Miscelánea (26/1/2023)

Del compañero Carlos Valmaseda, miembro de Espai Marx.

1. Consideraciones sobre el material enviado a Ucrania en Ramstein

La visión de Scott Ritter a raíz de la reunión de Ramstein, cuando todavía Alemania no se había rendido una vez más a las presiones estadounidenses.

https://consortiumnews.com/

SCOTT RITTER: La pesadilla del envío de material de la OTAN a Ucrania

24 de enero de 2023

La reciente aprobación por parte de Occidente de más ayuda militar para Kiev corre el riesgo de convertirse en una pesadilla nuclear, incumple las expectativas ucranianas y reprende la historia de la Segunda Guerra Mundial consagrada en un destacado monumento soviético a la guerra en Berlín.

El martes, la Casa Blanca decidió que enviaría unos 30 tanques M1 Abrams a Ucrania, lo que fue visto como una cobertura política para Alemania, que decidió enviar 14 tanques Leopard 2 a Kiev.

Por Scott Ritter. Especial para Consortium News

A primera hora de la mañana del 2 de mayo de 1945, el general Vasili Chuikov, comandante del 8º Ejército de Guardias soviético, aceptó la rendición de la guarnición alemana de Berlín.

Dos días antes, soldados de la 150ª División de Fusiles, perteneciente al 5º Ejército de Choque soviético, habían izado la bandera de la victoria del Ejército Rojo sobre el Reichstag. Una hora después de la izada de la bandera, Adolf Hitler y su amante, Eva Braun, se suicidaron en su estudio dentro del Furhrerbunker.

Chuikov, el héroe de Stalingrado cuyo maltrecho 62º Ejército fue rebautizado como 8º Ejército de Guardias en honor a su victoria al mantener esa ciudad ante la masiva embestida alemana, había conducido a sus tropas al corazón de la capital nazi, luchando contra la tenaz resistencia nazi en el distrito Tiergarten de Berlín, donde se encontraba la guarida de la bestia nazi. El general soviético fue recompensado por el valor y el sacrificio de sus soldados al estar en posición de aceptar la rendición alemana.
En honor a este logro y al sacrificio que supuso, el ejército soviético inauguró, en noviembre de 1945, un monumento conmemorativo a lo largo del Tiergarten. Construido con mármol rojo y granito arrancado de las ruinas de la Neue Reichskanzlei (Nueva Cancillería Imperial) de Adolf Hitler, el monumento, consistente en una columnata cóncava de seis ejes unidos flanqueada por artillería del Ejército Rojo y un par de tanques T-34, con una gigantesca estatua de bronce de un soldado victorioso del Ejército Rojo vigilando desde el pilón central.

Desde 1945 hasta 1993, cuando el ejército ruso se retiró de Berlín, guardias soviéticos vigilaron el monumento. Desde entonces, el monumento se ha mantenido de acuerdo con los términos del Tratado de Reunificación Alemana de 1990, que unió a Alemania Occidental y Oriental tras la caída del Muro de Berlín.

Tallada en el granito del monumento, en letras cirílicas, hay una inscripción que reza: «Gloria eterna a los héroes que cayeron en la batalla contra los ocupantes fascistas alemanes por la libertad y la independencia de la Unión Soviética».

En un giro de los acontecimientos que debe tener a Vasili Chuikov y a los héroes soviéticos a los que se dedicó el monumento de guerra de Tiergarten revolviéndose en sus tumbas, las fuerzas del fascismo han vuelto a asomar sus odiosas cabezas, esta vez manifestadas en un gobierno ucraniano motivado por la ideología ultranacionalista neonazi de Stepan Bandera y los de su calaña.

Bandera y su movimiento asesino habían sido derrotados físicamente por las fuerzas soviéticas en la década que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su ideología sobrevivió en una diáspora ucraniana occidental formada por los supervivientes de aquel movimiento que encontraron refugio seguro en Alemania Occidental (donde el propio Bandera se estableció hasta que fue asesinado por el KGB soviético en 1959); Canadá (donde Chrystia Freeland, nieta de un antiguo editor de propaganda pro-Bandera, ocupa actualmente el cargo de viceprimera ministra), y Estados Unidos (donde los seguidores de Stepan Bandera han construido un «parque de héroes» en las afueras de Ellenville, Nueva York, que incluye un busto de Bandera y otros ultranacionalistas ucranianos neonazis. )

La ideología también sobrevivió en las sombras de los distritos ucranianos occidentales que habían sido absorbidos por la Unión Soviética tras el desmembramiento de Polonia en 1939, y más tarde, tras la reocupación de estos territorios por las fuerzas soviéticas en 1945.

La clandestinidad política financiada por la CIA

Aquí, a partir de 1956 (tras las políticas de desestalinización instituidas por el primer ministro soviético Nikita Jruschov a raíz de su «discurso secreto» a los miembros del Partido Comunista), miles de miembros del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA)/Organización de Nacionalistas Ucranianos-Bandera (OUN-B), que habían sido detenidos y condenados por las autoridades soviéticas, fueron liberados del Gulag y devueltos a sus hogares, aparentemente para ser reintegrados en la sociedad soviética. Sin embargo, esta reintegración nunca se materializó.

En su lugar, los fascistas ucranianos, financiados por la CIA, operaron como una clandestinidad política, llevando a cabo operaciones de sabotaje y fomentando la ideología antisoviética/antirrusa entre una población en la que los preceptos de la ideología nacionalista ucraniana eran muy fuertes.

Tras el colapso de la Unión Soviética, a finales de 1991, estos nacionalistas ucranianos emergieron de las sombras y comenzaron a organizarse en partidos políticos respaldados por bandas de extremistas propensos a la violencia que promulgaban, mediante la intimidación física, un culto a la personalidad construido en torno a la persona de Stepan Bandera.

Surgieron partidos políticos como Svoboda («Libertad») y el Sector Derecho. Aunque carecían de apoyo entre la mayoría de la población ucraniana, estos grupos fueron capaces de aprovechar su inclinación por la organización y la violencia para desempeñar un papel dominante en los disturbios que estallaron en la plaza Maidan de Kiev, a principios de 2014, que condujeron a la destitución del presidente ucraniano democráticamente elegido, Víctor Yanukóvich, y a su sustitución por un gobierno de personas elegidas a dedo por Estados Unidos, entre ellas el futuro primer ministro, Arseniy Yatsenyuk.

En una llamada telefónica interceptada entre la secretaria de Estado adjunta Victoria Nuland y el embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey Pyatt, que tuvo lugar en los días previos a la destitución de Yanukóvich en febrero de 2014, Nuland posicionaba a Yatsenyuk como futuro líder de Ucrania y, en este contexto, animaba activamente a Yatsenyuk a coordinarse con Oleh Tyahnybok, el líder de Svoboda, que estaba siendo apoyado abiertamente por radicales armados del Sector Derecho.

La estrecha coordinación entre el nuevo gobierno ucraniano posterior a Maidan y los partidos políticos pro-Bandera Svoboda y Sector de Derecha se manifestó en el papel sobredimensionado de estas organizaciones en los asuntos de seguridad ucranianos.

A modo de ejemplo, Dmytro Yarosh, antiguo jefe de Sector Derecho, se convirtió en asesor del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, el general Valerii Zaluzhnyi. En ese puesto, Yarosh supervisó la incorporación de numerosas unidades de voluntarios del Sector Derecho a las fuerzas armadas regulares de Ucrania.

Una de las unidades creadas a raíz de esta reorganización es la 67ª Brigada Mecanizada Separada, que desde noviembre de 2022 recibe entrenamiento en el Reino Unido.

El hecho de que los miembros de la OTAN, como el Reino Unido, participen activamente en el entrenamiento de las fuerzas ucranianas está bien establecido. En julio de 2022, el Ministerio de Defensa británico anunció que empezaría a entrenar a unos 10.000 soldados ucranianos cada cuatro meses.

Que estén desempeñando un papel activo en el adiestramiento para el combate de ardientes formaciones militares neonazis es algo que los medios de comunicación occidentales parecen eludir.

Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania

La cuestión, sin embargo, es mucho más compleja -y controvertida- que la simple provisión de entrenamiento militar básico a unos pocos miles de seguidores de la ideología llena de odio de Stepan Bandera.

Es probable que la 67ª Brigada Mecanizada Separada sea una de las tres formaciones ucranianas del tamaño de una brigada que serán entrenadas y equipadas utilizando los miles de millones de dólares de ayuda militar aprobados recientemente durante la octava sesión del Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania.

El grupo de contacto se reunió por primera vez en la extensa base de la Fuerza Aérea estadounidense en Ramstein (Alemania) en abril de 2022, y ha servido como principal mecanismo de coordinación entre las fuerzas armadas de Ucrania y la OTAN en lo relativo a la provisión de adiestramiento y apoyo material al ejército ucraniano.
La última convocatoria del Grupo de Contacto de Ramstein tuvo lugar a la sombra de una entrevista concedida por el comandante de las Fuerzas Armadas de Ucrania, general Valerii Zaluzhnyi, a The Economist, en diciembre de 2022. Según Zaluzhnyi, el principal problema al que se enfrentaba Ucrania era la necesidad de «mantener esta línea [es decir, el cinturón defensivo Soledar-Bakhmut] y no perder más terreno».

Desde aquella entrevista, Soledar ha caído en manos de los rusos, y Bakhmut está amenazada de ser rodeada. Además, las fuerzas rusas están a la ofensiva al norte y al sur del frente de Bajmut, avanzando en algunos casos hasta siete kilómetros al día.

Zaluzhnyi también declaró que la segunda prioridad para Ucrania era «Prepararse para esta guerra que puede producirse en febrero [de 2023]. Para poder librar una guerra con fuerzas frescas y reservas. Nuestras tropas están ahora enzarzadas en batallas, están sangrando. Están sangrando y se mantienen unidas únicamente por el coraje, el heroísmo y la capacidad de sus comandantes para mantener la situación bajo control».

El comandante ucraniano señaló que en la «guerra» de febrero Ucrania reanudaría el ataque: «Hemos hecho todos los cálculos: cuántos tanques, artillería necesitamos, etcétera, etcétera. Esto es en lo que todo el mundo debe concentrarse ahora mismo. Que me perdonen los soldados en las trincheras, es más importante centrarse en la acumulación de recursos ahora mismo para las batallas más prolongadas y pesadas que pueden comenzar el año que viene».

El objetivo de esta ofensiva, dijo Zaluzhnyi, era hacer retroceder a Rusia a las fronteras que existían el 23 de febrero de 2022, inicio de la invasión rusa. También indicó que la liberación de Crimea era un objetivo.

«Para llegar a las fronteras de Crimea, a día de hoy tenemos que recorrer una distancia de 84 km hasta Melitopol [ciudad estratégica en el sur de la República de Donetsk]. Por cierto, esto es suficiente para nosotros, porque Melitopol nos daría un control de fuego total del corredor terrestre, porque desde Melitopol ya podemos disparar al istmo de Crimea».

Zaluzhnyi rebosaba confianza. «Sé que puedo vencer a este enemigo», dijo. «Pero necesito recursos. Necesito 300 tanques, 600-700 IFV [vehículos de combate de infantería], 500 obuses. Entonces, creo que es completamente realista llegar a las líneas del 23 de febrero».

Zaluzhnyi habló de una próxima reunión con el general estadounidense Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto. «Le diré [a Milley] cuánto vale, cuánto cuesta. Si no lo conseguimos, por supuesto que lucharemos hasta el final. Pero como decía un personaje de película, ‘no respondo de las consecuencias’. Las consecuencias no son difíciles de prever. Esto es lo que tenemos que hacer».

En resumen, Zaluzhnyi estaba diciendo que podría ganar la guerra con Rusia si recibía la cantidad solicitada de equipamiento militar. De lo contrario, Ucrania probablemente perdería el conflicto.

La octava sesión

La octava sesión del Grupo de Contacto de Ramstein se reunió el 20 de enero y los ucranianos presionaron mucho para que sus aliados occidentales proporcionaran el apoyo material que Zaluzhnyi había solicitado.

Participaron ministros de Defensa de más de 50 países, entre ellos el ucraniano Oleksii Reznikov, quien, en su intervención en el Foro Económico Mundial de Davos unos días antes de la reunión de Ramstein, declaró que «Nosotros [Ucrania] estamos llevando a cabo la misión de la OTAN en la actualidad. Ellos no están derramando su sangre. Nosotros estamos derramando la nuestra. Por eso se les exige que nos suministren armas».

El Grupo de Contacto tomó en consideración la demanda ucraniana de apoyo material, y al final de la reunión se había comprometido a proporcionar a Ucrania un paquete de apoyo multimillonario, que incluía armas de defensa antiaérea, munición de artillería, vehículos de apoyo y (quizás lo más importante) aproximadamente 240 de los 500 vehículos de combate de infantería que había solicitado, desglosados aproximadamente en un batallón (59 vehículos) de M-2 Bradley de fabricación estadounidense, dos batallones de M-2 Bradley de fabricación ucraniana y un batallón de M-2 Bradley de fabricación estadounidense. dos batallones (90 vehículos) de M-1126, un batallón (40 vehículos) de Marders alemanes y un batallón (aproximadamente 50 vehículos) de CV90 de fabricación sueca.

El Grupo de Contacto de Ramstein también prometió la entrega de cuatro batallones de artillería autopropulsada, formados por 19 Archer de fabricación sueca, 18 AS-90 de fabricación británica, 18 M-109 Paladin de fabricación estadounidense y una docena de CEASAR de fabricación francesa. Sumadas a las 24 piezas FH-70 remolcadas, el total de piezas de artillería enviadas a Ucrania asciende a poco menos de 100 piezas de artillería, muy lejos de las 500 solicitadas por Zaluzhnyi.

En la lista del Grupo de Contacto de Ramstein faltaba algo que se pareciera remotamente a los 300 carros de combate que había solicitado Zaluzhnyi; lo mejor que pudieron reunir los aliados europeos de Ucrania [hasta el martes] fue la promesa del Reino Unido de suministrar una compañía (14) de carros de combate principales Challenger 2.

Zaluzhnyi, en su entrevista con The Economist, había indicado que no podría llevar a cabo su ofensiva planeada con nada menos que los tres equivalentes de brigada acorazada y los tres equivalentes de brigada mecanizada que había solicitado.

El Occidente colectivo había respondido con apenas dos brigadas equivalentes.
Estas dos brigadas, sumadas a una tercera brigada mecanizada que se había formado previamente y estaba siendo entrenada en Polonia, proporcionaban al general ucraniano la mitad de lo que decía necesitar para lanzar una ofensiva contra Rusia.

Para el General Milley, el problema no era la falta de material, sino el adiestramiento. Antes de llegar a Ramstein, Milley visitó los extensos campos de entrenamiento de Grafenwoehr, en Alemania. Allí, el Ejército de Estados Unidos está entrenando a unos 600 soldados ucranianos para que puedan mover y coordinar eficazmente en combate unidades del tamaño de compañías y batallones, utilizando fuerzas combinadas de artillería, blindados y tierra.

En declaraciones a los periodistas, el general Milley afirmó que este adiestramiento es fundamental para ayudar a Ucrania a recuperar el territorio perdido el año pasado a manos de Rusia. El objetivo de este adiestramiento, dijo Milley, es que las armas y equipos que se reciban sean entregados a Ucrania para que las fuerzas recién adiestradas puedan utilizarlos «en algún momento antes de que aparezcan las lluvias primaverales. Eso sería lo ideal».

Lo que Occidente está dando

El adiestramiento operativo, por muy competente que sea el que se imparta y absorba, no ofrece una imagen exacta de la verdadera capacidad de combate que Occidente está entregando a Ucrania. La realidad es que la mayoría de estos equipos no durarán ni un mes en condiciones de combate; incluso si los rusos no los destruyen, lo harán los problemas de mantenimiento.

Tomemos, por ejemplo, los 59 vehículos M-2 Bradley suministrados por Estados Unidos. Según información anecdótica obtenida de Reddit, el Bradley es, y cito, «una PESADILLA de mantenimiento».

«No puedo ni empezar a conmiserarme de lo jodidamente horrible que es el mantenimiento de un Bradley», declaró el autor, un autodenominado veterano del ejército estadounidense que sirvió en una unidad Bradley en Irak.

«Dos tripulaciones experimentadas PODRÍAN ser capaces de cambiar la oruga de un Brad en 3 ó 4 horas, si nada va mal (algo siempre va mal). Luego están los brazos de ajuste de las orugas, los brazos de amortiguación, las ruedas de rodadura y el propio piñón, que requieren mantenimiento y se sustituyen cuando es necesario. Ni siquiera he empezado a hablar del motor/transmisión. Cuando haces los servicios en eso, no es como si apenas levantas la tapa de la cubierta del motor. Tienes que quitar el blindaje del Bradley para que un vehículo M88 Wrecker pueda usar su grúa para LEVANTAR el motor/la transmisión del casco».

El Stryker no es mejor. Según un artículo reciente de Responsible Statecraft, los soldados estadounidenses que utilizaron el vehículo tanto en Irak como en Afganistán calificaron al Stryker de «muy buen vehículo de combate, siempre y cuando viajara por carreteras, no lloviera… y no tuviera que luchar.»

El Stryker es también un sistema difícil de mantener adecuadamente. Una de las características críticas del Stryker es el «sistema de gestión de altura», o HMS. En pocas palabras, es lo que impide que el casco se desplace sobre los neumáticos. Si no se mantiene y supervisa constantemente el sistema HMS, el casco rozará los neumáticos, lo que provocará su rotura y la inutilización del vehículo.

El HMS es complejo, y un fallo en el mantenimiento o el funcionamiento de un componente provocará el fallo de todo el sistema. La probabilidad de que los futuros operadores ucranianos del Stryker mantengan adecuadamente el HMS en condiciones de combate es casi nula, ya que carecerán de la formación y el «apoyo logístico» necesarios (como piezas de repuesto).

El IFV alemán Marder parece representar un quebradero de cabeza de mantenimiento similar para los ucranianos: según un artículo de 2021 en The National Interest, «El vehículo se consideró poco fiable desde el principio: Las orugas se desgastaban rápidamente, las transmisiones fallaban a menudo y los soldados no podían desmontar fácilmente el motor del vehículo para su mantenimiento sobre el terreno.»

Aunque Alemania se dispone a invertir una importante cantidad de dinero para modernizar el Marder, todavía no lo ha hecho. Ucrania hereda un sistema de armas antiguo que conlleva un considerable problema de mantenimiento que Ucrania no está preparada para gestionar adecuadamente.

El CV 90 sueco participó en algunos combates limitados en Afganistán cuando estaba desplegado con el ejército noruego. Aunque no hay suficientes datos disponibles públicamente sobre la facilidad de mantenimiento de este sistema, sólo hay que tener en cuenta que aunque el SV 90 resulte fácil de mantener, representa un problema de mantenimiento completamente diferente al de los Bradly, Stryker o Marder.

En resumen, para operar correctamente los cinco batallones equivalentes de vehículos de combate de infantería suministrados a sus socios de la OTAN, Ucrania tendrá que entrenar a sus tropas de mantenimiento en cuatro sistemas completamente diferentes, cada uno con sus propios problemas y requisitos logísticos y de repuestos.

Se trata, literalmente, de una pesadilla logística que acabará convirtiéndose en el talón de Aquiles del tramo Ramstein de equipamiento pesado.

Pero incluso en este caso ni la OTAN ni Ucrania parecen capaces de ver el bosque por los árboles. En lugar de reconocer que el material proporcionado es inadecuado para que Ucrania pueda llevar a cabo operaciones ofensivas a gran escala contra Rusia, ambas partes empezaron a discutir sobre la cuestión de los carros de combate, es decir, sobre el hecho de que Alemania no diera un paso al frente en Ramstein y despejara el camino para el suministro a Ucrania de cientos de modernos carros de combate Leopard 2.

Historia y óptica alemanas

La reunión de Ramstein se vio obstaculizada por la preocupación del Parlamento alemán por la imagen que daría Alemania al suministrar carros de combate que se utilizarían para luchar contra los rusos en Ucrania.

Petr Bystron, del partido derechista Alternativa para Alemania, fue quien mejor reflejó esta inquietud. Los tanques alemanes [luchando] contra Rusia en Ucrania», desafió Bystron a sus colegas, «recordad que vuestros abuelos intentaron hacer el mismo truco, junto con [los nacionalistas ucranianos] Melnik, Bandera y sus partidarios».
«El resultado fue un inmenso sufrimiento, millones de bajas en ambos bandos y, finalmente, los tanques rusos vinieron aquí, a Berlín. Dos de esos tanques permanecen expuestos permanentemente en las cercanías, y hay que tenerlo presente cuando se pasa junto a ellos cada mañana», dijo Bystron, refiriéndose a los dos tanques soviéticos T-34 en el monumento a los soldados soviéticos caídos del Tiergarten.

Sin embargo, la cuestión de los tanques Leopard era más política que técnica, ya que Polonia amenazó con ignorar la negativa de Alemania a permitir el envío de los tanques a Ucrania y anunció que estaba dispuesta a enviar 14 de sus propios tanques Leopard 2 a Ucrania en un futuro próximo. Combinados con los 14 Challenger 2 prometidos por los británicos, Ucrania recibía 28 de los 300 tanques que decía necesitar para una futura ofensiva. [Ahora aproximadamente 58 con los Abrams estadounidenses].
Dejando a un lado las disparidades numéricas y las dificultades de mantenimiento, los políticos de la OTAN parecen bastante satisfechos con lo conseguido en Ramstein. Según el Secretario de Defensa británico Ben Wallace, en un discurso ante el Parlamento, «La comunidad internacional reconoce que equipar a Ucrania para expulsar a Rusia de su territorio es tan importante como equiparla para defender lo que ya tiene. El paquete de hoy supone un importante aumento de las capacidades de Ucrania. Significa que pueden pasar de resistir a expulsar a las fuerzas rusas de suelo ucraniano».
Wallace parece ignorar que al facultar a Ucrania para expulsar a las tropas rusas de lo que -tras la anexión de los cuatro antiguos territorios ucranianos (Lugansk, Donetsk, Zaporizhia y Kherson) el pasado septiembre- forma parte permanentemente de la Federación Rusa, la OTAN estaría creando potencialmente las condiciones en las que Rusia podría emplear doctrinalmente armas nucleares. Esas condiciones serían para defenderse de la acumulación de poder militar convencional capaz de amenazar la supervivencia existencial de Rusia.

Rusia, sin embargo, no lo ha ignorado. Al término de la reunión del Grupo de Contacto de Ramstein, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, declaró a la prensa: «Potencialmente, esto es extremadamente peligroso, significará llevar el conflicto a un nivel completamente nuevo, lo que, por supuesto, no será un buen augurio desde el punto de vista de la seguridad global y paneuropea».

Altos cargos rusos se sumaron a la protesta en las redes sociales. Anatoly Antonov, embajador ruso en Estados Unidos, declaró en su canal de Telegram que: «Debe quedar claro para todos: destruiremos cualquier arma suministrada al régimen de Zelensky por Estados Unidos o la OTAN. Esto es tan cierto ahora como lo fue durante la Gran Guerra Patria. La aparición de tanques, con insignias nazis, en el antiguo suelo soviético nos hace apuntar inequívocamente a derrocar el régimen neonazi de Ucrania y crear condiciones normales para que los pueblos vecinos de la región puedan vivir en paz como en los viejos tiempos.»

Dmitri Medvédev, ex presidente ruso y estrecho asesor del presidente ruso Vladímir Putin, añadió en Twitter que quienes promueven una derrota rusa se arriesgan a desencadenar la ruina mundial. «Ninguno de ellos entiende que la derrota de una potencia nuclear en una guerra convencional puede llevar a una nuclear. Las potencias nucleares no han sido derrotadas en grandes conflictos cruciales para su destino.»
Las consecuencias para Ucrania

La realidad es, sin embargo, que las consecuencias del trabajo del Grupo de Contacto de Ramstein serán mucho más perjudiciales para Ucrania que para Rusia.

Presionado por Occidente para que lleve a cabo una gran ofensiva destinada a expulsar a las fuerzas rusas de los territorios capturados el año pasado, el general Zaluzhnyi se verá obligado a sacrificar las reservas que pudiera reunir tras Ramstein con el fin de emprender ataques infructuosos contra un adversario ruso que es muy diferente del que Ucrania tuvo que afrontar en septiembre y octubre del año pasado.

Entonces, un ejército ucraniano reconstituido, reforzado por decenas de miles de millones de dólares en equipamiento, adiestramiento y apoyo operativo de la OTAN, fue capaz de aprovecharse de unas fuerzas rusas sobreextendidas para reconquistar grandes franjas de territorio en Járkov y Jerson.

En la actualidad, la presencia militar rusa en Ucrania dista mucho de lo que era en otoño de 2022. Tras la decisión de Putin en septiembre de 2022 de movilizar a 300.000 reservistas, Rusia no sólo ha consolidado la línea del frente en el este de Ucrania, asumiendo una postura más defendible, sino que también ha reforzado sus fuerzas con unos 80.000 soldados movilizados, lo que ha permitido a Rusia mantener operaciones ofensivas en las regiones de Donetsk mientras solidificaba sus defensas en Kherson y Lugansk.

Desde el 24 de febrero hasta el otoño de 2022, Rusia se desvió significativamente de su forma doctrinal de llevar a cabo conflictos armados. En adelante, Rusia hará la guerra según las reglas. Se establecerán posiciones defensivas diseñadas para derrotar un ataque concertado de la OTAN, tanto en términos de densidad de tropas a lo largo de la línea del frente como de profundidad (algo de lo que carecía la ofensiva de Kharkov en septiembre de 2022) y con suficiente apoyo de fuego específico (de nuevo, algo de lo que carecía en septiembre de 2022).

Según ha admitido el propio general Zaluzhnyi, Ucrania no dispone de fuerzas suficientes para esta tarea. Incluso si Ucrania fuera capaz de concentrar en un mismo lugar y al mismo tiempo a las tres brigadas de hombres y material que se están preparando tras la reunión del Grupo de Contacto de Ramstein, los aproximadamente 20.000 efectivos que esto representa serían incapaces de romper una posición defensiva rusa establecida de forma doctrinal.

Ucrania y la OTAN deberían tener en cuenta la lección de historia que Petr Bystron presentó a sus colegas parlamentarios alemanes: históricamente los carros de combate alemanes no salen bien parados contra los rusos en suelo ucraniano.

Y Ben Wallace y Mark Milley deberían prestar atención al orden de batalla de las fuerzas rusas que se oponen al ejército ucraniano, especialmente en torno a los campos de batalla críticos de la estratégica ciudad de Bajmut y sus alrededores. Allí, los soldados rusos pertenecientes al 8º Ejército de Guardias están preparados para continuar la tradición de los héroes de Vasili Chuikov de Stalingrado y Berlín, destruyendo las fuerzas del fascismo en el campo de batalla.

Aunque los soldados actuales del 8º Ejército de Guardias no monten una nueva generación de carros de combate expuestos en el Tiergarten de Berlín, pueden estar seguros de que conocen perfectamente su legado histórico y lo que se espera de ellos.
Esto, más que cualquier otra cosa, es la verdadera expresión del efecto Ramstein, una relación causa-efecto que Occidente no parece ni capaz ni dispuesto a discernir antes de que sea demasiado tarde para las decenas de miles de soldados ucranianos cuyas vidas están a punto de ser sacrificadas en un altar de arrogancia e ignorancia nacional.
Scott Ritter es un antiguo oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de Estados Unidos que sirvió en la antigua Unión Soviética aplicando tratados de control de armas, en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto y en Irak supervisando el desarme de armas de destrucción masiva. Su libro más reciente es Disarmament in the Time of Perestroika, publicado por Clarity Press.

2. Guerra y paz.

No sé si será verdad, como decía Todd la semana pasada, que ya estamos en la IIIª Guerra Mundial. O, como dice The Guardian: «El envío de tanques a Ucrania deja clara una cosa: ésta es ahora una guerra de Occidente contra Rusia» (https://www.theguardian.com/). En lo que no estamos, desde luego, es en paz. Cada vez se habla más de una mayor implicación occidental. Se usa, por ejemplo, una declaración en la que Biden decía que enviar tanques o aviones sería la IIIª Guerra Mundial (https://twitter.com/). Pero como muchas respuestas al tuit han recalcado, lo que Biden dijo, además de eso, era «con pilotos y soldados americanos». Ese sería el último paso, imagino, quizá ocupando Ucrania occidental con tropas de la OTAN. Parece que a este punto no hemos llegado, pero no pinta nada bien. Ayer fue nada menos la ministra de exteriores de Alemania la que metió la pata diciendo, en un debate, que «estamos librando una guerra con Rusia» https://twitter.com/. Naturalmente, que vaya a haber tanques alemanes de nuevo en las estepas, y que la ministra diga esto, ha provocado alguna airada reacción en Rusia, como esta, en la que la llaman «Ministra de Exteriores del Cuarto Reich» y «Miss Ribbentrop»: https://twitter.com/The_Real_Moscú considerará las entregas a Kiev de municiones fabricadas en Occidente que contengan uranio como equivalentes al uso de bombas nucleares sucias, afirma Konstantin Gavrilov, jefe de la Delegación rusa en las Negociaciones sobre Seguridad Militar y Control de Armamentos en Viena.» https://twitter.com/

Y a todo esto, Putin acaba de declarar que en Alemania siguen presentes las «tropas de ocupación» estadounidenses, y que espera que algún día «la soberanía vuelva a Europa»: https://twitter.com/The_Real_Y, no sé si será verdad o son fake news, se ha visto esta imagen en las recientes manifestaciones en Perú: Fuente: https://twitter.com/

La nota chusca la siguen ofreciendo los chihuahuas bálticos. Lituania ha decidido formar parte de la «coalición Leopard». Solo hay un pequeño problema: Lituania no tiene ni un solo Leopard. Pero, como dice su ministro de exteriores: «En realidad nos hemos unido a ella hasta cierto punto. Bueno, sí, no tenemos tanques, pero tenemos una opinión sobre los tanques». Lithuania’s MoD on military support to Kyiv: We don’t have tanks but we have opinions

Personalmente, creo que la imagen que se corresponde mejor a la intervención europea en esta guerra es esta: guy takes firework instead of lighter

3. Aquellos maravillosos años.

El manifiesto fundacional de los Verdes alemanes:

Fuente: https://twitter.com/

4. Más sobre el debate decrecimiento GND

Un buen resumen publicado en la uruguaya Brecha, una traducción de un artículo publicado previamente en Gran Bretaña.

https://brecha.com.uy/darle-

Darle la vuelta a la ecuación Geoff Mann

20 enero, 2023

Tanto el término decrecimiento como los llamados a una economía más verde vienen cobrando fuerza en los últimos años, frente al impacto global de nuestra crisis civilizatoria. En el ambientalismo del Norte global, han aparecido dos campos diferenciados y casi antagónicos en sus miradas sobre cómo encarar estos desafíos.

Es difícil saber cómo hablar de las economías modernas sin hablar de crecimiento: de productividad, de los riesgos de emprender, y del ciclo de expansión y acumulación impulsado por la búsqueda de ganancias. Al crecimiento económico se lo ve como un proceso natural o automático, y su ausencia se toma como evidencia de que algo habremos hecho mal, que nos interpusimos en su camino. Toda gran política económica es presentada como una cuestión de «quitar las trabas» al crecimiento, como si la economía fuera una bestia generadora de riqueza, siempre ansiosa por avanzar, si tan solo la dejáramos.

Por eso puede resultar sorprendente saber que el análisis del crecimiento económico, en su sentido contemporáneo, es un desarrollo relativamente reciente. Algunos dirán que Adam Smith fue el primer teórico del crecimiento económico (una expresión que él nunca usó), pero incluso en una fecha tan tardía como 1946, Evsey Domar, uno de los fundadores de la teoría moderna del crecimiento, señalaba que la tasa de crecimiento era «un concepto que ha sido poco usado en la teoría económica». Eso no se mantuvo así por mucho más tiempo, a medida que economistas y políticos se enfrentaban al legado de la Gran Depresión, los temores de estancamiento de la posguerra, y la geopolítica de la descolonización y la Guerra Fría. Los desafíos del crecimiento y la industrialización –los obstáculos para lograr ambos, pero también la dislocación y desigualdad que a menudo implicaban– no eran solo una cuestión de inversión, tecnología y productividad: también se relacionaban, en palabras de Simon Kuznets, premio nobel de economía en 1971, con el «futuro de los países subdesarrollados dentro de la órbita del mundo libre».

Walt Rostow, quien junto con Kuznets fue uno de los pensadores más influyentes de ese naciente campo, entendió el crecimiento como la base del orden mundial de posguerra. Las etapas del crecimiento económico, su obra germinal publicada en 1960, se subtituló Un manifiesto no comunista. De acuerdo con lo que ahora se llama el relato rostoviano, el crecimiento no era solo la solución a la inestabilidad interna de las economías industriales avanzadas y el remedio para el atraso de las sociedades tradicionales (no industriales), también era el antídoto contra el socialismo. No había necesidad de revolución: los mercados regulados del capitalismo de posguerra entregarían –a su debido tiempo y pacíficamente– los frutos de la modernización, una alternativa no violenta a la expropiación y la colectivización. Sin embargo, no estaba claro cómo responderían las sociedades tradicionales a la inevitable disrupción asociada con su integración a la economía global. «¿Cómo debe reaccionar la sociedad tradicional a la intrusión de un poder más avanzado: con cohesión, prontitud y vigor, como los japoneses; haciendo de la irresponsabilidad una virtud, como los irlandeses oprimidos del siglo XVIII; alterando lenta y de mala gana la sociedad tradicional, como los chinos?», se preguntaba Rostow.

La intuición de Kuznets fue que, en las sociedades tradicionales, el crecimiento económico en ancas del mercado empeoraría la desigualdad al comienzo, pero, a largo plazo, la reduciría. (A pesar de que él mismo reconoció que se trataba de un «95 por ciento de especulación», esta hipótesis luego fue elevada al estatus de verdad, con la hoy famosa curva de Kuznets.) ¿Cómo podía Occidente mantener su dominio sobre el resto del mundo durante estos sacudones iniciales? ¿Cómo podía diseñarse el proceso para «evitar el remedio fatalmente simple de un régimen autoritario que use a la población como carne de cañón en la lucha por el éxito económico» (Rostow dixit)? «¿A dónde nos lleva el interés compuesto?», se preguntaba Rostow en otra ocasión. «¿Nos está llevando al comunismo? ¿o hacia los suburbios ricos?» «¿A la destrucción?, ¿a la Luna? ¿A dónde?». La tarea consistía en transformar las sociedades tradicionales de manera tal que pudieran «disfrutar de las bendiciones y de las alternativas abiertas por la marcha del interés compuesto».

EL PBI Y SUS CRÍTICOS

En los años transcurridos desde Kuznets y Rostow, el crecimiento económico se ha convertido en el objetivo principal de la economía y la política económica contemporáneas, y la tasa de aumento del producto bruto interno (PBI) en su medida estándar. El PBI representa el valor monetario del volumen de producción anual de un país, y, generalmente, se lo presenta dividido per cápita. Se suele asumir que es el crecimiento –o, en todo caso, el crecimiento compuesto– el que impulsa el milagro económico del capitalismo moderno, por lo que un PBI en aumento se ha vuelto un objetivo político en sí mismo. Al decir de Rostow, el punto era hacer del crecimiento la condición normal de la economía, a medida que «el interés compuesto se integra, por así decirlo, en sus hábitos y su estructura institucional». En la economía global actual, el crecimiento de la renta o de la producción –en todos los niveles: desde la empresa hasta el Estado nación– es un determinante clave de la capacidad para atraer inversiones o préstamos en los mercados financieros, lo que a su vez es un determinante clave para el crecimiento futuro.

Sin embargo, aunque el PBI domina el pensamiento sobre política económica, ha sido objeto de críticas fulminantes durante décadas, dado que evidentemente es muy pobre como medida del bienestar humano. Todo lo producido contribuye al PBI, no importa si se trata de educación o de atención médica, de armamento o de petróleo extraído por fracking. No importa tampoco si un aumento del PBI se reparte entre dos ricos o entre un millón de pobres; si te atropella un ómnibus y salvarte (o intentarlo sin suerte) cuesta cientos de miles, tanto tú como el conductor del ómnibus han hecho una contribución positiva al PBI.

Los ataques al fetiche del crecimiento y a la bancarrota moral de creer que más es igual que mejor tienen una historia todavía más larga. John Stuart Mill (entre otros) argumentó que los seres humanos están mejor atendidos por una sociedad en la que «nadie es pobre, nadie desea hacerse más rico y nadie tiene por qué temer que lo empujen hacia atrás los esfuerzos de otros para quedar primeros». Más recientemente, la acusación ha sido que el paradigma del crecimiento y las políticas que pergeña confunden el proceso cuantitativo de crecimiento con el proceso cualitativo de desarrollo. Hoy sabemos que los países con el PBI per cápita más alto, o que crecen más rápido, no son necesariamente los más pacíficos o los más democráticos; sus ciudadanos no viven necesariamente una vida más sana, más larga o más feliz. A pesar de todo ello, el PBI sigue siendo la medida estándar de la actividad económica nacional, para gran disgusto de los defensores de medidas alternativas, como el índice de desarrollo humano o el índice de progreso real, que, al menos, sí hacen el intento de calcular el bienestar humano.

EL CRECIMIENTO VERDE

El declive precipitado de la estabilidad ecológica del planeta, asociado, en particular, con el cambio climático, ha recargado de forma inédita las críticas al crecimiento. Se está volviendo lugar común decir que la relación del capitalismo moderno con el planeta es cada vez más extractiva y destructiva. Es cierto que aún hay un segmento lunático que se niega a creer en el cambio climático y que aún no termina de ser abducido a Ganímedes, pero los hechos y los datos ya son parte del conocimiento general aceptado por la mayoría. Incluso organizaciones como el FMI, el Financial Times, el Banco Central Europeo, el Deutsche Bank y el Ejército estadounidense reconocen que el crecimiento económico moderno ha sido ecológicamente destructivo y que es uno de los principales impulsores del cataclismo climático en ciernes.

La pregunta es si nuestra actual concatenación de crisis es producto del modelo actual de crecimiento económico o del crecimiento económico per se. ¿Es posible abocarse al crecimiento económico de una manera que no empeore las cosas para el planeta y sus habitantes? ¿Podemos, como dicen algunos, desacoplar al crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero, la disminución de la biodiversidad y la destrucción de los hábitats?

Los profetas de este desacoplamiento pertenecen a un conjunto variopinto pero en expansión de proponentes del crecimiento verde, entre los que se incluyen banqueros, como el exgobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney, economistas, como Per Espen Stoknes, de la Norwegian Business School, y Mariana Mazzucato, de la University College de Londres, o gurús de los negocios, como Paul Hawken (coautor, con Hunter Lovins y Amory Lovins, de Capitalismo natural: creando la próxima revolución industrial,1 publicado en 1999). Su discurso es una apelación a la magia de la innovación y la tecnología. Autodenominados tecnoptimistas, como el columnista del Financial Times Martin Sandbu, son defensores entusiastas de políticas climáticas basadas en el mercado (como los impuestos al carbono y los esquemas de permisos negociables), las «economías de innovación» y las promesas de «cero neto»: compromisos empresariales y gubernamentales con proyectos de gran escala, que se supone que nos permitirían seguir con nuestras actividades básicamente sin cambios, mientras compensamos nuestras emisiones con la captura y el almacenamiento de carbono, la plantación de árboles y otros programas de secuestro de CO2.

Este es también el mensaje que escuchamos de los impulsores del European Green Deal (Pacto Verde Europeo) y de los empresarios de energías renovables. Una vez que consigamos el tipo correcto de crecimiento –un «crecimiento sano» desacoplado del sórdido historial ambiental del viejo capitalismo–, no tendremos que preocuparnos de que haya demasiado crecimiento. De hecho, deberíamos celebrarlo como el camino hacia un capitalismo más inclusivo y como el medio con el que pagaremos la inminente transición a un mundo de alta tecnología y bajo carbono. «Sí», dice Stoknes, exdiputado por los verdes en el Parlamento noruego y con formación en psicología, además de en economía, «la versión actual del capitalismo puede estar causando estragos, pero no es que el capitalismo esté roto». De hecho, «negar a la psique humana su deseo subconsciente de crecimiento» sería desastroso, afirma.2

Hay un realismo duro detrás de algunas de estas esperanzas de desacoplamiento: el capitalismo impulsado por el crecimiento es lo que hay, no parece que vaya a desaparecer pronto, crucemos los dedos y trabajemos con lo que tenemos. Uno tiene la sensación de que aquí es donde ha ido a parar Carney, hoy enviado especial de la ONU para acción climática y finanzas. Ha reunido prácticamente todas las instituciones financieras importantes del mundo (con activos totales que suman unos 130 billones de dólares) para formar la Alianza Financiera de Glasgow para el Cero Neto, con el fin de movilizar recursos del sector privado en pos de una transición global hacia el cero neto en 2050. Lo cierto es que la iniciativa parece impulsada más por la desesperación que por la esperanza. Lo mismo podría decirse de la exhortación de Mazzucato a «hacer un capitalismo diferente». Es como si el tiempo fuera tan corto y la naturaleza humana tan rígida que no tuviéramos otra opción.

Los realistas tienden a querer más participación del Estado de lo que quisieran los emprendedores verdes, precisamente porque no confían en la mano invisible para lograr lo necesario: un escape de mercado frente al desastre ambiental. A veces, a esta posición se la presenta como si estuviera por encima de lo político: independientemente de lo que uno sienta sobre el crecimiento o las alternativas a él, la improbabilidad de que podamos frenar el tren capitalista a tiempo obliga a desplegar medidas de emergencia como la «movilización nacional» –análoga a la economía planificada de la Segunda Guerra Mundial– o intervenciones planetarias, como la gestión de la radiación solar atmosférica.

LOS DECRECENTISTAS

Decrecimiento es el término hoy en boga para aquellos que argumentan que esa promesa del crecimiento verde es, en el mejor de los casos, una distracción y, en el peor, un anestésico cínicamente administrado [N. del E.: para una primera aproximación al decrecimiento desde una perspectiva latinoamericana, véase «Hay una ceguera que sigue atravesando el imaginario de nuestras elites», Brecha, 28-X-22]. En Menos es más: cómo el decrecimiento salvará al mundo,3 probablemente el manifiesto decrecentista anglosajón más conocido de estos últimos años, el antropólogo económico Jason Hickel ofrece una respuesta tardía a Rostow: «El interés compuesto es incompatible con el mantenimiento de la vida en un planeta viviente regido por equilibrios delicados». No podemos recurrir a un mayor crecimiento para librarnos de nuestro problema: a fin de cuentas, crecimiento es crecimiento. Al decir de Tim Jackson en Poscrecimiento: la vida después del capitalismo,4 «crecer significa un mayor ritmo y caudal de producción», un mayor flujo, en términos absolutos, de energía y materiales en el proceso productivo. «Eso significa más impacto. Más impacto significa menos planeta. El crecimiento sin fin, verde o no, solo puede terminar llevándonos a ningún crecimiento en absoluto. No hay crecimiento en un planeta muerto», apunta este economista y profesor de desarrollo sustentable en la Universidad de Surrey. La mitología del desacoplamiento es, para él, una «forma de negación».

Los partidarios del decrecimiento piden, en cambio, una contracción económica intencional y controlada, bajo una premisa sencilla: el crecimiento económico está destruyendo la vida en la Tierra. En la medida en que el tipo de crecimiento medido por el PBI ha implicado históricamente un aumento en el consumo de materiales y energía en un planeta finito, el argumento es incontrovertible. Pero, como reconocen los decrecentistas, bajarle de golpe la persiana a una economía global ecológicamente desastrosa podría resultar socialmente desastroso, y los efectos serían peores para los más pobres. Es por eso que los modelos de decrecimiento nunca son solo cuestión de frenar y poner marcha atrás, sino que combinan reducción intencional con redistribución global. Dado que «es probable que la reducción del caudal de producción conduzca a una reducción en la tasa de crecimiento del PBI o, incluso, a una disminución del propio PBI», como dice Hickel, «debemos estar preparados para gestionar ese resultado de una manera segura y justa. Esto es lo que se propone hacer el decrecimiento».

Los impulsores del crecimiento verde tienen una respuesta predecible. Para Stoknes, «la verdadera discusión no es crecimiento o decrecimiento. No es “el capitalismo o el clima”. No es el dinero versus tu alma. La discusión aquí no es sobre encontrarle una alternativa al capitalismo». Más bien, «se trata de rediseñar lo que hoy tenemos para que no haga trizas nuestro hogar terrenal». Pero, según cualquier estándar razonable de argumentación, la carga de la prueba no debería recaer sobre los decrecentistas, sino en quienes se aferran al crecimiento. El crecimiento económico ha llevado al sistema planetario a sus límites, o incluso más allá, y la historia de la humanidad no ofrece nada que sugiera que el crecimiento continuo sea compatible con la necesaria reorientación de la economía global, una reorientación que la ideología del crecimiento hasta ahora ha obstaculizado y, a menudo, socavado activamente. Hasta que los crecentistas verdes puedan presentar algo, lo que sea, que demuestre que su fe ha contribuido a un cambio estructural significativo –no solo bolsas de supermercado compostables o cargadores para autos eléctricos afuera del shopping, sino un cambio abarcativo en la economía global– serán ellos los que tendrán que ofrecer pruebas de la efectividad de su propuesta, no sus críticos.

Dicho esto, los decrecentistas, por supuesto, también tienen preguntas que responder, por ejemplo: ¿cómo se supone que funciona el decrecimiento? Entre las propuestas más comunes, suelen aparecer: una transición radical hacia el transporte público y el no motorizado, institucionalizar la compra de productos de segunda mano en lugar de productos nuevos, la adopción masiva de dietas vegetarianas y veganas y de métodos agroecológicos, mejorar la eficiencia y reducir el uso de energía en los edificios ya existentes. Todo eso, en verdad, haría una gran diferencia. Pero ¿cómo se implementarían las políticas necesarias lo suficientemente rápido y en una escala lo suficientemente grande? De hecho, es una pregunta viva si son las políticas públicas –al menos en la forma en que el término es usado en las democracias modernas, burocráticas y liberales– la herramienta adecuada para los cambios radicales necesarios: el paso a una dieta basada en plantas, para tomar solo un ejemplo. Por no hablar de los cambios institucionales más radicales que los decrecentistas como Giorgos Kallis, Susan Paulson, Giacomo D’Alisa y Federico Demaria piden en A favor del decrecimiento:5 limitar el alcance de las relaciones de propiedad privada y revivir prácticas comunales, o distribuir tecnologías y apoyo financiero como forma de reparación por los legados del colonialismo en el Sur global. ¿Podemos imaginar «políticas públicas» que generen transformaciones a esta escala del orden político-económico mundial? Esto incluso antes de considerar la cuestión de quién o qué organismo tiene el poder político para hacer que todo eso suceda.

LA FUNCIÓN DE REDUCCIÓN

Uno de los componentes básicos de la economía moderna es la función de producción, una proposición simplificada sobre el funcionamiento de los engranajes de la economía. Establece la forma en que los insumos clave –los factores de producción, como el capital y el trabajo (ya hace mucho que se prescindió de las materias primas y la tierra)– se combinan para generar lo producido por una economía. Dado que cualquier colección dada de insumos puede usarse para una amplia variedad de propósitos, casi siempre se asume que los detalles específicos son una función de la tecnología y las instituciones: las contribuciones relativas del capital y la mano de obra a la producción representan soluciones racionales a problemas técnicos planteados por las restricciones presupuestarias, las fuerzas del mercado, el desarrollo tecnológico, etcétera.

En los libros de texto, la función de producción es generalmente Q = f (K, L), lo que meramente significa que la cantidad de producción (Q) es el resultado de mezclar capital (K) y trabajo(L) según un proceso de producción representado por una secuencia de operaciones (f). (En la práctica, la función puede llegar a ser bastante elaborada.) El crecimiento económico, aquí representado por un incremento de Q, generalmente se entiende como determinado por un aumento en la productividad en la combinación de K y L. Esa es la única forma de lograr que aumente el PBI per cápita (de lo contrario, Q se incrementa solo porque K y L aumentan de forma independiente, no porque los estemos combinando de manera más productiva).

La analogía es un poco tosca, pero defender el decrecimiento es algo así como proponer una función de reducción. Si una función de producción describe la combinación intencional de recursos para aumentar la producción, una función de reducción describe cómo podemos usar el capital y la mano de obra intencionalmente para disminuir la producción, para reducir y ralentizar nuestras economías de forma cuidadosa y justa. La tarea es retroceder frente a los precipicios que la producción orientada al crecimiento ignora o no comprende, hacer lo que podamos para deshacer el daño ya hecho y reconstruir las relaciones económicas entre nosotros y con el mundo no humano.

La función de reducción, si alguna vez pudiéramos encontrarla, describiría un conjunto extraordinariamente útil y esperanzador de relaciones (im)productivas. Pero ¿quién la diseñará y quién implementará los planes que a partir de ella se elaboren? Los economistas del mainstream tienden a presentar la función de producción como una cuestión técnica: cómo usar el capital y el trabajo de la forma más eficiente, para obtener la máxima a partir de una combinación K-L. Pero, en realidad, las principales determinantes de la función de producción son políticas, antes que técnicas. Son las relaciones de poder las que dan forma al proceso de producción del mundo real, en todos los niveles: desde el hogar hasta la economía global. En los esquemas abstractos de los libros de texto de primer año, los procesos de producción se ensamblan a sí mismos, pero, más allá de ese mundo imaginario donde el capital y el trabajo cooperan para realizar un sueño compartido, la condición previa para toda producción es el poder, que permite disponer de los insumos y determinar sus cantidades relativas y calidades necesarias.

En otras palabras, la función de producción parece identificar dos agentes, que combinan sus energías para los fines de la producción, pero, en realidad, hay un solo agente con el poder de decidir: el capital. Esto no es una novedad para los economistas. En la función de producción estándar, cualesquiera que sean las restricciones técnicas, el trabajo es un insumo como cualquier otro y el capital lo determina. El trabajo no elige cuánto L destinar a tal o cual proceso o sector, ni puede decidir juntarse con el capital y negociar. Como dijo en 1890 Alfred Marshall, el padrino de la economía moderna, son los «hombres de negocios» quienes «reúnen el capital y el trabajo necesario para producir; organizan o “diseñan” el plan general y supervisan sus detalles menores». Todo se basa en el supuesto de que el capital decide y el trabajo hace lo que le ordenan.

En contraste con las funciones de producción ortodoxas, en las que lo político es oscurecido por una fachada de racionalidad objetiva, en una función de reducción lo político sería, idealmente, mucho más explícito. Prácticamente todos los defensores del decrecimiento enfatizan la terrible injusticia del sistema actual, así como la base democrática del proyecto de decrecimiento, y la equidad y transparencia que este promete. Hickel habla en nombre de todo el movimiento cuando señala que, «si nuestra lucha por una economía más ecológica tiene éxito, debemos buscar expandir la democracia donde sea posible»: a instituciones internacionales como el FMI, a la banca central, la gobernanza empresarial, la gestión de los recursos comunes, los medios de comunicación y el sistema de financiamiento electoral.

¿CÓMO DECRECER?

Sin embargo, incluso para quienes están de acuerdo en que la búsqueda del crecimiento perpetuo es desastrosa como premisa sobre la que construir nuestro futuro colectivo, es difícil dejar de lado la preocupación de que el decrecimiento terminará siendo un proceso de arriba hacia abajo, impulsado por una elite. ¿Cómo darle la vuelta al tren de carga de la economía global? No se puede simplemente apagar la locomotora y dejar que cada vagón se organice por sí solo. El plan del decrecimiento es una reducción de tamaño de la economía global, conseguida no a través de la austeridad o de una recesión voluntaria, sino, se nos dice, a través de una planificación cuidadosa, con un énfasis particular en la reducción del consumo extraordinario del Norte global, a través de la reestructuración económica y la redistribución internacional.

Cualquier plan de este tipo debe contemplar un programa mundial rápido y altamente coordinado de desmantelamiento. Nuestro actual régimen orientado al crecimiento ha puesto la mayor parte del poder y los recursos en muy pocas manos, pero eso no significa que liberarnos de la «tiranía del crecimiento» implique necesariamente una redemocratización, y es difícil imaginar que una tarea de esta escala pueda ser abordada únicamente por liderazgos locales. ¿Cómo será coordinada y por quién?

Dependiendo de con quién hables, las respuestas pueden ir por cualquier lado: desde la autorreflexión meditativa hasta la revolución social. En sus variaciones más metafísicas, el decrecimiento tiene un desafortunado dejo a autoayuda; en Explorando el decrecimiento: una guía crítica,6 el ingeniero francés Vincent Liegey y la investigadora en urbanismo de la Universidad de Melbourne Anitra Nelson nos dicen que la «filosofía profunda» del decrecimiento puede «descolonizar nuestros imaginarios crecentistas», mientras que Jackson nos insta a descubrir su «fluir virtuoso». Hay una fijación, en esta versión del debate, con la segunda ley de la termodinámica, según la cual la entropía o desorden de un sistema físico y su entorno tiene necesariamente que aumentar con el tiempo. («Una biblioteca que no está ordenada se desordena», al decir del escritor Georges Perec.) En palabras de Jackson, «el estado más probable del mundo es el caos», un sentimiento que sustenta mucho de lo que se afirma acerca de la capacidad del decrecimiento para restaurar el «equilibrio» en la relación humana con el mundo no humano.

Al igual que muchos análisis de tipo new age sobre los problemas globales, esta versión del decrecimiento enfatiza lo bueno del mundo que tenemos y sugiere que a través de actos de voluntarismo virtuoso se puede reinventar ese mundo. (Quizás esta es la razón por la que Jackson elige el término poscrecimiento en lugar de decrecimientopos- es agnóstico sobre lo que viene después, pero retiene la sospecha de que será algo mejor.) Es difícil decir si este tipo de enfoque es una ayuda o un obstáculo. El énfasis en el crecimiento personal, los diagramas de «tensiones en la psique humana» y la reflexión sobre nuestros «valores» ciertamente combinan con el individualismo de nuestra época. En principio, no hay razón para que este enfoque individualizado sea incompatible con un cambio social y político más amplio, incluso uno revolucionario.

Pero la insistencia de Hickel en que «el decrecimiento es parte de un movimiento ecosocialista más amplio» no cuenta con apoyo unánime. Si bien todos los decrecentistas rechazan la afirmación de que su propuesta sea simplemente un rebobinado histórico –una nostálgica marcha atrás a un capitalismo de posguerra supuestamente más amable–, es difícil no detectar un poco de eso en el libro de Jackson, que comienza con una larga elegía a Robert F. Kennedy, demuestra poca simpatía hacia una eventual alternativa socialista y se apoya fuertemente en el liberalismo crítico de Hannah Arendt (ciertamente, no una socialista). Para Hickel, sin embargo, la tradición del socialismo democrático (redistribución radical, propiedad pública, desmercantilización y descolonización) proporciona, al menos, una respuesta provisoria a las cuestiones de poder y coordinación que Jackson, por lo general, evita.

DECRECIMIENTO, ELITES Y DEMOCRACIA

En su Sexto informe de evaluación (Grupo de Trabajo II), publicado en febrero, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) consideró el análisis decrecentista por primera vez: «Vincular el desarrollo a los modelos pasados y actuales de crecimiento económico crea desafíos significativos para un desarrollo resiliente al clima, ya que implica que los mismos procesos que han contribuido a los desafíos climáticos actuales –incluido el crecimiento económico, y el uso de recursos y regímenes energéticos de los que este depende– son adoptados como el camino para mejorar el bienestar humano». Puede que el término decrecimiento aún no aparezca en el Resumen para responsables de políticas, publicado por el IPCC –notoriamente diluido en su proceso de aprobación a manos de los gobiernos parte [véase «Paños fríos», Brecha, 12-IV-22]–, pero es claro que se está produciendo un cambio en la gama de ideas que circulan en los pasillos de las instituciones poderosas, y no solo en el IPCC. ¿Esto evidencia la difusión de una sensibilidad decrecentista? ¿O es una prueba de lo que algunos críticos socialistas del decrecimiento vienen diciendo desde hace tiempo: que el decrecimiento es un programa elitista impulsado por una ansiedad clasemediera ante el exceso de consumo?

En ese sentido, existe el peligro de que el decrecimiento quede atrapado, a pesar de las intenciones de sus defensores, en los surcos políticos trazados por los debates sobre el desarrollo a mediados del siglo XX. Economistas como Rostow y Kuznets ayudaron a dar forma a estos debates. Como comenté previamente, se les acusó de confundir crecimiento con desarrollo, pero esa crítica es demasiado simple. Al decir del economista austríaco Joseph Schumpeter en 1934, el desarrollo, a diferencia del «mero crecimiento», «es ese tipo de transformaciones que surgen del propio sistema, que desplazan en tal forma su punto de equilibrio que no puede alcanzarse el nuevo desde el antiguo por alteraciones infinitesimales. Agreguemos sucesivamente todas las diligencias que queramos, no formarán nunca un ferrocarril». El desarrollo, como el decrecimiento, nombraba un proceso mediante el cual la sociedad se convertía en algo diferente a lo que había sido, y en el proceso se volvía un modelo que otros proyectos políticos podían emular.

Pero presentar el decrecimiento como la versión del siglo XXI del desarrollo conlleva riesgos significativos. El desarrollo, aunque tuvo algunos momentos populares, fue impulsado en gran medida por elites nacionales y globales, y dependía del reclutamiento masivo para un programa, cuyos fines, y muchas veces sus medios, ya estaban determinados. Los decrecentistas también deberían evitar pensar en sí mismos como si hubieran identificado un imán civilizatorio hacia el que se orientan todas las buenas políticas. Puede que ese barco ya haya zarpado: muchos decrecentistas creen que están salvando la civilización humana (echemos un vistazo al subtítulo de Menos es más). En un momento histórico de tanta precariedad, su «racionalidad» puede parecer el único camino a seguir, y la política puede aparecer como un obstáculo. El problema es que las misiones de rescate de este tipo casi siempre están impulsadas por una elite, precisamente porque una de las cosas que define a una elite es su autopercepción nunca cuestionada de que ella es la responsable por el futuro civilizatorio.

Sin embargo, a diferencia de muchos de sus predecesores tecnocráticos, algunos defensores del decrecimiento –y, en este caso, estamos hablando en su mayoría de miembros de la elite del Norte global– reconocen este defecto. Es por eso que Hickel y otros están tan ansiosos por vincularlo a otras luchas (junto con colegas como Kallis y Paulson, Hickel describe con frecuencia el decrecimiento como «una demanda de descolonización»). Este sector está comprometido con un esfuerzo por transformar el decrecimiento en un movimiento popular, por construir una base política de masas para un programa diseñado, en su mayor parte, sin tener en cuenta la política.

Los esfuerzos de este tipo tienden a ser batallas cuesta arriba. Se podría decir que el movimiento ambientalista ha estado intentando algo así durante el último medio siglo, y, aunque ha tenido éxitos significativos en diversos lugares, aún no se ha materializado una base de masas sostenida y diversa a nivel internacional. Los defensores más destacados del decrecimiento en el Norte global actúan con demasiada frecuencia como si ya tuvieran las respuestas a todas las preguntas, incluso antes de que se hayan formulado. Kallis y sus coautores citan investigaciones que muestran que, en partes del Sur global, «el término decrecimiento no resulta atractivo y no coincide con las demandas populares». Eso no ha prevenido a los decrecentistas del Norte de presentarse como compañeros del movimiento Vía Campesina o de quienes mantienen los piquetes indígenas en Standing Rock. Aunque afirman que estas alusiones son actos serios de solidaridad, lo cierto es que tales vínculos deben forjarse desde ambos lados. Eso puede requerir más política, menos programa y mucha humildad.

(Publicado originalmente en London Review of Books. Traducción y titulación de Brecha.)

1. Natural Capitalism: The Next Industrial Revolution, por Paul Hawken, Amory B. Lovins y L. Hunter Lovins. Little, Brown & Company, 1999.

2. Tomorrow’s Economy: A Guide to Creating Healthy Green Growth, por Per Espen Stoknes. MIT, 2022.

3. Less Is More: How Degrowth Will Save the World, por  Jason Hickel. Penguin, 2020.

4. Post Growth: Life after Capitalism, por Tim Jackson. Polity, 2021.

5. The Case for Degrowth, por Giorgos Kallis, Susan Paulson, Giacomo D’Alisa y Federico Demaria, Polity, 2020. Hay traducción al español: A favor del decrecimiento, Icaria Editorial, 2022.

6. Exploring Degrowth. A Critical Guide por Vincent Liegey y Anitra Nelson. Pluto Press, 2020.

5.La competición por la innovación entre China y los EEUU

Un think tank estadounidense especializado en política científica y tecnológica acaba de publicar un informe según el cual, China, aunque aún no ha igualado a los EEUU, ya está superando a los EEUU en capacidad de innovación.

China Is Overtaking the United States in Innovation Capacity, New ITIF Report Finds

China está superando a Estados Unidos en capacidad de innovación, según un nuevo informe de la ITIF

23 de enero de 2023

WASHINGTON-China ha superado a Estados Unidos en producción total de innovación y se está acercando proporcionalmente, según un nuevo informe de la Information Technology and Innovation Foundation (ITIF), el principal grupo de reflexión sobre política científica y tecnológica.

El estudio de la ITIF concluye que la producción de innovación e industria avanzada de China en 2020 era el 139% de la producción equivalente en Estados Unidos, frente al 78% en 2010. Sobre una base proporcional (teniendo en cuenta el tamaño de su economía, población y otros factores), la producción de innovación de China en 2020 era el 75% del equivalente en Estados Unidos, frente al 58% en 2010.

«China está pasando de imitadora a innovadora, siguiendo la senda trazada por sus vecinos los tigres asiáticos, pero a una escala mucho mayor y con consecuencias geopolíticas mucho mayores», afirmó Robert D. Atkinson, Presidente del ITIF y coautor del informe. «China ya ha demostrado ser capaz de liderar el mundo en varias tecnologías avanzadas, como los superordenadores y el ferrocarril de alta velocidad. Su capacidad de innovación amenaza ahora la cuota de mercado mundial de las empresas de Estados Unidos y las naciones aliadas en la mayoría de las industrias avanzadas de alto valor añadido que son importantes para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos.»

El ITIF realizó un análisis comparativo de 22 indicadores del ciclo de la innovación en Estados Unidos y China de 2010 a 2020, incluidos los insumos y productos básicos de la innovación, como el capital riesgo y las patentes, y los resultados tangibles del rendimiento económico, como el valor añadido en las industrias avanzadas. En casi todos los indicadores, los datos muestran que China gana terreno o amplía su ventaja sobre Estados Unidos.

Según el análisis del ITIF, China es el país que más y mejor ha progresado en relación con Estados Unidos en sus resultados tangibles de innovación, que incluyen indicadores como artículos de ciencia e ingeniería, familias internacionales de patentes (IPF) e ingresos internacionales por propiedad intelectual. A finales de la década, China publicaba más artículos científicos en todos los campos, excepto en ciencias geológicas, atmosféricas y oceánicas. Sin embargo, los datos sobre el número de citas muestran que su investigación sigue siendo menos influyente que la de Estados Unidos en todos los campos excepto matemáticas y estadística. China también superó a Estados Unidos en IPF concedidas en todos los campos.

El progreso de China fue desigual en los indicadores económicos de los resultados de la innovación, que incluyen la producción en industrias con un alto nivel de I+D, las exportaciones en industrias avanzadas, los superordenadores y la ciberseguridad. Sin embargo, la producción y las exportaciones de China en industrias de alta I+D en su conjunto aumentaron en relación con Estados Unidos, al igual que su grado de especialización.
Aunque el análisis del ITIF muestra que China progresa de forma constante como innovador en relación con Estados Unidos, también se enfrenta a varios retos que debe superar para seguir creciendo. A pesar de su enorme población, China es un país de renta media con una demografía desequilibrada. Solo el 44% de la población continental tiene menos de 40 años, frente al 52% de Estados Unidos. China también se ha convertido en una economía menos eficiente en la última década, con una disminución de su productividad total de los factores del 0,6% anual entre 2010 y 2019, mientras que la creciente participación del gobierno chino en los mercados y la asignación de recursos probablemente impedirá futuras ganancias de eficiencia. No obstante, China puede estar bien posicionada para superar sus problemas de productividad y eventualmente superar a Estados Unidos en eficiencia.

«Muchas élites estadounidenses se consuelan con la narrativa de que China no puede innovar de verdad, al menos bajo Xi Jinping, por lo que Estados Unidos tiene poco de qué preocuparse. Pero su visión de la innovación es demasiado limitada», afirmó Ian Clay, analista de políticas del ITIF. «Evaluar simplemente la fortaleza de la industria avanzada contando el número de productos científicos y nuevos para el mundo que ha desarrollado un país es demasiado limitado. No debemos caer en la autocomplacencia, dados los recientes avances de China en ámbitos como la exploración espacial, la genómica, la inteligencia artificial y la computación cuántica».
Atkinson añadió: «Se mida como se mida, China consiguió en la década anterior alcanzar a Estados Unidos. La cuestión clave para los responsables políticos estadounidenses no es si China seguirá avanzando en innovación y producción avanzada. Está claro que lo hará. Pero los resultados de China en relación con los de Estados Unidos dependerán en gran medida de las medidas que adopte Estados Unidos, así que la cuestión es si Estados Unidos hará de esto un principio organizativo central de su política económica y tecnológica».

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator

6. Jardinería europea en China.

El Gran Canon de Yongle, terminado en 1408, fue la mayor enciclopedia de la antigua China. Constaba de 22.877 capítulos y abarcaba todos los aspectos del saber tradicional chino. Lamentablemente, el libro se ha perdido en gran parte. (https://twitter.com/wangxh65/)

La Gran Enciclopedia de Yongle se custodiaba en el Palacio de Verano de Pekín hasta 1860. Entonces, las fuerzas anglo-francesas saquearon Pekín en la Segunda Guerra del Opio, saquearon e incendiaron el Palacio de Verano.

Hoy sólo sobrevive el 3,5% de los 22.877 manuscritos originales.

(https://twitter.com/CarlZha/)

7. Una visión desde India de Europa.

El exembajador indio desde su blog Indina Punchline. Un título muy revelador

https://www.indianpunchline.

Publicado el 22 de enero de 2023 por M. K. BHADRAKUMAR

Europa tiene enemigos dentro y enemigos fuera

Los equilibrios internos de la Unión Europea se están transformando significativamente como consecuencia de la guerra por poderes de Estados Unidos con Rusia en Ucrania. Los países vecinos de la zona de conflicto -los países de Europa del Este y los Estados bálticos- se sienten más implicados en el conflicto que los países de la Vieja Europa. Estos Nuevos Europeos han tenido una historia difícil que los sitúa en una trayectoria marcadamente «antirrusa».

Sus miedos maniqueos a Rusia los acercaron más a Estados Unidos y al Reino Unido post-Brexit que a sus aliados naturales en Europa occidental. Polonia, la entidad más poderosa de la Nueva Europa, está invirtiendo masivamente en defensa, lo que puede catapultarla como la primera potencia militar de Europa.

En 2022, Polonia firmó un enorme contrato de compra de armas con Corea del Sur: tanques pesados de combate (cuatro veces más que Francia), artillería, aviones de combate, por 15.000 millones de euros. Varsovia también firmó el mes pasado un contrato para comprar dos satélites de observación a Francia por 500 millones de euros. Polonia está decidida a tener cada vez más peso en los asuntos europeos.

En cambio, para Alemania, potencia europea, la guerra es un tema especialmente delicado y se encuentra inmersa en un cierto cuestionamiento constante de sí misma. El legado nazi de Alemania, su elegida dependencia del gas ruso y la reticencia a entregar las primeras armas a Ucrania la ponen hoy en agonía por la cuestión de las entregas de tanques pesados.

No obstante, Alemania aprovechó rápidamente la operación militar especial rusa en Ucrania para anunciar el 27 de febrero un fuerte aumento de su gasto militar hasta más del 2% de su producción económica, en uno de una serie de giros políticos. El gobierno del Canciller Olaf Scholz decidió destinar 100.000 millones de euros a inversiones militares con cargo a su presupuesto de 2022. (En comparación, el presupuesto total de defensa de Alemania fue de 47.000 millones de euros en 2021).

Para no quedarse atrás, el presidente Emmanuel Macron dijo en junio que la operación de Rusia en Ucrania había enviado a Francia a «una economía de guerra» que esperaba que durara mucho tiempo. El fin de semana anunció que pediría al Parlamento que aprobara un nuevo presupuesto de 400.000 millones de euros para el periodo 2024-2030, frente a los 295.000 millones de 2019-2025.

El nuevo presupuesto está destinado a modernizar las fuerzas armadas de Francia frente a las múltiples amenazas potenciales, dijo Macron el viernes, añadiendo: «Después de reparar las fuerzas armadas, vamos a transformarlas. Tenemos que hacerlo mejor y de forma diferente».

Sin duda, el terremoto geopolítico de Ucrania provocó temblores en toda Europa y cada país está evaluando su posición y su papel. Aunque ningún país está cuestionando su compromiso europeo, existe una palpable sensación de desorientación. Scholz escribió en un ensayo hace dos meses en la revista Foreign Affairs que había llegado el momento de un Zeitenwende, o «punto de inflexión» histórico, en el que Alemania asumiera su responsabilidad.

De nuevo, el viernes, Macron y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, firmaron un nuevo tratado de cooperación conjunta, descrito como un tratado de amistad histórico para alcanzar objetivos estratégicos comunes. Han decidido dejar atrás las tensiones sobre el propuesto gasoducto MidCat a través de los Pirineos (que fue bloqueado por Francia por motivos medioambientales.)

Pero ambos países tienen motivaciones diferentes. Es posible que Francia esté apuntalando el apoyo europeo mientras se prepara para disputar con EE.UU. por los miles de millones de dólares en subvenciones a empresas estadounidenses como parte de la Ley de Reducción de la Inflación del Presidente Joe Biden, que pretende financiar una transición ecológica. Y España probablemente aspira a convertirse en un actor más destacado en el núcleo de poder europeo, y estima que una alianza más estrecha con Francia le ayudará.

Sin embargo, el domingo, Macron celebra el 60º aniversario de la reconciliación franco-alemana de 1961 en una cumbre en París con Scholz, junto con un Consejo de Ministros conjunto, centrado en recuperar el brío del eje París-Berlín que solía presidir la UE hasta que estalló el conflicto en Ucrania. Queda por ver si se podrá recuperar ese brío.

Francia y Alemania no estaban preparadas para esta guerra en Ucrania, mientras que los países del frente oriental estaban más atentos a Moscú y percibieron inmediatamente lo que estaba en juego. El coste político de esta discrepancia aún no es cuantificable. Mientras tanto, el equilibrio de poder en Europa ha cambiado, y no está claro si Francia y Alemania lograrán forjar un nuevo equilibrio.

Por el momento, Scholz se ha visto sometido a una presión cada vez mayor por parte de los aliados para que envíe a Ucrania carros de combate Leopard de fabricación alemana, o para que permita a otros países reexportarlos a partir de sus propias existencias. Estados Unidos lidera esta pantomima desde la retaguardia.

Washington está decidido a poner el último clavo en el ataúd del acercamiento germano-ruso e interrumpir la reactivación del eje franco-alemán para abordar conjuntamente una respuesta europea a la depredadora ley de subvenciones de Biden y trazar vías para proteger la industria europea. Es mucho lo que está en juego desde el punto de vista económico, ya que, atraída por las subvenciones estadounidenses, es probable que se produzca una migración de la industria europea a Estados Unidos.

Francia y Alemania se muestran muy escépticas ante la posibilidad de que Washington introduzca cambios significativos en el plan de inversiones ecológicas. Lo que está en juego es «el ideal de una Europa unida y en pleno control de su destino», como dijo Macron en la ceremonia celebrada hoy en la Sorbona de París con Scholz a su lado. Scholz, a su vez, dijo: «Hoy nos esforzamos codo con codo por reforzar la soberanía de Europa». Afirmaron una amitié indestructible (amistad indestructible).
De hecho, Polonia eligió precisamente hoy para apuntar sus cañones contra Alemania, mientras Macron y Scholz celebraban en París los 60 años del Tratado del Elíseo para apuntalar su alianza con una jornada de ceremonias y conversaciones sobre la seguridad, la energía y otros desafíos de Europa.

El primer ministro polaco, Morawiecki, arremetió contra Scholz en un lenguaje extremadamente duro, amenazando con construir una «coalición más pequeña» de países europeos si Alemania no acepta la transferencia de los carros de combate Leopard 2. Morawiecki tronó: «Ucrania y Europa ganarán esta guerra, con o sin Alemania».
Acusó a Scholz de no «actuar a la altura del potencial del Estado alemán» y de socavar o sabotear «las acciones de otros países». Morawiecki montó en cólera incontrolable: «Ellos (los políticos alemanes) esperaban empeñar al oso ruso con generosos contratos. Esa política les llevó a la bancarrota y, a día de hoy, a Alemania le cuesta admitir su error. Wandel durch Handel se ha convertido en sinónimo de error de época».

Aún faltan 36 horas para el primer aniversario de la operación rusa en Ucrania. Pero la guerra se ha extendido a Europa. A medida que Rusia se impone militarmente y el fantasma de la derrota acecha a Estados Unidos y a la OTAN, Polonia se pone frenética. Se acerca el momento de recuperar su «territorio perdido» en el oeste de Ucrania, siempre y cuando ese país se derrumbe, aunque Stalin había compensado a Polonia con más de 40.000 millas cuadradas de tierras del este de Alemania.

Es poco probable que Europa se preste al revanchismo polaco, especialmente Alemania. Estas arrolladoras maniobras políticas pueden verse como un intento de adaptarse al nuevo mundo de la guerra y, tal vez, también de preparar a Europa para el que venga después.

8. Más sobre la izquierda en Pakistán

No conozco suficiente el idioma. En principio, ‘popular’ sería ‘Janata’, -no con la j española, sino francesa, o catalana- como el BJP, que se llama Bharatiya Janata Party, Partido Popular de India. Creo que en hindi popular sería también ‘lok’, si acaso, como en la filosofía materialista hindia ‘lokayata’, pero no ‘Aam’, que supongo que es lo mismo que ‘awam’. Al menos en el hindi contemporáneo significa corriente, normal, más que popular -y también ‘mango’, como creo que he explicado alguna vez, tal vez por lo habitual que es en India esa fruta. Por eso el Aam Aadmi Party es el Partido de la Gente Normal. Creo que cambia un poco la connotación respecto a ‘janata’ o ‘lok’, pero estoy especulando.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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