I. La democracia como el ser se dice de muchas maneras y, más allá de sus rasgos formales, –división de poderes, elecciones periódicas, libertades básicas, pesos y contrapesos… – está su contenido concreto, es decir su realización en una determinada formación social y en un determinado estado. Esta realización está construida históricamente y resume y cristaliza las luchas y conflictos habidos en una sociedad específica.
A esta visión, que por llamarla de alguna manera la calificaremos de diacrónica, habría que unir una aproximación sincrónica, esto es, el análisis presente de las correlaciones de fuerzas de clases, castas y grupos de presión dentro de las instituciones estatales, de los centros ideológicos y de las diferentes formaciones y movimientos que constituyen el entramado de la sociedad civil. Por último habría que dotar a nuestra aproximación de un carácter dialéctico por lo contradictorio, complejo, cambiante y procesual de la realidad que pretendemos abordar. No habría pues “la democracia” – salvo quizás como horizonte ideal – sino “las democracias” como “totalidades concretas”.
El origen de la actual “democracia española” es la transición y ha sido la forma en que esta se produjo la que ha determinado su estructura fundamental. La transición fue hegemonizada por las clases dominantes que habían financiado y apoyado el franquismo y que más tarde medraron con él durante cuarenta años, junto a nuevos sectores ascendentes cobijados baja el brazo protector y corrupto de Franco, ese hombre. Apellidos de grandes familias, viejas y nuevas, que aún pueden verse limpios, fijos y dando esplendor en partidos, consejos de administración, medios de comunicación y otros centros del poder realmente existente.
Esto no quiere decir que nada cambiase, quiere indicar que para la consecución de sus intereses – que podríamos resumir en su incorporación total a los circuitos del capitalismo europeo – y presionados por buena parte de los de abajo que aspiraban a normas de convivencia social y política “europeas”, los que realmente mandan elaboraron una estrategia de liquidación de una elite política y de unas instituciones de carácter franquista y su sustitución por otras inspiradas en la “democracia formal”. Concesión, en tanto en cuanto dejaba espacio político a los de abajo y por ello “democratizaba” la sociedad y el estado; reafirmación, en tanto en cuanto controlaba el proceso, dejaba intocada la estructura real de poder – económico, político, de clase – y por ende mutilaba la posible “democratización” de la sociedad y su limpieza de restos del franquismo.
Se puede resumir el resultado como una democracia demediada. Inferior en términos de “radicalidad” democrática – la prueba del algodón de la radicalidad democrática es la capacidad de la “democracia”, de intervenir, racionalizar, regir “la libertad” de los mercados – a otras formaciones sociales y estatales europeas que alumbraron sus respectivas “democracias” a través de procesos históricos más “revolucionarios”.
Esta transición hegemonizada por las clases sociales que habían sido protegidas y que habían medrado durante el franquismo basaba buena parte de su legitimidad en la promesa a las clases medias surgidas del desarrollismo franquista de que la incorporación a Europa que traía “su” democracia, esto es, la democracia demediada, significaba fundamentalmente la entrada en la sociedad de consumo, la posibilidad de ascenso social – medro, carrera, triunfo profesional, buen nivel de vida, incluso, enriquecimiento – y ciertas medidas de protección social – sanidad, pensiones, educación…– Promesa que parecía a punto de cumplirse y promesa que satisfacía las aspiraciones sociales y personales de dicha clase media. El llamado “desencanto” político de unos pocos, se vio compensado por el “encantamiento” consumista de suficientes.
II. Fue éste el llamado proceso de modernización española – “A España no la va a conocer ni la madre que la parió” – que, tras unos durísimos planes económicos cuyos costes se cargaron sobre las espaldas de los trabajadores, el desmantelamiento del tejido industrial español, la privatización prácticamente total de las empresas de propiedad estatal, la reducción de España a tierra de sol y ladrillo, elaboradora de productos de bajo valor añadido, la ayuda estatal a la formación de campeones nacionales en forma de multinacionales y las inversiones del capital europeo vía CEE, logró etapas de un desarrollo económico que, si bien fueron inferiores en porcentaje de PNB a la época del desarrollismo franquista, crearon la “zanahoria” del “enriqueceos” y, tras periódicas crisis y llamadas a reiterados apretarse el cinturón, forjaron los años de vino y rosas del cambio de siglo y milenio cuando el capitalismo neoliberal mundial soñaba con la inmortalidad y Zapatero con superar el PNB de Italia.
Modernización cara al sol del individualismo posesivo que proyectó una larga sombra sobre el país: capitalismo parasitario que medraba gracias a la vampirización del estado a través de las obras públicas, de las infraestructuras, de los mega acontecimientos, de las concesiones fraudulentas al ladrillo; capitalismo de amiguetes con la hidra de la corrupción institucionalizada por un bipartidismo imperfecto – también necesaria la corrupción de los nacionalismos periféricos –: mordidas, tres por ciento, puertas giratorias, tráfico de influencias y cajas B; capitalismo de bajo valor añadido que, junto al apoyo estatal a los grandes campeones multinacionales – Telefónica, energéticas, constructoras –, se centraba en la burbuja de la vivienda y del turismo depredador; capitalismo caciquil que aprovechando el estado de las autonomías reprodujo de forma centuplicada el clásico caciquismo español. En definitiva, un capitalismo de pies de barro en extremo sensible a las crisis económicas internacionales que se pudieran producir, de baja productividad, poco valor añadido y salarios bajos y muy dependiente de la protección y las “oportunidades” que le daba el estado.
En torno a este modelo de acumulación de capital, se fue creando un tejido de intereses, alianzas, influencias y favores. Una verdadera trama socio política que aglutinaba a sectores del capital – industriales, constructores, energéticas, comercio, turismo, restauración – a políticos de todo pelo y condición – desde concejales a parlamentarios, desde consejeros y presidentes autonómicos a ministros del gobierno central – a los grandes medios de comunicación – periodistas, presentadores de televisión, locutores estrella de la radio – a la iglesia y sus fuertes intereses en el sector de la educación, a los propios sindicatos mayoritarios y a toda una serie de asociaciones, colegios profesionales y grupos de presión.
Esta casta socio política se articulaba a través del bipartidismo; se adornaba con los discursos del progreso, de la modernización, del España va bien; se legitimaba con las indudables mejoras habidas en la sociedad: sanidad universal, educación pública, sistema de pensiones y seguridad social; y se coronaba con la monarquía borbónica de Juan Carlos I.
Detrás de esta casta que detentaba realmente el poder en la democracia demediada española, se intercambiaban favores millonarios, se repartían puestos y poltronas, se gestaban tráficos de influencias, se saqueaba fondos públicos, se obviaba la soberanía del pueblo, se vaciaba la democracia y se creaba el gran monstruo de la democracia borbónica y demediada española: la corrupción.
III. Una tercera etapa de la larga serie de servicios del PSOE a los que realmente mandan se abrió con la crisis económica de 2007/08. Una crisis económica a nivel mundial que se manifestó en su superficie como una crisis financiera pero que en realidad respondía al fracaso de las políticas neo liberales auspiciadas por el bloque del poder para resolver la crisis económica de los años setenta y que, a su vez, trataban de superar la crisis de acumulación y valorización del capital que, por aquellas fechas, amenazaba – y amenaza – el capitalismo surgido de la segunda guerra mundial.
Una crisis, pues, de rentabilidad del capital que había llevado a este a dirigirse a los sectores financieros y a abandonar los productivos, creando de esta forma una hipertrofia financiera que la economía “real” a la larga no podía respaldar. Al estallar la burbuja creada en torno a la vivienda, todo el entramado de acciones, participaciones e inventos financieros se convirtió en papel.
Esta crisis financiera con trasfondo de crisis de acumulación, en España significó:
– Una pérdida de legitimidad del sistema político de dominación fundamentado en la monarquía y el bipartidismo, debida fundamentalmente al empobrecimiento de la población y a las políticas de salida de la crisis que buscaron cargar los costes del crac económico sobre los de abajo – trasvases de valor de lo público a lo privado, recortes sociales y económicos, presión a la baja de los costes de la mano de obra…–
– Un fuerte movimiento de resistencia a dichas políticas por parte de los de abajo: huelgas, manifestaciones, mareas, marchas de la dignidad y, sobre todo, el 15 M.
– La aparición de una fuerza política de carácter progresista – Podemos – capaz de aglutinar el descontento social y organizarlo hasta el punto de presentarse – al menos en apariencia – como alternativa de “poder”. Eran los tiempos de la ventana de oportunidad, el asaltar los cielos, el tic-tac y el proceso constituyente.
– El aumento exponencial de la fuerza del independentismo catalán que puso en solfa la “unidad” del estado español.
– Una serie de acontecimientos políticos que minaron la credibilidad de los principales actores del sistema: corrupción dentro de las organizaciones políticas del bipartidismo y, de forma muy peculiar, los escándalos en torno a Juan Carlos: elefantes mediante y presunción de que los tejemanejes financieros del Borbón no iban a tardar en salir a la luz pública.
– El tancredismo de Rajoy que quiso aplicar la tradicional política bipartidista a una nueva situación que exigía otro tipo de medidas. Ya no bastaba con “Un plato es un plato”.
Las eminencias grises del bloque en el poder tomaron buena nota de la situación y prepararon una nueva operación de ingeniería política.
Había que frenar al independentismo catalán y la astracanada de los nueve segundos de declaración de la independencia sirvió como motivo pintiparado para aplicar el artículo 51 – dicho sea de paso, aquí se demostró que el Estado Español como sistema de dominación sobre una población y un territorio era mucho más fuerte de los que algunos creían –
Había que destruir a Podemos, y así desde las cloacas del poder se inició una de las cazarías políticas más ignominiosas de las que hay memoria en la España contemporánea. Dado que una vuelta inmediata al bipartidismo se mostraba imposible.
Había que crear una corriente política capaz de presentarse como moderna, renovadora, lejos de las corruptelas del bipartidismo y del anquilosamiento del PP, y que pudieses erigirse como contra fuerza de Podemos: un centrismo liberal y reformista. Esta fuerza sería Ciudadanos.
Había que contrarrestar el deterioro de la institución monárquica y evitar cualquier posibilidad de la apertura de un proceso constituyente que amenazase con un todavía improbable pero siempre peligroso horizonte republicano. Para ello se hizo abdicar a Juan Carlos I y se inició la operación gatopardiana Felipe Quinto y Medio de renovación/reinstauración de la monarquía.
IV. La resistencia electoral de Unidas Podemos, el “No” de Sánchez a la gran coalición – querida por algunas viejas glorias socialistas – , la imposibilidad de formar un gobierno PSOE/Ciudadanos – el sueño húmedo del IBEX – llevó tras repeticiones electorales a lo que fue considerado como un hecho histórico: el primer gobierno de coalición progresista de la democracia española.
La audacia de Pablo Iglesias parecía dar resultado y el empuje progresista nacido del 15M encontrar vía de realización política. ¿Dejaríamos de ser mercancías en manos de banqueros y políticos? ¿Se pondrían límites a la casta? ¿El tic tac podemita estaba a punto de dar la hora? La apuesta era arriesgada, pero el núcleo irradiador de Podemos, en la alianza Unidas Podemos, decidió seguir el consejo napoleónico: “On s´engage et puis on voit”, lo que traducido libremente quiere decir: entremos en batalla y ya iremos viendo.
Pronto se vería que no era oro casi nada de lo que relucía. De nuevo el PSOE tendría la oportunidad de ser la columna vertebral de la democracia demediada y borbónica española.
Los objetivos serán claros: uno, desmovilizar a la población; dos, reducir todo lo posible el potencial electoral de Unidas Podemos; tres, cortar las uñas al independentismo catalán y reintegrarlo al sistema con manicuras “transformistas”; cuatro, cerrar toda posibilidad de un proceso constituyente; cinco, reforzar la monarquía y la figura de Felipe Quinto y Medio.
Los medios para conseguirlos serían: uno, el abrazo del oso del PSOE a Unidas Podemos; dos, potenciar la división dentro de la izquierda a la izquierda del PSOE – Sumar/Podemos/IU –; tres, reformas cosméticas que crearan la sensación de progresismo del gobierno; cuatro, aislamiento progresivo en el gobierno de los ministros de la izquierda a la izquierda del PSOE, aprovechando su progresiva debilidad.
Tras una pandemia, una guerra en Europa, un genocidio en oriente medio y un avance generalizado de la extrema derecha en las democracia occidentales, los objetivos fundamentales parecen cumplidos: fin de la crisis de legitimidad del sistema; cierre de la ventana de oportunidad abierta el 15M; consolidación de Felipe quinto y medio; clausura de cualquier posibilidad de proceso constituyente; reducción del potencial electoral y movilizador de la izquierda a la izquierda del PSOE a posiciones cada vez más cercanas a la IU post Anguita… Añadamos a esto el crecimiento electoral de la extrema derecha, su creciente movilización y organización y su cada vez mayor influencia directa o indirecta en la agenda política de los partidos y en el sentido común de las gentes.
A cambio de estos servicios a los que realmente mandan y a la monarquía borbónica ¿ofrecía algo el PSOE a los de abajo? En parte sí. A nivel económico, ciertas medidas pálidamente socialdemócratas; a nivel socio-cultural, la oferta a determinados colectivos de determinadas leyes que en general podrían verse como “ampliación de derechos”; a nivel político, un cierre no completamente reaccionario de la crisis iniciada en 2007.
Pero sobre todo, el PSOE se presentaba como el único partido que podía evitar el cierre reaccionario y conservador de la crisis de legitimidad del sistema; la punta de lanza de un proceso regenerador que haría de España un país más justo, más igualitario, más libre, limpio y sin corrupción; el núcleo de un bloque socio político que impediría la llegada al poder de una derecha (PP/VOX) convertida en derecha extrema: un doberman redivivo y hecho perro de los Baskerville, lobo Huargo y can Cerbero, todo en uno. En definitiva, prometía una década reformista frente a una nueva década ominosa.
Ahora bien, los que realmente mandan son agradecidos a su manera y sus intelectuales orgánicos de la derechona no lo son en absoluto. Y a una buena parte de los primeros hasta la más mínima reforma de tinte pálidamente socialdemócrata les parece un ilegítimo menoscabo de su inmarcesible derecho al beneficio y la plusvalía absoluta, cuando no un ladino asalto a sus Palacios de Invierno, fincas de Andalucía y cuentas en Suiza; y para la totalidad de los segundos eso de estar en la oposición es contra natura y contra su inalienable derecho a mandar y hacer de su capa un sayo por la gracia de dios, la patria y el rey.
Pinados así los bolos y cumplida por los socialistas su misión, hora era de no pagar traidores y de mandar a Sánchez a la almoneda del “si te he visto no me acuerdo y, si te empeñas, con un puesto de consejero en una eléctrica vas que chutas”.
En definitiva,
Objetivo: derribar a Sánchez, empujar a Podemos y Sumar a la esquina inútil del tablero político, renovar el PSOE con los fieles de la vieja guardia – hacer del paje Page, chambelán – y, por supuesto, llevar a Feijoo a la Moncloa.
Medios: utilizando los poderes fácticos y las cloacas, recurriendo al insulto, la filfa y la guerra judicial, fomentando la crispación y el odio, alentando el nacionalismo más rancio y los resentimientos más primitivos, sembrando vientos de extrema derecha que a saber en qué tempestades acaban, atacar al gobierno Sánchez sin piedad y sin descanso.
V. Remedando el juego de las muñecas rusas podríamos simbolizar los límites de la democracia demediada española de la siguiente manera:
– La muñeca geopolítica, fundamentalmente las bases militares americanas en España y nuestra pertenencia a la OTAN. La orientación cada vez más belicistas de EE.UU y la Alianza Atlántica supone un límite objetivo para cualquier política progresista que se oponga a la guerra, la militarización de los conflictos o la apuesta por las vías diplomáticas en pos de la Paz Perpetua. La exigencia de la OTAN del aumento de inversiones militares a sus países miembros hasta un cinco por ciento de su PNB ejemplifica esta situación. La subasta más o menos engañosa de Pedro Sánchez – que si 2,1 % que si 3, 5 % – muestra esta pérdida de soberanía en aras de una supuesta defensa de occidente que es más bien mantenimiento de la No Pax Americana.
– La muñeca de la CEE. Una unidad europea hecha a la medida del marco alemán con leves correctivos y concesiones a la Patrie francesa suponen una nueva cortapisa a la democracia en el estado español. Grandes áreas de la política económica han sido cedidas a Bruselas a mayor gloria del euro/marco y Maastricht. La CEE se basa en una división de trabajo europea que hace de unos países productores y acreedores y de otros compradores y deudores: trasvase de valor hacia el centro europeo. Por otro lado, buena parte de las medidas políticas que vacían de contenido las democracias nacionales se toman por la puerta de atrás de Bruselas.
– La muñeca del modelo de transición. Como ya se ha expuesto más arriba, lo fundamental del poder real que mantuvo el franquismo y medró con él, se ha mantenido y se mantiene incólume en nuestra democracia demediada. En lo económico las familias, grupos y firmas siguen siendo con pequeños cambios las mismas; en lo político, partes importantes del aparato del estado continúan al servicio de Dios, la Patria y el Rey, en especial el poder judicial que aún está a la espera de su transición democrática.
– La muñeca del estado profundo. Poderes fácticos, sectores policiales, parte de la judicatura, dirigentes eclesiales, patronales de diferente pelo, grupos de presión y hasta la misma Corona – nada amiga del actual gobierno – ejercen sus maniobras orquestales en la oscuridad contra cualquier atisbo de que la libertad deje de ser su libertinaje y el del mercado y pase a ser la libertad de la intervención política orientada a una democracia política y social.
– La muñeca del bipartidismo, clave de la monarquía borbónica que ha sustentado la democracia demediada española y ha impedido cualquier atisbo regeneracionista. Si bien en la actualidad este sistema está tocado – división en la derecha PP/VOX: y en la “izquierda”: PSOE/Sumar/Podemos –, en realidad está recuperando su capacidad “conservadora”. PP y VOX acabarán entendiéndose y, en el otro lado, se está a la espera de la caída de Sánchez, la renovación derechista del PSOE y la jibarización hasta la inanidad política y electoral de Sumar y Podemos. Esta casta bipartidista, junto a las castas nacionalistas – a pesar de sus luchas y competencias – forman un entramado de intereses que sofoca cualquier intento de renovación radical de la vida política en España.
Por si fueran pocos estos límites objetivos de nuestra democracia demediada, que hacen inviable y objeto de ataques por tierra, mar y aire a un gobierno tan pálidamente reformista como el de Sánchez, el propio y autodenominado bloque progresista se limita y se pone zancadillas a sí mismo.
– Del lado de la “izquierda a la izquierda del PSOE” con sus continuas peleas, divisiones y cambios tácticos y estratégicos.
– Del lado del gobierno de coalición – este y el anterior – con su incapacidad para llevar a cabo una política regeneradora y reformista valiente y decidida, y con haberse limitado y limitarse a medidas tímidas y tibias que han destruido la ilusión de la gente en el bloque de progreso.
– Del lado del PSOE, su propia naturaleza de puntal del sistema borbónico que le impide “tocar” determinados privilegios y prebendas de determinados centros de poder. Privilegios y prebendas de necesario arrumbamiento si se quiere de verdad realizar una política progresista, que haga avanzar en España la democracia, la justicia social y la igualdad.
– Del lado del gobierno y del PSOE: el mal endémico del bipartidismo, el cáncer de la democracia demediada española: la corrupción, esa práctica estructural de la casta política española, que hizo a Berlanga titular una de sus películas: “Todos a la cárcel”
Estos límites objetivos de la democracia demediada española, estas insuficiencias del auto denominado bloque progresista están minando – si no han minado por completo – al actual gobierno español. En realidad, poca gente duda de que si se celebraran unas elecciones ahora el ejecutivo PP/VOX estaría servido.
Pero ¿sostener el actual gobierno de coalición no es mantener a un zombi?, ¿acaso su actual política, carente de reales reformas progresistas, no alimenta cada vez más al bloque reaccionario?, ¿es posible un real cambio a posturas más regeneracionistas y radicales del actual gobierno?, ¿no es mejor romper la baraja y que se produzca una especie de catarsis social aun si esto puede significar la llegada del PP/VOX a La Moncloa?
La izquierda transformadora –o sus pecios dispersados por la marea reaccionaria mundial– está frente a un difícil dilema: dar por finalizada la legislatura o no. O, aun más, decidir si el dilema es dar por terminada o no la legislatura o el dilema real está más allá de esta alternativa, esto es: ¿cómo recomponer el bloque progresista?, ¿con qué fuerzas y organizaciones?, ¿en torno a qué programa?, ¿cómo volver a ilusionar y movilizar a la gente?, ¿cómo restablecer los lazos reales y cotidianos con los de abajo?.
Alguien dirá que lo primero es lo primero, alguien dirá que ambos dilemas se solapan y son la cara y cruz de lo mismo, alguien dirá que son las bellas e inalcanzables consignas de siempre. Y puede que todos tengan su parte de razón.
Lo terrible, lo verdaderamente terrible, es que todo parece apuntar a la llegada del PP/VOX a La Moncloa, al cierre reaccionario de la crisis de legitimidad surgida a partir del 2007 y a la apertura de una nueva década ominosa en España.
¿Sabremos, podremos y no empeñaremos en evitarlo?