Comparto unas líneas que estuve garabateando esta mañana… [viernes 20 de septiembre, colectivo de Espai Marx].
¿Se acuerdan de Norma Plá, aquella combativa anciana sexagenaria que se volvió portavoz y símbolo del reclamo social por jubilaciones y pensiones dignas en la Argentina de los noventa, cuando el menemato –so pretexto de acabar con el flagelo inflacionario heredado del alfonsinismo– aplicó un shock de neoliberalismo con sus políticas de desregulación, ajuste y privatización inspiradas en el Consenso de Washington y las recetas del FMI? Ella participó de un sinfín de marchas, concentraciones, acampes, choriceadas, piquetes, escraches y huelgas de hambre. Fue reprimida y arrestada en innumerables ocasiones, y tuvo que afrontar más de veinte procesos judiciales por interrupción del tránsito, desacato a la autoridad, agresión y otros cargos. En una oportunidad, logró entrevistarse con Cavallo, el ministro de Economía de Menem, y lo hizo llorar o emocionarse (o al menos eso fingió el funcionario menemista ante las cámaras).
Cavallo y Menem antaño, igual que Caputo y Milei hogaño, congelaron los haberes previsionales en nombre de la austeridad fiscal. «No hay plata», adujeron los primeros y aducen los segundos. Pero mientras que Cavallo y Menem se mostraban preocupados y afligidos por la desgraciada suerte de la tercera edad (con hipocresía y cálculo), el gobierno de La Libertad Avanza festeja ese infortunio con provocador desparpajo (fanfarronería triunfalista, exhibicionismo pícaro y cínico, saña revanchista) organizando un asado pantagruélico en la Quinta de Olivos para «los 87 héroes» (sic) del Congreso que bancaron el veto presidencial, con atuendos de gala, brindis y fotos para las redes sociales.
¿Qué ocurrió socialmente, culturalmente, en la Argentina –y en el mundo– durante los últimos treinta años, como para que la derecha neoliberal deje de ser vergonzante y se vuelva tan desvergonzada? Porque una cosa es –convengamos– el fundamentalismo de mercado con poca o ninguna sensibilidad social, con escasa o nula empatía hacia el pueblo, un minarquismo elitista que todavía se siente moral o pragmáticamente obligado a poner excusas y tratar de disimular los sufrimientos que produce, y otra cosa es gozar –y publicitar que se goza– el congelamiento de las jubilaciones y pensiones. Pasamos del ajuste culposo al ajuste sádico, de la motosierra-licuadora con «corrección política» al la motosierra-licuadora con regodeo y escarnio. Del I’m sorry but… al in-your-face! A diferencia de Cavallo en los noventa, Milei no siente necesidad alguna de pedir disculpas o paciencia a las víctimas del ajuste previsional. Prefiere tomarlas de punto, atormentarlas con sus burlas.
¿Qué cambió? ¿Qué ha pasado? Han pasado treinta años de degradación neoliberal. Treinta años de mercantilización, precarización, atomización e idiotización de la sociedad. Treinta años de enriquecimiento obsceno y pauperización generalizada, de desigualdad aumentada hasta niveles estratosféricos. Treinta años de tecnocracia y plutocracia. Treinta años de consumismo e intoxicación con las nuevas tecnologías digitales. Treinta años de ultraindividualismo despiadado, de competencia salvaje, de homo homini lupus y «sálvase quien pueda». Treinta años de capitalismo exacerbado. En este contexto cultural, en este clima de época, en este país y en este mundo tan egoístas e insolidarios, no es descabellado que aparezca un presidente al que se le ocurra que es válido y redituable hacer demagogia con la crueldad.
Al parecer, el tiro le ha salido por la culata a Milei. La mayoría de la sociedad no ha tomado a bien el veto presidencial y el asado «a la romana» en la Quinta de Olivos para celebrar la desgracia ajena. Sin embargo, una encuesta de la consultora Proyección reveló que algo más de un tercio del pueblo argentino no condena la iniciativa del gobierno «libertario», ya sea porque le parece buena o incluso muy buena (25,2%), o simplemente porque no tiene una opinión al respecto (10,1%). Que un 35,3% de la sociedad argentina se haya vuelto tan cruel o insensible, resulta sintomático. Pero no sorprendente, pero no inexplicable.