DEL COMPAÑERO Y MIEMBRO DE ESPAI MARX, CARLOS VALMASEDA.
ÍNDICE
1. Hegemonía o colapso.
2. Dominar mediante la deuda.
3. Las pruebas nucleares estadounidenses.
4. Objetivos del asalto de Trump a la Reserva Federal.
5. Conferencia de Historical Materialism en Londres.
6. Enseñanzas de la Revolución de Octubre.
7. Metamorfosis o fin del neoliberalismo.
8. Policrisis.
9. Resumen de la guerra en Palestina, 12 de noviembre de 2025.
1. Hegemonía o colapso.
El análisis de Iannuzzi de los planes de EEUU e Israel para Oriente Medio. Puede ser un «nuevo Oslo», en realidad la consolidación del proyecto colonial hegemónico, pero también puede acabar con el colapso de Israel.
https://robertoiannuzzi.substack.com/p/il-progetto-mediorientale-di-israele
El proyecto de Israel y Estados Unidos para Oriente Medio: ¿hegemonía o colapso?
Las turbulencias internas en Israel, la aceleración del declive estadounidense y las contradicciones del plan de Trump podrían echar por tierra todo el proyecto hegemónico israelo-estadounidense para la región.
Roberto Iannuzzi
7 de noviembre de 2025
Hace unos días, Israel conmemoró el trigésimo aniversario del asesinato de Yitzhak Rabin, el primer ministro que en 1993 firmó los Acuerdos de Oslo, dando inicio al «proceso de paz» entre Israel y Palestina.
Rabin fue asesinado el 4 de noviembre de 1995 por Yigal Amir, un extremista judío que se oponía al nacimiento de una autonomía palestina en Cisjordania en virtud de los Acuerdos de Oslo.
Recordando a Rabin, Dennis Ross (en aquel momento enviado de Estados Unidos para Oriente Medio y ahora miembro del Washington Institute for Near East Policy, un think tank proisraelí de orientación neoconservadora) trazó un paralelismo entre aquellos años y la fase actual.
La idea de un «nuevo Oslo»
En aquel entonces, Estados Unidos acababa de derrotar a Sadam Husein, y el presidente George H. W. Bush aprovechó la ocasión para lanzar la Conferencia de Madrid (1991), que sentaría las bases para los Acuerdos de Oslo.
Hoy, como entonces, «los enemigos de Israel están en retirada», escribió Ross. Tel Aviv «ha golpeado duramente a Hezbolá y Hamás; el régimen de Assad en Siria se ha derrumbado; y la guerra de 12 días librada por Israel y Estados Unidos ha asestado un golpe significativo a Irán».
Ross concluye que «al igual que ocurrió con Bush en 1991, pocos países están dispuestos a decirle que no al presidente Donald Trump».
El razonamiento del exenviado estadounidense va dirigido al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a quien Ross acusa de no tener la misma capacidad que Rabin para aprovechar las «oportunidades» que ofrece la historia.
Ross recuerda que:
«Rabin trató de aprovechar esas circunstancias colaborando con Estados Unidos para buscar la paz con Siria, Jordania y los palestinos. Sus esfuerzos se basaron en la Conferencia de Paz de Madrid, que Estados Unidos había ayudado a organizar poco después de la guerra [del Golfo]. La conferencia rompió el antiguo tabú de las conversaciones directas entre árabes e israelíes, y Rabin lo aprovechó. Como explicó en un discurso tras convertirse en primer ministro al año siguiente, Israel debía promover la paz con sus vecinos para centrarse en la mayor amenaza que representaban Irán y su programa nuclear».
No paz, sino aislamiento de Irán
Dirigiéndose a Netanyahu, Ross sostiene que:
«Si Rabin estuviera vivo, reconocería esta oportunidad estratégica y trataría de aprovecharla. Vería en el plan de paz de 20 puntos de Trump una oportunidad para reconstruir una Gaza mejor y crear una coalición con los Estados árabes para contrarrestar a Irán y a las fuerzas extremistas de la región».
En esencia, en su artículo, el ex enviado estadounidense insta a Netanyahu a no boicotear el plan de Trump adoptando posiciones maximalistas incluso para la administración estadounidense.
Como he explicado en dos anteriores artículos, el plan formulado por la Casa Blanca para Gaza es en realidad un proyecto neocolonial que no ofrece nada a los palestinos, y mucho menos la perspectiva de un Estado independiente.
Pero el paralelismo histórico trazado por Ross es sustancialmente correcto.
A la luz de la naciente rivalidad con Irán, Rabin decidió renunciar a la estrategia de alianzas con los países de la «periferia» de Oriente Medio, optando en su lugar por una vía de reconciliación con los vecinos árabes favorecida por un proceso de paz israelo-palestino.
Al mismo tiempo, Washington excluyó a Irán de la Conferencia de Madrid y del proceso de reconciliación árabe-israelí (a pesar de las aperturas realizadas por el entonces presidente iraní Akbar Hashemi Rafsanjani), apostando en cambio por la creación de un frente regional árabe-israelí-estadounidense que aislara a Teherán (como afirma el propio Ross).
El proceso de paz iniciado por los Acuerdos de Oslo nunca daría lugar a un Estado palestino independiente. Por el contrario, después de 1993, la construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania creció de manera exponencial.
El propio Rabin no concebía la posibilidad de un Estado palestino, sino como mucho una «entidad» autónoma que fuera «menos que un Estado». Sin embargo, su idea de una autonomía palestina, impopular entre la extrema derecha israelí, le costaría la vida.
De manera similar, al presentar su plan de 20 puntos en Sharm el-Sheikh, Egipto, Trump habló triunfalmente de una nueva «era de paz» en Oriente Medio.
Si su plan, que oficialmente ya no prevé la expulsión de los palestinos de Gaza, concediera a estos últimos un mínimo de autogobierno en la Franja e impidiera la anexión israelí de Cisjordania, varios regímenes árabes, entre ellos Arabia Saudí, podrían volver a considerar la idea de normalizar sus relaciones con Israel.
Como ha reconocido Ross, el verdadero objetivo del plan no es alcanzar realmente la paz regional, sino «crear una coalición con los Estados árabes para contrarrestar a Irán» y sus aliados en la región, además de vincular las monarquías del Golfo a los Estados Unidos, alejándolas del abrazo chino.
Un nuevo «Oslo» a menor escala no serviría, por tanto, para ofrecer una solución real a la cuestión palestina, sino para proporcionar una apariencia de solución capaz de consolidar un frente antiiraní que dejara a Teherán completamente aislada en la región.
La comparación entre Oslo y el plan de Trump también la propuso Shimon Sheves, que fue durante años la mano derecha de Rabin, precisamente con motivo de las recientes conmemoraciones del difunto líder.
Destruir el eje iraní
El desequilibrio del plan Trump a favor de Israel ya ha quedado patente en los últimos días, durante los cuales Tel Aviv ha violado en varias ocasiones el alto el fuego con el consentimiento de Washington, matando a más de 240 palestinos, y ha dejado entrar menos de una cuarta parte de la ayuda prevista en los acuerdos, esencial para aliviar la emergencia humanitaria en la Franja, sin que la Casa Blanca haya planteado objeciones.
Pero tanto en Israel como en los círculos neoconservadores estadounidenses, hay quienes hacen hincapié, incluso antes que en la realización del plan de Trump, en la necesidad de aprovechar el momento de debilidad que atraviesan Irán y sus aliados, tras los golpes que les ha infligido Israel en su guerra «en siete frentes» (Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irak, Irán), para desmantelar definitivamente el llamado «eje de la resistencia» proiraní.
Como declaró el propio Netanyahu, Israel ha pasado «de la contención a la iniciativa», con vistas a una victoria final sobre sus adversarios regionales.
En una reunión del Estado Mayor del Ejército, el pasado mes de septiembre, el primer ministro israelí afirmó que el próximo año tendrá un alcance histórico, ya que Israel llevará a cabo la «destrucción del eje iraní».
Esta idea no solo pertenece al Gobierno, sino que también la comparten importantes figuras de la oposición israelí.
Al presentar la «Visión de seguridad israelí para 2040», el exgeneral y actual líder del partido «Azul y Blanco», Benny Gantz, habló de la necesidad de invertir en la defensa israelí y de neutralizar a Irán, ya que, sencillamente, «o somos los más fuertes sin lugar a dudas, o no existimos».
Gantz añadió que la existencia de Israel no es solo una cuestión de interés nacional para los israelíes, sino también para el mundo occidental.
En otras palabras, nos encontramos claramente ante un proyecto hegemónico, o al menos así lo perciben muchos países de la región.
Ofensiva israelo-estadounidense, desde Cisjordania hasta Teherán
Entre 2023 y 2025 se produjo un aumento sin precedentes en la aprobación de nuevos asentamientos en Cisjordania, mientras que Netanyahu declaraba que «no voy a ceder en el control total […] israelí de todo el territorio al oeste del Jordán».
Hechos que contradicen claramente la idea de un Estado palestino.
Tom Barrack, enviado especial de Estados Unidos para Siria y Líbano, ha declarado que estos dos países son las otras dos piezas esenciales de la nueva «arquitectura de paz» regional. Para que dicha arquitectura se complete, es necesario que el Gobierno libanés proceda al desarme de Hezbolá y que Siria firme un acuerdo de seguridad con Israel.
Mientras la administración Trump está ejerciendo una enorme presión sobre el Gobierno de Beirut para que lleve a cabo su tarea, Israel está impidiendo la reconstrucción en el sur del país.
En las últimas semanas, aviones israelíes han bombardeado maquinaria de construcción e instalaciones para la producción de cemento.
Otro éxito para Israel es haber conseguido la terminación del mandato de la FPNUL, la fuerza de la ONU desplegada en el sur del Líbano, para finales de 2026. Sin presencia internacional, Israel podrá consolidar su control sobre esa parte del territorio donde ya hoy impide el regreso de más de 82 000 desplazados libaneses.
En el sur del Líbano, las fuerzas armadas israelíes, además de controlar cinco puestos militares avanzados, ya han impuesto una ocupación «a distancia» mediante el uso de drones y otros sofisticados sistemas de vigilancia y disuasión.
En Siria, aunque el nuevo Gobierno de Damasco no ha realizado ningún acto hostil contra Israel, las fuerzas armadas israelíes han ocupado otras partes del Golán, han tomado el monte Hermón (la cima más alta del país), han bombardeado el aeropuerto de Damasco y muchos otros objetivos, y se han apoderado de recursos hídricos estratégicos.
El Gobierno de Netanyahu también está decidido a impedir que Irán reconstituya su programa nuclear dañado y su capacidad de misiles, posiblemente mediante una segunda ronda del conflicto militar iniciado el pasado mes de junio.
También en este frente, Israel cuenta con el respaldo de la Administración Trump, que pretende mantener su política de «máxima presión» sobre Teherán, en particular mediante la aplicación inflexible de sanciones.
Washington está igualmente decidido a presionar al Gobierno iraquí para que se deshaga de la influencia iraní en el país, sobre todo desmantelando las milicias chiitas cercanas a Teherán.
La Casa Blanca también está dispuesta a instar a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos a que colaboren con «socios locales» en Yemen para contrarrestar el movimiento Ansar Allah (los hutíes), que amenaza el tráfico comercial en el Mar Rojo y se considera uno de los pocos miembros del eje iraní al que aún no se le ha asestado un duro golpe.
Gaza como centro de integración económica árabe-israelí
En el marco de la nueva arquitectura regional estadounidense, Gaza debe transformarse, mediante la eliminación de Hamás, «de un proxy iraní demolido a un próspero aliado abrahámico», como reclamaba el prospecto GREAT (Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation), precursor del plan Trump.
El plan concibe la Franja reconstruida no como un territorio habitado por una población con derechos políticos, sino como un centro logístico del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC), puesto en marcha ya por el predecesor de Trump, Joe Biden, en septiembre de 2023.
El IMEC representa la arquitectura económica de los Acuerdos de Abraham (que prevén la normalización de las relaciones diplomáticas entre los árabes e Israel), mediante la integración del Estado judío en las cadenas de suministro del Golfo, a costa de la marginación de la soberanía y los derechos de los palestinos.
Para Washington, el IMEC nunca ha sido solo un proyecto logístico, sino una visión geopolítica para contrarrestar la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda china, manteniendo a la India y a las monarquías del Golfo ancladas al bloque transatlántico.
Sin embargo, el plan presenta numerosos problemas de sostenibilidad económica, además de viabilidad geopolítica, a la luz de las tensiones y los conflictos que azotan la región.
Como se ha mencionado al principio, este plan se ve amenazado por la intransigencia del Gobierno de Netanyahu.
Este último se muestra hostil a la idea de un retorno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a la Franja y, en general, a cualquier forma de autogobierno palestino. Además, teme que la fuerza internacional de estabilización prevista en el plan de Trump pueda conducir a una internacionalización de la cuestión de Gaza.
Por su parte, las monarquías del Golfo están preocupadas por el expansionismo israelí, que amenaza a países esenciales para la estabilidad regional árabe, como el Líbano, Siria y la propia Jordania, donde estas monarquías tienen intereses e inversiones.
Y el reciente bombardeo de Doha, la capital de Qatar, a manos de Israel ha demostrado a los soberanos del Golfo que ni siquiera sus territorios son inmunes a la amenaza israelí.
¿Hacia la desintegración de Israel?
Estas tensiones se ven complicadas por las crecientes turbulencias políticas, económicas y sociales internas del Estado judío, que contribuyen aún más a amenazar la realización del plan de Trump.
Como escribió el historiador israelí Ilan Pappé en su último libro, en el que llega a predecir el fin de Israel (véase la reseña más abajo), la desestabilización interna del Estado judío se ha visto acelerada por el abandono, por parte del Gobierno de Netanyahu, del enfoque incremental adoptado por los ejecutivos anteriores con respecto a la cuestión palestina.
La decisión de proceder a una limpieza étnica en la Franja y de embarcarse en una guerra en varios frentes que se ha prolongado durante dos años ha agudizado las tensiones internas del país y acelerado el proceso ya en marcha de desintegración de la sociedad israelí.
El presidente Isaac Herzog mencionó estos peligros en su discurso durante la ceremonia de conmemoración del trigésimo aniversario del asesinato de Rabin.
Habló de los «impresionantes logros» alcanzados por Israel en su guerra en varios frentes, que «ha cambiado el rostro de Oriente Medio», gracias también al compromiso de la administración Trump, que estaría llevando a cabo un «esfuerzo histórico para ampliar el círculo de paz y normalización en la región».
Todo ello «nos abre enormes oportunidades», dijo Herzog, añadiendo que «en muchos sentidos, esto es la realización de la visión de Rabin».
Sin embargo, el presidente israelí advirtió que el Estado judío se encuentra «una vez más al borde del abismo», ya que, treinta años después, el país está viviendo los mismos niveles de odio y abuso.
Herzog advirtió que el clima de violencia en la sociedad israelí «es una amenaza estratégica en todos los sentidos» para el Estado judío.
La propia ceremonia de conmemoración de Rabin puso de manifiesto las divisiones internas del país, en particular por la ausencia de importantes figuras políticas.
Netanyahu, que era el líder de la oposición en el momento del asesinato de Rabin y que un mes antes de ese trágico suceso había hablado en una manifestación de protesta en Jerusalén en presencia de carteles que representaban a Rabin con uniforme nazi, se saltó la ceremonia, como viene haciendo desde 2021.
Otros ausentes ilustres fueron el ex primer ministro Naftali Bennett, considerado el rival más creíble de Netanyahu en las próximas elecciones, y Benny Gantz.
Coincidiendo con el aniversario, el ministro de Seguridad Interior, Itamar Ben Gvir, sustituyó el retrato de Rabin en las oficinas de su ministerio por el del ministro de extrema derecha Rehavam Ze’evi (también asesinado, pero por hombres armados palestinos), que abogaba por la deportación de los palestinos de Cisjordania.
Unas semanas antes del asesinato de Rabin, Ben Gvir (entonces un joven activista de extrema derecha) había mostrado un escudo robado del coche del primer ministro y había advertido: «Hemos llegado a su coche, también llegaremos a él».
Las turbulencias internas en Israel, la aceleración del declive estadounidense y las contradicciones del plan de Trump podrían echar por tierra todo el proyecto hegemónico israelo-estadounidense para la región.
El fin de Israel
Las razones históricas que subyacen a las tensiones internas en Israel descritas en el artículo anterior son expuestas de manera ejemplar por el conocido historiador israelí Ilan Pappé en su último libro, «El fin de Israel», recientemente publicado en Italia por la editorial Fazi.
Autor de numerosos volúmenes que representan otros tantos hitos en el estudio de la historia israelo-palestina, Pappé sostiene en su última obra que Israel se encuentra ahora en una trayectoria insostenible, de progresiva desintegración.
Las razones de esta gradual implosión deben buscarse, según Pappé, en el largo proceso de transformación del sionismo, que culminó con la llegada al poder del actual Gobierno de Netanyahu, al que define como «neosionista».
El Estado neosionista de Israel se caracteriza por una radicalización de los valores del sionismo clásico y por el abandono del antiguo enfoque de la cuestión palestina (que consistía esencialmente en una lenta y progresiva limpieza étnica), para pasar al arma del genocidio con el fin de vaciar Gaza de palestinos con vistas a una operación similar que se reproduciría en Cisjordania.
La nueva entidad neosionista fusiona el sionismo religioso con el judaísmo ortodoxo y está dominada por extremistas judíos que en gran parte surgieron del movimiento de colonos. Actualmente hay 750 000 colonos en Cisjordania y Jerusalén Este.
Además de apoderarse de los territorios palestinos ocupados expulsando a sus habitantes, el Estado neosionista pretende crear una hegemonía israelí regional capaz de dominar a los países vecinos, sobre todo Líbano, Siria y Jordania.
Los neosionistas no solo detestan a los palestinos, sino también a los judíos laicos, a quienes consideran un obstáculo para el nacimiento del nuevo Estado. Esta tensión dentro del tejido sociopolítico israelí está destinada a fragmentar el Estado judío.
A este proceso de disolución se suma la crisis de Estados Unidos, principal aliado de Israel y pilar que lo sostiene. El declive de la influencia estadounidense en la región está destinado a acelerar la desintegración israelí.
Pappé repasa las etapas del auge del nuevo sionismo, identificando en el triunfo del Likud de Menachem Begin, que en 1977 puso fin al predominio del sionismo laborista en el panorama político israelí, un punto de inflexión que permitió a los grupos e ideólogos de extrema derecha aumentar progresivamente su influencia.
Estos desarrollaron una literatura que identificaba en la fase histórica actual una oportunidad irrepetible para el renacimiento del antiguo Israel bíblico y el retorno a su antiguo esplendor.
Dos obstáculos para tal realización eran, respectivamente, la presencia de los palestinos y la de los judíos laicos, que ya habían agotado su papel histórico.
Estas corrientes neosionistas, marginales en los años 70 y 80 del siglo pasado, han ido cobrando cada vez más relevancia, pero el verdadero punto de inflexión para ellas llegó con la llegada al poder del nuevo Gobierno liderado por Netanyahu a finales de 2022.
Este último, con tal de mantenerse en el poder, decidió alinearse con las corrientes de la derecha neosionista y abrazar su agenda política. Esto ha provocado que el emergente Estado neosionista esté engullendo gradualmente al Estado de Israel.
2. Dominar mediante la deuda.
El artículo liberado de Monthly Review está dedicado a la política económica de Milei y el papel que jugará de nuevo la subordinación al FMI.
https://monthlyreview.org/articles/debt-as-a-tool-of-domination/
La deuda como herramienta de dominación: el nuevo préstamo del FMI y la subordinación de Argentina al capital global
por David Barkin y Juan E. Santarcángelo
David Barkin es profesor distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana de la Ciudad de México, miembro emérito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y ganador del Premio Nacional de Economía Política (1979). En 2016, la Fundación Alexander von Humboldt de Alemania le concedió una beca de investigación. Juan E. Santarcángelo es investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director del Centro de Estudios de Desarrollo, Innovación y Economía Política de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.
Como informamos en nuestro artículo de Monthly Review de 2024 sobre la historia del Fondo Monetario Internacional en América Latina, los países que reciben apoyo financiero del FMI se han transformado sistemáticamente en sujetos dependientes de los mercados de capital internacionales.1 En la práctica, esto ha significado que se han visto obligados a reorganizar sus estructuras institucionales y a desmantelar o diluir las protecciones que existían para los trabajadores de los sectores industrial y de servicios, el sector informal y los agricultores. También ha dado lugar al deterioro de la calidad y la disponibilidad de los servicios médicos y al debilitamiento de los sistemas de pensiones. Las instituciones educativas también son uno de los primeros objetivos de estos acuerdos financieros. En América Latina, esto suele ir acompañado de una intensificación sistemática de la discriminación contra los pueblos indígenas y del robo descarado de sus territorios.
A diferencia de México, donde un candidato progresista atractivo movilizó un apoyo popular sustancial para un giro dramático en la política nacional en las elecciones presidenciales de 2018, el desencanto acumulado con la capacidad de las coaliciones políticas progresistas para responder eficazmente a los profundos problemas económicos heredados a los que se enfrenta Argentina creó las condiciones para que un candidato abiertamente liberal (en el sentido decimonónico del término) ganara las elecciones presidenciales de 2023. Javier Milei se ha convertido en el «niño prodigio» de los sectores liberales internacionales y de gran parte de la comunidad capitalista transnacional, que alaban su rápida promulgación de reformas institucionales y económicas que prometen una rápida restauración de las perspectivas financieras de los sectores más ricos de la sociedad.
El Gobierno de Milei
En diciembre de 2023, Milei, un recién llegado a la política y autoproclamado anarcocapitalista, ganó la presidencia en la segunda vuelta con casi el 56 % del voto total. Sin depender de las estructuras políticas tradicionales, su partido, Libertad Avanza, ganó en casi todas las provincias, excepto en Buenos Aires, Santiago del Estero y Formosa. Respaldado por el fuerte apoyo de los principales medios de comunicación argentinos (todos controlados por las mayores empresas del país) y las principales redes sociales internacionales (TikTok, X y Facebook, entre otras), Milei hizo campaña con la promesa de implementar un régimen macroeconómico radical. Sus propuestas incluían: dolarizar la economía, desmantelar la élite política argentina («la casta»), eliminar los controles cambiarios, abolir el Banco Central de la República Argentina, alinear los intereses del país con los objetivos geopolíticos de Estados Unidos, desregular la economía y desmantelar el estado del bienestar.
Aunque la retórica explícita y agresiva utilizada para articular sus objetivos no tiene precedentes en la historia política de Argentina, el gobierno de Milei representa el cuarto intento de afianzar un régimen neoliberal. La mayoría de las políticas que pretende implementar ya han resultado desastrosas para el desarrollo económico de Argentina en el pasado. Sin embargo, dos factores clave distinguen el actual proyecto neoliberal de las versiones anteriores.
En primer lugar, el gobierno cuenta con el respaldo total del capital nacional e internacional, que ve en esta administración una oportunidad para remodelar de forma permanente el contrato social argentino y redefinir el papel del capital y el trabajo en la economía. El verdadero objetivo tanto del gobierno como de sus aliados económicos es desmantelar una característica definitoria del sistema laboral argentino: las protecciones de los trabajadores, que se consiguieron tras décadas de exitosas luchas de la clase obrera.
Esta alineación de intereses es evidente en el apoyo financiero que impulsó la campaña presidencial de Milei, así como en la participación directa de actores corporativos en la gobernanza. Los empleados de los principales grupos económicos no solo han influido en las políticas económicas fundamentales, sino que también dominan las filas de ministros, secretarios y subsecretarios de la administración de Milei.
La segunda característica distintiva del panorama político actual es la ausencia casi total de una oposición efectiva. Los principales representantes de las fuerzas políticas tradicionales de Argentina —el macrismo, el radicalismo y el peronismo— han quedado desacreditados por sus recientes fracasos políticos y, salvo contadas excepciones (como la izquierda y ciertas facciones del kirchnerismo), la mayoría ha acabado aceptando la agenda del Gobierno, alineándose con sus directrices. Esto ha creado una oportunidad sin precedentes para la administración de Milei, lo que refleja una estrategia capitalista global más amplia con patrones similares que están surgiendo en otros países.
Al asumir el cargo, el gobierno implementó rápidamente medidas económicas agresivas, entre ellas una devaluación monetaria del 118 % y la eliminación de los subsidios a servicios públicos clave (energía, electricidad, agua y transporte). Estas políticas provocaron un aumento generalizado de los precios en toda la economía, lo que llevó la inflación al 25,5 % solo en diciembre de 2023. Al mismo tiempo, la administración promulgó severas medidas de austeridad, recortando el gasto público mediante despidos masivos y emitiendo un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU 70/2023) que reestructuró el gobierno federal. El número de ministerios se redujo de veintidós a nueve, y el recién creado Ministerio de Capital Humano consolidó las funciones de cinco antiguos ministerios (Trabajo, Educación, Cultura, Desarrollo Social y Mujer y Diversidad de Género).
Para combatir la inflación, el Gobierno aplicó una estrategia dual. En primer lugar, la estrategia de un ancla fiscal, que se tradujo en recortes drásticos del gasto público, incluida la suspensión total de las obras públicas. En segundo lugar, se instituyó un ancla cambiaria, es decir, se restableció el carry trade al tiempo que se controlaba estrictamente el mercado de divisas para gestionar las tasas de devaluación.2 Paralelamente, el Gobierno de Milei promulgó cientos de medidas desreguladoras bajo la bandera de «refundar Argentina». La mayoría se consolidaron en dos iniciativas clave. En primer lugar, la «mega DNU» (en referencia a la DNU 70/2023) declaró una emergencia económica y otorgó al presidente amplios poderes ejecutivos. En segundo lugar, la «Ley de Bases» (Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos) propuso enmiendas a más de seiscientas leyes vigentes. Cabe destacar que ambas medidas fueron redactadas por importantes bufetes de abogados que representan al capital nacional e internacional, reestructurando fundamentalmente la normativa empresarial a su favor. Las reformas facilitaron transferencias masivas de riqueza del Estado a las empresas, al tiempo que desmantelaron las restricciones normativas a la acumulación de capital en Argentina.
La validez jurídica tanto del decreto DNU como de la Ley Ómnibus (o Ley de Bases) dependía totalmente de la aprobación del Congreso, que representaba el único mecanismo constitucional que podía invalidar estas medidas. A pesar de controlar una representación legislativa mínima, el Gobierno consiguió su aprobación mediante la presión política y económica directa ejercida por los principales intereses corporativos sobre los legisladores de casi todo el espectro político, excepto las facciones de izquierda, muy reducidas, y la mayoría de los representantes del kirchnerismo (alrededor del 35 % del electorado). Esta maniobra garantizó que el DNU siguiera en vigor y permitió que se aprobara una versión de la Ley Ómnibus con modificaciones menores en julio de 2024. La legislación declaró el estado de emergencia durante un año en los sectores administrativo, económico, financiero y energético, al tiempo que estableció un Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, que ofrece importantes beneficios fiscales, legales y monetarios a los grandes inversores extranjeros (más de 200 millones de dólares). Al mismo tiempo, se inició una privatización generalizada de los activos estatales y se implementaron reformas laborales que favorecían explícitamente al capital frente a los trabajadores, incluyendo la ampliación de los períodos de prueba, la eliminación de las sanciones por el impago de las cotizaciones patronales y la creación de una nueva clasificación de «trabajador independiente» que permite a las empresas contratar hasta tres trabajadores sin reconocerles los derechos laborales formales.
El desmantelamiento sistemático de las protecciones sociales se extendió a múltiples sectores: se congelaron los pagos de las pensiones y, como resultado, se perdió más de 10 000 millones de pesos en valor real debido a la inflación en un solo año; los presupuestos universitarios se fijaron en los niveles de financiación de 2023; y el sistema sanitario asistió al cierre de instituciones emblemáticas como el Hospital Nacional de Salud Mental Laura Bonaparte, junto con despidos masivos y una grave escasez de medicamentos contra el VIH y el cáncer, lo que culminó con la retirada de Argentina de la Organización Mundial de la Salud.3 La investigación científica sufrió la cancelación de asignaciones de fondos y la suspensión de subvenciones, mientras que los medios de comunicación públicos se enfrentaron a una censura abierta, la persecución de periodistas y el cierre de organismos estatales, incluido el servicio nacional de noticias, TELAM. Los sindicatos combativos sufrieron una represión sistemática destinada a debilitar las protecciones de los trabajadores.
Las consecuencias económicas resultaron especialmente graves durante el primer año de la administración, con una contracción de la actividad de la construcción del 18 %, una disminución de la producción industrial del 10 % y una caída del comercio del 8 %. El gasto de los consumidores cayó a mínimos históricos desde el inicio de la pandemia. Los salarios y las pensiones del sector público perdieron más del 20 % de su poder adquisitivo, mientras que las tasas de pobreza e indigencia aumentaron drásticamente. Hoy en día, dos tercios de los niños argentinos menores de 14 años viven en la pobreza. Ante el creciente malestar social, el Gobierno, a través del Ministerio de Seguridad dirigido por la ex candidata presidencial convertida en fiel aliada, Patricia Bullrich, aplicó medidas represivas basadas en la «Doctrina Chocobar», que autoriza a las fuerzas de seguridad a portar armas de fuego y spray pimienta en las manifestaciones, al tiempo que les concede amplia discrecionalidad para reprimir las «amenazas inminentes» percibidas. Esta política dio lugar a frecuentes represiones violentas de las protestas, con numerosas detenciones y heridos, lo que constituye una clara estrategia para reprimir la disidencia mediante la violencia institucional.
El agresivo ajuste económico del Gobierno sí produjo algunos resultados positivos, en particular en el control de la inflación. Tras un repunte inicial del 25,5 % mensual provocado por la devaluación de la moneda, la eliminación de subsidios y las medidas de desregulación, la inflación se redujo gradualmente hasta aproximadamente el 2,4 % mensual en febrero de 2025. Sin embargo, esta estabilización sigue siendo precaria, ya que su sostenibilidad depende totalmente de la capacidad del Gobierno para garantizar una entrada suficiente de dólares para satisfacer múltiples demandas contrapuestas: obligaciones de deuda, operaciones de carry trade, contención de la fuga de capitales, financiación de las importaciones, necesidades del sector turístico y mantenimiento del tipo de cambio.
Para hacer frente a esta escasez de dólares, la administración puso en marcha varias estrategias con distintos grados de éxito. La medida más eficaz resultó ser un programa de blanqueo de capitales para personas adineradas que habían enviado su dinero al extranjero, que ofrecía una amnistía fiscal para cantidades de hasta 100 000 dólares estadounidenses y una escala progresiva para sumas mayores, lo que generó una extraordinaria entrada de 23 000 millones de dólares. Además, el Gobierno logró un superávit comercial de 18 900 millones de dólares en 2024, debido a un aumento del 19,4 % en las exportaciones y una caída del 17,4 % en las importaciones como resultado de la disminución del gasto de los consumidores. El Gobierno también registró un superávit de casi 5,7 millones de dólares en las exportaciones de petróleo, el más alto de los últimos dieciocho años, que fue el resultado de inversiones anteriores realizadas por otros gobiernos que maduraron en este período. Por el contrario, a pesar del establecimiento del Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones, el volumen de inversión extranjera directa fue de solo 89 millones de dólares, el más bajo desde la crisis de convertibilidad de 2002.
A pesar de las importantes sumas obtenidas, el Gobierno no logró un aumento significativo de las reservas internacionales brutas a lo largo de su mandato. Al asumir el cargo en diciembre de 2023, las reservas brutas ascendían a aproximadamente 21 000 millones de dólares, pero en marzo de 2025 seguían por debajo de los 24 000 millones, lo que supone un aumento marginal a pesar de los amplios ajustes económicos y las importantes entradas de dólares. Al mismo tiempo, la deuda pública (denominada tanto en pesos como en dólares) aumentó en el equivalente a 92 000 millones de dólares durante los primeros dieciséis meses de la administración del presidente Milei.
Por si esta situación no fuera suficiente, la crisis económica y social también se convirtió en una crisis política. El 14 de febrero de 2025, el presidente Milei promovió a través de sus redes sociales la creación de una criptomoneda llamada $LIBRA mediante un tuit. En pocas horas, más de cuarenta mil inversores invirtieron en el proyecto, lo que provocó que el precio de $LIBRA, que había comenzado en 0,000001 dólares, superara los 5 dólares. En ese momento, un grupo de inversores aparentemente vinculados al presidente vendió sus reservas de criptomonedas, lo que hizo que el precio se desplomara. La estafa se consumó y, en solo unas horas, los autores se llevaron alrededor de 200 millones de dólares. Las críticas no se hicieron esperar y se produjo una ola mundial de repudio al presidente y a la secretaria general de la Presidencia de Argentina, Karina Milei, hermana del presidente, que al parecer había participado en el proceso. Como resultado de esta acción, el Gobierno sufrió una de las primeras crisis graves de confianza en su mandato y comenzó a recibir denuncias penales por estafa en Estados Unidos, Europa y Argentina; el propio poder legislativo inició negociaciones para investigar los posibles delitos cometidos por el presidente.
Para empeorar las cosas, la inflación alcanzó el 3,7 % mensual en marzo de 2025, con un aumento de casi el 6 % en los precios de los alimentos y las bebidas. El Gobierno perdió el único activo político que había construido: la reducción de la inflación. Como era de esperar, se produjo una carrera por conseguir divisas extranjeras, lo que obligó al Gobierno a intervenir en el mercado de divisas con un coste astronómico de 400 millones de dólares diarios en reservas para estabilizar la situación.
El eterno regreso del FMI
Con las elecciones legislativas de mitad de mandato previstas para octubre de 2025 y la crisis agravándose rápidamente, el Gobierno, ante la fuerte caída de las reservas, se vio obligado a recurrir una vez más al FMI. Como informamos anteriormente, Argentina tiene un largo historial de préstamos del FMI; la última deuda contraída con la organización fue de alrededor de 44 000 millones de dólares, en un préstamo que eludió todas las normas internas de la organización, así como las nacionales, y superó en más de un 1000 % la cuota de préstamo que el país podía recibir.4 Gracias de nuevo a la intervención del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, que fue fundamental para garantizar el préstamo concedido en 2018, el Directorio Ejecutivo del FMI aprobó un acuerdo de Servicio Ampliado del Fondo de cuarenta y ocho meses para Argentina por un total de 20 000 millones de dólares (o el 479 % de la cuota del país), con un desembolso inmediato de 12 000 millones de dólares y una primera revisión prevista para junio de 2025, con un desembolso asociado de unos 2000 millones de dólares. El FMI está violando sus propias normas de préstamo con este préstamo y, como resultado, la organización internacional se ha convertido en el principal acreedor de Argentina.
A cambio del préstamo, la organización internacional exige al país profundas reformas estructurales para garantizar el eventual reembolso de la deuda, en línea con el Consenso de Washington. Concretamente, el FMI exige una devaluación de la moneda mediante la aplicación de un régimen de tipo de cambio flotante, que permitiría que el dólar fluctuara entre 1000 y 1400 pesos. El objetivo es ampliar la banda actual en un 1 % cada mes. El Gobierno argentino y el FMI afirman que esto permitirá alcanzar finalmente un «tipo de cambio totalmente flexible en el contexto de un sistema bimonetario, en el que coexisten el peso y el dólar estadounidense». 5 Además, insiste en una reforma integral de las pensiones, la desregulación del mercado laboral, la (mayor) privatización de las empresas estatales, la liberalización económica, la desregulación del mercado y la eliminación de los controles de capital (el «cepo cambiario») que anteriormente impedían a los inversores extranjeros repatriar sus beneficios denominados en dólares. El plan prescrito por el FMI es una fórmula recurrente, y es probable que sus resultados sean tan perjudiciales para el bienestar de la población como en el pasado. Argentina no solo tendrá dificultades para hacer frente al servicio de su deuda actual, sino que también tendrá dificultades para reembolsar este nuevo préstamo.
Al mismo tiempo, el Gobierno ha anunciado la negociación de una financiación adicional de 22 000 millones de dólares, de los cuales 10 000 millones procederán del Banco Interamericano de Desarrollo y los 12 000 millones restantes del Banco Mundial. Estos fondos tienen tres objetivos explícitos: en primer lugar, garantizar la continuidad de la actual administración y reforzar su rendimiento en las elecciones de mitad de mandato de octubre de 2025, asegurando así el apoyo legislativo necesario para impulsar su agenda política; en segundo lugar, proporcionar al Gobierno los recursos necesarios para intervenir en el mercado de divisas y estabilizar el tipo de cambio del peso frente al dólar; y, en tercer lugar, facilitar la fuga de capitales y la repatriación de beneficios por parte de las empresas multinacionales que operan en el país.
Milei tiene la suerte de que las considerables reservas de petróleo desarrolladas durante las administraciones anteriores están entrando ahora en producción y proporcionando nuevos fondos procedentes de las exportaciones. Las extensas reservas de litio en la parte noroeste del país también pueden resultar rentables. Pero pocos otros sectores productivos, incluidos la industria manufacturera y las vastas zonas agrícolas y ganaderas, podrán soportar las presiones financieras y políticas que está imponiendo el nuevo régimen. Por lo tanto, parece inevitable que continúe la crisis de empleo.
Tal y como se acordó, el primer desembolso de 12 000 millones de dólares del FMI llegó en abril de 2025 y sirvió para aumentar las reservas, que alcanzaron los 38 000 millones de dólares. Sin embargo, la persistente demanda de dólares y su drenaje debido a la fuga de capitales no cesó. Apenas unos meses después, en julio de 2025, el FMI tuvo que realizar un nuevo desembolso de 2000 millones de dólares. Ese mismo mes, la Corte Suprema de Justicia de Argentina confirmó la condena de seis años de prisión y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, tras su condena por administración fraudulenta. La expresidenta, que fue víctima de un intento de asesinato en septiembre de 2022 —un suceso que sigue sin resolverse debido a la aparente falta de interés en investigar el incidente—, es al mismo tiempo objeto de una forma totalmente ilegítima de persecución política a través del sistema judicial, conocida como lawfare. Esta estrategia sistemática, desplegada en momentos políticos clave, como los periodos preelectorales o los momentos decisivos para la legitimidad de diversos gobiernos, ha sido el mecanismo de persecución aplicado en los países latinoamericanos contra los líderes que han defendido la soberanía y la autonomía de sus pueblos. Su objetivo último es socavar el potencial futuro de retorno de esos gobiernos e intimidar a cualquier posible oposición a las políticas neoliberales.6
Como viene siendo habitual, el gobierno de Milei sigue incumpliendo varios de los objetivos establecidos por el FMI, que, presionado por la administración Trump, hace la vista gorda ante estos incumplimientos y sigue proporcionando nueva deuda. Entre los principales incumplimientos, cabe destacar que el Gobierno no ha cumplido los objetivos acordados de acumulación de reservas, ha intervenido activamente en múltiples ocasiones en el mercado de divisas a través de la venta de dólares por parte del Tesoro para controlar el tipo de cambio, y tampoco cumplirá las proyecciones establecidas para la cuenta corriente de la balanza de pagos para 2025. La lógica de estas desviaciones, en el marco de la precaria situación económica y financiera en la que se encuentra Argentina, demuestra que el acuerdo con el FMI no es técnico, sino meramente político.
Las razones no solo se encuentran en el deseo de la administración Trump y del FMI de apoyar a un gobierno de derecha con inclinaciones ideológicas similares, sino que, fundamentalmente, el apoyo debe interpretarse desde una perspectiva geopolítica y en el marco de la disputa que el gobierno de Estados Unidos ha estado librando contra China. Argentina es un país extremadamente rico en recursos naturales y, en los últimos meses, recibió la visita del jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, el almirante Alvin Hosley, a la provincia de Tierra del Fuego. En la ciudad más austral del mundo, el Gobierno estadounidense ha presionado con éxito a Milei para que detenga todas las inversiones en infraestructura que está llevando a cabo China, ha obtenido permiso para instalar una base militar en Ushuaia, considerada la puerta de entrada al continente «desmilitarizado» de la Antártida, y ha reactivado un radar de alta potencia que opera bajo el control del capital británico (que también sigue ocupando ilegalmente territorio argentino: las islas Malvinas). Estados Unidos tiene planes de desarrollar una base de submarinos nucleares en el país.
Esto, por supuesto, viola todos los principios de soberanía y demuestra claramente el papel instrumental del Fondo como garante y defensor de los intereses estadounidenses. La falta de recursos financieros ha alcanzado niveles dramáticos en el país, y el saqueo de la propiedad es extraordinario incluso para los estándares argentinos. Está claro que el emperador no tiene ropa. Argentina se está convirtiendo en un ejemplo paradigmático de la reestructuración (neo)liberal, mientras que el presidente Milei apuesta por que estos nuevos «salvavidas» financieros le proporcionen el colchón necesario para capear la próxima campaña política. La pregunta pendiente sigue siendo: ¿serán capaces las fuerzas sociales concertadas de estar a la altura del desafío de recuperar su larga historia de lucha? Cada vez parece más probable que la respuesta sea afirmativa.
Mientras preparamos este ensayo para su publicación, los acontecimientos en Argentina están evolucionando rápidamente. Incluso mientras se prepara para otra visita a la Casa Blanca, junto con su hermana Karina, que está eludiendo una citación formal para comparecer ante el Congreso y explicar su participación en los escándalos de $LIBRA y la Secretaría de Discapacidad, el presidente Milei está sufriendo un importante rechazo por parte de un Congreso menos complaciente, junto con manifestaciones cada vez más militantes en muchas partes del país. Sufrió una importante derrota electoral en las elecciones locales de la provincia de Buenos Aires en septiembre de 2025. En respuesta, Estados Unidos se ha unido al FMI para responder con un «paquete de rescate» que promete 20 000 millones de dólares adicionales, junto con la exigencia de que se eliminen los impuestos a las exportaciones de cereales a China (¡lo que perjudica directamente al sector agrícola estadounidense!), así como la flexibilización de las restricciones a la fuga de capitales por parte de los inversores extranjeros. Además, incluye un plan más detallado para la instalación de una base militar estadounidense en el territorio más meridional del país. Estados Unidos también espera obtener acceso privilegiado a importantes yacimientos minerales en el sur del país. Aunque esto supone un breve respiro para el Gobierno de Milei en vísperas de las elecciones de octubre, la mayoría de los analistas políticos (tal y como se refleja en la prensa estadounidense, así como en los principales medios de comunicación argentinos) consideran que la población no se dejará engañar tan fácilmente. Así pues, reflexionando sobre la pregunta que planteábamos al final de nuestro artículo, parece que las fuerzas sociales están empezando a recuperar el orgulloso legado de lucha que ha caracterizado a Argentina durante tanto tiempo.
Notas
- ↩ David Barkin y Juan Santarcángelo, «El FMI y la lucha de clases en América Latina: revelando el papel del FMI», Monthly Review 76, n.º 1 (mayo de 2024): 49-60.
- ↩ El «carry trade» es una inversión financiera que consiste en obtener beneficios del comercio entre divisas. Por lo general, lo que se hace hoy en día en Argentina es lo siguiente: supongamos que un inversor tiene 1000 dólares estadounidenses. Con ellos, el inversionista compra pesos al tipo de cambio oficial, digamos, 1000 pesos por 1 dólar, y obtiene 1 000 000 de pesos. A continuación, el inversionista invierte esos pesos en algún instrumento financiero (por ejemplo, bonos, plazos fijos o fondos de inversión) y obtiene en seis meses un rendimiento del 20 % en pesos. Pasados los seis meses, el inversionista retira los 1 200 000 pesos y los cambia por dólares al tipo de cambio oficial (1000 pesos equivalen a 1 dólar), obteniendo así 1 200 000 dólares y un rendimiento del 20 % en dólares estadounidenses. La rentabilidad es extraordinaria, pero solo puede funcionar a corto plazo, ya que implica una continua salida de dólares que el Gobierno debe proporcionar.
- ↩ En abril de 2025, la pensión mínima solo cubría el 30,5 % de la cesta básica de alimentos.
- ↩ Barkin y Santarcángelo, «El FMI y la lucha de clases en América Latina».
- ↩ Michael Roberts, «Argentina: del anarcocapitalismo a la austeridad», 15 de abril de 2025, thenextrecession.wordpress.com.
- ↩ Para más detalles, véase Baltasar Garzón, Gisele Ricobom y Silvina Romano (coords.), OBJETIVO:CRISTINA: El lawfare contra la democracia en Argentina (Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, 2023).
3. Las pruebas nucleares estadounidenses.
Con Trump uno nunca sabe si sus declaraciones se basan en el desconocimiento o son puras provocaciones, pero desde el Boletín de Científicos Atómicos escriben sobre us propuesta de «probar armas nucleares», signifique eso lo que signifique.
Los expertos responden a la propuesta de Trump de «comenzar a probar nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones»
Publicado originalmente: Boletín de Científicos Atómicos el 30 de octubre de 2025 por Dan Drollette Jr
El presidente Donald Trump escribió en Truth Social, su red social, que había dado instrucciones al Departamento de Guerra (antes Departamento de Defensa) para que volviera a realizar «pruebas nucleares», aunque no está claro si se refería a pruebas de sistemas de lanzamiento nuclear (como cohetes) o a pruebas de dispositivos explosivos nucleares (las propias bombas). Se trata de dos cosas muy diferentes que Trump parece confundir.
En palabras del destacado experto en armas nucleares Hans Kristensen, de la Federación de Científicos Americanos (uno de los principales autores de la columna «Nuclear Notebook», que se publica regularmente en el Boletín de los Científicos Atómicos): «Es difícil saber qué quiere decir. Como de costumbre, no es claro, se contradice y se equivoca». A continuación, Kristensen entra en detalles y desmiente una serie de afirmaciones de Trump en su publicación en las redes sociales. Por ejemplo, la afirmación inicial de Trump de que «Estados Unidos tiene más armas nucleares que cualquier otro país. Esto se logró, incluida una actualización y renovación completas de las armas existentes, durante mi primer mandato…» es simplemente falsa.
Como señala Kristensen, Rusia tiene más armas nucleares que Estados Unidos. Y la afirmación de Trump sobre «una actualización y renovación completas de las armas existentes» también es rotundamente errónea. En palabras de Kristensen
El programa de modernización nuclear actualmente en curso fue iniciado por Obama, Trump no lo terminó y continuará durante otras dos décadas.
A continuación, Kristensen procede a corregir o aclarar en ocho publicaciones relacionadas las muchas otras declaraciones erróneas realizadas por el presidente en la publicación de Trump en Truth Social. Por ejemplo, incluso si China aumentara drásticamente el número de sus ojivas, eso seguiría siendo menos de un tercio de lo que ya tienen Estados Unidos y Rusia.
Y, como señala Kristensen, Estados Unidos ya prueba sus misiles (sin cargas nucleares) para garantizar que puedan lanzarse de forma segura y correcta:
Si por pruebas se refiere [Trump] a pruebas con explosivos nucleares, eso sería imprudente, probablemente imposible durante 18 meses, costaría dinero que el Congreso tendría que aprobar y sin duda provocaría pruebas nucleares por parte de Rusia y China, y probablemente también de India y Pakistán. A diferencia de Estados Unidos, todos estos países tendrían mucho que ganar con la reanudación de las pruebas. Ha habido rumores ocasionales de que Rusia y China podrían haber realizado pruebas de muy bajo rendimiento, pero no tengo conocimiento de ningún informe que indique que hayan llevado a cabo explosiones nucleares significativas.
El proceso de reanudación de las pruebas no sería tan rápido como sugiere Trump; la Casa Blanca tendría que ordenar al Departamento de Energía de Estados Unidos que ordenara a nuestros laboratorios nucleares nacionales que comenzaran a prepararse para una prueba de ojivas nucleares. Y dado que Estados Unidos no cuenta actualmente con un programa de pruebas de explosiones nucleares, el Congreso tendría que asignar los fondos necesarios.
Además, Kristensen señala que «sería costoso y llevaría tiempo: una simple explosión requiere entre 6 y 10 meses, una prueba con todos los instrumentos necesarios entre 24 y 36 meses, y una prueba para desarrollar una nueva ojiva nuclear unos 60 meses».
Por si acaso Trump realmente está hablando de probar un dispositivo explosivo nuclear, probablemente sea un buen momento para volver a leer el número de marzo de 2024 de Bulletin, «¿El regreso de las pruebas nucleares?», que expone los numerosos efectos negativos de las pruebas nucleares. En ese número, el veterano reportero de seguridad nacional Walter Pincus explica exactamente lo que experimentan quienes viven en un lugar elegido para las pruebas en «Los horrores de las pruebas con armas nucleares». Hoy en día, la gente parece haber olvidado —si es que alguna vez lo supo— lo que puede hacer un solo arma nuclear. Los habitantes de las Islas Marshall, cuyo hogar se convirtió en un campo de pruebas nucleares, sin duda nunca lo han olvidado.
Más allá de eso, hay muchas razones para mantener la prohibición de los ensayos nucleares, a pesar de que Rusia, China y Estados Unidos han mantenido sus centros de ensayo preparados para una posible reanudación de los ensayos a gran escala de dispositivos explosivos nucleares, por si acaso. El eminente investigador Pavel Podvig profundiza en este tema en su ensayo del Boletín, «Preservar la prohibición de los ensayos nucleares después de que Rusia revocara su ratificación del TPCEN».
Y algo que parece pasarse por alto es que Estados Unidos se ha beneficiado de la prohibición de los ensayos tanto como cualquier otro país. En consecuencia, la entrada en vigor del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares consolidaría la ventaja estadounidense en materia de conocimientos y experiencia nucleares y dificultaría que otros Estados desarrollaran armas nucleares más sofisticadas, como señala el experto de la Universidad de Stanford Steven Pifer en «La lógica de la ratificación por parte de Estados Unidos del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares».
4. Objetivos del asalto de Trump a la Reserva Federal.
Un repaso a los intentos de acabar con la independencia de la la Reserva Federal con el objetivo de subordinarla a los objetivos económicos de Trump.
https://newleftreview.org/sidecar/posts/fiscal-dominance
¿Dominio fiscal?
Martijn Konings
12 de noviembre de 2025
Trump está decidido a someter a la Reserva Federal. Durante el verano, logró colocar a uno de sus principales asesores económicos, Stephen Miran, en la Junta de Gobernadores, intentó destituir a otra gobernadora, Lisa Cook, e intensificó su larga disputa con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. El propio Trump nombró al banquero de inversión republicano en 2018, pero desde que fue reelegido se ha sentido exasperado por el compromiso de Powell de proteger al banco central de las interferencias políticas. ¿Cómo debemos entender la campaña de presión de Trump contra la Reserva Federal? ¿Cuáles podrían ser sus efectos en la formulación de políticas económicas? ¿Y cómo debería responder la izquierda?
El objetivo inmediato de Trump es bajar los tipos de interés —lo que, en su opinión, Powell ha estado haciendo demasiado lentamente— con el fin de estimular el crecimiento económico y reducir el coste de la deuda pública. La Reserva Federal ha actuado con cautela porque una reducción drástica de los tipos a corto plazo aumentaría la inflación —que actualmente se sitúa en el 3 %, por encima de su objetivo del 2 %, y sigue subiendo—, lo que minaría la confianza de los inversores y haría subir los tipos a largo plazo. Por lo tanto, la obsesión de la Administración por reducirlos no tiene mucho sentido, a menos que se considere parte de una ofensiva más amplia para controlar la política monetaria. Esto podría incluir manipular las métricas de inflación (la Administración ha mostrado una propensión a manipular los datos u obstaculizar su recopilación) o alguna versión de control de precios («acuerdos» por los que se ofrecen favores políticos y económicos a industrias clave a cambio de moderar los aumentos de precios). Sin embargo, lo más importante es que el programa de flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal sirve para poner un suelo a los valores de los activos, mientras que su impacto en la inflación de los precios al consumo es mucho menos directo. El control sobre esto —y su reutilización para promover los intereses alineados con MAGA— es el verdadero premio.
La semana pasada, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, insinuó que la obstinación del banco central era en parte responsable de las tendencias recesionistas visibles en algunos sectores de la economía. También ha recurrido a las páginas del Wall Street Journal para atacar la flexibilización cuantitativa, acusando al banco central de haberse convertido en un «respaldo de facto para los propietarios de activos» que enriquece a los inversores a expensas del resto de la sociedad. La administración Trump, afirma Bessent, quiere revertir esa «desviación de la misión» y restablecer el enfoque exclusivo de la Fed en la estabilidad financiera. Los comentaristas liberales se han apresurado a salir en su defensa, considerando los ataques de la administración Trump como otro frente en su campaña contra las normas e instituciones políticas. Paul Krugman, por ejemplo, denunció la intervención de Bessent como «vil, solapada y sórdida», insistiendo en que la flexibilización cuantitativa era la única forma en que la Reserva Federal podía mantener a flote la economía tras la crisis financiera de 2008. Krugman tiene razón en que la política no fue una conspiración. Sin embargo, las desigualdades inherentes a la lógica de la estabilización macroeconómica significan que el espectacular crecimiento de la red de seguridad financiera engrosó los bolsillos de la clase rica en activos, mientras que dejó a la clase media fuera del acceso a la propiedad de la vivienda.
Por muy acertada que sea en sí misma, la sinceridad de la crítica de Bessent es sin duda cuestionable. Es difícil creer que el secretario del Tesoro, un antiguo gestor de fondos de cobertura que, con un patrimonio neto estimado de al menos 600 millones de dólares, es uno de los miembros más ricos del gabinete más rico de la historia de Estados Unidos, esté perdiendo el sueño por el aumento de la desigualdad. Y es evidente que su opinión sobre los rescates varía en función de los beneficiarios. Cuando estos incluyen a un espíritu político afín como el presidente Milei, junto con colegas de fondos de cobertura que han invertido fuertemente en el peso argentino, él se muestra a favor. Por el contrario, cuando se le preguntó cuál sería su respuesta si la ciudad de Nueva York necesitara ayuda federal mientras el nuevo alcalde Zohran Mamdani intenta solucionar la crisis del coste de la vida, citó el mensaje de Gerald Ford a la ciudad hace medio siglo: «Vete al infierno».
En el centro del conflicto se encuentra una diferencia clave entre los enfoques de la socialización del riesgo. Cuando una empresa o un sector se ve sometido a presión, la principal preocupación de la Reserva Federal es la amenaza sistémica que supone, incluso si las medidas de estabilización benefician en primer lugar a los que son demasiado grandes para quebrar. La administración, por el contrario, está más interesada en un enfoque discrecional y basado en el clientelismo. Aunque más selectivo, este último no es necesariamente más barato. Por ejemplo, la Fed podría querer abordar el estallido casi inevitable de la burbuja de la inteligencia artificial de la misma manera que gestionó el fin de la era puntocom: proporcionando una amplia liquidez, pero aceptando, no obstante, la depreciación sustancial de muchos activos tecnológicos. Es probable que la Administración quiera ofrecer mucho más, ya que las empresas tecnológicas se han convertido en aliadas clave, con funciones estratégicas tanto en la maquinaria mediática de MAGA como en la expansión de la vigilancia y las capacidades militares.
Sería difícil para el Tesoro organizar por sí solo tales intervenciones. Incluso en circunstancias normales, se requiere el apoyo activo de la Reserva Federal para mantener un «mercado ordenado» de deuda pública, y ahora tendría que financiar déficits federales propios de tiempos de guerra. El aumento drástico del endeudamiento público también alejaría aún más a los defensores del déficit cero, que siguen siendo un grupo poderoso en el Congreso. Por lo tanto, el Tesoro de Trump necesita a la Fed. La aspiración de Bessent no es un banco central reducido, como sugiere su retórica, sino uno que ejerza sus poderes para promover las prioridades del ejecutivo.
Ese «dominio fiscal» es anatema para los economistas convencionales. La crítica de Krugman a la desconexión entre el diagnóstico de Bessent —la Fed ha sido capturada por intereses especiales— y su solución —poner a la Reserva Federal en la órbita del poder ejecutivo— es perfectamente correcta. Pero podemos rechazar la solución de Bessent sin subirnos a la barricada para defender una idea ingenua y engañosa de la independencia de la Fed, que pasa por alto la imbricación de su aparato de estabilización con los mayores balances de Wall Street. Hacerlo solo da fuerza al programa MAGA: la gente corriente desconfía de las afirmaciones de neutralidad de la Fed, y con razón.
El principio de independencia del banco central se remonta al «acuerdo» de 1951, cuando la Reserva Federal se aseguró el derecho a aumentar los tipos de interés incluso cuando tales medidas estaban destinadas a elevar los costes de financiación del Tesoro. No obstante, el estatus de esa norma siguió siendo incierto durante varias décadas: la Fed tenía más margen para combatir la inflación, pero seguía muy atenta al coste de la financiación pública, así como a las preocupaciones de los presidentes por el crecimiento y el empleo. A finales de la década de 1970 se produjo un cambio decisivo cuando Jimmy Carter cedió las riendas monetarias a Paul Volcker, quien pronto declaró que iba a frenar el crecimiento de la oferta monetaria y dejar que los tipos de interés subieran hasta el nivel necesario para reducir la inflación —en aquel momento muy por encima del 10 %—, ignorando las súplicas de los grupos de interés, incluidos los políticos. Sin embargo, como han señalado los críticos desde hace tiempo, la independencia del banco central siempre fue más un mito que una realidad, y el enfoque tecnocrático en la estabilidad difícilmente tuvo efectos neutrales, como lo demuestra la grave recesión provocada por la agresiva política de endurecimiento de Volcker. A pesar de que la Reserva Federal se volvió más autónoma, las medidas de estabilización financiera que desarrolló protegieron a los bancos de importancia sistémica: el Estado rescatador, que alcanzó nuevas proporciones tras la crisis financiera con el giro hacia la compra de activos a gran escala.
El mandato de Powell expira en mayo del año que viene, y en los próximos meses Trump nombrará a un sucesor que, espera, sea más receptivo a sus deseos. Bessent está entrevistando actualmente a los candidatos. Uno de los favoritos es Kevin Warsh, un confidente de Bessent. Warsh, que se presenta a sí mismo como un Volcker actual, cree que un banco central centrado exclusivamente en controlar el crecimiento de la oferta monetaria gozará de un nivel de credibilidad que, naturalmente, producirá tipos más bajos. Sin embargo, las esperanzas de que se repita la Gran Moderación —la era de tipos de interés bajos que siguió al mandato de Volcker— están abocadas al fracaso. La conquista de la inflación en los años ochenta dependió en gran medida de una serie de acontecimientos: la destrucción de los sindicatos, el auge de China como proveedor de importaciones de bajo coste y la capacidad de los mercados financieros para absorber la liquidez y evitar que «persiguiera unos bienes demasiado escasos» y empujara al alza los precios al consumo. Quizás Warsh sea consciente de ello, lo que explicaría por qué, en realidad, no prevé que se repita la terapia de choque. Por el contrario, ha indicado que, dado que las políticas de flexibilización cuantitativa del banco central significan que, en la práctica, está jugando en el terreno de la política fiscal, el Tesoro tiene a su vez derecho a una voz fuerte en la gestión del balance de la Reserva Federal. El nuevo «acuerdo» que prevé establecería una mayor coordinación —y no menor, como en 1951— entre el Tesoro y la Fed.
Trump podría optar por un leal como Kevin Hassett, actual director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, que cumplirá sus órdenes por razones más sencillas. Otro candidato, Christopher Waller, cuenta con el favor de la mayoría de los economistas por sus credenciales ortodoxas y su experiencia, aunque se ha esforzado por señalar que estas no serán un obstáculo para llevar a cabo las preferencias políticas del presidente. Y luego están los rumores de que Trump está barajando la idea de seleccionar al propio Bessent, lo que sería la forma más enfática de comunicar que las arcas públicas y la infraestructura financiera de la nación ya no están bajo autoridades separadas. Sea cual sea el resultado del proceso, es difícil imaginar que cualquier nuevo presidente que no siga fielmente las órdenes de Washington permanezca en el cargo durante mucho tiempo.
El ataque de Trump a la Fed es otra variante de una estrategia habitual de MAGA: avivar el sentimiento promercado y antisistema para reforzar las prerrogativas ejecutivas. Esta artimaña política siempre desorienta, pero en pocos ámbitos los progresistas han perdido tanto el rumbo a la hora de formular una respuesta convincente. Con unos impulsos autoritarios mucho más pronunciados en la segunda administración Trump, la independencia del banco central se ha convertido en un importante punto de encuentro, otra ocasión para reafirmar el valor de la experiencia apolítica. Sin embargo, considerar esto como una estrategia política viable requiere pasar por alto las formas en que las políticas de estabilización de la Reserva Federal han impulsado la polarización económica extrema que ha sido un terreno tan fértil para la derecha populista.
No hay nada contradictorio en tratar de arrebatar el control de la infraestructura financiera del país tanto al complejo «demasiado grande para quebrar» de Wall Street como a las ambiciones de los gobiernos autoritarios. Pero una política que combine esos objetivos, creando instituciones que hagan que la gestión monetaria dependa de la legitimación democrática, parece fuera de alcance por ahora. Las largas secuelas de la crisis financiera han llevado al movimiento de Trump a comprender que, para ser verdaderamente transformador, necesitará controlar la política monetaria. A medida que el gigante MAGA hace cada vez más incoherente una política centrada en la defensa del statu quo, se acaba el tiempo para que su oposición aprenda la misma lección.
5. Conferencia de Historical Materialism en Londres.
Primera parte de la crónica de Michael Roberts de la reciente conferencia de Historical Materialism celebrada en Londres, con las intervenciones que más le interesaron.
Historical Materialism 2025, primera parte: imperialismo y guerra
Cada año, la revista Historical Materialism celebra una conferencia en Londres. A ella acuden (en su mayoría) académicos y estudiantes para debatir sobre la teoría marxista y criticar el capitalismo.
Este año, la conferencia contó con una gran asistencia y fue la mejor organizada hasta la fecha. Hubo una gran variedad de sesiones y plenarias sobre economía, cultura, tecnología, imperialismo, guerra y cuestiones de género. Hubo muchas «corrientes» de presentaciones sobre fascismo, tecnología (IA), imperialismo, cambio climático y, por supuesto, teoría marxista. No podía estar en dos sitios a la vez y revisar todas las ponencias, por lo que mi cobertura de la conferencia estará sesgada por mis propias preferencias.
Empezaré por relatar mi propia presentación en una sesión sobre imperialismo. Mi ponencia se titulaba «¿Recuperando terreno o quedando rezagados?». En ella, me planteaba si los países más pobres del llamado Sur Global estaban «recuperando terreno» con respecto a los países más ricos del llamado Norte Global. Las medidas de «recuperación de terreno» que utilicé fueron: 1) los niveles de renta per cápita; 2) los niveles de productividad laboral; y 3) el índice de desarrollo humano elaborado por la ONU. Tomé la tendencia de crecimiento medio anual de cada uno de estos indicadores para el G7 (o las llamadas economías de «altos ingresos») y la comparé con la de los BRICS. Proyecté estas tendencias hacia el futuro para ver si la brecha entre las economías ricas del Norte Global acabaría siendo cerrada por las economías del Sur Global (BRICS). En los tres indicadores, el Sur Global no estaba cerrando la brecha y nunca lo haría, con la posible excepción de China.
¿Por qué no se estaba reduciendo la brecha? La razón principal era el imperialismo. La riqueza (el valor) se transfiere constantemente del Sur Global al Norte Global. Además, la rentabilidad del capital en el Sur Global estaba cayendo más rápidamente que el crecimiento de la productividad laboral, lo que ralentizó la inversión productiva y el crecimiento económico en el Sur Global. China era la excepción porque el crecimiento de su inversión estaba menos determinado por la rentabilidad del capital que en cualquier otra economía importante del Sur Global. Descubrí que la ganancia anual en valor para las economías imperialistas del Norte Global era de alrededor del 2-3 % del PIB cada año, mientras que la pérdida anual era similar para las economías mucho más pobladas del Sur Global. En otras palabras, si no fuera por la explotación imperialista, las economías del G7 (incluido Estados Unidos) no estarían creciendo en absoluto, mientras que las economías del Sur Global estarían creciendo mucho más rápido y comenzando a ponerse al día.
Transferencias de valor imperialistas a través del comercio (% del PIB)
Fuente: La economía del imperialismo moderno, revista Historical Materialism, 4, 2021
Fuente: FMI
En la misma sesión, Pedro Matto hizo una crítica convincente del concepto de subimperialismo. Este concepto sostiene que el Norte Global puede obtener transferencias de valor de los países del Sur Global, pero las economías capitalistas más grandes del Sur, como Brasil, Rusia, Sudáfrica, India o China, también obtienen transferencias de valor de las economías periféricas más débiles de sus regiones. En ese sentido, estos países son subimperialistas.
Nunca me ha convencido este concepto por tres razones: en primer lugar, implica que todos los países son «un poco imperialistas» y «un poco explotados». Esto debilita realmente el concepto de imperialismo basado en unas pocas economías capitalistas maduras y desarrolladas del Norte Global, tal y como las identificó por primera vez Lenin, que explotan al resto del mundo. En segundo lugar, como decía la crítica de Matto, si todos los países son un poco imperialistas, se debilita cualquier orientación de la lucha antiimperialista. Además, no hay pruebas empíricas de transferencias importantes de valor de países como Zambia a Sudáfrica, de Paraguay a Brasil o de los países más pobres de Asia a China que se acerquen en modo alguno al volumen de las transferencias de valor a través del comercio y los flujos financieros de los BRICS a las economías del G7+.
También en esta sesión, Cristina Re y Gianmaria Brunazzi presentaron una intrigante teoría de lo que denominaron «imperialismo impulsado por la deuda». Estados Unidos solía ser un acreedor en la economía mundial, con superávits comerciales, mientras prestaba e invertía en el extranjero. Pero desde la década de 1970, acumuló cada vez más déficits comerciales y, por lo tanto, acumuló enormes deudas con el resto del mundo, en particular con Europa, Japón y China. Sin embargo, dado que el dólar era la moneda de comercio y de reserva mundial, esta deuda no era una desventaja, sino una nueva arma económica para que el imperialismo estadounidense dominara a otros países.
Debo decir que esta teoría no me pareció convincente. Para mí, el imperialismo de la deuda es cuando los países pobres acumulan enormes deudas (préstamos) de instituciones imperialistas para crecer, pero luego, en crisis económicas, se ven obligados a incumplir sus pagos, devaluar sus monedas e imponer severas medidas de austeridad para cumplir con sus obligaciones con los bancos del Norte Global y el FMI, etc. Estados Unidos es una excepción como deudor debido al «privilegio extraordinario» del dólar y a que puede financiar fácilmente sus déficits comerciales mediante inversiones extranjeras en empresas y activos financieros estadounidenses. Pero no veo cómo se deduce de esto que la deuda estadounidense sea una nueva vía de dominación para el imperialismo estadounidense.
Permítanme informarles también sobre una sesión «insignia» que contó con una gran asistencia, titulada «Repensar el imperialismo y la guerra». Michael Hardt argumentó que el imperialismo (presumiblemente tanto el estadounidense como el europeo) se estaba transformando en «regímenes de guerra global», a medida que el militarismo sustituye al dominio económico. Otro ponente, Morteza Samanpour, argumentó lo siguiente (tomado de su resumen): «La globalización capitalista no homogeneiza el tiempo, sino que intensifica su diferenciación. A través de operaciones logísticas, financieras y extractivas, el capital unifica y fragmenta simultáneamente las espaciotemporalidades, produciendo disyunciones activas que sirven a su reproducción global». Y «una estrategia política internacionalista y antiimperialista debe adaptarse a las temporalidades fracturadas y desiguales del presente, en particular en lo que respecta a la coyuntura bélica contemporánea y la proliferación de formaciones imperiales más allá del Occidente histórico. Requiere una racionalidad estratégica renovada, capaz de abordar de manera productiva los tiempos sociales disyuntivos del capital al servicio de un internacionalismo genuinamente emancipador».
Debo decir que me costó entender lo que significaba todo esto, ya que soy muy simplón y necesito un lenguaje sencillo. De todos modos, creo que la esencia era un ataque a lo que aparentemente se denomina «campismo», es decir, que el hecho de que haya potencias a nivel mundial que se resistan a las políticas del imperialismo estadounidense no significa que los marxistas «deban respaldar a Estados autoritarios como Irán, Rusia o China simplemente porque se oponen a Estados Unidos e Israel». Simpatizo con ese punto de vista, aunque el economista político que hay en mí se opone a lo que Samanpour denominó la «proliferación de formaciones imperiales más allá del Occidente histórico», ¿se refiere con ello a que China o Rusia son imperialistas, o incluso Irán o Arabia Saudí?
Los demás ponentes de esta mega sesión se centraron en cómo luchar contra el imperialismo y la guerra. Eleonora Cappuccilli y Michele Basso se fijaron en las organizaciones internacionales de clase que están tratando de construir y no en los Estados «resistentes» como la forma de derrotar al imperialismo y detener la guerra, aunque hablaron de un movimiento «laboral vivo» (creo que un término más sencillo podría ser «movimiento obrero») y parecieron argumentar que los migrantes y el «trabajo precario» serían la punta de lanza en la lucha contra el imperialismo, lo que me pareció poco probable.
Feyzi Ismail argumentó que la inversión y el mantenimiento de la infraestructura militar son grandes impulsores de las emisiones globales de carbono y la destrucción del medio ambiente. Las actividades militares globales, excluyendo la guerra activa, ya representan aproximadamente el 6 % de las emisiones globales totales. Detener el ciclo de dar prioridad a las respuestas militares a la seguridad, el acceso a los recursos nacionales, la migración inducida por el clima o los desastres naturales, significa movilizar movimientos de masas, no solo el movimiento climático, sino también movimientos contra la guerra y la austeridad a través de los sindicatos y los trabajadores.
Fuente: OCDE
En general, esta sesión me ha resultado confusa, pero quizá sea porque me estoy haciendo mayor. Se afirma que el imperialismo no se limita a los «sospechosos habituales» del Norte Global, sino que ahora el orden mundial es multipolar, con una batalla principal entre dos grandes potencias imperialistas, una en declive, Estados Unidos, y otra en ascenso, China. Mi opinión es diferente. No veo a Estados Unidos y China como imperialismos igualmente antagónicos y agresivos. Quienes leen habitualmente este blog y mis artículos sobre el desarrollo económico de China saben que no considero a China imperialista en el sentido económico, es decir, que obtiene enormes transferencias de valor a través del comercio y los flujos financieros de los países pobres. Tampoco considero que China sea capitalista en el sentido de que imperen la ley del valor y la producción y la inversión con fines lucrativos. En cambio, China tiene una economía en la que la inversión y la planificación estatales predominan sobre el sector capitalista. Sin embargo, eso no significa que el Gobierno chino sea un bastión de la lucha internacional revolucionaria contra el imperialismo, como afirman los «campistas». De hecho, los líderes «comunistas» de China son abiertamente nacionalistas en su orientación.
En la segunda parte de mi reseña del HM de este año, analizaré las sesiones sobre la crisis climática y la ecología, y sobre la tecnología, en particular la inteligencia artificial, y también resumiré la sesión de mi segunda presentación, en la que se debatieron las principales tendencias de la economía mundial.
6. Enseñanzas de la Revolución de Octubre.
Aprovechando el aniversario, Pozhidaev vuelve a reflexionar sobre las enseñanzas de la Revolución de Octubre para el mundo actual.
https://deveconhub.com/russias-1917-october-revolution-a-warning-an-alternative-a-challenge/
La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia: una advertencia, una alternativa, un desafío
- Dmitry Pozhidaev
- 9 de noviembre de 2025
Cada aniversario de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia (7 de noviembre en el nuevo calendario) ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la importancia global de ese acontecimiento histórico. Para algunos, es una oportunidad para condenar los «horrores de la dictadura comunista»; para otros, una ocasión para recordar el primer intento serio de sustituir el orden capitalista por algo diferente, por contradictorio, sangriento y finalmente derrotado que haya sido.
En los debates contemporáneos, octubre aparece con frecuencia como una advertencia moral o un fantasma ideológico: bien como prueba de que «toda desviación del mercado conduce al Gulag», bien como un mito romántico de la toma del Palacio de Invierno y los trabajadores «apoderándose de la historia». En ambos casos, se deja de lado lo que era obvio para los propios protagonistas de la revolución: que fue una respuesta a un conjunto específico de problemas globales —la guerra imperialista, las desigualdades sociales extremas, el subdesarrollo de la periferia del capitalismo europeo— y no un simple capricho de un pequeño grupo de fanáticos.
Desde la distancia de más de un siglo, la Revolución de Octubre puede interpretarse tanto como un síntoma de la crisis del sistema mundial como un proyecto para su transformación. Planteó una serie de preguntas que siguen sin resolverse hoy en día: si es posible «alcanzar» rápidamente al centro capitalista desarrollado mediante la movilización planificada de recursos; si la clase obrera puede realmente gobernar o si es inevitable que sea sustituida por una nueva élite burocrática; si es posible una emancipación parcial de la dependencia externa sin crear represión interna. La forma en que respondan a estas preguntas determina no solo su relación con el pasado, sino también los límites de lo que hoy consideran políticamente pensable.
La Revolución de Octubre siguió a la anterior revolución de febrero de 1917, que abolió el régimen zarista. Sin embargo, por mucho que ese cambio democrático hubiera sido anticipado, esperado y apoyado por la mayoría de la población y los actores políticos (incluido el partido bolchevique de Vladimir Lenin), la caída de la monarquía por sí sola no podía resolver los graves retos políticos y económicos a los que se enfrentaba Rusia. El gobierno de los «ministros capitalistas» continuó con las mismas políticas, simplemente envueltas en un nuevo envoltorio democrático: la guerra continuó, las tierras no fueron devueltas a los campesinos, los trabajadores no obtuvieron ningún control real sobre la producción y la posición periférica de Rusia en la economía mundial se mantuvo sin cambios.
En este sentido, Octubre no fue el capricho de una minoría radical que «destruyó una joven democracia», sino una expresión de desilusión con un mero cambio de forma política sin un cambio en el contenido social. Las libertades democráticas que trajo la Revolución de Febrero —la prensa, la libertad de reunión, la vida partidaria— no carecían de importancia, pero resultaron insuficientes cuando la mayoría de la población seguía sin paz, tierra y pan. Solo cuando quedó claro que las nuevas autoridades no tenían intención de retirarse de la guerra, no podían garantizar una redistribución de la tierra y no deseaban tocar los privilegios económicos de las élites, se abrió el espacio para un proyecto más radical.
Revolución, experiencia possocialista y capitalismo
Es aquí donde el paralelismo con el presente se hace dolorosamente visible. Hoy en día, en muchos países, la sustitución de los regímenes autoritarios por gobiernos liberal-democráticos suele terminar como un «febrero sin octubre»: se introducen el pluralismo de partidos, las instituciones independientes y las nuevas constituciones, pero las estructuras básicas del poder económico permanecen intactas. Las promesas de justicia social, reducción de la desigualdad y «fin de la oligarquía» se convierten en reformas cosméticas, mientras que los viejos patrones de explotación se reproducen bajo las banderas del mercado, la responsabilidad y la integración europea.
La Revolución de Octubre nos recuerda una verdad incómoda: la democracia política sin una reestructuración de las relaciones de clase existentes en la economía tiene un alcance muy limitado. Esto no significa que la respuesta bolchevique a ese problema representara un modelo universal o una receta lista para el presente, pero la experiencia de 1917 advierte que cualquier «cambio» que deje intacta la lógica de la acumulación de capital, la dependencia externa y la desigualdad social generará necesariamente una nueva ronda de decepción y radicalización. En este sentido, la pregunta que plantea cada aniversario de la Revolución de Octubre no es solo qué pensamos del proyecto bolchevique, sino también cómo de preparados están ustedes hoy para aceptar la idea de que sin una intervención más profunda en las relaciones económicas no puede haber una democracia real.
En el espacio possocialista ya podemos ver precisamente esos ciclos repetidos de revuelta, decepción y radicalización. Desde las revoluciones «Maidan» en Ucrania, que prometían romper con la corrupción y el control oligárquico, pero que terminaron en una nueva redistribución del poder dentro de la misma clase, hasta las oleadas de protestas masivas en Serbia, donde la energía del descontento social se canaliza regularmente hacia una lucha por un «Estado normal», pero sin ninguna intervención seria en los fundamentos económicos del orden.
El destacado marxista ruso Boris Kagarlitsky señala en su análisis de la situación actual en Serbia, que me envió desde la cárcel, que el impulso de un movimiento y su carácter masivo no garantizan en absoluto resultados sustantivos si los fundamentos del orden permanecen intactos: bajo el dominio de la ideología liberal, las contradicciones estructurales clave que generan crisis no se resuelven, ni siquiera se extraen las conclusiones políticas más elementales, y las victorias democráticas a menudo se convierten en triunfos «técnicos» que se revierten rápidamente.
Kagarlitsky sostiene que, para que esas victorias sean realmente sustantivas, se necesita una segunda ola más radical —al menos una transformación anticoligárquica, si no socialista—, como podemos ver en la experiencia de varios gobiernos de izquierda en América Latina que, a pesar de las reformas sociales y de una cierta redistribución de los ingresos, se mantuvieron dentro del marco de un orden oligárquico y de la dependencia de las exportaciones. En estos casos, el cambio de élites y símbolos políticos deja intactos los patrones clave de dependencia, la privatización de los recursos públicos y la subordinación de los estratos capitalistas locales al centro global.
La Revolución de Octubre no se detuvo en un cambio de régimen político, sino que buscó transformar los cimientos mismos del orden socioeconómico. En este sentido, superó el marco de las entonces conocidas «revoluciones democráticas» y abrió un experimento sin precedentes: la reorganización de la economía sobre la base de la propiedad social, la asignación planificada de recursos y la abolición proclamada de la explotación.
Por esa razón, su impacto superó con creces las fronteras de Rusia. La Revolución de Octubre se convirtió en un punto de referencia para todos los intentos posteriores de desafiar la «naturalidad» del capitalismo: desde el movimiento obrero en Europa, pasando por las luchas anticoloniales en Asia, África y América Latina, hasta los movimientos en favor del estado del bienestar en el núcleo mismo del sistema mundial.
Con todas sus deficiencias, el sistema socialista, al menos hasta que se agotó su potencial de desarrollo, fue capaz de alcanzar niveles sin precedentes de crecimiento y transformación estructural. En el período de entreguerras y en las primeras décadas de la posguerra, la Unión Soviética logró algunas de las tasas de crecimiento industrial más rápidas del mundo, reduciendo (aunque sin cerrar nunca) la brecha con el núcleo capitalista, a pesar de partir de una base mucho más baja y de operar durante la Gran Depresión y la devastación de la guerra. Según las estimaciones del Proyecto Maddison, entre 1928 y 1939 el PIB per cápita de la Unión Soviética pasó de representar alrededor del 19 % al 32 % del nivel de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, fue pionera en lo que más tarde se conocería como el «estado del bienestar»: protección social universal y derechos socioeconómicos, como el derecho al trabajo, la educación (incluida la educación superior), la asistencia sanitaria, las pensiones y la provisión material en la vejez, así como amplios sistemas de baja por enfermedad remunerada, prestaciones por maternidad, cuidado de niños y viviendas subvencionadas.
En este sentido, el capitalismo debe buena parte de su posterior «victoria» al socialismo: fueron los experimentos socialistas los que pusieron a prueba y ampliaron muchas de las innovaciones sociales que ahora se dan por sentadas en los estados del bienestar capitalistas maduros: educación pública masiva, cobertura sanitaria universal, seguro social integral, baja por maternidad remunerada y seguridad laboral garantizada por ley.
La inversión social socialista también creó canales de movilidad vertical sin precedentes. La educación secundaria, técnica y superior gratuita y ampliamente expandida, junto con las cuotas de admisión para trabajadores, campesinos y mujeres, rápidamente derrocaron el antiguo patrón imperial en el que no había hijos de trabajadores ni campesinos entre los estudiantes. A finales de la década de 1930, más de la mitad de los estudiantes universitarios procedían de clases populares, mientras que las mujeres se incorporaron en gran número a profesiones cualificadas, a la gestión y a las instituciones representativas décadas antes de que se produjeran cambios comparables en los países capitalistas avanzados.
Sin embargo, algunos de estos logros siguen sin estar al alcance de amplios segmentos de la población trabajadora en el núcleo capitalista, incluso hoy en día: Estados Unidos, por ejemplo, sigue siendo el único país de la OCDE que no garantiza la baja por maternidad remunerada a nivel nacional, y el acceso a la educación superior en muchos países ricos está condicionado por las elevadas tasas de matrícula y el fuerte endeudamiento.
Naturalmente, la historia de este experimento no fue ni lineal ni romántica. Ya en los primeros años tras la victoria, la invasión, la destrucción, el aislamiento, la guerra civil y un entorno socialmente atrasado crearon las condiciones para que las consignas originales «paz para los pueblos, fábricas para los trabajadores, tierra para los campesinos» comenzaran a convertirse en su sustituto burocrático y autoritario. En lugar del control directo de los trabajadores, se consolidó una jerarquía partido-Estado; en lugar de la emancipación, surgió una nueva capa de gestores que se presentaban como la «vanguardia» que actuaba en nombre de quienes supuestamente gobernaban. Sin embargo, ni siquiera este proceso de degeneración borra el hecho de que el punto de partida fue un intento de romper con la lógica de la acumulación capitalista, y no simplemente de «humanizarla» o distribuirla de manera más equitativa.
Desde la perspectiva actual, en una época en la que el capitalismo se presenta a nivel mundial como la única forma posible de sociedad, es precisamente esta ruptura la que hace que la Revolución de Octubre sea intolerable para las ideologías dominantes y, al mismo tiempo, indispensable para cualquier política de izquierda seria. En un mundo en el que se repiten ciclos de euforia liberal, decepción y reacción autoritaria, el legado de la Revolución de Octubre no es un conjunto de recetas prefabricadas, ni puede revivirse mediante un simple «retorno». Su importancia radica en el hecho de que plantea, de forma radicalmente aguda, la cuestión de si es posible organizar la economía y la sociedad sobre bases diferentes al beneficio privado y la competencia, y qué precio pagan las sociedades cuando intentan hacerlo.
La respuesta que den hoy a esta pregunta determinará si ven la historia de 1917 como una «desviación ajena» o como el primer intento, contradictorio pero inevitable, de superar los límites del siglo capitalista. Es precisamente por esta razón que las ideologías contemporáneas trabajan sistemáticamente para deslegitimar incluso la posibilidad misma de tal alternativa.
Dentro de ese mismo panorama ideológico, el legado de la Revolución de Octubre se suprime aún más mediante intentos cada vez más frecuentes de presentar al comunismo y al fascismo como «dos caras de la misma moneda totalitaria», de las cuales la resolución del Parlamento Europeo de 2019 es solo la expresión simbólica más destacada.
Existe una similitud formal en el hecho de que tanto el proyecto comunista, en la forma en que cristalizó en el «socialismo realmente existente», como el fascismo construyeron regímenes autoritarios y represivos. Pero ideológicamente se situaban en polos opuestos: el comunismo, al menos declarativamente, defendía la hermandad y la unidad de los pueblos, la superación de las jerarquías nacionales y raciales y un universalismo de los derechos humanos desde una perspectiva de clase; el fascismo se basaba en una ideología racial, un culto a la violencia y una intolerancia abierta como base del orden político.
La historia del siglo XX muestra con bastante claridad que el capitalismo «democrático» solo tuvo un conflicto ideológico genuino con el comunismo, mientras que su conflicto con el fascismo fue sobre todo económico y relacionado con la seguridad: las potencias fascistas solo se volvieron inaceptables cuando amenazaron el equilibrio de intereses dentro del propio mundo capitalista, y no porque negaran los valores democráticos.
Por eso hoy son testigos de marchas y mítines de nazis y neonazis, así como de conmemoraciones de antiguos miembros de formaciones nazis (incluidas las unidades Waffen-SS), justificadas con el argumento de que «en esencia» no eran fascistas, sino luchadores contra el comunismo, un argumento que se considera una exoneración casi total. En 2022, todos los Estados miembros de la Unión Europea, junto con Estados Unidos, Gran Bretaña y sus principales aliados, votaron en contra de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la lucha contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y los antiguos miembros de las Waffen-SS.
Al mismo tiempo, en esos mismos Estados «democráticos» que toleran o incluso celebran a los colaboradores del fascismo sin mayor escándalo, se han introducido las medidas represivas más duras contra los comunistas: desde detenciones y prohibiciones de partidos y símbolos comunistas hasta restricciones y de facto censura del estudio de El capital de Karl Marx, ciento cincuenta años después de su primera publicación.
En este cambio de coordenadas morales, el significado de la Revolución de Octubre se vuelve doble: por un lado, sigue siendo una advertencia sobre los peligros de la degeneración autoritaria de los proyectos emancipadores; por otro, nos recuerda que en un momento histórico existió una alternativa seria y globalmente relevante al orden capitalista, que no puede reducirse a una nota al pie de página entre Adolf Hitler y Benito Mussolini.
Las lecciones del socialismo realmente existente y el destino de la idea socialista
El comunismo refleja la esperanza de que sea posible un orden social justo y libre sin explotación, con una distribución que favorezca a todos los ciudadanos, y no solo a un puñado de ricos poderosos. Por lo tanto, las contradicciones del capitalismo que Marx analizó no han desaparecido, ni tampoco los límites de la democracia burguesa que él señaló. Como argumentó recientemente Yanis Varoufakis, «no vivimos en democracias, sino bajo un régimen oligárquico salpicado de elecciones periódicas».
El colapso del socialismo real no resolvió mágicamente las tensiones del capitalismo ni hizo que el sistema funcionara de repente mejor. Por el contrario, las crisis que siguen sacudiendo la economía mundial se han intensificado desde que se desvaneció la euforia por la supuesta «victoria final» del capitalismo y el «fin de la historia».
El poder extorsivo del capital se ejerce en todas partes. Según el Informe sobre la desigualdad mundial 2022, a nivel mundial, el 1 % más rico ha acaparado aproximadamente el 38 % de toda la riqueza adicional acumulada desde mediados de la década de 1990, mientras que la mitad más pobre de la población mundial solo ha recibido alrededor del 2 %. Hoy en día, ese mismo 1 % posee más riqueza que el 95 % más pobre en su conjunto. En este contexto, la imagen de un «puñado» que representa solo uno de cada cien no es una metáfora, sino una descripción precisa de lo concentrado que se ha vuelto el poder económico.
Precisamente por esa razón, a pesar del colapso del socialismo real y el auge del capitalismo neoliberal (y quizás precisamente por eso), la idea del socialismo ha sobrevivido y sigue siendo objeto de debate activo en los círculos académicos, los movimientos sociales, los sindicatos e incluso en el marco de una socialdemocracia deformada que periódicamente intenta recuperar la conexión perdida con sus propias raíces históricas.
La Revolución de Octubre (y lo que le siguió) no niega, por tanto, la idea del socialismo, sino que advierte sobre las condiciones en las que el intento de realizarlo puede convertirse en su contrario. Muestra lo peligrosa que es la combinación de atraso, guerra, destrucción, aislamiento internacional y concentración del poder político en manos de un estrecho estrato de la «vanguardia», así como lo arriesgado que es separar la transformación social de la democracia política, el pluralismo y la participación real de las clases subordinadas en la toma de decisiones.
Nada de esto significa que el fracaso del socialismo realmente existente pueda reducirse únicamente a sus distorsiones internas. La presión externa también fue importante. Desde la intervención militar y el bloqueo económico de la Entente entre 1918 y 1920, pasando por el devastador ataque de la Alemania nazi en 1941 y la destrucción de un tercio de la capacidad productiva del país, hasta el largo asedio de la Guerra Fría que siguió, el socialismo en el bloque soviético se desarrolló en condiciones de emergencia casi permanente.
Los Estados occidentales impusieron restricciones de gran alcance al acceso a la tecnología y al crédito, desde controles estratégicos de las exportaciones de maquinaria avanzada, electrónica y ordenadores hasta discriminaciones comerciales como la enmienda Jackson-Vanik y diversos regímenes de embargo y sanciones. Un sistema que debe prepararse constantemente para la guerra, mantener un enorme aparato militar y vivir bajo la percepción de estar rodeado se verá empujado casi inevitablemente hacia la centralización, el secretismo y la represión, incluso cuando proclame un objetivo emancipador.
Esto plantea una hipótesis contraria a la que las caricaturas burguesas del comunismo evitan cuidadosamente. Tanto Marx como Lenin concebían el comunismo como un orden profundamente democrático, basado en el autogobierno de los productores asociados y en la progresiva desaparición del poder coercitivo del Estado, y no en un partido-Estado omnipotente por encima de la sociedad.
Lenin insistió repetidamente en que «el socialismo no puede mantener su victoria y llevar a la humanidad a la época en que el Estado se extinguirá a menos que se logre plenamente la democracia» y que los trabajadores comunes deben «aprender a gobernar el Estado», de modo que la administración deje de ser coto privado de una casta burocrática especializada.
En ausencia de una amenaza externa permanente y del asedio capitalista, ¿podría el socialismo realmente existente haber evolucionado en direcciones más democráticas y menos autoritarias? Nada en la idea comunista como tal predetermina las formas desagradables que adoptó en la historia; estas fueron el resultado de una combinación particular de contradicciones internas y presiones externas, no una consecuencia lógica de la aspiración a una sociedad sin explotación.
En todo caso, la experiencia de la Revolución de Octubre y del socialismo realmente existente nos plantea la tarea de continuar la búsqueda de alternativas al capitalismo con una clara conciencia de estos límites y peligros: la idea de una sociedad sin explotación sigue siendo un horizonte abierto, pero ya no puede imaginarse como un proyecto realizado a través de la «necesidad histórica» y la infalibilidad del partido, sino más bien como un largo y contradictorio proceso de lucha democrática y autogestión desde abajo.
7. Metamorfosis o fin del neoliberalismo.
Reseña de un libro sobre la posible metamorfosis del funcionamiento del neoliberalismo o, quizá su fin.
https://www.terrestres.org/2025/11/07/neoliberalisme-crepuscule-ou-metamorphose/
Neoliberalismo: ¿ocaso o metamorfosis?
Desde 2008, el neoliberalismo no deja de morir con cada crisis. ¿Y si realmente hubiera llegado a su fin, sustituido por un «capitalismo de la finitud», que regresa tras una larga ausencia y decidido a apoderarse de los recursos de un mundo limitado? Esta es la tesis que defiende Arnaud Orain en su libro «Le monde confisqué» (El mundo confiscado). Análisis crítico.
Alessandro Stanziani
7 de noviembre de 2025
Acerca del libro de Arnaud Orain Le monde confisqué. Essai sur le capitalisme de la finitude (XVIe-XXIe siècle), publicado por Flammarion en 2025.
¿Terminó el neoliberalismo en 2010, como sostiene el economista e historiador Arnaud Orain? Más allá de los espectaculares aranceles que marcaron el inicio del segundo mandato de D. Trump, ciertas transformaciones estructurales de la economía y de las relaciones de fuerza internacionales llevan al autor a ver en ello una nueva era económica que cobra sentido en la larga historia del capitalismo.
Arnaud Orain tiene una doble formación como economista e historiador; nos tiene acostumbrados a trabajos eruditos e impactantes en los que moviliza los conocimientos económicos de la época moderna en un marco problemático que afecta de cerca a los retos de nuestro tiempo. Es el caso, en particular, de su libro Les savoir perdus de l’économie (Los conocimientos perdidos de la economía), dedicado a los enfoques económicos y agronómicos de los siglos XVII y XVIII, que defendían un enfoque totalmente diferente al de, por ejemplo, los fisiócratas y Smith, pero que sin embargo fueron marginados y posteriormente olvidados1.
Un argumento de peso atraviesa su nueva obra: el neoliberalismo ha llegado a su fin, y este cambio forma parte de un movimiento pendular que ha animado al capitalismo desde sus orígenes en el siglo XVI. El autor traza una historia del capitalismo que rompe con las periodizaciones convencionales, como las de la regulación y el liberalismo, o el capitalismo clásico, el capitalismo encastrado (keynesiano) y el neoliberalismo. Según él, se suceden dos regímenes: un régimen «liberal» y un régimen «de la finitud ». El primero se impuso entre 1815 y 1880, y luego a partir de 1945. El segundo dominó entre los siglos XVI y XVIII, entre 1880 y 1945, y vuelve a dominar a partir de 2010. El capitalismo de la finitud se define como «una vasta empresa naval y territorial de monopolización de activos —tierras, minas, zonas marítimas, personas esclavizadas, datos digitales…— llevada a cabo por Estados-nación y empresas privadas con el fin de generar ingresos rentistas al margen del principio de la competencia» (p. 8).
Este capitalismo se caracteriza por tres elementos principales: el cierre y la privatización de los mares, el monopolio y la eliminación de la competencia, así como la constitución de imperios (formales o informales). El capitalismo de la finitud se basa en la idea de que los recursos son limitados, a diferencia del capitalismo liberal, que se centra más bien en la expansión económica. Cada vez que se impone el capitalismo de la finitud, concluye el autor, «hay sobre todo un supuesto problema que resolver: la decadencia o la comparación relativa entre Estados o «civilizaciones», el mantenimiento de un dominio o un nivel de vida, la transición energética que hay que llevar a cabo. Cada vez, es la frontera del capitalismo la que se desplaza y se profundiza» (p. 15).
La obra presenta entonces tres ambiciones: superar la oposición clásica entre liberalismo y regulación; producir una nueva lectura de la «modernidad occidental» al margen de las interpretaciones marxistas y liberales; difuminar la frontera entre la historia económica y social, por un lado, y la historia intelectual, por otro.
El primer capítulo, «El cierre de los océanos», analiza los intentos de control y cierre de los mares a lo largo de los siglos. Su argumento es que, en principio, el derecho del mar exige el libre acceso, pero que este se ve rápidamente restringido, sobre todo cuando la dominación mundial la ejerce un solo país (Inglaterra en los siglos XVIII y XIX, Estados Unidos en el siglo siguiente) . Este último puede entonces suspender a su antojo la libertad de los mares y los océanos. Peor aún, este cierre se lleva a cabo en nombre de la libertad. Este fue el caso en 1982, cuando Estados Unidos no ratificó la convención de libertad marítima, alegando la necesidad de contrarrestar a los «piratas» hutíes en el Mar Rojo.
El capitalismo de la finitud se basa en la idea de que los recursos son limitados, a diferencia del capitalismo liberal, que pone más bien el énfasis en la expansión económica.
Según el autor, este enfoque se remonta al siglo XVII, y más concretamente a Hugo Grotius (1583-1645), autor de un tratado sobre el derecho del mar considerado como fundacional en este ámbito (Mare Liberum, «De la libertad de los mares», 1609). En realidad, Grotius pretendía elaborar un arma jurídica para apoyar la expansión de la Compañía Holandesa de las Indias en el océano Índico, en detrimento de potencias rivales, como los portugueses y los españoles. Un mar libre es, en realidad, un mar ocupado y sometido a la tutela de la potencia dominante. La identificación de las rutas marítimas es la de las «zonas de imperialidad», tal y como las define Orain, es decir, los acuerdos entre las potencias dominantes. Esta misma lógica se aplica a la delimitación de las aguas territoriales con vistas al reparto de las poblaciones pesqueras. Los consensos establecidos se cuestionan constantemente, especialmente durante los periodos de capitalismo de la finitud. Inspiradas en la teoría denominada «la tragedia de los comunes», las zonas económicas exclusivas (ZEE) se identifican con la Convención de las Naciones Unidas de 1982, que entró en vigor en 1994. Estas zonas fueron reclamadas inicialmente por los países en desarrollo. Sin embargo, este instrumento fue rápidamente apropiado por las potencias dominantes. En nombre de la escasez, se decretó la exclusión de determinados pabellones de las aguas internacionales. Peor aún, la UE lo utiliza para negociar derechos de acceso para sus pescadores a las aguas pesqueras de África y el Pacífico, de modo que el dinero recibido por los países de estas regiones se utilice para comprar barcos a los astilleros europeos (p. 70).
Según esta perspectiva (capítulo 2), no hay ninguna diferencia real entre la marina militar y la marina mercante, entre el control armado y la pesca, especialmente durante los periodos del capitalismo de la finitud. No hay razón para oponer la guerra al comercio: ambos van de la mano. A partir de ahí, el capítulo 3, «La competencia, enemiga del capitalismo», muestra cómo, contrariamente a innumerables teorías económicas y a ciertas proclamas políticas, el capitalismo de la finitud no aprecia mucho la competencia, sino que considera el cierre de fronteras y los monopolios como una fuente de poder. Esta forma de capitalismo se opone así al capitalismo liberal y neoliberal, que insiste más bien en los beneficios de la libre competencia para el consumidor y para la economía en su conjunto.
No hay razón para oponer la guerra al comercio: ambos van de la mano.
Orain compara el pensamiento de David Ricardo, partidario del libre comercio y teórico del comercio internacional, con el de Gustav Schmöller, quien, a finales del siglo XIX, teorizó sobre los beneficios del proteccionismo, e incluso de los monopolios. El primero demuestra que el libre comercio beneficia a todos los participantes, siempre que cada uno se especialice en el sector en el que destaca. El segundo cuestiona esta conclusión y considera que los países menos avanzados no tienen nada que ganar practicando el libre comercio con los países más industrializados. Con ello pretende proteger el crecimiento alemán frente al poder británico. Orain comparte las críticas dirigidas a la teoría de Ricardo, pero también considera que los países más avanzados, como Alemania, violan la teoría del libre comercio, sobre todo cuando países como China pretenden aplicarla a su vez a las exportaciones alemanas. Concluye recordando la destrucción masiva de puestos de trabajo en Occidente y en otros lugares, debida al libre comercio globalizado de principios de siglo. Ante estas transformaciones, los países avanzados ya no dudan en invocar la protección de sus propios monopolios, e incluso en fomentar alianzas para hacer frente a la «competencia desleal» de los países emergentes.
El capítulo 4, «El capitalismo contra el mercado», detalla los principales instrumentos utilizados para escapar del capitalismo liberal. Muestra que, durante las épocas del capitalismo de la finitud, los intercambios se orientan entre países «amigos» en detrimento de los demás, mientras que los monopolios de derecho y de hecho, al igual que los cárteles y los acuerdos, limitan en gran medida el juego de la competencia. Durante la segunda mitad del siglo XX, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y, a partir de 1995, la Organización Mundial del Comercio (OMC) tienen como objetivo contrarrestar estas tendencias. En la actualidad, países como los Estados Unidos han cambiado de rumbo y se oponen al libre comercio y a la OMC. Se celebran acuerdos regionales. Estas orientaciones tienen precedentes en el siglo XVII y a principios de los siglos XIX y XX.
A partir de ahí, el capítulo 5 se centra en las condiciones institucionales del capitalismo de la finitud, es decir, «la soberanía de los comerciantes ». La empresa soberana se apropia de ciertas funciones soberanas del Estado (p. 223). Las empresas-Estados estaban presentes en los siglos XVII y XVIII; las redes de almacenes y depósitos permitían controlar los flujos de mercancías. Estas empresas parecen estar volviendo hoy en día con las GAFAM (Apple, Facebook, Amazon y Microsoft). En este contexto, el capitalismo financiero va acompañado de una nueva versión del capitalismo comercial, centrada en la logística, que logra imponer lógicas neocoloniales a los países del Sur. Actualmente asistimos a la fragmentación de la soberanía, compartida entre los Estados y estas empresas gigantes.
El capítulo 6 está dedicado al «eterno retorno de los imperios de los recursos». Orain opone el capitalismo de la finitud, que se apodera materialmente de los territorios, al capitalismo liberal, que se basa más bien en imperios informales. Es el caso, en particular, de las «superficies fantasma» de América, que sustentaron el crecimiento europeo, sobre todo inglés, en el siglo XIX. Por el contrario, el capitalismo de la finitud se expresa plenamente con el colonialismo de los siglos XVII y XVIII, luego de nuevo con el imperialismo en África a finales del siglo XIX, las invasiones hitlerianas y, en la actualidad, con el acaparamiento globalizado de tierras. La conclusión evoca una «economía de los cuatro elementos» (el aire, el agua, la tierra y el fuego), todos ellos sujetos al agotamiento y al acaparamiento bajo el régimen del capitalismo de la finitud.
Orain opone el capitalismo de la finitud, que se apodera materialmente de los territorios, al capitalismo liberal, que se basa más bien en imperios informales.
Se trata de un ensayo a la vez erudito y provocador, que incita a repensar el presente a través de la investigación histórica. El autor es una de las pocas personas capaces de movilizar tanto conocimientos históricos como económicos avanzados.
Por lo tanto, esta obra invita a examinar de cerca y debatir tanto su aparato reflexivo y teórico como su argumentación empírica. No se trata tanto de criticar como de inspirarse en ella para integrar otros elementos de la historia del capitalismo que están menos presentes en la obra. Tomemos como ejemplo un hilo conductor que recorre el libro: las relaciones y la alternancia entre la regulación y el libre mercado. Orain pretende ir más allá del análisis de las diferentes fases del capitalismo en términos de liberalismo frente a regulacionismo. El propio autor reconoce en la introducción que el Estado está ausente de sus reflexiones. Lo cual es cuanto menos singular: ¿una alternancia entre finitud y optimismo, sin ningún papel del Estado?
El problema es que, si añadimos este último, nos resultará difícil confirmar y contraponer los periodos tal y como los identifica Orain. Así, al hablar del control de los mares en el siglo XVII, sugiere que el dominio del capitalismo de la finitud exige la eliminación de la piratería por parte del Estado. Sin embargo, las autoridades y las normas califican a los mismos actores a veces como corsarios (legítimos) y otras como piratas (ilegítimos), en función de las políticas internacionales. En otras palabras, el Estado interviene no solo para reprimir, sino también para legitimar estas prácticas. La monarquía francesa, al igual que Inglaterra, Portugal y España, arma a los piratas, calificándolos de «corsarios», al tiempo que se reserva el derecho de reprimirlos y calificarlos de «piratas» en caso de acuerdo entre potencias2.
Del mismo modo, el liberalismo del siglo XIX debe matizarse. No solo porque el proteccionismo predominó entre 1815 y 1848, sino también, y sobre todo, debido al control, e incluso la prohibición, de los sindicatos (en Francia, como en Inglaterra y en otros lugares), las bolsas de comercio y de valores, los mercados alimentarios (tres instituciones que solo se liberalizaron durante la década de 1880 en todo Occidente)3, sin olvidar las restricciones a la libre movilidad de los trabajadores (regulación de las poor houses, leyes contra los pobres)… 4 La autorregulación no es tal, y no hay que limitarse a los aranceles aduaneros para oponer el capitalismo de la finitud al capitalismo liberal (como, por otra parte, evoca el propio autor en la introducción). Por el contrario, el periodo que se inicia en 1880 y que marcaría el paso al capitalismo de la finitud está marcado, sin duda, por un breve retorno al proteccionismo y por la ocupación de África, pero también por la liberalización salvaje de las bolsas5 y por el auge del primer Estado social, dos fenómenos poco compatibles con el capitalismo depredador.
En realidad, la diferencia entre las épocas «liberales» y regulacionistas —o del capitalismo de la finitud, como las califica Orain— hay que buscarla más bien en su impacto en las estructuras sociales.
Quizá sería más acertado partir de la premisa de que el capitalismo siempre está regulado: incluso en el siglo XIX, la competencia y los mercados no son «naturales», sino construidos institucionalmente. En realidad, la diferencia entre las épocas «liberales» y regulacionistas, o del capitalismo de la finitud, como las califica Orain, hay que buscarla más bien en su impacto sobre las estructuras sociales. Sin embargo, al igual que el Estado, las desigualdades también permanecen en un segundo plano en esta obra, cuando los dos regímenes mencionados tienen un impacto enorme sobre ellas, tanto dentro de cada país como entre países. Los trabajos de Thomas Piketty y de muchos otros lo demuestran claramente. Así, la regulación de los Treinta Gloriosos tiende a reducir las desigualdades entre las clases en los países avanzados, pero aumenta las que existen entre estos países y las regiones «en vías de desarrollo», como se las denominaba en aquella época. Por el contrario, durante las épocas liberales y neoliberales (siglo XIX, último cuarto del siglo XX), las desigualdades aumentan. Ahora bien, esta variable influye considerablemente en las orientaciones de los Estados y de los principales actores sociales.
Del mismo modo, ¿se puede afirmar que el liberalismo del siglo XIX se oponía a los rentistas, como recuerda el autor? Sin duda, esa era la posición de Ricardo, a menudo citada, y también la imagen que muchos autores de la época transmitían, imagen que numerosos historiadores han retomado hasta nuestros días. Sin embargo, ahora sabemos que estas teorías y programas políticos no se corresponden del todo con la realidad y que el siglo XIX liberal no fue tanto el del éxito de los capitalistas frente a los rentistas, como sostenía una historiografía muy antigua, sino el de la asociación entre estos dos grupos. El capitalismo aristocrático dominaba en Francia, Rusia, Inglaterra y Alemania, como bien ha demostrado Arno Mayer6. Por el contrario, la crisis de los rentistas comienza precisamente en la década de 1880 (como ha demostrado Piketty), un período que, según Orain, estaría marcado por el retorno del capitalismo de la finitud, y continúa durante la Primera Guerra Mundial y el período de entreguerras7. En otras palabras, el capitalismo de la finitud de esa época, a diferencia del actual, va acompañado de la decadencia de los rentistas y no de su afirmación. Por lo tanto, es difícil relacionar estas dos épocas bajo una misma etiqueta a partir de ciertas variables y olvidando otras igualmente significativas.
La violencia y el acaparamiento de tierras también acompañan al capitalismo liberal, y no son una especificidad del capitalismo de la finitud.
Examinemos ahora un tema central: el papel de la tierra. Según Orain, la tierra, al igual que los rentistas, desempeña un papel central en el capitalismo de la finitud. El colonialismo de los siglos XVII y XVIII, el de finales del siglo XIX y, por supuesto, el acaparamiento de tierras en la actualidad son prueba de ello. El problema es que, incluso en épocas liberales, como en el siglo XIX, esta búsqueda de tierras es fundamental (y con ella, la importancia de los rentistas, ya mencionada). ¿En qué sentido? Es cierto que las «hectáreas fantasma»8, es decir, las tierras al otro lado del Atlántico, sostuvieron el capitalismo británico. Sin embargo, calificar este control de «informal» equivale a adoptar una posición eurocéntrica basada en el Estado-nación. De hecho, durante este periodo liberal, los amerindios fueron masacrados y privados de sus tierras en Estados Unidos y Canadá, al igual que los aborígenes en Australia y los supuestos nómadas en Asia Central y Siberia por los rusos. ¿Deberían ignorarse estas masacres y el acaparamiento de tierras simplemente porque estas poblaciones no tenían «verdaderos derechos de propiedad»? ¿Puede calificarse de «informal» este acaparamiento extremadamente violento?9
La violencia y el acaparamiento de tierras también acompañan al capitalismo liberal, y no son una característica específica del capitalismo de la finitud. Esta conclusión podría generalizarse, lo que llevaría a preguntarse si el argumento de los recursos limitados es, en última instancia, específico del capitalismo de la finitud. El caso, apenas mencionado, de las tierras acaparadas durante la época liberal del siglo XIX contradice esta tesis. Lo mismo ocurre con el fulgurante éxito del argumento neomalthusiano en el siglo XIX, y de nuevo en los años sesenta y setenta, en plena época keynesiana, con «la bomba P»10. Hay que tener en cuenta esta complejidad. Durante todas estas épocas, a quienes defienden el progreso y el crecimiento ilimitado se les oponen quienes hablan de finitud y legitiman políticas en este sentido. En otras palabras, en plena época liberal, una serie de actores y autores defendían políticas malthusianas y neomalthusianas, así como el acaparamiento de tierras: esta complejidad relativiza, por tanto, la división propuesta por Orain.
Al final, se pueden contraponer dos fases, pero ¿cómo hacerlo sin calificar el primer término, el más importante: el capitalismo mismo? ¿Se limita al monopolio y a las finanzas, como sugiere Braudel, que retomaba a Schmöller, padrino del capitalismo de la finitud según Orain? Y entonces, ¿qué hacer con Braudel en el enfoque de Orain? ¿Hay que añadir el trabajo asalariado, que no es indispensable para el capitalismo, que se adapta bien a la esclavitud y al trabajo forzado? ¿Y qué hay de la propiedad privada, tan diferente en sus definiciones y prácticas dentro de los propios países capitalistas y según las épocas? Según las respuestas que se den, las fases del capitalismo no serán las mismas.
Aprehender el capitalismo a través de péndulos, fases o ciclos es una construcción teórica que poco se corresponde con las realidades históricas.
¿Por qué es importante? Porque la interpretación histórica del capitalismo influye en nuestra comprensión del período actual. Quizás ahí radique el origen del desfase entre el modelo de Orain y las realidades históricas. Como es habitual entre los historiadores contemporáneos, Orain parte de cuestiones actuales para interrogar la historia y releer el pasado. La impresión que se desprende de la interpretación que propone es que ciertas características del capitalismo actual se proyectan sobre épocas pasadas. En efecto, el pasado puede cuestionarse por analogía o por diferencia. Con su esquema del péndulo, Orain privilegia el primer enfoque y constata fuertes similitudes entre épocas lejanas. A partir de ahí, las citas del siglo XVII serían totalmente pertinentes en la actualidad (p. 178), y el periodo que mejor conoce el autor, los siglos XVII y XVIII, se consideraría de total actualidad. Este enfoque presentista está muy extendido entre los historiadores, pero al mismo tiempo borra las especificidades temporales y espaciales. Corremos el riesgo de ser víctimas de un cierto determinismo histórico y, con él, perdemos de vista las elecciones y bifurcaciones históricas, que son igualmente importantes, al igual que las elecciones aún posibles en la actualidad, que, esperemos, irán más allá del simple retorno del péndulo al capitalismo liberal tras la era Trump.
Así, el significado de variables como los rentistas, los mercados y los monopolios, el acaparamiento de tierras y mares, o incluso la fuerza militar, no era en absoluto el mismo en el siglo XVII (capitalismo apenas emergente y preindustrial), a principios del siglo XIX y XX (imperialismo, conflictos entre antiguas y nuevas potencias, internacionalización de la economía) y en la actualidad (economías globalizadas, capitalismo postindustrial). Esto no significa que el capitalismo sea inmutable en el tiempo y en el espacio, sino solo que entenderlo a través de pendules, fases o ciclos (enfoque que tiene predecesores muy ilustres, desde Marx hasta Juglar y Schumpeter) es una construcción teórica que poco se corresponde con la realidad histórica.
Sería igualmente razonable identificar fases del capitalismo, con continuidades y rupturas con respecto a los periodos anteriores. En particular, el periodo que se inicia en la década de 1970 se distingue por el replanteamiento del Estado social, el fin de la descolonización, la caída de la URSS y la globalización extrema. Este período no marca el fin del Estado, sino más bien su uso en beneficio de los grupos más poderosos, con estrechos vínculos con los lobbies. El regreso de los rentistas no comienza en los últimos años, sino ya en la década de 1990. Las especulaciones financieras e inmobiliarias masivas también datan de esa época y continúan en la actualidad. En lugar de pasar de un capitalismo liberal a un capitalismo de la finitud, asistimos a un cambio de rumbo por parte de algunas potencias occidentales, desde Estados Unidos hasta Europa.
Este cambio no se opone a la globalización en sí misma, sino únicamente a aquella que ya no estaría dominada por ustedes mismos. De ahí la recuperación de un viejo adagio francés: «Señor, libéranos de las restricciones (corporaciones, sindicatos, sobre todo de los trabajadores) y protéjanos mucho de la competencia extranjera». El problema es que, a diferencia de épocas anteriores (que Orain calificaría acertadamente de «capitalismo de la finitud»), en las que esta ambigüedad ya estaba presente, hoy en día la invocación de la «escasez de recursos» tiene lugar en un contexto en el que la competencia ya no se ejerce solo entre las potencias occidentales, sino que también debe tener en cuenta a las nuevas potencias (los BRICS, en particular) . Esto cambia fundamentalmente la situación, así como el contexto y la razón de ser del capitalismo de la finitud. Estas reflexiones no pueden llevarse a cabo sin tener en cuenta la obra imprescindible de Arnaud Orain.
Notas
- Arnaud Orain, Les savoirs perdus de l’économie. Contribution à l’équilibre du vivant, París, Gallimard, 2023. [↩]
- Gilbert Buti y Philippe Hrodej (eds.), Histoire des pirates et des corsaires. De l’antiquité à nos jours, París, CNRS éditions, 2016.[↩]
- Alessandro Stanziani, Rules of Exchange. French Capitalism in Comparative Perspective, 18th -20th centuries, Cambridge, Cambridge University Press. Dictionnaire historique de l’économie-droit, XVIIIe-XXIe siècle, París, LGDJ, 2007.[↩]
- Entre los numerosos títulos: Robert J. Steinfeld, Coercion, Contract, and Free Labor in the Nineteenth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2001; Simon Deakin y Frank Wilkinson, The Law of the Labor Market. Industrialization, Employment, and Legal Evolution, Oxford, Oxford University Press, 2005; Douglas Hay y Paul Craven (eds), Masters, Servants and Magistrates in Britain and the Empire, 1562-1955, Chapel Hill (N. C.), The University Of North Carolina Press, 2004. Alessandro Stanziani, Les métamorphoses du travail forcé, París, Presses de Sciences-Po, 2018.[↩]
- Stanziani, Rules of Exchange, op. cit.[↩]
- Arno Mayer, La persistencia del antiguo régimen, de 1848 a la Gran Guerra, París, Flammarion, 1983.[↩]
- Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, París, Seuil, 2014.[↩]
- El concepto de «hectárea fantasma», popularizado por el historiador Kenneth Pomeranz, se refiere a la posibilidad de que un país supere los límites ecológicos de su territorio abasteciéndose de recursos extraídos de los territorios de sus colonias y socios comerciales. Véase Kenneth Pomeranz, Une grande divergence, París, Albin Michel, 2010 (original estadounidense, 2000). [↩]
- Alessandro Stanziani, Les guerres du blé, París, La découverte, 2024.[↩]
- Paul y Anne Ehrlich, La bombe P, París, J’ai lu, 1973 (original estadounidense, 1968).[↩]
8. Policrisis.
Foster y Clark critican por vacío el concepto de «policrisis» que defiende Tooze.
https://observatoriocrisis.com/2025/11/11/policrisis-o-crisis-estructural-del-capitalismo/
Policrisis o Crisis estructural del capitalismo
“El filósofo marxista István Mészáros planteó por primera vez la cuestión de «la crisis estructural global del capital», que abarca la economía mundial, el medio ambiente planetario y el Estado democrático liberal…”
John Bellamy Foster y Brett Clark editores del Monthly Review
Según explica Tooze, destacar el concepto de policrisis supone rechazar la idea marxista de que podemos explicar la actual era de catástrofes como consecuencia del capitalismo
Es un lugar común que el mundo en el primer cuarto del siglo XXI se enfrenta a múltiples crisis multifacéticas que amenazan a toda la civilización mundial y al futuro de la propia humanidad. El desorden del mundo contemporáneo es tan omnipresente que la ideología dominante ha acuñado una sola palabra para describirlo: «policrisis».
El origen de este concepto se atribuye al teórico social francés Edgar Morin (junto con Anne Brigitte Kern) en 1999, y ha sido promovido enérgicamente en los últimos años por el historiador de la Universidad de Columbia Adam Tooze.
En 2023-2025, organizaciones internacionales como el Foro Económico Mundial, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicaron informes en los que se referían a la policrisis como el principal reto de nuestro tiempo.
Sin embargo, cualquiera que quiera saber qué es la policrisis y de dónde viene –más allá de representar crisis entrecruzadas y aceleradas, cada una con sus propias causas, pero hoy entrelazadas– se encuentra inevitablemente con un muro en blanco.
Lo mismo ocurre cuando se plantea la cuestión de las soluciones concretas a esta policrisis global: no se ofrecen soluciones. De hecho, la vacuidad del concepto de policrisis no es accidental, sino intencionada, a lo que el concepto debe su importancia primordial en la ideología recibida.
En el libro de Morin y Kern, “Homeland Earth”, la policrisis se introdujo como una categoría diseñada para negar la idea de que fuera posible «destacar un problema número uno al que todos los demás estarían subordinados», o incluso construir una jerarquía de problemas críticos en el mundo. Más bien, las numerosas crisis que componen la policrisis se consideran como algo que nos llega desde todas las direcciones, sin que ninguna de estas crisis individuales sea más importante que otra.
El capitalismo está prácticamente ausente en el marco reaccionario de la Guerra Fría/posguerra fría de Morin. Si hay un problema singular en su perspectiva, es la «tecnociencia», que, sin embargo, se concibe de manera tan amplia que define toda la civilización moderna y todos los aspectos de nuestra existencia, de modo que no hay escapatoria (excepto en el ámbito del «espíritu», al que se refiere como la «primera resistencia») (Edgar Morin y Anne Brigitte Kern, Homeland Earth [Cresskill, Nueva Jersey: Hampton Press, 1999], 73-75; Edgar Morin, «Ante la policrisis que atraviesa la humanidad, la primera resistencia es la del espíritu», Le Monde, 24 de enero de 2024).
Tooze, el principal defensor del concepto de policrisis en la actualidad, ocupa ahora una cátedra en Columbia y ha escrito varios artículos para New Left Review. Es columnista del destacado órgano de la Nueva Guerra Fría Foreign Policy y ha «colaborado» con el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU, que forma parte del aparato de seguridad nacional estadounidense. Según explica Tooze, destacar el concepto de policrisis supone rechazar la idea marxista de que podemos explicar la actual era de catástrofes como consecuencia del capitalismo («Adam Tooze», Wilson Center, wilsoncenter.org).
En este sentido, Tooze escribe:
“Para frustración de sus numerosos críticos, el concepto de policrisis carece de la respetable genealogía intelectual y el coraje analítico que un buen teórico crítico esperaría. Para mí, esa es precisamente la razón por la que me parece adecuado para nuestro momento. En su falta de especificación, el concepto de policrisis sirve como recordatorio de la indeterminación, la incertidumbre y la complejidad que hemos perdido entre la nueva y audaz certeza del «capitaloceno»…”
La policrisis está poco especificada. Es una teoría débil. Pero quienes la critican en nombre de una mayor claridad o una teoría más sólida subestiman la magnitud del caos en el que nos encontramos. (Adam Tooze, «Polycrisis and the Critique of Capitalocentrism», Chartbook 343, Substack, 6 de enero de 2025, adamtooze.substack.com).
Por lo tanto, Tooze insiste en que la ventaja del concepto de policrisis es que constituye una «teoría débil». De hecho, debido a lo que él denomina su «falta de especificación», difícilmente puede considerarse una teoría.
La ventaja de este concepto, entonces, para quienes buscan reificar el sistema con el fin de impedir toda comprensión, es que desvía la atención de cualquier consideración sobre las relaciones sociales fundamentales (es decir, el sistema de acumulación de capital basado en clases) que están en la raíz del desorden mundial.
Tooze se deleita en crear diagramas de flujo de policrisis que consisten en numerosos significantes de crisis que flotan libremente con flechas que apuntan en todas y cada una de las direcciones, sin ningún centro, presentando así una receta perfecta para la parálisis (Adam Tooze, «Defining Polycrisis–From Crisis Pictures to the Crisis Matrix», Chartbook 130, 24 de junio de 2022).
Si nos fijamos en el Foro Económico Mundial, el Banco Mundial y la OCDE, vemos que el concepto de policrisis se presenta de la misma manera vacía, refiriéndose a un conjunto de crisis desprovistas de toda determinación, estructura y agencia. Basándose en el Informe sobre riesgos globales 2023 del Foro Económico Mundial, el escritor Simon Torkington divide las diversas crisis que podrían engendrar la policrisis en cinco categorías: crisis económicas, medioambientales, geopolíticas, sociales y tecnológicas. De ellas, solo las cuatro últimas fuentes de crisis han contribuido a la policrisis presente en la última década.
El sistema económico mundial en sí mismo (que representa al capitalismo) no se considera una fuente de policrisis. De hecho, aunque el panorama de riesgos globales está dominado por una policrisis que consiste en «múltiples crisis que se producen al mismo tiempo», la noción de capitalismo, la principal categoría teórica para conceptualizar la economía mundial, no aparece en el Informe sobre riesgos globales (Simon Torkington, «Estamos al borde de una «policrisis»: ¿hasta qué punto debemos preocuparnos?», Foro Económico Mundial, 13 de enero de 2023, weforum.org).
El informe del Banco Mundial Pobreza, prosperidad y planeta para 2024 se titula Caminos para salir de la policrisis. A pesar de que todo el marco del informe se organiza en torno al concepto de policrisis, los lectores no encontrarán más que una definición muy vaga del mismo, y ninguna «salida». Se nos dice que una «policrisis» se deriva de «las perspectivas de crecimiento lento y los altos niveles de deuda, que aumentan la incertidumbre, la fragilidad y la polarización».
En otro punto del informe, se añaden los «riesgos climáticos». En la definición más concreta que se ofrece de este concepto amorfo, «policrisis se refiere a crisis múltiples e interconectadas que se producen simultáneamente, y cuyas interacciones amplifican el impacto global».
En una página, se nos dice que la realidad de la policrisis exige que se aborden prioridades como la pobreza mundial mediante el desarrollo económico. De lo contrario, se buscan en vano programas positivos. No hay ninguna referencia al capitalismo ni al capital como relación social dominante en el informe sobre la policrisis del Banco Mundial (Banco Mundial, Poverty, Prosperity, and Planet Report 2024: Pathways Out of the Polycrisis, xxiii-xxvi, 4, 190).
La OCDE analiza la policrisis en su informe de 2025 sobre Estados frágiles. En él se nos dice que «la creciente prevalencia de las policrisis –una confluencia de retos globales– afecta de manera desproporcionada a los países afectados por conflictos, que ya se enfrentan a importantes vulnerabilidades» y soportan «el peso de las crisis en cascada».
Esto, según se nos dice, requiere un «cambio de paradigma» en el que el análisis no se centre en la fragilidad frente a la estabilidad, sino en localizar lugares dentro de un «espectro de fragilidad» dinámico y promover la «resiliencia» relativa como respuesta.
Lo que falta aquí es cualquier indicio de teoría social y análisis social reales. El capitalismo en general no se menciona ni se considera relacionado con tales policrisis, aunque el «capitalismo autoritario» y el «capitalismo clientelar» se consideran problemas (OCDE, States of Fragility 2025, 29, 172, 177).
Por el contrario, las explicaciones fundamentales de las crisis económicas, sociales y ecológicas generales están presentes en el análisis marxista contemporáneo.
El filósofo marxista István Mészáros planteó por primera vez la cuestión de «la crisis estructural global del capital», que abarca la economía mundial, el medio ambiente planetario y el Estado democrático liberal, en la tercera edición de su obra Marx’s Theory of Alienation (La teoría de la alienación de Marx), publicada en 1971 (y en su conferencia en memoria de Isaac Deutscher, «The Necessity of Social Control» -La necesidad del control social-, ese mismo año).
Este análisis se desarrolló en su monumental Beyond Capital (Más allá del capital), de 1995. La relación entre la crisis estructural del capital y la emergencia medioambiental planetaria fue teorizada por John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York en The Ecological Rift (La brecha ecológica), de 2010.
Es a estos análisis de la crisis estructural del capital, explorados en cada número de MR durante los últimos sesenta años o más, y no a nociones vacías como la policrisis, a los que debemos recurrir hoy si la humanidad quiere llevar a cabo la reconstitución revolucionaria de la sociedad en su conjunto, que es una necesidad absoluta en el siglo XXI (István Mészáros, Marx’s Theory of Alienation [Londres: Merlin Press, 1971]; István Mészáros, The Necessity of Social Control [Londres: Merlin Press, 1971]; István Mészáros, Beyond Capital [Nueva York: Monthly Review Press, 1995]; John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift [Nueva York: Monthly Review Press, 2010]).
9. Resumen de la guerra en Palestina, 12 de noviembre de 2025.
El seguimiento en directo de Middle East Eye.
https://www.middleeasteye.net/live/live-israel-dropped-153-tonnes-bombs-gaza-sunday
En directo: Trump pide al presidente israelí que indulte a Netanyahu
Esto se produce tras las revelaciones de que Washington sabía que los soldados israelíes utilizaban a palestinos como escudos humanos en Gaza.
Puntos clave
Israel mata a 245 personas en Gaza desde el 10 de octubre
La Fundación Hind Rajab apunta a las transferencias de la UE y al ex primer ministro israelí
6000 amputados en Gaza necesitan atención urgente
Actualizaciones en directo
Nuestro blog en directo cerrará en breve hasta mañana por la mañana.
Estos son los acontecimientos más destacados del día:
– Estados Unidos recopiló el año pasado información de inteligencia sobre conversaciones entre funcionarios israelíes en las que se discutía cómo sus soldados habían enviado a palestinos a túneles de Gaza que podrían estar llenos de explosivos, con el fin de utilizarlos como escudos humanos, según informaron a Reuters dos exfuncionarios estadounidenses familiarizados con el asunto.
– El presidente israelí, Isaac Herzog, recibió una carta del presidente estadounidense, Donald Trump, en la que le instaba a considerar la posibilidad de conceder el indulto al primer ministro Benjamin Netanyahu, según informó el miércoles la oficina del presidente.
– La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) afirmó que, un mes después del alto el fuego, más de 16 500 personas siguen necesitando atención médica especializada urgente fuera de Gaza.
– Israel ha afirmado que ha abierto el paso fronterizo de Zikim hacia el norte de Gaza para permitir la entrada de ayuda humanitaria suministrada por las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales.
– Las fuerzas israelíes han cerrado con precintos las puertas de varias viviendas palestinas cerca de la mezquita de Ibrahim en Hebrón, según informó la agencia de noticias Wafa, en un intento por detener los movimientos y evitar que las familias abandonen o regresen a sus hogares.
Más de 16 000 palestinos siguen necesitando atención urgente fuera de Gaza, según la ONU.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) afirmó el miércoles que, un mes después del alto el fuego, más de 16 500 personas siguen necesitando atención médica especializada urgente fuera de Gaza.
Desde el 10 de octubre, 165 pacientes han sido evacuados por motivos médicos desde Gaza, según el informe.
Hasta ahora, solo cuatro hospitales y centros de salud más pequeños han reanudado sus actividades desde el alto el fuego, pero más del 60 % de todas las instalaciones siguen sin funcionar, según Ocha.
«Los artefactos explosivos sin detonar siguen representando una grave amenaza en toda la Franja de Gaza, y se han registrado heridos entre las personas que regresan a las zonas devastadas o que buscan artículos de primera necesidad», señala el informe.
En una declaración conjunta publicada el miércoles, los ministros de Asuntos Exteriores de los países del Grupo de los 7 (G7) acogieron con satisfacción lo que denominaron «el plan integral del presidente Trump para poner fin al conflicto de Gaza», pero «expresaron su preocupación por las restricciones» a la ayuda humanitaria que llega al enclave.
«Hemos pedido a todas las partes que permitan la asistencia humanitaria sin interferencias a gran escala, a través de las Naciones Unidas y sus agencias, y de la Media Luna Roja, además de otras instituciones internacionales y ONG internacionales, tal y como se estipula en el plan del presidente Trump», reza la declaración.
«Es fundamental que todas las partes sigan participando de manera constructiva en los próximos pasos esbozados en el Plan Integral, en busca de un horizonte político para la coexistencia pacífica y próspera de los pueblos israelí y palestino que promueva la paz y la estabilidad integrales en Oriente Medio», afirmaron los ministros de Asuntos Exteriores del G7.
«También seguiremos prestando atención a la situación en Cisjordania».
El G7 está compuesto por Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos, con la inclusión del Alto Representante de la Unión Europea. Los respectivos ministros de Asuntos Exteriores se reunieron esta semana en Niágara, Ontario, para celebrar su reunión anual.
Brasil, India, Arabia Saudí, México, Corea del Sur, Sudáfrica y Ucrania se sumaron a los debates de este año.
Netanyahu agradece a Trump por instar a su indulto
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, agradeció el miércoles al presidente estadounidense, Donald Trump, por su «increíble apoyo» al pedir su indulto, ya que se enfrenta a cargos penales.
«Como de costumbre, va directo al grano y llama a las cosas por su nombre», escribió Netanyahu.
«Espero continuar nuestra asociación para reforzar la seguridad y expandir la paz».
Washington sabía que los soldados israelíes utilizaban a palestinos como escudos humanos: Informe
Estados Unidos recopiló el año pasado información de inteligencia sobre funcionarios israelíes que discutían cómo sus soldados habían enviado a palestinos a los túneles de Gaza, que los israelíes creían que podían estar llenos de explosivos, según dos exfuncionarios estadounidenses familiarizados con el asunto.
La información se compartió con la Casa Blanca y fue analizada por la comunidad de inteligencia en las últimas semanas del Gobierno del expresidente Joe Biden, dijeron los funcionarios.
El derecho internacional prohíbe el uso de civiles como escudos durante actividades militares.
Los funcionarios de la administración Biden llevaban mucho tiempo expresando su preocupación por las noticias que indicaban que los soldados israelíes estaban utilizando a palestinos para protegerse en Gaza. La recopilación de pruebas propias por parte de Washington sobre este tema no se había informado anteriormente.
– Información de Reuters
La Fundación Hind Rajab (HRF) anunció el miércoles que ha emprendido tres nuevas acciones legales este mes contra funcionarios e instituciones israelíes.
La HRF presentó una denuncia formal contra el Banco Europeo de Inversiones por supuestamente canalizar más de 1000 millones de euros a bancos y empresas israelíes incluidos en la lista negra de las Naciones Unidas.
«Por primera vez, una institución europea debe rendir cuentas por su financiación del apartheid», afirmó la HRF.
A continuación, el grupo presentó una denuncia penal en Alemania contra el jefe de seguridad del festival de música Nova del 7 de octubre de 2023, Elkana Federman, quien se jactó de bloquear activamente los camiones de ayuda que intentaban entrar en Gaza.
«Federman se encuentra actualmente en Alemania y, en virtud de la jurisdicción universal, las autoridades alemanas están legalmente obligadas a actuar», afirmó la HRF.
También en Alemania, la HRF presentó una denuncia por crímenes de guerra contra el ex primer ministro israelí Ehud Olmert «por su responsabilidad de mando» en la Operación Plomo Fundido de 2008-2009 en Gaza, en la que murieron más de 1300 palestinos.
Las fuerzas israelíes sellan las puertas de las viviendas palestinas en Hebrón
Las fuerzas israelíes han sellado las puertas de varias viviendas palestinas cerca de la mezquita de Ibrahim en Hebrón, según informó el miércoles la agencia de noticias Wafa, en un intento por detener los movimientos e impedir que las familias salgan o regresen a sus hogares.
Esta práctica no es nueva. Las comunidades de las cercanías de Jaber, al-Sulaima y Wad al-Hussein llevan un año viviendo en condiciones similares, informó Wafaa. Las entradas y salidas de esos barrios están selladas con alambre de púas.
Al menos 750 familias se ven afectadas por estas medidas en total, según Wafa.
El miércoles se denegó a un grupo de defensa de los derechos palestinos el permiso para recurrir una sentencia que permitía legalmente a Gran Bretaña exportar indirectamente componentes del avión de combate F-35 a Israel, a pesar de aceptar que podrían utilizarse para violar el derecho internacional humanitario.
Al-Haq, un grupo con sede en la Cisjordania ocupada por Israel, impugnó sin éxito la decisión del Ministerio de Comercio y Empresa británico del año pasado de eximir a las piezas del F-35 cuando suspendió las licencias de exportación de armas que pudieran utilizarse en el conflicto de Gaza.
El mes pasado, el grupo solicitó al Tribunal de Apelación permiso para impugnar una sentencia de un tribunal inferior que consideraba legal la decisión británica y desestimaba la impugnación de Al-Haq.
El Tribunal de Apelación denegó el permiso, afirmando en su fallo que correspondía al Gobierno decidir si las cuestiones de seguridad nacional relacionadas con el suministro de componentes del F-35 prevalecían sobre la valoración de que Israel no se había comprometido a cumplir el derecho internacional humanitario.
Millones de personas más corren el riesgo de sufrir hambruna en al menos una docena de zonas en crisis en todo el mundo, entre ellas Sudán y Gaza, advirtieron el miércoles dos agencias de las Naciones Unidas, que solicitaron fondos para hacer frente al déficit en medio de los recortes globales de la ayuda internacional.
En un informe conjunto, el Programa Mundial de Alimentos y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura también incluyeron a Haití, Malí, Sudán del Sur y Yemen como países que se enfrentan a «un riesgo inminente de hambruna catastrófica», es decir, de hambruna.
Afirmaron que la situación de hambre en otros seis países —Afganistán, República Democrática del Congo, Myanmar, Nigeria, Somalia y Siria— se consideraba «muy preocupante».
Todos estos países sufren guerras y conflictos.
El PMA y la FAO pidieron más ayuda a los gobiernos y otros donantes y señalaron que, a finales de octubre, solo se habían recibido 10 500 millones de dólares de los 29 000 millones estimados necesarios para ayudar a las personas en mayor riesgo.
Estados Unidos, el principal donante de ambas agencias de la ONU el año pasado, ha recortado drásticamente su ayuda exterior bajo la presidencia de Donald Trump, y otras naciones importantes también han realizado o anunciado recortes en la ayuda humanitaria y al desarrollo.
Una milicia respaldada por Israel supervisará la «rehabilitación» de la ciudad de Rafah
Según los medios de comunicación israelíes, un grupo armado respaldado por Israel que ha sido acusado de robar ayuda en Gaza supervisará la «rehabilitación» de la ciudad de Rafah.
Kan News informa de que las Fuerzas Populares, una milicia liderada por el antiguo contrabandista Yasser Abu Shabab, han recibido el visto bueno de Israel para facilitar el trabajo en las zonas que controla.
Dos fuentes israelíes, en declaraciones al medio, confirmaron el plan y añadieron que el Gobierno israelí no tenía un plan más amplio para las milicias anti-Hamás que operan en Gaza tras la retirada del ejército del enclave, que se había barajado durante mucho tiempo.
Abu Shahab ha caracterizado a las Fuerzas Populares como un grupo de palestinos opuestos al dominio de Hamás en la Franja de Gaza.
Sin embargo, ha habido numerosos informes sobre la participación del grupo en extorsiones, saqueos de ayuda humanitaria y coordinación con el Fondo Humanitario de Gaza (GHF), respaldado por Estados Unidos, que ha sido acusado de supervisar la muerte de cientos de palestinos en los centros de ayuda.
Palestinos transportan ayuda humanitaria, que recogieron tras un lanzamiento de ayuda, mientras caminan por la zona de Mawasi, en Rafah, al sur de la Franja de Gaza, el 18 de agosto de 2025. (AFP)
Israel afirma que abre un paso fronterizo clave al norte de Gaza para la ayuda humanitaria
Israel ha afirmado que el miércoles abrió un paso fronterizo clave al norte de Gaza para permitir la entrada de ayuda humanitaria suministrada por las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales.
«Hoy se ha abierto el paso fronterizo de Zikim para la entrada de camiones de ayuda humanitaria en la Franja de Gaza», afirmó Cogat, el organismo del Ministerio de Defensa israelí que supervisa los asuntos civiles en los territorios palestinos, en X.
Cuando la AFP se puso en contacto con él, un portavoz de Cogat afirmó que el paso fronterizo permanecerá abierto «de forma permanente», al igual que el paso fronterizo de Kerem Shalom, en el sur de Gaza, por el que se ha transferido la mayor parte de la ayuda desde que comenzó la guerra en octubre de 2023.
Las fuerzas israelíes hieren a un joven en Cisjordania
Las fuerzas israelíes agredieron a un joven durante una redada en la localidad de Silat al-Harithiya, cerca de Jenin, en la Cisjordania ocupada, en la madrugada del miércoles, según la agencia de noticias Wafa.
Fuentes locales afirmaron que los soldados irrumpieron en la localidad, registraron una casa y agredieron a un joven, causándole heridas y contusiones que requirieron su traslado al hospital en ambulancia.
Las fuerzas israelíes también se incautaron de un vehículo durante una redada en la aldea de Jifna y cerraron las entradas a la aldea de Ni’lin, ambas situadas en los alrededores de Ramala, según la agencia.
Aumenta el número de muertos en Gaza
El Ministerio de Salud palestino en Gaza informó el miércoles que tres personas habían muerto y cuatro habían resultado heridas en las últimas 24 horas.
El ministerio afirmó que un total de 245 personas han muerto, 627 han resultado heridas y 532 han sido rescatadas de los escombros desde el alto el fuego del 10 de octubre de 2025.
Según el ministerio, el balance total de la guerra desde el 7 de octubre de 2023 ha ascendido a 69 185 muertos y 170 698 heridos.
Trabajadores sanitarios y civiles se preparan para un entierro masivo de palestinos en un cementerio de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 10 de noviembre de 2025 (AFP).
Trump pidió al presidente israelí que indultara a Netanyahu, según la oficina de Herzog
El presidente israelí, Isaac Herzog, recibió una carta del presidente estadounidense, Donald Trump, en la que le instaba a considerar la posibilidad de indultar al primer ministro Benjamin Netanyahu, según informó el miércoles la oficina del presidente.
Netanyahu se enfrenta a un largo juicio por corrupción, y Trump ha pedido repetidamente el indulto para su estrecho aliado.
«Aunque respeto absolutamente la independencia del sistema judicial israelí y sus requisitos, creo que este «caso» contra Bibi, que ha luchado a mi lado durante mucho tiempo, incluso contra el durísimo adversario de Israel, Irán, es un proceso político injustificado», dice la carta.
El ministro de Defensa israelí dice que tiene la intención de cerrar la Radio del Ejército
El ministro de Defensa de Israel dijo el miércoles que planea cerrar la emisora de radio del Ejército, financiada con fondos públicos, en lo que describió como un intento de preservar el carácter no partidista del ejército.
Israel Katz dijo en un comunicado que pronto presentará una propuesta al Gobierno del país para cerrar la emisora, y que espera que esta deje de emitir antes del 1 de marzo.
El director de Army Radio, Tal Lev Ram, afirmó que la medida era inesperada y que no se trataba de un proceso profesional que priorizara los intereses de los soldados israelíes.
«Tengo la intención de luchar contra esta grave decisión por todos los medios», afirmó.
Army Radio es uno de los dos medios de comunicación financiados por el Estado en Israel, siendo el otro la cadena pública Kan, que opera un canal de noticias de televisión y varias emisoras de radio.
El Gobierno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha criticado a Army Radio y Kan, acusando a ellos en ocasiones de parcialidad contra las instituciones estatales.
Hola, lectores de Middle East Eye:
Aquí tienen las últimas noticias sobre la guerra de Israel contra Gaza y la región en general:
- El presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió el martes que cualquier plan israelí de anexión en Cisjordania sería una «línea roja» y provocaría una reacción europea.
- El presidente sirio, Ahmed al-Sharaa, afirmó que Israel debe retirarse de los territorios que invadió tras la caída del régimen de Assad el año pasado antes de que se pueda firmar cualquier acuerdo entre ambos países.
- Las fuerzas israelíes han entrado en la aldea de Rasem al-Qata, en el sur de la provincia de Quneitra, en Siria, y han establecido un puesto de control militar, según informó la Agencia de Noticias Siria.
- Aviones de combate israelíes lanzaron tres ataques aéreos sobre el noreste de la ciudad de Beit Lahia, dentro de la zona de la Línea Verde, según informó Al Jazeera Arabic.
- La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas afirmó que las autoridades israelíes siguen impidiendo la entrada de decenas de vehículos de la UNRWA en Gaza, incluidos camiones cisterna.




