La obra de Manuel Sacristán Luzón, militante comunista y filósofo marxista, constituye un punto de inflexión en la historia de la filosofía española del siglo XX. Su teoría de la ciencia o epistemología se configura como un esfuerzo singular por articular el rigor lógico de la tradición analítica con la perspectiva crítica del marxismo, siempre desde una actitud antidogmática y abierta a la complejidad del conocimiento científico.
Desde su primera etapa el trabajo de Sacristán estuvo marcado por su formación en Alemania, donde entró en contacto con el marxismo y la filosofía analítica. De esa experiencia surge su Introducción a la lógica y al análisis formal (1964), obra pionera en España que abrió camino a generaciones de filósofos y científicos en el estudio riguroso de la lógica simbólica. En este texto ya se percibe la preocupación epistemológica de Sacristán: comprender la ciencia no solo como acumulación de hechos, sino como un entramado de proposiciones formalmente estructuradas y contrastables.
Este enfoque se reforzó en trabajos posteriores como Lógica elemental (1967), donde la claridad expositiva va de la mano con un trasfondo crítico: el convencimiento de que el pensamiento riguroso es condición de posibilidad para una praxis emancipadora. Para Sacristán, la epistemología no puede desligarse de la lógica, porque el análisis formal de los lenguajes científicos es el punto de partida para toda reflexión sobre el conocimiento.
Ciencia y marxismo. Un diálogo complejo.
A partir de los años sesenta, Sacristán orientó su reflexión hacia el marxismo. Su compromiso político no le llevó, sin embargo, a abandonar el instrumental lógico ni a adoptar posturas dogmáticas. Muy al contrario, en ensayos como por ejemplo Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores (1968) o los trabajos reunidos en Sobre Marx y la filosofía (1967), defendió la necesidad de un marxismo crítico, capaz de incorporar las conquistas de la ciencia contemporánea y de dialogar con las corrientes epistemológicas de su tiempo.
La epistemología, o la teoría del conocimiento científico, fue un pilar central en la trayectoria intelectual de Manuel Sacristán, quien se identificaba más como epistemólogo que como ontólogo. Sacristán fue consciente de la debilidad del marxismo en el desarrollo de su teoría del conocimiento científico y se dedicó a fortalecer esta área. Su enfoque se basó en una visión del conocimiento como fuerza emancipadora que se busca por sí misma y no como un medio o instrumento para otros fines. Para él, el conocimiento no debe usarse para dominar o controlar, sino para transformar y liberar.
La filosofía analítica y la investigación marxista.
La esencia de estas polémicas era la concepción del marxismo como ciencia y la relación entre las ciencias naturales y sociales, con el método científico como clave de bóveda de todo el entramado intelectual.
Una de sus contribuciones más importantes fue su clara distinción entre la gnoseología (una teoría del conocimiento en general) y la epistemología (una teoría del conocimiento científico). Como buen filólogo, diferenciaba entre gnosis (conocimiento) y episteme (ciencia). Él consideraba que el marxismo, entendido en el sentido de «filosofía de la praxis» de su apreciado Gramsci, debía navegar en un lugar intermedio entre ambas disciplinas sin confundirlas, ya que se encuentra a caballo entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales.
Sacristán nunca consideró al marxismo como una ciencia, y mucho menos una «ciencia natural o exacta». En su lugar, creía que su grado de verdad estaba más vinculado a una «verdad moral» que a una verdad científica o natural. La epistemología de Sacristán, por tanto, se distancia, en este sentido, de dos reduccionismos frecuentes: el positivismo ingenuo, que concibe la ciencia como neutral y autónoma de toda condición social; y el marxismo vulgar, que reduce la ciencia a mera superestructura ideológica. Frente a ambos, Sacristán sostiene que la ciencia es una práctica social históricamente situada, pero con una racionalidad interna irreductible a la ideología. Esta postura aparece de manera explícita en sus ensayos reunidos en Papeles de filosofía (1983), donde analiza tanto a autores de la tradición analítica como a pensadores marxistas.
Crítica y pluralidad epistemológica.
Sacristán valoró las aportaciones de Popper, Carnap, Wittgenstein y Quine especialmente en lo referente a la estructura lógica de las teorías y al análisis del lenguaje científico. Sin embargo, también señaló sus limitaciones: el positivismo lógico subestimaba la dimensión histórica de la ciencia y el falsacionismo popperiano no bastaba para explicar la dinámica real de las comunidades científicas. En paralelo, dialogó críticamente con Althusser. Su noción de “corte epistemológico” le interesó aunque no la compartió, pero su estructuralismo le parecía excesivamente rígido.
Sacristán fue un pionero en la difusión de la tradición filosófica analítica en el marxismo, a pesar de que esta era considerada antagónica por el marxismo clásico-ortodoxo, especialmente a raíz del trabajo de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo. Sin embargo, no se dejó arrastrar por ningún tipo de dogmatismo y supo ver «lo mejor de los dos mundos». Fue capaz de vislumbrar tanto los puntos de encuentro como los puntos de conflicto entre ambas tradiciones. Sacristán discurrió en la línea de Otto Neurath (a pesar de que no hay constancia de sus conexiones), otro gran marxista y miembro del Círculo de Viena, el cual no veía contradicciones de fondo entre el positivismo lógico, la filosofía analítica y la investigación marxista. En el fondo de estas polémicas estaba la concepción del marxismo como ciencia, la relación entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, y el lugar de la obra de Marx en este entramado, un Marx sin ismos, como diría Francisco Fernández Buey.
El resultado fue una epistemología pluralista y crítica, que reconoce la validez de los instrumentos lógico-formales, pero que insiste en la historicidad del conocimiento. En este punto, Sacristán se acerca a Gramsci, al subrayar la función social de los intelectuales y la necesidad de vincular la producción de conocimiento con la praxis transformadora.
Ciencia, sociedad y responsabilidad intelectual.
Más allá de los aspectos técnicos, la epistemología de Sacristán tiene una dimensión ética y política. En textos como Sobre la universidad y la división del trabajo científico (1970) o Sobre dialéctica y análisis formal (1964) denuncia la tendencia a la especialización acrítica y defiende una ciencia consciente de sus condicionamientos sociales. Para él, el conocimiento científico es una herramienta de emancipación, pero puede convertirse en instrumento de dominación si se separa de la crítica social.
De ahí que su reflexión epistemológica esté atravesada por la preocupación por la responsabilidad del intelectual. Sacristán no entiende la epistemología como un ejercicio puramente académico, sino como una práctica filosófica comprometida que debe contribuir a esclarecer los mecanismos de producción del conocimiento y a ponerlos al servicio de una sociedad más justa.
Epistemología y dialéctica.
Sacristán también mantuvo una postura crítica con la dialéctica como método por antonomasia, considerándola más una herramienta de interpretación global. Alejándose del determinismo histórico defendió una especie de dialéctica que parecía dar más importancia a las contradicciones que a la síntesis.
Para Sacristán la dialéctica nunca fue un método en sentido estricto, sino más bien una concepción holística, global del mundo que podría funcionar como hipótesis explicativa de la realidad social, histórica y material, pero que su aplicación nunca puede ser rígida sino más bien concreta, cuya parte principal sería la idea de contradicción que saque a la luz los conflictos, las tensiones y los antagonismos subyacentes a las prácticas sociales y a la lucha de clases. De aquí debe partir la praxis transformadora como conocimiento real y concreto.
En la formación científica de Marx, Sacristán distinguía tres influencias: la ciencia propiamente dicha, normal o positiva (como queda reflejada en su introducción al Anti-During de Engels), la “ciencia crítica” (en el sentido kantiano podríamos considerar nosotros) y la “ciencia alemana” de la dialéctica hegeliana. Marx intentaría una síntesis entre las tres cuya expresión más detallada podría observarse en Das Kapital. Sacristán creía que no podría disociarse ninguna. En la conferencia de 1978, luego convertida en artículo y hoy en libro, La concepción científica de Marx, podemos deducir su propia visión de la dialéctica en el sentido crítico de la misma, concepción que podría establecer un diálogo fructífero con otras concepciones de la dialéctica parecidas como las de Jameson, Malm o Moore.
A pesar de las diferencias de concepto y de época, con Fredrich Jameson comparte su visión de la dialéctica como herramienta explicativa de la totalidad, aunque éste último la enfoque más a los estudios culturales. Con Andreas Malm y Jason W. Moore su preocupación ecológica donde la dialéctica podría ser útil para la comprensión de la crisis sistémica. Aún así, la importancia concedida por los cuatro a las contradicciones por encima de las síntesis hegelianas hace que sus planteamientos discurran por caminos parecidos.
Desde su «marxismo socrático» (Ovejero Lucas), Sacristán veía una profunda conexión entre ética y epistemología, entendiendo el conocimiento como una fuerza emancipadora y no instrumental. Su amor por el conocimiento era por el mero deseo de conocer, lo que le permitía transformar y liberar, sin buscar el dominio o el control. Sacristán nunca cayó en lo que su discípulo Francisco Fernández Buey llamaba «la ilusión del método». Alejándose del filisteísmo, los problemas del conocimiento (gnoseológicos) estuvieron presentes continuamente en su agenda de trabajo y se convirtieron en un tema central para algunos de sus discípulos, como Francisco Fernández Buey, Antoni Domènech y Félix Ovejero Lucas.
Así, de esta manera Fernández Buey hereda y aplica la noción sacristaniana de la dialéctica (proveniente de una lectura no dogmática de Marx y Engels). Para ambos, la dialéctica no es una ley universal de la naturaleza o la historia (un «método»), sino un instrumento intelectual que ayuda a comprender las totalidades complejas, a captar las contradicciones y a evitar el análisis fragmentario y superficial de la realidad, especialmente en el ámbito social.
Tanto Sacristán como Fernández Buey parten de un marxismo crítico y heterodoxo que se distancia del dogmatismo de los marxismos oficiales. Este enfoque integra la dimensión ético-política en el análisis del conocimiento. La investigación científica y social debe estar orientada hacia fines de emancipación y justicia, un principio que Sacristán entendía como la «ética de lo colectivo.»
La obra sienta las bases para la complementariedad y el diálogo entre las ciencias positivas (ciencias naturales y formales) y las humanidades (filosofía, ética, sociología, política). El verdadero conocimiento, para Fernández Buey y Sacristán, requiere de la conciencia crítica que solo puede ofrecer el pensamiento humanista, complementando el rigor técnico de la ciencia.
Ovejero Lucas comparte el énfasis de Sacristán en la racionalidad y la necesidad de un análisis riguroso y científico de la sociedad. Refleja esta postura al defender la unidad del método y la necesidad de una filosofía de la ciencia atenta a la práctica real. Ambos comparten una pulsión por el conocimiento científico como herramienta para desvelar la ideología. El trabajo de Ovejero es un esfuerzo por mantener vivo este espíritu, aplicando el rigor metodológico a la filosofía política contemporánea.
Antoni Domènech fue un discípulo aventajado que recogió el testigo del marxismo humanista, analítico y comprometido de Sacristán, dándole una nueva forma a través de su profunda investigación en la filosofía política republicana y la teoría formal de la racionalidad, con el objetivo compartido de forjar un proyecto político socialista radicalmente democrático y éticamente fundado.
Domènech adoptó y desarrolló la orientación metodológica de Sacristán, que buscaba la conjunción de la filosofía de tradición analítica y el compromiso político socialista y marxista. Si bien mantuvo el rigor analítico y el horizonte emancipador de Sacristán, utilizó nuevas herramientas (teoría de juegos y teoría de la elección racional) y perspectivas históricas (el republicanismo clásico) para renovar el proyecto de la izquierda marxista. Domènech defendía una izquierda no filistea que fuera a la vez sensata y radical, una idea directamente atribuida a su maestro.
Conclusiones
Sacristán siempre estuvo abierto a buscar nuevos caminos y alianzas para nutrir las teorías emancipadoras. Esto se reflejó en su interés y el de su compañera, Giulia Adinolfi, por los nuevos movimientos sociales de los años 80, como el ecologismo, el feminismo y los movimientos por la paz. También mantuvo un diálogo constante con otras tradiciones marxistas revolucionarias de la época, como el trotskismo y el maoísmo. A principios de los 80, Sacristán contempló un acercamiento a algunas corrientes de la izquierda revolucionaria. Su objetivo era buscar síntesis que sumaran en lugar de restar, abandonando la costumbre del marxismo ortodoxo de «podar» el árbol de la pluralidad. Él creía que el debate, el disenso y la discrepancia honesta hacían más fuerte a la izquierda, una idea que hoy en día debería ser una seña de identidad de la misma.
Para él, el marxismo, como «filosofía de la praxis» en el sentido de Gramsci, debía ocupar ese lugar intermedio entre ambas disciplinas sin confundirlas, ya que se encuentra a caballo entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales. Él supo ver la importancia y continuidad de la primera y la segunda revolución científica -la del XVII (basada en las ciencias naturales) y la del XIX basada en las ciencias sociales-, donde el conocimiento se ponía al servicio de la transformación social. Esta visión podría haber dado lugar a una especie de marxismo mestizo o incierto que debería aglutinar las corrientes heterodoxas que han enriquecido la tradición marxista. Su obra, y en particular su epistemología, fue un intento de abrir el materialismo histórico a otras tradiciones de pensamiento.
Jacobo Muñoz definía la filosofía de Sacristán como «praxeología», un término que une la teoría del conocimiento (episteme) y la praxis como base de los valores morales y la práctica revolucionaria. Esto, a su vez, resolvía el eterno debate entre teoría y práctica en el marxismo. A la manera kantiana, sostenía que «la teoría sin práctica está vacía y la práctica sin teoría es ciega». Su postura lo alejaba tanto del «academicismo» del marxismo occidental como de la ortodoxia del materialismo dialéctico soviético.
Como ha quedado subrayado, el rechazo del marxismo como ciencia exacta le lleva a alejarse de los excesos de la razón instrumental en su práctica científica y a ser critico con el filisteísmo imperante. Su epistemología combinaba el análisis marxista con el rigor de la filosofía analítica de la ciencia y sus conexiones con la lógica, de forma parecida a la de Mario Bunge, también marxista y filósofo de la ciencia, en su lucha conjunta contra el irracionalismo.
José Sarrión en su trabajo de 2017 La noción de ciencia en Manuel Sacristán, señala la reivindicación en sus textos finales a favor de dar un giro de la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia, cuyas implicaciones coinciden con la problemática ecológica y con la función de la ciencia en las sociedades contemporáneas. Entendiendo que la ciencia debe ligarse al control social y debe mantener su rigor y bondad epistémica para poder cumplir su función y no convertirse en ideología al servicio de las clases dominantes.
Podemos considerar que el legado epistemológico de Manuel Sacristán podría consistir en haber mostrado que es posible articular dos tradiciones aparentemente distantes: la lógica analítica y el marxismo crítico. Su obra ofrece un modelo de epistemología antidogmática, rigurosa y a la vez comprometida, capaz de reconocer la validez objetiva de la ciencia sin ignorar sus condicionamientos históricos.
Su insistencia en que el análisis lógico y formal es inseparable de la crítica materialista sigue siendo hoy un punto de referencia para quienes buscan pensar la ciencia desde una perspectiva integral de racionalidad y emancipación. En este sentido, Sacristán no fue solo un filósofo académico, sino un intelectual militante que supo encarnar la exigencia de que el conocimiento contribuya a transformar la realidad. Como resultado, no dejó una escuela o una especie de sacristanismo (López Arnal), sino una buena vacuna contra el dogmatismo y la tendencia al seguidismo del maestro fundador en lugar de compartir el espíritu crítico.
08/09/2025
Alfredo López Pulido es doctor en filosofía. Es coautor con Luis Martínez de Velasco de Argumentos y materiales para un marxismo crítico. Releyendo a Walter Benjamin y a Antonio Gramsci (Apeiron Ediciones, 2024)
Referencias
La obra de Manuel Sacristán está siendo magníficamente recopilada en el centenario de su nacimiento. Aquí solo resalto las referencias consultadas.
Sacristán Luzón, Manuel
Antología de Gramsci 1970. Madrid. Siglo XXI
Panfletos y materiales. 3 volúmenes. 1983. Barcelona. Icaria
Introducción a Lógica y análisis formal 1990. Barcelona. Círculo de Lectores.
Domènech Figueras, Antoni: De la ética a la política.1989. Barcelona. Crítica
Fernández Buey, Francisco, La ilusión del método. 1991. Barcelona. Crítica
Sobre Manuel Sacristán. 2015. Barcelona. El viejo topo.
Ovejero Lucas, Félix, De la naturaleza a la sociedad 1987. Barcelona. Peninsula. El compromiso del método 2003. Barcelona. Montesinos
Sarrión Andaluz, José: La noción de ciencia en Manuel Sacristán. 2017. Madrid. Dykinson