Miscelánea 16/VI/2023

Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1.Entrevista a Yayo Herrero sobre la propuesta de Sumar.
2. Rybar sobre la situación militar.
3. “Monitorizar”.
4.Muy mala idea.
5. Donde las dan, las toman.
6. El nuevo no alineamiento.
7. Otra entrevista a Hickel.
8. Sorpresa en Letonia.

1. Entrevista a Yayo Herrero sobre la propuesta de Sumar

También hemos visto muchas entrevistas por aquí a Yayo Herrero, pero creo que esta tiene especial interés dado que ella ha sido la coordinadora del grupo que ha elaborado la propuesta de Sumar para la transición ecosocial.

https://ctxt.es/es/20230601/

«Hay que generar marcos políticos que imaginen y construyan horizontes de utopía alcanzables”

Vanesa Jiménez Miguel Mora 14/06/2023

Yayo Herrero (Madrid, 1965) no necesita muchas presentaciones, y menos en esta revista, donde coordina la sección de Crisis Ecosocial y es miembro destacado de su Consejo Editorial. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social, Herrero es una de las personas más relevantes de nuestro país en la defensa del planeta y de una transición ecológica justa para proteger a todos los seres que lo habitan.

En los últimos meses, la activista ecofeminista ha publicado dos libros: Toma de Tierra y Ecofeminismos. El primero es una recopilación de textos, editados por Brenda Chávez y revisados por Isabel Lerma, de la editorial Caniche, que giran en torno a la necesidad de organizar el aterrizaje en la Tierra y en los cuerpos de un mundo dopado con petróleo que no puede seguir sosteniéndose con la misma lógica. Ecofeminismos forma parte de una colección editada por Icaria y presenta distintas reflexiones ecofeministas a través del diálogo con Verónica Gago, pensadora y activista argentina.

Mientras cerraba estos dos libros, Herrero encabezó uno de los grupos de trabajo de la plataforma electoral de Yolanda Díaz, “para mí una obligación moral”, según explica. En esta entrevista, también reflexiona sobre las lógicas de los partidos llamados de izquierda y rechaza el veto a Irene Montero. “Un error repetido. Lo mismo hicieron con Ada Colau, Mónica Oltra o Carlos Sánchez Mato”.

Usted lideró el grupo de Transición Ecológica Justa de Sumar. ¿Por qué aceptó la propuesta de la vicepresidenta del Gobierno?

Me pareció que la propuesta tenía muy buen enfoque. No se trataba de hacer ni un programa electoral ni un programa de gobierno. Nos propusieron mirar con un horizonte de diez años y pensar cuáles serían las prioridades y las líneas de trabajo fundamentales sobre Transición Ecológica Justa en ese período. Se quería además que fuese un proceso de trabajo lo más participado posible, teniendo en cuenta que había que hacerlo en dos meses.

Yo no estoy en ningún partido político ni plataforma electoral, pero creo que cuando a las activistas nos preguntan sobre lo que habría que hacer, debemos tratar de contestar. Yo lo he hecho y, en general, el movimiento ecologista lo ha hecho siempre que una candidatura ha preguntado. Para mí, aceptar era una obligación moral.

En el fondo, suponía tratar de anclar en la política reflexiones como las que hacía en los libros. No es frecuente que desde el ámbito de la política institucional se impulsen procesos de reflexión que vayan más allá de la próxima campaña electoral. Y a mí me parece que es crucial.

La cuestión ahora es si con el adelanto electoral y la bronca, que no se cómo definir, va a existir la posibilidad de aterrizar en un programa la enormidad de problemas que se cruzan poniendo el bienestar de todas las personas como prioridad y reconfigurando la calidad de vida en contextos de translimitación, pérdidas de cosechas, sequía, olas de calor, etc.

En el proceso deliberativo, usted reunió a decenas de personas muy diversas, por origen y por formación. ¿Cuál era el objetivo?

Efectivamente. Pedí ayuda al Foro de Transiciones, del que formo parte, para coordinar el trabajo. Pedimos documentos breves a personas, grupos de investigación, a diversos movimientos sociales y colectivos expertos sobre transición ecológica, derechos humanos, energía, minerales, ecología política, seguridad, derechos laborales, mundos rurales, urbanismo y ciudad, cultura, economía ecológica, ordenación del territorio, pensamiento ecosocial y resiliencia, tratados comerciales, etc.

Creamos un grupo de deliberación constituido por unas setenta personas que, a partir de metodologías de construcción colectiva, debatieron y construyeron propuestas en cuatro sesiones virtuales de tres horas y media cada una. Había personas pertenecientes al movimiento ecologista, feminista, pacifista y vecinal, trabajadoras domésticas, abogadas, trabajadores del campo, directivos y directivas de gran empresa y de pymes, personas migradas, profesores y profesoras, juristas, sindicalistas de diversas organizaciones estatales o autonómicas, militantes de diversos partidos o corrientes políticas que han participado a título individual (por ejemplo, de Podemos, Más País, IU, Equo, Alianza Verde, Comunes, Bildu, PSOE o Compromís), personas del ámbito de la cultura, de la autogestión rural, activistas por el derecho a la vivienda y contra la pobreza energética, supervivientes de diferentes tipos de violencias, amas y amos de casa, jóvenes pertenecientes a organizaciones sociales, pensionistas, etc.). Participó gente de todas las comunidades autónomas y de la Ciudad Autónoma de Melilla –se nos quedó fuera, lamentablemente Ceuta–. La mitad provenían de entornos urbanos y la otra mitad de los espacios rurales.

También organizamos un grupo de discusión con niños y niñas de entre 8 y 12 años y realizamos tres entrevistas en profundidad con personas con conocimiento y experiencia en Transición Justa, sobre todo en el ámbito del empleo y de la energía.

No todos eran especialistas, entonces.

La mayor parte de la gente que participó no pertenecía al movimiento ecologista y no trabajaba en cuestiones relacionadas con la ecología. El objetivo era consensuar un punto de partida, un suelo común que pisar, un diagnóstico y desde ahí construir propuestas. Para nosotros la Transición Ecológica Justa no es un punto más en un proyecto político, sino el contexto y propósito en el que debe enmarcarse toda la política pública. No es así como se ha planteado inicialmente desde Sumar, pero esperamos que se termine comprendiendo de este modo.

En el diagnóstico abordamos la crisis ecosocial y también la situación de precariedad, pobreza y despojo de condiciones de vida en el vive una parte no pequeña de personas en el Estado español. A partir de ese diagnóstico, que evidencia que la crisis ecosocial, la precariedad y la explotación están fuertemente correlacionadas, hemos tratado de establecer prioridades para poner en marcha una Transición Ecológica Justa y una propuesta de la gobernanza de alcanzarla. Entregamos el trabajo en enero. Después, Sumar ha abierto el proceso a la participación de cualquier persona que lo desee. Cualquiera podía sugerir propuestas en la plataforma de Sumar, previa inscripción, que no necesariamente tienen que estar sujetas a lo que plantea este documento.

Las prisas y las circunstancias de las elecciones del 23J han hecho que ese trabajo, que requiere debate y tiempo de calidad para construir consensos, se haya detenido, al menos por el momento. Sumar se ha metido de lleno en hacer un programa que tiene que cerrar con urgencia. Yo en este proceso ya no estoy, porque considero que quienes deben marcar las prioridades son las personas que se van a comprometer a cumplirlas ante su electorado. Pero creo que el documento que hicimos permite extraer los compromisos sin mucha dificultad, porque estaban calendarizados para los próximos diez años.

El documento final resume en más de 30 páginas el trabajo de muchas semanas. ¿qué destacaría?

La propuesta está colgada en la plataforma de Sumar y más completa en la del Foro de Transiciones porque hicimos un par de anexos, que no cabían en el esquema de la propuesta de Sumar –por exceder la extensión propuesta– pero que nos parecía importante recoger y poner a disposición de quien los quiera leer.

A mí me parece un documento que tiene un enorme interés. En realidad nos lo parece a las personas que participamos en él. No es un documento cómodo. Y es ambicioso. Pero creo que plantea una incomodidad y ambición directamente proporcional a la magnitud del problema que afrontamos. Es un documento que debe entrar en diálogo con muchos de los otros grupos de trabajo que se configuraron en Sumar y, en general, nos gustaría que con otras organizaciones y partidos políticos.

Destacaría, por ejemplo la propia definición que hacemos de la Transición Ecológica Justa como el proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de condiciones de existencia digna y buena para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

Dicho a lo bruto, reconoce que el meollo de la transición ecológica justa es pensar en cómo vamos a garantizar vidas dignas y suficientes en lo material para todas las personas en contextos de cambio climático y de contracción material en términos de agua, energía, minerales, etc.

¿Cómo afrontar la frustración que producen esas nuevas realidades?

En contra de la idea de que hablar de estas cuestiones da bajona, quienes han participado en este proceso han comentado, sin ser ecologistas, que lo que les deprime y entristece es intuir que las cosas no van bien. Decían que miran alrededor y ven que cada vez más gente tiene dificultades para acceder a la vivienda, para pagar la luz, para llegar a fin de mes; que cada verano se sacan menos bolas de heno de los prados, que los insumos para producir en el campo son carísimos, que a partir del día 20 del mes muchos hogares dejan de poder comprar fruta u otros alimentos que consideran necesarios, que las personas más jóvenes se marchan de los pueblos porque te alquilan casa de octubre a junio, pero la tienes que abandonar en el verano para que la ocupen los turistas que van de vacaciones. Se señalaba que la gente que tienen alrededor está en una situación de cansancio y malestar permanente, está triste y crispada. Lo que les agobiaba es que no se aborden los problemas de frente, que no se nombren. Señalaron que lo que más desafección política causa son las peleas feroces, que se dan fundamentalmente en las redes sociales y en los medios de comunicación, entre todos los que dicen que la prioridad es atajar los problemas sociales.

Lo más significativo es que con el diagnóstico tan duro que hacíamos, quienes han participado en el desarrollo colaborativo de este informe han calificado el proceso y el resultado como ilusionante, clarificador, enriquecedor y muy positivo.

El texto se estructura en tres apartados: el porqué de una Transición Ecológica Justa, los objetivos y la propuesta de gobernanza para España y la necesidad de una transformación cultural. Si pudiera desarrollar brevemente cada uno de ellos.

En cuanto al porqué una Transición Ecológica Justa, en el texto señalamos que vivimos una crisis multidimensional y global que comienzan a vivirse con intensidad también en el mundo enriquecido –muchos pueblos viven en una situación crítica y violenta desde hace muchísimo tiempo–. Las consecuencias de vivir bajo un orden económico, político y cultural que ha declarado la guerra a la vida son el caos climático, escasez de algunos bienes ligada al uso irracional de recursos finitos, vulneración de la protección social –que afecta asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia–, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos que, aunque insuficientes, habían sido adquiridos con mucho esfuerzo, guerras, migraciones forzosas (internas e internacionales), extractivismo y expulsión…

Las personas participantes en este proceso hemos nombrado de forma diferente este momento histórico: largo declive, mutación, colapso, desbordamiento…, pero coincidimos en que estamos asistiendo al desmoronamiento de un sistema económico y social cimentado en el crecimiento productivista e industrialista, en la aplicación intensiva de tecnologías duras, en el uso desmedido de recursos naturales finitos y en la producción de armas de destrucción masiva. Un modelo capitalista –incluyendo el capitalismo de estado de China– atrapado en una racionalidad fantasiosa y despiadada que le incapacita para resolver los problemas que él mismo ha creado. Un modelo exitoso para la acumulación y concentración de poder pero fallido para garantizar la vida decente de personas y comunidades en el presente y en el futuro.

La cuestión es que ni el presente ni el futuro de las sociedades humanas están predeterminados ni escritos. Tenemos medios, capacidad y potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto que no rehúya ni disfrace la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con compromiso y esperanza.
Hemos definido ocho objetivos que debería perseguir esa Transición Ecológica Justa. El primero sería garantizar que todas las personas y comunidades puedan disfrutar de una vida segura y digna, porque sin justicia no habrá transición ecológica. Si hay que elegir entre la supervivencia económica en el corto plazo, y supervivencia ecológica y económica en el corto-medio plazo, se priorizará la primera opción volviendo inviable la segunda. Pero sin una política que gestione la escasez inducida por una economía que desborda los límites, con principios que garanticen lo suficiente para todo el mundo, ponga límites al exceso y redistribuya la riqueza, será el mercado el que racione, generando cada vez más despojo, desigualdad e insostenibilidad de las vidas.

Los siguientes objetivos apuntan a la reducción de la huella ecológica del sistema económico para compatibilizar la cobertura de las necesidades de todo el mundo con la biocapacidad del país y la global y el abordaje del cambio climático; adaptar el trabajo y el empleo a las circunstancias de la crisis ecosocial y al servicio de la Transición Ecológica Justa; desplegar procesos que acometan las situaciones de contingencia y urgencia derivadas de los efectos de la crisis ecológica y climática; detener los principales procesos de destrucción ecológica; restaurar y favorecer la resiliencia de los ecosistemas clave del país y proteger la vida no humana; transitar hacia modelos territoriales justos y sostenibles que generen nuevas relaciones de cooperación entre los mundos urbanos, rurales y naturales; y construir un soporte económico y financiero que haga viable la Transición Ecológica Justa. Para esta última parte, nos ayudó Carlos Sánchez Mato, que nos hizo “las cuentas” para financiar esta transición.

También hemos tratado de hacer una propuesta que imagine cómo gobernar una Transición Ecológica Justa para el horizonte de los próximos diez años en el que nos pidieron trabajar. La cuestión de la profundización de la democracia, la participación real y la deliberación en todas las escalas territoriales es clave, al igual que colocar el objetivo de la Transición Justa como una prioridad de gobierno para todos los ministerios y administraciones públicas. De lo contrario, no funciona. Hicimos el esfuerzo de imaginar cuál sería la forma de hacer efectiva la Transición Ecológica Justa en sus primeros diez años.

El documento dedica varias páginas a la cuestión del cambio cultural.

Sí. El gran reto de la Transición Ecológica Justa es la reorientación de las aspiraciones y deseos de una buena parte de la sociedad. Por eso, una de sus mayores dificultades es la transformación cultural que se requiere para hacerla deseable.

Hay que asumir que hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. Es más, en situaciones de dificultad, la demagogia, la frustración y la proliferación de las opciones populistas y autoritarias podrían verse fortalecidas, tal y como ya está ocurriendo.

Sucede en los mismos grupos de trabajo que ha creado Sumar. Los resultados de los grupos son contradictorios entre sí al no partir de un diagnóstico compartido. Por eso la deliberación es clave.

Uno de los principales problemas que, a mi juicio, tiene la política institucional es que los partidos carecen, en general, de espacios de deliberación y elaboración tranquilos, no digo lentos, sino no expuestos en el escaparate de los medios de comunicación. Tampoco tienen, mayoritariamente, trabajo en lo concreto ni anclaje en el mundo real, donde la gente sufre y vive los malestares.

No es fácil encontrar un equilibrio entre el reconocimiento tranquilo y realista de la situación que atravesamos y la generación de marcos políticos que imaginen, propongan, construyan y consensúen horizontes de deseo y utopía que sean motivadores y alcanzables. Pero es muy importante hacerlo. No equilibrar ambas cosas conduce a hacer diagnósticos durísimos que no ofrecen salida esperanzadora o asumir planteamientos cuya insuficiencia se traduce en vidas precarias o vidas perdidas presentes y futuras.

En nuestra opinión, las personas y cuadros que vayan a llevar adelante este proyecto tienen que ser capaces de comprender bien qué es la Transición Ecológica Justa y deben saber explicarla con nitidez, honestidad y convicción. En un marco social como el actual, la confusión que hay alrededor de conceptos manidos se convierte en un enorme obstáculo. Algunas etiquetas pueden funcionar en un primer momento, pero éste es un camino de largo recorrido, y las promesas fallidas o las ilusiones no satisfechas en el plano de la política institucional generan una enorme decepción y desafección que le pone la alfombra roja a la entrada de opciones autoritarias, populistas, que conectan con esos malestares. También aquí hay que pensar en el corto, medio y largo plazo.

Por eso, lo cultural es muy importante. En nuestra propuesta, una cuestión central era la articulación de una campaña enorme que llegase hasta el último rincón. La Asamblea Climática Ciudadana que puso en marcha el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, y nuestro propio proceso, aunque modestos y pequeños, evidencian que cuando gente diversa se pone a pensar y a dialogar, puede llegar a un entendimiento. Yo, personalmente es a lo que decidí dedicar mi esfuerzo desde hace mucho.

¿Hay opción de supervivencia no ya para España, sino para el planeta, sin una Transición Ecológica Justa?

Opción de sobrevivir hay, claro, la clave es cómo, qué vida es la que queremos vivir. Es muy probable que dentro de cien años las sociedades sean más “ecológicas” porque sí o sí se vivirá con menos energía y materiales, y aquello que se precise vendrá de más cerca… La cosa es cómo llegaremos allí, si nos dejaremos a mucha gente por el camino, si el mundo se habrá dividido, aún más, entre sectores ricos y atrincherados y mayorías empobrecidas, o si habremos logrado encarrilar la situación y viviremos en sociedades en las que se produce lo suficiente para garantizar vidas dignas, si la tecnología será una tecnología humilde al servicio de la conservación de las vidas humanas y no humanas, si se habrá avanzado en sociedades libres del dominio de unas personas sobre otras y en el disfrute de una vida sencilla en lo material pero rica en lo relacional, en autonomía interdependiente, en tiempo…

En nuestra opinión, es claramente un cambio a mejor. Cuando se dice que una transición ecológica justa empobrece, se olvida que ya hay mucha gente que vive mal, que no puede pagar la casa, la factura de la luz o que llena la tripa como puede, que tiene miedo a salir a la calle por si le agreden por ser lo que es, o tiene miedo a quedarse en casa porque es un lugar violento, que tiene miedo al futuro y al desamparo. Para toda la gente que hoy lo pasa mal, la Transición Ecológica Justa es ir a mejor. Es poder vivir sin el miedo y angustia que da pensar que nadie se va a hacer cargo de ti. Precisamente para los sectores sociales más empobrecidos, una transición como la que hemos descrito es un proyecto político emancipador, probablemente el único que pueda asegurar la cobertura digna de las necesidades.

¿Cómo queda todo esto con la situación actual en Sumar y el adelanto electoral?

No lo sé. Espero que el trabajo que hemos hecho sirva para inspirar las propuestas que se hagan. Pero es un trabajo que sirve más allá de la coyuntura electoral, me consta que se está compartiendo en muchos lugares, incluidas otras opciones electorales, y siendo fuente de debate y contraste. Ese es su sentido.

Para mí, lo que pasa en las instituciones es muy importante. Desde luego no me da igual quién gobierne, pero a veces tengo la sensación de que a quienes están en la contienda electoral llega a darles igual.

Me cuesta enormemente entender la lógica de los partidos de esto que llamamos izquierdas. Si el motivo de vetar a Irene Montero es que resta votos porque la derecha, el lawfare y muchos medios de comunicación la han convertido, a los ojos de ciertos sectores, en una persona odiosa y sin valor, me parece un error. Un error repetido. Lo mismo hicieron con Ada Colau, Mónica Oltra o Carlos Sánchez Mato. Y salvo, afortunadamente, en el caso de Colau, el resultado fue también el abandono más absoluto por parte de los suyos. Y también la renuncia a los logros políticos obtenidos por estas personas en el desempeño de sus cargos y la asunción de la derrota ante una derecha reaccionaria a la que, de alguna manera, se le otorga el poder de definir qué es posible y qué es lo que no se va a tolerar.

Yo me alegro de que se hayan integrado tantos partidos en Sumar, pero me parece amargo cómo se ha construido. Tampoco necesito ilusión, una palabra vacía que se ha convertido para la izquierda en lo que la libertad es para Ayuso. En realidad nunca he sentido una gran ilusión por votar.

Que en estos momentos no me ilusione especialmente Sumar no significa que esté desesperanzada o desmotivada para votar. Me importa lo que pasa en la institución y sé que las vidas concretas de muchas se verán afectadas por lo que salga. Pero tengo claro que no es lo único. Sé que los cambios institucionales para la Transición Ecológica Justa tendrán que venir empujados desde la sociedad civil. Sé que los movimientos sociales y las organizaciones de base ahora no son fuertes, pero cada cual tiene que elegir desde dónde empuja y yo he elegido estar ahí. Y desde ahí, colaborar con todo lo que busque construir una vida digna, disfrutona y, como dice Francia Márquez, sabrosa.

2. Rybar sobre la situación militar

El pequeño vídeo de Rybar sobre la situación militar el 15 de junio:

https://twitter.com/rybar_

3. “Monitorizar”

El nuevo presidente checo, antiguo general otanista, declara que todos los ciudadanos rusos en Europa deberían ser especialmente «monitorizados», poniendo como ejemplo los campos de concentración para japoneses en los EEUU durante la 2ª Guerra Mundial. https://twitter.com/ (una cuenta fascista proucraniana)

4. Muy mala idea.

Me preocupa mucho que este artículo de un exasesor de Yeltsin y Putin se publique no solo en la prensa rusa sino también en la edición inglesa -como mínimo- de RT. No creo que plantearse el uso de armas nucleares como «mal menor» esté nunca justificado. Espero que sea solo una táctica para presionar a Occidente y no lo estén pensando en serio.

https://swentr.site/russia/

Serguéi Karagánov: Utilizando sus armas nucleares, Rusia podría salvar a la humanidad de una catástrofe mundial

Una decisión dura pero necesaria obligaría probablemente a Occidente a retroceder, lo que permitiría poner fin antes a la crisis ucraniana e impediría que se extendiera a otros Estados

Por el profesor Sergey Karaganov, presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, y supervisor académico de la Escuela de Economía Internacional y Asuntos Exteriores Escuela Superior de Economía (HSE) de Moscú
Sergey Karaganov: Utilizando sus armas nucleares, Rusia podría salvar a la humanidad de una catástrofe global.

Este artículo ha suscitado un gran debate entre los expertos rusos sobre las armas nucleares, su papel y las condiciones de su uso.

Esto es especialmente cierto dada la condición de Sergey Karaganov como antiguo asesor presidencial tanto de Boris Yeltsin como de Vladimir Putin, y su posición como jefe del Consejo de Política Exterior y de Defensa, un conocido think tank moscovita.
Algunas personalidades han reaccionado con consternación, mientras que otras han sido menos críticas.

RT ha decidido que sería beneficioso para nuestros lectores leerlo en su totalidad. El siguiente artículo ha sido traducido [al inglés] y ligeramente editado.
***

Nuestro país, y sus dirigentes, me parece que se enfrentan a una difícil elección. Cada vez está más claro que nuestro enfrentamiento con Occidente no terminará ni siquiera si logramos una victoria parcial -por no decir aplastante- en Ucrania.

Incluso si liberamos completamente las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporozhye y Kherson, será una victoria mínima. Un éxito ligeramente mayor sería liberar todo el este y el sur de Ucrania en uno o dos años. Pero seguiría dejando parte del país con una población ultranacionalista aún más amargada y repleta de armas, una herida sangrante que amenaza con complicaciones inevitables, como otra guerra.

La situación podría ser peor si liberamos toda Ucrania a costa de sacrificios monstruosos y nos quedamos con ruinas y una población que nos odia mayoritariamente. Haría falta más de una década para «reeducarlos».

Cualquiera de estas opciones, especialmente la última, distraerá a Rusia del tan necesario desplazamiento de su centro espiritual, económico, militar y político hacia el este de Eurasia. Nos quedaremos atascados con un derrochador enfoque en Occidente. Y los territorios de la actual Ucrania, especialmente los centrales y occidentales, atraerán recursos, tanto humanos como financieros. Estas regiones estaban muy subvencionadas incluso en la época soviética.
Mientras tanto, continuará la hostilidad de Occidente, que apoyará una guerra civil de guerrillas de combustión lenta.
Una opción más atractiva es la liberación y reunificación del este y el sur, y la imposición de la capitulación a los restos de Ucrania con una desmilitarización completa, creando un Estado amigo y tampón. Pero tal resultado sólo sería posible si somos capaces de romper la voluntad de Occidente de apoyar a la junta de Kiev, y utilizarla contra nosotros, forzando al bloque liderado por Estados Unidos a una retirada estratégica.
Y aquí llego a una cuestión crucial pero apenas discutida. La causa principal de la crisis ucraniana, así como de muchos otros conflictos en el mundo, y del aumento general de las amenazas militares, es el fracaso acelerado de las élites gobernantes occidentales contemporáneas.

Esta crisis va acompañada de un rápido cambio sin precedentes en el equilibrio de poder en el mundo a favor de la mayoría global, impulsada económicamente por China y en parte por la India, con Rusia como ancla militar y estratégica. Este debilitamiento no sólo enfurece a las élites imperiales-cosmopolitas (el presidente estadounidense Joe Biden y los de su calaña), sino que también asusta a las élites imperiales-nacionales (como su predecesor Donald Trump). Occidente está perdiendo la ventaja que ha tenido durante cinco siglos para desviar la riqueza del mundo entero imponiendo su orden político y económico y estableciendo su dominio cultural, principalmente por la fuerza bruta. Así pues, no hay un final rápido para la confrontación defensiva, pero agresiva, que ha desatado Occidente.
Este colapso moral, político y económico lleva gestándose desde mediados de la década de 1960, se interrumpió con el colapso de la URSS, pero se reanudó con renovado vigor en la década de 2000 (las derrotas de los estadounidenses y sus aliados en Irak y Afganistán, y la crisis del modelo económico occidental en 2008 fueron hitos).
Para frenar este cambio sísmico, Occidente se ha consolidado temporalmente. Estados Unidos ha convertido a Ucrania en un saco de boxeo para atar las manos de Rusia, el eje político-militar de un mundo no occidental liberado de los grilletes del neocolonialismo. Idealmente, por supuesto, a los estadounidenses les gustaría simplemente hacer estallar nuestro país y así debilitar radicalmente a la superpotencia alternativa emergente, China. Nosotros, bien por no darnos cuenta de la inevitabilidad del choque, bien por atesorar nuestras fuerzas, hemos tardado en actuar preventivamente. Además, de acuerdo con el pensamiento político y militar moderno, principalmente occidental, nos precipitamos al elevar el umbral para el uso de armas nucleares, fuimos imprecisos al evaluar la situación en Ucrania y no acertamos del todo al lanzar la actual operación militar.
Al fracasar internamente, las élites occidentales han alimentado activamente las malas hierbas que han echado raíces en el suelo de 70 años de prosperidad, saciedad y paz. Se trata de ideologías antihumanas: la negación de la familia, de la patria, de la historia, del amor entre hombres y mujeres, de la fe, del servicio a ideales superiores, de todo lo que es humano. Su filosofía consiste en eliminar a los que se resisten. El objetivo es castrar a la gente para reducir su capacidad de resistir al capitalismo «globalista» moderno, que es cada vez más obviamente injusto y perjudicial para el hombre y la humanidad.
Mientras tanto, un debilitado EEUU está destruyendo Europa Occidental y otros países dependientes de él, tratando de empujarlos a una confrontación que seguirá a Ucrania. Las élites de la mayoría de estos países han perdido el norte y, presas del pánico por la crisis de sus propias posiciones en casa y en el extranjero, están llevando obedientemente a sus países al matadero. Al mismo tiempo, debido a un mayor fracaso, a una sensación de impotencia, a siglos de rusofobia, a la degradación intelectual y a la pérdida de cultura estratégica, su odio es casi más intenso que el de Estados Unidos.
Así, la trayectoria de la mayoría de los países occidentales apunta claramente hacia un nuevo fascismo, que podría denominarse totalitarismo «liberal».

En el futuro, y esto es lo más importante, sólo irá a peor. Las treguas son posibles, pero la reconciliación no. La ira y la desesperación seguirán creciendo en oleadas y oleadas. Este vector del movimiento occidental es una clara señal de la deriva hacia el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Ya ha comenzado y podría estallar en una conflagración en toda regla, bien por accidente, bien debido a la creciente incompetencia e irresponsabilidad de los círculos dirigentes de Occidente.
La introducción de la inteligencia artificial y la robotización de la guerra aumentan el riesgo de una escalada involuntaria. Las máquinas pueden actuar fuera del control de las élites confundidas.
La situación se ve agravada por el «parasitismo estratégico»: en 75 años de relativa paz, la gente ha olvidado los horrores de la guerra, ha dejado de temer incluso a las armas nucleares. En todas partes, pero especialmente en Occidente, el instinto de autoconservación se ha debilitado.
He pasado muchos años estudiando la historia de la estrategia nuclear y he llegado a una conclusión inequívoca, aunque no científica. La aparición de las armas nucleares es el resultado de la intervención del Todopoderoso, que, horrorizado de que la humanidad hubiera desencadenado dos guerras mundiales en una generación, que costaron decenas de millones de vidas, nos dio las armas del Armagedón para mostrar a quienes habían perdido el miedo al infierno que éste existía. Sobre ese miedo descansaba la relativa paz de los últimos tres cuartos de siglo.
Pero ahora ese miedo ha desaparecido. Está ocurriendo lo impensable en términos de nociones previas de disuasión nuclear: un grupo de élites gobernantes, en un arrebato de rabia desesperada, ha desatado una guerra a gran escala en los bajos fondos de una superpotencia nuclear.
Hay que restaurar el miedo a la escalada atómica. De lo contrario, la humanidad está condenada.
No es sólo, y ni siquiera tanto, cómo será el futuro orden mundial lo que se está decidiendo ahora mismo en los campos de Ucrania. Sino más bien si el mundo al que estamos acostumbrados se conservará en absoluto, o si todo lo que quedará serán ruinas radiactivas, envenenando a los restos de la humanidad.
Rompiendo la voluntad de Occidente al imponer su agresión, no sólo nos salvaremos a nosotros mismos y liberaremos por fin al mundo del yugo occidental de cinco siglos, sino que también salvaremos a toda la humanidad. Empujando a Occidente hacia la catarsis y el abandono de la hegemonía de sus élites, le obligaremos a retroceder ante una catástrofe mundial. La humanidad tendrá una nueva oportunidad de desarrollarse.

Solución propuesta

Por supuesto, queda una ardua lucha por delante. También es necesario resolver nuestros propios problemas internos: deshacernos por fin de la mentalidad occidentalocéntrica y de los occidentalizadores de la clase administrativa. Especialmente los «compradores» y su peculiar forma de pensar. Por supuesto, en este ámbito, el bloque de la OTAN nos está ayudando, sin saberlo.

Nuestro viaje de 300 años por Europa nos ha dado muchas lecciones útiles y nos ha ayudado a formar nuestra gran cultura. Apreciemos nuestra herencia europea. Pero es hora de volver a casa, a nosotros mismos. Empecemos, con el bagaje que hemos acumulado, a vivir a nuestra manera. Nuestros amigos del Ministerio de Asuntos Exteriores han hecho recientemente un verdadero avance al referirse a Rusia como un Estado de civilización en su concepto de política exterior. Yo añadiría: una civilización de civilizaciones, abierta tanto al Norte como al Sur, al Oeste como al Este. Ahora la dirección principal del desarrollo es hacia el Sur, hacia el Norte y, sobre todo, hacia el Este.
El enfrentamiento con Occidente en Ucrania, acabe como acabe, no debe distraernos del movimiento estratégico interno -espiritual, cultural, económico, político y militar- hacia los Urales, Siberia y el Océano Pacífico. Es necesaria una nueva estrategia uralo-siberiana, que incluya varios poderosos proyectos de elevación espiritual, incluida, por supuesto, la creación de una tercera capital en Siberia. Este movimiento debería formar parte de la tan necesaria formulación del «sueño ruso», la imagen de la Rusia y el mundo a los que se aspira.
He escrito a menudo, y no soy el único, que los grandes Estados sin una gran idea dejan de ser tales o simplemente desaparecen en el vacío. La historia está plagada de tumbas de potencias que perdieron el rumbo. Esta idea debe crearse desde arriba y no depender, como hacen los tontos o los perezosos, de lo que venga de abajo. Debe corresponder a los valores y aspiraciones más profundos del pueblo y, sobre todo, debe hacernos avanzar a todos. Pero es responsabilidad de la élite y de los dirigentes del país formularla. El retraso en plantear esa visión es inaceptablemente largo.
Pero para que el futuro se haga realidad, hay que vencer la resistencia de las fuerzas del pasado, es decir, Occidente. Si esto no se logra, es casi seguro que habrá una guerra mundial a gran escala. Que probablemente será la última de este tipo.

Y aquí llego a la parte más difícil de este artículo. Podemos seguir luchando durante uno o dos años más, o incluso tres, sacrificando a miles y miles de nuestros mejores hombres y triturando a cientos de miles más que tienen la desgracia de caer en la trágica trampa histórica de lo que ahora se llama Ucrania. Pero esta operación militar no puede terminar en una victoria decisiva sin forzar a Occidente a una retirada estratégica o incluso a la capitulación. Debemos obligar a Occidente a abandonar sus intentos de hacer retroceder la historia, a abandonar sus intentos de dominación global, y obligarle a enfrentarse a sus propios problemas, a gestionar su actual crisis multifacética. Por decirlo crudamente, es necesario que Occidente simplemente «se vaya a la mierda» y ponga fin a su injerencia en la dirección de Rusia y del resto del mundo.
Sin embargo, para que esto ocurra, las élites occidentales deben redescubrir su propio sentido perdido de la autoconservación comprendiendo que los intentos de desgastar a Rusia jugando con los ucranianos en su contra son contraproducentes para el propio Occidente.
Hay que restaurar la credibilidad de la disuasión nuclear rebajando el umbral inaceptablemente alto para el uso de armas atómicas y subiendo con cautela pero con rapidez por la escalera de la disuasión-escalada. Ya se han dado los primeros pasos mediante declaraciones en este sentido del presidente y otros dirigentes, comenzando a desplegar armas nucleares y sus vectores en Bielorrusia, y aumentando la eficacia de combate de las fuerzas estratégicas de disuasión. Hay bastantes peldaños en esta escalera. Yo cuento unas dos docenas. Se podría llegar incluso a advertir a nuestros compatriotas y a todas las personas de buena voluntad sobre la necesidad de abandonar sus hogares cerca de los objetos de posibles ataques nucleares en los países que apoyan directamente al régimen de Kiev. El enemigo debe saber que estamos dispuestos a lanzar un ataque preventivo de represalia en respuesta a su agresión actual y pasada para evitar un deslizamiento hacia una guerra termonuclear global.
A menudo he dicho y escrito que con la estrategia correcta de disuasión e incluso de uso, se puede minimizar el riesgo de un ataque de «represalia» nuclear o de otro tipo en nuestro territorio. Sólo si hay un loco en la Casa Blanca que además odie a su propio país, Estados Unidos decidirá atacar en «defensa» de los europeos e invitar a represalias sacrificando una hipotética Boston por una nocional Poznan. Los estadounidenses y los europeos occidentales son muy conscientes de ello, sólo que prefieren no pensar en ello. Nosotros también hemos contribuido a esta imprudencia con nuestras declaraciones pacifistas. Habiendo estudiado la historia de la estrategia nuclear estadounidense, sé que después de que la URSS adquiriera una capacidad de represalia nuclear creíble, Washington nunca se planteó seriamente el uso de armas nucleares en territorio soviético, aunque públicamente fuera de farol. Cuando se consideraron las armas nucleares, fue sólo contra el «avance» de las fuerzas soviéticas en Europa Occidental. Sé que los difuntos cancilleres Helmut Kohl y Helmut Schmidt huyeron de sus búnkeres en cuanto surgió la cuestión de tal uso en un ejercicio.
El movimiento hacia abajo en la escala de contención-escalada debería ser bastante rápido. Dado el rumbo actual de Occidente -y la degradación de la mayoría de sus élites- cada decisión sucesiva que toma es más incompetente e ideológicamente velada que la anterior. Y, hoy por hoy, no podemos esperar que estas élites sean sustituidas por otras más responsables y razonables. Esto sólo ocurrirá tras una catarsis que conduzca al abandono de muchas ambiciones.

No podemos repetir el «escenario ucraniano». Durante un cuarto de siglo no se nos escuchó cuando advertimos de que la ampliación de la OTAN conduciría a la guerra; intentamos retrasarla, «negociar». Como resultado, acabamos en un grave conflicto armado. Ahora el precio de la indecisión es un orden de magnitud más alto de lo que habría sido antes.
Pero, ¿y si los actuales dirigentes occidentales se niegan a dar marcha atrás? ¿Quizá han perdido todo sentido de la autoconservación? Entonces tendremos que golpear a un grupo de objetivos en varios países para que los que han perdido el juicio vuelvan a entrar en razón.
Es una elección moralmente aterradora: estaríamos utilizando el arma de Dios y condenándonos a una gran pérdida espiritual. Pero si no se hace, no sólo puede perecer Rusia, sino que lo más probable es que acabe toda la civilización humana.
Tendremos que tomar esta decisión nosotros mismos. Incluso los amigos y simpatizantes no la apoyarán al principio. Si yo fuera chino, no querría un final abrupto y decisivo del conflicto, porque hará retroceder a las fuerzas estadounidenses y les permitirá reunir fuerzas para una batalla decisiva, ya sea directamente o, en la mejor tradición de Sun Tzu, obligando al enemigo a retirarse sin luchar. Como chino, también me opondría al uso de armas nucleares porque llevar la confrontación al nivel nuclear significa desplazarse a una zona en la que mi país todavía es débil.
Además, la acción decisiva no concuerda con la filosofía de la política exterior china, que hace hincapié en los factores económicos (con la acumulación de poder militar) y evita la confrontación directa. Yo apoyaría a un aliado proporcionándole cobertura en la retaguardia, pero iría a sus espaldas y no entraría en la refriega. (En este caso, tal vez no entienda lo bastante bien esta filosofía y esté atribuyendo a mis amigos chinos motivos que no son los suyos). Si Rusia utiliza armas nucleares, Pekín lo condenaría. Pero los corazones chinos también se regocijarían al saber que la reputación y la posición de Estados Unidos han recibido un duro golpe.
¿Cómo reaccionaríamos si (¡Dios no lo quiera!) Pakistán atacara a India, o viceversa? Estaríamos horrorizados. Molestos porque se ha roto el tabú nuclear. Entonces ayudemos a las víctimas y cambiemos nuestra doctrina nuclear en consecuencia.
Para India y otros países de la mayoría mundial, incluidos los Estados con armas nucleares (Pakistán, Israel), el uso de armas nucleares es inaceptable, tanto por razones morales como geoestratégicas. Si se utilizan «con éxito», el tabú nuclear -la noción de que tales armas no deben utilizarse nunca y que su uso es una vía directa al Armagedón nuclear- quedará devaluado. Es poco probable que ganemos apoyo rápidamente, aunque muchos en el Sur Global sentirían satisfacción por la derrota de sus antiguos opresores que les saquearon, llevaron a cabo genocidios e impusieron una cultura ajena.

Pero, al final, no se juzga a los vencedores. Y a los salvadores se les da las gracias. La cultura política europea occidental no recuerda, pero el resto del mundo sí (y con gratitud) cómo ayudamos a los chinos a liberarse de la brutal ocupación japonesa, y a muchas colonias occidentales a deshacerse del yugo colonial.

Por supuesto, si no nos entienden a la primera, tendrán más incentivos para educarse a sí mismos. Aún así, es muy probable que podamos ganar, y centrar las mentes estados enemigos sin medidas extremas, y obligarlos a retirarse. Y después de unos años, tomamos una posición como la retaguardia de China, como lo está haciendo ahora para nosotros, apoyándola en su lucha con los EE.UU.. Entonces esta lucha podrá evitarse sin una gran guerra. Y ganaremos juntos por el bien de todos, incluidos los pueblos de los países occidentales.

En ese momento, Rusia y el resto de la humanidad pasarán a través de todas las espinas y traumas hacia el futuro, que veo brillante -multipolar, multicultural, multicolor- y que dará a los países y pueblos la oportunidad de construir sus propios destinos además del común, que debería unir a todo el mundo.

5. Donde las dan, las toman.

El objetivo está claro: si Japón incita a la independencia de Taiwán, China apoyará la independencia de las islas Ryukyu (Okinawa).

https://asia.nikkei.com/

Análisis: Xi introduce Okinawa en el cóctel geopolítico de Asia Oriental

El Presidente habla de la historia del Reino de Ryukyu, haciendo hincapié en los lazos con China

KATSUJI NAKAZAWA, redactor jefe de Nikkei

15 de junio de 2023 04:00 JST

Katsuji Nakazawa es redactor jefe y editorialista de Nikkei en Tokio. Pasó siete años en China como corresponsal y más tarde como jefe de la oficina de China. En 2014 recibió el premio Vaughn-Ueda de Periodismo Internacional.
El 4 de junio, el Diario del Pueblo, portavoz del Partido Comunista Chino, publicó un polémico artículo en portada.
En ella, el propio presidente chino, Xi Jinping, hablaba en detalle de la historia del reino de Ryukyu, actual Okinawa, la prefectura más meridional de Japón.
Sus comentarios han desencadenado un mini «boom Ryukyu» entre los historiadores chinos, que han salido a la palestra y han emitido comentario tras comentario sobre el tema.
Con un solo comentario, ha metido a la estratégicamente situada cadena de islas en el berenjenal de las maniobras geopolíticas.
El artículo del Diario del Pueblo es un reportaje sobre la visita de Xi a los Archivos Nacionales de Publicaciones y Cultura de China, unas instalaciones creadas en las afueras de Pekín el año pasado para recopilar y conservar publicaciones chinas de distintas épocas.
Durante la visita, el 1 de junio, Xi se detuvo ante un libro impreso en madera sobre la historia del Reino de Ryukyu.
Este documento afirma que los descendientes de las 36 familias que emigraron a las Ryukyus en el siglo XIV regresaron a Fuzhou para rendir culto a sus antepasados; Xi Jinping lo mencionó en un artículo de primera página del Diario del Pueblo. (Foto de Katsuji Nakazawa)

Un conservador de los archivos dijo a Xi que el libro tiene importancia política. Demuestra que las islas Diaoyu -lo que los chinos llaman las islas Senkaku administradas por Japón- son territorio chino, decía el artículo.
A esto, Xi responde: «Cuando trabajaba en Fuzhou, sabía que Fuzhou tenía un museo Ryukyu y una tumba Ryukyu, y que Fuzhou tenía una profunda relación con Ryukyu».
Continuó diciendo que los 36 clanes del pueblo Min fueron a las islas Ryukyu y se asentaron, una referencia al movimiento de personas durante la China de la dinastía Ming en el siglo XIV. Hizo hincapié en la necesidad de recopilar y clasificar este tipo de documentos históricos para heredar y desarrollar bien la civilización china.
Aunque es difícil entender lo que significan los comentarios de Xi sobre Ryukyu, no se puede negar su importancia.
Durante la visita, Xi se refirió a los Archivos Nacionales como un proyecto que él mismo aprobó y al que siempre ha prestado atención.
Xi trabajó en la provincia de Fujian durante casi 17 años, empezando cuando tenía poco más de 30 años. La foto de abajo fue tomada en Fuzhou, capital de Fujian, en 1999, cuando Nikkei entrevistó a Xi, de 46 años, entonces gobernador en funciones de la provincia.
De hecho, cuando Xi era alto funcionario de Fuzhou, saludaba a visitantes de Okinawa que, según decían, eran descendientes de las 36 familias originales de Min.
La siguiente foto es del museo Ryukyu de Fuzhou. Los periodistas japoneses fueron invitados a grabar la visita de los descendientes.
La última parte de las declaraciones de Xi es la más importante. Dijo que sabía que Fuzhou mantenía una profunda relación con el Reino de Ryukyu. Sigue a la referencia del comisario a la soberanía china y las Senkaku.
En conjunto, el mensaje es claro: que hace 600 años Okinawa estaba bajo el dominio del orden mundial chino.
Xi cree firmemente que conocer la historia de China es necesario para comprender la China actual y hacia dónde se dirige.
Aunque sus comentarios en el Diario del Pueblo hacen referencia a la historia y la cultura, están relacionados con la geopolítica actual.
Lim Chuan-tiong, que dirige un centro de estudios japoneses en la Universidad china de Wuhan, señala que en China existe un gran interés por saber si el gobernador de Okinawa, Denny Tamaki, visitará el país. «Se cree que las declaraciones de Xi se han hecho con la intención de que Tamaki viaje a China», afirma.
Al parecer, Tamaki, partidario de reducir la concentración de bases estadounidenses en Okinawa, está considerando la posibilidad de visitar China el mes que viene.
«Al estrechar lazos con Okinawa, con la que mantiene profundas relaciones históricas, China puede estar queriendo formular una nueva estrategia regional, con la geopolítica en mente», afirmó Lim.
Este es el segundo auge de Ryukyu durante el mandato de Xi. El primero surgió en 2013, inmediatamente después de que Xi se convirtiera en el máximo dirigente chino, y también fue provocado por un artículo del Diario del Pueblo.
Ese artículo se publicó en una página interior del periódico el 8 de mayo de 2013. En él se decía que el reino de Ryukyu fue un Estado tributario de China durante las dinastías Ming y Qing.
El artículo decía entonces que había llegado el momento de volver a debatir la cuestión históricamente «no resuelta» de Ryukyu.
Okinawa, anteriormente conocida como el Reino de Ryukyu, es hoy conocida por sus populares complejos turísticos de playa.
Era la primera vez que el portavoz del partido concluía que la cuestión de Okinawa estaba en cierto modo sin resolver e incluso insinuaba la soberanía china sobre Okinawa, aunque de forma sutil.
La publicación del artículo en el Diario del Pueblo impulsó a otros medios de comunicación chinos a informar sobre la cuestión del estatus de Okinawa como noticia principal.
En aquel momento, el Global Times, periódico afiliado al Diario del Pueblo, afirmó en un editorial que China debía apoyar la independencia de Okinawa de Japón en el marco del derecho internacional.
Pero discutir el estatus de Okinawa contradice la postura del gobierno chino en el pasado. En la década de 1960, el padre fundador de la China comunista, Mao Zedong, reconoció a Okinawa como parte de Japón y apoyó su devolución a Japón del dominio estadounidense.
El Diario del Pueblo también dejó claro el 8 de enero de 1953 que las islas Senkaku formaban parte de Okinawa, diciendo que las islas Ryukyu al noreste de Taiwán estaban formadas por siete grupos de islas, incluidas las islas Senkaku, las islas Sakishima y las islas Okinawa.

Cuando se publicó el artículo del Diario del Pueblo de 2013, el entonces secretario jefe del Gabinete japonés, Yoshihide Suga, expresó su malestar por el mismo en una rueda de prensa, calificándolo de «totalmente irreflexivo», y subrayó que Okinawa formaba parte del territorio japonés más allá de toda duda.
Japón presentó una enérgica protesta ante China por el artículo. Estados Unidos también dejó claro que Okinawa pertenecía a Japón.
Li Guoqiang, uno de los coautores del artículo delPeople’s Daily de 2013, declaró entonces a Nikkei que no se centraba en Okinawa, sino en la cuestión de las islas Diaoyu, y que quería mantener conversaciones con académicos japoneses en Japón.
Ha pasado una década desde el primer boom de las Ryukyu, y Li se ha convertido en una figura influyente, ejerciendo de subdirector general de la Academia China de Historia, que Xi visitó el 2 de junio, un día después de su visita a los archivos.
Li apareció recientemente en el principal programa de noticias de la Televisión Central de China, de gestión estatal, destacando que la academia promoverá la investigación histórica como parte del impulso modernizador al estilo chino de Xi.
El Pabellón Ryukyu de Fuzhou, provincia de Fujian, describe la historia de los intercambios con las islas Ryukyu. (Foto de Katsuji Nakazawa)
Como demuestran los papeles de Li, los mismos actores participaron en la creación de ambos booms de las Ryukyu.
La diferencia con el auge de 2013, sin embargo, es el hecho de que China aboga ahora por la promoción de intercambios amistosos con Okinawa, incluso preparándose para saludar al gobernador Tamaki.
Wu Jianghao, el nuevo embajador de China en Japón, se reunió a finales de marzo con Yoshimi Teruya, vicegobernador de Okinawa, en la embajada china en Tokio. El inusual encuentro formaba parte de los preparativos para los intercambios amistosos.
Okinawa no sólo alberga numerosas bases militares estadounidenses, sino que es el eje geopolítico de los esfuerzos por garantizar la seguridad en la región Indo-Pacífica. Si Estados Unidos y China chocan por Taiwán, Okinawa también se verá afectada.
Una fuente familiarizada con la situación afirma que Okinawa se está convirtiendo en un caso de prueba de los esfuerzos chinos por ajustar el concepto pasado de un orden sino-céntrico, para alinearlo mejor con la situación internacional actual. Una forma de lograrlo podría ser suavizar el «orden sino-céntrico» para poder utilizarlo en maniobras geopolíticas.
Fue el propio Xi quien desencadenó el actual auge de Ryukyu. No dude de que su impacto en las relaciones chino-japonesas será considerable.

6. El nuevo no alineamiento

Como me despisté con el anterior, casi se nos juntan los dos últimos boletines del Instituto Tricontinental. Siempre interesantes, por otra parte.

https://thetricontinental.org/

El surgimiento de un nuevo no alineamiento | Boletín 24 (2023)

7. Otra entrevista a Hickel

Igual estáis un poco hartos porque con la presentación de su libro se está prodigando mucho en entrevistas, pero a mí me resultan siempre muy interesantes.

https://www.elconfidencial.

Entrevista a Jason Hickel

«Los partidos verdes son burgueses. Les importa la política ambiental, pero no tanto la gente»

Este investigador de origen africano se ha convertido en una de las voces más respetadas entre los teóricos del decrecimiento. En su nuevo libro habla de la revolución poscapitalista

Por Guillermo Cid

06/06/2023 – 13:45

A Jason Hickel no le cuesta hablar de impulsar revoluciones, de apostar por la lucha de clases o de tener que poner el objetivo sobre los ricos. Lo hace sin miramientos, aunque su aspecto es el de un prestigioso investigador que ahora incluso cuenta con financiación de la Unión Europea para estudiar el futuro que viene y cómo evitar que el sistema se venga abajo. Este antropólogo económico nacido en Esuatini (Suazilandia) se ha convertido en los últimos tiempos en una de las caras más conocidas, sino su mayor experto, de un movimiento que no deja de ganar enteros entre los círculos verdes: el decrecimiento. Y su último libro, nombrado como uno de los libros del 2021 por el Financial Times, es un canto a un futuro en el que estas teorías lideren un planeta poscapitalista.

Miembro de la Royal Society of Arts, Hickel lleva un año como catedrático del Instituto de Ciencia y Tecnología Medioambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona y también tiene su hueco en el Centro de Justicia Global y Medio Ambiente de la Universidad de Oslo. Ahora, desde su despacho de la UAB, compagina sus entrevistas porMenos es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo (Capitán Swing, 2023) con el liderazgo de investigaciones como la que financiará la Unión Europea durante los próximos seis años y que tiene como objetivo final explorar caminos hacia la economía poscrecimiento. Un apoyo institucional que, cree Hickel, muestra que todo lo que rodea el decrecimiento se asemeja a lo ocurrido con las teorías de Charles Darwin. Suponen un cambio de mentalidad histórico y difícil de digerir, pero lo acabaremos teniendo que aceptar.

En plena resaca electoral, este experto recibe a El Confidencial y no duda en atacar de frente las políticas de muchos partidos llamados verdes o de izquierdas, entendiendo que mucha gente haya dejado de votarles. Llama burgueses a los verdes, cree que hay que dar más protagonismo al mundo rural en la lucha contra el cambio climático y que esta debe partir de la narrativa de las clases. El decrecimiento, asegura, es un concepto tan amplio que debe abordarse como un cambio en la raíz del sistema. Todo lo que no empiece por proteger a la clase trabajadora de este cambio no conseguirá el objetivo final de salvar el medio ambiente y un futuro próspero.

PREGUNTA. ¿Qué es realmente el decrecimiento? Porque en el libro desmientes que este concepto vaya de un retroceso general en la economía, sino que hablas de que unos sectores deben crecer y otros caer.

RESPUESTA. Eso es. En este momento, la suposición dominante en economía es que cada sector debe crecer todo el tiempo, independientemente de si realmente lo necesitamos o no. En el mejor de los casos, esta es una forma irracional de dirigir una economía. Pero, en medio de una emergencia ecológica, es claramente una locura. Cuando se trata del bienestar humano, lo que importa no es el crecimiento agregado, sino el crecimiento de los sectores específicos que realmente necesitamos. Podemos estar de acuerdo en que necesitamos aumentar la producción de viviendas asequibles, el transporte público y la energía renovable. Obviamente, estas cosas son importantes para nuestras vidas y para el medio ambiente. Pero también podemos reducir la producción de cosas menos necesarias, como los SUV, los jets privados, los cruceros, la moda rápida o los combustibles fósiles. Debemos centrarnos en lo que es realmente relevante para nosotros y movilizar nuestra mano de obra y recursos en torno a eso, en lugar de simplemente hacer crecer la economía indiscriminadamente y esperar que esto resuelva nuestros problemas. Cosa que nunca ocurre.

P. Vale, pero ¿cómo hacemos esto? ¿Cómo se decide qué es importante y qué no? ¿Quién lo decide?

R. Bueno, creo que la democracia es muy importante aquí. En España, vivimos en una democracia política donde podemos elegir a nuestros líderes, pero no tenemos una democracia económica. Cierto. De modo que las decisiones sobre qué producir y cómo usar la mano de obra y los recursos las toma abrumadoramente el capital, que controla la producción. Y por capital me refiero a las grandes corporaciones, las grandes firmas financieras, los fondos de cobertura y el 1% que posee la mayoría de las acciones corporativas o activos invertibles. Ellos son los que determinan lo que producimos y producen solo lo que les es rentable. Es por eso por lo que obtenemos producción de cosas como SUV en lugar de transporte público. Así que realmente se trata de tomar el control democrático sobre las finanzas y la producción y organizarlo sobre lo que sabemos que es social y ecológicamente importante. Cuando democratizas las empresas y apuestas, por ejemplo, por las cooperativas, ves que se centran más en producir para el bienestar humano y el medio ambiente.

P. Pero ¿este discurso no se parece a postulados socialistas y comunistas?

R. Depende de lo que quieras decir. Cuando muchas personas piensan en una sociedad comunista, entonces piensan en una economía de mando y control autoritaria y centralizada. La historia ha demostrado que este tipo de sistemas pueden cometer errores graves. Lo importante aquí es la democracia económica. Si todos valoramos las democracias, entonces, extendamos el principio de la democracia a la esfera económica. Y no me importa cómo llames a eso, pero sabemos que en condiciones democráticas la gente organiza la producción para priorizar el bienestar y el medio ambiente en lugar del crecimiento por sí mismo. Enfatizo en ello porque el capitalismo, como lo tenemos ahora, no solo es un fracaso ecológico, también es un fracaso social.

Mira el caso de España. El 20 o el 30% de los jóvenes están en paro y viven en una completa inseguridad económica. Tienes a millones de personas que no pueden pagar una vivienda digna e incluso hay gente que tiene problemas para alimentarse, no pueden permitirse una dieta nutritiva. Es una locura que en una economía que es tan productiva y tan rica haya tanta miseria social. Y la razón es que el capitalismo organiza la producción no en torno a las necesidades y el bienestar humanos, sino en torno a la maximización de las ganancias.

P. ¿Cómo se resuelve esta situación desde la democracia?

R. Necesitamos resolver el doble problema de la crisis social y la crisis ecológica en el mismo golpe. Para conseguirlo, podemos apostar por una jugada a dos bandas. Primero hay que potenciar políticas sociales como los servicios públicos universales o garantizar que haya empleos y salarios dignos. Todo esto es para reducir la desigualdad y que todo el mundo tenga acceso a los recursos necesarios para vivir una buena vida. Tras ello, toca la otra pata: reducir las formas de producción menos necesarias. De esta manera, nadie sale lastimado. No hay pérdida de medios de subsistencia, no hay inseguridad económica de la que preocuparse. El problema es que los partidos socialistas y los partidos verdes han sido incapaces de hacer esto hasta ahora, ni siquiera han logrado objetivos básicos de la izquierda como son las viviendas asequibles y acabar con el desempleo. Esto parece difícil, pero no lo es si estás en el Gobierno. Sin embargo, han fallado en su cometido. No es de extrañar que la clase trabajadora ya no les vote.

Los partidos verdes en Europa son burgueses. Les importa la política ambiental, pero no les importa tanto la gente. No les importan las clases trabajadoras y los medios de subsistencia. Y, por lo tanto, no ven cómo sus políticas pueden afectar negativamente los medios de vida de la clase trabajadora. Necesitamos unir la política social y la política ecológica. Y esta puede ser una plataforma política muy popular porque sabemos que estas políticas como servicios públicos universales, garantía de empleo público, jornadas laborales más cortas, salarios dignos, desigualdad reducida y una economía centrada en el bienestar y la ecología en lugar de en el crecimiento continuo triunfan entre la gente.

P. Aquí mucha gente escucha la palabra decrecimiento y directamente se posiciona en contra. Y pasa también con muchas políticas ambientales, que se ven como un ataque directo al trabajador. ¿Cómo se cambia esa idea?

R. Tenemos que darle alternativas a la gente. No puedes decir que vas a poner un impuesto a los automóviles sin proporcionar transporte público alternativo que garantice el acceso a la movilidad. Y debería haber un transporte público de alta calidad, no un transporte público de mierda. La mayor parte de la gente conduce automóviles porque no tienen otra opción. Esto no es así en ciudades como Barcelona, donde hay muy buen transporte público, pero, en muchas de las ciudades más pequeñas y las áreas rurales, la gente no tiene elección. Se debe invertir en sistemas de transporte público para garantizar que las personas tengan acceso a una movilidad asequible. Es clave prestar atención a qué sistemas de aprovisionamiento alternativos se ofrecen a las personas para que no sufran algún tipo de pérdida. Piensa en la gente trabajadora a la que les quitas el coche, les dañas su casa, su sustento. Antes de hacer nada, debes garantizar que todo el mundo tenga acceso a los bienes y servicios que necesiten.

P. En España, el choque entre las políticas ambientales y los entornos rurales es claro. Muchas de sus propuestas se ven como políticas de ciudad que se imponen en el campo sin conocimiento.

R. Los partidos políticos han hecho un muy mal trabajo en esto porque son las poblaciones rurales las que más se han visto perjudicadas por algunas de las propuestas ecológicas. Por ejemplo, si hablas de reducir la producción de carne, perjudicas a muchas comunidades rurales que producen carne. Y luego vas a recibir una reacción violenta. Hay que reconocer que las poblaciones rurales quieren ser parte de esta transformación, y debemos verlos como un agente político activo en esta transformación. Están más cerca de las tierras en las que viven, entienden lo que la tierra necesita y hay que ofrecerles alternativas. Ahora, bajo el capitalismo, el capital se invierte en la producción de carne porque es muy rentable. Pero no hay razón por la que no podamos utilizar las finanzas públicas para invertir en la producción agroecológica. Dar dinero a lo que es saludable para la tierra y restaura los suelos. Y también podemos pagar a los agricultores para que realicen la restauración y reforestación de ecosistemas y la reposición de suelos. Lo que producimos en la economía depende totalmente de dónde invertimos nuestro dinero.

«La lucha ecológica es una lucha de clases en última instancia»

P. Tengo la sensación de que al final planteas todo esto como una guerra entre el capital público y el privado. ¿Es así? ¿No se puede convencer a la parte privada de pasarse a la lucha por un mundo más igualitario y que defienda el medio ambiente?

R. Creo que es una batalla entre las personas y el capital o entre, supongo que podría decir, el interés público y el capital o el 99% contra el 1%. La lucha ecologista es una lucha de clases en última instancia. Y nuestro objetivo debe ser nuevamente reclamar el control democrático sobre las finanzas e invertir en las formas de producción que sabemos que son social y ecológicamente necesarias. Ahora, eso puede tomar varias formas. Una opción es algún tipo de política industrial que pueda guiar al capital privado existente o simplemente tener un programa de finanzas públicas que invierta en formas de producción social y ecológicamente necesarias, movilizando la mano de obra en torno a eso. Lo que es crucial es el pleno empleo garantizado.

El desempleo es una escasez artificial creada por el capitalismo, no necesita existir. Y más crecimiento no acaba con el paro, como muestra muy claramente España. El país ha tenido mucho crecimiento en las últimas generaciones y el desempleo persiste, pero el paro sí se puede abolir directamente con empleo público garantizado que pueda llevar a las personas a formas de producción que son ecológica y socialmente necesarias.

P. Pero ¿es posible hacer esto en un mundo globalizado? Porque en España, que lo pones como ejemplo, muchos trabajadores deben aceptar ciertas condiciones porque las empresas dicen que, si no, el negocio no es sostenible y tendrían que llevarse la producción a otra parte. Al final, las compañías tienen mucho control, pueden cambiar de país si el Gobierno no les beneficia…

R. Es un punto muy interesante. Pero debemos tomar la iniciativa. Si el capital se niega a emplear mano de obra en buenas condiciones, las finanzas públicas pueden intervenir y hacerlo. Y piensa en cómo esto cambiaría el sector privado. Es decir, si hay trabajo público garantizado, con empleos que contribuyan a construir un futuro mejor, entonces, ¿por qué alguien trabajaría por un salario mínimo y se pondría a hacer hamburguesas para McDonald’s o algo así? Se alejarían de ese tipo de trabajos. En su lugar, optarían por la opción de garantía de empleo, que es un trabajo digno, bien remunerado, importante y significativo. Las empresas privadas se verían obligadas a mejorar sus ofertas o, de lo contrario, correr el riesgo de perder personal. Por lo tanto, puede ser una herramienta muy poderosa para mejorar los estándares laborales en toda la economía. Cualquier Gobierno de izquierda en el poder debería apostar por estas políticas inmediatamente.

P. ¿Algún país o ciudad está ya haciendo algo parecido o yendo en esa dirección que marca el decrecimiento?

R. Creo que hay muchas ciudades y gobiernos y partidos políticos que han tomado estas ideas en cuenta y lo están intentando. Pero aún no vemos una implementación integral. No creo que sea necesario que los gobiernos o los partidos políticos usen la palabra decrecimiento en sus plataformas políticas. El concepto debe entenderse como parte de una transformación social más amplia que busca asegurar el bienestar en la base social y suprimir la precariedad económica. La narrativa principal debería encaminarse a mostrar que el crecimiento del PIB no importa. Ahora lo que importa son las cosas reales que estamos produciendo y si las personas tienen acceso a lo que necesitan. Tenemos que liberarnos de esta idea de que el crecimiento del PIB siempre es necesario. Claramente, no lo es.

P. ¿Y crees que la gente es capaz de ver ese discurso como algo positivo? Porque los millonarios y gente influyente como Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates han defendido continuamente que el crecimiento es parte fundamental del progreso, de nuestro bienestar.

R. Esa es su narrativa, sabemos que el capitalismo requiere un crecimiento perpetuo para mantener la acumulación perpetua de capital. Para estos sectores, el objetivo no es mejorar la vida de las personas, sino maximizar sus ganancias. Ellos hablan de progreso, pero progreso no es lo mismo que crecimiento. El progreso es lo que mejora el bienestar. Y eso se puede lograr sin crecimiento. Entonces, centrémonos en las políticas que son necesarias para lograr el progreso social y ecológico en lugar de asumir que el crecimiento hace ese trabajo. No podemos dejarnos engañar por la narrativa del capital que dice que el crecimiento es lo mismo que el progreso cuando no lo es.

El decrecimiento también va de reducir el exceso de poder adquisitivo de los muy ricos. Hay una investigación reciente que mostró que solo los millonarios están en camino de gastar el 72% del presupuesto de carbono que nos queda para no alcanzar el objetivo del aumento de temperatura hasta los 1,5 grados. Este es un ataque atroz a la humanidad y al mundo, y ninguno de nosotros debería aceptarlo. Es inmoral e injusto que estemos desviando nuestra energía y recursos para atender el consumo de esta clase élite en medio de una emergencia ecológica. Así que tenemos que degradar a los ricos. Esta es una lucha de clases y creo que debería reconocerse como tal.

P. En el libro hablas bastante del mundo poscapitalista, ¿puedes imaginarlo? Porque a mí me cuesta ver mi vida en un sistema que no sea el actual, con compras, consumo, trabajos en empresas privadas a cambio de un salario, etc.

R. Hay un dicho que dice que es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Pero creo que no es así. En realidad, es increíblemente fácil imaginar el fin del capitalismo porque una economía poscapitalista es en realidad muy sencilla. Tiene algunas piezas clave. La primera es dejar de mostrar el sector social básico como una mercancía. Es decir, todo lo que sean servicios públicos universales, como la educación de alta calidad, la atención médica, la vivienda, el transporte, la energía, el agua, internet, los alimentos nutritivos, los elementos básicos para vivir deben dejar de ser una mercancía igual que dejaron de serlo la salud y la educación básica. De esta manera, aseguras las necesidades humanas independientemente de las fluctuaciones en la producción agregada.

La segunda pieza es la economía privada y las empresas privadas como las conocemos. Necesitamos cosas como la cerveza, las cafeterías o los relojes. No hay razón por la que no se pueda albergar también el negocio privado en el resto de la economía, pero debería ser poscapitalista. ¿Qué es poscapitalista? ¿Cómo es una empresa poscapitalista? Es una compañía democrática. Donde hay control obrero o comunitario sobre la producción. Y, de esta manera, la producción se enfoca más, nuevamente, en lo que es necesario para el bienestar y la ecología en lugar de simplemente maximizar las ganancias. Así que no es difícil de imaginar, si alguien puede imaginar la democracia en su propio lugar de trabajo, puede imaginar una economía poscapitalista.

P. Para terminar. En el libro comparas las teorías decrecentistas con los estudios de Charles Darwin, que fueron rechazados hasta que la mentalidad fue cambiando. ¿Qué pasa si en realidad esto no ocurre esta vez?

R. La realidad es que nuestro futuro corre un gran peligro con la política gubernamental existente. Nos dirigimos a un planeta con 3,3 grados de calentamiento global para finales de siglo. Ese no es un mundo seguro para habitar. Es un mundo profundamente destructivo, peligroso y desestabilizado. Es urgente que mantengamos el calentamiento global lo más cerca posible de los 1,5 grados de subida. Y la única manera de hacerlo es con el tipo de transición que he presentado. Requiere una transición poscapitalista posterior al crecimiento. Y digo más, España debería estar a la vanguardia de esto, junto con los otros países del sur de Europa, porque estos son extremadamente vulnerables a los impactos climáticos. La sequía que se ha vivido y los incendios forestales experimentados recientemente en este país son solo el comienzo. Creo que España necesita recuperar su potencial revolucionario y liderar esta lucha. Los países del sur de Europa siempre han sido los más radicales, los más amenazados, los más revolucionarios. Y este es su momento para brillar. Pero se trata de recuperar ese potencial y construir el poder político necesario para lograrlo.

8. Sorpresa en Letonia.

Largas colas de ucranianos en la frontera letona… para entrar en Rusia.

https://twitter.com/djuric_

Una «ocupación» tan extraña: las «víctimas» huyen hacia el «agresor», no de él. La televisión letona se sorprende: (https://eng.lsm.lv/article/) se han formado en el puesto de control de Vientuli, en Letonia, enormes colas de ciudadanos ucranianos que intentan marcharse a las nuevas regiones de Rusia.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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