DEL COMPAÑERO Y MIEMBRO DE ESPAI MARX CARLOS VALMASEDA
ÍNDICE
1. No olvidemos Cisjordania.
2. Lecciones de leninismo.
3. Contra la esperanza.
4. El establishment podría en realidad haber ganado en Rumanía.
5. Las minorías raciales fachas en EEUU.
6. Los ensayos nucleares franceses en Polinesia
1. No olvidemos Cisjordania.
El último boletín de Prashad -que por cierto tiene una postura muy digna respecto al conflicto indo-pakistaní estos días, aunque solo he visto entrevistas en vídeo, no artículos- está dedicado a algo que está pasando más desapercibido ante el horror del genocidio en Gaza: el ataque sionista en Cisjordania, no menos brutal.
https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/boletin-israel-crimenes-cisjordania/
Los crímenes de Israel en Cisjordania | Boletín 19 (2025)
Las acciones de Israel en Cisjordania: negación de servicios básicos, desplazamientos forzados, asesinatos en masa, encarcelamiento y destrucción de infraestructura, entre otras, forman parte de su política genocida.
8 de mayo de 2025
Queridas amigas y amigos,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
En 1948, el recién proclamado gobierno israelí se apoderó del 78 % del territorio palestino y expulsó a más de la mitad de su población (750.000 personas) de sus aldeas y ciudades. Este acto ignoró la Resolución 181 (1947) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que exigía el fin del mandato colonial británico y la partición de Palestina en un Estado palestino y otro judío. Este proceso se conoció como la Nakba (Catástrofe).
La población palestina se refugió en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Estados árabes vecinos, con la esperanza de regresar pronto a sus hogares. De hecho, la Resolución 194 (1948) de la Asamblea General de la ONU estableció que “los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que lo hagan así lo antes posible, y que deberán pagarse indemnizaciones…”. Nada de esto ocurrió: el pueblo palestino sigue esperando “lo antes posible”.
En septiembre de 1948, las y los palestinos organizaron apresuradamente el Gobierno de toda Palestina en Gaza, en un intento simbólico de ejercer soberanía sobre sus tierras robadas. Muchos de sus funcionarios, como el primer ministro Ahmed Hilmi Pasha Abd al-Baqi (1882-1963) y el ministro de Relaciones Exteriores Jamal al-Husseini (1894-1982), provenían de familias palestinas de élite, cuya visión política estuvo marcada por la devastación de su gran pérdida. Tras los Acuerdos de Armisticio de 1949, firmados entre Israel y los Estados vecinos (Egipto, Líbano, Jordania y Siria) después de la guerra de 1948, la mayor parte del territorio no ocupado por Israel quedó bajo el control de Jordania y Egipto: Jordania administró lo que hoy es Cisjordania y Jerusalén Este, mientras que la Franja de Gaza quedó bajo administración egipcia.
En 1967, Israel ocupó Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Las fuerzas de paz de la ONU se retiraron de la región. Al menos 750.000 palestinas y palestinos huyeron de sus tierras en este segundo éxodo, que más tarde se conocería como la Naksa (Retroceso). Ese mismo año, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 242 , que instaba a Israel a poner fin a la ocupación de estas tres regiones. Desde entonces, la ONU comenzó a referirse formalmente a estos territorios como “territorios ocupados por Israel desde 1967”. En octubre de 1999, tras la creación de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU el año anterior, la organización adoptó el término Territorio Palestino Ocupado (TPO) como designación oficial para referirse a Gaza y Cisjordania, incluida Jerusalén Este, retomando expresamente el lenguaje sobre “territorios ocupados” utilizado en la Cuarta Convención de Ginebra de 1949. Esta designación establece que la ocupación continuada del TPO por parte de Israel es ilegal según el derecho internacional, incluidos sus asentamientos en Cisjordania, el muro construido en torno a ese territorio, la anexión de Jerusalén Este y el bloqueo de Gaza.
Desde octubre de 2023, Israel ha intensificado su genocidio contra el pueblo palestino en Gaza. También ha recrudecido sus acciones en otras partes del TPO, Cisjordania y Jerusalén Este, aunque no han recibido la atención que merecen debido a la violencia atroz en Gaza. El Instituto Tricontinental de Investigación Social se asocia con el Centro Bisan de Investigación y Desarrollo (Ramala, Palestina) para producir la alerta roja n° 19, “Los crímenes de Israel en Cisjordania”, sobre la situación en Cisjordania y Jerusalén Este. Desde su fundación en 1989, el Centro Bisan —que se enfoca especialmente en los derechos de las mujeres— ha sido uno de los principales institutos de investigación social en Palestina (su informe de 2011, por ejemplo, es un texto pionero sobre la violencia de género en el TPO). En esta alerta roja, presentaremos los hechos, documentados por las Naciones Unidas sobre el ataque a la sociedad palestina en estas zonas del TPO.
Oslo II y el Territorio Palestino Ocupado
En septiembre de 1995, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el gobierno israelí firmaron el Acuerdo Provisional Palestino-Israelí sobre Cisjordania y la Franja de Gaza (Oslo II), que inició un proceso orientado a la eventual creación de un Estado palestino en partes del Territorio Palestino Ocupado, colindante con Israel. El TPO representa apenas el 22% de la Palestina histórica (definida como el territorio bajo el mandato británico). Es decir, al pueblo palestino le quedó menos de una cuarta parte de su tierra ancestral, y ni siquiera sobre esa porción ejerce una verdadera autoridad. Tras la firma del acuerdo provisional, Cisjordania se dividió en tres zonas :
- Zona A, técnicamente bajo control civil y de seguridad palestina a través de la Autoridad Palestina, abarca aproximadamente el 18% de Cisjordania o el 3,96% de la Palestina histórica.
- Zona B, bajo control civil palestino de la Autoridad Palestina pero con control efectivo de la seguridad israelí, ocupa el 22% de Cisjordania o el 4,62% de la Palestina histórica.
- La Zona C, totalmente controlada por Israel, comprende más del 60% de Cisjordania o el 13,42% de la Palestina histórica.
En la práctica, según la lógica de Oslo II y tras la anexión de Jerusalén Este y la ocupación de Gaza, Israel controla el 97% de la Palestina histórica.
La opresión asfixiante del pueblo palestino en Cisjordania
Las operaciones israelíes en Cisjordania están diseñadas para hacer la vida insoportable para la población palestina. Los controles y restricciones a la movilidad se han vuelto prácticamente imposibles de educar a la juventud y dar empleo a las personas adultas. Antes de octubre de 2023, Israel operaba 590 puestos de control y bloqueos viales en Cisjordania. Desde entonces, esta cifra ha aumentado a casi 900, lo que ha provocado una paralización casi total de las actividades humanas más básicas. Para las y los palestinos se ha vuelto imposible acceder al agua ya la tierra para producción agrícola, así como al agua potable necesaria para llevar una vida digna. La criminalización de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA por su sigla en inglés) ha interrumpido gravemente su funcionamiento, impidiendo que la población refugiada palestina (que representa aproximadamente una cuarta parte de quienes habitan en Cisjordania) acceda a servicios básicos de educación, salud y empleo.
Desplazamiento y confiscación
Israel está llevando a cabo una limpieza étnica en Cisjordania mediante tácticas como disparos, pogromos, violencia sexual y la destrucción de hogares y tierras agrícolas, acelerando así el desplazamiento forzado. Desde el inicio de la Operación Muro de Hierro en enero de 2025, el ejército israelí ha expulsado por la fuerza a 8.255 familias palestinas de los campos de refugios de Jenín (3.840 familias desplazadas), Nur Shams (1.910 familias desplazadas) y Tulkarem (2.505 familias desplazadas). Estas familias son descendientes directos de los refugiadxs palestinxs expulsadxs de sus hogares durante la Nakba de 1948 ya quienes se les ha negado el derecho al retorno desde entonces.
Además de estos campos de refugiados, las fuerzas de ocupación israelíes —que incluyen tanto al ejército formal como a colonos armados— han expulsado a 28 comunidades palestinas de sus tierras, entre enero de 2022 y septiembre de 2023. Entre octubre de 2023 y abril de 2025, han destruido más de 3.500 estructuras, incluyendo viviendas, corrales para ganado y cisternas de agua en Cisjordania.
Muerte, arresto y tortura
Desde octubre de 2023, las fuerzas de ocupación israelíes han asesinado aproximadamente a 900 palestinos en Cisjordania, incluyendo al menos 190 niñas y niños, y han herido a 8.400 más. Estas cifras podrían ser mucho mayores, dada la falta de organizaciones humanitarias que documenten adecuadamente la violencia israelí en un territorio cuyas instituciones han sido devastadas por el genocidio y la ocupación.
A finales de 2023, las fuerzas de ocupación israelíes han arrestado a 15.000 palestinos, muchos bajo la figura de “detención administrativa”, que no requieren cargos formales (estas cifras también podrían estar subestimadas debido a las graves restricciones al derecho a la defensa). Desde el 7 de octubre de 2023, se han documentado más de 65 casos de personas palestinas asesinadas en cárceles, centros de detención y campos de concentración israelíes. La violencia sexual es una práctica sistemática en estos centros.
El Centro Bisan para la Investigación y el Desarrollo, la Asamblea Internacional de los Pueblos y el Instituto Tricontinental de Investigación Social hacen un llamado a intelectuales, organizaciones de la sociedad civil y movimientos políticos y sociales para que centren su atención no solo en Gaza, sino también en el resto del Territorio Palestino Ocupado. El genocidio en curso y los crímenes de lesa humanidad no pueden ignorarse ni continuar impunes.
Fadwa Hafez Tuqan nació en Nablus, Palestina, en 1917. Para cuando falleció en 2003, su ciudad ya estaba bajo dominio militar israelí como parte de Cisjordania ocupada. El poeta Mahmoud Darwish escribió su elegía, reflexionando sobre cómo ella, como otros, tuvo que escribir poesía frente a los acontecimientos devastadores de 1948 y 1967:
“¿Qué hace un poeta en tiempos de catástrofe?”, se preguntaba Darwish. “De pronto, el poeta debe salir de sí mismo hacia el exterior, y la poesía se convierte en testigo”.
Uno de sus poemas más célebres, The Seagull and the Negation of the Negation [La gaviota y la negación de la negación ], publicado el 15 de noviembre de 1979 en Attali’ah, un semanario de Jerusalén que circuló entre 1977 y 1995 y que amplifica las voces de la izquierda palestina.
Cruzó el horizonte y desgarró la oscuridad,
domando el azul, surcando alas de luz –
girando, volviendo y girando otra vez.
Llamó a mi ventana sombra y el silencio jadeante tembló:
Pájaro, ¿traes buenas noticias?
Me contó su secreto, sin decir una palabra.
Luego, la gaviota se fumó.
Pájaro, mi pájaro marino ahora sé
que en los tiempos duros, de pie en el túnel del silencio,
todo cambia
Hasta en el corazón de los muertos germinan semillas,
el amanecer irrumpe en las tinieblas.
Ahora lo sé,
Al oír el galope de los caballos, el llamado de la muerte a lo largo de la costa:
que cuando llegue el diluvio,
el mundo se limpiará de sus dolores.
Pájaro, mi pájaro marino, que asciendes desde lo hondo de las tinieblas,
que Dios te bendiga por las buenas nuevas que traes.
Porque ahora sé
que algo pasó… el horizonte se abrió, y la casa recibió la luz del día.
Cordialmente,
Vijay
2. Lecciones de leninismo
Una breve reflexión de Dylan Riley sobre cómo aprovechar la tradición leninista. No mediante un partido de cuadros, sino «bajo la apariencia de Jefferson».
https://newleftreview.org/
Lenin en Estados Unidos
Dylan Riley 09 de mayo de 2025
¿Cómo relacionarse con la tradición leninista? ¿Cómo extraer su verdad? La base del éxito de Lenin fue la perfecta adaptación de su estrategia política al terreno histórico de la Rusia zarista tardía, con su estructura agraria aún cuasi feudal, su Estado absolutista y su burguesía sumisa. Pero los bolcheviques sacaron erróneamente de esta experiencia la conclusión de que habían descubierto una fórmula general para la transformación revolucionaria: un partido de cuadros de revolucionarios a tiempo completo destinado a la toma del poder estatal. Esta generalización era, por supuesto, una distorsión, ya que Lenin era un pensador político muy sofisticado, que comprendía la importancia de vincular el proyecto socialista al movimiento democrático contra la autocracia zarista. Pero después de la revolución se instaló un cierto esquematismo, especialmente con el establecimiento de la Internacional Comunista y la exigencia de que todos los partidos afiliados se adhirieran a los 21 puntos. Esto provocó un proceso malsano de divisiones que debilitó gravemente al movimiento socialista internacional. (Esta no fue la única razón de su debilidad: la invasión del incipiente Estado socialista por las fuerzas armadas del imperialismo lo obligó a ponerse a la defensiva; la socialdemocracia antibolchevique también desempeñó su propio papel negativo).
Podemos abordar la cuestión de cómo relacionarnos con el leninismo considerando cómo se relacionaba Gramsci con él. Gramsci era un leninista comprometido, pero es famoso por haber aclamado la victoria bolchevique como una revolución no solo contra el capital, sino contra El Capital. En los Cuadernos de la cárcel, superó la involución tecnocrática del leninismo, en el sentido de que se dio cuenta de su verdad más profunda al desechar su caparazón histórico contingente. Lo hizo en un código construido como una serie de alusiones a Maquiavelo y Bodin. Bodin, señala Gramsci, solo era antimaquiavelista en apariencia; en realidad, al igual que el florentino, fue el fundador de la scienza politica, pero en Francia, donde la cuestión no era la fundación del Estado, sino las condiciones de consentimiento a un orden político existente. Tanto Maquiavelo como Bodin eran maquiavélicos en el sentido de que cada uno intentaba llevar a cabo una estrategia política diseñada para el terreno histórico en el que luchaba. Llevar a cabo una política abiertamente «maquiavélica» en la Francia del siglo XVI sería un anacronismo histórico. O, por decirlo en términos de otra de las alusiones favoritas de Gramsci, un maquiavelismo explícito en la Francia del siglo XVI conduciría a un desastre «cadornista»: un desperdicio de tropas mediante un asalto directo a las trincheras. Gramsci reflexionaba sobre el problema fundamental de todo su pensamiento en prisión: ¿cuál era la estrategia revolucionaria adecuada para Occidente? Para Gramsci, seguir el ejemplo de Lenin en Occidente era precisamente romper con el leninismo en su sentido fetichista: un partido de masas, no un partido de cuadros, y sobre todo una relación productiva y creativa con la cultura política revolucionaria nacional-democrática específica en la que se opera.
La derecha estadounidense no ha aprendido esta lección. La moda actual entre personas como Bannon, Rufo, etc., de utilizar las herramientas del leninismo para perseguir sus fantasías reaccionarias se basa en una comprensión burda y superficial de las ideas de Lenin. Son como el Malaparte de La técnica del golpe de Estado; ven el leninismo como una tecnología política atemporal y, por lo tanto, no pueden comprender que una estrategia leninista adecuada en una democracia capitalista desarrollada debe romper con el propio leninismo. No ven que Lenin aparecerá en Estados Unidos bajo la apariencia de Jefferson. El Lenin estadounidense utilizará las ideas de autodeterminación, libertad e independencia. Atacará al Estado hamiltoniano subordinado a las finanzas y, cada vez más, al entorno de Trump. Elogiará la dignidad del trabajo independiente, laminando de alguna manera una ideología de simple producción de mercancías a un proyecto socialista. Sobre todo, será el desenmascarador de la «corrupción», que, sin embargo, deberá transformarse en un concepto social y no en un eslogan periodístico. ¿Puede la izquierda ver esto? De esta pregunta depende más que de cualquier otra en este momento histórico.
Observación de Joaquín Miras:
Que hay que dejar de lado el leninismo es algo que comparto. No sé porqué entonces, todo este lío, que si Gramsci cuyo leninismo consiste en dejar de lado el leninismo pero echando mano del leninismo de Maquiavelo o el de Bodino, o si echar mano del leninismo de Jefferson; que las 21 condiciones fueron un caballo de Troya, lo viene a decir el mismo Lenin -«demasiado rusas»-
Por cierto, Jefferson, ciertamente, combate el modelo económico de Hamilton,…y es plenamente derrotado. Le cambia llevarse la capital de los EEUU a su estado -era virginiano- por abrir la bolsa de Nueva York…no necesitaron guillotinarlo. Por otro lado, no era tampoco exactamente… exactamente…un Robespierre. La R Francesa abole la esclavitud -perissent les colonies- Jefferson, partidario de que todo blanco pobre tuviera suelo para cultivarlo y no dependiera de nadie, de forma que así, fuera libre -compra la Luisiana, etc, para tener suelo- , sin embargo, él mismo, como el propio primer presidente de los EEUU, era virginiano y era «plantador», tenían esclavos. La plantacion de Jefferson tenía un palacio llamado Monticello…
Observación de José Luis Martín Ramos:
I. Qué manía de confundir el culo con las témporas, perdón por la expresión, pero me irrita ya la insistencia en lo del partido de cuadros. Eso no fue la propuesta fundamental ni de Lenin ni de la Internacional Comunista. Lenin lo propuso en 1903 en las circunstancias de la clandestinidad en las que se tenía que luchar contra la autocracia zarista; pero ya desde la revolución de 1905 propuso constituir el partido como partido de masas, incorporando a los luchadores de la revolución. La IC nunca se constituyo como “internacional de cuadros”, todo lo contrario, el gran empeño fue que se constituyeran partidos comunistas de masas, que se evitara el sectarismo, que se alimentaran de la movilización de masas y las alimentaran a su vez. Lo hizo luchando contra tendencias elitistas y sectarias
II. Perdón envié antes de acabar, sigo.
Lo que dice de los 21 puntos es un tópico y una falsedad, como si los 21 fueran la causa de la división en la socialdemocracia y el movimiento obrero y no una de sus manifestaciones; por otra parte los 21 no impusieron tampoco un partido de cuadros, en absoluto.
Dylan Riley o desconoce la historia o la falsea, o la interpreta a partir de la lamentable experiencia del faccionalismo del primer comunismo usamericano.
Por otra parte eso del “ leninismo” no existe, en los términos en lo que lo considera hasta la segunda mitad de la década de los veinte cuando se utiliza como etiqueta arrojadiza entre Trotsky y Stalin para cargarse de la razón que ninguno de los dos tienen por completo. En los años de Lenin vivo había “leninistas”, es decir los que apoyaron a Lenin en sus polémicas con Kamenev, Zinoviev, y antes con Martov, el propio Trotsky, Bogdanov…; pero no había “ leninismo”.
Las principales aportaciones de Lenin no fueron la morfología del partido sino la identificación del capitalismo como imperialismo, la superación del obrerismo socialdemócrata y la propuesta de la alianza de clases populares, una propuesta internacionalista activa y no solo contemplativa, etc. etc. y desde luego la revolución rusa como parte y punto de partida de la revolución mundial. Una revolución rusa que nunca pretendió que fuera modelo, sino referente de experiencia hasta que no hubiera otro y lamentablemente no lo hubo hasta mucho tiempo después (la china). Una cuestión que se atribuye habitualmente a Gramsci lo propone primero Lenin lo de “ traducción” de la revolución rusa a las realidades nacionales concretas, lo de la traducibilidas; lo hace en los tiempos del IV congreso de la IC. Sigo manteniendo que el gran salto en producción teórica y política de Gramsci se produjo durante su estancia en la URSS, que es cuando hace autocrítica del obrerismo de las luchas del Norte de Italia de 1920-1921 y propone L’Unitá como nuevo periódico comunista, la unidad de los obreros industriales y de los trabajadores y pequeños campesinos. Desde luego hay diferencias entre cómo concibe la hegemonía Lenin y como lo hace Gramsci, pero el primero que introduce la cuestión en el debate y la práctica es Lenin.
Absolutamente de acuerdo en rechazar el “leninismo” y todavía más el artefacto, legitimador no impulsor, al que se le da ese nombre. Pero absolutamente en contra en rechazar a Lenin, su experiencia histórica y sus aportaciones vigentes que siguen siendo muchas, que es un momento y un presente fundamental aún de la tradición revolucionaria. Y sobre todo de rechazar las simplificaciones falsas de Lenin y de la Internacional Comunista.
3. Contra la esperanza.
La última entrada en el blog de Turiel está dedicada a un tema bastante de actualidad: la esperanza frente a la catástrofe. Entre otras cosas porque en RTVE acaban de estrenar una serie de Javier Peña con ese título: Hope! (https://www.rtve.es/play/)
https://crashoil.blogspot.com/
viernes, 9 de mayo de 2025
Esperanza y derrotismo
Queridos lectores:
Aprovechando la reciente celebración del día de Sant Jordi, celebramos un sencillo pero bonito acto en mi laboratorio. Varios investigadores presentaron los libros que han publicado recientemente, hubo un pequeño recital poético-musical, se presentaron los resultados de una encuesta sobre el papel de la ciencia y las científicas y científicos en la sociedad, y por último, un vídeo breve de presentación de las actividades de mi centro. A largo del acto (bastante breve, en realidad, algo más de media hora) varias veces se mencionó el hecho de que nuestros trabajos y nuestras mediciones nos muestran que los océanos, y por extensión el medio ambiente, está experimentando una degradación sin precedentes y encima acelerada en los últimos años. Sin embargo, se insistía en la necesidad de alimentar «la esperanza». No el optimismo sobre la situación, no -sería bastante absurdo, a tenor de los datos- sino la esperanza de que seremos capaces de revertir la situación. Una esperanza en realidad bastante infundada teniendo en cuenta cómo nos ha ido durante las últimas décadas y el poco caso que se nos ha hecho al personal científico que investigamos la Crisis Ambiental. Significativamente, el vídeo institucional jugaba también con los conceptos de «ciencia» y «esperanza», en lo que para mi era un acto fallido porque, de algún modo, se sobreentendía que ambos conceptos son, en la práctica, mutuamente excluyentes o contradictorios.
Y es que lo son. Quienes trabajan (trabajamos) en el marco de las ciencias ambientales estamos viendo un desastre sin precedentes en prácticamente todas las variables ambientales que queramos mirar. Como hemos comentado varias veces, hemos sobrepasado ya 6 de los 9 límites planetarios identificados hace ya 16 años, y aún hay otros 2 límites que podrían ser sobrepasados en los próximos años, uno de ellos netamente oceánico (acidificación).
El caso es que sobrepasar uno solo, tan solo uno de los límites planetarios, pone en riesgo la continuidad de la especie humana, y por tanto más tiempo que se prolongue esa situación de extralimitación, más riesgo se corre de entrar en una espiral irreversible de degradación ambiental, un punto de no retorno o tipping point. Eso, sobrepasando solo uno de los 9 límites. Ahora, qué significa sobrepasar, a la vez, 6 – y si seguimos como hasta ahora, dentro de unos años, 8 límites planetarios.
Después del acto estuve dándole muchas vueltas al asunto. ¿Qué sentido tiene que la consigna más o menos aceptada en la academia es que tenemos que transmitir un mensaje de esperanza? Pero aún, cuando gente como yo presenta con crudeza los puros y meros datos, es bastante normal que incluso por compañeros de profesión califiquen este discurso de «catastrofismo» o «pesimismo», cuando lo que se muestra son simplemente datos, desnudos, factuales. Hechos, al fin y al cabo. Pareciera como si cada vez que uno muestra que la cosa va de pena tuviera la obligación de hacer una jaculatoria a la capacidad de la Ciencia (así, con mayúsculas) y al ingenio del Ser Humano (también con mayúsculas) para descargar toda responsabilidad, para que quede claro que esto se va arreglar, aunque de momento no tengamos la más mínima idea de cómo.
Sin embargo, me parece difícil tomar una actitud más anticientífica. La ciencia tiene que mostrar las cosas de la manera más objetiva y desapasionada posible, sin dejar que las propias creencias sesguen los resultados, de modo que lo que se produzca sea de validez general y a partir de aquí se pueda construir lo que se necesita.
Y los datos son tremendos. En este momento, el desbalance radiativo, es decir, la diferencia entre la radiación que recibe el planeta y la que radia de vuelta al espacio, de acuerdo con las mediciones de los satélites de la NASA se ha multiplicado por 4 con respecto a los valores que tenía en 2002.
Hacia el año 2014 se produce un cambio brusco, y así hemos pasado de 0,37 W/m² en 2002 a los 1,37 W/m² actuales. Por qué ha pasado esto tan rápido tiene que ver probablemente con varios procesos como la pérdida de hielo en el Ártico (el agua absorbe más energía, el hielo la refleja) y la drástica disminución de la emisión de aerosoles fruto de la quema de combustibles fósiles, sobre todo SO2, en China, en su lucha con el grave problema de contaminación que tenían. Es por este desbalance que el calentamiento global claramente se ha disparado en los últimos años, y que acabamos el 2024 con una temperatura global en +1,6 ºC con respecto a los niveles preindustriales. A este paso, en unos pocos años más llegaremos a +2 ºC, lo cual sería catastrófico para España, porque haría que temperaturas de 50 ºC o más sucedieran con cierta frecuencia en verano, con grave riesgo para la vida de las personas, destrucción de ecosistemas, más incendios, etc. Y eso por no hablar de todas los cambios que se están ya generando en la circulación atmosférica y oceánica, de consecuencias imprevisibles. El tiempo de reaccionar a la Emergencia Climática se nos ha acortado considerablemente, mientras vamos hablando de esperanza.
A nivel de recursos, las noticias no son precisamente esperanzadoras. La crisis originada por la falta de combustibles se sigue extendiendo por Latinoamérica y África, como ya comentamos en un post anterior; ahora los problemas llegan con fuerza a México. Falta cobre, fundamental para toda la electrificación, y comienza a haber problemas de suministro en toda suerte de materias primas, desde cereales y cacao a metales diversos. Y en medio de este problema grave y estructural, la implantación de aranceles por parte de EE.UU. ha dejado el comercio mundial destartalado, empujando a la baja el precio del petróleo (porque hay menos consumo), lo cual pone en entredicho la inversión futura, particularmente en el fracking estadounidense y garantiza la escasez de petróleo en el futuro próximo. Por si eso fuera poco, y mientras continúan la guerra en Ucrania y el exterminio en Gaza, y otras 17 guerras por todos olvidadas, crece la conflictividad bélica entre India y Paquistán. La lucha por los combustibles, los metales, los alimentos, el agua… solo van a crecer en los próximos años. Pero nosotros tenemos que tener esperanza.
A mi me hace gracia cuando me acusan de derrotista y de pesimista. En realidad, yo soy una persona muy optimista. Porque aquí estoy, luchando a pesar de la evidencia que se acumula, porque aún creo que se puede conseguir mejorar la situación, porque aún creo que podemos lograrlo. Los que bajan los brazos, buscándose la coartada moral de «la esperanza», ésos son los verdaderos derrotistas, porque no hacen nada para intentar cambiar la situación, porque aceptan como inevitable lo que tenemos y lo que se viene.
Compañeros, compañeras, del mundo científico: hay que abandonar de una vez por todas la absurda insistencia en la esperanza, adormidera de conciencias. No es eso lo que necesitamos. La respuesta que tenemos que dar no es «la esperanza», sino el activismo. Tenemos que salir ahí fuera y explicar lo que pasa, denunciar lo que pasa, ser beligerantes con lo pasa, oponerse a lo que pasa. Es nuestra obligación moral ineludible, porque somos los que sabemos lo que pasa. Como dijo Albert Einstein, quien tiene el privilegio de conocer, tiene el deber de actuar.
Tenemos que salir ahí fuera, a defender a nuestros congéneres y a todo lo que está vivo. Porque no hay otra lucha que merezca más la pena, ninguna otra causa que sea más justa. Y ésta nos interpela. Esperanza no: activismo y justicia.
Salu2.
AMT
4. El establishment podría en realidad haber ganado en Rumanía
Fazi cree que es demasiado pronto para decir que el establishment europeo ha sido derrotado en Rumanía. El candidato «populista» podría ser, en realidad, uno de los suyos. Imagino que la guerra de Ucrania será la verdadera piedra de toque para saberlo.
https://www.compactmag.com/
Cómo el establishment está domesticando el populismo
Thomas Fazi 8 de mayo de 2025
La victoria del candidato de derecha George Simion en la primera vuelta de las elecciones presidenciales repetidas en Rumanía ha sido celebrada por algunos sectores de la derecha como una victoria populista. Según esta interpretación, las fuerzas alineadas con la UE y la OTAN que dieron la vuelta a las elecciones anteriores del país en noviembre no han logrado frenar la creciente reacción contra el establishment. Sin embargo, un análisis más profundo sugiere un panorama más complejo y preocupante.
El ascenso de Simion se produce tras una serie de acontecimientos que han socavado la credibilidad democrática de Rumanía. El pasado mes de noviembre, el candidato independiente euroescéptico Călin Georgescu ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en un resultado sorprendente. Sin embargo, antes de que pudiera celebrarse la segunda vuelta, el Tribunal Constitucional de Rumanía anuló el resultado, alegando una supuesta injerencia rusa que no ha sido demostrada. En marzo, en una medida aún más extraordinaria, la comisión electoral descalificó a Georgescu para presentarse a las elecciones. Aunque un tribunal de apelación inferior revocó temporalmente la decisión, el Tribunal Superior de Casación y Justicia la confirmó finalmente. En ese momento, el destino político de Georgescu quedó sellado.
Estos acontecimientos sugieren que las élites ya no se limitan a influir en los resultados electorales mediante la manipulación de los medios de comunicación, la censura y la presión económica. Ahora están dispuestas a abandonar incluso la apariencia de un procedimiento democrático, excluyendo a los candidatos potenciales o incluso descartando abiertamente los resultados electorales cuando no producen el resultado «correcto». La posible inhabilitación de Marine Le Pen para futuras elecciones en Francia y la designación del partido alemán AfD como «organización extremista» por parte de los servicios de seguridad del país pueden considerarse nuevos ejemplos de esta nueva contraofensiva.
Pero los acontecimientos en Rumanía también apuntan a otra táctica que se está utilizando en la guerra contra la amenaza populista. Simion es el líder de la Alianza para la Unidad de los Rumanos (AUR), un partido nacionalista que anteriormente había respaldado a Georgescu y se había comprometido a no presentarse contra él. Simion lanzó su campaña después de que Georgescu fuera excluido, presentándose como defensor de la democracia y la soberanía nacional e incluso sugiriendo que nombraría a Georgescu primer ministro si se le daba la oportunidad. Pero la conclusión de que la probable victoria de Simion en la segunda vuelta será una derrota para el establishment puede ser prematura.
A diferencia de Georgescu, a Simion se le permitió presentarse. ¿Por qué? La respuesta puede estar en el tipo de populismo que representa. Por un lado, Simion mantiene posiciones mucho más radicales que Georgescu en cuestiones culturales y de identidad. Es conocido por su retórica incendiaria contra Hungría y por defender políticas que podrían poner en peligro los derechos de la minoría étnica húngara de Rumanía, incluida la abolición de las escuelas de lengua húngara y el uso del húngaro en las instituciones públicas. También ha hecho declaraciones irredentistas sobre el restablecimiento de las fronteras de Rumanía de 1940, que incluirían territorios que ahora pertenecen a Moldavia y Ucrania. En otras palabras, Simion es un auténtico etnonacionalista cuyas posiciones podrían justificar la etiqueta de «extrema derecha», a diferencia de Georgescu, cuya campaña se centró principalmente en la política económica y la orientación geopolítica de Rumanía.
Por otro lado, Simion está mucho más alineado con los intereses del establishment en cuestiones cruciales como la OTAN, la integración europea y la guerra en Ucrania. Aunque es crítico con la Unión Europea, su retórica se mantiene dentro de los límites del euroescepticismo conservador convencional, centrándose en la reforma más que en la retirada. Ha expresado su desaprobación por algunos aspectos de la gestión de la guerra en Ucrania, pero sigue apoyando abiertamente a la OTAN y a Estados Unidos, y ha condenado repetidamente a Rusia. Su partido, AUR, forma parte del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) en el Parlamento Europeo, conocido por su postura atlantista y su apoyo incondicional a Ucrania.
En este sentido, Simion representa un tipo de actor político nuevo y cada vez más común: el falso populista que combina un nacionalismo cultural estridente con la lealtad al statu quo económico y geopolítico. Esta doble identidad le hace aceptable para el establishment, a pesar de la etiqueta de «extrema derecha» que a menudo se le atribuye. La verdadera línea roja, al parecer, no es la retórica cultural, sino la oposición a las políticas económicas globalistas y a las alianzas militares como la OTAN.
Los acontecimientos en Rumanía ilustran, pues, la estrategia evolutiva del establishment para neutralizar la amenaza populista: un doble enfoque de represión y cooptación. Candidatos como Georgescu, que combinan el nacionalismo económico con posiciones de política exterior contrarias a Washington y Bruselas, se enfrentan a la represión institucional. Mientras tanto, figuras como Simion, que imitan el estilo populista pero defienden los pilares fundamentales del sistema, son promovidas o, al menos, toleradas.
Esta táctica no es exclusiva de Rumanía. En toda Europa hemos visto desarrollos similares. Estas medidas se presentan como defensas de la democracia, pero están claramente destinadas a eliminar —o domesticar— a los rivales que se desvían del consenso. La paradoja es que los falsos populistas suelen defender opiniones culturales más radicales que sus homólogos más genuinamente antisistema, como es el caso de Simion y Georgescu. Esta inversión no es casual. El establishment está dispuesto a aceptar el radicalismo cultural siempre que no desafíe el statu quo económico y geopolítico.
Este patrón se hace eco de un precedente histórico. A principios del siglo XX, las élites liberales de toda Europa establecieron alianzas tácticas con movimientos autoritarios e incluso fascistas para contener la amenaza del socialismo. Los líderes empresariales y los políticos centristas solían considerar a los fascistas como herramientas útiles para reprimir el malestar laboral y el sentimiento revolucionario. Las élites británicas de la década de 1930 no apaciguaron a Hitler en un intento erróneo de evitar otro conflicto mundial con Alemania, sino porque, en muchos aspectos, consideraban a los nazis como aliados occidentales contra un enemigo común: la Unión Soviética.
En este sentido, el fascismo no era la antítesis del liberalismo, sino una excrecencia distorsionada del mismo, una medida extrema para defender el orden oligárquico frente a amenazas sistémicas. Hoy en día, la amenaza ya no es el socialismo revolucionario, sino el populismo antiglobalista y antiimperialista. El campo de batalla ya no es la lucha de clases, sino la soberanía, la política exterior y la legitimidad de las instituciones supranacionales.
A diferencia del fascismo histórico, los nacionalistas culturales respaldados por el establishment actual no abogan por la movilización masiva ni por la economía corporativista. En cambio, promueven guerras culturales mientras dejan intactas las estructuras económicas neoliberales que definen la Unión Europea. Esto le viene muy bien a Bruselas. Trasladar el conflicto político al terreno de la identidad y la moralidad ofrece un medio para preservar el statu quo.
Este cambio ya es visible en la evolución de los partidos de derecha europeos. Grupos como la Lega italiana y la Agrupación Nacional francesa han abandonado gradualmente sus críticas, antes radicales, a la integración europea y al euro (aunque la exclusión de Le Pen sugiere que la vieja guardia del partido podría seguir considerándola un riesgo demasiado grande). Su retórica se centra ahora menos en la soberanía monetaria o la reforma económica y más en cuestiones como la inmigración, la cultura nacional y la defensa de los valores tradicionales. La Unión Europea ha desempeñado un papel clave en la orquestación de esta transición. Al excluir todas las alternativas económicas a la gobernanza neoliberal, Bruselas se asegura de que la disidencia se limite al ámbito cultural. La derecha populista se ha adaptado en consecuencia, cambiando las demandas de cambio estructural por quejas sobre la «corrección política» y el declive cultural.
En Estados Unidos se está produciendo un fenómeno paralelo. Allí, las élites empresariales y oligárquicas cooptaron primero el activismo de izquierda a través de la «concienciación» y las políticas de diversidad. Ahora están haciendo lo mismo con la derecha, abrazando narrativas anti-«woke» y el nacionalismo. A partir de la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk en 2022, la oligarquía se ha reinventado como víctima del «wokeismo» de los mandos intermedios, absorbiendo a la oposición para mantener el control.
El éxito de esta estrategia revela las limitaciones conceptuales de la derecha. Muchos conservadores ven la lucha contra el establishment principalmente en términos culturales, en lugar de como una batalla por el poder de clase o la desigualdad estructural. Esto los hace especialmente vulnerables a la cooptación por parte de las fuerzas elitistas que ofrecen victorias simbólicas sin tocar el sistema subyacente.
Queda por ver cómo responderá Simion, si resulta elegido, al descontento popular que lo ha llevado a la fama. Aunque acontecimientos imprevistos podrían empujarlo a adoptar políticas más genuinamente populistas, es mucho más probable que se convierta en un ejemplo clásico de disidencia controlada. En última instancia, la historia electoral reciente de Rumanía ilustra el enfoque dual del establishment: reprimir a quienes plantean un desafío real y elevar a quienes solo fingen hacerlo. De este modo, conserva su control del poder mientras se adapta a un electorado cada vez más inquieto. La pregunta es si los votantes seguirán creyendo en la ilusión o empezarán a ver más allá de ella.
5. Las minorías raciales fachas en EEUU
Toscano entrevista a un par de expertos en la influencia de la extrema derecha sobre las minorías raciales en EEUU.
https://communispress.com/trump-y-el-auge-de-la-derecha-multirracial/
Trump y el auge de la derecha multirracial
Alberto Toscano, Daniel Martínez HoSang, Joseph E. Lowndes
4 de mayo de 2025
«Trump y el ascenso de la derecha multirracial » apareció originalmente en In These Times el 13 de marzo de 2025. Se publica en traducción al español para Communis con la autorización de ese medio.
«Ya casi nadie cree en la idea de que podamos defender este edificio en ruinas del Estado liberal. Así que nos vemos abocados a una situación en la que tenemos que desplegar la solidaridad en torno a necesidades compartidas, sufrimientos compartidos, vulnerabilidades comunes. Y solo entonces podrá abrirse la posibilidad de construir un poder compartido.»
—Joseph E. Lowndes
Daniel Martinez HoSang y Joseph E. Lowndes, en entrevista con Alberto Toscano, sobre la plasticidad de la política racial del actual Partido Republicano
En declaraciones hechas a un periódico italiano en enero, Steve Bannon, quien en su momento fuera el principal asesor estratégico de Trump, arrojó el guante a los multimillonarios «globalistas» de Silicon Valley por apoyar la concesión de visados H-1B a trabajadores tecnológicos altamente calificados en términos que, viniendo de uno de los voceros más prominentes de la extrema derecha, no podía sino provocar sorpresa.
«Ni negros ni hispanos tienen ninguno de esos empleos ni ningún acceso a esos empleos» —se quejó airado Bannon—, al tiempo que señalaba que titanes tecnológicos de extrema derecha como Peter Thiel, David Sacks y Elon Musk, quienes respaldan las excepciones a la inmigración de clase alta, son todos hombres blancos procedentes de Sudáfrica. «¿Por qué tenemos a sudafricanos, el pueblo más racista de la tierra —continuó diciendo Bannon—, haciendo comentarios sobre cualquier cosa que ocurra en Estados Unidos?»
Tres semanas más tarde, en declaraciones a The New York Times , Bannon dobló la apuesta cuando afirmó que Silicon Valley era por derecho propio un «Estado de apartheid», mientras arremetía contra «la clase donante y The Wall Street Journal y los Murdoch», calificándolos de «reinas del bienestar que viven de subvenciones empresariales».
Habiendo cooptado el lenguaje de la solidaridad con los negros al tiempo que reciclaba la misoginia racista reaganiana para atacar a las élites masculinas blancas —antes de darse vuelta y, al mes siguiente, alzar el brazo en un saludo fascista— , Bannon es un experto a la hora de remezclar raza y clase de formas que desorientan a sus detractores progresistas.
Pero Bannon es también sólo la punta del iceberg de un fenómeno más amplio en la extrema derecha: la coexistencia del racismo extremo con la apropiación de tropos antirracistas en un esfuerzo sistemático por atraer a electoral de color. Antes de noviembre, eran frecuentes entre los comentaristas los debates sobre el atractivo cada vez mayor que en los votantes de color ejercían a Trump y el republicanismo MAGA; debates acompañados de no pocos aspavientos por la deserción de demócratas «naturales». Después de las elecciones, ha continuado el debate sobre el aumento del apoyo a Trump entre las votantes de color. En realidad, se trata de un fenómeno que ha estado incubándose durante muchos años.
Entre la derecha, Bannon representa la coexistencia del racismo extremo con tropos antirracistas para atraer sistemáticamente a votantes de color.
Pocos estudiosos han explorado estas cuestiones con tanta profundidad como Daniel Martínez HoSang y Joseph E. Lowndes, coautores de Producers, Parasites, Patriots , publicado en 2019, en que se aborda la capacidad de la coalición de Trump para movilizar a derrotados de color y se emplaza a los críticos liberales y de izquierda a ir más allá de la simple censura del resurgimiento de la supremacía blanca MAGA. En otros lugares, Lowndes y HoSang han explorado múltiples facetas de la relación histórica de la derecha estadounidense con la raza, desde el papel del Sur en la génesis del conservadurismo moderno hasta el retroceso de los derechos civiles en California , y desde las ilusiones del « daltonismo racial» hasta la manera en que la ideología del « productismo » ha dado forma a la retórica de la derecha en torno a la raza.
Tras la reelección de Trump y el bombardeo de medidas posteriores a la inauguración, HoSang y Lowndes conversaron con In These Times sobre la política de la derecha multirracial y lo que los progresistas e izquierdistas deben volver a aprender en respuesta a ello.
Alberto Toscano: ¿Qué han revelado las elecciones presidenciales y sus secuelas en relación con la política de la derecha multirracial?
Daniel Martínez HoSang: Hoy somos testigos del efecto acumulado de cambios mucho más profundos que se han estado produciendo desde hace más de una década. Elemento central de todo ello es la profunda ambivalencia respecto de la política institucional y las propias instituciones, a lo largo de todo el espectro político. En los últimos tiempos, entrevistó a conservadores de color, y te puedo decir que ahora mismo es difícil observar entre ellos remordimiento alguno. En cambio, la alienación y el puro disgusto con lo que perciben como la parálisis de la política contemporánea son tan agudos que los ves alinearse con gran parte de las bases más extremas de MAGA y prestos a dejar que se desmantele y arremeta contra todo.
En la conferencia que recientemente organizamos sobre la derecha multirracial, rastreamos las numerosas causas a través de los cuales han ido penetrando esos fenómenos: la religión, el género, el militarismo, la aplicación de las leyes de inmigración, las apelaciones al espíritu empresarial y la frustración con las instituciones públicas. Ninguno de esos fenómenos por sí solo da cuenta del giro de tantas personas de color hacia la derecha.
En relación con todo esto también se plantean cuestiones más amplias sobre el hecho de que el vertiginoso ascenso de una agenda nacionalista y nativista extrema no haya suscitado aún una mayor resistencia. No se trata sólo del temor al régimen oa la amenaza del autoritarismo. Hay una ambivalencia más profunda que debemos dilucidar para comprender este momento.
Joseph Lowndes : Concuerdo con lo que dices. Tofo esto ha tardado mucho en llegar y se observan crisis profundas y de larga data en las instituciones y la economía estadounidenses, que se remontan a la época de Reagan o incluso a una época anterior, pero que se han intensificado en las dos últimas décadas.
De hecho, los intentos de los republicanos de atraer a grupos de color tienen un largo historial. Los discursos de George W. Bush fueron salpicados de exhortaciones doctrinales a los estadounidenses negros y latinos, por no mencionar que en la época de Bush el jefe del Comité Nacional Republicano llegó a disculparse por la « Estrategia del Sur ». Cuando Bush hablaba de «conservadurismo compasivo» no estaba exhortando a ser más liberales sino a un posicionamiento más universalista del conservadurismo que difería de lo que habían hecho su padre, Reagan, Nixon o Goldwater.
En época más reciente, la derecha ha construido una extraordinaria infraestructura —que abarca grupos de reflexión, programas de radio, Fox News, medios digitales, grandes fundaciones, actividades de organización dentro del propio partido y de movimientos sociales— de la que no existe una contrapartida real en la izquierda. En esas condiciones, es posible atraer a la política de derecha a todo tipo de personas.
«La derecha ha aprendido a ser flexible y creativa ya ampliar las identidades políticas de manera que las personas se sientan no sólo como en casa, sino que también puedan construir su propia identidad de derecha afroamericana o latina.»
Son diversas las razones por las que alguien que sea vietnamita-estadounidense pueda ser a la vez partidario de Trump: que esa persona o sus padres hayan abandonado Vietnam tras la victoria de los comunistas, o que sea católico y mantenga una postura firme contra el aborto. Son otras tantas las posibilidades de que asiáticos del sudeste, asiáticos del sur, asiáticos del este, latinos de toda América Latina y el Caribe, estadounidenses negros, africanos negros y caribeños negros se sientan atraídos por la política autoritaria o de derecha.
Y la cuestión es que hay lugares a los que la gente puede acudir para organizarse, lo cual constituye el núcleo de lo que Dan y yo intentamos hablar en Producers, Parasites, Patriots . La gente puede sentirse atraída por diferentes relaciones o políticas, y es eso lo que significa organizarse. Ese es el trabajo de la política. Y lo que la derecha ha hecho tan extraordinariamente bien.
No se trata sólo de que tengan el poder institucional u organizativo, ni de que hayan sabido capitalizar hábilmente todas las crisis del capitalismo estadounidense. Han aprendido a ser flexibles y creativos ya ampliar los espacios en que expandir las identidades políticas para que la gente llegue y no sólo se sienta como en casa, sino que también construye su propia identidad de derecha estadounidense negra o latina. En ese sentido, la derecha se ha convertido en una verdadera gran carpa.
Ahora que han pasado algunos meses desde las elecciones, en opinión de ustedes ¿cómo esos realineamientos contribuyeron a la victoria de Trump?
HoSang: En primer lugar, debemos recordar que las elecciones fueron bastante reñidas. Sería absurdo afirmar que existe algún grupo demográfico que por sí solo sea responsable del cambio, y la idea de que ha habido un realineamiento tampoco parece acertada. A ninguno de los dos nos convence el argumento de que esos votantes sean intrínsecamente conservadores o estén reaccionando a alguna extralimitación de la izquierda demócrata. Pero me llama la atención una clara tendencia que vendría en apoyo de la hipótesis de que estamos en presencia de un desalineamiento. La hemorragia de votos provenientes de todos esos bloques, no sólo en las elecciones presidenciales, sino en el resto de las votaciones, es considerable.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Miami, donde en 2016 Hillary Clinton obtuvo algo así como el 60 % de los votos, y ahora, por primera vez en una generación, es sólidamente republicana. Esto ha ocurrido en todo el espectro electoral, en muchas otras localidades. Muchos conservadores de color con los que habló en esos lugares señalan que no sienten ninguna conexión real con el Partido Demócrata. Los aparatos locales del partido no han estado cultivando relaciones con los votantes, mientras que la derecha y el Partido Republicano se han mostrado muy dispuestos a destinar recursos a la experimentación con diferentes cosas, a la creación de grupos de identidad y afinidad.
En la conferencia Turning Point USA nos encontramos con personas que nos contaban que antes se habían sentido atraídas por Bernie [Sanders] u otros proyectos. Y ahora sienten que es este un espacio al que acudir si quieres recuperar la energía y el dinamismo, pero también sentirte como un disidente. La derecha y el Partido Republicano han cambiado realmente de identidad, pasando de protectores de un orden político fallido a insurgentes que hablan con claridad sobre los problemas del sistema. En Turning Point, constantemente escuché decir: «Es aquí donde se habla con franqueza sobre lo que está ocurriendo, mientras que los demócratas se limitan a recitar frases sobre cosas sin importancia que no me afectan.»
Lowndes: La gente de Turning Point no es necesariamente representativa de la gente de color que en general votó por Trump, pero son muy importantes porque son el tejido conectivo. Son como los intelectuales orgánicos de Gramsci: una capa situada entre quienes dirigen las cosas y quienes están más abajo, capaz de marcar de otra manera las cosas, interpretarlas e inspirar a la gente. Lo cual es muy importante, y ahora tenemos ese banco bastante profundo de organizadores de color de derecha de varias comunidades que hacen ese tipo de trabajo.
Desde la toma de posesión, con el bombardeo de órdenes ejecutivas, los nombramientos al gabinete de Trump, la plataforma contra las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), los mensajes en clave racistas en torno a los recientes accidentes aéreos —por no hablar de la orden ejecutiva sobre la difícil situación, totalmente imaginaria, de los «refugiados» afrikáner y el saludo nazi de Musk— parece que se están reforzando los aristas blanco-nacionalistas de MAGA. Más allá del deseo de «humillar a los libs», podría hablarse de una deliberada marginación de los conservadores negros y mestizos sobre los que han escrito ustedes.
Lowndes: Este gobierno tendrá consecuencias para lo que suceda con la derecha multirracial. Están las tendencias que hemos descrito, que existen desde hace mucho tiempo. Pero lo que está ocurriendo en la cúpula es bastante extraordinario. Tomemos los ataques contra las políticas de DEI. Trump habló de ello continuamente durante la campaña electoral, pero en un sentido superficial y corporativo: programas en los recintos universitarios, que afectan a los mandos intermedios en las oficinas, etcétera. Sin embargo, ahora vemos cómo se están remontando a la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo ya la Ley de Derechos Civiles de 1964. Quieren eliminarlo todo de Johnson para acá. Ello tendrá amplios efectos no sólo en las élites de color sino en la clase trabajadora. Serán enormes los daños que acarreará todo ello.
Por supuesto, de alguna forma eso ha estado siempre ahí. Pensemos en Bill Buckley, ese ferviente admirador de Sudáfrica y del colonialismo portugués en Mozambique y Angola. En el caso de Buckley, todo ello estaba ligado a una visión del capitalismo, de la antidemocracia, que ha sido un elemento nuclear del movimiento conservador estadounidense desde finales de los años cincuenta.
«La izquierda creía que los cambios culturales, lingüísticos y representantes nos protegerían contra la política autoritaria reaccionaria. La derecha ha demostrado que puede habitar esa política, reestructurarla y hacer que funcione para sus propios fines.»
Ahora bien, este asunto de lo sudafricano, con su lenguaje abiertamente pro-afrikáner, también pone de manifiesto la desaparición de todo un movimiento internacional antirracista o anticolonial. Si esto hubiera ocurrido en la época del movimiento contra el apartheid, habría habido hostilidad en las comunidades negras y en todas partes. La ausencia de una respuesta marca lo lejos que estamos de los días de la solidaridad anticolonial.
Además, la forma en que los liberales hablan del racismo del movimiento MAGA gira siempre en torno a sus elementos populistas, cuando en realidad ese racismo proviene del lado libertario tecno-capitalista. Y cuando se capaz de la orden ejecutiva contra Sudáfrica, es el lado DOGE, son los oligarcas, quienes realmente presionan con más fuerza para que se hagan esas cosas.
También a mí me pareció sorprendente. Tanto en medio de la escaramuza antes de la toma de posesión de Trump entre la derecha tecnológica y los nacionalistas económicos sobre los visados H-1B, como todavía más en sus comentarios para The New York Times , Bannon se ha presentado como un paladín de la lucha de la derecha multirracial contra el «Estado de apartheid» de Silicon Valley .
Lowndes: Bannon entiende la manera en que se podría modelar un nacionalismo de derecha multirracial. Pero, en el fondo, las dos cosas que realmente marcan políticamente a Trump son un racismo feroz y una misoginia feroz, que Bannon no comparte del todo. Creo que con Musk, Trump está dispuesto a jugarlas todas en esas cosas y hay muy poca gente en el partido que se atreva a desafiarlo.
HoSang: Para retomar lo que decía Joe, sobre la manera en que la derecha se da cuenta de la desmovilización de los movimientos sociales, saben que puedes decir las cosas más extremas y será muy bajo el precio político que pagues. Podría decirse que las sombras de un proyecto etnonacionalista siguen con nosotros, sin que ello produzca oposición. Lo mismo ocurre con el desmantelamiento de los programas de DEI y hasta de mecanismos de larga data de protección contra la discriminación.
No tenemos un gran número de personas que hayan tenido experiencias concretas inmediatas que las lleven a decir: «No toquen esos programas, los necesito, me benefician.» Hace algunos años, se propuso una medida para restablecer la discriminación positiva en California que no pudo reunir una mayoría de votos, en parte porque la gente no tenía esa experiencia concreta. Hace un par de días, entrevisté a un conservador negro de Milwaukee, quien me dijo: «Que hagan lo que quieran con la DEI. No tiene nada que ver con mi comunidad.» En parte está repitiendo como un loro ese lenguaje. Pero si hubiera habido una conexión más sólida con la vida cotidiana de la gente, veríamos a más personas levantarse para defender la DEI.
Ustedes han presentado argumentos convincentes sobre la necesidad de que los progresistas no traten las identidades raciales como algo estático y presten atención a cómo la derecha e incluso la extrema derecha pueden ser bastante hábiles en el manejo de la plasticidad de la raza. ¿De qué manera deberíamos recalibrar nuestras respuestas en ese sentido y hacia la construcción, como han escrito ustedes, de la «solidaridad en la diferencia»?
HoSang: La identidad social e incluso la experiencia no son garantía de un análisis político. Una gran parte de la política progresista asumía que la gente de color, al percibirse a sí mismas como minorizadas, se alinearía automáticamente con ciertas agendas políticas —una economía intervencionista, determinadas políticas en torno a la inmigración, el género y la sexualidad— y que, por tanto, no hacía falta hacer una labor real de concienciación en escuelas, organizaciones y sindicatos.
Semejante postura tenía que ver con la idea de que, «bueno, mira lo racista y lo misógina que es la derecha. No te quiero. Esa es toda la politización que necesitas». Pero una vez que se reconoce lo degastados que están los vínculos de las personas de color con todos esos espacios institucionales en torno a los cuales se forjó la conciencia —los sindicatos, el movimiento por los derechos civiles y otras organizaciones políticas—, nos damos cuenta de que hoy el imperativo es hacer mucho más de ese tipo de trabajo.
Hace veinte años, la idea de que un gran número de latinos y otras familias de inmigrantes recientes se vieran reclutados en apoyo de deportaciones masivas era impensable. Y, sin embargo, hay un gran número de latinos que apoyan abiertamente esas deportaciones. La cuestión es: ¿cómo podrían reorientarse sus posiciones y qué otras políticas, marcos e ideologías podrían atraerlos?
Todos esos ataques contra la red de seguridad social, incluido el desmantelamiento de Medicaid y de la educación pública, están golpeando ampliamente a todo tipo de razas, clases y posiciones geográficas. Y una vez más hay que preguntarse: ¿cuáles son nuestros marcos interpretativos?
La izquierda necesita ofrecer explicaciones de lo que está pasando, dónde está el desajuste y qué se puede hacer al respecto. Y creo que la constante demonización personal de Trump, y el recurso a la pregunta «¿No ves que es un fascista?», no dejan que la gente establezca conexiones con lo que les está ocurriendo. Voy a reuniones sindicales y oigo a líderes sindicales de la clase trabajadora, realmente calificados y comprometidos, decir que ahora simpatizan con el trumpismo. ¿Cómo es que ha podido sucedertodo esto? Parte de la explicación está en que se hizo muy poco dentro de esos sindicatos para ayudar a la gente a entender lo que está pasando.
Lowndes: Estamos en una situación en la que tenemos instituciones políticas nacionales que se han vuelto disfuncionales o que sencillamente han dejado de funcionar. El Congreso no está cumpliendo sus funciones de la manera para la que se concibió. Es obvio que la Corte Suprema se ha desacreditada. Lo que nos queda es el poder ejecutivo como un ariete que, elegido cada cuatro años, intenta abrirse paso a través de la esclerosis para hacer frente a ciertos problemas, o para atender a ciertas fantasías. Y todo esto tiene lugar en una época de desigualdad radical de la riqueza, por lo que de todos modos es una clase oligárquica la que dirige la política nacional en ambos partidos. Tenemos una situación que casi no tiene arreglo, sobre todo si añadimos una crisis ecológica que nos visita desastre natural tras desastre natural de proporciones épicas cuatro o cinco veces al año.
Ahora que se están desmantelando rápidamente partes de la burocracia federal y del ejecutivo, tenemos la receta perfecta para una política cesarista y autoritaria . La gente quiere que alguien se ocupe de ellos en condiciones en las que la vulnerabilidad es cada vez más aguda. Y cuando tienes un ecosistema mediático que puede contar historias tan profundas y poderosamente favorables a la derecha, es realmente difícil averiguar cómo combatir todo eso.
Tenemos que volver a lo esencial. Ya casi nadie cree en la idea de que podamos ahora defender este edificio en ruinas del Estado liberal. Así que nos vemos abocados a una situación en la que tenemos que desplegar la solidaridad en torno a necesidades compartidas, sufrimientos compartidos, vulnerabilidades comunes. Y solo entonces podrás abrirse la posibilidad de construir un poder compartido.
Lo que ocurre con la raza es que puede articularse en cualquier dirección, sobre todo en ausencia de movimientos sociales. El año pasado había un gran cartel en el estanquillo de Blexit («Black Exit») en Turning Point USA: el rostro de Bob Marley y encima la leyenda «Emancípate de la esclavitud mental». En su propia pequeña burbuja, el cartel daba expresión a un sólido compromiso nacionalista negro con la política de extrema derecha. En ese contexto, tenía todo el sentido del mundo.
No es que algo de eso no hubiera estado ya ahí. No hay política pura. En los movimientos de liberación de los negros a lo largo de la historia de Estados Unidos ha habido elementos de conservadurismo, patriarcado, ideologías favorables al mercado y a un Estado represivo, junto con políticas liberadas, radicales, democráticas, antiautoritarias y emancipadoras. Si queremos movilizar una política en la que el antirracismo signifique anti-trumpismo, estas últimas tendrán que rearticularse.
Por ejemplo, todo el asunto en contra de la DEI. Es una forma de aplastar cualquier control democrático sobre el poder estatal. También es una liquidación de activos en forma de bienes públicos en beneficio de los oligarcas. Y para gente como Trump, es un asalto contra ideologías e identidades a las que es hostil. Lo que esto nos ofrece es la posibilidad de construir algo. Pero tenemos que ser capaces de decir que esa forma de racismo anti-DEI se dirige a todo el mundo. Que los movimientos racistas en Estados Unidos siempre han desempoderado a todo el mundo.
Si queremos desplegar una política antirracista y progresista, tiene que ser una política socialista. Tiene que enfrentarse a la propiedad, la dominación y la jerarquía. Es un proyecto antirracista, pero tiene que articularse en cuanto proyecto socialista, no como simbolismo liberal.
HoSang: La derecha está saturada de referencias a la identidad. Cuando habló con los activistas de Blexit en Turning Point, se referían a sus eventos como a «mesas de liberación». En la inauguración, hubo un baile de gala de la fundación conservadora negra y un baile de gala hispano. Se mantienen atentos a que la identidad y el multiculturalismo signifiquen siendo la moneda de cambio de la política estadounidense.
La izquierda se ha confiado demasiado en que los cambios culturales, lingüísticos y de representación nos bibliotecarían de la política autoritaria reaccionaria. Y creo que lo que la derecha ha demostrado es que puede habitar esa política, retocarla y hacer que funcionar para sus propios fines.
Lowndes: Pero tampoco debemos exagerar el poder de la derecha. Ellos también meten la pata y el gobierno de Trump también va a metro la pata, y eso puede dar pie a que sucedan cosas. Tal vez separar lo que hace el DOGE del propio Trump sirva para exponer la relación entre oligarquía y supremacía blanca que encarna Musk.
Dan y yo llevamos una década señalándolos y mucha gente no quería oír que existía una derecha multirracial. Lo que hacía casi imposible conversaciones mantener que valieran la pena. Finalmente, en el último año, se ha convertido en un tema que no se puede ignorar. La gente está ahora tratando de lidiar con lo que todo eso significa, porque no se puede evitar. Y ello abre la posibilidad de imaginar maneras de llegar a la formación política necesaria para hacer algo diferente.
Imagen: Miembros de Blexit (“Black Exit”) marchan en apoyo de la policía tras asistir a una concentración en el jardín sur de la Casa Blanca organizada por Donald Trump el 10 de octubre de 2020 en Washington DC Foto de Tasos Katopodis/Getty Images. Cortesía de En Estos Tiempos .
Tradujo del original en inglés Rolando Prats.
6. Los ensayos nucleares franceses en Polinesia
Como complemento al artículo que publicamos el otro día sobre cómo reparar el colonialismo nuclear francés, una entrevista a un autor que publicó hace un tiempo un libro sobre los ensayos nucleares franceses en la Polinesia.
https://reporterre.net/Essais-nucleaires-en-Polynesie-Vu-de-Paris-ce-n-etait-qu-un-desert-liquide
Pruebas nucleares en Polinesia: «Desde París, solo se veía un desierto líquido»
Casi 30 años después del fin de las pruebas nucleares en Polinesia, una comisión parlamentaria intenta que se reconozca el daño causado a las poblaciones locales. Para el investigador Alexis Vrignon, «la historia no ha terminado».
Durante treinta años, entre 1966 y 1996, Francia llevó a cabo 193 ensayos nucleares en Polinesia, en los atolones de Mururoa y Fangataufa. En el aire y, desde 1974, bajo el océano. Cerca de 170 000 habitantes habrían estado expuestos a la radiación. Las explosiones atmosféricas dispersaron sustancias radiactivas, en particular yodo, que pueden provocar cáncer. Según las investigaciones del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica, entre 1998 y 2002, la Polinesia encabezaba la funesta clasificación de la tasa de incidencia de cáncer de tiroides más alto del mundo.
Para intentar que se reconozca el daño y se reparen las consecuencias de estos ensayos, la diputada de Polinesia Mereana Reid-Arbelot (Izquierda Democrática y Republicana) puso en marcha una comisión de investigación en la Asamblea Nacional. Interrumpida por la disolución en junio de 2024, la comisión reanudó sus trabajos el martes 6 de mayo. Entre líneas, las audiencias permiten poner de relieve la cuestión del colonialismo y sus vestigios. Para Alexis Vrignon, profesor de la Universidad de Orleans y coautor de Des bombes en Polynésie, les essais nucléaires français dans le Pacifique (ed. Vendémiaire, 2022), esta comisión de investigación ilustra la difícil «reconocimiento del hecho nuclear».
Reporterre: Los ensayos nucleares en Polinesia terminaron en 1996, pero ¿ha terminado la historia?
Alexis Vrignon – En absoluto. Al principio, la comunicación oficial de la Comisión de Energía Atómica fue que, una vez desmantelado el Centro de Experimentación del Pacífico (CEP), 1996 marcaría el fin de la energía nuclear en Polinesia. Todo el esfuerzo de una parte de la sociedad polinesia a principios de la década de 2000 consistió en recordar que esta historia no podía quedar en el pasado y en subrayar sus implicaciones en el presente.
Poco a poco, estas cuestiones se han ido teniendo en cuenta de forma caótica y el tema nunca ha desaparecido realmente del debate público polinesio. La comisión de investigación que se está celebrando actualmente en la Asamblea Nacional es heredera de todos estos titubeos, vacilaciones y errores, que ilustran los problemas de los poderes públicos a la hora de reconocer la realidad nuclear.
¿En qué contexto se iniciaron en Francia estos ensayos nucleares en Polinesia? ¿Por qué este territorio?
Surgen en el contexto histórico de la descolonización, ya que los primeros ensayos nucleares franceses tuvieron lugar en la entonces colonia francesa de Argelia, pero era evidente que, a partir de los acuerdos de Evian de 1962, esta solución no podía durar y que se necesitaba otro lugar. Se barajaron varias ubicaciones, algunas en la Francia metropolitana, concretamente en los Alpes y en Córcega, pero se descartaron rápidamente, en algunos casos por razones geológicas, pero también y sobre todo por razones políticas. A partir de entonces, Francia se decantó rápidamente por los territorios de ultramar.
Se eligieron los atolones de Moruroa y Fangataufa. Esta decisión se tomó a principios de la década de 1960, en un contexto particular de reafirmación imperial. En 1956, la ley marco Defferre había permitido que los territorios de ultramar disfrutaran de una mayor autonomía. Sin embargo, a partir de la llegada al poder del general De Gaulle en 1958, las cosas cambiaron y ya no se habló de avanzar hacia la autonomía total de las antiguas colonias africanas y los territorios de ultramar. Entonces se eligió la Polinesia, sin consultar a la población ni a las élites políticas locales.
¿Continuaron los ensayos nucleares a pesar de conocer sus efectos sobre la salud y el medio ambiente?
A través de los archivos militares y locales, se constata que la administración había anunciado a toda Polinesia que los ensayos nucleares serían limpios y que no habría ningún problema. Tras el ensayo Aldébaran de 1966, que expuso a los habitantes de las islas Gambier a radiaciones ionizantes y contaminó los depósitos de agua de lluvia que bebían, se vio en una situación comprometida ya partir de ahí se desarrolló una cultura del secreto.
Las autoridades intentaron entonces limitar los riesgos, en algunos casos desplazando a la población, pero estaba claro que la seguridad no era su prioridad. Por ejemplo, enviaron un avión a una nube radiactiva para tomar muestras. También había barcos militares que atravesaban zonas bajo la nube radiactiva ya los que no se les decía gran cosa.
¿Hubo resistencia en aquella época?
La sociedad polinesia nunca ha sido totalmente unánime. Pero entre 1962 y 1966, la movilización local fue importante, especialmente detrás del diputado John Teariki, que intentó que el Gobierno revocara su decisión de crear el centro de experimentación. Se basó en la documentación científica sobre las consecuencias de los ensayos nucleares estadounidenses entre 1946 y 1958 en las Islas Marshall.
También insistía en el conocimiento que tenían los polinesios de su propio entorno, en particular de los peces, que se desplazan largas distancias y pueden pasar por zonas contaminadas antes de ser peces. Sin embargo, las autoridades francesas se esforzaron por marginar estas oposiciones y favorecer el auge de los partidos políticos vinculados al gaullismo, más cercanos al poder establecido en París.
A partir de 1974, los ensayos nucleares pasaron a ser subterráneos. ¿En qué medida siguen amenazando hoy en día el ecosistema de los atolones?
Por razones principalmente diplomáticas, con respecto a Australia y Nueva Zelanda, Francia tomó esta decisión y llevó a cabo importantes perforaciones en alto mar . Dado que estos ensayos debilitaban especialmente el anillo coralino alrededor de Fangataufa, la mayoría de ellos se realizaron en el atolón de Mururoa. Estos lugares siguen siendo objeto de una estrecha vigilancia, ya que los expertos temen que una parte de los atolones se desprenda y provoque un tsunami que amenaza a todo el archipiélago, o que se abran y liberen elementos radiactivos que puedan dispersarse por todas partes.
En términos más generales, ¿qué se sabe de los efectos a largo plazo de la radiación en la Polinesia?
En la actualidad, esta sigue siendo la cuestión más delicada, ya que se carece de datos que permitan medir plenamente los efectos sobre la salud de la población. Algunos archivos cruciales, como los del hospital Jean-Prince de Papeete [en Tahití] , aún no se han consultado, ya que acaban de ser localizados. Polinesia es un territorio tan grande como Europa, pero fragmentado en numerosas islas, lo que complica los estudios históricos y epidemiológicos. Lo que sí se sabe es que, en 2023, casi la mitad de las indemnizaciones aceptadas por el Comité de Indemnización a las Víctimas de los Ensayos Nucleares procedían de Polinesia.
¿En qué medida estos ensayos responden a la misma lógica colonial que el escándalo del clordecona en las Antillas ?
Por supuesto que hay paralelismos: cuando se desarrollan estos escándalos, es en dos territorios en situación colonial, es decir, cuyas instituciones y relaciones sociales están determinadas por esta relación que perpetúa una desigualdad de estatus y derechos entre las poblaciones locales colonizadas y las colonizadoras.
En Polinesia, no se consultó a nadie previamente y los ensayos nucleares fueron mucho más fácilmente aceptados por las autoridades francesas en ultramar que en los Alpes o en Córcega. A esto se suma toda una serie de prejuicios sobre estos espacios que, vistos desde París, no eran más que una especie de desierto líquido donde era más fácil instalar una base de ensayos nucleares, sin importar los riesgos sanitarios y medioambientales.
¿Podemos imaginar que algún día se abra una investigación parlamentaria sobre los ensayos nucleares realizados por Francia en Argelia?
En el caso de la Polinesia, los procedimientos de desclasificación y exención de archivos no datan más que de 2021, lo que ha permitido establecer una cronología de los hechos y documentar lo que sabían o no sabían las autoridades. En ese momento, el historiador Renaud Meltz, encargado de la creación del observatorio del legado del CEP, planteó la siguiente pregunta: ¿por qué no hacer lo mismo con los archivos relacionados con los ensayos nucleares en Argelia, que aún son poco conocidos?
Pero, dadas las complejas relaciones entre Francia y Argelia, la entonces ministra de Memoria y Veteranos, Geneviève Darrieussecq, rechazó la propuesta. No sería irrealista y, como historiador, no puedo sino estar un favor. Pero el acceso a los archivos solo será un primer paso, ya que, una vez que se conozcan mejor los hechos, habrá que intentar resolverlos, y ahí es donde empiezan las cosas más difíciles.