“La contribución de Faustino Cordón a la comprensión de la emergencia del pensamiento humano a la luz de nuestro origen biológico” por Alfredo Iglesias Diéguez*

En memoria de José Gibert (1941-2007), comunista y científico cuyo compromiso político y cuya actividad científica fueron una constante fuente de inspiración en mi vida.

La evolución biológica de la especies es un hecho natural, semejante a la evolución ontogenética de los seres vivos, de la que tenemos amplio conocimiento gracias al campo científico inaugurado por Darwin con la publicación del Origen de las especies (1859), obra en la que establece la teoría de la evolución biológica mediante la selección natural. Obviamente, muchos otros científicos antes de Darwin (Empédocles, Aristóteles, Lucrecio, Al-Jahiz, Maupertius, Buffon, Cuvier, Lamarck…) elaboraron teorías científicas con las que explicar la biodiversidad; no obstante, los principios que Darwin estableció en su teoría evolutiva: la evolución entendida como un hecho natural, el origen común de todos los seres vivos, la diversificación de las especies, el gradualismo y la selección natural, están en la base del paradigma científico actual, heredero del pensamiento de Darwin y de la Teoría sintética de la evolución, que sostiene que la herencia es particular y de origen genética, existe una amplia variabilidad en las poblaciones naturales, la evolución se desarrolla en el seno de las especies distribuidas geográficamente, la evolución procede por modificación gradual de las poblaciones, los cambios en las poblaciones son el resultado de la selección natural y las diferencias observadas entre los organismos se deben a la adaptación.

Ciencia e ideología en la explicación del proceso de hominización

A pesar de que Darwin sentó las bases de lo que podríamos denominar una antropología materialista en su segunda gran obra: El origen del hombre (1871), lo cierto es que en el discurso antropológico está presente una gran cantidad de elementos ‘extracientíficos’ procedentes de la ‘filosofía espontánea del científico’ -como la definió Althusser en Filosofía y filosofía espontánea de los científicos (1974)-, que se manifiestan tanto en la propia interpretación del hecho evolutivo -sobre todo en lo referido a la emergencia del pensamiento humano y de nuestra propia consciencia- como en el diseño de los programas de investigación. Este hecho, entrevisto por Engels, quien en 1876 advertía “que incluso los naturalistas de la escuela darwiniana más allegados al materialismo son aun incapaces de formarse una idea clara acerca del origen del Hombre, pues, esa misma influencia ideológica les impide ver el papel cumplido aquí por el trabajo”, tiene importantes consecuencias.

Efectivamente, en el discurso relativo a la formación y evolución de la humanidad (‘origen del Hombre’, en escuelas que mantienen un lenguaje decimonónico) podemos encontrar una serie de líneas discursivas que se interrelacionan de formas diversas y no siempre complementarias:

  • en primer lugar, existe una línea de investigación ‘biológica’, donde predominan las explicaciones relacionadas con la formación y evolución de las especies biológicas pertenecientes al género humano (Homo) y sus antecesores de la familia homínida;

  • en segundo lugar, con la anterior coexiste otra línea de investigación centrada en la evolución cultural (y social) de la humanidad, donde predominan explicaciones relacionadas con el desarrollo de los tecnocomplejos, entendidos como expresión del desarrollo social y cultural de la humanidad;

  • una tercera línea de investigación, a menudo surgida de la confluencia de las anteriores, se centra en la explicación de la emergencia de la actividad psíquica que nos define como personas humanas (lenguaje, pensamiento, consciencia…);

  • finalmente, atravesándolas todas, coexisten diferentes cosmovisiones que buscan legitimar nuestro lugar en el mundo desde posiciones ideológicas que crean confusión y dificultan la comprensión de la ‘naturaleza humana a la luz de nuestro origen biológico’, parafraseando el título de un libro imprescindible de Faustino Cordón.

Es decir, cuando hablamos de la evolución humana no siempre lo hacemos desde coordenadas estrictamente científicas, no en vano nuestra tradición judío-cristiana-musulmana nos hace descender de un primer humano creado por Dios: Adán. Un ejemplo puede servir para aclarar esto: uno de los científicos más influyentes de la Teoría sintética de la evolución -discípulo de Dobzhansky, uno de sus fundadores-, el profesor hispano-usamericano Francisco Ayala, sostiene la absoluta compatibilidad entre ciencia y religión, entendiendo que son ‘dos ventanas abiertas a una misma realidad que ofrecen dos visiones distintas, entre las cuales no debe haber injerencia competencial, lo que significa que la verdad científica no puede ser negada por la creencia religiosa y las creencias religiosas no son asunto de la ciencia’… No obstante, esta ‘compatibilidad’ impone condiciones: según el propio Ayala, la teoría de la evolución no es una teoría de los orígenes, que son una cuestión metafísica (filosófico-teológica), sino que es una teoría explicativa del hecho evolutivo y de sus mecanismos adaptativos. He aquí el meollo de la cuestión: si la ciencia -y concretamente el darwinismo- renuncia a explicar los orígenes, nunca podremos conocer el proceso que llevó a la emergencia de nuestras capacidades psíquicas, como el pensamiento, el lenguaje o la consciencia, simplemente podremos constatar su existencia… causando un inmenso vacío que ocupa el dios creador, no tanto de los cuerpos físicos (cuya evolución está mayoritariamente aceptada), sino del alma y sus atributos: las capacidades psíquicas de cuya emergencia debería dar cuenta la ciencia, algo que evitan la mayoría de los discursos científicos sobre nuestra evolución.

Así, aceptando esta duplicidad de campos de acción, muchas de las teorías que explican los ‘orígenes’, realmente lo que hacen es constatar su existencia, sin explicar su emergencia. Ahí están, por ejemplo, las teorías innatistas que defienden Piaget o Chomsky, que sostienen que el lenguaje es una capacidad inherente al ser humano -preexistente en nuestra naturaleza-, sin explicar su origen; también, por citar otro ejemplo, se puede mencionar la tesis que sostiene que en la medida en que existe un ‘gen del lenguaje’ (FoxP2, que juega un papel crucial en el desarrollo del lenguaje y el habla), el lenguaje humano debió de surgir como consecuencia de una mutación, lo que explicaría su presencia en el genoma humano, pero no su origen; y, como tercer ejemplo, cabe citar el desarrollo en los últimos años de una nueva línea de investigación que pone el foco en lo que se ha dado en llamar ‘naturalitos’, que constituirían los fragmentos líticos de origen natural que se usaron como paso previo al desarrollo de la tecnología lítica consciente presente en los primeros Homo habilis, pero que no explica el origen de nuestra capacidad psíquica relacionada con la elaboración de artefactos.

Ahora bien, del conjunto de la tradición discursiva relacionada con la evolución humana, tanto la materialista -con sus errores, como el reduccionismo determinista, y sus aciertos- como la idealista, se puede afirmar que hay tres hechos evidentes en nuestra evolución:

  • primero: los seres o entidades sobrenaturales (almas, espíritus, dioses y diosas…) existen únicamente como producto de nuestra imaginación (son una creación humana, por lo que es absurdo buscar cualquier huella de Dios -de cualquier ser sobrenatural o inmaterial- más allá del Big Bang o ‘animando’ la materia…), por lo que no tiene ningún sentido que esos seres dicten como debemos actuar en nuestras vidas, ni como individuos (ética) ni como sociedades (moral), lo que no niega el hecho religioso como experiencia vital individual ni su relato entre los miembros de la comunidad de creyentes, tan solo le niega su vocación de injerencia en el conjunto de la sociedad;

  • segundo: el pensamiento, la consciencia, el lenguaje y la capacidad para elaborar artefactos proceden por selección natural de las actividades psíquicas de nuestros antepasados, ya sean los preantropinos (Praeanthropus gahri…), más próximos evolutivamente al género Homo, o los más remotos y comunes con los pánidos (Sahelanthropus y posteriores), y son el resultado de un proceso adaptativo en el que jugó un papel determinante la forma de intervenir en el medio, es decir -como decía Marx, Engels y la tradición marxista posterior-, el trabajo; y,

  • tercero: los seres humanos somos seres sociales que pertenecemos a una misma especie biológica, por lo tanto toda la historia humana es una historia del desarrollo social (y a partir de la neolitización de las fuerzas productivas es una historia de la lucha de clases), de las relaciones grupales, de su adaptación al medio…, por eso toda especiación biológica debe ser comprendida gradualmente y considerando que cualquier modificación (como la mutación del ‘gen del lenguaje’) tiene que tener una función social para que tenga éxito evolutivo, un hecho que impugna las tesis mutacionistas.

Es en este contexto en el que la producción teórica y el pensamiento de Faustino Cordón cumplen un papel relevante.

La teoría de las unidades de niveles de integración evolutiva de Cordón y la emergencia del pensamiento, la consciencia, el lenguaje y la capacidad de elaboración de artefactos

Para dar cuenta de la emergencia del pensamiento, la consciencia, el lenguaje y la capacidad de elaboración de artefactos, que se desarrollan y se forman a través de la experiencia social y el proceso de trabajo (no son una esencia del ser humano), es necesario recuperar el alcance materialista del darwinismo, una recuperación en la que Faustino Cordón tiene un protagonismo fundamental. Efectivamente, tan solo ocho años después de que Darwin publicase El origen de las especies (1859), Marx dio con la clave para comprender el proceso de hominización como consecuencia del trabajo -entendido por el propio Marx como un proceso entre la naturaleza y el individuo humano, es decir, la forma de interactuar en el medio- al señalar en El capital (1867) que en ese proceso el ser humano se enfrentaba “como un poder natural con la materia de la naturaleza. Poniendo en acción las formas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de esta forma asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que le brinda la naturaleza. Y al tiempo que actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las formas que en él dormitan y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina”. Una tesis que Engels formuló del siguiente modo en El papel del trabajo en la transformación del mono en Hombre (1876); “la mano no solo es el órgano del trabajo; es también producto de él”. Sin embargo, a pesar de que desde el mismo momento en que Darwin escribió El origen del hombre (1871) era posible una síntesis entre la tradiciones materialistas inauguradas por Darwin y Marx, lo cierto es que a lo largo de más de un siglo ambas tradiciones se desarrollaron prácticamente sin contacto, hasta que Cordón formuló una síntesis coherente en torno a su teoría de las unidades de niveles de integración evolutiva.

Esto no quiere decir que antes de Cordón no se hubiese hecho nada. Al contrario. Ahí están en la tradición científica occidental los trabajos de Washburn, Isaac o Toth, por mencionar a algunos investigadores que podrían encuadrarse en la corriente funcionalista, o los de un estructuralista materialista como Leroi-Gourhan, sobre todo sus imprescindibles Evolución y técnicas (1943/1945) y El gesto y la palabra (1964/1965), cuyas tesis son semejantes a las que defendían en el campo socialista autores como el antropólogo Niesturj, el neurólogo Luria o los psicólogos Leontiev y Vygotski, quienes en coherencia con la tradición marxista demostraron que la consciencia no existe independientemente de la vida social y la práctica humana, ya que es a través de la interacción social y el trabajo que los individuos desarrollaron el pensamiento y el lenguaje. En este sentido, Richard Milner afirmaba en su Diccionario de la evolución (1995) que “la idea marxista de un primitivo bucle de retroalimentación (o dialéctica) entre la evolución de las manos y el trabajo, parecerá sin duda curiosa a los no marxistas, desacostumbrados a oír la palabra trabajo, con toda su carga añadida, utilizada para analizar la evolución humana. Sin embargo, si se releen los pasajes de Engels y se sustituye en cada una de sus apariciones la palabra trabajo por la expresión empleo de utensilios, la teoría resulta idéntica a la de la ortodoxia antropológica de hace solo unas décadas”, insinuando que hoy la investigación va por otros derroteros… Ahí está el anónimo ejército de investigadores que acumula gran cantidad de datos, en muchas ocasiones absolutamente anecdóticos, triviales e incluso absurdos, que ‘ceden’ a un reducido número de personas que muchas veces, aunque hablan desde altavoces científicos formulan un discurso profundamente mediatizado por el dominante discurso neoliberal o cristiano, para que elaboren interpretaciones generalistas y teorías ‘científicas’. No en vano, cada vez son más los antropólogos y prehistoriadores que para ‘explicar’ el pasado recurren a novelas, cuyo ejemplo más reciente es el de Arsuaga.

Faustino Cordón, a lo largo de su fecunda trayectoria científica, desarrolló la teoría de las unidades de niveles de integración, que ‘interpreta la naturaleza -y por tanto los seres vivos- como sujeta a un proceso de evolución, cuya clave no puede estar sólo en su interior sino que requiere entender cómo se produce su modo de acción sobre su ambiente específico y cómo del contraste de lo causado y de lo esperado por esta acción se establece su experiencia sobre el ambiente’, dicho en palabras del propio Cordón en el transcurso de una entrevista inédita. Asimismo, es preciso señalar la insistencia de esta teoría en dos aspectos: primero, los cuerpos son la unidad de experiencia y acción de los animales (por tanto no su nivel integrativo inferior, los genes) y, segunda, en los conceptos de emergencia (‘todo en el proceso evolutivo es comprensible y explicable por su origen’) y de contingencia (‘nada en la evolución es producto del azar: ni la vida ni la conciencia, que es una propiedad evolutiva de la materia’). A lo largo de su vida, Cordón dejó constancia de sus reflexiones evolucionistas en relación con la evolución humana en dos libros imprescindibles: Cocinar hizo al hombre (1979) y La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico (1981), aunque no llegó a revisar sus tesis en el marco de su definitivo Tratado de biología evolucionista, en cuya parte dedicada al origen, naturaleza y evolución del animal (incluido el humano) estaba trabajando antes de su muerte. Entre 1995 y 1999 compartí mis propias investigaciones y reflexiones sobre la emergencia de las capacidades psíquicas humanas con Cordón, aunque el fruto de ese trabajo solo vio la luz en años posteriores (2002-2003) y sobre todo en un amplio artículo titulado ‘La dialéctica de los orígenes’ (2016), en el que, tomando pie en la teoría de Cordón, sostenía que los seres humanos, como animales sociales, interactuamos con el medio en tres niveles: el nivel de intervención (a través de las diferentes estrategias adaptativas, como la locomoción y la alimentación, responsables de la modificación de los cuerpos), el nivel de percepción (actuando en el medio y tomando experiencia de él a través de los órganos sensoriales que se forman en el proceso de especiación) y el nivel de representación (que ‘interpreta’ la experiencia por medio del pensamiento y el lenguaje y produce la conciencia).

En definitiva, la hominización tiene que ser explicada a través de mecanismos tanto biológicos como sociales. En este sentido, los procesos biológicos, que derivaron en la formación del género Homo (cualquiera de sus especies), entre los que son fundamentales la locomoción (forma de desplazarse y -fundamental- estar en el espacio, incluso para pasar las noches) y la alimentación (recordemos el papel que le concedía Cordón a la alimentación) -que transformaron la propia corporeidad humana: bipedismo, verticalización de la cara, liberación de la mano, aumento de la caja craneal, modificación de los órganos sensoriales…-, están mediatizados por las relaciones sociales y tuvieron consecuencias sociales, ya que el trabajo es la relación que los seres humanos establecen con el medio o, dicho de otra forma, es el modo de intervención que caracteriza a cada especie humana (y también a las inmediatamente prehumanas) en la naturaleza.

Por esa razón debemos evitar ‘explicar’ la evolución cultural y social de la humanidad siguiendo una flecha del tiempo constante y lineal, como si en la evolución no hubiesen coexistido varias especies del género Homo, cada una de ellas con sus propias estrategias de acción y toma de experiencia en los diferentes niveles de acción. De esta forma, considerando que el lenguaje y el pensamiento surgen simultáneamente a partir de las relaciones sociales, lo mismo que la conciencia, y que el lenguaje, así como el pensamiento, son un sistema de representación del medio surgido al mismo tiempo que intervenimos socialmente en el medio mediatizados por nuestra biología en un proceso en el que son fundamentales algunas capacidades psíquicas (memoria, abstracción…), podemos afirmar que es posible diseñar un programa de investigación científica orientado a explicar la emergencia del pensamiento, de la consciencia, del lenguaje y de la capacidad de elaboración de artefactos, no solo elaborar una tesis de modo deductivo.

Obviamente este sería un programa de investigación muy ambicioso, porque, entre otras razones, habría que dirimir qué especie humana y prehumana hizo qué y qué individuo (género y edad) está detrás de cada acción; identificar los niveles de abstracción, orden y jerarquía espaciales que actuaban en cada contexto social; analizar la distribución en el espacio en tanto que es clave para comprender la relación con la naturaleza y entre los medios del grupo… Un programa así, orientado a la investigación de la emergencia de nuestras capacidades psíquicas por medio de la selección natural a partir de las capacidades psíquicas de nuestros antepasados, es la condición indispensable para liberarnos de la tutela de los dioses -que existen, pero porque los creamos los humanos- y de la abusiva determinación genética.

Las humanas y los humanos, a la luz de nuestro origen biológico, somos seres sociales, iguales y diversos, libres y autónomos, lo que debe ser la piedra angular de nuestra actuación política y moral con la que construir un mundo libre de cualquier tipo de sistemas de opresión.

* Profesor de historia y antropólogo, autor de una tesis titulada A investigación en España sobre o evolucionismo humano (1936-1976), dirigida por José Gibert y leída en el año 1998.

Fuente: Nuestra Bandera, 2º trimestre, 2025.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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