“Hablemos claro: la izquierda también es responsable del ascenso de la extrema derecha” por Juan Torres López

Escribió Walter Benjamín que lo hecho nunca está definitivamente hecho y que, por tanto, lo peor puede volver. Desde hace tiempo, comprobamos que es así: los partidos de una extrema derecha que creíamos desparecida, o al menos reducida a la mínima expresión desde hace décadas, vuelven a tener influencia política decisiva, e incluso gobiernan en algunos países de gran relevancia.

En las próximas elecciones europeas veremos, sin duda, que su representación parlamentaria se multiplica y, lo que es peor, que se convertirán en socios para nada vergonzantes de las fuerzas de derecha más centristas que dirigen los destinos de la Unión Europea.

Cuando todo eso se produce, las izquierdas se empeñan en erigirse en defensoras de la democracia y en baluartes frente al extremismo de la derecha neofascista. Un intento que se revela vano cuando no cambian la estrategia que precisamente ha llevado a que sus antiguos electores se conviertan en la base social y electoral de la extrema derecha.

Esta, en sus diferentes variedades, está llevando a cabo en todos los países donde se expande políticas privatizadoras, recortes sociales y favores indisimulados a las grandes empresas, a la banca y fondos de inversión. Pero con los únicos votos de los propietarios de estos últimos no podría nunca tener el éxito electoral que tiene.

Milei, Trump, Meloni, Orbán, Le Pen, Abascal, Ayuso… están instigados y financiados por el poder económico y financiero, pero su apoyo social proviene de millones de personas desposeídas, de clases trabajadoras explotadas, desahuciadas y excluidas, de trabajadores autónomos precarizados y de miles de propietarios de micro empresas o de pequeños y medianos negocios cada vez más ahogados a base de impuestos que las grandes empresas no pagan o por la morosidad de estas últimas (en España les deben más de 80.000 millones de euros), o de clases medias que ven que sus hijos no pueden salir del hogar familiar porque no pueden tener vivienda y que viven en la inseguridad e incertidumbre permanentes. Y, sobre todo, que están hartas de cómo se ha venido gobernando antes, de la corrupción y, como he dicho, de la desposesión que sufren.

Ese es el drama. Pero un drama que se produce porque han sido partidos socialistas los que han puesto en marcha en Europa las políticas que han producido esos efectos. En concreto, los Tratados pro-mercado y las de estabilidad y austeridad. Y porque los que se sitúan a su izquierda, en lugar de dar prioridad a las reivindicaciones socioeconómicas centrales que tienen que ver con esa desposesión, han fragmentado su discurso y se dedican a defender reivindicaciones particularistas con las que es imposible conseguir amplios apoyos sociales. En mi reciente libro Para que haya futuro he contabilizado 16 corrientes de izquierdas, 21 feministas y 27 ecologistas, aunque es posible que estén mal contadas y que aún haya más de cada una. Por supuesto, sin unirse ni apenas colaborar entre sí y, a veces, incluso fuertemente enfrentadas. ¿Cómo se van a poder sentir protegidas así las clases desposeídas que necesitan seguridad, ayuda y comprensión? ¿Cómo van a confiar y encontrar la voz y el poder que buscan en quienes no se entienden ni aclaran entre sí y andan siempre a la greña?

Las izquierdas han renunciado a defender los valores universales que son los únicos que permiten aglutinar en torno a ellos a las amplias mayorías sociales que es imprescindible tener para evitar la desposesión generalizada. Y el resultado es que la derecha y ahora la extrema derecha inteligentemente los asumen como suyos. Es verdad que no mencionan que para ponerlos en práctica y disfrutarlos es preciso actuar sobre los derechos de propiedad, que ocultan las causas reales que producen la desposesión y que mienten sobre ellas, por ejemplo, haciendo creer que no hay vivienda por culpa de los okupas o que hay paro e inseguridad ciudadana por los inmigrantes. Pero, como no hay reclamo alternativo sobre ellos, su mera enunciación basta para que la gente crea que la extrema derecha es la que puede defender la libertad, la seguridad, la soberanía, los intereses nacionales, el empleo o la integridad del territorio. Y, al paso que vamos, incluso otros derechos como el acceso a la vivienda, la propia democracia, los derechos humanos o la paz. Tiempo al tiempo.

¿Cómo se va a evitar que las clases desposeídas voten a la extrema derecha si esta defiende los valores con los que se identifica el sentir común de tanta gente, mientras que las izquierdas no hacen autocrítica de sus políticas equivocadas, o se empeñan en darle prioridad a valores o reivindicaciones que tan sólo pueden defender grupos muy reducidos o de interés, por muy legítimo que sea, muy minoritario?

¿A quién le puede extrañar que la extrema derecha se haga con la bandera de la libertad, de la seguridad o la soberanía nacional mientras las izquierdas no disimulan su complicidad con los grandes poderes, se hacen militaristas y se dedican a plantear la tauromaquia como gran problema político o a hacer creer que en la especie humana no hay diferentes sexos masculino y femenino, según los casos y por poner algún ejemplo concreto? O mientras que no terminan de pelearse entre ellas y elevan a la categoría de arte el maltrato hacia quienes tratan de poner en marcha sus propios proyectos políticos.

¿Cómo se va a poder evitar que la gente desposeída se eche en brazos de la extrema derecha si los partidos de izquierdas se han convertido en organizaciones cesaristas en donde la militancia apenas participa, ni decide, ni tiene protagonismo diario, o cuyos dirigentes y cargos públicos no son referentes ejemplares para la gente corriente, sino privilegiados que no muestran más interés ni estrategia que mantener sus prebendas?

En pocas palabras: la izquierda ha dejado desamparada a su base social.

Como explico en mi libro, las izquierdas no sólo han renunciado a soñar, para diseñar horizontes y proyectos que sean atractivos a la gente que sufre; ni ponen en práctica experiencias que permitan demostrar que otro mundo es posible. Más grave aún es que, a fuerza de haber estado expuestas al neoliberalismo, han terminado siendo insensibles a sus males y los reproducen en su seno.

Cuesta decirlo, pero las izquierdas que ahora se nos ofrecen como salvadoras frente al ascenso de la extrema derecha no van a poder evitar su creciente protagonismo porque, como he dicho, en gran medida han sido sus torpezas y renuncias las que han permitido que esos nuevos partidos totalitarios se ganen el apoyo de su antigua base social.

Es imprescindible darle la vuelta a todo esto que está pasando entre quienes se autodefinen como motores del progreso y la transformación social. Afortunadamente, hay otras formas de hacer política y de hacer sociedad y ya las ponen en marcha muchas personas y colectivos sociales en todo el mundo. Lo urgente es apoyarlas, difundirlas y, sobre todo, practicarlas.

https://juantorreslopez.com/hablemos-claro-la-izquierda-tambien-es-responsable-del-ascenso-de-la-extrema-derecha/.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

Un comentario en ““Hablemos claro: la izquierda también es responsable del ascenso de la extrema derecha” por Juan Torres López”

  1. A propósito del artículo: uno de los aspectos más repugnantes de las campañas electorales es cómo los votantes son tratados como borregos. En esto, los partidos de izquierda no difieren de los de derecha (por utilizar la obsolescente terminología al uso). Acabo de recibir la propaganda electoral de uno de los primeros, el cual, por otra parte, se encuentra ya dando las últimas boqueadas, según parece. En el folleto se representan las figuras típicas de Hilter, Mussolini (y Franco), con sus respectivos uniformes militares o paramilitares, tal y como podían haberlos representado la propaganda de los años treinta y cuarenta, poco más o menos, para señalar el peligro de la actual extrema derecha. ¿Con esto quieren atraer al votante? ¿lo toman por tonto? Sin entrar en este momento en consideraciones morales acerca de la extrema derecha de la época de entreguerras y la actual, es posible que el creciente éxito de la extrema derecha nos conduzca finalmente a la comisión de nuevos genocidios y guerras (incluida la guerra nuclear) y a la supresión de lo poco que queda del sistema representativo, sustituido por una dictadura civil o militar (aunque realmente esto último, que es en lo que consistía básicamente el franquismo, es poco menos que un delirio: de hecho, todo el mundo debería saber que el nazifascismo y el franquismo son cosas distintas, aunque ambas sean aberrantes, mortíferas y de extrema derecha). Pero a la vista está, pese a los puntos en común que existan entre ambas en cuanto a ideología y proyecto político, que los modos de actuar, las estrategias y hasta la ideología de la extrema derecha actual son demasiado diferentes (que no «mejores») a los de los años treinta como para que esa clase de propaganda pueda convencer; más bien será contraproducente, en mi opinión. Además, el votante medio siempre puede hacerse (al menos, en el presente momento y si no profundiza un poco en el tema) preguntas que hagan un tanto risible esa misma propaganda electoral: ¿Quién está intensificando la guerra que puede acabar con la devastación nuclear de Europa ahora mismo, aparte de Putin? ¿Orban, Meloni, Le Pen, Trump o el demócrata Biden, Macron y el socialdemócrata Schultz? ¿Quién se muestra renuente a condenar al gobierno de Israel -que, ciertamente, es de extrema derecha- en sus crímenes masivos contra civiles y le apoya, por ahora, a pesar de ello? ¿Quién ha llevado a cabo las políticas que han conducido a buena parte de la población de Occidente al lamentable estado socioeconómico en que se encuentran hoy en día? Desde luego, no han sido H., M. y F. Por otra parte, y como recuerda el autor del texto incluido en el blog, la extrema derecha sabe hacer propaganda populista centrada en la figura del chivo expiatorio, como la del nazifascismo. Pero los autores de la simplona viñeta propagandista electoral parecen olvidar que el nazismo, por todos reconocido como la forma más atroz del fascismo, no sólo se caracterizaba en su propaganda política de masas por el nacionalismo extremo y el racismo, el antisemitismo y el anticomunismo, sino por la crítica al liberalismo, tanto político como, y esto hay que subrayarlo, económico. Si bien cuando alcanzaron el poder y, sobre todo, durante la guerra, su planificación económica resultó ser, en realidad, menos eficiente e intensa que la británica o norteamericana, más basada en el saqueo sobre el terreno de los territorios ocupados por Alemania, difícilmente podría calificarse de «neoliberal». La extrema derecha actual, en cambio, no parece ocultar su admiración por el (neo) liberalismo económico -desde luego, este es el caso de la española, si no me equivoco-. Y para hacer notar este importante matiz, que sería sin duda alguna decisivo en el ánimo del votante, creo yo, no es lo más adecuado mostrar las imágenes de Hitler y Mussolini (que, por otra parte, tal y como aparecen representados en la propaganda electoral en cuestión, suponen una insufrible banalización de la gran tragedia europea de la primera mitad del siglo XX).
    Se dirá que una propaganda electoral, por su misma naturaleza, está fuera de este tipo de consideraciones. Bueno, pues yo digo que estoy harto de las torpezas y groserías de todas las propagandas electorales y de que se me manipule así (o se intente hacer).

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