Nota de Kalewche sobre el veto a El Viejo Topo

Una mala noticia ha llegado desde España: El Viejo Topo, colectivo cultural de izquierdas donde participan camaradas con una dilatada y valiosa trayectoria de militancia anticapitalista, ha sido excluido de la Feria del libro Literal 2023 de Barcelona por razones ideológicas; concretamente, por haber cometido la «herejía», el «sacrilegio», la «blasfemia» de incluir en su catálogo algunas obras de un intelectual «rojipardo» que, al parecer, estaba en la «lista negra» o «Index» de la progresía catalana devenida Torquemada: el filósofo italiano Diego Fusaro. El hecho constituye un grave acto de intolerancia intelectual y política, una injustificable decisión de veto o censura, un atropello antidemocrático contra la libertad de expresión, una reacción autoritaria de lo más deleznable y repudiable.

La noticia nos entristece e indigna, y también nos alarma y moviliza. Pero no nos sorprende. No nos sorprende porque da cuenta de una tendencia cultural ya muy arraigada y generalizada en este mundo posmoderno totalmente desquiciado. Vemos en esta noticia un síntoma más, entre tantos otros que se van acumulando, de un fenómeno global y epocal, una manifestación de nuestro Zeitgeist o «espíritu de los tiempos» (volveremos sobre este punto).

En señal de solidaridad con nuestros compañeros y compañeras de El Viejo Topo, republicamos aquí el artículo de denuncia escrito por el periodista barcelonés Miguel Riera, director de la revista y editorial homónimas. El texto de Riera vio la luz el miércoles 3 de mayo, bajo el contundente título de “Los nuevos inquisidores”. Más abajo, nuestro público podrá leer también una carta de repulsa que ha estado circulando durante estos días (“Vetar o censurar no son actitudes de izquierdas”), y adherir a ella enviando un mail a la dirección que allí se indica, gesto fraterno que apreciaríamos y agradeceríamos.

Nuestros desacuerdos parciales con Fusaro en materia de posiciones teóricas y políticas de ningún modo nos llevan a avalar –por acción u omisión– el autoritarismo y la censura. Las discrepancias en el seno del socialismo o las izquierdas deben dirimirse a través de la crítica y el debate, sin moralismo, sin puritanismo, sin «cancelaciones» en nombre de la «corrección política». Lo peor que puede pasarnos es naturalizar y reproducir la moda nefasta del punitivismo «progre» o woke (como le dicen en los países anglosajones). Un punitivismo que, al menos en un aspecto, resulta peor que la Inquisición y el fascismo: la hipocresía moral, el cinismo de una prohibición liberticida en nombre de la libertad, la insinceridad obscena de no asumir que se está actuando autoritariamente.

Los dos textos que ofrecemos a continuación se explican por sí mismos. Hablan por sí solos. Por nuestra parte, como colectivo editorial, nos permitimos modestamente compartir una serie de reflexiones generales sobre este preocupante fenómeno contemporáneo que aquí nos atañe.

Ahora le llaman “cancelación”. En una época enamorada de las palabras y las novedades, ¿cómo no crear un nuevo término para algo que es, en realidad, viejísimo? La “cultura de la cancelación” es lisa y llanamente censura abierta y descarada, caza de herejes, silenciamiento de opositores. Aunque tiene algunas peculiaridades respecto a fenómenos similares del pasado. La primera es un tinte moralista e individualista exacerbado, que proviene fuertemente de la tradición puritana de USA, aunque sus formas y sus modos tienden a globalizarse. La segunda es su carácter bufonesco, paródico. Cabe decir algo al respecto. Durante siglos, trabajosamente y con muchos mártires en el camino, las ideas de la Ilustración fueron, poco a poco, haciendo que la libertad de expresión fuera un derecho ampliamente aceptado en las sociedades democráticas. Hubo desvíos y recaídas, tropiezos y claudicaciones. En los fragores de las guerras mundiales, la crisis del treinta y las disputas entre proyectos ideológicos antagónicos, la libertad de expresión fue pisoteada por muchos liberales y por muchos socialistas (no hablemos de los fascistas, que en tanto que cerdos de la piara romántica más reaccionaria, no tenían ningún compromiso teórico con la libertad, ni de expresión ni de otro tipo). Sin embargo, luego de 1945 parecía que, en Europa occidental, Estados Unidos y los otros países capitalistas más «desarrollados», la libertad de expresión era ya una ciudadela conquistada y asegurada. América Latina demoró un poco más. Pero con las “transiciones a la democracia” de los años ochenta, la libertad de expresión pasó a formar parte de los derechos y garantías socialmente aceptados. En el presente, sin embargo, se observa un notorio retroceso. La censura implementada durante la pandemia y luego, más recientemente, con la guerra de Ucrania, se asemeja más al macartismo de los años 50 que a lo que fuera normal a finales del siglo XX. Pero si en el macartismo eran fuerzas conservadoras las activas perseguidoras, hoy la derecha censura tanto como el progresismo. A muchos «progres» se les nota demasiado cierta añoranza estalinista. Pero si la censura del estalinismo –con horrores mucho mayores– se dio en medio de una guerra civil, de intervenciones extranjeras, del combate con el nazismo y el intento –finalmente fallido– de erigir un modelo social alternativo, los modernos censores y censoras «progres» ni se proponen desafiar al capitalismo, ni hacer ninguna revolución, ni tampoco se hallan en medio de ninguna guerra civil. Muchos «progres» de hoy en día parecen empeñarse en desmentir a Fukuyama, pero no haciendo realidad una sociedad alternativa al capitalismo, sino creando las condiciones para un capitalismo que sigue siendo tan capitalista como siempre, pero ya no es liberal. La vía rápida de refutación del fin de la historia, podríamos decir. O una forma de progrefascismo.

https://kalewche.com/los-nuevos-inquisidores/

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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