Han pasado ochenta años desde el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki por parte de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos, que tuvo dos consecuencias muy negativas: por una parte, aunque precipitó el final de la segunda guerra mundial, causó una destrucción humana injustificable e innecesaria para derrotar al Imperio del Japón y acabar con aquel devastador conflicto bélico; por otra parte, fue el detonante del desarrollo de la carrera de armamentos nucleares, que sería uno de los factores que más influiría en la intensa confrontación política e ideológica que mantuvieron Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) entre 1945 y 1991, es decir, durante el periodo de Guerra Fría.
La producción de la bomba atómica
En un artículo publicado en 1905 por la revista Annalen der Physik, titulado “¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido energético?”, el físico alemán Albert Einstein introdujo la ecuación E = m.c², en la que “E” es la energía, “m” la masa y “c” la velocidad de la luz. En esa ecuación, Einstein establecía una equivalencia entre masa y energía y señalaba que la cantidad de energía contenida en una masa era igual a esa masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado. De la ecuación se derivaba que una pequeña cantidad de masa podía transformarse en una enorme cantidad de energía porque el valor de la velocidad de la luz es de unos 300.000 kilómetros por segundo. En 1911, el físico británico de origen neozelandés Ernest Rutherford descubrió que en el átomo hay un núcleo en el que se concentra la gran mayoría de su masa. En 1918, Rutherford demostró que los núcleos de los átomos están constituidos por partículas a las que denominó protones. En 1932, el físico británico James Chadwick determinó que los núcleos también están formados por otro tipo de partículas a las que llamó neutrones. En 1931, el físico estadounidense Ernest O. Lawrence construyó la primera máquina de aceleración de partículas con el propósito de conseguir la energía necesaria para penetrar en el núcleo del átomo, a la que llamó ciclotrón. En 1932, fabricó un ciclotrón con capacidad para producir protones de un millón de voltios. En 1933, el físico húngaro Leó Szilárd pensó en la posibilidad de conseguir que el impacto de un neutrón descompusiera el núcleo de un átomo, liberando toda la energía que contiene y neutrones nuevos, que, a su vez, podrían desintegrar otros núcleos, liberando mucha más energía y más neutrones. A ese potencial proceso lo denominó reacción nuclear en cadena.
En otoño de 1938, los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassman bombardearon con neutrones un átomo de uranio 238 y observaron que se había producido bario, un elemento químico cuyo núcleo tiene 56 protones, es decir, más ligero que el del uranio, que tiene 92. Llegaron a la conclusión de que el núcleo del uranio se había dividido en dos partes. Escribieron un artículo explicando su experimento, que fue publicado en enero de 1939 en la revista Naturwissenschaften. En diciembre de 1938, Hahn había enviado una carta a Lise Meitner, investigadora austriaca de la radiactividad, en la que le revelaba el ensayo realizado. Meitner compartió la información con su sobrino, el físico austriaco Otto Frisch. Teniendo en cuenta que a la división de una célula se le denomina fisión, Frisch inventó el término fisión nuclear para designar el proceso de fragmentación de un núcleo atómico en dos o más partes. El concepto de fisión nuclear apareció por primera vez en un artículo conjunto de Frisch y Meitner, publicado en febrero de 1939 en la revista Nature, en el que describían la prueba que habían realizado y que confirmaba los resultados del experimento de Hahn y Strassman.[1] En abril de 1939, los físicos y químicos franceses Frédéric Joliot-Curie e Irène Joliot-Curie publicaron un artículo en la revista Nature, en el que explicaban su reciente descubrimiento, cuyo contenido básico era que cuando el uranio se fisiona no sólo libera una enorme cantidad de energía sino también neutrones adicionales. El equipo del Institut du Radium de París que dirigían los Jolie-Curie calculó que en la fisión nuclear se emitía un promedio de 2,42 neutrones por cada neutrón absorbido. Era la prueba experimental que confirmaba la posibilidad de la reacción nuclear en cadena.[2]
Después de valorar la relevancia de los descubrimientos de Hahn, Strassman y los Joliot-Curie, Szilárd y Einstein[3] concluyeron que se había de contemplar la hipótesis de que la Alemania nazi estuviera produciendo la bomba atómica. Temiendo esa posibilidad, el 2 de agosto de 1939 Einstein dirigió una carta, acordada con Szilárd, al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en la que se decía lo siguiente: “En el transcurso de los últimos cuatro meses […] se ha abierto la posibilidad de realizar una reacción nuclear en cadena en una amplia masa de uranio mediante [la] cual se generaría una gran cantidad de energía y una gran cantidad de nuevos elementos semejantes al radio. […] es probable que con este procedimiento se pueda construir bombas de nuevo tipo y extremadamente potentes. […] Estados Unidos sólo posee mineral de uranio muy pobre y en cantidades modestas. […] Teniendo en cuenta esta situación sería oportuno establecer un contacto permanente entre la Administración y el grupo de físicos que trabajan sobre la reacción en cadena en Estados Unidos. Una posible forma de lograr esto sería que usted nombrara para tal tarea a una persona de su confianza […]. El trabajo de esta persona consistiría en: a) relacionarse con los departamentos gubernamentales, mantener informados a éstos de las futuras investigaciones en curso y hacer sugerencias para una actuación gubernamental, prestando particular atención al problema que supone asegurar a Estados Unidos un suministro continuo de mineral de uranio; b) acelerar el trabajo experimental, que en la actualidad se lleva a cabo dentro de los límites presupuestarios de los laboratorios universitarios, asegurando la provisión de fondos […]. Tengo entendido que Alemania ha suspendido la venta del uranio de las minas checoslovacas de las que se ha apoderado. El que Alemania haya tomado esa decisión tan rápidamente se explica, quizás, por el hecho de que [en el] Kaiser Wilhelm Gesellschaft de Berlín […] actualmente se están repitiendo algunos de los experimentos norteamericanos sobre el uranio.”[4]
Por lo tanto, en aquella misiva, Einstein alertaba a Roosevelt de que el control alemán del uranio de las minas checoslovacas y los ensayos desarrollados en el Instituto Káiser Guillermo eran claros indicios que apuntaban hacia el objetivo de obtención de la bomba atómica y le proponía que la administración estadounidense garantizara el aprovisionamiento continuado de mineral de uranio y estimulara los experimentos para disponer de la bomba atómica antes que la Alemania nazi. Ciertamente, era verosímil que los alemanes acabaran produciendo la bomba atómica. Primeramente, porque en los ensayos realizados por Hahn y Strassman, Frisch y Meitner y los Joliot-Curie se había revelado la viabilidad de la fisión nuclear y de la reacción nuclear en cadena. Por otra parte, el programa atómico alemán se había puesto en marcha a partir de una reunión secreta celebrada en abril de 1939, promovida por el Ministerio de Educación, en la que se decidió crear la asociación Uranverein (Club del Uranio) y proteger todas las reservas de uranio que existían en Alemania y en los territorios europeos que había ocupado[5]. Además, la Alemania nazi acumulaba una gran cantidad de uranio: el de las minas situadas en el municipio checo de Jáchymov y las veinticinco toneladas que había comprado a Canadá poco antes del inicio de la guerra, procedentes de las minas ubicadas en la localidad de Eldorado, un hecho que, según un documento secreto elaborado en junio de 1940 por el Ministerio de Suministros británico, se había conocido recientemente[6].
El contenido de la carta firmada por Einstein era el punto culminante de un cambio en la concepción pacifista radical y antimilitarista que había sostenido desde el inicio de la primera guerra mundial, pronunciándose contra la guerra y la carrera de armamentos y a favor de la paz y el desarme, oponiéndose al servicio militar obligatorio y apoyando a los objetores de conciencia, propugnando la práctica de la desobediencia civil frente al militarismo y poniendo de relieve el papel central que debería de tener la educación para la paz. Pero el nombramiento de Adolf Hitler como canciller de Alemania el 30 de enero de 1933 y sus proyectos de expansión territorial en Europa le hicieron reconsiderar sus planteamientos, como quedó reflejado en algunas de sus cartas. En la del 1 de julio de 1933, que dirigió a dos pacifistas, el reverendo Johannes Hugenholtz y el escritor Otto Lehmann-Russbüldt, decía: “[…] ¿cómo podemos aconsejar a un francés o a un belga que se niegue a cumplir el servicio militar ante el rearme alemán?, ¿debemos lanzar una campaña para defender esta política? Francamente, no lo creo. Me parece que en la situación actual hemos de apoyar una organización de fuerza supranacional y no preconizar la abolición de todas las fuerzas militares.” Y en su misiva del 11 de septiembre de 1933, enviada a Gerard C. Heringa, pacifista y profesor de Medicina de la Universidad de Ámsterdam, explicaba con mayor detalle la rectificación de su posicionamiento: “Los antimilitaristas tenían razón al negarse a cumplir el servicio militar mientras la mayoría de las naciones de Europa propugnaban la paz. Pero, no ocurre ya así. Estoy convencido de que la evolución de Alemania acabará produciendo acciones bélicas […]. No podemos combatir con éxito esta amenaza con medios morales, únicamente; sólo podemos combatirla con la fuerza organizada. […] Creo […] que todavía estamos a tiempo de evitar la guerra impidiendo el rearme alemán con presiones diplomáticas. Pero es necesario que estas presiones cuenten con el respaldo de la superioridad militar de los países vecinos de Alemania. […] Resumiendo: en las actuales circunstancias, los pacifistas […] no deben propugnar la destrucción de la fuerza militar, sino que han de luchar por su internacionalización.”[7]
El 19 de octubre de 1939, el presidente Roosevelt envió una carta a Einstein, en la que le informaba que había “propuesto la constitución de una comisión, formada por el director del [National] Bureau of Standards y por representantes elegidos del ejército y de la marina, para que investigue a fondo acerca de las posibilidades sugeridas por usted respecto del uranio”. El 21 de octubre, se reunió por primera vez el Comité Asesor sobre el Uranio, presidido por el físico e ingeniero Lyman J. Briggs, director de la Oficina Nacional de Estándares, en el que participaron portavoces del Ejército y de la Marina, y los físicos Enrico Fermi, Leó Szilárd, Edward Teller y Eugene P. Wigner. En noviembre de 1939, el Comité Asesor sobre el Uranio concluyó la elaboración de su primer informe, en el que se recomendaba apoyar la investigación sobre las bombas atómicas porque preveía la posibilidad de producir la reacción nuclear en cadena, que era un requisito necesario para su fabricación.[8]
El 1 de septiembre de 1939, el físico danés Niels Bohr y el físico estadounidense John Wheeler habían publicado un texto titulado “Sobre el mecanismo de la fisión nuclear”, en el que indicaban que uno de los dos isótopos [9] del uranio, el uranio-238, que cuenta con 92 protones y 145 neutrones, no era fisionable porque su núcleo absorbía los neutrones sin partirse. En cambio, señalaban que el otro isótopo del uranio, el 235, que cuenta con 92 protones y 143 neutrones, sí que podía fisionarse cuando los neutrones entran en su núcleo. El problema era que el 99% de los isótopos del uranio que existían en la naturaleza eran uranio-238. Por ese motivo, para conseguir una reacción nuclear autosostenida, imprescindible tanto para producir la bomba atómica como para generar energía en un reactor nuclear, era necesario el enriquecimiento del uranio natural para obtener una mayor proporción de uranio-235, mediante un proceso denominado separación de isótopos. Pues bien, en julio de 1940, en la Universidad de Columbia de Nueva York, bajo la dirección del físico italiano Enrico Fermi [10], se inició un programa para la separación de isótopos. No obstante, el 10 de abril de 1940 en Londres, en la Royal Society se había reunido una delegación del Gobierno británico, inicialmente denominada Subcomité de la Bomba U y posteriormente Comité MAUD, para valorar un memorándum que habían redactado, el mes de marzo anterior, el austriaco Otto Frisch y el alemán Rudolf Peierls, físicos exiliados que estaban trabajando en la Universidad de Birmingham, Reino Unido, en el cual informaban que, según sus cálculos, con una cantidad aproximada de un kilo de uranio-235 se podía fabricar una bomba atómica, lo cual implicaba que la escasez del uranio-235 no era un impedimento para la fabricación a corto plazo de la bomba atómica, que ésta podía lanzarse desde los aviones que ya existían y que las posibilidades de poder utilizarla en la guerra eran elevadas. Por otra parte, en una serie de ensayos realizados por un equipo dirigido por los químicos estadounidenses Glen T. Seaborg y Edwin M. McMillan en el Laboratorio de Radiaciones de Berkeley, entre diciembre de 1940 y febrero de 1941, se descubrió el plutonio en un ciclotrón, bombardeando el uranio-238 con deuterio, un isótopo del hidrógeno. En aquellas pruebas también se descubrió que el plutonio era un elemento fisionable. Estos hallazgos demostraban que se podía producir plutonio, cuyo isótopo más importante es el 239, que su núcleo era fisionable como el del uranio-235 y que con él también se podían fabricar bombas atómicas. En enero de 1942, el físico Arthur Compton empezó a dirigir el recién fundado Laboratorio de Metalurgia de la Universidad de Chicago, cuyo objetivo era la generación de plutonio. En fin, el 2 de diciembre de 1942, en aquel Laboratorio de Metalurgia, el equipo de Fermi consiguió realizar la primera reacción en cadena de fisión nuclear, controlada y autosostenida, en un reactor nuclear denominado Chicago Pile-1.[11]
El 9 de octubre de 1941, Roosevelt había ordenado el desarrollo de un programa secreto para la producción de la bomba atómica, denominado Proyecto Manhattan, que se iniciaría el 13 de agosto de 1942 y que contaría con un elevado presupuesto y un gran número de trabajadores [12]. El 17 de septiembre de 1942, el general Leslie R. Groves fue nombrado director del Proyecto Manhattan y éste eligió al físico estadounidense Robert Oppenheimer como director científico del Laboratorio Nacional de Los Álamos, situado en el desierto del Estado de Nuevo México, que sería la instalación principal del proyecto[13]. En aquel laboratorio, que empezó a funcionar en marzo de 1943, Oppenheimer reunió y coordinó a un equipo de científicos del más alto nivel, destacando entre ellos los físicos Hans Bethe, Richard Feynman, Otto Frisch, Robert Serber, Edward Teller y Victor Weisskopf, el físico y el matemático John von Neumann. Después de que el Gobierno británico constatara que el proyecto estadounidense de producción de la bomba atómica era mucho más potente que el suyo, tanto en recursos económicos como industriales, se celebró en Quebec una reunión entre el primer ministro Winston Churchill y el presidente Roosevelt, en la que acordaron un pacto secreto que se firmaría el 19 de agosto de 1943, que incluía un compromiso de colaboración conjunta en la fabricación de la bomba atómica. El Gobierno británico aceptaría, resignadamente, que un grupo de científicos británicos o afincados en el Reino Unido tras su huida del nazismo, fuera trasladado a Estados Unidos para trabajar en diversas instalaciones del Proyecto Manhattan, los más importantes de los cuales serían el físico británico James Chadwick, el físico austríaco Otto Frisch y el físico alemán Rudolf Peierls.[14] Los dos gobiernos, el estadounidense y el británico, eran conscientes de que, al menos durante la guerra y en los primeros años de la postguerra, Estados Unidos dispondría del monopolio de la bomba atómica y de la gran influencia política que ello le proporcionaría.
Por razones que no se hicieron públicas ni se le comunicaron personalmente, Albert Einstein quedó excluido del Proyecto Manhattan. El 26 de julio de 1940, el general George V. Strong de la Inteligencia Militar denegó la credencial de seguridad a Einstein, desautorizando así su incorporación al proyecto. Fred Jerome ha valorado los posibles motivos de esa marginación y ha puesto de relieve el que considera más verosímil: “El ejército y el general Groves sabían que el prestigio y la popularidad universal de Einstein podían arrastrar a otros científicos -y lo que era más importante, a la opinión pública- si surgía una controversia política dentro del proyecto Manhattan. […] Al apartarlo del proyecto Manhattan, el ejército […] conseguía mantener el control de su plan.” [15] Por si hubiera alguna duda, en un artículo del 20 de septiembre de 1952, titulado “Para la abolición del peligro de guerra”, que sería publicado en otoño de ese mismo año en la revista japonesa Kaizo, Einstein dejó claro que su “participación en la construcción de la bomba atómica se limitó a un único hecho: firmé una carta dirigida al presidente Roosevelt”, en la que “el énfasis se ponía en la necesidad de preparar experimentos para estudiar la posibilidad de realizar una bomba atómica”. En el escrito también decía que “era consciente del horrendo peligro que la realización de ese intento representaría para la humanidad”, pero “la probabilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en lo mismo me empujó a dar este paso”. Finalmente señalaba que “no me quedó otra salida, aunque siempre he sido un pacifista convencido”.[16]
En la Alemania nazi, se celebró una reunión, en febrero de 1942, para sopesar si a la Wehrmacht (fuerzas armadas de la Alemania nazi) le convenía o no ceder el control de la investigación nuclear, a la que asistieron el general Erich Schumann, físico del Cuerpo de Armamento y Material de la Wehrmacht, Albert Vögler, presidente de la Sociedad Káiser Guillermo, el general Emil Leeb, jefe del Cuerpo de Armamento y Material de la Wehrmacht, y unos ochenta científicos relacionados con la energía nuclear. “Tras […] valorar las dimensiones relativamente pequeñas del programa [atómico], el general Leeb declaró que […] estaba ‘suficientemente claro’ que la fisión nuclear no encontraría en Alemania aplicación práctica a tiempo de contribuir al esfuerzo de guerra. […]. A raíz de estas ‘conclusiones formales’, los responsables del Cuerpo de Armamento y Material creían que otra institución, y no el ejército, debía patrocinar el programa atómico […].” El ministro de Educación, Bernhard Rust, decidió integrar el programa atómico en el Consejo de Investigaciones del Reich, lo cual “suponía alejar la investigación nuclear […] del ejército y confinarla al ámbito de la pura investigación académica”.[17]
Por otra parte, el austriaco Paul Rosbaud, que trabajaba en Naturwissenschaften, la principal publicación científica alemana, y que desde hacía años actuaba como espía, proporcionó a los servicios de inteligencia británicos su información más relevante: la decisión que había adoptado la Alemania nazi de no producir la bomba atómica. En un encuentro de varios miembros de la Sociedad de Física de Alemania, celebrado en junio de 1942 en Berlín, en el que Rosbaud estuvo presente, se comentó que en una reunión que se había realizado el 4 de junio de 1944 en el Instituto Káiser Guillermo, en la que participaron los principales físicos nucleares, diversos jefes militares y el ministro de Armamento, Albert Speer, se había decidido no seguir adelante con el proyecto de producción de la bomba atómica porque los físicos atómicos, destacadamente Werner Heisenberg, aseguraron que no era posible fabricar bombas atómicas a tiempo para ser utilizadas en la guerra.[18]
En sus Memorias, publicadas en 1969, Albert Speer explicó el desarrollo de aquella reunión del 4 de junio de 1944 en Berlín, en la que se trató sobre la viabilidad de fabricar la bomba atómica antes de que acabara la guerra y el motivo que había conducido a la decisión de no producirla, a la que acudieron, además de Speer, el mariscal Erhard Milch, el general Friedrich Fromm, el almirante Karl Witzell y diferentes científicos, entre ellos Otto Hahn y Werner Heisenberg. “Heisenberg se lamentó de que el Ministerio de Educación no se ocupara de fomentar la investigación nuclear, se quejó de la falta de dinero y de materiales y mencionó que la incorporación a filas de los científicos había hecho que la ciencia alemana retrocediera en un campo que años atrás dominaba […].” “Después de su conferencia, pregunté a Heisenberg cómo podía emplearse la física nuclear para fabricar bombas atómicas. […] Dijo que, aunque la solución científica se había encontrado ya, por lo que en teoría nada obstaculizaba la fabricación de la bomba, seguramente tendrían que transcurrir por lo menos dos años para prepararlo todo, y eso siempre que se le prestara toda la ayuda que solicitaba a partir de aquel mismo momento. Heisenberg justificó un plazo tan largo alegando, entre otras razones, que en toda Europa se disponía de un único ciclotrón que estaba en París y que funcionaba aun imperfectamente. Le propuse recurrir a mi autoridad como ministro de Armamentos para construir ciclotrones como los que tenían en Estados Unidos o mayores. Sin embargo, Heisenberg objetó que, con nuestra falta de experiencia, por el momento sólo podríamos preparar un modelo pequeño.” “De todos modos, el capitán general Fromm prometió licenciar a unos cien colaboradores científicos, y yo invité a los investigadores a que me indicaran qué medidas había que adoptar para fomentar la investigación nuclear, así como qué materiales y cuándo dinero necesitaban. Pocas semanas después nos pidieron varios cientos de miles de marcos, además de acero, níquel y otros metales restringidos en pequeñas cantidades […], y solicitaron que se diera la máxima prioridad al primer ciclotrón alemán, ya comenzando. Me extrañó la modestia de las peticiones en un asunto tan decisivo, por lo que elevé el dinero a dos millones de marcos y autoricé la entrega del material. […] en cualquier caso me dio la impresión de que la bomba atómica no iba a tener trascendencia en la guerra.” “A propuesta de los físicos atómicos, en otoño de 1942 renunciamos a desarrollar la bomba atómica después de que, al preguntarles nuevamente por los plazos, me explicaran que no se podía contar con finalizarla antes de tres o cuatro años; en ese tiempo, la guerra tenía que estar más que decidida.” “[…] incluso aunque el estado de nuestra investigación de base en junio de 1942 hubiese permitido a nuestros físicos nucleares invertir, en lugar de varios millones, varios miles de millones de marcos para desarrollar la bomba atómica, la crítica situación de nuestra economía de guerra nos habría impedido aportar los materiales y trabajadores cualificados necesarios. No fue sólo la mayor capacidad de producción de Estados Unidos lo que permitió a este país emprender un proyecto de tal envergadura. Hacía tiempo que la industria armamentista alemana, debido a la frecuencia cada vez mayor de los ataques aéreos, se hallaba en una situación de emergencia que impedía los proyectos de largo alcance. A lo sumo, y concentrando al máximo los esfuerzos, Alemania habría podido disponer de la bomba atómica en 1947; desde luego, no la habría tenido al mismo tiempo que América, en agosto de 1945.”[19]
Por la información proporcionada por Rosbaud, el Gobierno británico sabía que la Alemania nazi no dispondría de la bomba atómica antes de la finalización de la guerra. Pero en aquel momento, no la compartió con el Gobierno estadounidense y decidió continuar unilateralmente las investigaciones nucleares de sus científicos, a las que consideraba más avanzadas que las estadounidenses. Teniendo en cuenta los datos que poseía el Gobierno británico en junio de 1942, Peter Watson estima que “los Aliados no tenían ninguna necesidad de embarcarse en la fabricación de un arma nuclear, no si el motivo principal para hacerlo era contrarrestar la amenaza nazi, porque, en ese terreno, los nazis no representaban ninguna amenaza” y que “en aquellos momentos […] habría resultado relativamente sencillo” anular el Proyecto Manhattan porque aún estaba en una fase incipiente.[20] Desde el 19 de agosto de 1943, cuando el primer ministro Churchill y el presidente Roosevelt acordaron colaborar en la fabricación de la bomba atómica, la administración estadounidense y el propio general Groves fueron recibiendo informes británicos en los que se descartaba que Alemania estuviera fabricando la bomba atómica. Pero Groves ocultó esa información a los científicos que trabajaban en el Proyecto Manhattan, evitando así que algunos de ellos decidieran cesar su vinculación al programa de producción de la bomba atómica y que los que continuaran colaborando se desmotivaran y disminuyeran su dedicación.
En abril de 1944, el Laboratorio Nacional de Los Álamos recibió la primera partida de plutonio-239 producido en el reactor de grafito X-10, situado en el Laboratorio Nacional de Oak Ridge, en Tennessee, que se encargaba de enriquecer el uranio. El último problema que resolvieron los científicos fue diseñar un mecanismo seguro de implosión de la bomba, que utilizaba explosivos convencionales para crear una onda de choque que comprimiera la esfera de plutonio. El 16 de julio de 1945 se realizó con éxito la primera prueba de la bomba atómica, denominada Trinity, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, cuyo elemento fisionable era el plutonio.
Cuando se realizó la primera detonación de la bomba atómica, el régimen nazi ya había capitulado, el 7 de mayo de 1945 en Reims, Francia, ante las fuerzas armadas británicas y estadounidenses, y el 8 de mayo de 1945 en Berlín, ante el Ejército Rojo de la URSS. Por lo tanto, la posibilidad de que Alemania dispusiera de la bomba atómica no se había concretado porque sus científicos nucleares, destacando entre ellos Werner Heisenberg y Carl Friedrich von Weizsäcker, no fueron capaces de realizar procesos esenciales como el del enriquecimiento del uranio y el de la reacción nuclear en cadena autosostenida. De hecho, el programa del uranio alemán no pasó de la fase de investigación a la de fabricación de la bomba atómica. Esta evidencia ya era indiscutible desde unos siete meses antes de la rendición del régimen nazi y era conocida por la administración Truman. En la fase final de la guerra, Groves organizó un grupo denominado Alsos, que se integraría en la retaguardia de las tropas aliadas. El equipo Alsos, después del desembarco en Normandía de junio de 1944, llegó a la ciudad de Estrasburgo y comprobó que los documentos del físico alemán Carl Friedrich von Weizsäcker, que encontraron en la Universidad de Estrasburgo, donde él trabajaba, no eran secretos y que ninguno de ellos revelaba que los alemanes estuvieran produciendo la bomba atómica. Por lo tanto, el grupo Alsos confirmaría que la información que poseía la inteligencia británica, desde junio 1942, era verdadera.[21] Entonces, ¿por qué la administración del presidente Harry S. Truman, cambio de objetivo y aprobó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las poblaciones japonesas?
La derrota de Japón
El contundente ataque sorpresa de los aviones bombarderos y torpederos de la Armada Imperial japonesa contra la base naval estadounidense en Pearl Harbor, en la isla de Oahu de Hawái, el 7 de diciembre de 1941, ordenado por el almirante Isoroku Yamamoto, decidido por el primer ministro Hideki Tojo y respaldado por el emperador Hirohito, causó la muerte de unos 2.300 militares estadounidenses. Como respuesta al ataque, el 8 de diciembre, el Congreso de Estados Unidos, tras escuchar el discurso del presidente Roosevelt, aprobó la declaración de guerra a Japón, entrando de esa manera en la segunda guerra mundial para enfrentarse, en alianza con el Reino Unido, la URSS y la República de China, a las potencias del Eje (la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial), que el 27 de septiembre de 1940 habían suscrito el Pacto Tripartito, que comprometía a los firmantes a “ofrecerse mutua asistencia en caso de que una de las tres partes sea atacada por una potencia que no esté actualmente implicada en la guerra europea o en el conflicto chino-japonés”, que obviamente aludía a Estados Unidos[22]. Cumpliendo con lo estipulado en aquel pacto, la Alemania nazi y la Italia fascista declararon la guerra a Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941.
La agresión japonesa fue una contundente respuesta a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos como medida de presión para frenar la expansión territorial de Japón. Las penalizaciones más relevantes fueron la anulación, en julio de 1939, del tratado de comercio y navegación que habían firmado en 1911, la aprobación de la Ley de Control de las Exportaciones de julio de 1940, que permitió a Estados Unidos bloquear materiales de defensa, los decretos de embargo al queroseno aeronáutico y a la fundición de hierro de julio de 1940 y al cobre y al latón de enero de 1941, y la decisión de congelación de los activos japoneses y de embargo de las exportaciones de petróleo de julio de 1941[23]. Estas restricciones, destacadamente los embargos de hierro y de petróleo, tuvieron un impacto muy negativo en la producción industrial, la marina mercante y el funcionamiento de los aviones y barcos militares japoneses.
Estados Unidos libró la guerra no sólo para vengarse del ataque a la base de Pearl Harbor sino también para revertir las conquistas territoriales de Japón, que había ocupado la región china de Manchuria y su capital Mukden en septiembre de 1931 y creado el Estado títere de Manchukuo en marzo de 1932[24]; que había iniciado la guerra contra la República de China en julio de 1937, durante la cual invadió el este de su territorio, donde estaban situadas una buena parte de las ciudades industriales y los puertos, conquistando en diciembre de 1937 la ciudad de Nanjing[25], la capital del gobierno del partido nacionalista Kuomintang que dirigía Chiang Kai-shek, y en octubre de 1938 las ciudades de Wuhan y Cantón; y que había ocupado la región de Tonkin en septiembre de 1940 y el conjunto de la Indochina francesa en julio de 1941. Los objetivos del Estado ultranacionalista, militarista y expansionista japonés era derrotar a Estados Unidos y a los imperios coloniales europeos en Asia (británico, francés y neerlandés) y ampliar su imperio[26] para garantizar el control de recursos naturales tan esenciales para su economía como el hierro, el estaño, el carbón y el petróleo, acceder a un mayor número de mercados asiáticos en los que pudiera vender sus productos y ocupar el máximo de territorios de Asia estableciendo colonias japonesas de asentamiento[27]. Suprimiendo las conquistas territoriales de Japón, Estados Unidos podría conseguir un enorme debilitamiento de una de las potencias del Eje y garantizar sus intereses económicos accediendo a materias primas fundamentales que había en diversos países de Asia y que codiciaba, como el caucho y el estaño[28].
Después del ataque contra la base de Pearl Harbor, el Ejército Imperial japonés lanzó una ofensiva en el sudeste asiático que le permitió conquistar, en los seis meses siguientes, Birmania, Hong Kong, Islas Salomón, Península Malaya y Singapur (colonias del Reino Unido), Filipinas y las islas de Guam y de Wake (colonias de Estados Unidos), las Indias Orientales Neerlandesas (colonia de Países Bajos) y Tailandia. Con el control de esos territorios, Japón pudo acceder a recursos naturales vitales para su economía y su Ejército, que, si era capaz de transportarlos al territorio japonés, podría mitigar el impacto de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos, en particular el embargo a las exportaciones de petróleo. Los principales campos petrolíferos de los que Japón se abastecía estaban en las Indias Orientales Neerlandesas, concretamente en Borneo, Sumatra, Java y Célebes. Pero los submarinos estadounidenses hundirían gran parte de los barcos mercantes y petroleros de Japón. El hecho de que “los japoneses no se equiparon con una verdadera fuerza antisubmarina para defender su comercio” sería una de las causas principales de su derrota en la guerra.[29]
La victoria de la Armada estadounidense frente a la Armada Imperial japonesa en la batalla de Midway, en junio de 1942, supuso un punto de inflexión en el curso del conflicto bélico. A partir de entonces, la guerra se iría decantando a favor de Estados Unidos mientras que Japón se replegaba. Las principales batallas ganadas a los japoneses por las fuerzas militares estadounidenses, británicas, indias y australianas durante su contraofensiva y hasta la finalización del conflicto bélico fueron la de Guadalcanal, en las islas Salomón, la de Nueva Guinea, la de Birmania, la de las islas Marshall, la del archipiélago de las Marianas[30], la de Peleliu, la más grande de las islas Palaos, las de las islas filipinas de Leyte, Mindoro y Luzón, y las de las islas de Iwo Jima y de Okinawa[31].
La única excepción en la dinámica de derrotas sufridas por Japón fue la operación Ichi-Go, iniciada a mediados de abril de 1944, que permitiría al Ejército Imperial japonés dominar diversos territorios de China central (la provincia de Henan y las ciudades de Changsha y Hengyang en la provincia de Hunan) y conectar, en diciembre de 1944, con las tropas japonesas que estaban establecidas en Indochina. La operación militar japonesa se desarrolló con cierta facilidad, debido a la débil e ineficiente resistencia del Ejército Nacional Revolucionario liderado por su comandante en jefe Chiang Kai-shek, que parecía estar preservando sus efectivos (unos tres millones de soldados a finales de 1943) para la inevitable reanudación de guerra civil entre las fuerzas políticas y militares del partido gobernante Kuomintang, al que respaldaban los terratenientes y ayudaba militarmente el Gobierno de Estados Unidos, y las del Partido Comunista de China (PCCh) que lideraba Mao Zedong, y que pese a no recibir ayuda militar británica y estadounidense, cada vez tenía mayor implantación entre el campesinado y la intelectualidad, más efectivos (a principios de 1945 el Ejército Popular de Liberación de Mao estaba formado por unos novecientos mil guerrilleros), mejor organización, más decisión para disputar el poder político al Kuomintang y mayor convicción de que conseguirían gobernar China tras la derrota del ejército japonés [32]. Después de constatar los resultados de la operación Icho-Go, el Gobierno de Estados Unidos llegó a la conclusión de que las diferentes fuerzas armadas chinas, tanto las nacionalistas como las comunistas, entre otros motivos por su escasez de medios (carros blindados, artillería, barcos de guerra y aviones de combate…), no lograrían derrotar a las japonesas e insistirían a los dirigentes de la URSS sobre la necesidad de que su ejército entrara en China por Manchuria para enfrentarse a las tropas japonesas, a pesar de que era probable que una victoria militar soviética favorecería al PCCh. Finalmente, la URSS declaró la guerra a Japón el 8 de agosto de 1945 y aquel mismo mes el Ejército Rojo derrotaría al Ejército Imperial de Japón y ocuparía Manchuria. Hasta entonces, la URSS se había limitado a apoyar política y militarmente al Gobierno nacionalista de Chiang, al considerar que el movimiento comunista de Mao no tenía la fuerza suficiente para derrocarlo, y a acoger en su territorio a varios miles de guerrilleros comunistas chinos que huían de las acometidas del ejército japonés, creando campamentos de entrenamiento y bases desde las cuales esos guerrilleros, armados por los soviéticos, hacían incursiones en el territorio chino para espiar y atacar a las tropas japonesas.[33]
Ante las sucesivas derrotas sufridas desde junio de 1942, el Ejército Imperial japonés decidió lanzar, a la desesperada, desde octubre de 1944 hasta el final de la guerra, una campaña sistemática de ataques suicidas impulsada por el vicealmirante Takijiro Onishi y protagonizada por pilotos kamikazes[34], que causaría a las fuerzas navales estadounidenses una enorme destrucción y muchas muertes, pero no evitaría los fracasos encadenados de las fuerzas militares japonesas.
Para acabar de decantar la guerra a su favor, desde mediados de 1944 las Fuerzas Aéreas del Ejército estadounidense llevaron a cabo una campaña de bombardeos con bombas incendiarias de napalm sobre las ciudades japonesas, que provocarían una destrucción humana y material de dimensiones colosales. En Japón, la mayoría de las construcciones eran de madera. Por ello, las bombas incendiarias tuvieron un impacto devastador en 66 ciudades japonesas (Tokio, Nagoya, Osaka, Kobe, Yokohama, Kawasaki…), causando la muerte de unas 900.000 personas[35]. Durante la noche del 9 al 10 de marzo de 1945, Tokio sufrió el ataque de unos trescientos bombarderos B-29 estadounidenses, que arrojaron unas 496.000 bombas incendiarias[36], ocasionando la muerte de entre 90.000 y 100.000 personas de un total de seis millones de habitantes que había aquella noche en la ciudad[37].
Los efectos de las bombas atómicas fueron espeluznantes. La bomba lanzada el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima por el bombardero B-29 Enola Gay, denominada Little Boy, que estaba cargada con uranio-235 y tenía una potencia de 12,5 kilotones (12.500 toneladas de TNT), produjo la muerte instantánea de unas 70.000 personas, de un total de unos 250.000 habitantes que había en aquel momento en la ciudad[38]. Y la bomba atómica arrojada el 9 de agosto de 1945 por el B-29 Bockscar sobre Nagasaki, denominada Fat Man, que usaba plutonio-239 y tenía una potencia de 22 kilotones (22.000 toneladas de TNT), provocó la muerte en el acto de unas 40.000 personas, de un total de unos 260.000 habitantes. Además, decenas de miles de residentes de Hiroshima y de Nagasaki murieron en los meses siguientes por el efecto de las quemaduras y de las hemorragias causadas por exposición a la lluvia radioactiva que produjo la explosión de las bombas atómicas. Las radiaciones también desencadenarían enfermedades graves en los cuerpos de muchos supervivientes y de sus descendientes, entre ellas distintos tipos de cánceres y malformaciones genéticas. Teniendo en cuenta que Estados Unidos seleccionó las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por su alta densidad demográfica, el lanzamiento de las bombas atómicas, como señaló Howard Zinn, se puede catalogar de terrorismo, ya que implicó “el uso indiscriminado de la violencia contra seres humanos” con una finalidad política[39].
Los primeros corresponsales de guerra occidentales que llegaron a Hiroshima y Nagasaki unas semanas después de la devastación provocada por las bombas atómicas informaron sobre el efecto de las radiaciones en los cuerpos de la población japonesa. El periodista australiano Wilfred Burchett estuvo en Hiroshima el 3 de septiembre de 1945, visitó uno de los hospitales de la ciudad y escribió un parte sobre lo que había visto, que fue publicado en el Daily Express de Londres el 5 de septiembre con el título “La peste atómica”. En su escrito, Burchett decía: “la gente sigue muriendo, de forma misteriosa y horrible; gente que salió ilesa del cataclismo muere por algo desconocido que sólo puedo describir como la peste atómica”.[40] En septiembre de 1945, el reportero estadounidense George Weller, redactó diversos partes sobre la situación que había en Nagasaki para que fueran publicados por el Chicago Daily News, pero los envió, para que autorizaran su trasmisión, a los censores del centro de prensa del general Douglas MacArthur, comandante supremo de las Potencias Aliadas, que no dudaron en impedir su telegrafiado al Chicago Daily para evitar que la opinión pública conociera las dimensiones de la matanza ocasionada por las bombas atómicas, tanto por la explosión y los incendios que provocó como por el efecto posterior de las radiaciones que habían emitido.[41] Algunos de esos partes se referían a la realidad con la que se encontró Weller en los dos hospitales más grandes de Nagasaki que no quedaron destruidos. En su visita a esos hospitales, los médicos japoneses le informaron sobre los efectos devastadores que estaba causando la radiación de las bombas atómicas en los cuerpos humanos, destacando entre ellos una drástica reducción de los glóbulos rojos y blancos y terribles hemorragias provocadas por la destrucción de las plaquetas en la sangre. En el parte escrito el 8 de septiembre de 1945 a las 23 horas, Weller decía que en los hospitales había pacientes que no se estaban curando porque eran “víctimas de lo que el teniente Jacob Vink, médico militar holandés y ahora comandante aliado del campo de prisioneros 14 situado en la embocadura del puerto de Nagasaki, llama la ‘Enfermedad X’”. En su parte del 9 de septiembre de 1945 a las 1 horas, Weller constataba la impotencia de los médicos ante la extraña “enfermedad” provocada por los efectos de la radiación: “Los médicos disponen aquí de todos los medicamentos modernos, pero cuando hablaron con este escritor […] confesaron francamente que la cura de la enfermedad está fuera de su alcance.” Y en su parte del 22 de septiembre de 1945 a las 12 horas, explicaba los síntomas inequívocos de esa extraña “enfermedad” y el origen de las hemorragias que producía en diferentes órganos: “Se sabe ya con certeza que lo que ocurre en el supuesto envenenamiento a causa de la bomba atómica es que la médula ósea queda paralizada. […] Los glóbulos rojos, cuya densidad en la sangre es normalmente de cinco millones de unidades, caen a dos millones, o incluso a uno. Los glóbulos blancos, que combaten las enfermedades, caen de unas 8.000 unidades a 1.500, y en algún caso a 400. Pero su efecto en las plaquetas, que son organismos que confieren a la sangre su capacidad para coagular, no solamente consiste en disminuirlas, sino también en paralizarlas y aparentemente matarlas.”[42] A pesar de los esfuerzos de los responsables del Proyecto Manhattan, de los jefes del Ejército estadounidense, del Departamento de Guerra y del presidente Truman por ocultar y negar la existencia de lo que Burchett denominó “peste atómica” y Jacob Vink “enfermedad X”, que llegaron hasta la prohibición de la circulación de fotografías, imágenes e informes médicos relacionados con los efectos de las bombas atómicas, captadas y emitidos por fotógrafos, cineastas y médicos japoneses, la coacción directa a los directores de los medios de comunicación estadounidenses[43] y a la aprobación de un código de censura a los medios de información que se habían establecido en Japón [44], la verdad sobre las muertes causadas por las radiaciones acabaría imponiéndose.
El 6 de agosto de 1945, en una declaración dirigida al pueblo estadounidense y a la opinión pública mundial, el presidente Harry S. Truman puso de relieve que con la bomba atómica Estados Unidos había “agregado un nuevo y revolucionario aumento en la destrucción para complementar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas” e informó que se estaban “desarrollado formas aún más poderosas” de bombas atómicas. A continuación, su exposición se centraba en alabar la tarea de los científicos estadounidenses y británicos en las investigaciones que condujeron a la producción de la bomba atómica. El discurso continuaba afirmando que Estados Unidos destruiría “completamente el poder de Japón para hacer la guerra” y advertía que, si los líderes japoneses no aceptaban “ahora nuestros términos”, es decir, la rendición incondicional, “detrás de este ataque aéreo seguirán fuerzas marinas y terrestres en tal número y poder que aún no han visto”. Finalmente, Truman señalaba que haría más recomendaciones al Congreso de Estados Unidos “sobre cómo la energía atómica puede convertirse en una influencia poderosa y contundente para el mantenimiento de la paz mundial”.[45] Por lo tanto, la declaración de Truman era una afirmación del aumento del poder destructivo del Ejército estadounidense, que se incrementaría aún más con el desarrollo de bombas nucleares más poderosas, y una negativa a negociar con el Gobierno de Japón las condiciones de su rendición. Por otra parte, cuando Truman apuntaba que la energía atómica podía convertirse en una influencia para el mantenimiento de la paz, estaba aludiendo de manera implícita a que usaría la amenaza de las bombas nucleares para condicionar las relaciones internaciones posteriores a la guerra.
Durante la noche del 9 de agosto de 1945, a iniciativa del emperador y con su asistencia, se reunió en el Palacio Imperial el Consejo Supremo para la Dirección de la Guerra (CSDG) de Japón, que era el organismo en el que se acordaban las decisiones políticas y militares fundamentales. El CSDG estaba formado por seis miembros: el primer ministro, el almirante retirado Kantaro Suzuki[46], el ministro de Asuntos Exteriores, Shigenori Togo, el ministro de Guerra, general Korechika Anami, el ministro de la Armada, almirante Mitsumasa Yonai, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Yoshijiro Umezu, y el jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Soemu Toyoda. El ministro de Asuntos Exteriores presentó una propuesta de aceptación de las condiciones de la Declaración de Potsdam, pero con la condición de que los países Aliados respetaran la figura del emperador y las prerrogativas que tenía según las leyes japonesas. El ministro de la Guerra y los otros jefes militares del CSDG mostraron su disconformidad con la propuesta formulada por Togo. Ante esa situación, el primer ministro pidió a Hirohito que expresara su opinión. El emperador dijo que apoyaba la propuesta de Togo y la decisión del emperador fue acatada por todos los miembros del CSDG. El 10 de agosto de 1945, el emperador subscribió una carta en la que se aceptaba la Declaración de Potsdam y el presidente Truman, además de ordenar que no se lanzara ninguna otra bomba atómica sin su autorización (el lanzamiento de la tercera bomba atómica sobre Tokio estaba previsto para el 19 de agosto de 1945), aprobó un comunicado en el que se decía que, después de la rendición, la autoridad del emperador y del Gobierno japonés estaría sometida al arbitrio del comandante supremo de las Potencias Aliadas, es decir, al general Douglas MacArthur, y que la forma definitiva de gobierno sería establecida libremente por el pueblo japonés. El 11 de agosto de 1945, el emperador, el CSDG y el Gobierno japonés percibieron que no tenían más remedio que aceptar las condiciones impuestas por la administración estadounidense y confiar en que se respetaría la institución del emperador. El 14 de agosto de 1945, todos los miembros del Gobierno firmaron el edicto imperial en el que se aceptaban las disposiciones contenidas en la Declaración de Potsdam, que sería enviado a los gobiernos de los cuatro países Aliados. Ese mismo día, el comandante Kenji Hatanaka y el teniente coronel Jiro Shiizaki, oficiales del ministerio de Defensa, encabezaron un intento de golpe de Estado con el propósito de impedir la rendición, pero acabaría resultando fallido, entre otros motivos por el número reducido de militares que se involucrarían en el golpe militar y porque el ministro de Guerra no lo secundó al considerar que su deber era acatar la decisión del emperador.[47]
El 15 de agosto de 1945, en un mensaje grabado el día anterior, el emperador se dirigió al pueblo japonés, a través de Radio Tokio, leyendo el edicto imperial en el que anunciaba que había ordenado al Gobierno que comunicara a las autoridades de Estados Unidos, Reino Unido, la URSS y República de China que Japón aceptaba las disposiciones de la Declaración de Potsdam. El mismo día, el Gobierno de Suzuki presentaría la dimisión y el emperador nombraría como nuevo primer ministro al príncipe Higashikuni Naruhiko. El 2 de septiembre de 1945, en presencia de los representantes de los países Aliados, el ministro de Asuntos Exteriores, Mamoru Shigemitsu, y el comandante en jefe del Ejército Imperial japonés, general Yoshijiro Umezu, firmaron el Acta de Rendición en el acorazado estadounidense Missouri, que estaba anclado en la bahía de Tokio. La capitulación fue aceptada con su firma por el general Douglas MacArthur, comandante supremo del Poder Aliado. “El ritual del Missouri no hizo más que simbolizar los actos de rendición que ya estaban teniendo lugar en las ruinas del imperio japonés: los soviéticos aceptaron la capitulación en Manchuria y en el norte de Corea; las fuerzas de la Commonwealth, en el sudeste de Asia y las Indias Orientales; y los chinos nacionalistas, la de los ejércitos japoneses entre los dos extremos citados.”[48]
Destrucción injustificable e innecesaria
El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki causó una enorme destrucción humana y material. ¿Fue necesario para derrotar a Japón y finalizar la guerra? A continuación, se aportan diferentes informaciones y valoraciones que, en conjunto, pueden avalar la hipótesis de que fue innecesario, además de injustificable.
Después de la batalla de Okinawa y antes del lanzamiento de las bombas atómicas, en el CSDG de Japón se produjo un intenso debate entre dos alternativas: la continuación de la guerra o la negociación de la paz. El primer ministro y el ministro de Asuntos Exteriores eran partidarios de negociar la paz, mientras que la opción de continuar la guerra era defendida por los otros cuatro miembros del CSDG, los ministros de Guerra y de la Armada y los jefes del Estado Mayor del Ejército y de la Armada. Entre los partidarios de negociar la paz también se situaba el emperador.[49] En una reunión del CSDG, celebrada el 22 de junio de 1945, se autorizó al ministro de Asuntos Exteriores a que hiciera gestiones con los dirigentes de la URSS, para negociar la finalización de la guerra lo más rápido posible. Hay que tener en cuenta que en aquel momento la URSS aún no había declarado la guerra a Japón. El embajador de Japón en Moscú, Naotake Sato, se reunió el 11 y 12 de julio de 1945 con el ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Viacheslav Mólotov, con el propósito de que se aceptara una rendición negociada de Japón.[50] Esta iniciativa demuestra que, antes de la realización de la primera prueba de la bomba atómica, el 16 de julio de 1945, Hirohito y los máximos dirigentes del Gobierno japonés estaban dispuestos a negociar las condiciones para la finalización del conflicto bélico. Eso sí, no querían rendirse de manera incondicional. Pero la administración Truman, que sabía, por su servicio de inteligencia, que el Gobierno japonés estaba haciendo gestiones con el soviético para establecer un proceso de negociación que condujera a la finalización de la guerra, siguió insistiendo en la rendición incondicional de Japón, sin contemplar una negociación en la que se acordara, por ejemplo, la preservación de la institución del emperador. Hay que tener presente, como han observado Gar Alperovitz y Martin J. Sherwin, que “la exigencia aliada de rendición incondicional llevó a los japoneses a temer que el emperador, al que muchos consideraban una divinidad, fuera juzgado como criminal de guerra y ejecutado”[51].
A finales de mayo de 1945, el subsecretario de Estado, Joseph C. Grew, tras percibir que el Gobierno japonés tenía interés en acabar con la guerra, había propuesto al presidente Truman que asegurara a Japón que Estados Unidos permitiría al emperador “conservar su trono y su título”. Truman sugirió a Grew que debatiera la idea con el jefe del Estado Mayor del Ejército, el general George C. Marshall, el secretario de la Armada, James V. Forrestal, y el secretario de Guerra, Henry L. Stimson. Éstos dijeron a Grew que su propuesta era inoportuna porque, en el contexto de la batalla de Okinawa, el Gobierno japonés “podía interpretar el acercamiento como un signo explotable de hastío de la guerra en Estados Unidos”. El 18 de junio de 1945, cuando la batalla de Okinawa estaba terminando, Grew volvió a presentar su propuesta, pero el presidente Truman decidió posponer su decisión hasta su encuentro con Iósif Stalin y Winston Churchill en la Conferencia de las Tres Potencias que se inició en Potsdam el 17 de julio de 1945.[52]
El mismo 18 de junio de 1945, Truman, en una reunión mantenida en la Casa Blanca con los secretarios de Guerra y Marina y los jefes del Estado Mayor Conjunto, había aprobado el plan para la invasión de Japón, presentado por el general Marshall[53]. La primera fase de la Operación Downfall, denominada Operación Olympic, estaba prevista para noviembre de 1945 y su objetivo era invadir la isla de Kyushu. En la segunda fase, denominada Operación Coronet, planeada para marzo de 1946, el propósito sería conquistar la isla de Honshu y la ciudad de Tokio. Los jefes de la Armada y de las Fuerzas Aéreas, el almirante Ernest King y el general Henry Arnold, que habían planteado que con los bloqueos de las líneas de abastecimiento y los bombardeos sobre las ciudades no sería necesario combatir en el territorio de Japón, acabaron aceptando el plan presentado por Marshall. Pero un día antes del comienzo de la Conferencia de Potsdam, el 16 de julio de 1945, los científicos del Proyecto Manhattan habían realizado con éxito el primer ensayo de la bomba atómica en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México. A partir de ese momento, la administración Truman y los principales jefes del Ejército estadounidense tendrían mucho más claro que no debían negociar la paz con el Estado japonés sino exigirle una rendición incondicional y que si ésta no era aceptada lo derrotarían definitivamente con el lanzamiento de bombas atómicas sobre algunas de sus ciudades más pobladas, eludiendo así que las tropas estadounidenses fueran masacradas en la prevista invasión de las islas japonesas grandes.
El 26 de julio de 1945, se publicó la denominada Declaración de Potsdam, firmada por Truman, Churchill y Chiang Kai-shek, sin el conocimiento de los representantes soviéticos[54], en la que se exigía la rendición incondicional de Japón y se anunciaba su inmediata y total destrucción en el caso de que no lo hiciera. En aquella declaración se decía que la autoridad y la influencia de aquellos que habían embarcado en una guerra de conquista al pueblo japonés quedaría suprimida, que se procedería a la ocupación militar de las islas japonesas mayores por parte de las fuerzas aliadas hasta que fuese posible elegir un gobierno japonés responsable y pacífico, que se juzgarían y castigarían a los criminales de guerra, que el ejército japonés de desarmaría, que se establecería la libertad de expresión, de culto y de pensamiento, y que Japón podría conservar las industrias para el mantenimiento de su economía. En fin, la declaración advertía al Gobierno japonés que, si no proclamaba inmediatamente la rendición incondicional, Japón sería totalmente destruido.[55] Como se puede comprobar, en la Declaración de Potsdam no se ofrecía, a cambio de la rendición, la continuidad en el trono del emperador. De todas maneras, era muy probable que, aunque se hubiera garantizado, los mandatarios japoneses no admitieran una capitulación con las condiciones que se exigían, sobre todo la ocupación militar de sus islas principales y el enjuiciamiento por crímenes de guerra a sus líderes políticos y militares. Por otra parte, en la medida en que la declaración no aclaraba cómo se produciría la destrucción de Japón en el caso de que su gobierno no aceptara la rendición incondicional, la posibilidad de que se lanzaran bombas atómicas sobre sus ciudades no era conocida por los dirigentes políticos y militares japoneses. El hecho de que un día antes de publicarse la Declaración de Potsdam, es decir, el 25 de julio de 1945, el general Carl Spaatz, comandante general de las Fuerzas Aéreas Estratégicas del Ejército de Estados Unidos en el Pacífico, recibiera una orden por escrito de Thos T. Handy, general jefe interino del Estado Mayor, que había sido aprobada por el secretario de Guerra y el jefe del Estado Mayor del Ejército cumpliendo la decisión adoptada por el presidente Truman, en la que se decía que se lanzara una primera bomba atómica sobre una ciudad japonesa (se citaban, por orden de preferencia, las ciudades de Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki)[56], evidencia que, para la administración Truman, el objetivo de la Declaración de Potsdam, con sus duras condiciones, era que fuera rechazada por Gobierno japonés para poder legitimar el lanzamiento de las bombas atómicas. Como era de esperar, en una rueda de prensa convocada el 28 de julio de 1945, el primer ministro japonés leyó un comunicado en el que, en nombre de su Gobierno, rechazaba las condiciones fijadas en la Declaración de Potsdam.
Con el lanzamiento de las bombas incendiarias y de las bombas atómicas, Estados Unidos quería acelerar el final de la guerra con Japón porque temía que sus tropas sufrieran pérdidas severas durante la programada invasión de las islas japonesas grandes, teniendo en cuenta que el Ejército Imperial japonés disponía de cuatro millones de soldados distribuidos en su territorio y que el ejército estadounidense había perdido muchos efectivos en la conquista de las pequeñas islas de Iwo Jima y de Okinawa. En la batalla de Iwo Jima, murieron 7.184 militares estadounidenses y resultaron heridos 17.372, y en la de Okinawa, el número de militares estadounidenses muertos ascendió a 12.510 y el de heridos a 36.613 en tierra y a más 8.000 en el mar[57]. La feroz resistencia de las tropas japonesas en Iwo Jima y Okinawa y el elevado número de efectivos estadounidenses muertos y heridos que ocasionó, hizo que los jefes del Estado Mayor Conjunto estadounidense presagiaran que el combate en las islas japonesas más grandes implicaría un coste mucho mayor. Calcularon que la conquista de la isla de Kyushu produciría unas cien mil bajas y la de la isla de Honshu unas doscientas cincuenta mil[58]. Con el impacto de las bombas de napalm y atómicas, el Ejército estadounidense evitó librar nuevos enfrentamientos directos en territorio japonés, que sin duda hubieran causado la muerte de una gran cantidad de marines, soldados y pilotos estadounidenses, pero a costa de un sufrimiento extremo de la población civil japonesa.
No obstante, diferentes historiadores han asegurado que Japón se hubiera rendido sin necesidad de que se produjeran combates en las islas japonesas grandes. Howard Zinn ha señalado que “hay pruebas claras de que los japoneses estaban a punto de rendirse, y de que una simple declaración de que iba a mantenerse la figura del emperador habría puesto fin a la guerra sin necesidad de una invasión”. En todo caso, conviene destacar el carácter inmoral del uso de las bombas incendiarias de napalm y de las bombas atómicas. Zinn es uno de los historiadores que con mayor énfasis lo ha indicado: “No es suficiente el argumento estratégico, al que otros historiadores y yo hemos tratado de responder con la prueba de que no había necesidad militar de utilizar la bomba. Tenemos que afrontar directamente el problema moral: ¿existe alguna ‘necesidad’ militar-estratégica-política que pueda justificar los horrores infligidos a cientos de miles de seres humanos por medio de los bombardeos masivos de la guerra moderna?” Su respuesta a esta pregunta era negativa.[59]
La administración Truman había rechazado tanto la alternativa que propuso un grupo de científicos vinculados al Proyecto Manhattan para evitar que Estados Unidos utilizara las bombas atómicas contra el pueblo japonés, como las objeciones a su lanzamiento que plantearon destacados jefes militares estadounidenses, como el general Dwight D. Eisenhower, que consideraban innecesario el uso de las bombas atómicas porque la rendición de Japón era inevitable e inminente.
Después de la derrota de la Alemania nazi, entre los científicos del Proyecto Manhattan surgieron voces discrepantes sobre el uso efectivo de la bomba atómica. El 11 de junio de 1945, el Comité sobre Problemas Políticos y Sociales del Laboratorio Metalúrgico del Proyecto Manhattan situado en la Universidad de Chicago, cuyo presidente era el físico James Franck [60], emitió un informe sobre los problemas que planteaba el uso de la bomba atómica, que se conocería como Informe Franck[61]. En ese documento, que firmaban siete destacados científicos (además de Franck, Donald J. Hughes, James J. Nickson, Eugene Rabinowitch, Glenn T. Seaborg, Joyce C. Stearns y Leó Szilárd), se proponía hacer una explosión demostrativa de la bomba atómica en una isla deshabitada del Pacífico, en presencia de observadores internacionales, con el propósito de que Japón comprobara el poder destructivo de la nueva arma y se rindiera para evitar la destrucción de sus ciudades; pronosticaba que si se desarrollaba la bomba atómica se produciría una carrera de armamentos nucleares que deterioraría las relaciones internaciones; y planteaba la necesidad de establecer una Autoridad Mundial que controlara la energía nuclear. El Informe Franck fue enviado al secretario de Guerra, convirtiéndose automáticamente en un documento reservado. La recomendación de hacer una detonación demostrativa de la bomba atómica no fue atendida por la administración Truman.[62]
En sus memorias, Truman explicó que, el 1 de junio de 1945, en un informe elaborado por un comité que se había constituido el 2 de mayo de 1945 a propuesta del secretario de Guerra, se descartaba la opción de la explosión demostrativa y se recomendaba que la bomba atómica fuera utilizada contra Japón: “El secretario Stimson dirigió aquel grupo, como presidente, y los miembros restantes fueron: George L. Harrison, presidente de la New York Life Insurance Company, que actuaba entonces de ayudante especial del secretario de Guerra; James F. Byrnes, como representante personal mío; Ralph A. Bard, subsecretario de Marina; el secretario adjunto William L. Clayton, por el Departamento de Estado, y tres de nuestros hombres de ciencia más renombrados: el Dr. Vannevar Bush, presidente del Instituto Carnegie de Washington y director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científicos; el Dr. Karl T. Compton, presidente del Instituto de Tecnología de Massachusetts y el jefe del Servicio de Organización de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científicos y el Dr. James B. Conant, presidente de la Universidad de Harvard y jefe de la Comisión de Investigación para la Defensa Nacional.” “El comité en cuestión contaba con el asesoramiento de un grupo de hombres de ciencia, entre los cuales los más directamente relacionados con la fabricación de la bomba atómica eran el Dr. [Robert] Oppenheimer, el Dr. Arthur H. Compton, el Dr. [Ernest] O. Lawrence y el Dr. Enrico Fermi […]. Las conclusiones a que llegaron estos individuos, tanto en el comité consultivo de hombres de ciencia como en el comité directivo, me fueron comunicadas por el secretario Stimson el 1 de junio.” “Recomendaban que la bomba fuese utilizada contra el enemigo lo más pronto posible. Recomendaban además que fuese lanzada sin previo aviso y contra un objetivo que permitiera demostrar claramente su fuerza devastadora. Yo me había dado cuenta, naturalmente, de que la explosión de una bomba atómica ocasionaría daños y víctimas en un grado inimaginable. Por otra parte, los asesores científicos del comité declaraban: ‘No nos es posible proponer una demostración técnica capaz de provocar el final de la guerra; no vemos ninguna fórmula aceptable que pueda suplir a la utilización militar directa.’ Su conclusión era que ninguna demostración técnica que pudieran proponer, por ejemplo, sobre una isla desierta, sería susceptible de poner término a la guerra. La bomba habría de ser utilizada contra un objetivo enemigo.” “Me correspondió a mí la decisión final acerca del lugar y el momento de emplear la bomba atómica. […] Yo consideraba la bomba como un arma militar y nunca tuve la menor duda de que habría de ser utilizada. […] cuando hablé con Churchill me dijo sin vacilar que él preconizaba el empleo de la bomba atómica si podía contribuir a poner término a la guerra.”[63]
El general Dwight D. Eisenhower, que entre junio y de agosto de 1944 había dirigido la Batalla de Normandía en su calidad de Comandante Supremo Aliado, en las memorias de su primer mandato como presidente de Estados Unidos, publicadas en 1963, explicó el contenido de la conversación que mantuvo en julio de 1945 con el secretario de Guerra sobre los planes de lanzamiento de la bomba atómica en Japón: “[…] el secretario de Guerra Stimson, visitando mi cuartel general en Alemania, me informó de que nuestro Gobierno estaba preparándose para arrojar sobre Japón una bomba atómica. […] tras comunicarme la noticia de los excelentes resultados alcanzados en las pruebas de una bomba en Nuevo Méjico, y los planes que se hacían para emplearla, me preguntó qué opinaba […]. Durante su exposición de los hechos principales yo no pude evitar una terrible depresión moral y así exterioricé ante él mis graves recelos, primero basándome en el hecho de que yo creía que Japón ya estaba derrotado y que el empleo de aquella bomba era absolutamente innecesario, y, en segundo lugar, porque yo pensaba que nuestro país debía evitar sorprender desagradablemente a la opinión mundial mediante el uso de un arma que, en mi opinión, ya no era precisa para salvar vidas norteamericanas. Yo creía firmemente que Japón en aquellos momentos estaba buscando la forma de rendirse con un mínimo de honorabilidad. El secretario se mostró visiblemente turbado ante mi actitud y casi refutó encolerizado las razones que di para mis rápidas conclusiones.”[64]
Considerando todo lo que se ha comentado anteriormente, para obtener una explicación equilibrada de los motivos que condujeron a la rendición de Japón es necesario contemplar los diferentes factores que influyeron, destacando entre ellos el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la declaración de guerra de la URSS a Japón, los bombardeos con bombas incendiarias de la mayoría de las ciudades japonesas y el impacto en la economía japonesa del bloqueo impuesto por Estados Unidos. Es indudable que el lanzamiento de las bombas atómicas fue un factor muy influyente en la decisión de rendición adoptada por el emperador y el Gobierno japonés. Ahora bien, es discutible la afirmación de algunos historiadores en el sentido de que sin el lanzamiento de las bombas atómicas el régimen japonés no hubiera aceptado la capitulación. Antony Beevor ha afirmado que “parece bastante claro que sin las bombas atómicas [el emperador japonés] no habría reunido el valor y la tranquilidad que más tarde demostraría para poner fin a la guerra”[65]. Sin embargo, otros historiadores han inferido que Estados Unidos no necesitaba lanzar las bombas atómicas para que Japón se rindiera en un plazo corto y que la administración Truman disponía de suficientes informaciones que así lo indicaban. Gar Alperovitz ha aportado la siguiente argumentación para respaldar esa conclusión: “En el verano de 1945 Japón estaba prácticamente derrotado, su ejército hundido; su fuerza aérea limitada por la falta de combustible, equipamiento y otras carencias; estaba ante la derrota en todos los frentes; y sus ciudades sometidas a bombardeos de los que apenas podía defenderse. […] Además, la Unión Soviética -en ese momento todavía neutral- se preparaba para atacar en el continente asiático: el Ejército Rojo, victorioso después de ganar a Hitler, estaba listo para atacar a través de la frontera manchú.”[66] Aunque el lanzamiento de las bombas atómicas fue un factor determinante en la decisión de rendición aprobada por el emperador y el Gobierno japonés, no fue el único que incidió de manera relevante. Diferentes historiadores han puesto de relieve que esa capitulación estuvo directamente relacionada con la declaración de guerra de la URSS a Japón del 8 de mayo de 1945, con la rápida y contundente ofensiva militar soviética en Manchuria a partir del 9 de mayo de 1945 y con la entonces probable invasión de la isla de Hokkaido por parte del Ejército Rojo.
También hay que resaltar la importancia que tuvieron en la derrota de Japón otros dos factores. Por una parte, la enorme destrucción humana y material causada por las bombas incendiarias de napalm lanzadas en los últimos cinco meses de guerra sobre la mayoría de las ciudades japonesas por los B-29 estadounidenses, que formaban parte del XXI Comando de Bombardeo que dirigía el general Curtis E. LeMay. La población japonesa quedó aterrorizada por los bombardeos y desmoralizada por la ineficacia demostrada de los medios de defensa de su ejército (radares, cañones antiaéreos, aviones de combate…). Por otra parte, el extraordinario impacto del bloqueo impuesto por Estados Unidos en la economía japonesa, altamente dependiente del petróleo y de otras materias primas que procedían de Birmania, China, las Indias Orientales Neerlandesas y Malasia. Max Hastings ha aportado las siguientes informaciones para avalar esa afirmación: “A principios de 1945, la capacidad de Japón para suministrar materias primas a sus industrias, e incluso para alimentarse, estaba fatalmente inutilizada. La nación solo podía importar, por vía marítima, una pequeña fracción de sus necesidades. Alrededor de las aguas de sus islas patrias se extendía un anillo invisible de acero, creado por los submarinos de la Marina de los Estados Unidos. En el transcurso de 1944, una gran parte de los barcos mercantes de Japón y, especialmente, de su flota de petroleros, fue enviada al fondo del mar […].” En definitiva, el hecho de que “los japoneses no se equiparon con una verdadera fuerza antisubmarina para defender su comercio” fue “una de las causas principales de la caída de Japón”.[67]
Detonante de la carrera de armamentos nucleares
El comienzo de la confrontación política e ideológica entre Estados Unidos y la URSS, que se mantendría entre 1945 y 1991, estuvo muy relacionado con el desenlace de la segunda guerra mundial. De hecho, durante los últimos años de la contienda bélica, cuando cada vez era más evidente que los Aliados la ganarían, diferentes líderes políticos y jefes militares de Estados Unidos y Reino Unido consideraban que la URSS sería su enemigo después de la guerra y que debían actuar en consecuencia. En ese sentido, son muy reveladoras las intenciones que tenía el primer ministro británico, Winston Churchill, meses antes de la finalización del conflicto armado: “En la primavera de 1945, antes de la rendición del Reich, Churchill mandó al mariscal [Bernard Law] Montgomery que guardase las armas tomadas a los alemanes por si era necesario usarlas contra los soviéticos (una orden que los servicios de inteligencia rusos interceptaron), y encargó que se preparasen los primeros planes para una posible acción contra Rusia. Los autores del proyecto, que llevaba el nombre de ‘Operación Impensable’, presentaron sus conclusiones el 22 de mayo de 1945, apenas dos semanas después de la rendición del Reich.”[68]
Entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 se celebró en Potsdam la oficialmente denominada Conferencia de las Tres Potencias de Berlín, en la que participaron los principales dirigentes de Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido y sus ministros de Asuntos Exteriores. Por Estados Unidos, asistieron el presidente Truman, que había accedido al cargo después de la muerte de Roosevelt el 12 de abril de 1945, y el secretario de Estado James F. Byrnes; por la URSS, el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo Stalin y el ministro de Asuntos Exteriores Mólotov; y por el Reino Unido, el primer ministro Churchill y el secretario de Asuntos Exteriores Anthony Eden. A partir del 28 de julio, Churchill y Eden serían sustituidos por el nuevo primer ministro Clement Attlee y por el nuevo secretario de Asuntos Exteriores Ernest Bevin, como consecuencia de la victoria del Partido Laborista frente al Partido Conservador en las elecciones generales del 5 de julio de aquel mismo año. La guerra había finalizado en Europa tras la capitulación de la Alemania nazi en mayo de 1945. Uno de los puntos principales que se trataron en la Conferencia de Potsdam fue el de la guerra del Pacífico, que continuaba muy activa.
El propósito de Truman era conseguir que Stalin cumpliera con el protocolo secreto que había pactado con el presidente Roosevelt en la Conferencia de Yalta (Crimea, Ucrania), celebrada entre el 4 al 11 de febrero de 1945, de declarar la guerra a Japón tres meses después de la derrota de la Alemania nazi, “con el fin de que un nuevo frente retuviese tropas japonesas en Manchuria e impidiese que regresaran cuando se produjese el desembarco norteamericano en la isla de Kyushu”[69], la tercera isla más grande de Japón, situada en el sur del archipiélago. “En efecto, el millón de soldados japoneses destacados en China podría verse empleado posteriormente contra los estadounidenses y una invasión de Manchuria por parte del Ejército Rojo constituía el modo más evidente de impedirlo” [70]. Truman preveía que de esta manera se podría derrotar a Japón a corto plazo minimizando al máximo el número de bajas de militares estadounidenses. Pues bien, “en el primer encuentro bilateral mantenido entre Truman y Stalin […] el 17 de julio [de 1945], el líder soviético anunció que sus ejércitos estarían preparados para invadir Manchuria sobre mediados de agosto” [71]. El gobierno soviético, que el 5 de abril de 1945 había notificado al gobierno japonés su voluntad de no renovar el Pacto de Neutralidad que habían firmado el 13 de abril de 1941 [72], declaró la guerra a Japón el 8 de agosto de 1945, argumentando que, como consecuencia del rechazo del Gobierno japonés a las condiciones establecidas en la Declaración de Potsdam, los gobiernos de los otros países Aliados habían instado a la URSS a involucrarse en la guerra contra Japón. Los dirigentes de la URSS obviaron el hecho de que el Gobierno japonés quería negociar su rendición, como había trasladado su embajador en Moscú al ministro de Asuntos Exteriores soviético en la reunión que habían mantenido en julio de 1945.
El 26 y 27 de junio de 1945, en Moscú, en una reunión conjunta del Estado Mayor del Ejército Rojo (la Stavka) y del politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética se había decidido que el Ejército Rojo invadiría Manchuria y ocuparía las islas asignadas a la URSS en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945. Durante aquella conferencia, concretamente el 8 de febrero de 1945, Stalin había conseguido que Roosevelt aceptara que, a cambio de la implicación de la URSS en la guerra contra Japón, Estados Unidos reconocería el derecho soviético a controlar las islas Kuriles, el sur de Sajalín y el ferrocarril del sur de Manchuria, al arriendo de Port Arthur y a dirigir la política de Mongolia Exterior.[73] Al declarar la guerra a Japón, los dirigentes soviéticos percibieron la posibilidad de conquistar algunos territorios asiáticos del Pacífico, como así sucedió: aquel mismo mes de agosto, el Ejército Rojo derrotaría al Ejército Imperial de Japón y ocuparía Manchuria, el norte de Corea, las islas Kuriles y el territorio sur de la isla de Sajalín (el norte de la isla ya era territorio soviético porque el Tratado de Portsmouth, firmado el 5 de septiembre de 1905 por el Imperio ruso y el Imperio japonés, estableció que Rusia controlaría el norte de la isla y Japón el sur).[74]
Durante la Conferencia de Potsdam, concretamente el 24 de julio, en una conversación privada, Truman comunicó a Stalin que Estados Unidos disponía de “una nueva arma de inusitado poder destructivo”[75]. De hecho, el 16 de julio, un día antes del inicio de la Conferencia de Potsdam, Estados Unidos había realizado la primera prueba de la bomba atómica y Truman fue informado del resultado del ensayo por el secretario de Guerra. Con la rápida victoria en el conflicto bélico que proporcionó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos pudo proclamarse vencedor de la guerra contra Japón e invadir su territorio sin la presencia de las fuerzas soviéticas. De hecho, ese era el objetivo perseguido por la administración Truman. El Ejército Rojo tenía planeado desembarcar en Hokkaido, la segunda isla más grande de Japón, situada al norte del archipiélago, el 19 de agosto de 1945. Stalin envió una carta a Truman en la que, además de exigir “la ocupación soviética de todo el archipiélago de las Kuriles”, sostenía “que la opinión pública soviética ‘se sentiría gravemente ofendida si las tropas rusas no disponían de una región ocupada en algún sector del territorio japonés propiamente dicho’”. Truman aceptó la reclamación soviética del control de las islas Kuriles, “pero rechazó de plano la exigencia de Stalin de participar en la ocupación de Japón”. [76] El 22 de agosto de 1945, cumpliendo una orden de Stalin, el Estado Mayor del Ejército Rojo canceló el previsto desembarco en Hokkaido.
Por lo tanto, las fuerzas estadounidenses ocuparon Japón de manera rápida y en exclusiva, evitando así la participación de la URSS en las negociaciones de la capitulación y en el diseño del sistema político y económico japonés de postguerra. Este hecho enfureció a Stalin, “por la evidente monopolización que Estados Unidos había hecho de la ocupación de Japón, una nación a la que Stalin consideraba una amenaza perenne para Rusia”.[77] Hay que recordar que Japón había derrotado a Rusia en la guerra que se inició el 8 de febrero de 1904, después de que el zar Nicolás II declarase la guerra a Japón, y que finalizó el 5 de septiembre de 1905 con la firma del Tratado de Portsmouth por parte de los Imperios ruso y japonés. Desde entonces, Rusia, y posteriormente la URSS, consideraría a Japón una amenaza para su seguridad.
El 30 de agosto de 1945, llegaron a Japón los primeros efectivos militares estadounidenses, cuyo “número fue creciendo hasta llegar a 400.000.”[78] Se constituyó un Consejo Aliado para Japón, con sede en Tokio, compuesto por representantes de Estados Unidos, la URSS, China y la Commonwealth británica. Pero el gobierno real de Japón sería ejercido por el general estadounidense MacArthur, comandante supremo de las Potencias Aliadas, al que el presidente Truman le había otorgado poderes absolutos para cumplir su misión de mantener el orden social, recuperar la economía industrial y configurar un nuevo Estado, desmilitarizado y dotado de una nueva Constitución. En su discurso dirigido al Consejo Aliado, MacArthur dejó bien claras las competencias de cada cual: “las funciones del Consejo consistirán en opinar y deliberar” y el comandante supremo será la “única autoridad ejecutiva para las fuerzas aliadas en el Japón”[79]. El borrador de la nueva Constitución fue redactado, en secreto, por un equipo de veinticuatro estadounidenses, dieciséis de ellos militares[80], dirigido por el coronel Courtney Whitney, jefe de la Sección de Gobierno del Cuartel General Supremo de las Potencias Aliadas.
En la Constitución, que sería aprobada en junio de 1946 por las dos cámaras de la Dieta japonesa y entraría en vigor el 3 de mayo de 1947, se contemplaba la continuidad del emperador como “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”, cuyos actos vinculados con el Estado requerirán “la aprobación del Gabinete” (artículo 1); la renuncia del pueblo japonés “a la guerra […] y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales” y al mantenimiento de “fuerzas de tierra, mar o aire” u “otro potencial bélico” (artículo 9); el reconocimiento de los derechos de igualdad ante la ley (artículo 14), “de elegir y destituir a las autoridades públicas”, garantizando “el sufragio universal de las personas mayores de edad” (artículo 15), de “libertad de pensamiento y de conciencia” (artículo 19), de “libertad de reunión y asociación, de palabra y de prensa” (artículo 21), de “mantener un nivel mínimo de vida saludable y cultural” (artículo 25), y “de trabajar” (artículo 27); un sistema político parlamentario en el que “la Dieta es el órgano supremo del poder del Estado y el único órgano legislativo” (artículo 41) y en el que “el poder ejecutivo residirá en el Gabinete” (artículo 65); y un poder judicial “ejercido exclusivamente por la Corte Suprema y los tribunales inferiores, de acuerdo con lo establecido por ley” (artículo 76).[81] Los principales cambios que se introdujeron en la nueva Constitución eran la limitación de las funciones del emperador, la renuncia a la guerra y al mantenimiento de un ejército, y el reconocimiento de un conjunto amplio de libertades y derechos políticos y sociales.
Por otra parte, la administración estadounidense en Japón impuso una reforma agraria que supuso la eliminación de los grandes terratenientes y la extensión del número de pequeños propietarios de tierras y contribuyó a la recuperación económica de Japón a partir del apoyo a las empresas privadas industriales y la potenciación del comercio internacional. Además, la ayuda recibida de Estados Unidos a través de un programa de reconstrucción económica por un importe de unos 500 millones de dólares[82], las inversiones continuadas de los bancos, el bajo nivel de su gasto militar, que no superaba el 1% del Producto Nacional Bruto[83], y la guerra de Corea de 1950-1953 posibilitarían el crecimiento económico de Japón. Durante la guerra de Corea, Estados Unidos utilizaría el territorio japonés como base logística de sus tropas y haría importantes pedidos industriales. Se calcula que, durante la guerra coreana, los estadounidenses gastaron en Japón más de tres mil millones de dólares[84].
El 8 de setiembre de 1951, Japón y 48 países más firmaron el Tratado de San Francisco, que determinaba el fin de la ocupación militar de Japón y que entraría en vigor el 28 de abril de 1952. Aquel tratado no fue suscrito ni por la URSS ni por la República Popular de China. El mismo 8 de septiembre de 1951, Estados Unidos y Japón firmaron un Tratado de Seguridad que dejaba a los estadounidenses la responsabilidad de la defensa de Japón y les otorgaba el control de sus bases militares en territorio japonés, destacando entre ellas la de Okinawa.
Cuando el 24 de julio de 1945, en una conversación privada durante la conferencia de Potsdam, Truman le comunicó que Estados Unidos tenía una nueva arma de gran potencia destructiva, Stalin no se sorprendió porque los espías soviéticos ya habían proporcionado informaciones relevantes sobre el programa estadounidense de desarrollo de la bomba atómica al NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), que durante la segunda guerra mundial tuvo una función clave en la labor de contrainteligencia. El 14 de junio de 1942, “el Centro de Moscú mandó un mensaje a los rezidents del NKVD en Berlín, Londres y Nueva York”, en el que se les comunicaba que la presidencia de Estados Unidos había “decidido asignar una gran suma a un proyecto secreto para fabricar una bomba atómica” y se les pedía que obtuvieran informaciones sobre “los aspectos teóricos y prácticos de los proyectos de la bomba atómica”[85]. Uno de los principales espías soviéticos era el físico alemán Klaus Fuchs, miembro del Partido Comunista de Alemania desde 1932, que trabajaba en uno de los laboratorios del Proyecto Manhattan desde finales de 1943. En los encuentros con los espías soviéticos que contactaban con él, Fuchs les proporcionó copias de sus documentos científicos y exposiciones verbales de los hallazgos de otros científicos vinculados al proyecto estadounidense de fabricación de la bomba atómica.
Para los dirigentes soviéticos era evidente que el hecho de que Estados Unidos poseyera en exclusiva la bomba atómica suponía que podría disponer de una fuerza extraordinaria que sin duda utilizaría en las relaciones internacionales para negociar desde una posición de fuerza y obligar a la URSS a hacer concesiones importantes. “Stalin interpretó inmediatamente lo sucedido en Hiroshima como un chantaje atómico contra la URSS. ‘Hiroshima ha estremecido a todo el mundo –dijo-. Ha acabado con el equilibrio’. […] ‘Quieren obligarnos a aceptar sus planes en cuestiones que afectan a Europa y al mundo. Pues eso no va a ser así’, anunció Stalin a su círculo más íntimo.”[86] Stalin reaccionó ordenando la aceleración del programa soviético de construcción de la bomba atómica, que había decidido poner en marcha en mayo de 1942 y que dirigía el físico Ígor Kurchátov. El primero paso decisivo fue la creación, el 20 de agosto de 1945, de “un comité especial para la construcción de armas atómicas” dirigido por el Comisario del Pueblo para Asuntos Internos, Lavrenti Beria, cuya labor se desarrollaría en secreto y contaría “con un presupuesto altísimo” que se cubrió con fondos “especiales” del estado.[87] Como ha indicado Peter Calvocoressi, la segunda guerra mundial “terminó con un acto [el lanzamiento de las bombas atómicas] que contenía los dos elementos centrales de la guerra fría: la aparición de las armas nucleares y la rivalidad ruso-americana”.[88]
En la Conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, Reino Unido y la URSS, celebrada en Londres entre el 11 de septiembre y el 2 de octubre de 1945, el secretario de Estado estadounidense, Byrnes, aludió al monopolio atómico de Estados Unidos con el propósito de obtener concesiones de la URSS en la composición de los gobiernos de Rumanía y Bulgaria tras la guerra. Pero lo único que consiguió fue encrespar al ministro de Asuntos Exteriores soviético y a Stalin, que ordenó a Mólotov que mantuviera una postura inflexible en las negociaciones con los representantes estadounidenses y británicos y le envió un telegrama “en el que lo instaba a que dejara que la conferencia llegara a un punto muerto”. Aquella conferencia concluiría sin que se llegara a ningún acuerdo. Este episodio fue una demostración palpable de que para la administración Truman, la bomba atómica no era sólo el arma que permitió derrotar a Japón sino también “un nuevo y extraordinario instrumento del poder norteamericano”[89] Como ha señalado Peter Calvocoressi, la bomba atómica, además de ser “un arma militar que había sido utilizada para poner fin a la guerra contra Japón”, también era un arma que “fue deliberadamente utilizada por Truman y sus consejeros con propósitos políticos determinados, especialmente para obstaculizar y reducir el poder de los rusos en Europa central y oriental”.[90] Se puede decir, por tanto, que el lanzamiento de las bombas atómicas fue, a la vez, la última acción bélica de la segunda guerra mundial y el primer acto amenazante del período de la Guerra Fría.
El 9 de febrero de 1946, en el discurso que pronunció en el Teatro Bolshoi de Moscú, que “fue retransmitido por radio y publicado en decenas de millones de copias”, Stalin “exigía a las autoridades presentes en el acto convertir a la Unión Soviética en una superpotencia en el plazo de una década, ‘con el fin de superar en un futuro próximo los logros alcanzados por la ciencia más allá de las fronteras de nuestro país’”, en una evidente “alusión a la futura carrera por la hegemonía de los misiles atómicos”.[91]
Dos años después del final de la segunda guerra mundial, la administración Truman se planteó la posibilidad de atacar a la URSS con armas nucleares. “El Plan Broiler de noviembre de 1947 -uno de los primeros planes de guerra completos contra la Unión Soviética, elaborado por la Junta de Jefes de Estado Mayor de Estados Unidos- contemplaba el lanzamiento de 34 bombas atómicas contra veinticuatro ciudades soviéticas.”[92] El Plan Broiler no se llevaría a cabo, pero su existencia demostraba que administración Truman, si lo consideraba necesario, no descartaba la utilización de bombas atómicas en su enfrentamiento con la URSS.
Algunos científicos, destacadamente el físico danés Niels Bohr[93], habían propuesto compartir los secretos del programa atómico estadounidense con la URSS para intentar evitar el desarrollo de una carrera de armamentos nucleares. Pero una vez tras otra, la administración Truman negó de manera rotunda esa posibilidad. Desde finales de 1943, Bohr planteó la necesidad de una reflexión sobre las consecuencias que tendría la existencia de bombas atómicas en las relaciones internacionales, entre ellas que se desencadenara una carrera de armamentos nucleares entre los países occidentales y la URSS. Para evitarla, insistía en que era imprescindible informar a los soviéticos de la existencia del Proyecto Manhattan y garantizarles que no suponía ninguna amenaza para ellos. A su parecer, “la transparencia en la ciencia y en las relaciones internacionales [era] la única esperanza de prevenir una competición posbélica de armamento nuclear”. Para Bohr, “en la era atómica, que estaba por llegar, la humanidad no estaría a salvo a no ser que se desterrara el secretismo” y hubiera “inspectores internacionales [que] tuvieran libre acceso a los complejos militares e industriales, así como a información completa de los nuevos descubrimientos científicos”. Solo así sería posible el control internacional de la energía atómica. Pero, según Bohr, para que ese régimen de control internacional fuera factible era imprescindible invitar de inmediato a la Unión Soviética “a participar en los planes postbélicos de energía atómica, antes de que la bomba fuera una realidad y antes de que terminara el conflicto”.[94]
Lamentablemente, en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, la carrera de armamentos nucleares siguió un curso cada vez más acelerado. El 29 de agosto de 1949, la URSS realizó la primera prueba de su bomba atómica, denominada Joe-1, en Semipalatinks, Kazajstán. El 3 de octubre de 1952, en las islas Monte Bello de Australia, el Reino Unido detonó su primera bomba atómica, convirtiéndose así en el tercer país del mundo que poseía armas nucleares. El 1 de noviembre de 1952, Estados Unidos hizo la primera explosión de la bomba de hidrógeno o bomba H, conocida como Ivy Mike, en el islote de Elugelab, en el Atolón Enewetak de las Islas Marshall, cuya potencia fue de 10,4 megatones (10,4 millones de toneladas de TNT).[95] El 12 de agosto de 1953, en Semipalatinks, la URSS hizo la primera prueba de su bomba H. El 1 de marzo de 1954, Estados Unidos realizó la detonación de la bomba H denominada Castle Bravo en el Atolón Bikini, la cual tenía una potencia de 15 megatones (15 millones de toneladas de TNT).[96] El 15 de mayo de 1957, el Reino Unido detonó su primera bomba H. El 13 de febrero de 1960, Francia hizo su primera prueba nuclear en Reggane, un municipio situado en el desierto del Sáhara de Argelia, que en aquel momento aún era una colonia francesa, convirtiéndose en el cuarto país del mundo que poseía armas nucleares. El 30 de octubre de 1961, en Novaya Zemlya, archipiélago ruso en el mar de Barents, “la Unión Soviética ensayó la mayor arma detonada hasta el momento, una bomba de hidrógeno llamada ‘bomba del zar’, con un rendimiento equivalente a 50 megatones” (50 millones de toneladas de TNT). [97] El 16 de octubre de 1964, la República Popular China realizó su primer ensayo nuclear en el desierto de Sinkiang, convirtiéndose así en el quinto país del mundo que poseía armas nucleares. En junio de 1967, la República Popular China hizo su primera prueba de la bomba H. Y en 1968, Francia realizó su primera prueba de la bomba H. El lanzamiento de las bombas atómicas y la posterior carrera de armamentos nucleares provocaron el surgimiento de grupos de científicos y movimientos ciudadanos que se movilizaron para rechazar los ensayos y la producción de armas nucleares.[98]
[1] Jesús Martín Ramírez y Antonio Fernández-Rañada, De la agresión a la guerra nuclear. Rotblat, Pugwash y la Paz, Oviedo, Nobel, 1996, pp. 161-162. Peter Watson, Historia secreta de la bomba atómica. Cómo se llegó a construir un arma que no se necesitaba, Barcelona, Crítica, 2020, pp. 39-48 y 53.
[2] Watson, op. cit., pp. 62 y 65.
[3] Tanto Szilárd como Einstein habían huido de la Alemania nazi y establecieron su residencia en Estados Unidos. Szilárd se incorporó como investigador invitado en la Universidad de Columbia en Nueva York y posteriormente en la Universidad de Chicago. Y Einstein se integró como profesor visitante en el Institute for Advanced Study de Princeton, Nueva Jersey.
[4] Carta de Albert Einstein a Franklin D. Roosevelt, 2 de agosto de 1939. Reproducida en: Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y conciencia, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 207-209.
[5] Watson, op. cit., pp. 67 y 72.
[6] Watson, op. cit., p. 104.
[7] Albert Einstein, Escritos sobre la paz, Barcelona, Península, 1967, pp. 31 y 40-41. Edición original preparada por Otto Nathan y Heinz Norden.
[8] Fernández Buey, op. cit., pp. 213-214.
[9] Los isótopos son átomos de un mismo elemento químico cuyos núcleos tienen una cantidad igual de protones y una cantidad diferente de neutrones.
[10] Fermi había abandonado la Italia fascista y fijado su residencia en Estados Unidos.
[11] Martín Ramírez y Fernández-Rañada, op. cit., pp. 173 y 176-177. Watson, op. cit., pp. 54-55, 78-80 y 86-90.
[12] En el Proyecto Manhattan se invertirían dos mil quinientos millones de dólares y el número de personas que trabajó en su desarrollo fue de unas cien mil. Harry S. Truman, Memorias. Año de decisiones. De Potsdam a Hiroshima (1945-1946), Barcelona, Vergara, 1956, p. 178.
[13] El emplazamiento del Laboratorio Nacional de Los Álamos fue elegido por Oppenheimer.
[14] Watson, op. cit., pp. 21-24 y 163-164.
[15] Fred Jerome, El expediente Einstein. El FBI contra el científico más famoso del siglo XX, Barcelona, Planeta, 2002, pp. 80 y 95-96.
[16] Albert Einstein, Mi visión del mundo, Barcelona, Tusquets, 1997, pp. 55-56.
[17] Watson, op. cit., pp. 120-122.
[18] Watson, op. cit., pp. 116-117.
[19] Albert Speer, Memorias, Barcelona, El Acantilado, 2001, pp. 415-422.
[20] Watson, op. cit., p. 143.
[21] Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Barcelona, Crítica, 2001, p. 299. Watson, op. cit., pp. 196-198.
[22] Procacci, op. cit., pp. 272-273.
[23] Olivier Wieviorka, Historia total de la segunda guerra mundial, Barcelona, Crítica, 2025, pp. 246-247.
[24] Pu Yi, el último emperador de China, perteneciente a la dinastía Qing, se convertiría en el emperador de Manchukuo.
[25] Durante la conquista de Nanjing y las semanas posteriores las tropas japonesas mataron a unas ciento cincuenta mil o doscientas mil personas chinas. Wieviorka, op. cit., p. 236.
[26] Japón había conquistado la isla de Formosa en abril de 1895 tras su victoria en la guerra contra China y había anexionado Corea en agosto de 1910.
[27] El Ministerio de Salud y Bienestar japonés pronosticó que, en 1950, “el 14 por 100 de la población de Japón estaría poblando los lugares colonizados: 2,7 millones en Corea, 400.000 en Formosa, 3,1 millones en Manchuria, 1,5 millones en China, 2,38 millones en otros satélites asiáticos, y dos millones en Australia y Nueva Zelanda”. Max Hastings, Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945, Barcelona, Crítica, 2008, p. 68.
[28] Tras la derrota de Japón en la guerra, la obtención estadounidense de las materias primas que había en Asia se produciría en un contexto de hundimiento de los imperios coloniales europeos y de procesos de descolonización. Durante la fase final de la guerra, Reino Unido, Francia y Países Bajos pretendieron reconquistar sus posesiones coloniales en Asia, que habían sido ocupadas por Japón. Reino Unido quería recuperar Birmania y Malasia, Francia volver a controlar Indochina y Países Bajos dominar de nuevo las Islas Orientales Neerlandesas. Pero no lograrían restaurar el orden imperial, ya que en las colonias de Asia se produjo un proceso generalizado de descolonización a finales de la década de 1940 y durante la década de 1950, protagonizado por movimientos de liberación nacional que lucharon, a la vez, contra la dominación japonesa y los intentos europeos de recuperar el control de sus colonias, y acabaron consiguiendo la independencia política de sus países.
[29] Hastings, op. cit., pp. 367, 369 y 371.
[30] Los bombarderos B-29 estadounidenses que lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki partirían de la base aérea de la isla de Tinián, en el archipiélago de las Marianas.
[31] La conquista de las islas de Iwo Jima y Okinawa permitió al ejército estadounidense disponer de bases aéreas y navales cercanas a las islas japonesas más grandes, desde las cuales pensaba lanzar la ofensiva final para derrotar a Japón.
[32] El 24 de diciembre de 1936, el Kuomintang y el Partido Comunista de China (PCCh) acordaron la formación de un Frente Unido para combatir al ejército japonés invasor, suspendiendo de esta manera la guerra civil que mantenían entre ellos desde 1927. La ruptura del Frente Unido se produjo en enero de 1941, debido a un enfrentamiento armado entre las tropas nacionalistas y las comunistas, que se saldó con la victoria de las primeras. Tras la derrota de Japón, en julio de 1946 se recrudeció la guerra civil que acabaría con la victoria del movimiento revolucionario dirigido por el PCCh, la proclamación de la República Popular China el 1 de octubre de 1949 y la retirada del Gobierno del Kuomintang a la isla de Formosa, que a partir de aquel momento pasó a denominarse Taiwán.
[33] Hastings, op. cit., pp. 297, 302, 306, 308, 549-552 y 567-568. Wieviorka, op. cit., pp. 807-811.
[34] Entre octubre de 1944 y agosto de 1945, murieron 3.913 pilotos kamikazes. Williamson Murray y Allan R. Millett, La guerra que había que ganar, Barcelona, Crítica, 2002, p. 564.
[35] Josep Fontana, El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914, Barcelona, Crítica, 2017, p. 260.
[36] Hastings, op. cit., p. 409.
[37] Ante las diversas incursiones aéreas de los aviones de combate estadounidenses, las autoridades municipales de Tokio habían evacuado de la ciudad a cerca de 1,7 millones de personas. Hastings, op. cit., p. 410.
[38] Durante las semanas anteriores, unos 100.000 habitantes habían huido de Hiroshima porque temían un inminente ataque de los bombarderos estadounidenses.
[39] Howard Zinn, La Bomba, Hondarribia, Hiru, 2014, p. 28.
[40] Anthony Weller, “Los partes de Weller”, en: George Weller, Nagasaki. Las crónicas destruidas por MacArthur, Barcelona, Crítica, 2007, pp. 297-303.
[41] En 2003, su hijo Anthony Weller encontró las copias en papel carbón de los partes que había escrito su padre en septiembre de 1945, que serían publicados en 2006.
[42] George Weller, op. cit., pp. 63-64, 68 y 161-162.
[43] “El 14 de septiembre [de 1945], el Departamento de Guerra envió ‘en confianza’ a todos los directores de periódicos, revistas y medios de radiodifusión una nota del presidente Truman, en la que les pedía que cualquier información sobre el ‘uso operativo’ de la bomba atómica se mantuviera en secreto a no ser que estuviera expresamente aprobada por el Departamento de Guerra.” Anthony Weller, op. cit., p. 314.
[44] “El 18 de septiembre [de 1945], MacArthur promulgó un nuevo régimen de censura para todos los medios informativos que se encontraran en Japón, en el que prohibía, entre las diez cláusulas del código, ‘cualquier cosa… que pudiera fomentar el odio o el descreimiento en las fuerzas aliadas’. Con esto se refería a la bomba. Todos los artículos de periódicos o revistas y todas las fotografías tenían que pasar por una junta de censura antes de su publicación.” Anthony Weller, op. cit., p. 314.
[45] En nebrascastudies.org se reproduce, en versiones inglesa y castellana, el borrador del discurso de conferencia de prensa del presidente Harry S. Truman.
https://d1vmz9r13e2j4x.cloudfront.net/nebstudies/0811_0102truman_Es.pdf
[46] El 18 de julio de 1944, el emperador destituyó al primer ministro, el general Hideki Tojo, que sería sustituido en el cargo por el general Kuniaki Koiso. A su vez, Koiso, que había ejercido de primer ministro desde el 22 de julio de 1944, dimitiría del cargo el 7 de abril de 1945, siendo sustituido por Kantaro Suzuki.
[47] Bill Sloan, Okinawa. La última batalla, Barcelona, Crítica, 2008, pp. 423-424. Hastings, op. cit., pp. 697-709.
[48] Murray y Millett, op. cit., p. 579.
[49] Sloan, op. cit., pp. 410-411.
[50] Zinn, op. cit., p. 45.
[51] Gar Alperovitz y Martin J. Sherwin, “Los lideres norteamericanos sabían que no teníamos que lanzar bombas atómicas sobre Japón para acabar la guerra. Pero las lanzamos”, Sin Permiso, 9 de agosto de 2020. https://www.sinpermiso.info/textos/los-lideres-norteamericanos-sabian-que-no-teniamos-que-lanzar-bombas-atomicas-sobre-japon-para
[52] Sloan, op. cit., pp. 412-413.
[53] Truman, op. cit., p. 176.
[54] “La exclusión de la Unión Soviética de la firma de este documento, que se justificaba por el hecho de que todavía no estaba entonces en guerra contra Japón, nacía de la preocupación norteamericana por dejar a los soviéticos fuera de las negociaciones de paz en el Pacífico, una vez hubiesen cumplido con su papel de acelerar el fin de las hostilidades invadiendo Manchuria.” Josep Fontana, Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, Barcelona, Pasado y Presente, 2011, p. 42.
[55] Procacci, op. cit., p. 298. Hastings, op. cit., pp. 647-648.
[56] El texto de la orden de Handy a Spaatz se reproduce en: Truman, op. cit., pp. 181-182.
[57] Hastings, op. cit., pp. 364 y 546.
[58] Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial, Barcelona, Pasado y Presente, 2012, p. 1083.
[59] Zinn, op. cit., pp. 48-49 y 64.
[60] En 1933, después del ascenso al poder del Partido Nazi, el físico alemán James Franck se fue a vivir a Estados Unidos y participaría en el Proyecto Manhattan.
[61] The Franck Report, June 11, 1945. www.dannen.com/decision/franck.html
[62] Joseph Rotblat, «Movimientos de científicos contra la carrera armamentista», en: Joseph Rotblat (ed.), Los científicos, la carrera armamentista y el desarme, Barcelona, Serbal, 1984, pp. 152-153.
[63] Truman, op. cit., pp. 179-180.
[64] Dwight D. Eisenhower, Mis años en la Casa Blanca. Primer Mandato 1953-1956, Barcelona, Bruguera, 1964, p. 323.
[65] Beevor, op. cit., p. 1085.
[66] Gar Alperovitz, “La decisión de bombardear Hiroshima”, Rebelión, 8 de agosto de 2011. https://rebelion.org/eisenhower-no-era-necesario-atacarlos-con-esa-cosa-horrible
[67] Hastings, op. cit., pp. 367 y 369.
[68] Fontana, op. cit., p. 45.
[69] Fontana, op. cit., p. 41.
[70] Hastings, op. cit., p. 611.
[71] Hastings, op. cit., p. 638.
[72] El Pacto de Neutralidad, que tenía una vigencia de cinco años, hasta entonces había convenido a ambas partes. Evitando la guerra con la URSS, Japón podría concentrar sus fuerzas militares en la ofensiva que desencadenó en el sudeste asiático. Por su parte, la URSS no quería librar la guerra contra Japón porque necesitaba destinar todos sus efectivos en los combates contra el Ejército alemán.
[73] Hastings, op. cit., pp. 612 y 633.
[74] El 15 de agosto de 1945, la URSS y la República de China firmaron el Tratado de Amistad y Alianza, pero el Ejército Rojo no retiraría el conjunto de sus tropas de Manchuria hasta mayo de 1946, facilitando, en ese intervalo, que el Partido Comunista de China ocupara aquel territorio y accediera a las armas capturadas a las tropas japonesas. No obstante, la URSS mantuvo una base naval en el puerto de la ciudad de Lüshun (antigua Port Arthur) hasta 1955. Por otra parte, las tropas soviéticas se retiraron de Corea del Norte en 1949. La isla de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles siguieron perteneciendo a la URSS.
[75] Truman, op. cit., p.176.
[76] Vladislav M. Zubok, Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la Guerra Fría, Barcelona, Crítica, 2008, p. 60.
[77] Melvyn P. Leffler, La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría, Barcelona, Crítica, 2008, p. 76.
[78] Fontana, op. cit., p. 134.
[79] Discurso del general MacArthur al Consejo Aliado, en: Fernando Martínez Rueda y Mikel Urquijo Goitia, Materiales para la historia del mundo actual I, Madrid, Istmo, 2006, pp. 413-415.
[80] Fontana, op. cit., p. 135.
[81] Nueva Constitución, en: Martínez Rueda y Urquijo Goitia, op. cit., pp. 415-418.
[82] Jeffry A. Frieden, Capitalismo global. El trasfondo económico de la historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, p. 353.
[83] Procacci, op. cit., p. 374.
[84] Fontana, op. cit., p. 136.
[85] Watson, op. cit., pp. 144-145.
[86] Leffler, op. cit., p. 70.
[87] Zubok, op. cit., pp. 56-57 y 93.
[88] Peter Calvocoressi, Historia política del Mundo Contemporáneo, Madrid, Akal, 1987, p. 7.
[89] Leffler, op. cit., pp. 64 y 66.
[90] Calvocoressi, op. cit., p. 13.
[91] Zubok, op. cit., p. 93.
[92] Odd Arne Westad, La Guerra Fría. Una historia mundial, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2018, p. 115.
[93] El físico Niels Bohr, que el 29 de septiembre de 1943 había huido de la Dinamarca ocupada por los nazis en dirección al Reino Unido, llegó a Estados Unidos y se incorporó al Laboratorio de Los Álamos el 30 de diciembre de 1943.
[94] Kai Bird y Martin J. Sherwin, Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, Barcelona, Penguin Random House, 2023, pp. 324-325 y 327-329.
[95] Martín Ramírez y Fernández-Rañada, op. cit., p. 199.
[96] John W. Dower, El violento siglo americano. Guerras e intervenciones desde el fin de la segunda guerra mundial, Barcelona, Crítica, 2018, p. 44.
[97] Dower, op. cit., p. 44.
[98] Este tema será tratado en un próximo artículo, que será la continuación del que ahora se publica.
https://www.sinpermiso.info/textos/consecuencias-negativas-del-lanzamiento-de-las-bombas-atomicas