En su discurso malvinense del 2 de abril, el «estadista» Javier Milei –alguien que nunca ha ocultado su anglofilia y su admiración por Margaret Thatcher– reconoció de hecho, con total irresponsabilidad y desparpajo, el presunto derecho de autodeterminación de los Kelpers, a contramano de la histórica postura de la cancillería argentina y de la resolución 2065 de Naciones Unidas (los Falklanders son población trasplantada, no una comunidad nacional; y aunque sus intereses deben ser tenidos en cuenta, sus deseos no resultan vinculantes). ¡Linda cosa! Colonos británicos «autodeterminados», a los que Argentina debería esforzarse en seducir. Settlers muy orgullosos de su identidad imperial de ultramar, de su britaneidad y de su estatus colonial de súbditos de His Majesty, aferrados con uñas y dientes a la ciudadanía británica que la Dama de Hierro les concedió en 1983, tras la guerra del Atlántico Sur, al cumplirse el 150° aniversario de la ocupación…
A esta «genialidad estratégica» del presidente, debemos sumarle otra anterior, muy reciente: luego de hacer alarde de su apoyo incondicional a Ucrania, nuestro país se abstuvo de condenar –para complacer a Trump, el nuevo mandamás yanqui– la invasión rusa en la votación de la Asamblea de la ONU del 24 de febrero, lo que implica desconocer el principio de integridad territorial, piedra angular del reclamo argentino sobre Malvinas. (El actual gobierno ya había hecho algo parecido con la república separarista de Taiwán en enero del año pasado, con Diana Mondino en la cartera de Relaciones Exteriores, desairando las pretensiones soberanas de China). Alguien más cipayo, más lamebotas que Milei, no se consigue.
Lo triste es que muchos no adviertan el cipayismo de la vicepresidenta Victoria Villarruel. Más allá de su demagogia patriotera e irredentista, más allá de su exhortación chovinista a un «proceso de malvinización», lo cierto es que Villarruel afirmó sin despeinarse que «la seguridad del Atlántico Sur no puede quedar en manos de una potencia extracontinental». A buen entendedor, pocas palabras: la rapiña formal ultramarina del colonialismo británico es inaceptable, pero la tutela informal hemisférica del imperialismo estadounidense está muy bien. ¿Esta es la nueva luminaria del nacionalismo argentino? ¿Una apologeta genuflexa de la Doctrina Monroe, del America for (North) Americans?
No es todo, no. Villarruel prefiere asimismo olvidar el «detalle» del apoyo militar y logístico –enorme, decisivo– que Reagan le brindó a Thatcher durante la guerra de Malvinas, y también su favoritismo diplomático (léase: voto positivo de Washington a la Res. 502 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que exigía la retirada inmediata de las fuerzas argentinas desplegadas en la Operación Rosario, antes de cualquier negociación bilateral entre Londres y Buenos Aires). La vicepresidenta también evita recordar el infame antecedente del ataque cuasi-pirata del USS Lexington a Puerto Soledad en diciembre de 1831, antes de la ocupación británica de las islas (1833). Tampoco parece interesada en denunciar cómo EE.UU. traicionó la Doctrina Monroe al quedarse de brazos cruzados cuando el Imperio Británico, su ex metrópoli, expandió su presencia colonial en el hemisferio occidental usurpando las Malvinas a una república hermana de la América del Sur.
Milei y Villarruel coinciden en subordinar la cuestión Malvinas a una diplomacia entreguista de vasallaje periférico con el Tío Sam. ¿Eso es patriotismo?
En lo que a cuestión Malvinas se refiere, muchos equiparan la diplomacia cipaya de Milei con la de Menem: congraciarse con los Kelpers, amigarse con Gran Bretaña, extremar la sumisión con Estados Unidos. Esta equiparación no es del todo correcta. Si bien el canciller menemista Guido Di Tella puso en práctica durante los noventa una táctica pragmática de «seducción» (así la llamó) con los isleños basada en el trato cordial y la concesión de beneficios, nunca cometió el error estratégico de reconocer el presunto derecho de autodeterminación de los colonos. Dejó en claro que las negociaciones tendientes a lograr la restitución de las Malvinas debían seguir siendo bilaterales (Buenos Aires-Londres). Fue precisamente por esa razón que su «Realpolitik de coqueteo» fracasó, pues los Kelpers querían una diplomacia trilateral (Puerto Stanley-Buenos Aires-Londres) donde se admitiera de antemano el abanico completo de opciones del derecho de autodeterminación (secesión independentista con o sin membresía en la Commonwealth, anexión a la República Argentina como municipio de Tierra del Fuego, fideicomiso de la ONU o continuidad del status quo colonial con distintas fórmulas: territorio de ultramar, dependencia de la Corona, protectorado). Con su reciente discurso del 2 de abril, Milei ha dado alas a las ínfulas soberanistas de los Falklanders y, por ende, en los hechos (los referéndums de 1986 y 2013 arrojaron cifras de fidelismo superiores al 96%), ha sido totalmente funcional a los intereses coloniales del Reino Unido en el Atlántico Sur.
Puede verse también:
Pensar Malvinas: una revisión crítica desde la izquierda
https://kalewche.com/pensar-malvinas-una-revision-critica-desde-la-izquierda
Izquierdas y Malvinas https://kalewche.com/izquierdas-y-malvinas