«Agradecer(Celebrando a Miguel Hernández)”

De un profesor de matemáticas.
Estimado Salvador:
He leído hace un rato el texto de tu intervención en lo de la librería Byron y por fin se me acaban de secar las lágrimas. Cómo me habría gustado asistir al acto, del cual sí tenía noticia previa, no recuerdo por qué fuente –bien que a pocos actos puedo asistir estos días en que preparo una oposición–.

Lo cierto es que ya había leído ese texto. Creo que apareció en tu blog. Hoy lo he releído en Rebelión. Ignoro por qué, la otra vez no causó en mí una impresión tan honda como esta mañana. Quizá porque hoy mi madre (quien me regaló y dedicó dos libros de Hernández) justamente me acababa de escribir para enviarme la fotografía de la lápida que al fin han puesto en la tumba de mi padre (quien se me murió hace poco «como del rayo», y que siempre me leía o citaba fragmentos de Juan de Mairena, que ya sé que no es de Hernández).

Sin duda, la pena tizna cuando estalla. Cuarteto ése de lo poco que mi memoria no borra, y que he usado en Bachillerato a menudo cuando, en el fragor de la batalla por y contra la cultura y la conciencia, toca aclarar por la vía rápida qué pasa con el complementario del complementario, y algunos jóvenes no lo ven claro. La experiencia demuestra que no logro lo de la vía rápida, pero sí, en cambio, que a cierta parte de esos jóvenes les haga gracia la cosa y se queden dándole vueltas a la cuestión matemática y, sin saber que se llama así, a la lítote usada por Hernández, lo cual me llena doblemente de gozo.

Sin duda también, nunca debiéramos despertar de ser niño (pero no se puede). El Miguel-niño aparece en la portada de uno de los libritos que mi madre me regaló, una breve antología. Allí no tiene todavía esa cabeza «como de patata recién sacada de la tierra». En la calle de la ciudad de Valencia donde está mi viejo colegio, en cambio, sí han hecho los niños –o sus maestros– un mural en el que han dibujado la cabeza-patata. Siempre que voy a visitar a mis padres (o, dicho así, que iba) paso por delante y le echo un vistazo.

En fin, hay que conjurar este saber lo que pasa y lo que ocurre. Hasta quienes la batalla antedicha la luchamos en el campo «por», y no «contra», la conciencia. Remitirle a mi madre tu escrito quizá podría ser bello para ese conjurar, pero, también quizá, contraproducente, y no me arriesgo. A mi hermano no le que quiero decir nada tampoco. Guardo, pues, los dos librillos en su prestatge, agradeciendo, no obstante, el prestaje que me ha hecho Miguel de sus versos, no sé si acción de espectros o vino con remordimiento (aunque eso tampoco fue él quien lo dijo). Y decido acabar de conjurar la desazón escribiéndote sobre tu texto «Agradecer» para eso: para, a pesar de todo, agradecértelo. Pero decidido a no reenviárselo a nadie. Así de contradictorios somos.

Y, bien mirado, prefiero hoy que estas cosas me pasen en soledad, así que –nueva contradicción en mis caballos del alma– quizá no me tenga que saber mal no haber ido, por esta vez, a lo de la librería Byron. Sazón habrá, espero, en que ni me sentiré tan vulnerable ni tan falto de tiempo para asistir a cosas así.

Espero que sabrás perdonar el abuso de confianza y de tiempo.

Va un abrazo, feliz albacea de los muy grandes.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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