“Intermedio ucraniano” por Rafael Poch de Feliu

Entre el acuerdo ruso-americano y la transformación de la guerra en Europa.

El viernes un atentado con coche bomba mató en la periferia de Moscú a otro general ruso, Yaroslav Moskalik, vicejefe de la dirección principal operativa del Estado Mayor. Los atentados ucranianos contra militares y civiles en Rusia son frecuentes. En diciembre cayó el General Igor Kirilov y antes que él dos periodistas rusos y un diputado ucraniano refugiado en Moscú, entre otros. Según el General Leonid Reshetnikov, un jubilado del servicio de inteligencia exterior, estos atentados se cometen “bajo el directo asesoramiento” de los servicios secretos británicos. Su actual objetivo es torpedear las negociaciones para un acuerdo de paz entre el Kremlin y Washington.

A las pocas horas del atentado contra Moskalik, aterrizaba en Moscú el avión del enviado especial del Presidente Trump, Steve Witkoff. Era la cuarta visita cordial de Witkoff a Moscú. En esta ocasión Putin accedió a mantener negociaciones directas con Ucrania y al día siguiente anunció que el ejército ruso ha terminado de expulsar a las fuerzas ucranianas de la provincia rusa de Kursk, donde entraron en agosto en una operación con más sentido de imagen que militar y que se ha saldado con un considerable fracaso y gran mortandad en las mejores unidades militares ucranianas.

Estas dos noticias, el aparente avance de la negociación y el descalabro militar en Kursk, arrojan un balance bastante angustioso para el gobierno de Kíev, cuyas divisiones, tensiones y rivalidades internas aumentan manifiestamente, según se desprende del mero seguimiento de la prensa local.

El jefe de la inteligencia militar, Kiril Budanov, un hombre de la CIA, está enfrentado con el jefe de la administración presidencial y mano derecha de Zelenski, Andri Yermak. Hay rumores de destitución de Budanov, que en enero dijo en una reunión parlamentaria a puerta cerrada que si no habían negociaciones de paz pronto el país se iría al garete. El jefe del grupo parlamentario del partido del presidente, David Arajamiya, también está peleado con la administración presidencial que le quiere relevar del cargo. Arajamiya fue quien confirmó que en las negociaciones de marzo/abril de 2022 en Estambul había un acuerdo de paz ya preparado que fue echado para atrás por la presión occidental. El ex jefe del ejército Valeri Zaluzhni, al que Zelenski destituyó y envió de embajador a Londres por ser más popular que él, tiene ambiciones y mantiene contacto con el ex Presidente Petró Poroshenko, otro rival de Zelenski al que éste ha represaliado. La negativa actitud de Trump hacia Zelenski y sus sugerencias directas de que el presidente no es capaz de negociar la paz, no hacen más que reavivar estas tensiones y disputas por el poder en el interior del régimen de Kiev. Aún más cuando la narrativa occidental sobre la guerra como agresión rusa no provocada a cargo de una especie de nuevo Hitler, y en la que la OTAN no tiene nada que ver, se ha hundido manifiestamente.

Por un lado el jefe de la OTAN, es decir, el Presidente de Estados Unidos, reconoce gran parte del argumentario ruso, y por otro la prensa americana más beligerante (Véase los últimos informes del New York Times en: https://archive.ph/2025.03.30-042044/https://www.nytimes.com/2025/03/30/world/europe/us-ukraine-military-war-takeaways.html) no cesa de concretar la implicación de la OTAN en Ucrania desde 2014, mucho antes de la invasión, desmintiendo con todo tipo de detalles la afirmación canónica de 2023 y 2024 de que “la Otan no está en guerra con Rusia” (el ex secretario de defensa americano Lloyd Austin, entre muchos otros).

Trump ha reconocido que la línea política de Washington de los últimos treinta años ha fracasado y está introduciendo importantes enmiendas en ella. Como dice el politólogo ruso Dmitri Trenin, Estados Unidos ha pasado de resistirse a la aparición de un orden mundial multipolar a intentar dominarlo sobre nuevas bases.

Todo esto ha descolocado por completo a los aliados europeos y al gobierno de Kíev, que ni siquiera están dispuestos a reconocer que la ampliación de la OTAN supone un problema para Rusia. En lugar de reconocer que la única “garantía de seguridad” de Ucrania es restablecer su neutralidad, con la que Rusia convivió desde la disolución de la URSS, la Unión Europea prefiere amenazar con rearmarse y movilizar ejércitos de los que carece contra una fantasmagórica amenaza de invasión rusa de Europa, sobre la que no existe el menor indicio, voluntad ni posibilidad militar en Moscú.

La elite europea está dividida en el grado de su conformidad con esta leyenda. Los austro-húngaros (Hungría, Eslovaquía y quizás pronto Chequia) rechazan la dialéctica guerrera. La Europa mediterránea no cree en ella pero acepta el rearme, porque dada su impotencia no le queda más remedio que la disciplina. Francia, donde no se sabe si el próximo presidente será una Le Pen o un de Villepin, navega por ahí en medio, y solo los bálticos, polacos y escandinavos parecen decididos a enfrentarse militarmente a Rusia en una “guerra del Norte” que abra un segundo frente contra Moscú, con la primera ministra danesa Mette Frederiksen, directamente amenazada en Groenlandia por Trump, declarando que “la paz en Ucrania es más peligrosa que la actual guerra”…

A Europa le cuesta mucho comprender que ya no es la dueña del mundo y que ha perdido su antigua preponderancia en él. Por razones industriales y políticas, el rearme europeo solo puede ser un bluf. La idea de crear una economía de guerra en Europa, ese “continente de paz” del que surgieron las principales tragedias del mundo de los últimos siglos, desde el holocausto colonial hasta las dos guerras mundiales, es una quimera sin paliativos. El economista Michael Hudson tiene razón cuando dice que habría que sustituir a los economistas y politólogos europeos por sicoterapeutas Peligrosa ineptitud europea – Rafael Poch de Feliu. Y en ningún lugar eso es más cierto que en Alemania.

Por mucha desmemoria que haya generado la irracionalidad europea, la cuestión de cómo se vivirá desde países como Francia, Holanda, Dinamarca o Italia, el hecho de que el Bundeswehr se convierta dentro de algunos años en el primer ejército europeo -acaso con un futuro gobierno de coalición entre la ultraderecha de la Alternative für Deutschland y la CDU – acabará abriéndose paso.

La clase política alemana se ha soltado el pelo y bate todos los récords de irracionalidad. Ya no tiene complejos. La nueva generación ha transferido la culpa histórica a Putin convertido en nuevo Hitler, mientras todo el país gira a la derecha, rehabilita el militarismo y encoge las libertades, criminalizando la solidaridad con Gaza o el pacifismo. Con una economía en recesión, el país se instala en una nueva patología macartista que borra toda confrontación crítica con el pasado nacional (Vergangenheitsbewältigung) y la sustituye por la rusofobia hacia la que dirige su energía agresiva. Esta quinta Alemania La Quinta Alemania – Rafael Poch de Feliu, aborto de su reunificación, camina directa hacia el batacazo.

Las confusas enmiendas de Trump a la globalización con la mira puesta en la contención de China, pasan por cierto acercamiento a Rusia. Desde luego no se va a romper la relación entre Moscú y Pekín (a ese propósito se llega con diez o veinte años de retraso) pero el desequilibrio económico y comercial entre Rusia y China ofrece cierto margen de juego. El mercado chino representa el 36% de la importación rusa y el 30% de su exportación, pero Rusia solo representa el 4% del comercio exterior chino (cifras de 2023). A Rusia le interesa diversificar y Estados Unidos es un gran mercado alternativo, lo que abre algunas posibilidades. Para Washington, Rusia también es importante en Oriente Medio. A Trump le importa más Irán, con quien está empezando a negociar un acuerdo de desnuclearización, que Ucrania.

Cuando las delegaciones rusas y americanas se reúnen, no hablan solo (ni a lo mejor sobre todo) de Ucrania. Moscú no va a tirar por la borda sus acuerdos y alianzas con Irán y China, pero a cambio de que Washington reconozca que Rusia tiene intereses en Europa y que el principal de ellos es que Ucrania no se convierta en una amenaza de seguridad contra ella después de la guerra, puede flexibilizar mucho su actitud en asuntos que interesan a Estados Unidos.

Zelenski lo tiene todo en contra. Cuanto antes lo admita, menor será el daño y la carnicería. Pero el presidente ucraniano lo tiene difícil porque cualquier decisión realista de su parte será considerada “traición” por su potente extrema derecha militar. Si por el contrario, animado por sus ilusos aliados europeos, se mantiene inflexible, se arriesga a que Estados Unidos le abandone militarmente. Y sin la ayuda de satélites, información y comunicaciones que le brindan los americanos, y que los europeos no pueden remplazar, seguramente el frente ucraniano colapsaría pronto.

En marzo, en una reunión a puerta cerrada con la principal organización de empresarios e industriales rusos, Putin dijo que Rusia no tiene intención de hacerse con “Odesa y otros territorios de Ucrania” si en las negociaciones de paz se reconoce que Crimea, las repúblicas de Donetsk y Lugansk y las otras dos regiones (Jersón y Zaporozhe) parcialmente arrebatadas a Ucrania forman parte de Rusia. Before Trump call, Putin told businesses not to expect quick peace deal Por supuesto, en el plazo de uno o dos años el giro político de Trump se puede hundir y crear un gran desbarajuste económico en el interior de Estados Unidos con el lio de los aranceles contra todos Lo que anuncian los ruidos de Trump – Rafael Poch de Feliu, pero para entonces el ejército ruso podría haber llegado a Odesa, convirtiendo lo que quede de Ucrania en un país irrelevante sin salida al mar.

La guerra en Ucrania puede terminar si se llega a algún acuerdo, pero también puede transformarse en algo más estrictamente europeo y menos euroatlántico. Vivimos tiempos inciertos para todos, pero algunos lo tienen peor que otros.

(Publicado en Ctxt)

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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