De un lector amigo, 25/01/2023,
En el libro del historiador de los conflictos yugoslavos Francisco Veiga Ucrania 22. La guerra programada, un libro muy útil para comprender las causas de la guerra ruso-ucraniana, se contiene la siguiente definición de “masacre de inducción” o trigger massacre: “Dícese de aquella matanza, ejecución sumaria o masacre, real, escenificada o inventada, destinada a provocar alguna forma de intervención militar en un conflicto militar o revolución blanca” (se refiere a las llamadas revoluciones de colores de las repúblicas exsoviéticas y a las de la Primavera Árabe). “La trigger massacre puede haber sido planificada desde un principio por el bando interesado en atraer la intervención, bajo la forma de provocación, a fin y efecto de atribuírsela al bando contrario. Otra posibilidad consiste en que el bando interesado en explotar la trigger massacre aproveche la matanza, cometida por las propias fuerzas o las del enemigo, para utilizarla propagandísticamente. Una tercera variante consiste en inventar o simular la masacre, total o parcialmente, dando lugar así a una fake trigger massacre. Pero la intención última de las trigger massacres consiste en justificar y provocar alguna forma de acción internacional, ya sea diplomática o militar. En eso se diferencian las trigger massacres de la propaganda de guerra, sin más.”
El autor pone ejemplos a propósito de las guerras yugoslavas -la de Kosovo incluida-, la de Siria o la guerra ruso-ucraniana. Muchos hechos acontecidos con ocasión del llamado Euromaidán responden al patrón descrito en la definición del autor y fueron alentados y suscitaron a su vez la intervención más o menos directa o encubierta, según los casos, de las potencias occidentales y, sobre todo, EEUU, lo cual comportó la intervención de Rusia, la potencia extranjera más directamente interesada en la región y más susceptible de verse perjudicada por un cambio de régimen o de alineamiento político-militar en Ucrania, como resulta evidente para toda persona con dos dedos de frente con sólo mirar un mapa. Esta intervención se concretó en el apoyo económico a Yanukovich, primero, y, luego, en la anexión de Crimea y el apoyo al denominado “Antimaidán”. Importa también recordar el protagonismo decisivo de los grupos paramilitares de extrema derecha -Slobova y Pravy Sektor, destacadamente- en los sucesos violentos del Euromaidán y en el derrocamiento final del régimen de Yanukovich -presidente electo de Ucrania desde 2010-. Aunque relativamente reducidos en número -entre 10.000 y 25.000 militantes, según fuentes consultadas- se hicieron con el control de la calle entre diciembre de 2013 y febrero de 2014 y frustraron el acuerdo para evitar el desgarramiento del país alcanzado in extremis entre Yanukovich y su partido, fuertemente asentado en el este y sureste de Ucrania, y el grueso de los partidos de la oposición parlamentaria, avalado por Francia, Alemania y Polonia, con la aquiescencia de Moscú, pero no de Washington -creo recordar-, acuerdo que tal vez hubiera evitado o, al menos, postergado, la guerra civil que estalló a continuación (guerra del Donbás), la cual sentó las bases para la escalada hacia la guerra masiva iniciada en febrero de 2022.
Bien, teniendo en cuenta la definición de Veiga, y puesto que en estos momentos las cosas están más o menos tranquilas y no creo que suponga un peligro para la convivencia en este país, creo que es perfectamente legítimo hacerse las siguientes preguntas: ¿no jugaron acaso los líderes separatistas en septiembre y octubre de 2017 con la posibilidad de provocar una de estas trigger massacres de las que habla Veiga para suscitar una intervención de las grandes potencias? ¿acaso no estuvieron dispuestos a asumir, al menos en un primer momento, el riesgo de generar una situación de conflicto civil armado con el objeto de alcanzar sus objetivos, esto es, el riesgo de convertir Cataluña -y, por extensión, España- en un infierno yugoslavo o ucraniano? ¿no pensaban quizás lo mismo que el intelectual nacionalista albanokosovar profesor Besnik, quien confió al autor su creencia en el sacrificio de la vida -de los demás- en aras del ideal nacionalista expresada en la pregunta retórica “¿Y qué son cincuenta mil personas (muertas) en el destino histórico del pueblo albanés?”? Afortunadamente, nada ocurrió, en el sentido de que no hubo muertos y, por otra parte, es obvio que ninguna gran potencia tenía verdadero interés en intervenir en el asunto apoyando de algún modo a los separatistas (¿hubiera sido ese el caso si en España hubiera habido un gobierno que pretendiese apartarse de la disciplina de la OTAN o de la UE o desviarse de la ortodoxia económica de turno destinada a preservar la economía de mercado capitalista y la riqueza y el poder de las elites económicas?). Es pertinente plantearse estas cuestiones y analizarlas, no sólo por interés histórico, sino también para valorar la acción del presente gobierno en cuanto a su relación con los separatistas (este es el único ámbito de la acción gubernamental que se toma en consideración en este comentario). Si las respuestas a las preguntas formuladas fueran positivas, está claro que los indultos, la eliminación del delito de sedición y demás reformas del derecho penal dirigidas a librar de la cárcel a los líderes del “procés” -incluso a librarles de toda responsabilidad penal, si esa política de reformas prosigue en la dirección seguida hasta ahora- serían medidas equivocadas desde el punto de vista de la valoración de la gravedad, de la nocividad social, de las conductas protagonizadas por ellos, un insulto a la justicia y a la inteligencia, en resumidas cuentas, y lanzarían un mensaje poco adecuado de cara al negro futuro que tenemos por delante.