“Cuestiones de federalismo” por Antonio Santamaría

Apreciado Antonio,

Lanzas al aire la siguiente pregunta: “¿Por qué se presenta el federalismo como más progresivo que el centralismo etiquetado siempre este último como reaccionario sin considerar ni su naturaleza ni sus fines?”

Si nos atenemos a los principios de la razón pura kantiana, un sistema político democrático, (cuyo ideal es la república), puede ser, en la organización territorial del Estado, tanto centralista como en Francia, Italia y Gran Bretaña antes a la devolution de Blair, como federal como Estados Unidos, Suiza o Alemania.

Ahora bien, si nos atenemos a la razón práctica de Kant, la singularidad de los procesos históricos de construcción de cada Estado-nación resulta determinante para explicar los motivos de porqué se instaura un modelo centralista o federalista. En tu comunicación, aludes al caso francés. En efecto, durante la Revolución francesa, como combatieron los jacobinos, la reacción se escondía tras los ropajes del particularismo regional. Marx y Engels, en sus escritos sobre España, observan en el carlismo ese componente reaccionario disfrazado de particularismo regional que se vio en la Revolución francesa. Posteriormente, la construcción del Estado-nación francés en la Tercera República, se fundamentó en la exitosa integración lingüística y cultural de alsacianos, catalanes, vascos, bretones… donde la escuela nacional y el ejército jugaron un papel fundamental. Sin duda, un modelo democrático que es resultado de un complejo y particular proceso histórico.

En el caso español, el proceso de construcción del Estado-nación sucede de otro modo. En la Revolución liberal, iniciada con las Cortes de Cádiz (1812), el combate contra el carlismo, especialmente fuerte en País Vasco y Cataluña, derivó en la apuesta de los liberales por un modelo centralista a la francesa cuya expresión fue la división provincial, copia del departamento francés, dirigido por un prefecto o gobernador nombrado desde Madrid. Como ha mostrado, Marfany la emergente burguesía impulsó con todas sus fuerzas este proyecto de construcción nacional donde la lengua castellana, como el francés en Francia, debería adoptar el carácter de unificador cultural.

En la fracasada Revolución democrática, el sexenio, impulsada por el general catalán Prim, se plantea la cuestión de la federación a través de la obra teórica y política de Francisco Pi y Margall, efímero presidente de la efímera Primera República española (1873) cuya tumba se cavó en el cantón de Cartagena. En la primera parte su obra cumbre, Las Nacionalidades, puede leerse una síntesis de la historia de España, muchas de cuyas partes son plenamente vigentes, donde defiende el principio de la federación como la mejor organización de los distintos territorios, antiguos reinos medievales, que forman la Nación española. Una organización territorial basada en el Pacto Federal y la lealtad constitucional de todos los componentes de la federación. A la luz de la experiencia de la Guerra de Secesión norteamericana, Pi distingue claramente entre federación, que excluye el derecho a la separación, y la confederación que, en su esquema racionalista heredero del Hegel y Comte, es en realidad un paso previo a la federación. 

Esta concepción federal del Estado tiene una amplia influencia en la izquierda española y catalana. Más allá del Partido Republicano Federal, especialmente fuerte en Cataluña, el movimiento anarcosindicalista adopta este modelo teórico de organización del Estado. Por el contrario, el PSOE, no sin contradicciones internas, se mantiene en este periodo fiel a las tradiciones jacobinas de la tradición de la revolución liberal a la francesa y combate, como los anarquistas, al nacionalismo impulsado por las burguesías catalana y vasca que oprimen sin piedad al proletariado de sus territorios.

Aquí debemos apuntar otro factor esencial. El fracaso de la Revolución democrática, la reinstauración de los Borbones con su régimen oligárquico y la pérdida de los restos del imperio colonial cuando las principales potencias están en plena fase imperialista, provocan un movimiento de reflujo en la burguesía catalana que podríamos resumir así: ‘ya hemos fracasado en la misión de dirigir la construcción de un Estado-nación español moderno, hagámoslo en Cataluña desde donde negociaremos de tú a tú con el Estado centralista’. Es el momento del surgimiento de la Lliga Regionalista, el primer partido político moderno del nacionalismo catalán. También, en este periodo de industrialización de Euskadi aparece el Partido Nacionalista Vasco.

La dictadura centralista de Primo Rivera contribuyó decisivamente a acortar las distancias entre republicanos y socialistas y los catalanistas republicanos que derivó en el famoso Pacto de San Sebastián donde se comprometía conceder un Estatuto de Autonomía a Cataluña como, no sin superar grandes obstáculos, se cumplió tras la instauración de la Segunda República. Esta alianza entre las clases medias ilustradas españolas, representadas por la trágica figura de Manuel Azaña, el movimiento obrero (socialistas, comunistas y anarquistas) y nacionalistas de izquierda catalanes se amplió ya en plena Guerra Civil al PNV. Contra este frente progresista se impuso por la fuerza de las armas el bloque reaccionario, que excepto con respecto a los carlistas navarros y vascos, defendía un centralismo puro y duro y un proyecto de homogenización lingüístico cultural que durante los primeros años de la dictadura ejerció una severa represión contra las manifestaciones públicas de la lengua y culturas catalanas. De este modo, el centralismo, como en los tiempos de Primo de Rivera, quedaba estrechamente vinculado a la derecha antidemocrática, a la reacción y al franquismo.

Estos precedentes históricos resultaron determinantes en la Transición democrática que guarda muchas diferencias y algunas semejanzas con el proceso constituyente de la Segunda República. En cualquier caso, la represión franquista a las culturas y lenguas no castellanas, que se suavizó notablemente desde la década de 1960, explica porqué el federalismo o si quiere una organización descentralizada del Estado es considerada por la mayoría de la opinión pública como un elemento progresista o izquierdista, frente al centralismo como un factor conservador o derechista. 

Harina de otro costal son las contradicciones del Estado de las Autonomías que combina elementos de los Estados centralistas como la provincia y de Estados federales como las Comunidades Autónomas, pero sin que el Senado funcione como cámara de representación territorial como ocurre en los Estados federales. Un régimen mixto que ha provocado inacabables conflictos políticos y jurídicos, plagado de agravios comparativos, que no terminan de resolver la cuestión de la organización territorial del Estado y su carácter uninacional o plurinacional.

No obstante, por las características singulares de España, creo que no funcionaría un retorno al modelo centralista que, sin duda, reactivaría el movimiento independentista en Cataluña y País Vasco. Por tanto, soy partidario de la elaboración de un modelo propio de Estado federal, adaptado a las singularidades de nuestro país, que de alguna manera sería el desarrollo lógico del título VIII de la Constitución española en vigor.

Sabadell 22 de agosto de 2024                               

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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