p. 74.