“Gaza: una cuestión global y su impacto en la política local.” por Albert Recio Andreu

Gaza y la crisis civilizatoria

El genocidio de Gaza representa la liquidación definitiva del proyecto de gobernanza mundial nacido de la Segunda Guerra Mundial. Nunca fue un proyecto cosmopolita, universalista.

Prueba de ello es la configuración del Consejo de Seguridad de la ONU, con la hiper representación de las grandes potencias y la figura del derecho de veto que se concedieron ellas mismas. Por debajo de la constitución formal estaba una realidad mundial con potencias políticas y militares y estructuras imperiales. Cuando se fundó, aún existían los grandes imperios coloniales. La existencia de la ONU no ha servido nunca para evitar guerras, agresiones imperiales ni, por supuesto, generar un bienestar compartido a escala universal. Pero, al menos, la ONU y sus instituciones satélite han contribuido a generar un marco de referencias que apunta, en muchos aspectos, a un proyecto de derechos y objetivos sensatos. Puede tener un componente de hipocresía, pero también de señalar un horizonte hacia el que deberían confluir las políticas nacionales y las relaciones internacionales.

Todas estas potencialidades se han ido esfumando en los últimos años. Las grandes potencias se han negado a firmar tratados básicos, y han salido de acuerdos y organismos internacionales. Estados Unidos ha tenido un papel esencial en todo este proceso de erosión y destrucción de un proyecto serio de regulación de todas las cuestiones esenciales que afectan a la humanidad: derechos y libertades, paz, ecología, servicios públicos, derechos laborales… Renace un imperialismo agresivo, y el poder de los grandes lobbies económicos es más brutal que nunca.

Gaza representa la visión en directo del genocidio. Del mismo modelo de aniquilamiento de un grupo social que practicaron los nazis. Aquella fue una experiencia que alentó la búsqueda de algún tipo de justicia universal, y que promovió la definición de «genocidio» y «crímenes contra la humanidad». No es que lo de Gaza no haya ocurrido antes en otras partes (en Ruanda o en Myanmar, por ejemplo), ni que la represión sobre la población palestina sea nueva. Son cincuenta años de expulsiones, de ocupación, de represión, de apartheid. Pero nunca como ahora se había asistido a una operación tan sistemática y continuada, ni se había tenido tanta impudicia en expresar el objetivo final del despliegue militar.

La brutalidad del estado de Israel contrasta con la inacción de la comunidad internacional. En parte, es una demostración más del poder de Estados Unidos y de su clara opción por dinamitar cualquier proyecto de institucionalizar en serio una comunidad mundial. Trump es un «malo» de película de James Bond, pero la administración de los demócratas de Biden ha sido tan responsable como la de los republicanos. Y Europa le ha ido a la zaga, incapaz de superar su responsabilidad con el Holocausto (no sólo la alemana; muchos otros países cooperaron con el envío de judíos al matadero). Atada, además, a la consideración de Israel como un estado europeo «democrático» (algo que explica que una extrema derecha que fue responsable del genocidio se alinee ahora con los nuevos matarifes). Si Europa podía conservar algún prestigio en materia de derechos humanos frente al resto del mundo, Gaza ha acabado por arruinarlo. La comunidad judía mundial ha jugado en todo ello, salvo honrosas excepciones, un papel crucial de lobby para evitar la condena de su país de referencia. Una comunidad que ha perdido la posibilidad de convertir su tragedia (compartida con gitanos, rojos, personas discapacitadas, etc.) en la base de un movimiento mundial en contra de su repetición. En parte, fueron empujados por los países occidentales (y animados por una parte de sus líderes) a aceptar la solución de un estado judío, que con su creación generó una dinámica trágica de la que son incapaces de escapar.

Sólo cuando la magnitud del crimen, y la impudicia de los criminales, ha llegado a unos extremos imposibles de camuflar, y cuando en muchos países parte de la población ha empezado a sacudirse la sensación de impotencia y ha empezado a movilizarse, los Gobiernos han empezado a reaccionar tímidamente. Tarde, poco, y mal. Más de gesto que de realidad. Como la reivindicación de los dos estados, algo que quizás hubiera sido una solución de compromiso pero que, tras la destrucción de Gaza y la ocupación de facto de Cisjordania, resulta poco viable. El pueblo palestino seguirá con su tragedia por mucho tiempo, emparedado entre Israel y las dictatoriales monarquías petroleras que ni los quieren ni les apoyan. Haría falta una presión creciente y sostenida en el tiempo que obligue a Israel y sus poderosos aliados a rectificar. A buscar una salida realmente pacificadora y reparadora. Y ello está indisolublemente asociado a la capacidad que tengamos de revertir la involución fascista, imperialista, que orienta las políticas actuales en muchos países. Una causa universal.

Gaza y la política española

En España, Gaza ha estado desde el principio en las preocupaciones del activismo social. La tradición del movimiento pacifista —que arrancó con la lucha contra la OTAN, y siguió con las movilizaciones contra la Guerra del Golfo y la posterior de Iraq— ha dejado poso. Pero, durante bastante tiempo, se ha tenido una sensación de impotencia y de falta de capacidad de generar una movilización real paralizadora. Es cierto que la presión de la izquierda al PSOE ha tenido algunos éxitos, al menos en el plano discursivo. Tanto a nivel de Gobierno como local. Es un esfuerzo de hormiga, poco vistoso y poco efectivo. Pero algo ha cambiado tras la movilización contra la participación del equipo Israel Premier Tech en la Vuelta Ciclista a España. De golpe, Gaza ha generado no sólo una movilización importante, sino que ha cambiado parte del eje en el que se produce el debate político. Pedro Sánchez, a quien no se le puede negar un buen sentido de la oportunidad, ha conseguido situarse como un líder internacional (y casi la única voz a la izquierda en Europa), y ha trasladado al Partido Popular un debate político que le deja en mal lugar.

El mérito de todo ello es, sin duda, de la gente que se ha movilizado. Empezando por el puñado de personas que se jugaron bastante en la etapa de Figueres. Su acción, pequeña, incapaz de parar al equipo, generó una dinámica de movilización que fue a más y culminó en la manifestación de Madrid. Y, en paralelo, generó un debate social y mediático que ayudó a ampliar el mensaje. Hay bastante que reflexionar sobre esta dinámica, sobre el hecho de que haya sido un acto relativamente trivial el que haya logrado generar una movilización que llevaba tiempo estancada. Mi hipótesis es que a mucha gente le cuesta movilizarse cuando ve el objetivo inalcanzable. Y, ciertamente, este era el caso de las manifestaciones para parar la masacre. La movilización de la vuelta tenía un objetivo más modesto: expulsar a un equipo de una competición, atacar un representante simbólico del mal. Parecía un objetivo factible; para muchas personas desconocedoras del entramado institucional de las grandes competiciones deportivas (y del poder internacional de las grandes federaciones) era una simple cuestión de voluntad política de las autoridades locales. Y esto favorecía la participación, y acabó por superar el propio objetivo. Es cierto que, sin todo el trabajo previo de denuncia y de acciones, no se hubiera producido esta eclosión, pero hay mucho que aprender de cómo generar movilizaciones. De pensar en qué es lo que mueve a la gente a participar, qué propuestas lo favorecen.

La movilización por Gaza no solo tiene valor en sí misma; supone la denuncia de un genocidio que ahora ya nadie puede eludir. También ha tenido efectos colaterales en otros campos. En plena ofensiva ultra contra los musulmanes residentes en nuestro país, la denuncia de las brutalidades de los «civilizados occidentales» altera los términos del debate. En pleno acoso al Gobierno, la toma de posición a favor de los manifestantes, y las intervenciones públicas de denuncia del genocidio, han movido los términos del debate y han puesto en un brete los posicionamientos de la derecha. Hay mucho de oportunismo en esta actitud, sobre todo en el PSOE (en Barcelona, Collboni ha pasado de restablecer las relaciones con Tel Aviv al poco de llegar a la alcaldía a acabar aceptando una moción de Comuns que pide que se niegue la participación israelí en el Tour de Francia, que empezará el próximo año en la ciudad condal, y que no se permita la presencia de representación israelí en grandes ferias. Dos aspectos —Tour y ferias— centrales en la estrategia del PSC). Hay mucho de letra pequeña que contradice las grandes palabras. Pero hay una cuestión que conviene retener. Los grandes gestos cuentan en la movilización social. Mucho más, a menudo, que las políticas concretas. Lo aprendimos en el procés, lo vemos cada día en la ofensiva de la derecha, y lo hemos vuelto a constatar.

Esto debería ser una lección básica para los dirigentes de la izquierda. Sumar está empeñado en pensar que con mejoras desde arriba reforzará su electorado. El problema es que, en el actual equilibrio parlamentario, muchas de estas medidas no se podrán aprobar. Como ha ocurrido con la reducción de la jornada laboral (que tampoco ha conseguido una gran movilización, pues se trata sólo, aunque importante, de una mejora relativamente modesta). Y se pierde de vista una intervención más política que sitúe el desafío de la derecha como lo que verdaderamente es, un ataque frontal a derechos, libertades, a la posibilidad de desarrollar una sociedad decente para la vida de la gente, de toda ella. No vamos a parar a la derecha con unas pocas reformas, por buenas que sean; hace falta un discurso potente que sitúe el verdadero dilema al que nos enfrenta el trumpismo internacional, el capitalismo de la barbarie. Y saber encontrar el tono y la dinámica que lo hagan posible.

Gaza nos apela moralmente. Pero también nos exige afinar en nuestras políticas, encontrar los caminos para generar respuestas que frenen la deriva cruel de este siglo.

https://mientrastanto.org/249/notas/gaza-una-cuestion-global-y-su-impacto-en-la-politica-local/.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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