Miscelánea 12/05/2024

Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. Marx en los márgenes.
2. La locura israelí.
3. Sobre los lemas del movimiento (observación de José Luis Martín Ramos)
4. Entrevista a un antropólogo inglés.
5. Entrevista a dos ecologistas franceses sobre el futuro.
6. Crisis del liberalismo.
7. Trump el influencer.
8. Relaciones Francia-África.
9. Defender lo indefendible

1. Marx en los márgenes

Entrevista al sociólogo Kevin Anderson sobre su último libro, publicado por Verso. https://ctxt.es/es/20240501/

M»Marx era un pensador multilineal, no determinista ni eurocéntrico”

Josefina L. Martínez 9/05/2024

¿Era Marx un pensador interseccional? Esta es la provocativa hipótesis de Kevin Anderson, cuyo libro, Marx en los Márgenes, acaba de ser publicado en castellano por Verso Libros. El libro recorre las posiciones anticoloniales de Marx sobre India y China, los escritos periodísticos sobre la guerra civil norteamericana, sus reflexiones sobre la emancipación de Polonia e Irlanda, así como la actividad práctica de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en apoyo a estas causas.

En el que será su próximo libro, Kevin Anderson revaloriza los escritos del “último Marx”. Como otros autores, se basa en el estudio de los cuadernos  que fueron encontrados en la casa de Marx en Londres. En particular, los agrupados bajo la rúbrica de “Cuadernos etnológicos”. En estos, destaca el interés de Marx por el estudio de sociedades precapitalistas y no occidentales como Rusia, India, Indonesia, Argelia y América Latina.

En el Prefacio que Anderson escribió para la edición española de Marx en los márgenes, señala que su objetivo es “ayudar a las nuevas generaciones a descubrir la multidimensionalidad de Marx”. Para “que quienes luchan contra las formas modernas de opresión dialoguen con la obra marxista en su conjunto, incluida su crítica fundacional del capital y la clase”. En este sentido, contribuye a “desacreditar la idea de que Marx era un pensador eurocéntrico atrapado en los estrechos marcos teóricos de su época (mediados del siglo XIX) y por ende incapaz de abordar temas contemporáneos como el colonialismo, la raza o el género.”

Por su recuperación de las posiciones de Marx sobre la cuestión racial, la opresión nacional, el género y la cuestión colonial, el libro de Anderson es un gran aporte para los debates actuales. Aunque las conclusiones que el autor propone de su lectura del “último Marx” son más debatibles, es una lectura imprescindible para quien se interese por estos temas. 

Kevin B. Anderson (1948) es profesor en el Departamento de Sociología en la Universidad de California, Santa Barbara. Tuve el gusto de conversar con él en Madrid, café de por medio, antes de la presentación de su libro, en el mes de abril.

¿Qué me puede contar del nuevo libro que está escribiendo?

Bueno, aun no tengo el título exacto, algo aproximado podría ser: “Los caminos revolucionarios del último Marx”. 

Vaya, qué interesante. 

Es muy interesante porque, en mi opinión, su investigación no trata acerca de los orígenes de la humanidad. No trata de duplicar a Rousseau, sino de encontrar nuevos caminos para la revolución.

Desde hace unos años, hay un nuevo impulso en los estudios sobre el Marx tardío. Resulta muy sugerente analizar sus cuadernos, porque aportan otro punto de vista sobre su obra. ¿Cuáles son los debates más importantes sobre el tema?

Tenemos tres grandes puntos de vista sobre este período. Y esto se remonta en realidad cuarenta años atrás porque hubo una discusión preliminar alrededor de los años 80. Después se publicó un libro de Teodor Shanin, Late Marx and the Russian Road. [El último Marx y el camino ruso]. Lawrence Krader publicó los Cuadernos etnológicos. Y mi mentora, Raya Dunayevskaya, publicó Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución.

La primera posición sostenía que el último Marx estaba muy bien, pero no era realmente tan nuevo. Aportaría más bien una clarificación sobre algunas cuestiones. El segundo punto de vista, en cambio, ve al Marx tardío como una ruptura. Un Marx más allá de El Capital, incluso más allá del materialismo histórico. Y luego, el tercer punto de vista, que es el de Raya Duyanevskaya, es que hay una evolución en Marx. Que hay muchas ideas nuevas desarrolladas entre 1870 y 1880. Pero que también hay mucha continuidad. Es una evolución, no una ruptura. No una ruptura epistemológica.

Me gustaría ahora conversar sobre su libro Marx en los márgenes que por primera vez se publica en castellano. Muchos críticos postcoloniales dicen que Marx era eurocéntrico o que el marxismo ha sido siempre “ciego” al racismo, al género o a la cuestión colonial. El libro de Edward Said, Orientalismo, marcó una línea en ese sentido. Su libro me gusta porque muestra que este tipo de críticas no tienen sustento. ¿Lo puede comentar?

Bueno, ese tipo de ideas decoloniales probablemente llegaron primero a los Estados Unidos. Quiero decir, allí es donde Edward Said estaba escribiendo. Así que este era un tema muy importante. Yo conocía estos últimos escritos de Marx. El libro se suponía que iba a ser sobre los últimos escritos, donde Marx cambia más radicalmente y se interesa mucho más en el estudio de África, América Latina, Rusia, la India. Yo pensaba escribir un breve capítulo hablando del primer Marx. Pero se hizo más y más largo, porque allí hay muchas controversias, como lo muestran las posiciones de Edward Said. 

También están quienes dicen que Marx nunca escribió nada sobre la cuestión nacional…

Sí, ese es otro tipo de crítica. Y después, quienes plantean que Marx nunca escribió nada sobre género. Trato algo sobre el género en mi libro. Pero Heather Brown, que trabaja conmigo, escribió un libro sobre el tema: Marx on Gender and the Family [Marx sobre género y la familia]. 

Lo conozco, muy buen libro. 

Ambos tratamos de mostrar que, si miras el conjunto de los escritos de Marx, se encuentran una gran cantidad de discusiones sobre estos temas.

Sí, hay que leer a Marx, algo que no todos sus críticos hacen.

Y la conclusión del libro no es que Marx fuera un poscolonial avant la lettre. La conclusión es que Marx tenía una especie de interseccionalidad, pero que incluía el capitalismo y el trabajo. Él nunca dejó de hablar sobre la clase obrera. Mientras que gran parte de la discusión interseccional es acerca de la raza, el género, cuestiones LGBTQ, pero no discuten sobre el capitalismo y la clase. En cambio, Marx fue capaz de conectar todo eso. 

Cuando Marx discutía sobre Irlanda estaba hablando de esas conexiones: se refería al racismo de la clase obrera inglesa, y al poder que eso le otorgaba al imperialismo británico.  

Exactamente. Los escritos sobre Irlanda son de alrededor de 1870. Ahí es donde Marx dice que la actitud de los británicos hacia los irlandeses es similar a la de los blancos pobres de América hacia los negros esclavos. Y acabo de descubrir, esto estará en mi nuevo libro, que también dice eso sobre la antigua Roma. Acerca del proletariado, el proletariado libre en Roma. Dice que actuaban como los blancos pobres cuando pensaban en los esclavos.

Así que usamos esta analogía para Irlanda y Gran Bretaña y también para el proletariado romano, tratando de explicar por qué ellos nunca pudieron tener un movimiento unificado de los esclavos y los plebeyos en la antigua Roma.

Otra cuestión importante es el impacto que tiene la guerra civil norteamericana en Marx y Engels. Ellos escriben mucho sobre estos acontecimientos, pero es un tema casi desconocido para muchos, ¿no?

Marx dijo que la guerra civil era una segunda revolución americana. Allí hubo casi un millón de personas heridas o muertas. Y si la definimos como una revolución, entonces tenemos que decir que fue la mayor revolución que Marx experimentó, porque la de 1848 fue grande, pero fue derrotada. En cambio, la guerra civil fue una victoria parcial. La Comuna de París fue muy importante para Marx, pero también fue una derrota. Así que la guerra civil fue muy importante.

Creo que en Estados Unidos nunca ha habido suficiente discusión teórica sobre Marx, así que no hemos discutido lo suficiente sobre este tema. Los marxistas fuera de los Estados Unidos tampoco lo discutieron lo suficiente. En los últimos dos o tres años, algunos marxistas italianos están escribiendo sobre esto. Y hay un intelectual en los Estados Unidos, August Nimtz, que está escribiendo un gran libro sobre Marx y la guerra civil que será publicado dentro de poco. 

En Estados Unidos, en comparación con Haití, los esclavos no tuvieron tantos levantamientos o revueltas. Tuvieron algunas. Pero la mayoría de los esclavos escapaban y luego iban a luchar en el ejército del Norte, como soldados revolucionarios.

Este es el mismo período en que se forma el primer sindicato nacional en los Estados Unidos, en 1866. Marx señala esto en El Capital, luchaban por la jornada de ocho horas. Los funcionarios públicos consiguieron la jornada de ocho horas alrededor de 1870 en Estados Unidos, nadie tenía eso en aquel momento. Marx dice en la introducción a El Capital en 1867 que grandes acontecimientos revolucionarios están sucediendo en los Estados Unidos, y que la cuestión de la propiedad de la tierra estaba en la agenda. De lo que está hablando es que un ala izquierda quería dividir la tierra de las plantaciones y dar tierra a los negros libres. En el Sur, querían dividir la tierra y darles “40 acres y una mula”, como se decía entonces. La propuesta fracasó. Pero, si eso hubiera pasado, la guerra civil se habría convertido en una verdadera revolución, en el sentido de una revolución económica, un tipo más profundo de revolución económica. Es una de esas oportunidades perdidas en la historia, ¿sabes?

Usted señala en su libro que en aquellos años hay un cambio importante en Marx, que empezó a prestar más atención al mundo colonial. ¿Por qué se vuelve esto significativo en su pensamiento?

Hay varios motivos. El ala izquierda de la guerra civil no fue capaz de lograr su objetivo, por lo que aquella empieza a tomar un rumbo más conservador hacia 1875. Y en Francia estuvo la Comuna de París, pero fue derrotada. En Gran Bretaña estaba la Asociación Internacional de Trabajadores, que también es derrotada. Y el levantamiento irlandés. Así que Marx está mirando a Rusia y también a la India y a otras sociedades.

¿Por qué mira a Rusia? Se sorprende cuando los rusos traducen El Capital y lo publican, porque Rusia no tenía clase obrera. Marx esperaba que los ingleses o los franceses lo tradujeran, pero los rusos fueron los primeros. [La primera iniciativa para su traducción data de 1868]. Marx se entusiasma mucho, empieza a aprender ruso y entra en contacto con los revolucionarios de ese país. Por lo tanto, en los últimos diez años de su vida, piensa que la revolución europea va a empezar en Rusia. Está mirando el sistema agrícola y comunal de la tierra en Rusia. Pero después empieza a investigar todas esas otras áreas del mundo que tienen elementos similares. En Rusia, por ejemplo, no hay preponderancia de las mujeres. Las aldeas comunales rusas son bastante patriarcales. Pero en algunas otras partes del mundo, hay una preeminencia de las mujeres y él se interesa mucho en eso.

En sus cuadernos, queda claro que Marx estaba estudiando todos esos temas. De hecho, algunas de sus anotaciones fueron la base que después retoma Engels cuando publica su libro sobre la familia y las relaciones de parentesco en la historia. 

Claro. Y sabemos que escribió sobre los pueblos indígenas de América del Norte, pero también sobre los irlandeses. Antes de que llegaran los británicos, las mujeres tenían mucho poder en Irlanda, y la antigua ley irlandesa era mucho más igualitaria hacia las mujeres. También escribe sobre la India. Así que está mirando diferentes partes del mundo y encontrando estos elementos de comunismo indígena, aldeas comunales, movimientos de mujeres, mayor igualdad de las mujeres. Creo que él está mirando todas estas cosas porque el movimiento de la clase obrera en Europa Occidental estaba más débil. Así que estaba tratando de pensar: ¿dónde están sucediendo otros movimientos revolucionarios en el mundo?

Engels, después de la muerte de Marx, escribe sobre la posibilidad de revoluciones anticoloniales. Piensa que estas serán un punto de apoyo importante para la revolución en Europa.

Si, pero creo que Engels no pone tanto énfasis en el tema de la comuna, el comunismo indígena. Engels escribe una carta a Kautsky sobre Java, Indonesia, y habla de la propiedad comunal, pero no cree que tenga posibilidades revolucionarias. Marx pensaba no sólo que Rusia tendría una revolución porque era un estado despótico, tenía muchos movimientos democráticos y movimientos estudiantiles. Pensaba que había una forma comunal en la aldea rusa que tenía alguna relación con el comunismo del proletariado occidental. Y pensaba incluso lo mismo de Argelia, porque estudió el norte de África, habló de las comunas en las aldeas norteafricanas y lo comparó un poco con la Comuna de París.

Para terminar, lo traigo de nuevo al presente. Como profesor en la Universidad de California, ¿cómo ve el importante movimiento de apoyo Palestina que hay actualmente en los campus? 

En mi universidad, teníamos un centro de estudios multicultural y los estudiantes pusieron carteles sobre Gaza. Y entonces las autoridades se enojaron mucho y cerraron el centro. Se trataba de un centro oficial de la universidad, del que estaban orgullosos. Ahora están investigando a los estudiantes, puede que intenten expulsar a algunos de ellos. Pero los estudiantes, e incluso los profesores de áreas como sociología, no nos sentimos intimidados por esta gente. No nos van a silenciar. Los estudiantes llevan máscaras para taparse la cara cuando van a las manifestaciones porque, con el nuevo macartismo, hacen una fotografía y luego intentan encontrar el nombre y lo ponen en Google. Así que, si solicitas un trabajo, estás en esa lista. Te llaman “terrorista antisemita”.

Me recuerda a cuando era joven, con la guerra de Vietnam. Porque todos los liberales seguían apoyando la guerra, como Lyndon Johnson. A los jóvenes intentaron arrestarnos e intimidarnos. Pero había una cuestión moral que estaba muy clara.

Hoy en la televisión todos los días ves el genocidio. Y los jóvenes, la mayoría de ellos, están indignados. Creo que no solo está causando una “conciencia de oposición”, que se expresó con Bernie Sanders. La actitud es más revolucionaria que hace un año o dos atrás. Incluso, Bernie Sanders no pidió un alto el fuego. Esto es muy revelador.

La gente más joven que conozco, antes, cuando yo nombraba a Lenin, era como: ¡oh, eso es antiguo! Pero ahora hay cierta atracción por Lenin, Luxemburgo o Trotsky, por un pensamiento verdaderamente revolucionario, porque esto ha desenmascarado a los liberales y a los socialdemócratas.

¡Eso es muy bueno!

Claro, no estoy hablando de millones de personas, sino de miles. Decenas de miles de jóvenes que estaban trabajando antes para Sanders, que van a las manifestaciones y como resultado de esto se están moviendo más a la izquierda. Y están muy enojados.

2. La locura israelí

Hace unos días, Rafael Poch publicó este texto de Finkelstein que se me había quedado en la reserva. Lo recupero hoy, con lo que hay doblete de Finkelstein. Ya que habla del embajador israelí en las Naciones Unidas, supongo que todos habréis visto el vídeo en el que tritura la Carta de las Naciones Unidas. Sin duda, el mejor embajador para la causa palestina. Lo gracioso es que lo ha subido él mismo a redes. Supongo que le parece una gran idea. https://twitter.com/

https://rafaelpoch.com/2024/

Sansón y Casandra

Norman Finkelstein reflexiona en este artículo sobre la locura instalada en Israel, «un estado loco que se precipita al abismo y arrastra al mundo con él», advierte.

Autor: Norman Finkelstein

Mi madre me contó una vez la historia de una mujer demacrada del gueto de Varsovia que gritaba desde el alféizar de su ventana que iban a matar a todos los judíos del gueto. La llamaban Casandra, por la profetisa de la fatalidad de la mitología griega. Todo el mundo daba por sentado que estaba loca. En retrospectiva, mi madre especuló con la idea de que, de algún modo, había llegado a conocer la verdad: los judíos no estaban siendo «reubicados» en el Este, sino que estaban siendo transportados a la muerte.
Hasta ahora he dudado en dar la voz de alarma. Pero a riesgo de que me tachen de loco, debo, como acto de responsabilidad política, decirlo en voz alta: Israel se precipita hacia el abismo y arrastra al resto del mundo con él.
Un análisis racional de la situación actual debe partir de este hecho fundamental: Israel es un Estado loco. No un «mal actor». No un régimen «canalla». Es un Estado loco. El abanico completo de la opinión de la élite israelí, reflejo a su vez de la sociedad israelí en general (que apoya abrumadoramente la guerra genocida en Gaza; sólo un puñado de israelíes se ha negado a servir), abarca un mero salto de pulga:
En un polo se sitúan los «realistas chiflados», de los que el sociólogo C. Wright Mills escribió en el contexto estadounidense: «han llegado a creer que … no hay otra solución que la guerra, incluso cuando intuyen que la guerra puede ser una solución a nada … siguen creyendo que ‘ganar’ significa algo, aunque nunca nos dicen qué». (1) El profesor Benny Morris personifica eso. Es urbanita, culto, laico y un chiflado. Una vez incluso «demostró» que los judíos israelíes no podían coexistir con los bárbaros palestinos, entre otras cosas, reuniendo estadísticas sobre el número de accidentes de tráfico en los que se veían envueltos los palestinos. (2) Morris exhorta a EE.UU. a unirse a un ataque contra Irán y luego lanza la amenaza de que si Washington no está a la altura de las circunstancias, Israel actuará en solitario bombardeando Irán. Debe ser consciente de que un ataque no sólo incineraría a decenas de millones de iraníes -piensa que se lo tienen merecido- sino que también desencadenaría una represalia terminal. Se dice que Hezbolá posee 150.000 misiles. Es un 
auto de fé tortuoso. Sin embargo, esa perspectiva no parece inquietar ni un ápice a Morris.
En el otro polo están los locos de remate, o los que están a un paso de alcanzar este umbral. «El mayor peligro al que se enfrenta Israel en estos momentos», observó con clarividencia Noam Chomsky hace ya cuatro décadas, «es la ‘versión colectiva’ de la venganza de Sansón contra los filisteos -‘Dejadme perecer con los filisteos’- mientras derribaba el Templo en ruinas». Los clones de Sansón instalados en Jerusalén o bien ya se han vuelto locos – «mataremos y enterraremos a los gentiles que nos rodean mientras nosotros mismos moriremos con ellos»- o bien fingen «volverse locos» para aterrorizar a enemigos y aliados por igual hasta la sumisión. Hay que señalar que la locura fingida se transforma fácilmente en real a medida que los fantasmas imaginarios que uno conjura repetidamente se filtran en las cámaras internas de la psique. El resultado es que esta locura, real o fingida, «hace que los cálculos racionales… sean cuestionables», ya que Israel «puede comportarse a la manera de lo que a veces se ha llamado ‘estados locos’». (3) Un reportaje en el periódico de ayer da cuerpo en tiempo real a esta propensión israelí a los arrebatos desquiciados: cuando un alto funcionario israelí aconsejaba prudencia, aunque sólo fuera a corto plazo, tras la represalia simbólica de Irán, un ministro del gabinete de extrema derecha exigía por el contrario que Israel se volviera «loco». (4)

El discurso pronunciado el 14 de abril en la sesión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU por el representante de Israel, Gilad Erdan, puso de manifiesto lo lunático que se ha vuelto Israel. Presentando una clase magistral de proyección aproximada, Erdan estaba aparentemente persuadido hasta la médula de su ser de que «el régimen islámico de hoy no es… diferente del Tercer Reich de Adolf Hitler….». Al igual que el régimen nazi, el régimen de los ayatolás siembra muerte y destrucción en todas partes…. Durante años, el mundo ha observado el ascenso de este Reich islamista chiíta, pero al igual que durante el ascenso del nazismo, el mundo ha permanecido en silencio»; que «las ambiciones hegemónicas de Irán de dominación global deben detenerse antes de que lleve al mundo a un punto de no retorno, a una guerra regional que puede escalar a una guerra mundial»; que Irán estaba «avanzando a toda velocidad hacia las capacidades nucleares … su tiempo de ruptura para producir un arsenal de armas nucleares es ahora de semanas, de meras semanas». Si el mundo no frenaba a Irán, a Israel no le quedaba otro recurso que soportar por sí solo la aplastante carga de detener al Tercer Reich de Hitler: «Nos están disparando desde todos los frentes, desde todas las fronteras. Estamos rodeados por los apoderados terroristas de Irán…. Todos los grupos terroristas que atacan a Israel son tentáculos del mismo pulpo chiíta, el pulpo iraní. Así que les pregunto, y sean sinceros con ustedes mismos, ¿qué harían? ¿Qué haríais si estuvierais en el lugar de Israel? ¿Cómo reaccionaríais si vuestra existencia se viera amenazada cada día? Israel no puede conformarse con la inacción. Defenderemos nuestro futuro». Levantando su iPad para mostrar una imagen de Israel interceptando supuestamente un dron iraní sobre la mezquita de al-Aqsa, Erdan incluso reivindicó para Israel el manto del verdadero guardián de los lugares santos del Islam – «mirad este vídeo que muestra cómo Israel intercepta drones iraníes sobre el Monte del Templo y la mezquita de al-Aqsa»- frente a los profanadores de los mismos en Teherán. El registro tonal de su discurso retórico era como una acusación desafiante: «¿Quién se atreve a dudar de mí? «En cada discurso y en innumerables cartas», recordó Erdan, «hice sonar la campana de alarma respecto a Irán». Acertó en que la campana debe sonar; pero se equivocó de dónde emana la locura. Medice, cura te ipsum (“médico, cúrate a ti mismo”). Si Erdan representa siquiera a la mitad del Estado y la sociedad israelíes -la proporción es posiblemente mucho mayor-, se avecina una catástrofe. Es cierto que los dirigentes israelíes han pronunciado en el pasado locuras certificables. Basta con recordar al primer ministro Netanyahu sosteniendo en la ONU una caricatura de la bomba iraní al estilo de los Loony Tunes y su declaración de que no fue Hitler sino el muftí palestino de Jerusalén quien ideó la Solución Final. De hecho, ya en las negociaciones de Camp David de 1978, el presidente Carter reflexionó sobre el jefe de Estado israelí: «Cada vez está más claro que la racionalidad de [Menachem] Begin está en duda». (5) En cualquier caso, un retroceso de civilización separa al Israel que una vez fue, de lo que se ha convertido. El representante de Israel ante la ONU en el momento de la guerra de 1967 («de los Seis Días»), Abba Eban, podía prevaricar en serie -aunque con consumada elocuencia, como correspondía al triple primer graduado de Cambridge- sin pestañear. Pero aún así, era posible analizar racionalmente sus proposiciones (como yo me esforcé una vez) para demostrar que estaban equivocadas. (6) No es más posible analizar el discurso de Erdan que el desvarío de un psicópata.

Se podría instar a Irán a actuar con cautela para no agitar al lunático de la sala. Pero, en mi opinión, esa no es una opción viable. El registro documental demuestra que, una vez que Israel ha fijado un país en su punto de mira, nada que no sea la sumisión abyecta le hará desistir. Si la potencia «enemiga» se resiste a la provocación inicial, Israel seguirá escalando con otra y otra provocación hasta que resulte políticamente insostenible para la entidad objetivo absorber pasivamente nuevos golpes. Eso es lo que ocurrió cuando Israel atacó al egipcio Gamel Abdel Nasser a principios de la década de 1950. (7) (El primer ministro israelí Ben-Gurion temía que el «nacionalista radical» presidente egipcio pudiera presidir algún día un Estado moderno capaz de frenar las ambiciones regionales de Israel). Eso es lo que ocurrió cuando Israel atacó a la Organización para la Liberación de Palestina en Líbano a principios de la década de 1980. (8) (El primer ministro israelí Begin temía que la «ofensiva de paz» de la OLP -los palestinos apoyaban pero los israelíes se oponían a un acuerdo de dos Estados- provocara una presión internacional sobre Israel para que se retirara de Cisjordania). Eso es lo que ocurrió en 2002 durante la segunda intifada, cuando Israel llevó a cabo asesinatos selectivos de líderes palestinos. (9) (El primer ministro Sharon temía que los palestinos detuvieran los ataques armados a cambio de un alto el fuego negociado). Eso es lo que ocurrió en 2008, cuando Israel rompió un alto el fuego con Hamás para lanzar la Operación Plomo Fundido. (10) (El primer ministro israelí Olmert temía que Hamás ganara legitimidad internacional al moderar su programa político). La lamentable verdad es que, a falta de un suicidio nacional, Irán no puede ejercer la opción de la inacción: Es casi seguro que Israel seguirá aumentando las provocaciones hasta que Teherán no tenga más remedio que responder. No sería de extrañar que Israel asesinara al ayatolá Jamenei y luego lo negara.
El gobierno israelí siempre ha estado alerta para aprovechar las oportunidades con el fin de poner en práctica sus planes preconcebidos. En 1989, durante la masacre de la plaza de Tiananmen, Benjamin Netanyahu instó a su gobierno a explotar esta distracción mediática llevando a cabo una expulsión masiva de palestinos en Cisjordania. El 4 de noviembre de 2008, cuando Estados Unidos eligió a su primer presidente negro, el primer ministro Olmert explotó esta distracción mediática rompiendo el alto el fuego con Hamás. El 17 de julio de 2014, cuando fue derribado un avión de pasajeros malasio que sobrevolaba Ucrania, el primer ministro Netanyahu explotó esta distracción mediática lanzando la asesina invasión terrestre de Gaza en la Operación 
Margen Protector. Los pretextos del 7 de octubre y ahora la «represalia» de Irán presentan a los lunáticos de Jerusalén una oportunidad sin precedentes para librar a Israel del triple desafío a su dominio regional: destruyendo Gaza, Hezbolá e Irán; la «niebla» de tal explosión permitiría también la limpieza étnica israelí de Cisjordania. Si se espera que cristalice una cábala sensata entre los dirigentes israelíes para detener esta precipitada caída al precipicio, hay que decir que las probabilidades están en su contra. El biógrafo de Hitler, Ian Kershaw, observó que, si los planes golpistas contra el Führer tardaron tanto en eclosionar, se debió a «un profundo sentido de obediencia a la autoridad y de servicio al Estado», a la creencia de que «no sólo era erróneo, sino despreciable y traicionero socavar al propio país en la guerra», y «aun cuando los desastres militares aumentaban y la catástrofe final se avecinaba, el apoyo fanático a Hitler no se había evaporado en absoluto y seguía mostrando una notable resistencia y fuerza».» (11) Es difícil no darse cuenta de que factores similares están en juego en los círculos de la élite israelí. En cuanto al último punto, mientras que los críticos de Netanyahu llevan años escribiendo su necrológica política, él sigue recuperándose a pesar de sus errores. ¿Por qué? Porque los israelíes se ven reflejados en él. De hecho, Netanyahu es Israel: un detestable y narcisista supremacista judío para quien sólo los judíos cuentan en el gran diseño de Dios. Por último, hay que reconocer que no todos los temores israelíes son infundados: a estas alturas está muy extendido el deseo de que Israel desaparezca del mapa mientras disminuye su capacidad de aterrorizar a sus vecinos hasta la sumisión. Pero, en su mayor parte, se trata de un callejón en el que el propio Israel se ha metido. Antes del 7 de octubre, Hamás había hecho gestos a favor de un acuerdo de dos Estados, mientras que Irán votaba sistemáticamente con la mayoría de la Asamblea General de la ONU a favor del consenso de dos Estados. Israel lo rechazó.
¿Resistirá el Primer Ministro Netanyahu la irresistible tentación de cortar el nudo gordiano regional o, como Sansón, hará caer el Templo -el resto de nosotros- con él? Probablemente, diría Casandra: ¡Todo está en juego!

Referencias
(1). Mills, Causas de la Tercera Guerra Mundial.
(2). Morris, Un Estado, dos Estados.
(3). Chomsky, Triángulo fatídico. El periodista de investigación Seymour Hersh desarrolló posteriormente las ideas de Chomsky en La opción Sanson.
(4). New York Times, 15 de abril de 2024.
(5). Carter, Diario de la Casa Blanca.
(6). Finkelstein, Image and Reality of the Israel-Palestine Conflict (Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí).
(7). Benny Morris, Guerras fronterizas.
(8). Robert Fisk, Pity the Nation.
(9). Norman Finkelstein, Beyond Chutzpah.
(10). Norman Finkelstein, Gaza.
(11). Kershaw, Hitler, 1936-1945: Nemesis.

(Publicado en: Norman Finkelstein – Samson and Cassandra – Brave New Europe)

3. Sobre los lemas del movimiento

Este discurso a los estudiantes acampados por Palestina ha causado una cierta polémica, porque no ha gustado que diga que el lema «Desde el río hasta el mar Palestina será libre» no es bueno para el movimiento. El prefiere uno que pueda ser más unitario, como «Alto el fuego ya». Aquí lo tenéis, podéis juzgar por vosotros mismos sus argumentos. https://jacobin.com/2024/05/

Norman Finkelstein: Construir una mayoría para Palestina

Por Norman G. Finkelstein

El estudioso del Holocausto y activista pro Palestina Norman Finkelstein expresa su apoyo a las protestas estudiantiles, insistiendo en la importancia de la libertad de expresión y uniendo a la mayoría de los estadounidenses en torno a la solidaridad con Gaza.

El politólogo Norman Finkelstein habla sobre su libro sobre Gaza en la Universidad de Columbia en Nueva York, Estados Unidos, el 30 de enero de 2018. (Mohammed Elshamy / Agencia Anadolu / Getty Images)

El 21 de abril de 2024, el estudioso del Holocausto y destacado activista pro Palestina Norman Finkelstein visitó el campamento de solidaridad con Gaza en la Universidad de Columbia. Finkelstein expresó su apoyo y admiración a los estudiantes manifestantes, instándoles a centrarse en atraer al mayor número posible de personas al movimiento de solidaridad con Palestina e insistiendo en la importancia vital de la libertad de expresión y la libertad académica para la causa palestina. Reproducimos aquí su intervención, cuya transcripción se ha editado para mayor extensión y claridad.

No quiero atribuirme ningún tipo de experiencia, y siempre tengo que tener cuidado de no parecer condescendiente o paternalista, o [pretender ser] omnisciente en estas cuestiones. Simplemente diría, basándome en mi experiencia, que lo más importante es la organización, el liderazgo y tener objetivos claros.

Objetivos claros significa básicamente dos cosas. Una son los eslóganes que van a unir y no a dividir. En mi juventud, cuando tenía vuestra edad, yo era lo que se llamaba un maoísta, un seguidor del Presidente Mao en China. Uno de los eslóganes que se le asociaban era «Unir a muchos para derrotar a pocos».

Eso significa que, en cualquier coyuntura de la lucha política, tienes que averiguar cómo puedes unir a los muchos y aislar a los pocos con un objetivo claro en mente. Obviamente, no quieres unir a muchos con una meta u objetivo que no sea tu objetivo. Tienes que averiguar, teniendo tu objetivo en mente, cuál es el eslogan que funcionará mejor para unir a muchos y derrotar a unos pocos.

Me gratificó que el movimiento en su conjunto, poco después del 7 de octubre, captara espontánea e intuitivamente, en mi opinión, la consigna correcta: «¡Alto el fuego ya!». Algunos de vosotros pensarán, retrospectivamente, ¿qué tenía de brillante ese eslogan? ¿No era obvio?

Pero, de hecho, las consignas políticas nunca son obvias. Hay todo tipo de rutas y caminos y desvíos que la gente puede seguir y que son destructivos para el movimiento. No fue una decisión de liderazgo, no lo creo; fue una sensación espontánea e intuitiva de los manifestantes de que el eslogan correcto en este momento es «Alto el fuego ya».

También diría que, en mi opinión, los eslóganes tienen que ser lo más claros posible, sin dejar lugar a ambigüedades o malas interpretaciones, que pueden aprovecharse para desacreditar a un movimiento. Si nos fijamos en la historia de la lucha, hubo un famoso eslogan que se remonta a finales del siglo XIX: «La jornada laboral de ocho horas». Era una consigna clara.

Más recientemente, en vuestra propia memoria viva -a pesar de todas las decepciones, en mi opinión, de la candidatura presidencial de Bernie Sanders- una de las genialidades de su candidatura, porque tenía cuarenta o cincuenta años de experiencia en la izquierda, [fue el eslogan] «Medicare para todos». Podríais pensar, ¿qué tiene de inteligente ese eslogan? Sabía que podía llegar al 80% de los estadounidenses con ese eslogan. Sabía que «abolir la deuda estudiantil» y «matrícula universitaria gratuita» resonaría en una gran parte de su electorado potencial.

No fue más allá de lo que era posible en ese momento concreto. Sí creo que llegó a lo que podríamos llamar «el límite político». El límite en ese momento de su candidatura era probablemente empleos para todos, programas de obras públicas, un New Deal verde, Medicare para todos, abolir la deuda estudiantil y matrículas universitarias gratuitas. Esos eran los eslóganes correctos. Puede parecer trivial, pero en realidad no lo es. Se necesita mucho trabajo y sensibilidad hacia el electorado al que intentas llegar para encontrar los eslóganes adecuados.

Gaza libre, libertad de expresión

Mi opinión es que algunos de los eslóganes del movimiento actual no funcionan. El futuro os pertenece a vosotros y no a mí, y creo firmemente en la democracia. Tenéis que decidir por vosotros mismos. Pero, en mi opinión, hay que elegir los eslóganes que no sean ambiguos, que no dejen margen para malas interpretaciones, y que tengan la mayor probabilidad en un momento político dado de llegar al mayor número de personas. Esa es mi experiencia política.

Creo que el lema «Alto el fuego ya» es el más importante. En un campus universitario, ese lema debería ir unido al de «Libertad de expresión». Si yo estuviera en vuestra situación, diría «Gaza libre, libertad de expresión», ese debería ser el eslogan. Porque creo que, en un campus universitario, la gente tiene verdaderos problemas para defenderse de la represión de la expresión.

En los últimos años, debido a la aparición de la cultura de la cancelación en los campus universitarios, toda la cuestión de la libertad de expresión y la libertad académica se ha visto gravemente enturbiada. Me he opuesto a cualquier restricción de la libertad de expresión, y me opongo a la cultura de la anulación de la identidad política por motivos de preservación de la libertad de expresión.

Diré -no como un punto de orgullo o egoísmo o para decir «te lo dije», sino sólo como una cuestión de hecho- en el último libro que escribí, dije explícitamente que si se utiliza la norma de los sentimientos heridos como motivo para sofocar o reprimir la expresión, cuando los palestinos protestan por esto, por aquello o por lo otro, los estudiantes israelíes van a utilizar la reivindicación de los sentimientos heridos, las emociones doloridas y todo ese lenguaje y vocabulario, que tan fácilmente se vuelve en contra de quienes lo han estado utilizando en nombre de su propia causa.

Era una catástrofe anunciada. Escribí sobre ello porque sabía lo que pasaría, aunque obviamente no podría haber predicho la magnitud después del 7 de octubre. Pero era perfectamente obvio lo que iba a suceder.

En mi opinión, el arma más poderosa que tienes es el arma de la verdad y la justicia. Nunca debes crear una situación en la que te puedan silenciar por motivos de sentimientos y emociones. Si se escuchan las declaraciones de Minouche Shafik [presidenta de Columbia], todo gira en torno a los sentimientos heridos, a la sensación de miedo. Todo ese lenguaje ha corrompido por completo la noción de libertad de expresión y libertad académica.

Ahora tenéis esa experiencia, y esperemos que en el futuro ese lenguaje y esos conceptos sean desechados de un movimiento que se describe a sí mismo como perteneciente a una tradición de izquierdas. Es una catástrofe total cuando ese lenguaje se infiltra en el discurso de izquierdas, como estáis viendo ahora.

Voy a ser sincero con vosotros, y no pretendo ser infalible, simplemente afirmo basándome en mi propia experiencia en política: No estoy de acuerdo con el eslogan «Del río al mar, Palestina será libre». Es muy fácil enmendarlo y decir simplemente: «Del río al mar, los palestinos serán libres». Esa simple y pequeña enmienda reduce drásticamente la posibilidad de que te malinterpreten manipuladoramente.

Pero al oír que este eslogan causa dolor, angustia, miedo, tengo que hacerme una simple pregunta. ¿Qué transmite el eslogan «Apoyamos a las FDI»? Las Fuerzas de Defensa de Israel, ahora mismo, son un ejército genocida. ¿Por qué se permite que en este momento haya un apoyo público a un Estado genocida y a un ejército genocida?

El lenguaje no parece tan provocador: «Apoyamos a las FDI». Pero el contenido es diez mil veces más ofensivo y más indignante para cualquier mente civilizada y corazón civilizado que el eslogan «Del río al mar». La única razón por la que existe una discusión sobre ese eslogan -aunque, como he dicho, no estoy de acuerdo con él, pero eso es una cuestión aparte, tanto si estoy de acuerdo como si no- es porque hemos legitimado esta noción de que herir los sentimientos es motivo para reprimir la expresión. Para mí, eso es totalmente inaceptable; es totalmente ajeno a la noción de libertad académica.

Algunos dirán que es una noción burguesa, que está construida socialmente y todas esas tonterías. Yo no lo creo en absoluto. Se pueden leer las defensas más elocuentes de la libertad de expresión sin trabas ni obstáculos de gente como Rosa Luxemburgo, que fue, se mire por donde se mire, una persona extraordinaria y una revolucionaria extraordinaria. Pero ser ambas cosas no significaba que aceptara ningún freno al principio de la libertad de expresión, por dos razones.

En primer lugar, ningún movimiento radical puede progresar a menos que tenga claros sus objetivos y lo que está haciendo mal. Siempre hay que corregir el rumbo. Todo el mundo comete errores. A menos que tengas libertad de expresión, no sabes lo que estás haciendo mal.

En segundo lugar, la verdad no es enemiga de los pueblos oprimidos y, desde luego, no es enemiga de la población de Gaza. Así que debemos maximizar nuestro compromiso con la libertad de expresión para maximizar la difusión de la verdad sobre lo que está ocurriendo en Gaza, y no permitir ninguna excusa para reprimir esa verdad.

¿Qué pretendemos conseguir?

Estáis haciendo diez mil cosas bien, y es profundamente conmovedor lo que habéis conseguido y logrado, y el hecho de que muchos de vosotros estéis arriesgando vuestro futuro es muy impresionante. Recuerdo que durante el movimiento contra la guerra de Vietnam había jóvenes que querían estudiar medicina, y si te detenían, no ibas a estudiar medicina. Mucha gente se debatía entre ser detenido o la causa. No era una causa abstracta: al final de la guerra se calculaba que habían muerto entre dos y tres millones de vietnamitas. Era un espectáculo de horror que se desarrollaba cada día.

La gente se debatía entre arriesgar todo su futuro. Muchos de vosotros procedeis de entornos en los que fue una verdadera lucha llegar a donde estáis hoy, a la Universidad de Columbia. Así que respeto profundamente vuestra valentía, vuestra convicción, y cada vez que tengo ocasión reconozco la increíble convicción y tenacidad de vuestra generación, que en muchos aspectos es más impresionante que la mía, por la razón de que, en mi generación, no se puede negar que un aspecto del movimiento antibélico era el hecho de que la conscripción se le echaba encima a mucha gente. Podías conseguir el aplazamiento de estudios durante los cuatro años que estabas en la universidad, pero una vez que pasaba el aplazamiento, había muchas posibilidades de que fueras allí y volvieras en una bolsa para cadáveres.

Así que había un elemento de preocupación por uno mismo. Mientras que vosotros, jóvenes, lo hacéis por un pueblo diminuto y apátrida al otro lado del mundo. Eso es profundamente conmovedor, profundamente impresionante y profundamente inspirador.

Con esto como introducción, vuelvo a mis observaciones iniciales: dije que cualquier movimiento tiene que preguntarse a sí mismo: ¿Cuál es su meta? ¿Cuál es su objetivo? ¿Qué pretende conseguir? Hace unos años, «Del río al mar» era un lema del movimiento. Recuerdo que en los años setenta, uno de los eslóganes era: «Que todo el mundo lo sepa, apoyamos a la OLP [Organización para la Liberación de Palestina]», que no era un eslogan fácil de gritar en la Quinta Avenida en los años setenta. Recuerdo vívidamente mirar a los tejados y esperar a que un francotirador me despachara a la eternidad a una edad temprana.

Sin embargo, hay una diferencia muy grande cuando eres esencialmente una secta política y puedes gritar cualquier eslogan que te apetezca, porque no tiene repercusiones o reverberaciones públicas. Esencialmente hablas solo. Pones una mesa en el campus y repartes literatura sobre Palestina; puede que haya cinco personas interesadas. Hay una gran diferencia entre esa situación y la actual, en la que tienes un público muy amplio al que podrías llegar de forma potencial y realista.

Tienes que adaptarte a la nueva realidad política de que hay un gran número de personas, probablemente una mayoría, que son potencialmente receptivas a tu mensaje. Entiendo que a veces un eslogan es el que infunde ánimo a quienes participan en el movimiento. Entonces tienes que encontrar el equilibrio adecuado entre el espíritu que quieres inspirar en tu movimiento y la audiencia o el electorado que no forma parte del movimiento al que quieres llegar.

Creo que hay que ejercer -no en un sentido conservador, sino radical- en un momento como éste, la máxima responsabilidad de salir del propio ombligo, de arrastrarse fuera del propio ego, y tener siempre presente la pregunta: ¿Qué estamos intentando conseguir en este momento concreto?

Observación de José Luis Martín Ramos:
A mí también me produce alguna perplejidad. No sé qué se discute en las acampadas, ni en la relacion entre las acampadas y la sociedad universitaria y entre esta y la sociedad general; así que no se si hay algún lema que está dividiendo realmente. Por otra parte, esa cita sobre unir o dividir me suena un poco a maoísmo de café; sin querer ser despreciativo con Finkelstein, unir o dividir, unir y distinguir, romper y unir, no son métodos universales, dependen de la situación concreta. Ya que estamos en el año Lenin cabe recordar que rechazó el eslogan de la paz y lo sustituyó por el de guerra y revolución, no logro el apoyo de la mayoría de losque luchaban contra la guerra, pero al final tuvo razón; la “ paz” no fue más que una sucesión de armisticios y seguimos sin resolver la cuestión de la paz. Lo que decididamente no me gusta de Filkenstein es que presente los dos lemas como alternativos: alto al fuego y Palestina libre. Por un lado ¿quién puede estar en contra de un alto al fuego? Todos dicen estar a favor, pero el alto al fuego no se plantea nunca sin términos concretos, sin condiciones. Y hoy día si queremos un lema de urgencia, que puede ser apoyado por muchos de entrada, ese lema sería “alto a la masacre”. Pero vuelvo a lo de los lemas alternativos, no sé por qué exigir el fin de la masacre ha de pasar por delante y ocultar el de la libertad de Palestina; y no entiendo muy bien por qué sería mejor “libertad de los palestinos” si no es para ocultar la reivindicación de la nacionalidad palestina y el derecho a un estado palestino, con las características que sean -puestos a querer unir no estaría mal desde EEUU abogar por una Palestina democrática y laica, de árabes y judios, de musulmanes, cristianos e israelis- deshacer el error histórico de 1947-1948. La masacre, el genocidio, no es el resultado directo de la guerra desencadenada el 7 de octubre, a estar alturas ya no tiene sentido entreternos en como empezó el último incendio, hay que ir a la raiz del conflicto que ha convertido a las tierras entre el río y el mar en territorio en llamas permanente. No vale ya apagar este foco, hay que acabar con el incendio, tanto más cuanto que ya queda claro que el incendio amenaza con una segunda gran expulsión de los árabes de Palestina.
No se qué pretende Filkenstein con ese planteamiento disyuntivo; objetivamente esconde, deja a resguardo, el problema del estado de Israel y reduce la cuestión de Palestina a la salvaguardia de los palestinos frente o dentro de un Estado que hoy es excluyente. Es tarde para eso, que hemos comprobado durante más de setenta y cinco años que no fue una solución ni justa ni oportuna.

4. Entrevista a un antropólogo inglés

Entrevista en ROAPE a un antropólogo-sociólogo que ha trabajado en África, pero también sobre la organización de los trabajadores indios en Gran Bretaña. https://roape.net/2024/05/09/

Un todo interconectado: entrevista con Mark Duffield

9 de mayo de 2024

ROAPE entrevista aMark Duffield sobre su vida y su obra. Durante décadas, Mark ha trabajado sobre la filosofía política de la emergencia permanente, la actual crisis global del capitalismo, la economía deguerra y la situación política y económica en el Cuerno de África. Desde sus primeros años en West Midlands hasta sus investigaciones en Sudán, pasando por lasluchas militantesde lostrabajadores indios en el Reino Unido, Duffield ha dedicado toda su vida a examinar la dinámica central que subyace a nuestro mundo interconectado de genocidio e imperialismo.

Para los lectores de ROAPE que no estén familiarizados con su obra, ¿podría empezar con unas palabras de presentación?

En primer lugar, gracias por esta amable invitación. Para empezar, diría que nunca me he identificado del todo con la academia ni me he sentido aceptado en ella. Tal vez con la excepción de mi trabajo como representante de Oxfam en Sudán en la década de 1980, que fue un trabajo de equipo, he sido algo así como un extraño mirando hacia dentro. Mis libros más conocidos, Global Governance and the New Wars ( 2001) y Development, Security and Unending War (2007) surgieron del trabajo de consultoría más que de becas académicas. Durante mucho tiempo ha parecido que el mundo se cerraba en banda. El miedo a ser capturado, esa es la única forma en que puedo explicarlo, impulsó el impulso de ir siempre un paso por delante. Podría haber sido antropóloga, especialista en migraciones raciales y laborales, profesional del desarrollo, experta en economías de guerra o incluso, Dios no lo quiera, experta en Relaciones Internacionales. El resultado, en términos disciplinarios, ha sido una cierta ambigüedad. Sin embargo, el interés primordial por la interconexión histórica y la interacción global de diferentes pueblos, lugares y épocas tal vez fuera previsible.

¿Puede describir su politización y los acontecimientos de su vida que iniciaron su trayectoria política e intelectual?

Lo importante aquí fue la temprana sensación de que me estaban diciendo quién era y no me gustaba. Nací en 1949 en Tipton, una pequeña ciudad industrial cerca de Dudley, en Black Country. Mi padre era obrero de fundición y mi madre trabajaba en la oficina de correos local. Hasta que cumplí 14 años, vivíamos rodeados de vías férreas y canales en una estrecha casa victoriana adosada, sin cuarto de baño ni retrete interior. Incluso los vecinos nos miraban con desprecio. Uno de mis primeros recuerdos era el penetrante olor a aceite quemado, arena y limaduras de hierro que desprendía la ropa de trabajo de mi padre. A una edad temprana, estaba claro que aquello no era para mí.

Debido a lo que ahora se llamaría dislexia, tardé en aprender a leer. Sin embargo, suspender el 11+ fue devastador. En lugar de ir a un colegio de gramática, fui a Park Lane, una escuela secundaria moderna para chicos, a la que también habían asistido mi padre y mi abuelo. En 1960, su ethos de Teddy-boy generó una reputación temible. La expectativa de que éramos carne de fábrica se resumía en una historia apócrifa contada por el maestro metalúrgico. Un profesor está parado junto a su coche, con el capó abierto y la mirada perdida en el motor. Un chico moderno de secundaria que pasaba por allí se da cuenta del problema y rápidamente hace que el agradecido profesor siga su camino. En mi caso, la anécdota tuvo el efecto contrario.

En cuanto a las escapadas, destacan un par de cosas. Unos profesores muy comprensivos organizaron un viaje de fin de semana a Gales para un grupo de nosotros. Esto nos llevó a descubrir el Sunday Times y, en la revista en color y los suplementos, la súbita apertura de un mundo nuevo y desconocido hasta entonces.

En 1964, me trasladé al Dudley Technical College para completar la enseñanza secundaria. En los dos últimos años, tuvimos la suerte de contar con un joven tutor de estudios generales de izquierdas. Estudiaba asignaturas de ciencias y sus conferencias sobre la guerra de Vietnam, el desarme nuclear y la discriminación racial eran realmente reveladoras. Si el Sunday Times describía las apariencias, sus conferencias sugerían que debajo había conexiones ocultas. Sin entender muy bien de qué se trataba, pero animado de todos modos, me licencié en sociología en 1968. Elegí la Universidad de Sheffield porque mi madre conocía vagamente a una mujer cuyo hijo había estudiado allí.

Era una época de agitación generalizada en las universidades británicas. Además de ayudar a ocupar la London School of Economics, enseguida me vi envuelto en las sentadas, la guerra de Vietnam y las protestas contra el racismo. Sin embargo, mi destino político quedó sellado a manos del irreverente y carismático radical Frank Girling.

Frank era un veterano de la Brigada Internacional Española. Como joven antropólogo de Oxford que estudiaba a los acholi, Frank había sido declarado persona non grata por el gobierno colonial ugandés por pasar demasiado tiempo en el lado equivocado de la valla. El curso de Estudios Comparados de Frank era anárquico y tenía poca estructura formal. Además de Marx y Engels, leíamos las últimas publicaciones radicales de filosofía política, antropología y psicoanálisis en cuanto estaban disponibles. Fue una época brutal de práctica crítica. La denuncia pública de la «universidad fordista» de cinta transportadora, de sus ciencias sociales burguesas y de las cátedras pequeñoburguesas que las promovían.

Lo más importante que enseñaba esta dura escuela era que el mundo era un todo interconectado y que las luchas de un país ayudaban o entorpecían las de otros.

¿Podría decirnos algo sobre su trabajo de campo etnográfico entrelas comunidades de habla hausa deSudán?

Lo principal es que, por aquel entonces, conseguir una beca de investigación y la aprobación del gobierno sudanés era comparativamente fácil. Además, en lugar del sujeto autoaislado obsesionado por la seguridad de hoy en día, aún gobernaba la aventurera diosa Fortuna. Pasé el año académico 1972-73 aprendiendo a hablar hausa en SOAS antes de llegar a Jartum el 23 de diciembre de 1974.

Originarios de Nigeria y asentados desde la época colonial, hay muchas comunidades hausas de este tipo en el norte de Sudán, donde los árabes los conocen colectivamente como fellata Fellata es un término genérico despectivo que designa a los inmigrantes africanos procedentes de Nigeria y Chad.

La mitad de la década de 1970 marcó el cenit del proyecto anticolonial de construcción del mundo antes de la reafirmación de un orden imperial ahora dirigido por Estados Unidos. En Sudán, el periodo marcó el punto álgido de su independencia, su hora liberal, por así decirlo. Con la economía agraria centrada en el mercado interior, las zonas central y oriental del norte de Sudán disfrutaron de cierta prosperidad rural.

También era una época inmediatamente anterior a la generalización del teléfono fijo. Mis padres aún no tenían uno, ni mi novia ni su familia. La carta era el principal medio de comunicación nacional e internacional. Para Gran Bretaña, sobre todo fuera de Jartum, había un ciclo de envío y recepción de cinco a seis semanas. Esto obligaba a depender de los anfitriones y permitía un nivel de inmersión ahora imposible en nuestro mundo hiperconectado.

A las tres semanas de llegar a Jartum, vivía en la pequeña ciudad de Maiurno, en el Nilo Azul, como huésped del sultán Abu Bakr Mohammed Tahir. Descendiente de los últimos gobernantes del califato nigeriano de Sokoto, Abu Bakr era el representante nominal de los fellata del Nilo Azul. Allí permanecería los catorce meses siguientes, comiendo con los solteros del recinto.

Gracias a las clases de idiomas que había recibido, en un par de meses ya hablaba hausa con fluidez. Con Maiurno como base, comencé una serie de largas visitas a otras zonas de asentamiento hausa. Además de las grandes ciudades, visité pequeñas aldeas del Nilo Azul, al sur de Ed Demazin, y luego el sur de Kordofán, el este de Sudán y Gezira. Siguiendo el espíritu de la observación participante, viajé en camión e hice un uso extensivo del sistema halwa o de cabañas para huéspedes gestionado por los jeques de las aldeas locales. Cuando llegaba sin avisar, solía compartir un halwa con trabajadores emigrantes, comerciantes ambulantes o curanderos.

Centrado en el desarrollo del capitalismo rural y la disolución de la agricultura campesina en Maiurno , sólo una parte del material que recopilé se utilizó en mi tesis doctoral y posterior libro, Maiurno: Capitalism and Rural Life in Sudan (1981). En este contexto más amplio, la rentabilidad de la agricultura comercial sudanesa ha dependido durante mucho tiempo de la reproducción forzosa de mano de obra barata que, sobre todo, carece de derechos. Durante el periodo colonial, los fellata ocuparon la posición estructural que formalmente ocupaban los esclavos. Posteriormente, esta posición estructural se ha reproducido periódicamente de nuevo en relación con otros grupos que han sido desposeídos debido a su raza, religión o nacionalidad. En lugar de que el Estado independiente aboliera esta dependencia, sus facciones e instituciones han crecido a partir de ella. Incluso hasta el punto, como hoy, de fracturar esta entidad.

Antes de volver al Sudán actual, ¿podría decirnos algo sobre cómo ve el cambiante papel del antropólogo?

En los años setenta, los radicales imaginaban que vivir y trabajar cerca del terreno, en solidaridad con los anfitriones, era un golpe contra la antropología como disciplina y una contribución a la revolución mundial. Estas cosas, por supuesto, no sucedieron. Hoy, sin embargo, las condiciones para el trabajo de campo inmersivo de mi generación han desaparecido. Al mismo tiempo, los pueblos de Sudán se han visto sometidos a un ciclo cada vez más profundo de guerra, desposesión y extracción violenta. Todos los antropólogos que elaboraban los relatos holísticos que antes eran posibles han visto cómo las comunidades en las que vivían y de las que dependían se veían radicalmente alteradas, incluso devastadas, y dispersadas por la guerra.

Además de fotografías y cintas de audio, mis propias observaciones quedaron registradas en forma de diario que abarcaba veintidós cuadernos. Sin leer durante décadas, hace poco comencé la lenta tarea de transcribir y editar este detallado diario. Con nombres, lugares y deudas olvidados que vuelven a la vida, el contenido sigue siendo relevante y de un valor histórico incalculable. Acabo de terminar de transcribir una sección en la que pasé un mes, hace cincuenta años, entre los colonos hausas y los grupos indígenas funj que viven en las orillas del sur del Nilo Azul. Las tensiones emergentes, los problemas de nacionalidad y el endurecimiento de las fronteras culturales entre estos grupos eran bien evidentes. En 2022 estallaron varios enfrentamientos violentos entre estos mismos pueblos, que dejaron unos 600 muertos y más de 200.000 desplazados. Los mismos antagonismos registrados en 1974 no sólo se habían profundizado, sino que habían madurado hasta convertirse en instituciones políticas y divisiones armadas. Que las esperanzas juveniles no se materializaran no sólo nos lleva a preguntarnos ¿por qué? conlleva la responsabilidad de dar testimonio de la tragedia resultante.

Después de trabajar sobre el terreno y en la Universidad de Jartum, cambió de enfoque y completó una investigación sobre los trabajadores indios de la fundición en Gran Bretaña. Esto puso de manifiesto el racismo existente en el movimiento obrero. ¿Puede decirnos algo al respecto?

En 1979 me incorporé a la Unidad de Investigación sobre Relaciones Étnicas (RUER) de la Universidad de Aston, Birmingham. RUER era un nuevo instituto de investigación financiado por el ESRC. Se convirtió en un puesto de investigación de cinco años totalmente financiado sobre un tema de mi elección. Este tipo de oportunidad abierta hace tiempo que desapareció en las universidades. Consciente de la concentración de trabajadores asiáticos en las fundiciones de Black Country y de su reputación de militantes, opté por estudiar sus luchas. En particular, los trabajadores indios del gran complejo de fundición de Smethwick de Birmid Qualcast.

La importancia duradera de este trabajo fue su crítica a la aplicación mecanicista de la teoría del intercambio desigual, entonces popular en la izquierda. En concreto, su extensión a la inmigración procedente de las antiguas colonias británicas. Los inmigrantes se entendían como una encarnación física, de hecho, inmutable, de la mano de obra «barata». Como un billete de descuento viviente, una vez llegados, el capitalismo podía utilizarlos para trabajar contra el futuro. Así, sus numerosos defensores argumentaban que los inmigrantes mantendrían en funcionamiento las viejas fábricas, ocuparían los puestos de trabajo que los blancos no querían y dividirían políticamente a la clase obrera. Sin embargo, la mano de obra barata no nace, por así decirlo. Tiene que producirse mediante la violencia, y luego mantenerse barata mediante la represión y el racismo continuos.

Se ignora el papel necesario y permanente de la violencia y el militarismo dentro del capitalismo. Lo que se convirtió en Black Radicalism and the Politics of Deindustrialisation ( 1988), detalla cómo los trabajadores asiáticos no hicieron nada de lo que se les concedía. De hecho, lucharon y consiguieron lo contrario.

Aunque la historia de la revuelta del 68 suele contarse en relación con la intelectualidad, antes de los enfrentamientos de mayo en París, los industriales británicos ya pensaban que el control de sus fábricas se estaba perdiendo a manos de la militancia obrera no sindicalizada. Los trabajadores asiáticos fueron la vanguardia de este malestar. La visión mecanicista de la izquierda sobre la mano de obra barata se articulaba con el chovinismo y el racismo orgánicos del movimiento obrero británico. Desde la descolonización, ha habido una única lógica, cada vez más represiva, que ha sustentado la reformulación de la raza y la nación en Gran Bretaña. Es decir, el planteamiento de los servicios públicos y de bienestar como una cantidad finita. Desde el principio, la inmigración se ha visto como un juego de suma cero. Cuantos más inmigrantes, menos riqueza en común para las clases merecedoras. En consecuencia, el estribillo constante ha sido el control del número y la restricción de la reproducción social. El Partido Laborista británico y los sindicatos siempre han sido un actor clave dentro de esta lógica violenta.

Durante la década de 1950, la presencia sindical se concentró en las antiguas fundiciones artesanales del Black Country. Ayudados por una fuerte oposición sindical, los asiáticos se concentraron en las nuevas fundiciones mecanizadas que se abrían entonces para apoyar a la industria de montaje de automóviles que despegaba en torno a Birmingham y Coventry. Mediante huelgas salvajes, es decir, fuera del control sindical, los trabajadores indios aprovecharon lo que se había convertido en una cadena regional de suministro justo a tiempo para aumentar, en lugar de reducir, los salarios. Tal era la amenaza, que gracias a la presión privada de los grandes grupos de fundición de West Midland, el gobierno laborista introdujo una Cláusula de Equilibrio Racial en la Ley de Relaciones Raciales de 1968. En aras de la «armonía racial», esta cláusula permitía a los empresarios dispersar las concentraciones militantes de trabajadores asiáticos que monopolizaban determinados talleres de fundición.

Más importante políticamente que los salarios fue la lucha contra el racismo. En particular, la definición racializada de la «cualificación» esgrimida en común por la patronal y los sindicatos. En la fundición mecanizada, el operario de máquinas se situaba en la cima de la jerarquía de cualificación. En realidad, una tarea repetitiva y fácil de aprender. Desde los años 50, los sindicatos sostenían que los asiáticos eran culturalmente inadecuados para el trabajo a máquina. En 1968, la Asociación de Trabajadores Indios (AIT) organizó una serie de huelgas en Smethwick contra esta exclusión racial. En lugar de contratar a trabajadores blancos externos cada vez que quedaba vacante un puesto de maquinista, la IWA propuso que se diera prioridad a los que llevaban más tiempo en el taller.

La respuesta combinada de empresarios, sindicatos y gobierno a este intento de los trabajadores asiáticos de controlar el proceso laboral resultaría históricamente significativa. Aunque admitió que el trabajo a máquina era rutinario, la dirección subrayó la necesidad de equilibrio racial y, como cuestión de salud y seguridad, el dominio del inglés.

Los disturbios en las fundiciones dieron lugar al inicio de programas de formación lingüística industrial financiados por el gobierno y dirigidos a los trabajadores asiáticos. En lugar de explotación, el malestar industrial se redefinió como un fallo de comunicación y un malentendido cultural. Para recuperar el control, a finales de los años sesenta Birmid Qualcast puso en marcha el primer programa británico de «igualdad de oportunidades». Es decir, utilizaba los programas de formación y los estatutos oficiales para apartar a los militantes y abrir los puestos mejor pagados a los políticamente más dóciles. Durante la década de 1970, la formación lingüística se transformó en el «antirracismo» racista de la Racism Awareness Training (RAT) que, con su énfasis en el relativismo cultural y la identidad, debilitó la solidaridad de clase.

Cuando la desindustrialización cobró fuerza, el movimiento sindical indio se había hundido. El legado, sin embargo, fue un conjunto de herramientas de gestión cuya importancia crecería.

En 1985 regresó a Sudán como representante de Oxfam en el país. ¿Qué tipo de cambios se estaban produciendo en ese momento?

Tomando prestado de El corazón de las tinieblas de Conrad, el repentino aumento del número de ONG que operaban en el norte de Sudán como consecuencia de la sequía de mediados de los ochenta se denominó acertadamente la «invasión fantástica». Al mismo tiempo, Sudán se convirtió rápidamente en el mayor programa de ayuda exterior de Oxfam. Si el capital se enfrenta al trabajo a escala mundial, la «invasión fantástica» formó parte de un profundo cambio en la naturaleza de esta confrontación. La desindustrialización y la aparición de la sociedad occidental de consumo de masas coincidieron con la transformación de Asia Oriental en el nuevo taller del mundo y, lo que es más importante, con la cristalización de un nuevo eje imperial Oriente Medio/África. Un eje abierto a métodos neocoloniales de desposesión y extracción hasta entonces más directamente violentos.

El imperialismo estadounidense siempre ha tenido una estructura indirecta o por delegación. Prefiere los golpes de Estado, los cambios de régimen, las revoluciones de colores y, no menos importante, disfrutar de un dominio militar total o conseguir que otros luchen en sus guerras. Esto siempre ha dado al imperialismo estadounidense una cierta negación plausible. El humanitarismo occidental es un elemento integral de este acto de humo y espejos.

Aunque comenzó antes, la «fantástica invasión» completó el proceso de reconquista imperial de Sudán. La acumulación de deuda impuesta por la austeridad del FMI y la reorientación de la agricultura hacia la exportación, todo ello alimentó la incapacidad rural para hacer frente a la sequía de mediados de la década de 1980. La forma de captura de Sudán fue una repetición de cómo la antigua Sociedad de Naciones justificó su tutela sobre una Abisinia por lo demás independiente. Es decir, como lo exigía el fracaso de la soberanía negra. Desde entonces, el humanitarismo occidental ha extraído su legitimidad de este fracaso imputado.

La década de 1980 fue también una época de cambios radicales en la estructura organizativa de las ONG occidentales. Aunque al principio trabajaba como Director de Campo, al cabo de un año mi cargo había cambiado al de Representante Nacional. Hay una diferencia entre «dirigir» y «representar». Era una época en la que las ONG centralizaban la autoridad. Ayudada por las mejoras en la tecnología de la comunicación, la centralización supuso la degradación de la experiencia en el área, el dominio del idioma y la independencia de los programas nacionales.

También se produjeron cambios complementarios en la forma de entender las catástrofes. Se dejó de lado la búsqueda de las causas sociales y económicas de un suceso concreto. Mientras que predecir las catástrofes pasó a ser más importante que conocer su causa. En la década de 1980, la hambruna se transformó en una serie de señales y alertas de comportamiento. Por ejemplo, movimientos de población, cambios en los precios de mercado o migraciones laborales. También se estableció la teledetección de la producción de cultivos mediante la tecnología de los satélites estadounidenses. La tendencia de las causas a la predicción se aceleraría con la difusión de los ordenadores. El resultado es una paradoja duradera del humanitarismo occidental. Aunque las ONG llevan medio siglo en lugares como Sudán, aparte de recalcular sin cesar las necesidades derivadas del fracaso de la soberanía negra, no tienen un conocimiento real de lo que ocurre allí. Exploro esta paradoja en mi libro Post-Humanitarianism: Governing Precarity in the Digital World 2019).

Durante la década de 1990, usted realizó trabajos de consultoría sobre intervención humanitaria. ¿Cómo resumiría la importancia histórica de este periodo?

Trabajó principalmente para la ONU, ministerios de ayuda europeos y ONG en las denominadas emergencias relacionadas con conflictos. Además de volver a visitar Sudán en varias ocasiones, también se ocupó de la antigua Yugoslavia, Etiopía, Angola, Mozambique y Afganistán. Aunque siempre se ha criticado la singularidad del auge del intervencionismo de la ONU durante la década de 1990, con el estallido de la guerra en Ucrania ha quedado clara la importancia histórica de este periodo. La expansión de la OTAN hacia el este de Europa y el aumento del intervencionismo humanitario de la ONU y las ONG en Oriente Medio y África son dos caras de la misma moneda. El resurgimiento del militarismo occidental con el inicio de la segunda Guerra Fría.

En cuanto al sector de la ayuda, hay dos desviaciones institucionales clave. Por primera vez, la ONU aceptó trabajar en guerras civiles no resueltas. Durante la primera Guerra Fría, normalmente se exigía un alto el fuego para el despliegue de una misión de mantenimiento de la paz de la ONU. En segundo lugar, la ONU declaró que el tiempo de la soberanía absoluta había terminado. Recogida en el término «guerra humanitaria», la desigualdad soberana es intrínseca al humanitarismo occidental. Juntas, estas desviaciones marcaron el final de cualquier atisbo de neutralidad en la ayuda. En la época de la Guerra contra el Terror liderada por Estados Unidos, las ONG se habían convertido en agentes de la contrainsurgencia. Como señaló acertadamente Colin Powell, se habían convertido en inestimables «multiplicadores de fuerza».

El humanitarismo occidental se justifica afirmando que «salva vidas». No sólo hay escasas pruebas de ello, sino que también pone patas arriba el propósito de la industria de la ayuda. Una vez que la hambruna se convierte en un problema de predicción en lugar de un acontecimiento históricamente determinado, al igual que la inmigración europea, se convierte en una cuestión de números. En concreto, la designación formal del límite de despilfarro humano a partir del cual la hambruna se convierte en oficial y se autorizan los llamamientos internacionales.

Sin embargo, desde la década de 1970 se ha producido un aumento constante del nivel de desnutrición que se considera aceptable antes de declarar una emergencia. Más que salvar vidas, mediante el establecimiento de umbrales de emergencia, la industria de la ayuda es más bien un medio de regular la muerte. En lugar de encontrar las causas y cambiar las situaciones, los humanitarios se esfuerzan por mantener la muerte dentro de unos límites aceptables para el statu quo. El hecho de que la esperanza de vida en algunas partes de África sea la mitad, o menos, que en Europa, es indicativo del nivel de despilfarro humano tanto aceptable como necesario para mantener las sociedades de consumo occidentales.

Junto con Nicholas Stockton, ha publicado recientemente un artículo en ROAPE sobre el impacto de las exportaciones de ganado del Cuerno de África a los países del Golfo. ¿En qué medida afecta esto a sus preocupaciones?

El artículo sobre el auge de la ganadería ovina militarizada en Somalia y Sudán surgió de nuestra insatisfacción con los principales comentarios sobre la creciente crisis de la región. Esto fue antes del trágico estallido de la guerra civil en abril de 2023. Nick descubrió varios conjuntos de datos de la ONU y el Banco Mundial relativos a la exportación de ganado desde el Cuerno de África desde la década de 1970. De las cifras se desprenden varias tendencias inconfundibles. La exportación de ganado, especialmente ovino, ha aumentado de forma constante hasta el punto de que, antes de Covid, Sudán y Somalia exportaban más ganado que países como Australia y Estados Unidos. Todo un logro para dos países empobrecidos. Además, toda esta proteína animal se destinaba a Arabia Saudí y los países del Golfo. En 2020, suministrará el 90% de las importaciones de ganado de la región. En las dos o tres últimas décadas, el Cuerno de África ha quedado reducido a una violenta frontera alimentaria para los Estados del Golfo, en rápida urbanización.

Este comercio está ausente de los comentarios de la corriente dominante debido a la tendencia liberal a ver la guerra como un efecto secundario de otros factores, como la ignorancia o el cambio climático. En otras palabras, la guerra es siempre una externalidad. La violencia, sin embargo, es una relación económica por derecho propio. El efecto de la imposición de la austeridad, o ajuste estructural, por parte del FMI fue transformar la anterior relación de reciprocidad entre «agricultores» y «pastores» en una relación de guerra permanente.

Los datos muestran una correlación entre los periodos de mayor conflicto interno y los picos en las cifras de exportación de ganado ovino. La violenta desposesión de los granjeros somalíes durante los años 90 es uno de esos picos. Otro se produce una década después, con el estallido de la guerra en Darfur. La industria de la ayuda transforma esta violencia formativa en una serie de «emergencias humanitarias» inconexas. En las raras ocasiones en que se menciona el comercio de ganado, es en el sentido positivo de «desarrollo» en acción.

La regulación de la muerte oculta que se están despojando tierras para liberar mano de obra barata y desechable para la región y Europa, y para facilitar la aparición de una forma depredadora de producción ganadera militarizada. Este modo destructivo y expansivo de producción de carne, que agrava la crisis de la economía agropastoral, forma parte de la reciente caída de Sudán en la guerra civil. Los principales beneficiarios de la violenta frontera alimentaria del Cuerno de África, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, se disputan actualmente el reparto del cadáver de esta economía. Los mismos Estados, por cierto, que son actores clave en los intentos estadounidenses de normalizar las relaciones regionales con Israel.

Para la industria de la ayuda, la tragedia de Sudán es otro ejemplo del fracaso de la soberanía negra. Esta vez, rejuvenecida como un «mercado político» de suma cero. Al mismo tiempo, la desconcertante pretensión de «salvar vidas» no encuentra mayor expresión. Está ampliamente aceptado que en Gaza se está desatando un intento genocida, con el apoyo de las potencias occidentales. Sin embargo, Sudán ignora esta incómoda verdad. Explotando al máximo la negación plausible, la industria de la ayuda insta ahora a la misma alianza imperial a intervenir por la fuerza en aras de la paz. Una paz que, sin embargo, tendrá el alto precio de una división regional de este país asolado pero antaño orgulloso.

Una última pregunta: ¿cómo ve el ambiente político actual y la dinámica cambiante del imperialismo?

Desde la crisis financiera de 2008, y especialmente la pandemia de Covid, el capitalismo occidental ha entrado en una crisis cada vez más profunda. Esto tiene una serie de características únicas e inquietantes. Aunque sigue conservando un gran poder, el dominio de medio milenio de Occidente sobre el Sur global ya no puede darse por sentado. Ciertamente, el poder blando del que una vez disfrutó se ha erosionado. El acaparamiento de vacunas durante la pandemia, el doble rasero con respecto a los refugiados ucranianos en comparación con Afganistán, Oriente Medio y África y, no menos importante, el respaldo occidental al genocidio que se está desarrollando en Gaza han contribuido a esta erosión. Cabe añadir el ascenso de China y el cuestionable efecto de las sanciones a Rusia. Por primera vez, para preocupación del imperialismo estadounidense, la vasta masa continental de Eurasia muestra claros signos de un proceso de unificación que se está deteniendo.

Estos factores están alimentando el resurgimiento del militarismo occidental que surgió con el final de la primera Guerra Fría. Este militarismo, sin embargo, no es como las versiones anteriores. En las dos guerras mundiales anteriores, especialmente en la Segunda Guerra Mundial, se produjo un aumento del gasto compensatorio en bienestar. En Gran Bretaña, la guerra dio origen al Estado del bienestar. Hoy es militarismo con características neoliberales. La preparación para la agresión exterior se combina, a través de la austeridad, con ataques a la reproducción social de las poblaciones de origen.

La llamada a las armas se produce en un contexto de destrucción deliberada del patrimonio público. El rearme en condiciones de desindustrialización también es novedoso. Las fases anteriores se produjeron cuando las potencias occidentales aún disponían de una base industrial. Aparte de los pequeños lotes de armamento de alta tecnología, el capital financiero ha destruido sin miramientos la infraestructura, las habilidades y la ética necesarias para sostener una guerra industrial entre iguales. Y, a menos que Occidente recurra a las armas nucleares, si la guerra por poderes en Ucrania se intensifica, será una guerra industrial entre iguales. Además, el militarismo está intensificando el cambio climático. La guerra depende de las ventajas espacio-temporales que confieren los combustibles fósiles. Que el bombeo de petróleo aumente en lugar de disminuir no es casualidad.

Al hacer malabarismos con tales contradicciones, las clases políticas ya no gobiernan en interés público y los políticos son ampliamente ridiculizados. El hecho de que el capital luche ahora en frentes internos y externos ha visto el regreso de una censura sin precedentes, la manipulación de los medios de comunicación y la supresión del derecho a la protesta pacífica. La situación que se vive actualmente en las universidades es única que se recuerde. Temas tan vitales como Ucrania y Gaza no se debaten abiertamente por miedo a las sanciones. Hay un nuevo macartismo en marcha.

Desde sus inicios, el neoliberalismo fue antidemocrático. Sin embargo, hasta la década de 1990, esto se ocultaba en los acuerdos regionales, comerciales y de patentes. Hoy es visible. En lugar de desaparecer como muchos esperaban con la crisis financiera de 2008, el neoliberalismo ha adoptado características autoritarias externas a medida que el capital intensifica su producción de residuos. Pedir la negociación en lugar de la guerra, defender la democracia frente a la oligarquía y, en un mundo cada vez más multipolar, ver la utilidad de una política exterior independiente se han convertido en amenazas a los «valores occidentales». Nos encontramos, en efecto, en una encrucijada.

Mark Duffield trabaja sobre la filosofía política de la emergencia permanente, incluida la dataficación de la actual crisis mundial, la expansión de los sistemas de gestión a distancia y el creciente antagonismo entre «conectividad» y «circulación».

5. Entrevista a dos ecologistas franceses sobre el futuro

No sé quienes son, y el discurso puede ser demasiado optimista, pero tiene ideas interesantes. https://reporterre.net/Les-

Las claves de un mundo libre y solidario según François Ruffin y Camille Étienne

Tiempo libre, vida estable y capacidad de influir en el mundo: Camille Étienne y François Ruffin han dado con su receta para un mundo deseable, una alternativa que refleja el «profundo deseo de algo diferente » que sacude a la sociedad.

Reporterre reunió a François Ruffin y Camille Etienne en un diálogo excepcional para imaginar el mundo que queremos. Fue un momento poderoso, grabado el 2 de mayo en el Ground Control de París, y puedes leerlo a continuación, o escucharlo aquí o en la plataforma de escucha que prefieras.

Reporterre – ¿Qué tipo de mundo quiere para 2050?

Camille Étienne – El mundo que quiero se crea y se vive cada día. Mi esperanza para el mañana reside en demostrar que es posible superar nuestra impotencia. Lo fundamental para 2050 es que nos sintamos libres de ser poderosos y que dejemos de tener la sensación de que no controlamos lo que ocurre. En el mundo que espero, las personas podrán decidir su propia existencia y no serán víctimas de decisiones abrumadoras tomadas por ellas.

François Ruffin – Hay un profundo deseo de algo diferente en este país. Vivimos un momento de distanciamiento de la ideología dominante. Las grandes palabras como competencia, crecimiento, globalización, competitividad y mercado ya no atraen. Preocupan y disgustan. La mayoría de la gente quiere sustituir la competencia por la ayuda mutua y el reparto, y la globalización por la protección. Mi esperanza reside en este géiser de energía, cuyo lugar aún no he encontrado donde pinchar el palo y dejarlo brotar.

Es una batalla que hay que librar, armado con el pesimismo de la lucidez y el optimismo de la voluntad. Para ganar esta batalla, la imaginación debe anclarse en la realidad. La gente no quiere utopías, quiere que la realidad se transforme. Tomando prestado un concepto de Bernard Friot, hoy en día hay mucho «ya existe » del mundo que queremos.

Más allá de valores y principios, ¿cómo será este mundo?

François Ruffin – El cambio vendrá de la mano de más vínculos, más tiempo libre y la salida de la camisa de fuerza producción-consumo. La gente espera algo diferente. Dicen que el progreso significa más vínculos y no más bienes. Desde los años 70, no hay correlación entre el aumento del PIB y los índices de bienestar.

Si queremos que la gente se sume al cambio, el mundo tiene que ofrecer una garantía de trabajo estable. La cuestión de la estabilidad es esencial hoy en día. Tener que vivir una vida líquida en la que hay que ser móvil y flexible se ha vuelto insoportable para la gente.

Camille Étienne – El proyecto ecológico se presenta a menudo como caótico, pero es la única forma seria de vivir en un mundo en paz. Hoy en día, la inestabilidad se debe en parte a nuestra dependencia de la industria de los combustibles fósiles, que financia dictadores y guerras.

En un mundo ideal, consumiríamos menos energía y produciríamos menos. Y dependeríamos menos de otros países como Rusia. En definitiva, es un mundo en el que nos sentiríamos más en paz. Además, ahora mismo podemos inspirarnos en mundos imaginarios que se han materializado, que existen, como los descritos en el libro Ils inventent un monde écologique, o en las zonas que hay que defender, o en los estilos de vida de otras épocas históricas y otros países.

También podemos inspirarnos en luchas como la que se libró contra la A69, en la que, a pesar de la violencia y la represión, hubo momentos de inmensa celebración. Cuando arrancamos momentos de alegría a la tristeza del mundo, lo imaginario se materializa.

Sin embargo, el imaginario capitalista sigue siendo poderoso. Cómo contrarrestarlo y conseguir que la gente se crea la historia que cuentas?

François Ruffin – Hay que salir del terreno de las ilusiones y explicar que la ecología es un trabajo: generará empleo estable. Hoy en día hay cinco millones de calefacción de pisos que hay que renovar. Las personas que lo hacen necesitan un reconocimiento material, y también espiritual, lo que significa hacer más heroicas las profesiones de la construcción, de lo social y de los cuidados.

La clave para convencer a las clases trabajadoras es el empleo. Asegurar el empleo es una garantía de estabilidad si queremos salir del caos y volver a un orden justo. Y la primera forma de justicia es que las personas que mantienen nuestro país puedan vivir de su trabajo.

Camille Étienne – El mundo imaginario dominante defiende valores opuestos a los nuestros. Pero contar historias es una batalla. No basta con desear un imaginario diferente. En cuanto al uso de las redes sociales, se pueden utilizar las herramientas de los dominantes para contrarrestar la narrativa que nos imponen.

Sin abandonar totalmente el uso de la tecnología, podemos asegurarnos de que nos sirva a nosotros y no al revés. Con estas herramientas, podemos mostrar otras historias y otros héroes, podemos hacer visible el orgullo de luchar y la dignidad recuperada.

François Ruffin – Estoy convencido de que la gente no ve a Elon Musk o a Bernard Arnault como héroes, aunque se les presente como tales. El sistema dedica un enorme esfuerzo al imaginario porque la gente ya no se lo cree.

La sociedad de producción-consumo que traería la felicidad a todos, la innovación tecnológica que sería sinónimo de progreso social y progreso humano: estas afirmaciones ya no son evidentes. Estoy convencido de que somos mayoría, de que el sentido común está de nuestra parte. Sólo tenemos que encontrar la manera de despertar.

Pero los neoliberales se defienden sobre todo con un discurso de seguridad, que está convenciendo a mucha gente…

François Ruffin – No será fácil, pero la batalla ha comenzado. En términos de ideología o de imaginación, los neoliberales han perdido. Salvo que la sociedad no se mueve sólo por ideas, sino esencialmente por intereses materiales, y nos enfrentamos a intereses materiales extremadamente poderosos que quieren mantener el sistema.

En segundo lugar, la gente está asfixiada a nivel material -un tercio de la población está al nivel del agua o por debajo de él-, pero también a nivel espiritual. Tienen la sensación de que no hay otra vida, de que » es lo que hay«, y buscan una salida. Dado que el bloque liberal central se ha ido reduciendo durante los últimos 20 años, la batalla consiste en ver a qué bloque se aferran las partículas que están abandonando la corriente principal: ¿al bloque nacional-autoritario o al bloque ecologista-progresista? En este sentido, no podemos decir que hayamos ganado.

Una de las batallas consiste en identificar la causa de la desgracia de la gente. ¿La causa de la infelicidad está relacionada con el refugiado, el que se ve en la televisión? ¿O la que no se ve? No sé si es una batalla de la imaginación, pero sí de la presentación de la realidad: si mostramos la cabeza del Director General a los trabajadores, su casa en Estados Unidos con diecisiete cuartos de baño, su acceso directo a la playa, la ira se redirige.

Frente al bloque nacional-autoritario, y en un momento en que la cuestión ecológica trasciende las fronteras, ¿no deberíamos redefinir un valor universal?

François Ruffin – No veo la necesidad de un nuevo universalismo. El concepto de internacionalismo, es decir, de solidaridad y cooperación entre naciones, ha existido en el movimiento obrero. Ahora tiene que entrar en el ámbito medioambiental y ecológico.

Dicho esto, que el fenómeno sea mundial no significa que estemos exentos de actuar ahora y a nuestra escala. El verdadero internacionalismo no significa que todos estemos de acuerdo, sino que uno de nosotros avance y los demás le sigan. Nuestro deber es tanto actuar aquí, transformando nuestra energía, nuestra industria, nuestro transporte y nuestra vivienda, como allanar el camino para que otros países sigan nuestra estela.

Camille Étienne – Existe una solidaridad muy real entre los activistas de todo el mundo. A menudo empezamos a actuar antes que los grandes organismos. Por ejemplo, en el caso de los fondos marinos, no esperamos a que la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos de Jamaica tomara una decisión antes de hacer campaña para que Francia se pronunciara contra la explotación. Luego fue el turno de Suiza, México y Canadá.

Poco a poco, esto se generalizó tanto que las grandes organizaciones no tuvieron más remedio que seguir su ejemplo. Así pues, la solidaridad internacional no quita nada a la necesidad de anclar nuestras decisiones y nuestras luchas en el ámbito local. Empezando a actuar en casa, podemos deshacer los mecanismos de dominación que se están produciendo en otros lugares.

En un momento en que los neoliberales fomentan el libre comercio, cada vez se levantan más muros en todo el planeta. ¿No hay que trabajar en estos muros?

François Ruffin – El libre comercio ha llevado a la desestabilización de decenas de miles de vidas que antes tenían salarios decentes. Desde los años 80, el miedo se ha instalado, sobre todo entre las clases trabajadoras. Miedo al futuro, para uno mismo y aún más para sus hijos.

Durante años, esta preocupación no fue escuchada, a pesar de que la izquierda debería haber sido la voz de esta preocupación. Por el contrario, la izquierda construyó Europa a través de Jacques Delors, y el mundo a través de Pascal Lamy, entonces director de la Organización Mundial del Comercio. Hoy, el enemigo siguen siendo las finanzas, pero sobre todo la indiferencia, la resignación y el desaliento que corroen el corazón de la gente.

Para que las clases trabajadoras tengan reflejos progresistas y no reaccionarios, la garantía de que podrán vivir bien es la cuestión clave. La Agrupación Nacional no será expulsada por lecciones de moral, sino por la encarnación de una fuerza que devuelva la estabilidad y la esperanza al corazón de la gente. Y también la alegría.

Frente al fatalismo imperante, ¿cómo transformar el miedo en orgullo, dignidad y poder?

Camille Étienne – Hay que distinguir entre los pánicos morales creados y atizados por el bloque fascista, como el miedo a los demás, y los miedos que son reales. Tenemos que aceptar que el mundo actual es aterrador, con incendios, tsunamis, sequías, el colapso de los productos agrícolas, la posible pérdida de puestos de trabajo y el ascenso del fascismo.

Pero cuando el miedo se relega a la esfera privada, crea apatía y nos impide levantarnos. En 2024, tenemos derecho a tener miedo y a estar enfadados. Todas las emociones son legítimas y constituyen un objeto político en sentido colectivo. Cuando luchamos y arrancamos momentos de paz al caos del mundo, el reto consiste en convertir estas emociones en impulso.

François Ruffin – La emoción es movimiento. La razón debe entonces encauzar la dirección de este movimiento. El miedo, que yo llamo el pesimismo de la lucidez, y que nace del oscuro horizonte que tenemos ante nosotros, es normal. El riesgo está en no proponer ni remedios ni relatos frente a este miedo.

Una solución es mostrar los grandes momentos de la historia en los que estos cambios tuvieron éxito. Por ejemplo, 1945 con Ambroise Croizat y la Seguridad Social. Las cajas de solidaridad, las federaciones de trabajadores y las mutuas que ya se habían creado nos ayudaron a creer en una utopía factible, la Seguridad Social.

Nuestras prácticas pueden traer a nuestras vidas algo que «ya está ahí » . Los experimentos exitosos pueden reabrir la imaginación. Cuando se rompe la burbuja del «esto es lo que hay » , cuando mostramos que en otro lugar es diferente, se gana la batalla de la imaginación y la narrativa. Nuestro objetivo para mañana es que este » ya existe » no sea la excepción, sino que se convierta en la norma.

6. Crisis del liberalismo

El artículo de la semana de Patnaik. Según él, el marxismo -sea eso lo que sea- no está en crisis como filosofía política, pero el liberalismo sí, porque sus objetivos son imposibles. https://peoplesdemocracy.in/

La crisis del liberalismo
Prabhat Patnaik
CADA vertiente de la praxis política se nutre de una filosofía política que analiza el mundo que nos rodea, especialmente, en los tiempos modernos, sus características económicas. Sobre la base de este análisis, la filosofía política concreta establece los objetivos por los que hay que luchar, y la praxis política informada por ella lleva a cabo esta lucha. El objetivo puede ser difícil de alcanzar, más difícil en ciertos contextos que en otros, y esta dificultad puede actuar como un obstáculo para la praxis política; pero esto no constituye una crisis para esa filosofía política. La mera dificultad de alcanzar un objetivo no constituye una crisis. La crisis de una filosofía política surge cuando tiene una contradicción interna, cuando el objetivo que se propone está lógicamente en conflicto con alguna otra característica en la que cree.
Muchos argumentarían que el objetivo del socialismo que la filosofía política, el marxismo, propone, en el contexto actual se ha vuelto algo más difícil de alcanzar; pero esto, aunque explica el actual debilitamiento de la izquierda, no constituye ninguna crisis para el marxismo. La filosofía política llamada liberalismo, sin embargo, se enfrenta a una crisis en el sentido de que el objetivo que propone para la consecución de lo que percibe como la libertad humana es lógicamente imposible de alcanzar en un mundo que el propio liberalismo aprecia; en otras palabras, existe una contradicción lógica dentro de sí mismo que ha surgido en el curso del desarrollo de la economía y a la que no tiene respuesta. La crisis a la que se enfrenta el liberalismo es de esta naturaleza.
El liberalismo moderno se desarrolló en respuesta a la Revolución Bolchevique durante la crisis capitalista del periodo de entreguerras, como una forma de resolver esa crisis, y otras crisis similares que pudieran surgir en el futuro, sin trascender el capitalismo. Creía que la combinación de la democracia liberal al estilo occidental y el capitalismo moderado por la intervención del Estado proporcionaba el mejor marco para lograr la libertad humana. Creía que bajo las instituciones de la democracia liberal occidental, el Estado, lejos de ser un Estado de clase, expresaría la «racionalidad» social, y lo haría mejor que bajo cualquier otro marco institucional. De ahí que un Estado democrático liberal de este tipo pueda intervenir en la economía tanto para rectificar cualquier mal funcionamiento que pueda surgir debido al funcionamiento espontáneo del capitalismo, como para hacer que este funcionamiento espontáneo, incluso cuando no se trate de un mal funcionamiento, se ajuste a las exigencias de la racionalidad social. Esta versión del liberalismo, en cuya formación había desempeñado un papel importante el economista inglés John Maynard Keynes y que Keynes había denominado «nuevo liberalismo», se diferenciaba de las versiones anteriores del liberalismo en la medida en que esas versiones anteriores habían querido que la intervención del Estado fuera mínima, en la creencia errónea, que había prevalecido antes, de que la economía capitalista funcionaba siempre con «pleno empleo».
Esta nueva versión del liberalismo, incluso si no entramos en su validez dentro del marco institucional que contempla (y es totalmente inválida, entre otras cosas, por el fenómeno del imperialismo que ni siquiera conoce), deja ciertamente de ser válida cuando el capital, incluidas las finanzas, se globaliza. En efecto, en este caso no se trata de un Estado-nación que preside un capital esencialmente nacional, sino de un Estado-nación que se enfrenta a un capital globalizado; y en esta confrontación, el Estado-nación debe ceder a las exigencias del capital globalizado por miedo a provocar una fuga de capitales, lo que significa, como admitiría incluso el más ardiente «nuevo liberal», que el Estado no puede actuar como encarnación de la racionalidad social.
Dicho de otro modo, el «nuevo liberalismo» partía de la base de que el ámbito de actuación del Estado y el ámbito de actuación del capital originario de ese país coincidían más o menos. De hecho, así era cuando Keynes escribía e incluso después. Pero con la creciente globalización del capital, esta presunción pierde su validez. Y cuando esto ocurre, es irreal incluso pretender que el ejecutivo del Estado se vea empujado por la opinión pública a actuar de la forma que considera socialmente racional, independientemente de si el capital globalizado está de acuerdo con dicha actuación.
Las raíces de la crisis del liberalismo se encuentran, por tanto, en el fenómeno de la globalización; pero esta crisis se manifiesta claramente en el periodo de crisis del neoliberalismo cuando aparece en escena el desempleo masivo a gran escala, que era exactamente lo que Keynes pensaba que era el talón de Aquiles del capitalismo que, a menos que se superara mediante la intervención del Estado, haría que el sistema fuera vulnerable a una revolución al estilo bolchevique.
La «gestión de la demanda» keynesiana, que se suponía iba a superar las crisis de sobreproducción que asolaban al capitalismo, requiere que el aumento del gasto público, la panacea para la crisis, se financie bien recaudando más impuestos a costa de los ricos, bien no recaudando ningún impuesto adicional, es decir, mediante un mayor déficit fiscal: un mayor gasto público financiado recaudando más impuestos a costa de los trabajadores, que de todos modos consumen gran parte de sus ingresos, no aumentaría la demanda agregada y, por tanto, no aliviaría la crisis. Pero estas dos formas de financiar el gasto adicional del Estado, gravando a los ricos y aumentando el déficit fiscal, son rechazadas por el capital financiero globalizado que, por lo tanto, elimina el alcance de cualquier intervención fiscal del Estado contra la crisis. Por supuesto, puede intervenir a través de instrumentos monetarios, pero estos, como es bien sabido, son extremadamente contundentes, a menudo fomentando la inflación que agrava la crisis, en lugar de estimular un mayor gasto privado. Por lo tanto, dentro del neoliberalismo no hay forma de superar la crisis; el «nuevo liberalismo» de Keynes sale mal parado. El callejón sin salida del régimen económico neoliberal se convierte así en una crisis de la filosofía política del liberalismo.
Esta entrada en el callejón sin salida económico puede ilustrarse con el ejemplo de Europa. Hasta mediados de los setenta, la tasa de desempleo en los países de la UE (15 en aquel momento) había sido inferior al 3% durante un largo periodo. Empezó a subir a finales de los setenta y en los ochenta, a medida que avanzaba la globalización, y desde entonces se ha mantenido aproximadamente por encima del 7% de media, aunque con variaciones entre países; y la intervención del Estado ha sido incapaz de reducirla.
Dado que un único Estado-nación no puede intervenir para impulsar la demanda agregada y reducir el desempleo cuando se enfrenta al capital globalizado, el país puede o bien imponer controles de capital para salir por completo de la vorágine de las finanzas globalizadas, o bien tener un estímulo fiscal coordinado junto con otros países, en cuyo caso se puede frenar la tendencia del capital a salir volando de cualquier país que amplíe la demanda (ya que todos los países seguirían una política similar de expansión del gasto del Estado). La primera de ellas implica salir del régimen neoliberal: los controles de capital también necesitarían, tarde o temprano, controles comerciales, y esto significa que se infringiría el carácter básico de un régimen neoliberal, a saber, los flujos relativamente irrestrictos de capital y de bienes y servicios. El capital financiero internacional se opondrá a ello con uñas y dientes, por lo que una vía de este tipo requeriría una movilización de clase alternativa que no puede limitarse a un programa de preservación del capitalismo monopolista.
La segunda de estas vías, si ha de ser un estímulo fiscal realmente coordinado en todos los países, requiere un grado de internacionalismo que el capitalismo, con su tendencia intrínseca a dominar la periferia, es incapaz de demostrar. Por lo tanto, en el mejor de los casos puede introducir un estímulo fiscal coordinado dentro de la metrópoli incluso imponiendo austeridad fiscal en la periferia, lo que significaría un endurecimiento del imperialismo. El capitalismo bien podría intentarlo, pero tal endurecimiento del imperialismo no puede ser reconocido por el liberalismo como una pluma en su sombrero; por el contrario, significaría una derrota del liberalismo tal y como se presenta a sí mismo, es decir, como un camino alternativo no socialista hacia la libertad humana.
Es este predicamento del liberalismo lo que constituye su crisis. No puede pretender que la libertad es posible dentro del capitalismo cuando existe un desempleo a gran escala que también mantiene bajos los salarios, provocando un estancamiento general o un empeoramiento de la condición del trabajo. No puede superar esta realidad material sin trascender el capitalismo neoliberal, cuya alianza de clases necesaria llevaría a la economía más allá del propio capitalismo. (Hablar de retroceder a un capitalismo pre-neoliberal es análogo a hablar de volver a un siempre mítico «capitalismo de libre competencia» como medio de acabar con los males del capitalismo monopolista, que Lenin había puesto en la picota en su libro Imperialismo). Cualquier aceptación de un estímulo fiscal coordinado sólo entre los países metropolitanos para reducir el desempleo que deje fuera de su ámbito a la periferia, equivale a una traición a lo que el liberalismo dice defender.
El liberalismo clásico se había venido abajo durante la Gran Depresión. El keynesiano, o nuevo liberalismo, se ha venido abajo con la crisis del neoliberalismo. Y no hay otras versiones del liberalismo disponibles, o incluso posibles, que puedan sacar a las economías de su estancamiento actual manteniéndolas confinadas en su tegumento capitalista.

7. Trump el influencer

Un artículo en Sidecar sobre lo bien que se vende Trump personalmente, mientras muchos de sus negocios son totalmente ruinosos. El autor, que es italiano, encuentra un antecedente del tipo de político en Berlusconi, aunque con ventaja para este último. https://newleftreview.org/

El problema Trump Marco D’Eramo 07 May2024

Un misterio rodea a Donald Trump: si es tan bueno vendiéndose a sí mismo, ¿por qué es tan malo vendiendo los productos de su propia marca? Que se vende bien a sí mismo es evidente; de lo contrario, no tendría a uno de los partidos políticos históricos de Estados Unidos atado de pies y manos, como un cachorro bien adiestrado. No habría ganado la presidencia del imperio más poderoso de la historia, ni correría el riesgo de volver a ganarla. Como resultado, durante los últimos siete años la mitad de los comentaristas políticos del mundo han hablado de poco más.

Es más, el mes pasado demostró que podía venderse no sólo políticamente, sino también financieramente, cuando el valor en papel del Trump Media & Technology Group rozó los 10.000 millones de dólares (antes de caer en 2.000 millones cuando se hizo público el balance de 2023). Está claro que Trump se estaba vendiendo a sí mismo aquí, ya que TRUTH, el medio social controlado por TMTG, sólo tiene 9 millones de usuarios y registró unas pérdidas de 58 millones de dólares para el año 2023, después de perder 50 millones el año anterior. Estas cifras son irrisorias comparadas con las de X, más conocida como Twitter, que tiene 550 millones de usuarios e ingresos de más de 5.000 millones de dólares. Solo su identificación con Trump podría explicar por qué un proyecto tan endeble y deficitario se valoró (brevemente) en una suma tan desorbitada.

Pero igualmente evidente, y bastante divertido, es el desastroso rendimiento de los numerosos productos lanzados bajo el logotipo del hombre naranja. Una lista no exhaustiva, por orden cronológico:

  • Trump: The Game, un juego de mesa lanzado en 1989, se vendió mal. Se reeditó en 2004 coincidiendo con El Aprendiz, pero volvió a fracasar. Hoy es una pieza de coleccionista para los trumpómanos.
  • Transbordador Trump, lanzado en 1989. Una aerolínea regional que operaba entre Nueva York, Boston y Washington, con alfombras de mármol burdeos y sanitarios dorados. Quiebra en 1991.
  • Agua de mesa Trump (Ice Natural Spring), a la venta en 1990, en botellas de plástico baratas. Se dejó de comercializar en 2010, aunque sigue disponible en restaurantes y campos de golf de la marca Trump.
  • Trump Pale Ale, anunciada en 1998 pero que nunca salió a la venta. Lo mismo ocurrió con dos refrescos, Trump Fire y Trump Power.
  • Donald Trump: The Fragrance, una marca de perfumes lanzada en 2004. Vendida bajo varias marcas, siempre con pérdidas, la colonia se relanzó este año como Victory47.
  • La Universidad Trump, que abrió sus puertas en 2004, no era una universidad y no concedía títulos. Impartía cursos de pocos días sobre cómo hacerse rico, con tarifas de hasta 34.000 dólares. Demandado por 7.000 antiguos alumnos, Trump llegó a un acuerdo por 25 millones de dólares tras su elección en 2016.
  • Vodka Trump, lanzado en 2005 como «Success Distilled». Dejó de comercializarse en 2011, aunque sigue vendiéndose en Israel, donde fue muy popular en Pascua por destilarse a partir de patatas y no de cereales.
  • Agencia de viajes en línea GoTrump.com, creada en 2006, que prometía viajes al estilo Trump. Cerró al año siguiente.
  • Trump Steaks, lanzado en mayo de 2007, anunciaba el filete a 96 dólares la libra. Cerró dos meses después por una deuda de 715.000 dólares con los proveedores.
  • Trump Home, una marca de mobiliario, se lanzó en 2007. Produjo el colchón Trump, con muy malas críticas. Tras varios contratiempos, desapareció de las tiendas en 2017.
  • DJT, un restaurante de carnes, abrió en Las Vegas en 2008. Cerró brevemente en 2012 por supuestas 51 infracciones sanitarias, como parásitos en fletán poco hecho, yogur caducado, caviar de un mes, pato de cuatro meses, salsa de tomate de dos semanas, aliño de cacahuete caducado y un congelador que no funcionaba correctamente.
  • Bodega Trump, una finca de 500 hectáreas en Virginia, adquirida por Trump en 2011 y dirigida por su hijo Eric. Produce varios vinos, entre ellos Trump Pinot Noir, etc.
  • Zapatillas Trump, todas doradas, con una T mayúscula en la hebilla. Lanzadas en febrero de este año a 399 dólares el par.

Me saltaré otras iniciativas fallidas, como Trump Magazine o Trump Mortgage, pues el panorama ya está bastante claro.

Está claro que el propósito de vender estas cosas no era político. Trump no utilizaba la mercancía para difundir ideas, como con las camisetas de los partidos, o las chanclas tories con la cara de Keir Starmer, o el humor cuartelero de los condones del UKIP con una foto de Nigel Farage y el lema «Para cuando tengas un Brexit duro»:

La única mercancía genéricamente política de Trump es su Biblia God Bless the USA, lanzada en marzo de este año por 59,99 dólares. Además del texto canónico de King James, incluye la Constitución de EE.UU., la Declaración de Derechos, el Juramento a la Bandera y la letra de Lee Greenwood de God Bless the USA. Aún no sabemos cómo irán las ventas de la Biblia MAGA. En este caso, no es tanto que Trump quiera figurar como coautor (aunque no se puede descartar), sino que espera ganarse el cariño de los evangélicos, cercanos a él en muchos temas pero no tan aficionados a sus relaciones con estrellas del porno o a su papel en la industria del juego.

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Si Trump no vende mercancía para difundir ideas, ¿quizá quiera utilizar sus ideas para vender mercancía: no dinero por política, sino política por dinero? De hecho, como muestra la lista, Trump ya vendía juegos de mesa y agua de manantial en 1990, cuando aún era un promotor inmobiliario, implicado en varios procedimientos de quiebra. Trump empezó a vender su imagen antes de ser Trump. Esto nos dice algo vital sobre la idea que tiene de sí mismo. Como solía decir alguien muy querido para mí: «Si tú no crees en ti mismo, ¿por qué deberían hacerlo los demás?». Trump ya cultivaba una gran opinión de sí mismo a finales de los años ochenta.

La lista también muestra que la marca Trump se disparó con El Aprendiz. Aunque el perfume, el vodka, el turismo y los filetes fueron un fracaso, su multiplicación indica que el reality show -un éxito en sus dos primeras temporadas, cuyos índices de audiencia se hundieron después- funcionó para revelar a Trump ante sí mismo, como si por fin hubiera encontrado su camino. La disparidad entre el impulso del lanzamiento promocional y la mediocridad del producto demuestra que, para Trump, lo importante siempre ha sido el envoltorio, no el objeto.

En este sentido, fue un precursor. Muchos comentaristas, italianos en particular, señalan a Berlusconi como el antepasado de Trump. Berlusconi también se hizo rico como promotor inmobiliario, y luego construyó su carrera política en la televisión (y en su club de fútbol). Berlusconi se presentaba a sí mismo como el antipolítico, que aportaba a la gestión del país los conocimientos técnicos que le habían convertido en un empresario de éxito. Al igual que Trump, Berlusconi era un abanderado de la misoginia y el machismo, y se rodeaba de «mujeres como objetos».

Trump también era promotor inmobiliario y también se presentaba como el salvador antipolítico de la política. Pero aquí acaban las similitudes. Berlusconi hizo su dinero él mismo, y no lo heredó de su padre. Berlusconi compró un equipo de fútbol de segunda división y se preparó para ganar la Copa de Campeones de Europa. Trump nunca consiguió comprar un equipo de fútbol americano, a pesar de sus múltiples y vanos intentos de adquirir los Boston Celtics. Berlusconi era el propietario de un canal de televisión, no el presentador de un programa. Berlusconi era la cosa en sí, mientras que Trump siempre intentó presentarse como la imagen de la cosa; por eso El Aprendiz le sentaba tan bien.

El canal de Berlusconi emitía programas de telerrealidad, aunque sólo después de llegar al poder. Pero nunca habría soñado con ser presentador de un reality show, o aparecer en uno. Esto indica una cesura en el ámbito de las comunicaciones: con el reality show, también apareció lo que ahora llamamos el influencer. Mientras Berlusconi hacía política como magnate, Trump hace política como influencer, haciendo de magnate. No por casualidad dijo que los reality shows eran «para los de abajo de la sociedad». Como muestra nuestra lista, Trump ya pensaba y actuaba como un influencer en los años 80, décadas antes de que apareciera el tipo. Es el primer político estadounidense de primer nivel que ha interiorizado las modalidades de las redes sociales con fines políticos.

*

Los críticos han tratado a Trump como una calamidad que hay que deplorar, más que como un problema que hay que resolver. Su novedad sin precedentes -nadie, a finales de 2012, podía predecir su meteórico ascenso- sigue obligándonos a explicar por qué no previmos lo que ocurrió. Gran parte del tratamiento de Trump recuerda esa noción inútil, la «catástrofe humanitaria», que nos dice que algo feo ha sucedido entre la cabeza y el cuello de algún desafortunado portador de (sólo) derechos «humanos», sin decir por qué ni cómo – sin que nadie sea culpable, ni responsable.

O, lo que es peor, se echa la culpa a los (muchos) votantes que le apoyaron, por lo que se les considera irremediablemente estúpidos, perversos, racistas o incluso fascistas; el equivalente a decir que sería mejor si el gobierno dependiera un poco menos de los votantes, si el sistema político fuera un poco menos representativo: una vuelta al «gobierno de los mejores», quizá ahora de una «aristocracia cognitiva». Si se trata a Trump como un problema, en lugar de como una calamidad, surgen cuestiones más desconcertantes.

Mientras tanto, es más fácil entender cómo Trump, el influencer, es bueno vendiéndose a sí mismo, pero no mercancías que no se corresponden realmente con su imagen. Como me explicó un célebre gurú de la publicidad, Trump tiene poca relación real con los juegos de mesa o el agua mineral: «Si tus productos son malos, o borrosos, o demasiado caros, y solo puedes contar con la mitad del mercado potencial, y la imagen, el estilo y el comportamiento de tu celebridad casan mal con lo que vendes, pues es obvio que vas de cabeza a la caída».

Añadió una observación interesante:

‘No estoy seguro de que la metáfora de «vender» sea tan apropiada, si hablamos de votos y apoyo político. Un voto es algo que das a alguien, por mil razones: rabia, simpatía, interés, identificación, falta de alternativas, resentimiento, conveniencia… Darlo no te cuesta nada, y puedes obtener cierta satisfacción de ello. Si no, es sencillo: no vas a votar. Sin embargo, comprar algo te cuesta dinero, y cuanto más caro es, más tienes que pensar. O al menos, más tienes que ser capaz de racionalizar tu elección y demostrar que merece la pena, aunque haya sido una compra impulsiva. En este sentido, los consumidores son más racionales que los votantes. No es casualidad que uno de los eslóganes políticos más agudos de la historia -el cartel de JFK sobre Nixon en 1960, en el que se preguntaba: «¿Le compraría usted un coche usado a este hombre?»- intentara persuadir a los votantes convirtiéndolos en consumidores».

A continuación, presentó una larga lista de razones para votar a Trump, señalando que algunas de ellas le parecían bien fundadas, a pesar de que ella misma «no es exactamente una votante de Trump». He aquí algunas de ellas:

  • Porque MAGA y America First son dos grandes promesas (¿quién se acuerda de los eslóganes de Biden?).
  • Porque puedes entender lo que dice
  • Porque parece convencido de lo que dice, mucho más que Biden
  • Porque este wokeness ha ido demasiado lejos
  • Porque «vamos a ver qué pasa», no puede ser peor.
  • Porque los periódicos y las cadenas de televisión dicen mentiras, y yo sólo me fío de lo que leo en mi burbuja de internet

En este punto es habitual preguntar a los lectores con cuántos están de acuerdo.

Sobre la eficacia del eslogan de JFK, sin embargo, se podría objetar que los demócratas perdieron la Casa Blanca frente a Nixon en 1968 y 1972, aunque no comprarían su coche usado. Además, no hay mucho en esta lista que convenza al director general de una gran empresa, con miles de millones en ventas y cientos de miles de empleados, para dar a Trump su apoyo financiero. Y, sin embargo, los hay. Aquí está el director de uno de los mayores bancos del mundo, según informa el New York Times: Los asistentes a Davos necesitaban tranquilidad, y Jamie Dimon, presidente y consejero delegado de JPMorgan Chase, tenía algo que ofrecer. En una entrevista con la CNBC que acaparó titulares en todo el mundo, Dimon elogió las políticas económicas de Trump como presidente. Sea honesto», dijo Dimon, sentado ante un telón de fondo de árboles de hoja perenne cubiertos de nieve, vestido informalmente con una americana oscura y un polo. Tuvo algo de razón sobre la OTAN, algo de razón sobre la inmigración. Hizo crecer la economía bastante bien. El comercio. La reforma fiscal funcionó. Tenía razón sobre China».

Es decir, las clásicas políticas liberal-capitalistas, à l’américaine. Por eso Trump sigue siendo un problema y no solo una calamidad.

8. Relaciones Francia-África

Entrevista sobre las relaciones Francia-África en multitud de temas.

https://investigaction.net/

Antoine Glaser: «Aprender de África»

Falasteen 10 de mayo de 2024

Antoine Glaser, especialista en África, nos lleva al corazón de las relaciones entre Francia y África a través del prisma de la diáspora africana y del crucial periodo poscolonial para comprender la pérdida de influencia de Francia en un África en vías de globalización.

¿Qué importancia tiene la diáspora africana en Francia a la hora de criticar las políticas francesas en África?

La diáspora africana incluye a personas a las que se ha concedido asilo político y otras que son franceses de origen africano de2ª,3ª o4ª generación.

Dada su situación, el techo de cristal1, el racismo y la dificultad de encontrar alojamiento, los franceses de origen africano son muy activos en las redes sociales. Francia es uno de los países donde hay menos integración, con un techo de cristal muy claro en el que algunas personas no pueden conseguir empleos que tendrían en otros países anglosajones o como los turcos tienen en Alemania.

No debemos creer que estas diásporas no se interesan por lo que ocurre en su país de origen, a veces incluso aunque nunca hayan estado allí. Existe un resentimiento subestimado de la diáspora africana hacia Francia, por su política en su país de origen, pero también porque ven cómo se les trata cuando están en Francia.

¿Cómo se manifiesta este resentimiento entre las generaciones más jóvenes de África?

La primera palabra es frustración. La gestión y la política de visados se han confiado al Ministerio del Interior, lo cual es grave, porque incluso cuando se organizan conferencias es muy difícil conseguir que vengan artistas e intelectuales africanos.

Es evidente que los jóvenes francófilos se dirigirán a Francia para estudiar, pero como se lo impiden, acaban yéndose a Fez, a Estados Unidos o a cualquier otra parte del mundo.

Se dicen a sí mismos que Francia ha sido dominante en su país durante gran parte de su historia, que hace grandes declaraciones sobre ser el único país que conoce bien África, pero al mismo tiempo impide que la gente se desplace.

¿Qué importancia tiene el periodo poscolonial para comprender las relaciones actuales entre Francia y África?

El periodo poscolonial tenía su propio sistema político, militar y financiero integrado.

Político, porque Francia había cooptado a líderes africanos y los había instalado en sus antiguas colonias. La mayoría de estos líderes habían sido ministros o suboficiales del ejército francés que luchaban en Argelia o Vietnam antes de la independencia. Algunos ejemplos son los presidentes de Costa de Marfil y Senegal, Houphouët-Boigny y Léopold Sédar Senghor respectivamente, el general togolés Eyadéma y el mariscal centroafricano Bokassa.

Militar, porque Francia tenía bases militares en todas sus antiguas colonias.

Y financieramente, porque a través de la cuenta de operaciones con el Tesoro francés, Francia siguió controlando el franco CFA tras el paso al euro. Este sistema integrado significaba que, en aquella época, las empresas francesas no tenían competencia en África. En nombre de la lucha contra la Unión Soviética, los aliados de Francia le permitieron controlar al menos el 50% de los mercados africanos. De este modo, Francia pudo beneficiarse de los descubrimientos de petróleo de Elf Aquitaine en el Golfo de Guinea y de uranio en Níger y Gabón.

Su pérdida de influencia se debe al anacronismo histórico y a la arrogancia de Francia: tras la caída del Muro de Berlín, siguió actuando como si estuviera en casa en África. Este es el tema de mi libro Arrogante como un francés en África. Fue en un momento en que el continente se globalizaba, con la llegada de Turquía y China, por ejemplo. Pero también en un momento en que los aliados de Francia, como Alemania y España, que ya no querían estar atados a Francia en términos de política europea en África, empezaban a desarrollar relaciones bilaterales con Estados africanos.

La cuota de mercado de Francia ha caído del 10,6% en 2002 al 4,4% en 2022, mientras que los chinos tenían una cuota de mercado del 3% en África en 2002, y ahora tienen el 18,8%.

¿Cómo se manifestó este anacronismo en la práctica?

El principal error de Francia fue su presencia militar en África y, en particular, la operación Barkhane, que abarcó un territorio de al menos cinco millones de kilómetros cuadrados. Esta operación perpetuó la impresión de que la política de Francia en África estaba dominada por las decisiones tomadas en París. Nuestro joven Presidente, que afirmaba que Francia ya no tenía una política en África, seguía sin embargo dando lecciones a los jefes de Estado africanos, que se aprovechaban de la situación para evitar ejercer sus poderes soberanos y pasar la pelota a Francia cuando su país tenía problemas.

¿Este comportamiento es específico de Francia?

Francia es única en seguir pensando que está en casa y dando lecciones a sus antiguas colonias.

Durante todo el periodo poscolonial, Francia exportó su constitución a estos países. En los años 80, todavía había 50.000 franceses en un país como Costa de Marfil, con cooperantes en todos los niveles de los ministerios. Francia había transferido todos sus sistemas administrativos, militares y políticos.

Estamos entrando en un periodo de «África para los africanos».

El continente ha vuelto a convertirse en un espacio geoestratégico, y los dirigentes africanos tienen al mundo en su sala de espera. África mantiene relaciones bilaterales con Arabia Saudí, Qatar y Emiratos, que compiten entre sí en el continente.

¿Por qué estos desconocidos Estados del Golfo intentan introducirse en África?

Ha habido problemas entre Arabia y Qatar, aunque sólo sea en el plano religioso. Por ello, la región del Sahel es objeto de proselitismo religioso, incluso por parte de Marruecos. Porque todos estos países intentan existir en el campo de las armas y de la religión. Qatar ha invertido un 15% en yacimientos petrolíferos en el Congo.

Europa está debilitada y África se globaliza. Pero va a tener que hacer valer su soberanía frente a sus nuevos retos y no seguir siendo devorada por países extranjeros.

¿Como en el Congo?

En el Congo, existe una disputa local por los minerales entre la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda, que apoya al M23. Ruanda es un país pequeño, por lo que obviamente está interesado en estos minerales. También es un país bien gestionado, pero extremadamente autoritario. La RDC está peor gestionada, y los congoleños reprochan a Europa su doble rasero: cuando Rusia invadió Ucrania, se movilizó, pero cuando Ruanda invadió el Congo a través del M23, permaneció en silencio.

Las grandes potencias vienen ahora a África en busca de intereses mineros y geoestratégicos y de todo lo que es importante para nuestros smartphones, como el tantalio, el iridio y el litio. Pero todas actúan de forma diferente. Rusia no quiere que nadie interfiera en sus asuntos internos, así que no interfiere en los asuntos de los Estados africanos. Está allí para hacer negocios y, sobre todo, busca el apoyo político de los países africanos.

China ha creado Institutos Confucio en todas sus universidades y también está muy implicada en la construcción de infraestructuras, edificando grandes palacios y estadios.

Turquía también es muy fuerte en la construcción de infraestructuras. A través de Turkish Airlines, tiene destinos en casi todos los rincones del continente africano, así como embajadas en 42 países.

Todo el mundo tiene un hermano enemigo en África. Francia considera que Rusia aún tiene una zona de influencia en el Sahel. Para los estadounidenses, el principal enemigo en la «guerra económica» son los chinos, muy activos en todo el continente. Los Estados africanos comercian con China con materias primas estratégicas a cambio del reescalonamiento de la deuda.

Entonces, ¿no es necesariamente positivo para África acercarse a ciertos países BRICS?

En el plano geopolítico mundial, los países del Sur ya no aceptan este Consejo de Seguridad posterior a la Guerra Fría en el que prácticamente sólo tienen asiento las potencias nucleares, en el que no existen todos los países del Sur como África y América Latina y en el que las grandes potencias deciden el futuro del mundo y el lugar de cada uno. Así nacieron los BRICS.

No es necesariamente positivo para África acercarse a ciertos países BRICS, pero ahora depende de los africanos vivir su propia vida política, y desde luego no es apoyo externo lo que África necesita. Lo que ha ocurrido en Senegal nos da grandes esperanzas. Ousmane Sonko y Bassirou Diomaye Faye fueron despedidos de sus puestos de inspectores de hacienda por no ejercer su «derecho de reserva» al haber denunciado la corrupción en su país. Ahora están al frente de Senegal. Es extraordinario. No contra el mundo exterior, sino porque se trata de una toma de poder popular y democrática contra un gobierno autoritario que utilizaba la justicia en su beneficio y era en parte corrupto.

Pero la Unión Africana todavía no es muy funcional, y los países que no pertenecen a ella siguen teniendo peso apoyando regímenes a menudo autoritarios.

Francia dice que ya no tiene intereses en África, pero mientras hablamos Francia sigue teniendo el puesto de Subsecretario de Operaciones de Mantenimiento de la Paz. Tiene la antorcha de las Naciones Unidas para África. Esto permitió a Francia en 2011 intervenir y entrenar a todos sus aliados en Libia y Costa de Marfil con un mandato de las Naciones Unidas. En Costa de Marfil fueron las tropas francesas las que bombardearon el palacio de Laurent Gbagbo. Esta es la hegemonía de Francia en África.

Pero mucho antes, los colonos llegaron a las costas de África Occidental y dividieron a los pueblos en dos, como los Éwés. Una parte está en Togo y la otra en Ghana. Una parte habla inglés y la otra habla francés, aunque sean el mismo pueblo.

Los militares franceses llegaron a Chad a principios del siglo XX y creo que Chad será el portador de la última bandera francesa.

Como acaba de mencionar, los europeos cortaron África en rebanadas napolitanas, que a veces separaban familias y grupos étnicos. Estas fronteras han dado paso ahora a naciones con sus propias banderas. ¿Cómo se apropian los africanos de estas banderas, que al fin y al cabo no son suyas?

Hubo un tiempo en que los colonizadores jugaban con los antagonismos y los acentuaban. Sobre todo en Ruanda, donde los belgas favorecieron a los tutsis.

No se puede negar que hay grupos étnicos en África, pero hoy en día ni un solo africano te dirá que hay que abolir las fronteras, se han creado naciones y es muy difícil dar marcha atrás.

Las comunidades africanas de diferentes naciones se llevan muy bien. El pueblo Baule, por ejemplo, en Costa de Marfil: originalmente su rey estaba en Ghana, así que siguen teniendo ritos casi religiosos entre ellos.

Ciertamente existe el Estado, pero muchos tienen su propia vida comunitaria. Es un antagonismo, pero no decisivo. Ousmane Sonko, por ejemplo, es de Casamance2 ymás concretamente de la región independentista de Ziguinchor3, pero no dice que haya que crear Casamance. Simplemente hay que crear comunidades homogéneas para que unos no se sientan oprimidos frente a otros.

Esto puede favorecer el desarrollo de la Unión Africana.

Absolutamente. Sólo puede evolucionar mediante la integración regional.

Marruecos ha sugerido a los golpistas de Malí, Burkina y Níger que lleven sus mercancías a través del Atlántico en lugar de hacerlo a través de países de África Occidental como Senegal y Costa de Marfil. A través del comercio, veremos surgir poco a poco la integración regional. Tres millones de personas de Burkina Faso trabajan en los campos de cacao de Costa de Marfil. Quizás un día un burkinabé ya no necesite pasaporte marfileño para cruzar la frontera.

África es un continente inmenso con pequeños países como Gabón, por ejemplo, donde hay manganeso, y toda una parte del pulmón forestal del mundo con toda la cuenca del Congo. Pero no hay más de un millón de habitantes. Otros países están muy poblados, como Nigeria, que tendrá 340 millones de habitantes en apenas diez años.

¿Cuál es la posición de las ONG y los agentes no estatales en esta retirada de Françafrique?

El mundo de las ONG es muy amplio. Sylvie Brunel fue una de las primeras en reconocer que Action Contre la Faim (ACF), por ejemplo, utilizaba una parte excesiva de su presupuesto para sus propias operaciones, en detrimento de África y sus objetivos. Otros están haciendo un excelente trabajo de análisis.

¿Qué opina del famoso dicho «dale un pez a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá para siempre»?

¡Como si los africanos no supieran pescar!

¿Pueden las iniciativas de desarrollo sostenible reforzar los lazos entre Francia y África convirtiendo a este continente en protagonista de estos nuevos avances?

Cualquier africano te dirá que África sólo representa el 4% del efecto invernadero, mientras que el resto del mundo representa el 17%. Los países del Norte deberían empezar por casa, antes de venir a molestarles para que no toquen sus bosques cuando tienen que vivir.

¿Qué recomendación haría a Francia para que reajuste su posición respecto a África?

Sólo tengo un consejo para Francia: aprended de África.

Es un continente extraordinario, con una naturaleza y una gente extraordinarias. Hay que aprender de África.

Toda la política de Francia en África es de asimilación; viene del Siglo de las Luces. Pensábamos que les llevábamos la modernidad, nuestras infraestructuras, etcétera. Los franceses querían crear pequeños africanos a su imagen y semejanza. Tenemos que darle la vuelta a la tortilla.

Aquí se habla mucho de las madres solteras. En África, hay sistemas de aldeas que garantizan que los niños nunca sean abandonados. También hay sistemas de parentesco muy complejos en los que a veces el tío cuenta más que el padre. Si el padre se va o tiene varias esposas, el hermano de la madre se ocupará del niño. Son sistemas sociales muy complejos de los que tenemos mucho que aprender.

También a nivel humano. Les parece increíble que un anciano muera solo, sin nadie a su lado.

Aprender sobre África significa también aprender a reconocer la diversidad de su naturaleza, de sus habitantes y de todo lo que la compone. También significa escuchar la historia, que en África se transmite oralmente. De ahí viene el dicho: «Un viejo que muere es una biblioteca que arde».

9. Defender lo indefendible

Reseña de dos libros tecnooptimistas y a favor del capitalismo publicados recientemente en EEUU. https://climateandcapitalism.

Defender lo indefendible. ¿Puede el capitalismo resolver la crisis ecológica?

7 de mayo de 2024

Dos nuevos libros sostienen que el capitalismo verde nos salvará. Ninguno es convincente. Akshat Rathi
CLIMATE CAPITALISM
Winning the Race to Zero Emissions and Solving the Crisis of Our Age

Greystone Books

Hannah Ritchie
NOT THE END OF THE WORLD
Ho
w We Can Be the First Generation to Build a Sustainable Planet
Penguin Random House

por Andrew Ahern

Dos nuevos libros sostienen que el capitalismo resolverá la crisis climática y ecológica. Aunque defienden este argumento con estilos y enfoques diferentes, Climate Capitalism: winning the race to zero emissions and solving the crisis of our age, del periodista de Bloomberg Akshat Rathi, y Not the End of the World: cómo podemos ser la primera generación que construya un planeta sostenible, de la científica de datos Hannah Ritchie, llevan al lector a una conclusión similar: nuestro sistema social y económico actual (el capitalismo) producirá el cambio tecnológico necesario gracias a las fuerzas del mercado, máquinas más baratas e incentivos gubernamentales para dar lugar a una era de abundancia, progreso humano y a la «primera generación sostenible» del mundo.»

Tanto Rathi como Ritchie son tecnooptimistas y político-pesimistas que eluden el cambio social y político en favor de la sustitución tecnológica.

Climate Capitalism es más explícito en su apoyo al capitalismo para resolver la crisis climática que Not the End of the World (aunque, como sostengo, cada uno aclama al capitalismo en un grado u otro). Dividido en 12 capítulos, Rathi describe el ámbito en el que los capitalistas climáticos intentan abordar el cambio climático y «ganar la carrera hacia el cero neto». Para ello, la mayoría de las veces presenta el perfil de un empresario o capitalista individual, utilizando su formación periodística para elaborar un relato sobre el intento del capitalismo de volverse «verde» y evitar lo peor de la crisis climática.

Estas soluciones de capitalismo verde resultarán familiares a cualquiera que preste atención: desde los vehículos eléctricos, las energías renovables y la captura de carbono hasta las personas e instituciones que pregonan sus credenciales de capitalistas verdes, como Bill Gates y Unilever. Según Rathi, es la combinación de la empresa privada, la política gubernamental y las instituciones internacionales la que puede ampliar el cambio tecnológico que, en última instancia, ganará la carrera hacia el cero neto.

Ritchie adopta un enfoque diferente. En lugar de hacer un perfil de cualquier persona u organización, Richie presenta datos cuidadosamente seleccionados para contar su historia de progreso humano y medioambiental. A Ritchie le preocupa lograr la sostenibilidad en dos frentes: el bienestar medioambiental y el humano. Para ella, ninguna generación ha sido capaz de lograr ambas mitades al mismo tiempo. Las generaciones anteriores podrían haber tenido un menor impacto ambiental sin ser capaces de proporcionar una vida sana y sostenida a la humanidad, mientras que hoy hemos progresado en bienestar humano a costa del mundo natural.

En vista de ello, dice Ritchie, la gente (especialmente los jóvenes) ha recurrido al «catastrofismo» y a la creencia de que la humanidad no avanza en sus objetivos sociales o medioambientales. Ritchie describe No es el fin del mundo como el libro que desearía haber tenido cuando era adolescente.

Escribe para aliviar las preocupaciones y temores de los jóvenes empezando cada capítulo con un titular de prensa, señalando datos que podrían contradecir esas afirmaciones «hiperbólicas» e intenta ofrecer a los lectores esperanza ante nuestra actual crisis ecológica. Ritchie quiere ser el Hans Roling del ecologismo, aunque a menudo tiene el tono y el enfoque de un Steven Pinker. Mientras que Rathi se centra en el cambio climático, Ritchie se centra en la crisis ecológica más amplia, que incluye la biodiversidad, los plásticos de los océanos, la deforestación, etc.

Cada libro tiene sus puntos fuertes. Rathi da lo mejor de sí mismo cuando utiliza sus dotes periodísticas para contar la historia más larga de cómo hemos llegado hasta aquí, o cuando describe a una persona que de otro modo sería desconocida pero que ha desempeñado o desempeña un papel importante en la transición «verde» del capitalismo. Por ejemplo, aunque la mayoría sabe quién es Elon Musk y su influencia en los vehículos eléctricos, es posible que muchos no conozcan al ex Ministro de Ciencia y Tecnología de China, Wan Gang, que fue decisivo para que China invirtiera en la fabricación de vehículos eléctricos y, en última instancia, se convirtiera en lo que es hoy. El libro de Rathi se lee como si estuviera escribiendo una serie de artículos para Bloomberg, y al final decidiera consolidar doce historias diferentes en un solo libro.

El punto fuerte de Ritchie es su compromiso con las cifras y los datos. Ofrece datos interesantes sobre fenómenos como las emisiones per cápita de ella frente a las de sus abuelos, las necesidades de tierra del aceite de palma frente al de coco, los beneficios de los vertederos, entre otros. El intento de Ritchie de tratar de aliviar un poco la ansiedad y el estrés de las generaciones más jóvenes es bienvenido. Estoy de acuerdo con ella en que deberíamos inspirar a los jóvenes para que actúen y no recurrir a la creencia de que no se puede hacer nada. Además, mientras que la mayoría de los libros sobre la actual emergencia ecológica se centran únicamente en el cambio climático, Ritchie utiliza su libro para explorar múltiples cuestiones medioambientales interrelacionadas. Aunque la mayoría de las conclusiones a las que llega Ritchie parecen sugerir que las preocupaciones por la crisis climática o la contaminación por plásticos son exageradas, es honesta al afirmar que los políticos y el público en general no se están tomando suficientemente en serio la extinción masiva de especies. Estoy de acuerdo.

Sin embargo, más allá de estos puntos fuertes, sigo sin estar convencido de los objetivos centrales de ambos libros.

Para ser un libro sobre el «capitalismo climático», Rathi se basa en muchas formaciones económicas no tradicionales que no podrían describirse puramente como capitalistas. De hecho, el primer capítulo del libro de Rathi trata de China y de cómo llegó a dominar la fabricación de vehículos eléctricos. Al leer este capítulo, uno se da cuenta rápidamente de hasta qué punto las subvenciones estatales, la investigación estatal y los fabricantes de automóviles de propiedad estatal fueron esenciales para el auge de los vehículos eléctricos en China y, por tanto, en todo el mundo. Aunque existe un debate en curso sobre cómo caracterizar adecuadamente el sistema económico y social de China (como «capitalismo de Estado» o «socialismo con características chinas»), Rathi ni siquiera se molesta en abordar estos grandes problemas ni se acerca a la cuestión de si está de acuerdo en que el modelo del Partido Comunista Chino es lo que es o debería llegar a ser el capitalismo climático.

Del mismo modo, la empresa de energía eólica marina que describe es Orsted, un promotor de energías renovables cuyas acciones pertenecen mayoritariamente al gobierno danés. Rathi califica a Orsted de «ejemplo de la transición energética». Es terriblemente confuso llamar a una empresa energética de propiedad estatal el niño del cartel de la transición energética y al mismo tiempo escribir un libro defendiendo el llamado «capitalismo climático». ¿Cree Rathi que las empresas energéticas existentes o emergentes estarían dispuestas a vender sus acciones a los gobiernos y hacer que los sistemas energéticos pasaran a ser de propiedad pública para proporcionar la rápida transición energética limpia que necesitamos? De nuevo, Rathi ni siquiera se plantea esa pregunta.

Parte de esta confusión se debe a que Rathi nunca define claramente el capitalismo climático o el capitalismo en general. Cuando lo hace, no es precisamente un apoyo elogioso o una visión positiva de la supuesta «única opción disponible». Lo más cerca que llegamos a cualquier tipo de definición de capitalismo es una descrita como «crecimiento económico ilimitado» y un «sistema económico extractivo… establecido para maximizar los beneficios». A lo largo del libro, Rathi se apresura a decir a los lectores que el capitalismo «sin trabas» o «sin control» no resolverá la crisis climática. Pero lo que es o lo que parece el capitalismo encadenado y controlado escapa a la imaginación de Rathi. Al mismo tiempo que nos dice que no hay alternativa al capitalismo, no nos muestra cómo la única opción que tenemos está claramente definida o es realmente capaz de resolver el problema que se supone que debe resolver.

Esto nos lleva a otra crítica importante del capitalismo climático. ¿Qué significaría para el capitalismo climático «ganar la carrera hacia el cero neto»? Tal y como están las cosas, las emisiones y la producción de combustibles fósiles están en su punto más alto, y algunos modelos no prevén un final a corto plazo. Nos dirigimos hacia los 3 grados centígrados de calentamiento a finales de siglo con la política actual (e incluso esto supone una captura masiva, irrazonable y no escalonada de dióxido de carbono). La clase política y capitalista sigue sin tener la voluntad de transformar nuestro sistema alimentario para pasar de una agricultura intensiva, industrial y consolidada por las corporaciones a algo más democrático, biodiverso y sostenible tanto para las personas como para la tierra (Rathi no menciona la agricultura ni la alimentación en todo el libro, a pesar de que generan aproximadamente un tercio de todas las emisiones). Esto está ocurriendo a pesar de los aumentos récord en el suministro de energías renovables, el despliegue de vehículos eléctricos y la distribución de otras tecnologías verdes.

Lo que ocurre con «ganar una carrera» y reducir las emisiones lo bastante rápido como para evitar una catástrofe es que ambas cosas existen con plazos muy ajustados. Hasta ahora, el capitalismo no ha demostrado ninguna capacidad para avanzar lo suficientemente rápido. Para poner en perspectiva el fracaso del capitalismo, casi todos los principales países capitalistas del mundo aceptaron el umbral de 1,5 grados centígrados del Acuerdo de París, que ahora debemos superar en 2030 (Rathi califica este objetivo de temperatura de «arbitrario»). Si alcanzamos los 3 grados centígrados, se duplicará el aumento de la temperatura en comparación con el propio estándar que acordaron las clases capitalistas y políticas.

Eso no es ganar la carrera: es un fracaso absoluto y un lavado de cara ecológico. Rathi ha saltado a la línea de meta.

En un momento dado, Rathi apoya un impuesto sobre el carbono. Aunque los impuestos sobre el carbono han demostrado hasta ahora ser insuficientes para reducir las emisiones y no son el mayor movilizador político entre el público, es importante preguntarse qué ocurriría con los beneficios de las clases capitalistas si se aplicara un precio efectivo a las emisiones de carbono. Según un estudio pionero sobre los «daños corporativos del carbono», las empresas perderían el 44% de sus beneficios si tuvieran que pagar por los daños atribuibles a su contaminación climática. Cuando se preguntó a uno de los investigadores cuál sería la cantidad total en dólares por tales daños, el coautor Christian Leuz reveló que «A 190 dólares [el coste actual de la EPA estadounidense por tonelada de carbono], la industria de servicios públicos promedió daños superiores al doble de sus beneficios. Las industrias de fabricación de materiales, energía y transporte registraron daños medios superiores a sus beneficios».

Un análisis adicional de 2013 centrado en la fijación de precios de las externalidades medioambientales llegó a una conclusión similar que no augura nada bueno para el «capitalismo climático». El influyente analista del clima David Roberts, escribiendo para Grist en ese momento, concluye: «De los 20 principales sectores regionales clasificados por su impacto ambiental, ninguno sería rentable si se integraran plenamente los costes ambientales». Reflexionemos un momento: Ninguno de los principales sectores industriales del mundo sería rentable si pagara todos sus costes. Cero».

No pagar por los daños que causan sus sistemas de producción -lo que a menudo se denomina «externalidades»-, ya estén relacionados con la salud de las personas o con la sostenibilidad de los ecosistemas, ha sido para el capitalismo una forma de escapar a la caída de la tasa de beneficio y mantener su dominio a pesar de sus evidentes daños a las personas y a la biosfera. Este es el sistema, incluida su extrema desigualdad, su naturaleza antidemocrática y sus tendencias psicopáticas, que defiende Rathi.

Mientras que Rathi defiende explícitamente el capitalismo, Not the End of the World, de Ritchie, adopta un enfoque diferente para defender el business as usual. Para Ritchie, a pesar de algunas grietas aquí y allá, el capitalismo sigue siendo una fuerza progresista. Aunque admite que algunas cosas tienen que cambiar (el paso de los combustibles fósiles a la energía renovable y nuclear, más dietas basadas en plantas y la reducción de la sobrepesca), Ritchie se basa en datos muy selectivos para contar una historia de progreso aparentemente interminable mientras ignora estudios, fenómenos y alternativas que se oponen al tipo de capitalismo verde que está vendiendo.

Antes de analizar algunas de las implicaciones de su argumento y las políticas que respalda, es importante diseccionar algunas de las afirmaciones de Ritchie sobre su uso selectivo de los datos.

En primer lugar, a pesar del tono arrogante que utiliza Ritchie al hablar de la reducción de la pobreza, omite datos que contradicen su afirmación de que el capitalismo ha sido bueno para la reducción de la pobreza. Ritchie sugiere que la pobreza está disminuyendo. Pero, como señala Ritchie, la forma de medir la pobreza puede cambiar los resultados. En el libro, Ritchie utiliza el umbral de «pobreza extrema» de 2,15 dólares (PPA de 2017) al día. Pero como han señalado muchos estudiosos, este umbral es demasiado bajo para lograr incluso la nutrición necesaria, por no hablar de cosas como una vivienda digna y atención sanitaria. Los estudiosos han argumentado que se necesitan al menos 8,40 dólares para lograr una esperanza de vida normal, y 14,70 dólares para lograr una «salida permanente» de la pobreza. A estos niveles, entre 4.100 y 5.500 millones de personas viven en la pobreza, y la cifra ha aumentado desde 1990.

La pobreza está lejos de ser eliminada. De hecho, al ritmo actual de cambio, harían falta más de 200 años para resolver la pobreza medida a 8,40 dólares al día (PPA de 2017). En otras palabras, según el propio criterio de Ritchie, no seremos la primera generación en construir un planeta sostenible porque la pobreza persistirá durante muchas generaciones en el futuro. Esto no es progreso: es una acusación contra el sistema económico y social que Ritchie (y Rathie) defienden. Y en lugar de presentar estos datos a sus lectores, Ritchie los ignora para vender una narrativa.

Más allá de su deliberada omisión de uno de los indicadores más reveladores del progreso (o falta del mismo) en materia de pobreza, la narrativa de Ritchie sobre nuestra emergencia ecológica también es sospechosa. Ritchie es una defensora de la narrativa del crecimiento verde: la idea de que la tecnología y la eficiencia nos permitirán desvincular el impacto medioambiental del crecimiento económico. De hecho, esto es lo que, según ella, «nos permitirá ser la primera generación [sostenible]».

Lo que Ritchie no tiene en cuenta es que el crecimiento ecológico no existe en una forma que esté a la altura de la tarea. Múltiples estudios y revisiones bibliográficas han evaluado las tasas actuales y previstas de desacoplamiento necesarias para la sostenibilidad medioambiental y todos han llegado a conclusiones similares. Por citar solo uno: «En un trabajo de 2019, los autores revisaron 179 artículos publicados sobre desacoplamiento entre 1990-2019, sin encontrar pruebas del tipo de desacoplamiento necesario para la sostenibilidad ecológica», a un ritmo suficientemente rápido. Es más, muchas de estas narrativas de crecimiento verde se basan en una tecnología de captura de carbono poco razonable o en una gran desigualdad entre el Norte y el Sur Global para permitirnos desacoplar suficientemente el crecimiento de los impactos ambientales. Mientras que muy pocos países han logrado una desvinculación somera entre el dióxido de carbono y el PIB (el empleador de Ritchie Our World In Data tiene que arreglar su titular), el uso de los recursos no ha mostrado signos de desvinculación. El propio Panel de Recursos de Naciones Unidas ha indicado que el 90% de la pérdida de biodiversidad y el 55% de las emisiones de CO2 son atribuibles a la extracción y uso de recursos.

Pero la falsa narrativa del crecimiento verde no hace más que empeorar. Ritchie y otros partidarios del crecimiento verde proyectan el mundo de hoy sobre el futuro de mañana, a pesar de que la crisis climática y ecológica va a cambiar radicalmente nuestro estilo de vida, nuestra política y nuestra economía. La mejor prueba de este cambio en la economía mundial quizá sea la repercusión que el cambio climático y los daños medioambientales tendrán en el PIB durante el próximo siglo. Según un estudio reciente, se prevé una pérdida del 19% del PIB mundial a pesar de las reducciones de emisiones previstas para el próximo siglo.

En otras palabras, el carbono que ya está en la atmósfera nos está llevando por el camino del «desacoplamiento por desastre».

Si a esto le añadimos que el 55% del PIB mundial depende de una biodiversidad altamente funcional (que se está matando y muriendo de hambre a un ritmo alarmante), el futuro del crecimiento verde no es más que un cuento de hadas. Ritchie y sus propagandistas del crecimiento verde están asegurando un futuro de recesión económica permanente al seguir defendiendo el ethos de crecer o morir. De alguna manera, a pesar de que un libro depende de datos y estudios para defender sus argumentos, Ritchie ignora una vez más los datos y las pruebas que contradicen sus propias creencias tecnooptimistas basadas en la fe.

Por último, una de las principales afirmaciones de Ritchie a lo largo del libro se refiere a la importancia de maximizar el rendimiento agrícola. Su argumento es que la agricultura es la práctica que más impacto tiene sobre la tierra. Aumentando el rendimiento agrícola (sobre todo mediante OMG y otras prácticas de la «Revolución Verde») podemos reducir la necesidad de más tierras de cultivo y, por tanto, reducir el uso de la tierra, lo que permitirá una mayor captura de carbono y la conservación de la biodiversidad. Es lo que se conoce como «land sparing». Ritchie argumenta a menudo con contrafactuales sobre cómo diferentes sistemas alimentarios pueden o no requerir más tierra que el sistema agrícola intensivo, industrial y controlado por las empresas que ella defiende.

Sin embargo, ¿la maximización del rendimiento agrícola indica por sí misma un uso sostenible de la tierra? No necesariamente. A lo largo del libro, Ritchie da por sentado que el aumento del rendimiento agrícola se traduce en una reducción de las tierras de cultivo, como si al hacer una cosa el resultado necesario fuera la otra. Pero hay un par de razones por las que esto no es cierto. En primer lugar, si un agricultor (o una empresa) aumenta el rendimiento, es probable que dicha entidad obtenga mayores ingresos o beneficios. En lugar de embolsarse todo el beneficio, el agricultor tratará de ampliar su explotación, invirtiendo en más tecnología o tierras para aumentar el rendimiento una y otra vez, con lo que tenderá a aumentar la cantidad de tierra utilizada y a acabar con la «tierra escatimada». Esto es algo normal en un sistema capitalista dependiente de la acumulación de capital. De alguna manera, Ritchie ni siquiera contempla tal proposición.

En lugar de analizar hipótesis de contraste como hace Ritchie, ¿qué dicen los datos sobre la relación entre el aumento del rendimiento y el ahorro de tierras? En un estudio de 2009, los investigadores examinaron 23 cultivos entre 1979 y 1999 en 124 países para ver qué efecto tenía el aumento del rendimiento agrícola en las tierras de cultivo. Descubrieron que en los países en vías de desarrollo había una débil tendencia al ahorro de tierras entre todas las tierras de cultivo, incluso cuando disminuía el uso de la tierra para cultivos básicos. En los países desarrollados, concluyen que «no había pruebas de que un mayor rendimiento de los cultivos básicos estuviera asociado a una disminución de la superficie de tierras de cultivo per cápita». Aquí vemos el resultado directo de que el ahorro de eficiencia en un área (cultivos básicos) queda anulado por el aumento del uso de la tierra en otros lugares. Este fenómeno de aumento de la eficiencia en un área mientras aumenta la agregada se conoce como paradoja de Jevons.

Los problemas no hacen sino empeorar para Ritchie y su tesis del ahorro de tierras. Un estudio de 2013 descubrió que, en seis países tropicales de Sudamérica entre 1970 y 2006, el aumento de los rendimientos agrícolas no se tradujo en una disminución del uso de la tierra agrícola, sino que, de hecho, aumentó. Un tercer estudio publicado en 2023 en la revista Biodiversity and Conservation también descubrió que la tesis del land sparing no dio el resultado que promete, concluyendo: «Mayores aumentos de rendimiento conducen a mayores tasas de deforestación en el África subsahariana y América Latina y el Caribe y el aumento de la media de rendimiento induce la expansión de la agricultura en Asia oriental y el Pacífico, dando apoyo a la hipótesis de la paradoja de Jevons.»

La paradoja de Jevons nos rodea por todas partes, y no sólo en la agricultura: los coches son más eficientes, pero las emisiones del transporte aumentan; los avances en eficiencia energética se ven anulados por el gran tamaño de las viviendas en Estados Unidos y, según la propia Administración de Información Energética estadounidense, el consumo de energía va a superar los avances en eficiencia energética en las próximas décadas a pesar del aumento de las energías renovables y las mejoras en eficiencia. En lugar de examinar contrafactuales, deberíamos prestar atención a los sistemas que tenemos en marcha y cómo están o no logrando la sostenibilidad. A pesar de que la paradoja de Jevons es un fenómeno bien conocido y comprobado, escapa a la atención de Ritchie. Es el mundo de Jevon y Ritchie hace todo lo posible por no vivir en él.

Para un libro que se vende como tan dependiente de los datos, Ritchie no ayuda a su caso al ignorar tantas pruebas fácilmente disponibles. De hecho, uno de los problemas que tengo con el libro es la cantidad de afirmaciones aparentemente científicas que Ritchie hace sin proporcionar ninguna cita para que los lectores las examinen por sí mismos. Esto me confundió tanto que me puse en contacto con el editor para obtener una copia del libro en PDF, pensando que tenía algún tipo de copia avanzada que podría no incluir todas las citas. Me decepcionó que el PDF tampoco contuviera las citas que buscaba. Los lectores se quedan en gran medida con la palabra de Ritchie sin ninguna forma de contrastar muchas de sus afirmaciones basadas en los estudios de los que extrae sus conclusiones.

Es un comportamiento sospechoso. Lo que es aún más sospechoso es cómo Ritchie afirma haber escrito un «libro apolítico». A pesar de sus supuestas intenciones, su impacto y su argumentación son profundamente políticos. De hecho, las cuestiones y conflictos en torno a la naturaleza son posiblemente el más político de todos los temas. Como escriben Bruno Latour y Nikolaj Schultz, «hablar de la naturaleza no significa firmar un tratado de paz; significa reconocer la existencia de toda una serie de conflictos sobre todos los temas relacionados con la existencia cotidiana, a todas las escalas y en todos los continentes. La naturaleza no unifica: divide».

Para decirlo claramente: Ritchie es ingenua. A lo largo del texto, recurre repetidamente a la noción apolítica de que «todos estamos juntos en esto». Odio tener que decírselo a Ritchie, pero no estamos todos juntos en esto. No estamos todos tirando en la misma dirección, por las mismas tecnologías, bajo los mismos sistemas de propiedad, con los actuales niveles de distribución de recursos, energía y riqueza. Son cuestiones fundamentalmente políticas, y como en todas las cuestiones políticas hay ganadores y perdedores: ¿quién m

¿Qué decisiones se toman? ¿Por qué se tomaron? ¿Cómo afectará eso a cierto tipo de personas frente a otras? En un mundo que se enfrenta a crecientes formas de conflicto, desigualdad y un colonialismo verde exacerbado, estas cuestiones políticas son dejadas de lado por Ritchie. No estoy del mismo lado que los mayores aplaudidores de Ritchie, como Bill Gates, William MacAskill o Stewart Brand. Estas personas pretenden dominar y adueñarse de la Tierra, con poca consideración por la democracia, la sostenibilidad sólida o la igualdad económica.

Al no dejar clara su ideología o posición política, y permitir los argumentos, la información y el respaldo de estos criminales capitalistas, Ritchie se ha posicionado del lado de los ricos y la élite. Decir que se está a favor de la «sostenibilidad» no es una posición política, por mucho que a Ritchie le gustaría acallar el ruido exterior y pasar de la política. A pesar de su optimismo, Ritchie es una pesimista de corazón. Permite que los mercados, la clase capitalista y la tecnología tomen las riendas de nuestra transición en lugar de los movimientos sociales y políticos que serían necesarios para permitirnos ser «la primera generación en construir un planeta sostenible».

No es difícil rellenar los huecos ideológicos de Ritchie al leer No es el fin del mundo. Desde su defensa de la Revolución Verde a pesar de sus extremas dimensiones coloniales y antidemocráticas, su falta de atención (y crítica superficial) a cualquier tipo diferente de civilización ecosocial, y los apoyos del libro por parte de algunos de los defensores más populares del capitalismo verde, el libro de Ritchie es cualquier cosa menos apolítico. Por ejemplo, a lo largo del libro, Ritchie apenas plantea ninguna alternativa a su futuro proyectado, y cuando lo hace, proporciona tácticas inútiles y pistas falsas. Por ejemplo, la cada vez más popular teoría económica y filosofía medioambiental del decrecimiento, a la que Ritchie dedica dos páginas.

En primer lugar, para corregir a Ritchie, el decrecimiento no cree en la ausencia de crecimiento económico, especialmente para los pobres. Incluso una lectura superficial de la literatura más popular sobre decrecimiento aliviaría sus preocupaciones. El decrecimiento se dirige a los ricos de todo el mundo, tanto dentro de los países como entre ellos. El hecho de que haga esta falsa afirmación para criticar la redistribución de la riqueza es revelador en sí mismo.

En segundo lugar, el crecimiento medido por el PIB no es una buena medida del bienestar. Esta es la razón por la que países como España, Chile e Italia pueden tener una esperanza de vida mayor o comparable a la de EE.UU. o el Reino Unido a pesar de tener un PIB per cápita significativamente menor.

En tercer lugar, si a Ritchie le preocupara el progreso, acogería con satisfacción las ideas que nos ofrece el campo del decrecimiento. Especialmente que desarrollar una sociedad independiente del imperativo del crecimiento económico es algo bueno en sí mismo. En lugar de aceptar la inevitable recesión que es parte cíclica del ciclo de crecimiento del capitalismo, el decrecimiento busca mejorar el bienestar humano y no humano independientemente de si la economía crece o no. Ritchie, como todos los ecologistas del decrecimiento, acepta la inevitable recesión como resultado de nuestro sistema dependiente del crecimiento. Se trata de una postura inherentemente conservadora y contraria al progreso.

Y por último, Ritchie afirma que no existe un futuro en el que podamos utilizar menos energía que la actual, hinchada y desigual, o la que se proyecta en el futuro. Una conclusión tan prematura por parte de Ritchie es una forma de quitarnos una herramienta del cinturón antes incluso de haber intentado utilizarla. Cada vez hay más estudios e investigaciones que concluyen que podemos utilizar menos energía que ahora sin dejar de mejorar la calidad de vida de la mayoría de la gente. Por supuesto, esto dependería de que se tomaran medidas políticas de redistribución de la riqueza, se redujeran o eliminaran sectores de la economía mundial que no logran el bienestar y se diera prioridad a formas de comportamiento y tecnologías que requieren niveles más bajos de uso de energía en comparación con otros más altos.

Pero estas espinosas cuestiones políticas son eludidas por Ritchie con el fin de lograr el camino de menor resistencia y el business as usual. El decrecimiento es sólo una de las alternativas que Ritchie ignora: se pueden encontrar alternativas inspiradoras, ecológicamente regenerativas y socialmente justas en la agroecología, el movimiento municipalista o el New Deal verde internacionalista, por nombrar sólo algunas. Ritchie puede actuar como si no hubiera alternativa, pero es bastante obvio que apoya el sistema tal y como se está desarrollando. De lo contrario, no estaría escribiendo un libro defendiendo el aparente «progreso» que el capitalismo ha traído y supuestamente traerá.

A menudo, no está claro quién es el público de Ritchie o qué critica. Sugiere que el catastrofismo ha proliferado, pero más allá de un titular de prensa al principio de cada capítulo, es difícil saber quiénes son esos catastrofistas. Ni una sola vez menciona a una persona influyente que sea agorera, a una institución que venda el catastrofismo o a un movimiento político que se base en la idea de que estamos condenados. Lo más cerca que Ritchie llega a estar del concepto de catastrofismo es al final del libro, cuando escribe: «A los agoreros no les interesan las soluciones. Ya se han rendido».

Esto es extraño.

Si el catastrofismo se basa en rendirse y no resolver los problemas, entonces sería difícil encontrar algún catastrofista influyente. Incluso los activistas más alarmistas (Ritchie hace referencia a Roger Hallam en una entrevista) seguramente no se caracterizarían como «doomer». Ritchie puede estar en desacuerdo con estas personas políticamente o con la forma en que comunican los problemas medioambientales, pero sugerir que el catastrofismo es un problema importante cuando no puede aportar ningún ejemplo que sobreviva al escrutinio pasado, en realidad sólo está argumentando con una postura que se ha inventado. Para alguien tan supuestamente dedicado a los hechos, los datos y la objetividad, al menos en apariencia, Ritchie se basa en sentimientos, vibraciones y su propia incomodidad subjetiva ante nuestra emergencia planetaria.

Aplaudo a Ritchie por intentar aliviar la ansiedad y el estrés de los jóvenes ante la crisis medioambiental. Sin embargo, como persona de edad similar a la de Ritchie, me parece totalmente poco convincente que señalar algunos gráficos selectivos y presentarse como «apolítica» vaya a inspirar o tranquilizar a los jóvenes. Sobre todo porque lo que los jóvenes necesitan entender es que la crisis ecológica es fundamentalmente un problema político que sólo se resolverá con una movilización masiva de la gente que recupere el poder democrático y dirija la sociedad hacia la descarbonización, la abundancia de especies y el bienestar.

En otras palabras, los jóvenes no necesitan una narrativa de que «éste es el mejor de los mundos posibles», sino que necesitan ser canalizados en direcciones y organizaciones políticas radicales. Ritchie puede dejar al lector con datos interesantes, pero más allá de convertirse en mejores consumidores en el capitalismo, apenas deja a los jóvenes con una dirección a la que llevar su ira, desconfianza o ansiedad sobre su futuro. En mi caso, lo que más me ha aliviado el estrés, lo que me ha hecho sentir más realizada, lo que me ha dado un propósito y lo que me ha ayudado a sentirme menos sola (algo que también sufren los jóvenes) fue cuando empecé a hacer activismo y organización política.

Nada de esto se encuentra en su libro.

De hecho, sus recomendaciones para actuar y lograr un «cambio sistémico» son votar y comprar productos ecológicos para enviar señales al mercado. Al parecer, Ritchie no está intentando realizar un cambio sistémico a gran escala (a pesar del gesto tan vago del eslogan), de lo contrario prestaría mucha más atención al poder político y a la construcción de movimientos sociales.

Afortunadamente, Ritchie no habla en nombre de mi generación ni de las que vendrán después. Cada vez son más los jóvenes que comprenden que el capitalismo es injusto y obsoleto, y buscan sistemas e ideologías alternativos, como el socialismo. Ritchie hace gráficos para las élites mundiales y la clase multimillonaria con el fin de aliviar sus temores y preocupaciones. Su política es de apaciguamiento: en lugar de promover la guerra de clases y ecológica, Ritchie quiere bajar la temperatura, aunque se les arrebate a los jóvenes su presente y su futuro para que la clase capitalista siga obteniendo beneficios.

En definitiva, los libros de Ritchie y Rathi ofrecen una visión de cómo la clase capitalista seguirá defendiendo nuestro destructivo sistema económico y social. Para quienes buscan alternativas al capitalismo verde, estos libros les ayudarán a entender los argumentos de los poderes atrincherados y cómo podríamos contrarrestarlos.

Mientras continúa el debate sobre si necesitamos o no abolir el capitalismo para resolver la emergencia ecológica, la cuestión mucho más interesante es si el capitalismo logrará la transición verde de forma suficiente y a tiempo, dados sus perversos incentivos.

Que el capitalismo se haya abolido o no en 2050 puede no venir al caso. Nuestras únicas opciones no son abolir el capitalismo o aceptar el capitalismo verde. Más bien, deberíamos construir alternativas que no dependan de las máximas capitalistas de crecer o morir, del beneficio y la dominación, sino de aquellas que construyan poder democrático, una fuerte sostenibilidad ecológica y bienestar para todos.

Sé de qué lado estoy. ¿De qué lado estás tú?

Reproducido con permiso de Sublation Media

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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