El Sacristán más imprescindible

El Sacristán más imprescindible

Para todos aquellos en los que no habita el olvido

Se cumple este 27 de agosto 34 años (¡el  tiempo (vida) pasa veloz, muy veloz!) del fallecimiento del que probablemente haya sido el filósofo español más influyente en la segunda mitad del siglo XX, el que más nos ha enseñado, el que más enseñó (y sigue enseñando) a varias generaciones de universitarios, militantes políticos y ciudadanos/as en general. Un verdadero marxista analítico avant la lettre -en el mejor de los sentidos de la expresión: marxismo sin ismo y con estudio no aparente, claridad, rigor, ausencia de sectarismo, sin dogmas o axiomas sin revisión, abierto a otras tendencias y corrientes de pensamiento, sin citas por citar y con la mejor información disponible-, un excelente lector crítico (nunca talmúdico) de los clásicos que nunca perdió la perspectiva histórica (siempre esencial para él) ni abandonó el compromiso político socialista-comunista (después ecosocialista) que para él, desde que inició su militancia en el PSUC-PCE en 1956 [1], era consustancial a la cosmovisión y finalidad marxista-comunista.

Fue seguramente Xavier Juncosa, director de “Poliedro Benjamin”, la primera persona que usó la expresión -muy afortunada sin duda- “Sacristán poliédrico” [2] para referirse a los múltiples registros de la obra del autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger, su tesis doctoral, reeditada y prologada por su amigo, el profesor Francisco Fernández Buey (1943-2012), en 1995.

Fue un acierto porque Manuel Sacristán (1925-1985) fue un filósofo, un auténtico amigo del saber, con muchas caras y aristas… y con mucho, arriesgado e inusual activismo político. ¿Qué resulta más imprescindible de toda su obra y su arriesgada praxis a las personas que quieran aproximarse por primera vez a ellas? A esta pregunta intenta responder sucintamente esta nota que exigiría, con seguridad, un desarrollo más extenso y detallado.

Una primera candidatura podría estar formada por el conjunto de sus escritos “juveniles”, previos a su viaje de estudios de postgrado al “Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia” de la Universidad de Münster en Westfalia, en 1954.

Una buena parte de estos trabajos están publicados en Laye (también en Qvadrante, una revista que publicaron él y su amigo de juventud, Juan Carlos García Borrón). No habría que olvidar tampoco las voces que escribió (algunas de ellas perdidas, otras publicadas póstumamente: Simone Weil, Personalismo, Libertad, Kant) para una enciclopedia, que no llegó a editarse finalmente, dirigida por Esteban Pinilla de las Heras. Habría que incluir también aquí otros trabajos menos conocidos, su juvenil Historia sinóptica de la filosofía por ejemplo, y algunos trabajos académicos de filosofía incorporados por Albert Domingo Curto en su edición de Lecturas de filosofía moderna y contemporánea [3].

Sin negar ningún valor a estos escritos, no son en mi opinión lo más imprescindible de la obra del traductor de El Capital. Destacaré, en todo caso, cinco de ellos: “Verdad: desvelación y ley” (1953) [4], “Tres grandes libros en la estacada” (1952), “El pasillo” (1953, su única obra de teatro, nunca representada), “En la muerte de Eugene O’Neill” (1954) y “Una lectura del Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio” (1954) [5]. Es de cita obligada el editorial del número 23 de Laye, su “Homenaje a Ortega” (leído desde hoy, nos habla también del autor):

Una tradición venerable distingue entre el sabio y el que sabe muchas cosas. El sabio añade al conocimiento de las cosas un saber de sí mismo y de los demás hombres, y de lo que interesa al hombre. El sabedor de cosas cumple con comunicar sus conocimientos. El sabio, en cambio, está obligado a más: si cumple su obligación, señala fines.
Dos modos hay de señalarlos: poniéndolos fuera de la vida de cada hombre, sin tomar muy en cuenta los trabajos de éste por alcanzarlos y dando por bueno su logro casual, o preocupándose, más que por su consecución, porque los hombres se la propongan. Esta última fue la preocupación de Sócrates, que su nieto Aristóteles expresó de este modo: “Seamos como arqueros que tienden a un blanco”.
Tal es la divisa de Ortega.
Cuando el sabio enseña así los fines del hombre más que enseñar cosas lo que enseña es a ser hombre. Enseña a bien protagonizar el drama que es la vida, a vertebrar el cuerpo que es la sociedad, a construir el organismo que es nuestro mundo, a vitalizar todo lo que es vida común, desde el contacto al lenguaje. Todo eso ha enseñado Ortega en su socrática lección explicada a lo largo de cincuenta y tres años. Su obra, además de enseñar cosas, enseña a vivir y todo lo que el vivir conlleva: convivir -ahí están sus escritos político-, hablar -él ha re-creado la lengua castellana-, amar -en Alemania los estudios Über die Liebe [Sobre el amor] son regalo de primavera.
En suma, Ortega ha cumplido respecto a los españoles una función tan decisiva como la que cumplió Sócrates respecto a los griegos.

En su momento, y sin exagerar en exceso el radio de su influencia, probablemente Sacristán cumplió respecto a un sector de la ciudadanía española de izquierdas (menos amplio del que hubiera sido deseable) un papel parecido al que Ortega pudo significar para la sociedad española en aquellos años [6].

Una segunda candidatura al Sacristán más imprescindible podría incluir el conjunto de sus aproximaciones a la obra de Marx (y de Engels [7]), dejando aparte por el momento sus escritos sobre otros nombres de la tradición: Lukács, Gramsci, Labriola, Zeleny, Harich, … Esto son palabras (aún más) mayores. Aquí hay incluir traducciones, presentaciones y anotaciones de las obras del gran clásico (especialmente de El Capital) y cuatro de los textos más interesantes que se han escrito nunca entre nosotros sobre la obra del padre de Eleanor Marx: “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”, “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”, “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”.

Conviene no olvidar un paso del segundo de los artículos citados:
Pero la herencia especulativa de Marx que ha nacido intelectualmente como filósofo romántico y ha tardado unos veinte años en abrirse camino hasta una noción clara de lo que es trabajo científico en el sentido moderno del término y que, además, se ha puesto a practicar ese trabajo sin abandonar la especulación no es la única causa de que su obra no sea teoría pura, aun contando con un núcleo que sí lo es. Hay otra causa, y más interesante, que es el proyecto intelectual de Marx, su ideal de conocimiento, por así decirlo, la idea que se hace de su obra. El conocimiento que busca Marx ha de ser muy abarcante, contener lo que en nuestra academia llamamos economía, sociología, política e historia (la historia es para Marx el conocimiento más digno de ese nombre). Pero, además, el ideal de conocimiento marxiano incluye una proyección no solamente tecnológica, sino globalmente social, hacia la práctica. Un proyecto intelectual con esos dos rasgos no puede ser teoría científica positiva en sentido estricto, sino que ha de parecerse bastante al conocimiento común, e incluso al artístico, e integrarse en un discurso ético, más precisamente político. Es principalmente saber político… [la cursiva es mía]

Sin negar ningún interés, ni incluso actualidad en algunos casos, al conjunto de sus aportaciones marxianas (¿quién puede cometer un error tan mayúsculo?), no es este tampoco el Sacristán más imprescindible en mi opinión.

Hay más candidaturas desde luego. Sus aportaciones estrictamente filosóficas, empezando por su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger y siguiendo por sus interesantes e influyentes (y discutidas en ocasiones) tesis metafilosóficas; su obra lógica, que incluye también buena filosofía de la lógica y parte de los materiales que preparó para las oposiciones de 1962 [8]; sus críticas literarias (Heine, Goethe, Brossa, Raimon, O’Neill), que sería inadmisible olvidar o despachar sin más [9]; sus conferencias (algunas de ellas inéditas; por ejemplo, sobre Sartre tras su fallecimiento o sobre política de la ciencia) [10]; el giro ecosocialista (o ecocomunista) de su pensamiento y su nueva praxis en movimientos sociales desde principios de los setenta [11]; sus aportaciones gnoseológicas y epistemológicas, en las que cabe recordar su sentida nota necrológica tras el fallecimiento de su maestro Heinrich Scholz o su aproximación a las consideraciones socialistas de Bertrand Russell [12], sin olvidar la importancia que concedió a la ciencia autocrítica del siglo XX en los años setenta; sus escritos directamente político-culturales, tanto sus aportaciones a Nuestras Ideas, Horitzons, Realidad y Nous Horitzons, como sus informes y cartas a la dirección del PSUC y del PCE [13], sin olvidar sus notas editoriales y artículos publicados en Materiales y mientras tanto [14], o una de sus conferencias-escritos más influyentes: “A propósito del ‘eurocomunismo”; sus escritos, de amplia repercusión en los años sesenta y setenta, sobre Universidad y política universitaria [15]; sus escritos y conferencias sobre Lukács [16], su Gramsci, traducciones, escritos y anotaciones [17]; sus entrevistas, especialmente las de Dialéctica y Naturaleza, y la que le hicieron a finales de los setenta Jordi Guiu y Antoni Munné para El Viejo Topo [18]; sus anotaciones a la obra de Gerónimo [19]; sus prólogos o presentaciones (Historia general del socialismo, ¿Comunismo sin crecimiento?, La estructura lógica de El Capital,…); su estilo argumentativo; su forma crítica de leer; sus decisivos, diversos e influyentes trabajos de traducción (unas 30 mil páginas; Sacristán fue traductor de la UNESCO gracias al apoyo de Francisco Fernández Santos (S. López Arnal, En tiempos de fraternidad y resistencia (en prensa)); sus trabajos editoriales (no todos pane lucrando), algunos de ellos inéditos, etc. Dejo cien cosas más en el tintero.

La pregunta sigue pendiente: ¿cuál es entonces el Sacristán más imprescindible? La respuesta: en mi opinión, el Sacristán maestro-profesor. Con esta idea-fuerza podemos construir un amplio arco de compresión político-cultural-filosófica, que incluya muchas (casi todas) las aristas básicas de su obra y de su hacer.
Como no es imposible que el lector/a, sobre todo los lectores que conocieron y trataron directamente al autor de “Panfletos y Materiales”, al igual que las personas que se han acercado a la obra del traductor de Adorno, Marcuse y Quine por motivos esencialmente político-filosóficos, pueden poner sus manos (con todos sus dedos) en la cabeza, criticarme por academicismo o (no excluyente) pensar que me ha dado algún hervor, intentaré argumentar brevemente mi elección.

1. Considerar esencialmente a Manuel Sacristán como un pensador y activista revolucionario, esto es, como un ciudadano-filósofo que aspiró, en serio, a la transformación socialista de la sociedad, como un filósofo y ciudadano que organizó su vida (sin olvidarse de otros nudos) con esta finalidad como eje central (estudio, amor, lucha), no es contrario a la elección anunciada, más bien la refuerza en mi opinión. Una parte -insisto: una parte- de las enseñanzas de Sacristán pivotan en torno a este eje (no sólo teórico) socialista transformador.

2. Conviene reparar en el uso de la palabra maestro. Sacristán no sólo fue un excelente profesor (que lo fue, es un lugar común reconocido; yo he tenido muy pocos profesores como él en las cuatro facultades donde he estudiado) sino que fue un verdadero maestro, de esos de los que él mismo habla en su editorial de Laye, en su Homenaje a Ortega”, o en el sentido que él mismo usó este término, refiriéndose al maestro Scholz, en su conferencia de 1979 sobre una política socialista de la ciencia.

3. Además, como apunté, no sólo fue maestro de estudiantes universitarios o de profesores como lo han podido ser otros (pienso, por ejemplo, en cuatro profesores míos: Jesús Mosterín, Albert Dou, José Daniel Quesada o Antoni Malet), sino que fue, y no de manera marginal, maestro de activistas, de militantes y de ciudadanos. Recordemos que dio clases de alfabetización, de formación básica [20], a trabajadores y trabajadoras en una barriada de L’Hospitalet de Llobregat, una ciudad obrera pegada a Barcelona por el Sur. Con mucha seriedad y rigor (y fraternidad en este caso), como hacía todas las cosas.

4. Su experiencia como profesor está cargada, además, de “avatares políticos”: traslado de facultad (de Filosofía a Económicas), dos expulsiones, fracaso en las Oposiciones de 1962 por motivos políticos, profesor no numerario cuando le permitieron dar clases, nombramiento tardío como catedrático extraordinario (un año antes de su fallecimiento), etc. [21]

5. Participó además, directamente, en las luchas del movimiento universitario antifascista, tanto de los estudiantes como del profesorado. Fue una pieza clase del PSUC-PCE en la Universidad de Barcelona. De él es, como probablemente se recuerde, el “Manifiesto por una Universidad Democrática” y él es también autor de uno de los ensayos clásicos sobre la universidad española: “La universidad y la división del trabajo” [22]

De lo que pudo significar su papel como profesor y maestro tenemos bastantes testimonios. Resumo uno de los que a mí más me han interesado y conmovido, el de Josep Mercader Anglada [23], alumno suyo en el último curso que impartió en la Facultad de Económicas de la UB antes de ser expulsado (por no renovación de su contrato) por el rector García Valdecasas en 1965.

La presentación de Mercader Anglada:
Lo tuve de profesor en primer curso de Económicas, en 1964. No lo había oído nombrar anteriormente ni lo volví a ver después […] No recuerdo el nombre exacto de la asignatura; nosotros la llamábamos simplemente “Filosofía”. Sacristán nos informó claramente el primer día: dedicaría el curso a la lógica formal. A él le serviría para no complicarse la vida y a nosotros para activar el cerebro […] Él no hablaba nunca así. Era muy meticuloso en el uso de las palabras, no era tan burdo. Sí que recuerdo, sin embargo, que de un modo u otro justificó la utilidad que podía tener el aprendizaje de la Lógica en nuestra formación. Dijo también que la lógica era un campo de la Filosofía poco susceptible de tendencias ideológicas y que, por tanto, esperaba no poder ser acusado por nadie de desvaríos en sus explicaciones en clase. No lo conocía de nada pero entendí que habría tenido problemas con lo que hubiera explicado en clase en cursos anteriores. A mí, aprender algo de Lógica me atraía suficientemente; con un profesor, con problemas con las autoridades, todavía más.

La asignatura era obligatoria para todos los matriculados en primer curso -todas las asignaturas lo eran- y eran bastante más de cien los estudiantes matriculados:
Sus clases estaban siempre llenas a rebosar, a menudo con alumnos sentados en los escalones de los pasillos. Yo mismo, que me saltaba olímpicamente todas las clases (en el bar se aprendía más) y que colgué la carrera dos años después, no falté nunca a sus clases. Llegaba antes de la hora, para no tener de sentarme en los pasillos o en la misma tarima. Y, sin embargo, no había barullo: en sus clases el silencio era total, la atención completa. Todos tomábamos apuntes como si nos fuera la vida en aquella asignatura.

Un día una estudiante se mareó, tal vez por el sofoco de tanta gente apretujada en la clase.
Antes de enterarme de lo que realmente pasaba, lo primero que vi fue que Sacristán se interrumpía de repente, saltaba de la tarima al suelo por encima de los alumnos allí sentados y se acercaba a la segunda o tercera para interesarse por ella. Entre él y algunos compañeros la acompañaron fuera del aula, y aún después nos tuvo un buen rato aguardando hasta que regresó a la pizarra y nos comunicó que la compañera estaba bien, que no había pasado nada.

[Durante la constitución del SDEUB, el tercero por la izquierda]

Yo ya conocía al Sacristán maestro, aquel día conocí a Sacristán como persona” prosigue Mercader Anglada. Conoció mejor a su profesor cuando realizaron un examen parcial de la asignatura. Tras la prueba, en la siguiente clase, Sacristán se presentó con todos los exámenes “magnífica y concienzudamente corregidos”. Antes de devolverlos, práctica nada frecuente en aquel entonces y años después, les señaló que aquella prueba debería servir como un contacto entre lo que ellos habían asimilado y su percepción previa de ello.
Comentó lo que creía válido como repuesta a cada una de las cuestiones planteadas y, aún antes de repartir, nos hizo un breve comentario personal, en voz alta, ¡uno por uno! Si no queríamos que nos hiciera el comentario en voz alta, podíamos indicárselo con un simple gesto, pero nos pidió que fuéramos atendiendo a todos aquellos breves comentarios porque, aunque no fueran dirigidos a nosotros, también nos podían ser de utilidad. Recuerdo muy bien la observación que me correspondió: ”¿Usted escribe poesía, verdad?”. Sí, hube de confesar. “Se nota”, me dijo. “Su examen está bien, pero adolece de una redacción torturada, como si tuviera de luchar para encontrar en cada frase la palabra exacta”. Comentario ajustadísimo. Al instante, había detectado mi talón de Aquiles. En los folios del examen había otros comentarios escritos y una nota que me supo a poco, un 8, pero que tuve de reconocer más tarde como la que seguramente me correspondía.

 Il Vangelo secondo Matteo ya se había rodado y se había estrenado en España con un título, tendenciosamente cambiado, El Evangelio según San Mateo; añadieron “San”.
Mercader Anglada recuerda que en una de las primeras clases de la asignatura -“Fundamentos de Filosofía”- hubo un breve diálogo entre Enrique Irazoqui, uno de los actores de la película (https://www.revistavanityfair.es/poder/articulos/enrique-irazoqui-pier-paolo-pasolini-evangelio-segun-san-mateo/30147), y Sacristán. [En la fotografía, Pasolini e Irazoqui en el festival de Venecia de 1964].
Sí, a pesar del gran número de alumnos en clase, Sacristán promovía la intervención del alumnado: si nadie preguntaba nada, preguntaba él. Por el tono en que se entrecruzaron las palabras, me pareció entender que ya se conocían. En el examen del que he hablado antes, Irazoqui sacó un 10. Desconozco las tendencias políticas de Irazoqui y mucho menos sus tendencias sexuales. Sólo sé que había tenido una importante relación con Pasolini. Y reconozco que a partir de este pequeño dato no puedo deducir nada consistente.

Añade una reflexión complementaria sobre el caso Sacristán-Gil de Biedma:
Pero a mí, personalmente, este 10 siempre me sirvió para no dar crédito a lo que más tarde se divulgó: que Sacristán no había admitido a Gil de Biedma en las filas del PSUC debido a su homosexualidad, siguiendo la línea del PCI que había expulsado a Pasolini de sus filas. Hoy, la negativa de Sacristán [que no fue el caso] a la afiliación de Gil de Biedma, podemos interpretarla mucho mejor reconociendo el evidente peligro que suponía para el partido la entrada de un personaje con una vida nocturna “alborotada”, seguido siempre de cerca por la policía. Sin embargo, a partir de este episodio, muchos siguen atribuyendo a Sacristán una intransigente moralidad según las normas sociales tradicionales, incluida la homofobia.

García Valdecasas sí tenía una intransigente moralidad según los principios del Movimiento. Decano de la Facultad de Medicina en la inmediata posguerra, de él se contó que había mandado quemar las tesis doctorales redactadas en catalán durante la II República, comenta Mercader.

Durante el mes de octubre de 1965, expulsado Sacristán, no se impartieron clases de “Filosofía” de 1º de Económicas. Se estaba siguiendo la estrategia de no provocar al alumnado en caliente. Se tratada de dejar pasar los días y nombrar a un sustituto cuando el ambiente estuviera “más calmado”. Sin embargo, el resultado de la estrategia seguida fue malo, pésimo para los organizadores en su opinión.
Fue una mala estrategia. Mala estrategia porque el primer día de clases los alumnos recién llegados del preuniversitario ignoraban el tema, y fue precisamente durante este lapso que fueron informados por sus compañeros de los cursos superiores. Así que cuando finalmente se presentó un profesor con la intención de dar la clase nadie entró en el aula. La consigna de no entrar se siguió en las clases siguientes, pero debía ser al 4º o 5º día cuando un alumno entró y la clase se dio. Para él solo. Entre clase y clase, ese alumno terminó en el estanque de la entrada de la Facultad. Mucho después alguien me contó que el “gilipollín de marras” era [Juan José] Folchi, alguien que después destacaría en la UCD, de donde también lo echarían aunque no a un estanque. Después se dio un garbeo por Alianza Popular. Implicado en el caso KIO con De la Rosa, también se pasearía por la cárcel. De todos modos, en la siguiente clase ya no sólo entró él. Eran 6 ó 7 y había otro grupito a punto de entrar

La idea del resto del estudiantado era que si no se daban clases no podría haber suspensos por una asignatura no impartida. Pero que, si se daban, los no asistentes tenían el suspenso asegurado.
Viendo que el profesor estaba dando clase, el grupo de indecisos entró… y con ellos, media facultad. Pero las otras clases pararon. Todo el mundo se puso a hacer el mayor ruido posible en aquella aula para que el profesor resultara inaudible. Picábamos los asientos abatibles, pateábamos el suelo… El profesor intentó hacer la clase escribiéndola en la pizarra, pero alguien iba borrando todo lo que él iba escribiendo .

La misma protesta se repitió en cada una de las horas de clase de los días siguientes. Un día se presentó el decano de la Facultad para negociar, recuerda Mercader. No se le permitió hablar, antes había que conocer la versión del profesor sancionado. Los estudiantes querían saber, de la propia voz de Sacristán, por qué él no era él el titular de la asignatura.
No sé qué día fue que, aunque el aula estaba llena de alumnos armando un ruido infernal, el decano consiguió calmar la masa. Nos dijo que volvía de inmediato, que aguardáramos a que hablara con otros miembros del claustro para constituir una comisión que negociaría con nuestros representantes allí mismo […] La policía ya estaba en el exterior del edificio y los que estábamos dentro del aula lo sabíamos perfectamente. Bastantes alumnos desaparecieron como por ensalmo pero bastantes más decidimos quedarnos. En el edificio de la Plaza Universidad ya se había roto la regla de considerar poco menos que sacrílega la entrada de la fuerza pública en el recinto universitario, pero todavía seguía resultando una acción demasiado escandalosa. Los que estábamos dentro del aula no creíamos que llegaran a entrar en el edificio, aunque sí contábamos con alguna acción fuera de él, a la salida.

Sin embargo, entraron finalmente.
Nos hicieron ir saliendo de uno en uno por una única puerta (aquellas aulas se iluminan por claraboyas, no tienen ventanas) y nos fueron retirando el DNI. Para recuperarlo tuvimos de pasar al día siguiente por Secretaría donde, con el DNI, recibíamos la carta de expulsión de la universidad [24].

Podemos encontrar otros testimonios de aquellos años. Puede reconstruirse con cuidado todo esta cara de la obra y hacer de Sacristán. Además de recuerdos y comentarios de ex alumnos, tenemos sus materiales de trabajo, sus apuntes (desarrollados) editados de sus primeros años (por ejemplo, de los cursos 1956-57, 1957-58 y 1959-60), los esquemas detallados de sus clases (con anotaciones y observaciones de su puño y letra) y la transcripción de sus clases de Metodología de los cursos de 1981-82, 1983-84 (transcritas por el profesor Joan Benach) y 1984-85 (transcritas por tres estudiantes de aquel curso accidentado por la enfermedad de Sacristán). Parte de ese material puede consultarse entre al documentación de Sacristán depositada en la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la UB.

Para no agotar al lector (consciente de que mi elección debería justificarse con un desarrollo más detallado, informativo y argumentado), daré unos pocos ejemplos de la forma en que Sacristán ejerció su maestría en sus últimos años [25]. Las clases de 1981-82 (lo grabado de ellas) se iniciaban del siguiente modo:
(…) de lo que hoy llamamos filosofía de la ciencia. Entre el final del XVIII, que es la fecha de esos precedentes, y la fecha, más o menos simbólica que os di como origen de la filosofía de la ciencia tal como la concebimos hoy, el libro de Pearsons La gramática de la ciencia, que es de 1892, ha pasado de todos modos una cosa bastante importante que es ya el origen, el nacimiento directo de la filosofía de la ciencia, tal como la entendemos hoy, que es lo que se suele llamar crisis de fundamentos de la ciencias, un fenómeno ocurrido en los últimos decenios del siglo XIX y muy directamente enlazado, en el plano de las ideas, con lo que se llama el positivismo.
Particularmente los que estéis más interesados por la sociología, tendréis una idea del positivismo bastante eufórica, como de una corriente de pensamiento muy optimista porque a un sociólogo cuando se le dice positivismo piensa en Comte principalmente. Pero ese positivismo de los años 30 del siglo pasado [XIX], alrededor de los cuales se ha publicado el Curso de filosofía positiva de Comte y se ha desarrollado la escuela saintsimonista y todo esto, en fin, los varios positivismos de la primera mitad del siglo XIX, aunque tiene en común con el resto del positivismo del siglo (e incluso con el neopositivismo del siglo XX), lo que se suele llamar cientificismo, es decir, la creencia en que el único conocimiento que vale para algo, que tiene algún sentido, es el conocimiento científico, mientras que todo otro tipo de pensamiento es, cuando no inútil, contraproducente. Aunque tiene eso en común, como decía, con todo positivismo, el de la primera mitad de siglo [XX] es, sin embargo, un positivismo optimista, convencido de que el conocimiento científico en el que cree va a progresar indefinidamente, mientras que, a partir de los años 60, 70, del siglo pasado [XIX], la misma corriente positivista, esta creencia cientificista en la ciencia, va doblándose de cierto pesimismo, de cierto pesimismo sobre las posibilidades del conocimiento. Hay un abismo entre el positivismo de Comte y de sus discípulos directos y el positivismo de los positivistas de 1870, por ejemplo, los cuales son autores mucho más autocríticos y escépticos. Siguen pensando que lo único que tiene sentido es la ciencia, o al mismo tiempo piensan que ese sentido es bastante pobre.
En 1873… por coger otra fecha de esas simbólicas de las que repetiré hasta ponerme pesado aunque no hay que considerar que signifiquen nada importante; las doy por su valor simbólico y casi mnemotécnico, para fijar hechos, pero no porque ellas mismas sean significativas ni nada decisivo. En el año 1873, decía, hay un congreso de ciencias, en Alemania, en el cual se puede ver muy bien el cambio de actitud del positivismo. Uno de los científicos, un biólogo, muy importante, y muy representativo del positivismo de finales de siglo, Emile Du Boys Raymond (a pesar del nombre era un prusiano; como hay en Prusia muchos nombres franceses, descendientes de protestantes emigrados a Prusia al ser expulsados de Francia por Luis XIV, en el edicto de Nantes), pues bien, este científico, un biólogo muy importante y además muy representativo y muy respetado en el movimiento positivista, pronunció el discurso inaugural, cuando todavía se pronunciaban en latín, cosa que suscita cierta nostalgia que hace no todavía un siglo, Europa era, la Europa culta era lo suficientemente unitaria y poco nacionalista como para que en los congresos se hablara en latín y se entendían todos claro… Pues bien en un discurso, que pronunció en latín, expuso la fe positivista en que la ciencia es la única actividad intelectual y valiosa pero, al mismo tiempo, desarrolló la tesis de que las limitaciones del conocimiento científico eran definitivas, eternas, que había que abandonar la idea de un progreso indefinido del conocimiento. El discurso terminaba con la frase en latín: ignoramus et ignorabimus, que quiere decir ignoramos e ignoraremos.
Este discurso, característico del positivismo pesimista, se puede considerar de verdad ya una primera pieza de filosofía de la ciencia en el sentido actual, es decir, de crítica, de análisis de los límites, de la fundamentación, de la solidez, de las posibilidades de la ciencia, como se refleja muy característicamente en el título y en el contenido del libro de Pearsons que cité, que recordaréis que se titula La gramática de la ciencia, el análisis estructural de qué es eso. El discurso de Du Boys Raimond se publicó en forma de libro con el título Sobre los límites del conocimiento de la naturaleza.

Dando cuenta de las primeras reacciones críticas ante la tecnociencia contemporánea, el traductor de Heine comentaba días después:
El otro autor, buen observador, de los comienzos de la tecnociencia inglesa moderna, el poeta Heine ha dejado un tipo de crítica más externalista. Si recordáis la contraposición que hacíamos al principio, en el primer tema, entre la filosofía de la ciencia internalista-externalista, podríamos decir este texto de Goethe que he leído es internalista, habla sólo de ciencia. En cambio, Heine, que no era un científico, era un poeta, sin personalidad científica como Goethe, hace una crítica más externalista, más cultural, pero de mucho interés. En una carta a un amigo… Primero, un texto de Las Noches florentinas en la que se lee lo siguiente. Está tratando sus impresiones en su primer viaje a Inglaterra y dice: «Madera, hierro y latón parecen haber usurpado allí el espíritu del hombre y haber enloquecido por su usurpada plétora de espíritu, mientras que el hombre desespiritualizado cumple con sus sólidas ocupaciones de un modo completamente mecánico, como un fantasma vacío. Come bistecs a una hora determinada, pronuncia discursos parlamentarios al momento debido, se cepilla las uñas a hora fija y sube a la diligencia o se suicida según horario»
Esta impresión de una vida mecanizada en la que las máquinas habrían usurpado la inteligencia y el hombre no sería más que un autómata, sin más contenido interior, psíquico, que la sumisión al orden de estas máquinas, es también una clara manifestación, y bastante temprana –Las Noches florentinas son de 1830-, de este malestar ante esta tecnociencia moderna.
Heine mismo se ha sentido muy dividido en su espíritu, entre progresismo y regresismo, como lo muestra este párrafo de una carta a un amigo que quería citar, que es también de 1830. Dice: «Lo más peligroso para mí es ese brutal orgullo aristocrático que me arraiga en el corazón, que todavía no he podido estirpar y que tanto desprecio me inspira por el industrialismo, hasta el punto de que podría tentarme a las más elegantes perversiones.»
Hay que precisar que Heine políticamente es, en la época, un hombre de extrema izquierda, un amigo personal de los saintsimonianos franceses, de Marx, de algunos de los primeros anarquistas, es un hombre situado en un ambiente que hoy llamaríamos de extrema izquierda. No es, por tanto, un simple reflejo conservador el que produce esta sensación de malestar ante esa nueva ciencia que está en la producción, que está en las fábricas, que vacía al hombre de su inteligencia.
Por consiguiente, el asunto que nos ocupa en este tema, esa falta de consenso para la ciencia contemporánea en algunas capas de la población, en el fondo tiene viejísimos precedentes. Se puede decir que, como estado de ánimo minoritario, acompaña a esta ciencia moderna casi desde su nacimiento. La fecha más antigua que hemos visto, en 1810, que es el Tratado de los colores de Goethe; luego la novela de Mary Shelley, ocho años después, el Frankenstein, que a primera vista uno no los relacionaría. A uno le parece Goethe mucho más antiguo que el Frankenstein de Mary Shelley. Pues no, son ocho años de diferencia, no más.
De todos modos, esta cuestión tiene hoy, tiene en todo el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, características peculiares. Hay que observar, por ejemplo, que hace de diez a quince años, cuando se hablaba de “crítica de la ciencia” o de “crisis de la ciencia”, la cuestión en que se estaba pensando era el viejo debate ciencia-ideología: si hay ciencia objetiva, si toda ciencia está imbuida en ideología, si están mezcladas ciencia e ideología. Por tomar dos ejemplos muy destacados, consideremos un momento la filosofía de la ciencia de Althusser, en el campo marxista, o la de Kuhn, en la filosofía académica de la ciencia.

Un tercer ejemplo, el último, muy significativo:
Por otra parte, los casos puros de aceptación entusiasta de la ciencia porque se supone que la calidad epistemológica implica la calidad práctica, porque se supone que, también con una frase bíblica, “la verdad os hará libres”, que de la corrección teórica va a salir por fuerza la libertad, la corrección práctica, que se puede decir con palabras bíblicas o con palabras de filósofos de la ciencia progresistas, o bien, a la inversa, porque se suponga que de la maldad de consecuencias prácticas se puede inferir la falsedad teórica, la falsedad epistemológica, casos puros así no hay muchos, pero me gustaría ejemplificarlos con dos casos muy notables. Uno de los cuales he conseguido ya hace tiempo, hace dos o tres años que se me ocurrió para darlo como ejemplo puro, que seguramente es muy conocido, el otro menos.
El muy conocido, el ejemplo de anticientificismo, de romanticismo, de regresismo en materia científica, es el Frankenstein de Mary Shelley, que es además una de las primeras manifestaciones de este sentimiento de rechazo, incluso epistemológico de la ciencia, en función de temidas consecuencias prácticas. Yo supongo que quien no haya leído la novela habrá visto alguna de las varias películas sobre la novela. Todo el mundo sabe de que trata Frankenstein. La novela cuenta la historia de un médico y fisiólogo… ¿perdón? Sí, sí, la novela de Mary Shelley, de Frankenstein. Las películas no son más que versiones de la novela. Pocas veces a la altura de la novela. Por lo menos, las versiones que yo conozco. No sé si alguien conoce algún Frankenstein mejor… El Frankenstein de Mary Shelley creo que está editado también en catalán o castellano. Recuerdo de haberlo visto alguna vez. El Frankenstein, la novela, es de 1818. Es decir, la reacción de temor ante la ciencia moderna, esa tecnociencia, empieza bastante pronto, como se puede apreciar. 1818 es una fecha relativamente temprana.
La complejidad del cuadro cultural, intelectual, filosófico, en que se enmarca esta reacción, está muy bien ilustrado por la personalidad de Mary Shelley y por la novela. Mary Shelley era la mujer de Shelley, el poeta, y se puede estar seguro de que Shelley estaba de acuerdo con la novela. Entre otras cosas porque Mary Shelley la ha escrito en Roma, en una de esas convivencias en que estaban los Shelley, los Keats, esa primera división de la poesía inglesa de la época, que solían estar mucho más en Roma que en Inglaterra. Y es inverosímil que no estuvieran todos ellos de acuerdo con lo que estaba allí escribiendo Mary Shelley.
Pues bien, este libro que leído por una persona ingenua, muy progresista sin reservas, de la segunda mitad del siglo XX, parecería fruto de una mentalidad sumamente tradicionalista o reaccionaria, más que conservadora, el ambiente del que viene, el ambiente de los Shelley, es, prácticamente, el de la extrema izquierda intelectual inglesa de la época.
Shelley es el poeta seguramente más de izquierda de la tradición romántica inglesa, hasta extremos conmovedores. Una vez, al bajar a unos calabozos de la Jefatura Superior de Policía, en Barcelona, al cabo de un rato de estar sentado allí me di cuenta que en una de las paredes algún preso había arañado, con las uñas, unos versos de Shelley, precisamente, y en inglés. No sé que raro preso sería éste, pero el hecho es que allí estaba. No sé si con la democracia lo habrán quitado, cuando habría habido que ponerle un marco. Traduzco:
La luz del día,
después de un estallido,
penetrará
al fin
en esta oscuridad

[Durante la constitución del SDEUB, 1966; Sacristán es el tercer por la derecha; Paco Fernández Buey está leyendo, probablemente, el Manifiesto del SDEUB]

Son unos versos, señalaba el profesor Sacristán finalmente, de un poema social, de un poema de lo que luego se consideraría movimiento cartista.

No hay marco, por supuesto, y los versos están borrados. No fue lo único que se borró, no fue el único atropello.

Un estudio detallado de la obra del autor de la Antología de Gramsci desde esta perspectiva, una reflexión que, por supuesto, podía obtener información y numerosos análisis de interés de la biografía política que publicó Juan Ramón Capella en Trotta en 2005 [26], podía dar como resultado un Sacristán aún más integral que confirmara o apoyara (o acaso refutara) la idea con la que he iniciado esta nota: el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal fue un maestro imprescindible, uno de los pocos maestros que generó la filosofía española de la segunda mitad del pasado siglo. Ese nudo ha sido esencial para muchos de nosotros; lo sigue siendo.

Notas.

1) Miembro del Comité central del PSUC y del PCE (y del comité ejecutivo del PSUC desde 1965 hasta 1969, pocos filósofos españoles adquirieron este compromiso organizativo), se alejó (dejó de ser miembro) del Partido de los comunistas catalanes a finales de los años setenta (sin ser el único motivo, con discrepancias con algunas de las tesis y posiciones del Partido durante los años de la transición). Votó la candidatura del PSUC en las primeras elecciones legislativas de 1977.

2) El cineasta e historiador barcelonés es el director de los ocho documentales que componen “Integral Sacristán” (Mataró, El Viejo Topo, 2006).

3) Editado por Trotta en 2007, Albert Domingo Curto editó, anotó y escribió un prólogo (“Filosofías de una vida”) que merece una atenta lectura. Entre estos académicos a los que hacemos referencia se recogen en este ensayo: “Sobre la doctrina transcendental del juicio en la Crítica de la razón pura de Kant”, “Tres notas en una lectura histórica de las Meditaciones cartesianas de Husserl” y “Finitud e infinitud temporal del mundo”.

4) Un largo artículo publicado en Laye del que al que lector se le escapa una buena parte de su desarrollo. Sorprenden sus referencias finales a Russell, Reichenbach, Heisenberg, Schlick, y la comparación que establece Sacristán entre desarrollos de la física y epistemología de aquellos años y las teorías de la verdad de Heidegger y Ortega.

5) Desconozco la opinión de Rafael Sánchez Ferlosio sobre la reseña, no sé si llegó a escribir o comentar algo sobre ella. En la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la UB se guarda una parte de la correspondencia entre ambos: algunas cartas de Sánchez Ferlosio, una sola de Sacristán (que probablemente escribiera más).

6) Un papel eclipsado años después de su fallecimiento, y del que apenas quedan restos en la Academia (salvando algunas excepciones: tesinas y tesis doctorales de Miguel Manzanera, Giaime Pala, Pau Luque, José Sarrión, M.ª Francisca Fernández; algunos cursos de doctorado (Fernández Buey impartió uno en 1993-94), sesiones en un seminario de la Universidad Complutense de este mismo curso…), y algo en la esfera política (por ejemplo, en el caso de algunos militantes o dirigentes del PCE e IU).

7) No estaría de más un pequeño libro que incluyera sus dos escritos sobre el Anti-Dühring, su presentación de 1964 y el prólogo que escribió para OME-35, sus anotaciones de lectura del clásico engelsiano y su reflexión posterior, de 1967, sobre la noción de concepción del mundo.

8) Cuatro de las personas que más han estudiado esta arista de su obra: Paula Olmos, Luis Vega Reñón, Jesús Mosterín y Albert Domingo. Sobre las oposiciones de 1962, fueron y siguen siendo esenciales las aportaciones del profesor y matemático Christian Martín Rubio. Además de sus aportaciones escritas, es de visión obligada la entrevista que le realizó Xavier Juncosa para los documentales “Integral Sacristán”. Puede verse entre los materiales depositados de y sobre Sacristán en la Biblioteca de Economía y Empresa de la UB.

9) Aquí hay una joya poco conocida (muy del gusto de Francisco Fernández Buey): un texto suyo, de apenas una página, dedicado a Miguel Hernández para un homenaje al poeta alicantino celebrado en 1976 en el Aula Magna de la UB.

10) Ha sido, sin ningún género de dudas, uno de los grandes conferenciantes españoles. Algunos de sus grandes escritos fueron inicialmente conferencias. Por ejemplo, “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”. “Integral Sacristán” incorpora el registro sonoro (sin imágenes) de cinco de esas conferencias. Si no se han escuchado, la experiencia es más que recomendable.

11) Importantísimo y en algunos momentos en minoría de uno. Está por escribir una tesis doctoral sobre el ecocomunismo de Sacristán que incorpore sus reflexiones en el ámbito de la filosofía de la ciencia.

12) Arista poco conocida, sus lecturas, sus notas y observaciones de lectura, de clásicos de la filosofía de la ciencia de los años sesenta y setenta son deslumbrantes.

13) Las aportaciones de Miguel Manzanera y Giaime Pala han sido esenciales en este punto.

14) Una gran parte de ellas recogidas en Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Citaré una de ellas: “Intoxicación de masas, masas intoxicadas”.

15) Entre ellos, recuérdese, el manifiesto del SDEUB, un texto de hace más de 50 años que conserva en muchos puntos fuerza, vivacidad y coraje político, e incluso actualidad.

16) El autor que más tradujo (incluso más que Marx). Unas cinco mil páginas.

17) El orden y el tiempo, libro interrumpido editado por Albert Domingo Curto, es un claro indicio del gran libro que hubiera podido escribir sobre el revolucionario sardo.

18) Se paró su publicación en la revista por indicación del propio Sacristán: hablaba demasiado de sí mismo, señaló, y decía cosas que, comentó preocupado, podían desanimar a los militantes y activistas de aquellos años.
Se editó años después, en 1995, en mientras tanto y en Acerca de Manuel Sacristán. Puede verse ahora en De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Conversaciones con Manuel Sacristán, un libro que editamos el profesor Fernández Buey y yo mismo en 2004. Es casi innecesario señalar el honor, no sólo intelectual, que pudo significar para mí aquel trabajo conjunto con el autor de Leyendo a Gramsci y Marx (sin ismos).

19) Una de sus aportaciones más importantes, que permite y exige lecturas y relecturas. Se reeditó con escaso éxito, junto con otros materiales complementarios, en El Viejo Topo: Sobre Gerónimo (2013, edición mía). Se hizo una presentación del libro en el Ateneo barcelonés, gracias al buen oficio del profesor Alcoberro, en la que intervino (con un texto excelente) el antropólogo Oriol Romaní.

20) Recordemos la experiencia de Can Serra, a mediados de los setenta, en una barriada obrera de L’Hospitalet de Llobregat. Jaume Botey y, de nuevo, Francisco Fernández Buey han escrito páginas imprescindibles sobre ello. Véase también las entrevistas que realizó Xavier Juncosa con varias alumnos de Sacristán para sus documentales.

21) No fue el único profesor expulsado, por supuesto que no. Pero no hay muchos que sufrieran una represión tan fuerte y tan continuada como la suya.

22) Publicado inicialmente en la revista del PCE, Realidad, puede verse ahora en Intervenciones políticas, el tercer volumen de sus “Panfletos y Materiales”.

23) “La historia de una expulsión universitaria durante el franquismo. Entrevista con Pep Mercader Anglada. “Aparte de los bien formados políticamente y los miembros de grupos clandestinos, a los demás nos unía un sentimiento de lucha contra el régimen«. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=77866. Otros testimonios de ex alumnos suyos en Acerca de Manuel Sacristán. También entrevista con Xavier Folch publicada en El Viejo Topo.

24) Es justo recordar también en este punto una carta de Sacristán -había sido “despedido” de nuevo hacía pocos meses- de 13 de febrero de 1974, dirigida al director de Diario de Barcelona, carta representativa de su forma de entender la filosofía y el compromiso del filósofo. Eran tiempos de dignidad, de lucha, pero también de persecución… y de disparos a quemarropa.

Sr. Director del Diario de Barcelona
Señor Director:
en la página 20 del Diario de Barcelona del 10 de febrero de 1974 se lee, bajo el titular “Los 8 puntos de los PNN para el rector”, unas líneas que se refieren a mí y contienen alguna falsedad. Me interesa su rectificación. Se trata de las siguientes palabras: “Respecto del profesor Sacristán dijo el rector que, en realidad, le había excluido la misma facultad, que no lo incluyó en la propuesta. La causa aducida es que el profesor Sacristán no había cumplido el pacto de limitarse a la actividad de su asignatura y se había dedicado a intervenir públicamente en otros centros en varias ocasiones”.

Era falso que él hubiera pactado nada -ni con el rector ni con nadie- sobre no intervenir como profesor más que en su asignatura. Además
Un pacto así -dejando aparte el absurdo de un pacto entre el poder de un rector y un profesor no-numerario- no puede caber en la cabeza de un profesor universitario. Atender a invitaciones a conferencias, seminarios, cursillos y otras actividades pedagógicas añadidas al trabajo en la asignatura propia es una tarea natural y tradicional de cualquier profesor. Dicho sea de paso: de algunas de esas ocasiones conservo motivos de agradecimiento para con las dignidades académicas que honraron con su presencia, e incluso con algún regalo u otra cortesía personal, mi modesta colaboración en la vida intelectual de sus centros, en vez de considerarla posible de represión.

Si realmente el rector de la UB había dicho lo que se la atribuía en la información aludida, debía ocurrir en ese caso que recordaba
inexactamente la conversación que, a instancia suya, tuve con él en el rectorado a principios de abril de 1973. Le dije entonces que la reciente muerte del obrero Manuel Fernández Márquez [27], atribuida por la prensa de aquellas fechas a disparos de la policía, me movía a suspender el ciclo de conferencias que estaba dando en Letras (así como, por lo demás, a suspender las clases de mi propia asignatura). Tal vez valga la pena referir detalladamente la entrevista aludida. Pero por el momento evito seguir ocupando su atención.

Nunca hizo Sacristán referencia, detallada o no, a esa entrevista con el rector Estapé. No encajaba con su forma de hacer e intervenir en los asuntos públicos. Al mismo tiempo que se había visto obligado a enviar al director del diario la nota de rectificación, el profesor-filósofo despedido finalizaba su carta manifestando su admiración por “la sensibilidad con que el Diario de Barcelona está informando acerca de los problemas de la enseñanza superior”.

Meses antes, en carta de 10 de diciembre de 1973 dirigida al Decano de la Facultad de Económicas de la UB, Sacristán había comentado:
Sr. Decano:
pese a la afirmación del Sr. Rector [Fabià Estapé, el decano Joan Hortalà], según la cual los contratos de los profesores correspondientes al curso 1972/1973 quedaban prolongados automáticamente hasta diciembre incluido, no he percibido aún con esta fecha mis haberes de octubre (ni tampoco los de noviembre). He hecho las averiguaciones que he podido y no he encontrado ningún otro caso entre mis colegas de todas las facultades.
El hecho me plantea dos preguntas: si para mí no reza la palabra del señor rector respecto de la prolongación automática de los viejos contratos y si la presente situación se debe interpretar como anuncio -no muy cortés, dicho sea de paso- de que no voy a ser contratado para el próximo curso [28].
Le ruego me diga cuál le parece que debe ser mi conducta en esta situación, si debo reclamar los haberes devengados y no percibidos, y si es usted, como parece natural, quien media la cuestión de mi posible contratación.
Agradeciéndole de antemano la aclaración, Manuel Sacristán

Era eso efectivamente: un anuncio nada cortés -silencio, inacción e inferencia- de que no iba a ser contratado nuevamente. Su segundo despido político, la segunda expulsión universitaria del que seguramente era entonces uno de sus profesores más reconocidos y admirados.

[Durante el encierro de Montserrat contra el Consejo de Guerra de Burgos]

25) Las ilustraciones muestran además el interés esencial, central, nuclear, que tuvo Sacristán por asuntos de sociología, historia y política de la ciencia, por las funciones de la tecnociencia en las sociedades contemporáneas, en sus últimos años (de hecho, desde joven). Sobre estas temáticas: S. López Arnal, Las manos que acarician también pueden destruir (en prensa).

26) Véase Juan Ramón Capella, La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid, Editorial Trotta, 2005.

27) Fue en las puertas de la Central Térmica del Besòs (Badalona) donde la policía del franquismo, los grises se les llamaba entonces, asesinó a Manuel Fernández Márquez (y dio un tiro en el cuello a otro trabajador en huelga). Aquella mañana de primavera, el 3 de abril de 1973, los trabajadores del turno de las 7 se encontraron con la central térmica tomada por las “fuerzas de (in)seguridad”. Llevaban varios días en lucha. Reivindicaban 40 horas semanales en vez de las 56 que entonces trabajaban. Los trabajadores intentaron entrar al trabajo en grupo, como tenían por costumbre; la empresa les ordenó que entrasen de tres en tres. Se negaron; algunos cortaron la vía y detuvieron un tren. La policía cargó, primero dispararon al aire y después a bulto. Cayó entonces al suelo, muerto, asesinado, Manuel, natural de Badajoz, ciudadano colomense, 27 años, casado y con un hijo de dos años.
Al final del barrio de La Mina, entre Badalona y Sant Adrià del Besós, una calle lleva hoy su nombre. El asesinato no figura en el expediente de ningún agente ni en el de ningún responsable policial. Incomprensiblemente ninguna escuela ni Instituto de Santa Coloma de Gramenet lleva su nombre.

28) Ese fue el caso: no se le renovó el contrato para el curso 1973-1974. Curiosamente, el 15 de enero de 1969, el entonces decano de la facultad, Solé Villalonga, había declarado a la prensa que el profesor Sacristán no estaba en la lista de los 69 profesores que habían sido sancionados anteriormente, y que lo ocurrido en su caso era distinto, que él tenía el encargo de un curso de Cátedra y que, finalmente, no se renovó el contrato (La Vanguardia, 15/1/1969, p. 15). Añadió que no lo conocía personalmente, que había tenido interés en fijar una entrevista con él y que obraría en consecuencia ya que era claro el deseo de la Facultad de que “el profesor Sacristán se reincorpore”. En esas mismas fechas, en una asamblea de estudiantes de la Facultad a la que asistió el decano, se seguía reivindicando la vuelta a la docencia de los profesores Jordi Nadal y Manuel Sacristán.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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