“Su segunda gran aportación fue su empeño en renovar el marxismo con la necesidad de incorporar a su arsenal ideológico y político una respuesta civilizatoria a lo que hoy llamamos la crisis climática.”
Escritor y periodista, Premio de las Lletres Catalanes Ramon Llull en 2023, Andreu Claret i Serra fue dirigente del PSUC y portavoz del PCE en la década de 1980. Su última novela es La casa de les tres xemeneies, ambientada en la Barcelona franquista de 1962.
¿Conoció personalmente a Manuel Sacristán? ¿Nos recuerda en qué circunstancias?
Recuerdo muy bien el día en que le conocí, a principios de los años setenta, en casa de Xavier i Dolors Folch (Balmes 430). Yo era un joven estudiante que había llegado a Barcelona de Francia donde vivía con mis abuelos, ambos comunistas. Para alguien de mi edad y condición –militaba en el PSUC, había sido detenido y había pasado dos meses y medio en la Modelo–, Manolo Sacristán era un mito. Me sorprendió lo mucho que se parecía a Bertold Brecht, que era uno de mis poetas favoritos.
Tuvo una discusión con los Folch sobre lo que le convenía hacer después de los éxitos cosechados tanto por el movimiento obrero como el estudiantil. Xavier Folch era entonces una puntal de la Asamblea de Catalunya. Me sorprendió que Sacristán insistiera tanto en la crisis del movimiento comunista y de los países del socialismo real, pues yo estaba centrado en la acción inmediata contra un franquismo debilitado, pero todavía criminal, y me parecía más conveniente dejar aquel debate para más adelante. Salimos juntos y mientras caminábamos Balmes abajo me atreví a decírselo. Antes de torcer por otra calle me dijo algo que no he olvidado nunca: ‘Entre los comunistas encontrarás lo mejor y lo peor de la humanidad’. Juraría que son palabras textuales.
Fueron más de 20 años de militancia de Sacristán en el PSUC y en el PCE. Desde su punto de vista, ¿cuáles fueron las principales aportaciones de Sacristán al partido de los comunistas catalanes?
Yo pertenecía a otra generación, pero de sus aportaciones escritas y orales (grabé la conferencia que dió en los Capuchinos de Sarrià, en 1978, “Sobre el estalinismo”, junto a Manuel Vázquez Montalbán y el líder del POUM, Wilebaldo Solano) destacaría dos aspectos. La que ya he comentado de la crítica frontal al llamado socialismo real (que iba mucho más allá de las conclusiones superficiales del XX Congreso del PCUS). La contundencia con la que denunciaba el exterminio de la mayoría de los lideres bolcheviques de los primeros años influyó mucho en la posición que yo mismo adopté durante la crisis del PSUC de 1981.
Su otra gran aportación fue su empeño en renovar el marxismo con la necesidad de incorporar a su arsenal ideológico y político una respuesta civilizatoria a lo que hoy llamamos la crisis climática. Su prólogo al libro de Wolfgang Harich, ¿Comunismo sin crecimiento?, publicado por Materiales en 1978, fue para mí y para muchos una referencia, durante muchos años y me ayudó a entender que la actualización del pensamiento marxista pasaba, entre otros, por definir y asumir una estrategia de supervivencia de la humanidad.
No estuvo próximo Sacristán a la política del que entonces era su partido en los años de la transición. ¿Qué opiniones críticas vertió sobre la política del PCE y el PSUC durante esos años? ¿Eran razonables?
Absolutamente en lo que se refiere a las dos cuestiones apuntadas anteriormente. Más discutibles en cuestiones internas de los dos partidos, donde su temperamento intransigente (con todo, con todos, y consigo mismo) le llevó, a veces, a adoptar posiciones sectarias. Son conocidos los conflictos que mantuvo con militantes o aspirantes a militares en el PSUC, como Jaime Gil de Biedma o Manuel Vázquez Montalbán, que fueron considerados actitudes excluyentes por parte de militantes del sector intelectual y universitario.
Se ha hablado en ocasiones del dogmatismo e izquierdismo de Sacristán en la lucha política. ¿Estaban fundamentadas esas críticas?
En algunos aspectos relacionados con las luchas internas del PSUC y el PCE, seguro. En el plano más ideológico, su obsesión por el crecimiento cero parecía en aquel momento muy radical. Sin embargo, posteriormente, fue asumida por otros intelectuales y expertos en ecología. Algunos marxistas como Paco Fernández Buey y Joaquim Sempere y otros procedentes de otras coordenadas ideológicas. Creo que constituyó uno de los intentos más serios de renovación del pensamiento comunista, aunque quedara sepultado por la crisis de la URSS, la caída del muro de Berlín y la necesidad de repensar muchas cosas, no sólo las relacionadas con lo que hoy llamamos sostenibilidad.
Creo que usted era miembro de la dirección del PCE durante los años de la campaña antiotánica. ¿Qué opinión le merecen los textos antimilitaristas que escribió Sacristán en aquellos años?
Yo no destacaría tanto su antimilitarismo, que formaba parte de la vieja tradición socialista anterior a la creación de la III Internacional, como su convicción de que la integración en la OTAN suponía condenar a una parte de la opinión pública española a la impotencia. De él es aquella idea que me quedó grabada según la cual la OTAN era más temible aún ‘hacia adentro’, o sea como imposición de la idea según la cual algunos temas son ajenos a la actuación política de la sociedad.
En el ámbito de la teoría, ¿qué destacaría de las aportaciones de Sacristán a la tradición marxista catalana y española?
No me siento capaz de responder a esta pregunta, más allá de lo que ya he dicho sobre su intento de renovación del pensamiento marxista vinculando la lucha de clases con la supervivencia de la especie humana.
Se habla elogiosamente del magisterio que ejerció Sacristán en la Universidad barcelonesa. ¿Qué destacaría de esta arista de profesor y maestro?
No le conocí suficientemente en este aspecto, aunque asistí por mi cuenta a algunas de sus clases en económicas, siendo un joven estudiante. Diría que aquello que nos hipnotizaba era su prodigiosa erudición, su capacidad de vincular conceptos, momentos históricos, experiencias sociales aparentemente dispares. Su formación filosófica germánica y su curiosidad infinita dejaban sin respiración a quienes asistían a sus lecciones magistrales.
Yo prefería los seminarios de marxismo que nos deba Josep Fontana, porque me resultaban más próximos, más históricos, menos basados en el pensamiento abstracto al que siempre he sido algo ajeno.
Acaba de publicar La casa de les tres xemeneies, una novela que nos sitúa en la represión que siguió a la huelga de Asturias de 1962. ¿Aparece Sacristán en su novela?
Sí. Como ‘el filósofo’, el apodo con el que la policía lo identifica y lo detiene en las Ramblas, tras una manifestación de solidaridad con los mineros asturianos. No le menciono por el nombre, como ocurre también con Antoni Gutiérrez, ‘el Guti’, al que cito como ‘un reconocido pediatra’ cuando comento su detención junto a Pere Ardiaca.
Se trata de un recurso literario deliberado destinado a que la novela se mantenga más en el plano del franquismo (y del antifranquismo) cotidianos, y no sea una narración de la lucha de los partidos políticos y sus líderes.