MISCELÁNEA 19/03/2025

DEL COMPAÑERO Y MIEMBRO DE ESPAI CARLOS VALMASEDA

INDICE
1. Vuelve el genocidio (observación de José Luis Martín Ramos).
2. Judea e Israel.
3. Trump y Putin.
4. Más sobre la dialéctica.
5. Manifestación senil.
6. La izquierda y la lógica.
7. La izquierda a favor del rearme.
8. Beirut, Calcuta, y una sinagoga.

1. Vuelve el genocidio

De hecho, nunca se detuvo del todo, pero con el ataque de ayer se intensifica. No es que hubiese ninguna duda de que eso fuese a pasar, pero Trump es oficialmente un colaborador del genocidio ante los nuevos ataques de Israel en Gaza. ¿Creéis que, por desgracia, vale la pena volver a los resúmenes diarios?
https://jonathancook.substack.

A Israel no le importan los cautivos. Siempre planeó reiniciar el genocidio.

Son el presidente Trump y su administración los que deben ser considerados responsables de cada muerte palestina de aquí en adelante.

Jonathan Cook 19 de marzo de 2025

¿Qué excusas ha dado Israel para renovar el genocidio?

1. Israel dice que está tratando de obligar a Hamás a liberar a los cautivos en Gaza.

Sin embargo, como sabemos por los que ya han sido liberados, el bombardeo indiscriminado de Gaza solo aumenta las posibilidades de que los cautivos sean asesinados. No hay ningún escenario plausible en el que lanzar bombas de 907 kg suministradas por Estados Unidos sobre Gaza haga que los israelíes retenidos en el enclave estén más seguros o que regresen a casa antes.

En cualquier caso, existía una forma conocida y fácil para que Israel recuperara a los últimos cautivos. Debían ser liberados en la segunda fase del acuerdo de alto el fuego, que ya había superado con creces su fecha de aplicación. Pero hace semanas Israel decidió romper el acuerdo que había firmado e imponer nuevas condiciones en las que el resto de los cautivos tendrían que ser devueltos, y sin que Israel cesara el fuego o se retirara del enclave, como había acordado hacer.

Lo que demuestra el regreso de Israel al genocidio es que el gobierno israelí preferiría matar a los rehenes restantes, vaporizándolos con el último cargamento de bombas de 907 kg de Trump, que hacer una concesión para asegurar su liberación o poner alguna limitación a su capacidad de masacrar a la población de Gaza.

2. Israel afirma que Hamás se estaba rearmando y planeando un nuevo ataque.

Como siempre, Israel está invirtiendo la verdad. Fue Israel quien fue rearmado por la administración Trump con las bombas que ahora destrozan a los niños de Gaza. Hamás, aislado del mundo exterior, no tenía una ruta obvia para rearmarse.

Y en cuanto a los planes para otro 7 de octubre, tanto Hamás como el mundo se sorprendieron de que sus combatientes lograran escapar del pequeño y asediado territorio de Gaza la primera vez. Hamás asumió que sería una misión suicida. Tuvo éxito solo porque Israel se había vuelto tan complaciente en su asedio de 17 años al enclave, que imaginó que los 2,3 millones de personas allí estaban sepultados permanentemente.

La suposición de Israel era que los palestinos nunca lograrían encontrar una salida del gigantesco campo de concentración que Israel había construido para ellos. Es poco probable que Israel vuelva a bajar la guardia en el corto plazo.

En otras palabras, Israel miente descaradamente sobre sus razones para reanudar la matanza. Miente como lo ha hecho una y otra vez, a lo largo de los últimos 18 meses.

Israel siempre tuvo la intención de reiniciar el genocidio tan pronto como la administración Trump hubiera podido atribuirse el mérito de negociar el alto el fuego. Entonces podrían trabajar juntos para inventar una nueva serie de pretextos, basados en mentiras sobre quién estaba violando el alto el fuego, para justificar por qué era necesario asesinar a más niños de Gaza.

Ciertamente, Joe Biden y sus funcionarios deben ser juzgados en La Haya por los primeros 15 meses del genocidio. Pero Trump y su administración son los responsables de todas las muertes palestinas de aquí en adelante.

Observación de José Luis Martín Ramos:

Parece que vamos a tener que volver porque la guerra se reactiva. ¡Qué curioso que lo haga cuando la de Ucrania se encamina a su fin! Me alegra que la guerra de Ucrania se acabe; no sé si la postguerra planteará el conflicto de fondo de la seguridad colectiva, por otra parte. Pero Trump no es ningún pacificador, como lo demuestra la otra cara de la moneda de la política exterior que está desplegando: el genocidio palestino. O el ataque «preventivo» contra los huthies para advertirles que no se muevan en esta nueva ofensiva contra Gaza (la de Cisjordania, por cierto nunca cesó en sus propias condiciones de limpieza interna) Para dejar eso bien claro, tambien creo que es importante volver al seguimiento de la guerra.

VOLVER AL INDICE

2. Judea e Israel

Hemos visto más de una vez las tensiones internas sionistas entre «Israel» y «Judea». También Crooke comparte esta idea, desarrollada en este reciente artículo.
https://www.unz.com/acrooke/the-kingdom-of-judea-vs-the-state-of-israel/

El Reino de Judea contra el Estado de Israel

Alastair Crooke • 17 de marzo de 2025

Una lectura geopolítica de la incipiente guerra civil de Israel

Israel está profundamente fracturado. El cisma se ha vuelto amargo y acalorado, ya que ambas partes se ven en una guerra existencial por el futuro de Israel. El lenguaje utilizado se ha vuelto tan venenoso (en particular en los canales reservados en hebreo) que los llamamientos a un golpe de Estado y a la guerra civil están lejos de ser infrecuentes.

Israel se acerca al precipicio y las diferencias aparentemente irreconciliables pueden estallar pronto en disturbios civiles: como escribe Uri Misgav esta semana, la «primavera israelí» está en camino.

El punto aquí es que el estilo utilitario y decididamente transaccional del presidente Trump puede funcionar eficazmente en el hemisferio occidental secular, pero con Israel (o Irán) Trump puede encontrar poca o ninguna tracción entre aquellos con una weltanschauung alternativa que expresa un concepto fundamentalmente diferente de moralidad, filosofía y epistemología, al paradigma clásico occidental de disuasión de «zanahorias y palos» materiales.

De hecho, el mero intento de imponer la disuasión —y amenazar con «desatar el infierno» si no se cumplen sus órdenes— puede producir lo contrario de lo que busca: es decir, puede desencadenar nuevos conflictos y guerras.

Una pluralidad furiosa en Israel (liderada por ahora por Netanyahu) ha tomado las riendas del poder después de una larga marcha a través de las instituciones de la sociedad israelí, y ahora tiene la mirada puesta en desmantelar el «Estado profundo» dentro de Israel. Igualmente, hay un furioso rechazo a esta supuesta toma de poder.

Lo que exacerba esta fractura social son dos cosas: en primer lugar, es etnocultural; y en segundo lugar, es ideológica. El tercer componente es el más explosivo: la escatología.

En las últimas elecciones nacionales en Israel, la «clase baja» finalmente rompió el techo de cristal para ganar las elecciones y tomar posesión del cargo. Los mizrahi (judíos de Oriente Medio y el norte de África) han sido tratados durante mucho tiempo como el orden más pobre y más bajo de la sociedad.

Los asquenazíes (judíos europeos, en su mayoría liberales y seculares) constituyen gran parte de la clase profesional urbana (y hasta hace poco) de la clase alta. Estas son las élites a las que la coalición del Movimiento Nacional Religioso y de los Colonos desplazó en las últimas elecciones.

Esta fase actual de una larga lucha por el poder puede situarse en 2015. Como ha registrado Gadi Taub, «Fue entonces cuando los jueces del Tribunal Supremo de Israel retiraron la soberanía misma —es decir, el poder de decisión final sobre todo el ámbito del derecho y la política— de los poderes electos del gobierno y se la transfirieron a sí mismos. Un poder no electo del gobierno ostenta oficialmente el poder, contra el cual no hay controles ni contrapesos por parte de ninguna fuerza contraria».

En la óptica de la derecha, el poder de revisión judicial que se autoasignó dio al Tribunal el poder, escribe Taub, «prescribir las reglas del juego político, y no solo sus resultados concretos». «La aplicación de la ley se convirtió entonces en el enorme brazo investigador de la prensa. Como sucedió con el engaño del «Russiagate», la policía y el fiscal del Estado de Israel no estaban tanto recopilando pruebas para un juicio penal como produciendo suciedad política para filtrarla a la prensa».

El «Estado profundo» en Israel es un punto de discordia que consume a Netanyahu y a su gabinete: en un discurso en la Knesset este mes, por ejemplo, Netanyahu arremetió contra los medios de comunicación, acusando a los medios de comunicación de «cooperar plenamente con el Estado profundo» y de crear «escándalos». «La cooperación entre la burocracia del Estado profundo y los medios de comunicación no funcionó en Estados Unidos, y no funcionará aquí», dijo.

Para que quede claro, en el momento de las últimas elecciones generales, el Tribunal Supremo estaba compuesto por 15 jueces, todos ellos asquenazíes, excepto uno, que era de origen judío-árabe.

Sin embargo, sería un error ver la guerra de los bloques rivales como una disputa arcana sobre la usurpación del poder ejecutivo, y una «separación de poderes del Estado» perdida.

La lucha tiene sus raíces, más bien, en una profunda disputa ideológica sobre el futuro y el carácter del Estado de Israel. ¿Será un Estado mesiánico, halájico y obediente a la Revelación? O, en esencia, ¿habrá un «Estado» democrático, liberal y en gran medida secular? Israel se está destrozando a sí mismo en la espada de este debate.

El componente cultural es que los mizrajim (definidos de manera imprecisa) y la derecha consideran que la esfera liberal europea apenas es verdaderamente judía. De ahí su determinación de que la Tierra de Israel debe estar totalmente inmersa en el judaísmo.

Los acontecimientos del 7 de octubre cristalizaron por completo esta lucha ideológica, que es el segundo factor clave que refleja en gran medida la escisión general.

La visión clásica de seguridad de Israel (que data de la época de Ben-Gurion) se configuró para dar respuesta al persistente dilema israelí: Israel no puede imponer el fin del conflicto a sus enemigos, pero al mismo tiempo no puede mantener un gran ejército a largo plazo.

Por lo tanto, Israel, desde esta óptica, tenía que contar con un ejército de reserva que necesitara una advertencia de seguridad adecuada antes de que se produjera cualquier guerra. Por lo tanto, la alerta de inteligencia anticipada de una guerra inminente era un requisito primordial.

Y esa presunción clave se hizo añicos el 7 de octubre.

La conmoción y la sensación de colapso que surgieron a partir del 7 de octubre llevaron a muchos a pensar que el ataque de Hamás había roto irrevocablemente el concepto israelí de seguridad: la política de disuasión había fracasado y la prueba de ello era que Hamás no se había disuadido.

Pero aquí nos acercamos al quid de la guerra interna israelí: lo que se destruyó el 7 de octubre no fue solo el antiguo paradigma de seguridad del Partido Laborista y las antiguas élites de seguridad. Eso sí lo hizo; pero lo que surgió de sus cenizas fue una cosmovisión alternativa que expresaba un concepto fundamentalmente diferente en filosofía y epistemología al paradigma clásico de la disuasión: «Nací en Israel; crecí en Israel… Serví en las FDI», dice Alon Mizrahi; «Estuve expuesto a ello. Me adoctrinaron de esta manera, y durante muchos años de mi vida lo creí. Esto representa un grave problema judío: no es solo [una cuestión de una modalidad de] sionismo… ¿Cómo se puede enseñar a los niños, y esto es casi universal, que todo el que no es judío quiere matarte? Cuando uno se mete en esta paranoia, se da permiso para hacer cualquier cosa a cualquiera… No es una buena forma de crear una sociedad. Es muy peligroso».

Vea aquí en el Times of Israel un relato de una presentación en una escuela secundaria (después del 7 de octubre) sobre la moralidad de aniquilar a Amalek: un estudiante plantea la pregunta: «¿Por qué condenamos a Hamás por asesinar a hombres, mujeres y niños inocentes, si se nos ordena aniquilar a Amalek?»

«¿Cómo podemos tener normalidad mañana», pregunta Alon Mizrahi, «si esto es lo que somos hoy?»

La derecha religiosa nacional está liderando la carga para un cambio radical en el concepto israelí de seguridad; ya no creen en el paradigma clásico de disuasión de Ben Gurion, especialmente a raíz del 7 de octubre. La derecha tampoco cree en llegar a ningún acuerdo con los palestinos y, desde luego, no quiere un estado binacional. En el concepto de Bezalel Smotrich, la teoría de seguridad de Israel debe incluir en adelante una guerra continua contra los palestinos, hasta que sean expulsados o eliminados.

El antiguo establishment (liberal) está indignado, como expresó esta semana uno de sus miembros, David Agmon (ex general de brigada de las FDI y ex jefe de gabinete de Netanyahu): «¡Te acuso, Bezalel Smotrich, de destruir el sionismo religioso! Nos está llevando a un estado de Halajá y sionismo haredi, no de sionismo religioso… Por no mencionar el hecho de que se unió al terrorista Ben Gvir, que desvía a los infractores de la ley, a los paletos, para que sigan infringiendo la ley, que ataca al gobierno, al sistema judicial y a la policía bajo su responsabilidad. Netanyahu no es la solución. Netanyahu es el problema, es la cabeza de la serpiente. La protesta debe actuar contra Netanyahu y su coalición. La protesta debe exigir el derrocamiento del gobierno malicioso».

Netanyahu es en cierto sentido laico; pero en otro, abraza la misión bíblica del Gran Israel, con todos sus enemigos aniquilados. Es, si se quiere, un neojabotinskyista (su padre fue secretario privado de Jabotinsky) y, en la práctica, existe en una relación de dependencia mutua con figuras como Ben Gvir y Smotrich.

«¿Qué quieren estas personas?», se pregunta Max Blumenthal; «¿Cuál es su objetivo final?»

«Es el apocalipsis», advierte Blumenthal, cuyo libro Goliath traza el ascenso de la derecha escatológica de Israel:

«Tienen una escatología basada en la ideología del Tercer Templo, en la que la Mezquita de Al-Aqsa será destruida y reemplazada por un Tercer Templo y se practicará el ritual judío tradicional».

Y para lograrlo, necesitan una «gran guerra».

Smotrich siempre ha sido franco al respecto: el proyecto de expulsar definitivamente a todos los árabes de la «Tierra de Israel» requerirá una emergencia, una «gran guerra», ha dicho.

La gran pregunta es: ¿entienden Trump y su equipo algo de esto? Porque tiene profundas implicaciones para la metodología de Trump de hacer tratos transaccionales. Las «zanahorias y palos» y la racionalidad secular tendrán poco peso entre aquellos cuya epistemología es bastante diferente; aquellos que toman la Revelación literalmente como «verdad», y que creen que exige obediencia completa.

Trump dice que quiere poner fin a los conflictos en Oriente Medio y lograr una «paz» regional.

Su enfoque secular y transaccional de la política, sin embargo, es totalmente inadecuado para resolver el conflicto escatológico. Su estilo valiente de amenazar con que «se desatará el infierno» si no se sale con la suya no funcionará, cuando una u otra parte realmente quiere el Armagedón.

¿«Desatarse el infierno»? «Adelante», podría ser la respuesta que reciba Trump.

Enlace de vídeo

(Publicado de nuevo por Strategic Culture Foundation con permiso del autor o representante)

VOLVER AL INDICE

3. Trump y Putin

La visión de Diesen sobre la supuesta afinidad entre Trump y Putin analizando los puntos de vista que tienen en común. 
https://glenndiesen.substack.

¿Qué tienen realmente en común Trump y Putin?

Prof. Glenn Diesen 18 de marzo de 2025

Hay muchas razones racionales y pragmáticas para poner fin al conflicto en Ucrania, ya que la guerra indirecta ya se ha perdido, una mayor escalada podría dar lugar a una guerra nuclear y Rusia se está alineando cada vez más con China. Sin embargo, ¿contribuye una afinidad personal con Putin al deseo de Trump de poner fin a la guerra y mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia?

Durante el enfrentamiento con Zelensky en el Despacho Oval, Trump expresó una afinidad hacia Putin basada en una lucha compartida contra adversarios comunes. Trump argumentó que «Putin pasó por un infierno conmigo. Pasó por una falsa caza de brujas, donde lo utilizaron a él y a Rusia. Rusia, Rusia, Rusia, ¿ha oído hablar de ese trato? … Fue una estafa demócrata. Tuvo que pasar por ello. Y lo hizo». Trump argumentó que si Putin rompió algún trato, fue con Obama y Biden, ya que nunca rompió ningún trato con él debido al respeto mutuo.

Es razonable deducir de las declaraciones de Trump que siente que comparte algo con Putin. En lugar de ahondar en las teorías conspirativas de la colusión, vale la pena adoptar una perspectiva sociológica para explorar cómo definimos quién pertenece a «nosotros» y quién se considera el «otro». Los seres humanos son animales sociales que se organizan instintivamente en grupos, en los que el «nosotros» del grupo se define normalmente por el reflejo del «otro» del grupo como el polo opuesto. Lo que define a «nosotros» frente a «ellos» a menudo se construye para garantizar la solidaridad del grupo y, por lo tanto, se presenta típicamente como el bien frente al mal o lo superior frente a lo inferior.

A Rusia se le ha asignado históricamente el papel de «otra» Europa, lo que dificulta encontrar un compromiso, ya que la otredad y la identidad negativa de Rusia reafirman la propia identidad positiva de Europa. La relación se ha enmarcado históricamente como Occidente contra Oriente, los civilizados contra los bárbaros, los europeos contra los asiáticos, y durante la Guerra Fría fue el capitalismo contra el comunismo. Cuando se decidió reavivar las líneas divisorias en Europa tras la Guerra Fría mediante la ampliación de la OTAN, el «nosotros» frente al «ellos» se reformuló como democracias liberales frente a autoritarias. Cada aspecto de las relaciones debe interpretarse a través de esta lente, en la que Occidente puede asumir el papel de los buenos frente a Rusia como el eterno malo.

Nacionalismo frente a cosmopolitismo

Es conveniente y cómodo retratar la posible afinidad de Trump por Putin como una amistad entre autoritarios. El argumento es que Trump no forma parte del mundo libre, y sus tendencias autoritarias supuestamente explican su afinidad con Putin. Este es un análisis deficiente, pero expone cómo los seres humanos preservan instintivamente la solidaridad grupal castigando a los individuos que se desvían del grupo, y los esfuerzos por llegar al otro lado y superar los estereotipos que definen a «nosotros» y «ellos» se topan con sospechas y acusaciones de traición. El mundo libre frente a la alianza de los autoritarios es un encuadre que sirve para demonizar a Trump y Putin y también para reafirmar «nuestros» buenos valores. Parafraseando a Bush, nos odian por nuestras libertades.

Este es un encuadre profundamente erróneo, ya que Trump (o Putin) no se define a sí mismo ni a su grupo («nosotros») en los términos desfavorables de autoritarismo frente a libertad. Trump ve el mundo dividido entre patriotismo y globalismo o entre nacionalismo y cosmopolitismo.

La identidad liberal como base de la identidad colectiva de un Occidente político unificado después de la Guerra Fría contribuyó a crear una escisión dentro del Estado-nación liberal. Los excesos del liberalismo bajo la globalización y una identidad que dependía excesivamente del liberalismo crearon una división entre el liberalismo y el nacionalismo que sentó las bases del estado-nación liberal. En las últimas décadas, el liberalismo comenzó a divorciarse del estado-nación a medida que se rechazaba la idea de unidad a través de la historia, las tradiciones, la fe y la cultura comunes. En 2004, Samuel Huntington predijo que el auge de una élite neoliberal acabaría creando una reacción conservadora: «El público, en general, se preocupa por la seguridad física, pero también por la seguridad social, que implica la sostenibilidad, dentro de condiciones aceptables para la evolución, de los patrones existentes de lenguaje, cultura, asociación, religión e identidad nacional. Para muchas élites, estas preocupaciones son secundarias a la participación en la economía global, el apoyo al comercio internacional y la migración, el fortalecimiento de las instituciones internacionales, la promoción de los valores estadounidenses en el extranjero y el fomento de las identidades y culturas minoritarias en el país. La distinción central entre el público y las élites no es el aislacionismo frente al internacionalismo, sino el nacionalismo frente al cosmopolitismo».[1]

Traducido a la política internacional, Rusia se aleja del grupo externo «ellos» como un estado autoritario, y se acerca al grupo interno de «nosotros» como un estado europeo cristiano tradicional que rechaza los excesos del liberalismo y la consiguiente decadencia moral. También es evidente que Trump se ve a sí mismo como alguien que tiene mucho en común con Viktor Orbán de Hungría, quien define a Europa por su herencia cultural cristiana tradicional. En cambio, existe un desprecio por la definición alemana de Europa, que se basa excesivamente en ideales liberales y posnacionales que se traducen en ideología woke, fronteras abiertas, globalismo e identidad cosmopolita en la medida en que no son capaces de defender los intereses nacionales básicos. La identidad de Europa como Estados-nación liberales solía acomodar tanto el nacionalismo como el liberalismo, pero el liberalismo se ha liberado en gran medida de la nación. En consecuencia, los liberales y los nacionalistas se ven mutuamente como su respectivo grupo externo, que amenaza al grupo interno. Esto está influyendo ahora en las relaciones entre las grandes potencias.

El Russiagate y el escándalo del portátil de Hunter Biden

La referencia de Trump al engaño del Russiagate y al escándalo del portátil de Hunter Biden durante el enfrentamiento con Zelensky en el Despacho Oval revela que considera estos acontecimientos relevantes para comprender el colapso de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

Ha habido muy poca o ninguna reflexión sobre cómo el engaño del Russiagate dañó las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, por lo que no se entiende el argumento de Trump. Los demócratas utilizaron a Rusia como un hombre del saco para sabotear a Trump durante las elecciones de 2016, luego para socavar su primera administración presidencial y, de nuevo, durante las elecciones de 2020. La colusión real revelada fue entre el Partido Demócrata, las agencias de inteligencia y los medios de comunicación.

Estados Unidos adoptó un nuevo macartismo antirruso para limpiar a su oposición, en el que todo el mundo tenía que fustigar a Rusia como enemigo ideológico de Estados Unidos. El deseo de Trump de mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia fue tratado como una amenaza a la división liberal-democrática-

¿Debería sorprendernos que Trump considere que él y Putin se han enfrentado a muchos de los mismos enemigos hasta el punto de que esto haya moldeado su visión del grupo interno frente al grupo externo? El Russiagate pretendía vender una visión del mundo de autoritarios en el país y en el extranjero que conspiran contra la libertad. Esta narrativa ha sido desacreditada, ya que se basaba en pruebas fraudulentas, pero los demócratas y los europeos siguen aferrándose a ella para preservar su identidad asignada de buenos y sus oponentes de malos. Desde el punto de vista de Trump, se trataba de un ataque de los demócratas a la democracia y al sistema político que también devastó las relaciones con Rusia y socavó la paz en el mundo.

¿Podemos culpar a Trump por ver el mundo dividido entre nacionalistas pragmáticos y racionales que buscan anteponer sus países, frente a una élite cosmopolita y globalista que socava los intereses nacionales, la democracia y la paz internacional?

Versión alemana del artículo: «Was Trump und Putin verbindet» en De Weltwoche https://weltwoche.ch/story/

VOLVER AL INDICE

4. Más sobre la dialéctica

Michael Roberts reseña otro libro reciente, en esta ocasión sobre el «razonamiento dialéctico». ¡Y sin gráficos!
https://thenextrecession.

Pensar sistemáticamente

Los sociólogos marxistas canadienses Murray EG Smith y Tim Hayslip han escrito un libro profundo y de gran alcance que pretende elaborar y popularizar los principios del «razonamiento dialéctico». El título completo del libro es Thinking Systematics: Critical-Dialectical Reasoning for a Perilous Age and a Case for Socialism.

Karl Marx declaró: «Los filósofos solo han interpretado el mundo de varias maneras; la cuestión es cambiarlo». Smith y Hayslip añaden a esta observación: «Los filósofos solo han interpretado el pensamiento humano de varias maneras. Sin embargo, es necesario mejorarlo, y mucho». En opinión de los autores, esta necesidad no puede satisfacerse mediante controversias y discursos interminables presididos por los eruditos filosóficos, sino solo equipando a las masas de trabajadores y jóvenes con un marco cognitivo para comprender una realidad rápidamente cambiante y cada vez más peligrosa: el razonamiento dialéctico. Hay contradicciones, mediaciones y leyes del movimiento reales en tres «campos ontológicos» distintos, pero también interpenetrantes: el natural, el social y la conciencia (actividad consciente humana).

El razonamiento dialéctico es esencial para que los seres humanos mejoren su comprensión del mundo natural, la sociedad humana y la relación entre ambos. El paradigma particular de razonamiento crítico-dialéctico que proponen los autores se denomina Thinking Systematics (TSS). TSS se refiere a métodos y formas de pensar que fomentan una visión más sistemática (científica) del mundo, una que mejore sustancialmente nuestra capacidad para descubrir «verdades objetivas sobre la condición humana actual y para revolucionar nuestra comprensión individual y colectiva de un mundo más amplio con el que la mayoría de nosotros nos relacionamos de manera demasiado pasiva».

A lo largo de este libro de 350 páginas, los autores defienden que el TSS es necesario para acabar con las noticias falsas y la desinformación, para defender los hechos por encima de la mera opinión, para defender el concepto de verdad objetiva frente a las tendencias culturales e intelectuales que permiten o incluso fomentan la mentira descarada, y para aumentar el pensamiento racional frente a las ideas irracionales generadas por modos de pensar que se basan en la «fe ciega» (tanto religiosa como secular), lo que Smith y Hayslip denominan «fideísmo».

Según los autores, el TSS debe verse como un «conjunto de herramientas para la mente», diseñado para mejorar la forma en que pensamos sobre el mundo, abordamos los problemas y analizamos y evaluamos la información. «En esencia, insiste en que una comprensión plenamente adecuada de nuestro mundo y sus problemas requiere prestar seria atención a las fuerzas específicamente sociales que actúan en él». Así pues, el acrónimo TSS no solo hace referencia a la sistemática del pensamiento, sino también a la toma en serio de lo social.

¿Cómo proceden los autores? Además de dar un «peso» considerable a la categoría de «lo social» al analizar la condición humana y sus relaciones tanto con «lo natural» como con lo que la filosofía tradicional llama «lo ideal», sostienen que debemos partir de conceptos abstractos simples y avanzar hacia otros más complejos. Esto sigue el propio enfoque de Marx para analizar científicamente el mundo aparentemente caótico en el que vivimos.

El Capital de Marx no comienza con una discusión de las apariencias cotidianas y macro de las economías modernas (por ejemplo, el PIB, los impuestos, los aranceles, los movimientos de dinero y la banca). En su lugar, comienza con un análisis de la mercancía individual, la pequeña molécula de la producción capitalista, y su doble carácter como valor de uso y valor de cambio. La mercancía, que él describe como la «forma elemental» de la riqueza de las sociedades capitalistas, existe como un fenómeno real y concreto de la vida cotidiana bajo el capitalismo. Marx lleva a sus lectores a investigaciones y explicaciones más complejas de fenómenos como el trabajo asalariado, el capital, el dinero, la banca y las crisis capitalistas.

Los autores reconocen que la lógica formal (por ejemplo, A = A, pero no B) es fundamental y útil en muchas circunstancias. Pero es inadecuada cuando se trata de cambios, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Las apariencias engañan. En un momento dado, los autores nos presentan el ejemplo de un río. Cada río tiene una identidad única y distintiva. Cada planta es diferente de otra, cada animal es diferente. Eso es formalmente lógico: A = A, pero no B.

Pero eso solo nos lleva hasta cierto punto. Los ríos se mueven y cambian, las bellotas se convierten en semillas en los árboles, las larvas se transforman en mariposas. Como dijo el filósofo griego Heráclito, no se puede entrar dos veces en el mismo río porque «a quienes entran en el mismo río, aguas diferentes y de nuevo diferentes fluyen». De hecho, incluso el acto de entrar en un río contribuye a hacerlo diferente de un momento a otro. La lógica formal es estática y no ofrece ningún método para comprender los procesos de cambio y contradicción. Como dijo Trotsky en una ocasión, la lógica formal es una instantánea, mientras que la lógica dialéctica es una película. A no siempre es igual a A porque puede haber cambiado a B. Como dicen los autores: «el pensamiento dialéctico nos ordena pensar temporalmente y ver el presente en sí mismo como solo un momento de la historia».

¿Cómo se pueden aplicar estas ideas a los problemas y controversias actuales? Un ejemplo, en mi opinión, es que el razonamiento dialéctico puede ayudarnos a comprender la naturaleza de la economía y el estado chinos. Muchos dicen que es capitalista; otros dicen que es socialista. En mi opinión, no es ninguna de las dos. ¿Cómo puede ser? En lógica formal, A = A, pero no B. Así que China debe ser capitalista o socialista. Pero cuando se piensa dialécticamente (y «sistemáticamente»), China puede verse como una economía en proceso de cambio: está «en medio».

En 1949, el capitalismo y el latifundismo fueron derrocados por un ejército campesino dirigido por los comunistas maoístas. Estos últimos acabaron nacionalizando la industria y la tierra, e intentaron, con un éxito limitado, planificar una economía mayoritariamente colectivizada. Pero esto por sí solo no convirtió a China en socialista: se estableció una gran maquinaria estatal, controlada por una élite burocrática que no rendía cuentas a la clase trabajadora china ni, de hecho, a las masas campesinas. Hoy en día, bajo su liderazgo posmaoísta, cuenta con un importante sector capitalista que intenta maximizar los beneficios con multimillonarios y mano de obra asalariada.

Nada de esto existiría en una sociedad verdaderamente socialista, al menos tal como la definirían los marxistas. «China socialista» no es un descriptor más correcto que «China capitalista». Si nos basamos en una lógica formal estricta, esto es confuso. Pero el razonamiento dialéctico aclara la confusión al permitirnos ver a China a través de la lente del desarrollo desigual y combinado y el concepto de formas transicionales.

En la naturaleza, a Engels le gustaba usar el ejemplo del ornitorrinco, un marsupial autóctono de Australia. El ornitorrinco pone huevos para sus crías, como hacen los reptiles. Pero es de sangre caliente y amamanta a sus crías como hacen los mamíferos. Es tanto reptil como mamífero; ambas A y B. En la evolución de la naturaleza, es una especie de transición (que pasa de reptil a mamífero).

Otro pilar filosófico de la TSS es el «monismo», en contraposición al dualismo idealista. ¿Qué significa esto? El dualismo afirma que la conciencia (pensamientos e ideas) está separada de la realidad material. En cambio, el materialismo es monista; tanto los pensamientos en nuestro cerebro individual como el mundo más allá de él se encuentran en una realidad material y objetiva. Nuestros pensamientos son el resultado de movimientos de energía en nuestras sinapsis, células de nuestro sistema nervioso. Pero según el TSS, siguiendo al filósofo ruso E. V. Ilyenkov, también son el resultado de las prácticas sociales y culturales humanas: el producto de la división social del trabajo y la acumulación de conocimientos que buscan abordar problemas concretos derivados de las relaciones de los seres humanos tanto con la naturaleza como entre sí.

Al mismo tiempo, el «mundo material exterior» es real y, aunque está sujeto a la actividad humana, existe independientemente de nuestra conciencia. Existió antes de la llegada del pensamiento humano y, por lo tanto, antes de que el concepto de Dios surgiera en nuestros pensamientos. Cuando un influyente idealista subjetivo del siglo XVIII, el obispo Berkeley, afirmó que el «mundo exterior» existe solo en las percepciones puestas en nuestras cabezas por Dios, el gran crítico inglés Samuel Johnson respondió: «¡Mira esa roca, dale una patada con el pie y luego dime que solo existe en tu cabeza!»

Una concepción materialista de la naturaleza y el mundo nos permite acabar con las tonterías de la magia, la religión y la locura moralista. Una concepción monista y materialista de la historia impulsa a un carruaje y a sus caballos a través de teorías que ven la marcha de la historia como el efecto de reyes, señores y gobernantes que deciden el destino de la multitud pasiva y no como el resultado de las actividades de masas de personas que responden a las cambiantes condiciones materiales y sociales en las que viven. «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como quieren; no la hacen bajo circunstancias auto-seleccionadas, sino bajo circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas desde el pasado» (Marx. El 18 Brumario de Luis Bonaparte).

Smith y Hayslip enfatizan que el razonamiento dialéctico y una concepción monista-materialista de la realidad conducen ineludiblemente a proyectos prácticos para transformar el mundo. Y de todo esto se deriva la necesidad de tomarse el socialismo en serio. La metodología de TSS nos obliga a considerar el socialismo no solo como una «buena idea» (y menos aún como una «preferencia» personal y subjetiva), sino como una necesidad objetiva y científicamente verificable para la supervivencia y el progreso futuro de la humanidad, y para la conservación de la naturaleza y el planeta. Solo el socialismo traerá una verdadera liberación de la pobreza, el desastre medioambiental y el dominio de los oligarcas.

Como dicen los autores: «Elon Musk posee una enorme fortuna no porque se la haya «ganado», sino porque las reglas del juego bajo el capitalismo permiten a los inversores capitalistas como él acumular una vasta riqueza personal a expensas de la población trabajadora en general. Musk ha demostrado ser un competidor particularmente afortunado y hábil en el juego. Pero una valoración de sus atributos personales no debería ocultar en modo alguno este simple hecho: fuera del orden socioeconómico basado en la propiedad privada de los activos productivos de la sociedad y la búsqueda del beneficio privado a través de la explotación del trabajo asalariado, un éxito del tipo y magnitud de Musk es simplemente inconcebible».

VOLVER AL INDICE

5. Manifestación senil

Otra acerada crítica de Andrea Zhok a la reciente manifestación «europeísta» en Italia. Una visión muy poco compasiva a la izquierda, no solo de los dirigentes sino de su conjunto, a los que considera sonámbulos seniles.
https://www.lantidiplomatico.

Andrea Zhok – Empujados al abismo por una patrulla de sonámbulos seniles por Andrea Zhok*

De la manifestación del 15 de marzo en la Piazza del Popolo de Roma se pueden observar muchas cosas, muchos detalles inquietantes, pero una mirada general, de conjunto, creo que nos ofrece una imagen clara de su significado.

Se trata de una plaza compuesta principalmente por ancianos y algunas personas de mediana edad, y esto en sí mismo no sería nada malo si la edad avanzada correspondiera a un proceso de maduración. Por desgracia, lo que llama la atención es precisamente la total falta de conciencia de los participantes de su ubicación histórica y del concepto rector que debería unirlos en esa plaza: Europa.

Por un lado, estaban los que proponían una visión romántica de la Europa cultural. Claro que se podía encontrar un abanderado menos vergonzoso que Vecchioni, autor de un discurso que rezumaba culturalismo racista y manifestaba una espantosa superficialidad, amontonando nombres célebres como figuritas de Pokémon, sin darse cuenta siquiera de que prácticamente todos los nombres mencionados (Hegel, Marx, Leopardi, Manzoni, etc.) eran literalmente opuestos a todo lo que esa plaza expresaba.

Pero el mero hecho de pensar que la tradición cultural europea y las políticas de la Unión Europea tienen algo que ver es un indicio de una notable imprudencia, dado que durante treinta años todo el impulso dinámico de las «reformas culturales europeas» ha estado bajo el signo de una fuerte americanización de los modelos de formación.

Por otro lado, estaban los «altereuropeístas» que quieren apoyar a la Unión Europea, solo que a una «Europa diferente». A estos los conozco bien, porque hasta principios de los años 2000 yo ingenuamente formaba parte de ellos. A estos sujetos se les puede desmarcar fácilmente porque utilizan de manera básicamente indiferente «Unión Europea», «Europa» y, a menudo, «Comunidad Europea». Se trata de personas que, de buena fe, imaginaron en su juventud una Europa asistencialista y social, convencidas de alguna manera de que el episodio histórico de los «30 gloriosos» estaba de alguna manera intrínsecamente asociado al proyecto europeo. A estos se les escapó por completo que a principios de los 90, en la atmósfera cultural del derrumbe del muro de Berlín y del triunfo liberal cantado por Fukuyama, se redactaron nuevos tratados europeos, vigorosamente animados por el espíritu neoliberal, y estructurados de manera que NO SE PUEDEN ENMENDAR.

De hecho, el artículo 48 del Tratado de la Unión Europea establece que cualquier modificación de los tratados fundacionales (por ejemplo, la introducción de la votación por mayoría simple en algunos asuntos, o la introducción de la capacidad del Parlamento para proponer leyes, reservada hoy a la Comisión, etc.) debe realizarse por UNANIMIDAD.

Por lo tanto, si algún «altereuropeísta» animado por un espíritu auténticamente social quisiera cambiar la dirección neoliberal de la política europea, debería, por ejemplo, conseguir una modificación del crucial artículo 2 del Tratado de Constitución de la Banca Central Europea. Este artículo establece para el BCE la prioridad de la función de estabilización de la moneda en detrimento de cualquier otra función económica (por ejemplo, de política industrial o de búsqueda del pleno empleo). Pero para cambiar este artículo, que encarna el monetarismo anti-keynesiano más clásico, se necesitaría una votación unánime de los 27 países de la Unión.

Lo cual, como es fácil de entender, nunca ocurrirá, pasen mil años, porque requeriría la coordinación milagrosa para que en todos los 27 estados prevalecieran simultáneamente en las elecciones partidos con una agenda solidaria robusta (hoy casi extintos, o ampliamente minoritarios).

Ergo, estamos hablando de nada, tonterías, fantasía política, y por lo tanto, en realidad, de preservar el status quo y el mismo rumbo de las últimas décadas.

Ahora bien, hay quien dice que esa plaza era simplemente la plaza de los ricos que defendían sus privilegios. Es posible. Ciertamente, algunos de los comentarios demenciales que se escucharon mostraban tal desconocimiento de la vorágine en la que se ha encontrado Italia desde el año 2000 hasta la actualidad (por ejemplo, el aumento de la pobreza absoluta de 1 millón a 6 millones de ciudadanos), que la única explicación posible es la falsa conciencia que crea el colchón de un estatus privilegiado.

Y, sin embargo, no estoy convencido de que esta sea la única explicación. Creo que también había personas de buena fe. La tristeza de esa plaza, en su componente de buena fe, era que ilustraba de manera angustiante el analfabetismo político de gran parte de la clase dirigente y de sus principales expresiones mediáticas. Lectores de Repubblica-Corriere y similares mantenidos en coma farmacológico durante décadas, cuyo sistema nervioso central ha sido sustituido por un generador automático de titulares de periódicos.

En los años 90, los mismos años en que se estaba formando la actual UE, había un programa satírico en RAI 3 llamado Avanzi. Entre las figuras características del programa estaba el «camarada Antonio», exmiembro del PCI, que era despertado tras 20 años en coma. A la presentadora Serena Dandini le correspondía la ingrata tarea de ponerlo al corriente de las devastadoras novedades de aquellos años.

Pues bien, da la impresión de que el compañero Antonio, junto con muchos otros, se dejó congelar de nuevo a principios de los 90, con la esperanza de que los tiempos futuros le deparan mejores perspectivas. Pero no fue así. Y así, hace unas semanas, por iniciativa del compañero gauche caviar Michele Serra, fueron sacados del congelador, subidos a un autobús y llevados a la plaza en apoyo del «sueño europeo».

Una patrulla de sonámbulos seniles que, dándose la razón mutuamente, se dirige con seguridad hacia el abismo.

*Publicación en Facebook del 18 de marzo de 2025

VOLVER AL INDICE

6. La izquierda y la lógica.

Fineschi reacciona a la reciente manifestación en Italia «contra Trump y a favor de la democracia» e intenta analizar desde la lógica qué supone hoy ser «de izquierda».
https://www.sinistrainrete.

«Modus ponendo ponens” de Roberto Fineschi

1) Si la UE representa la democracia, la paz y el trabajo, entonces, al apoyar a la UE, apoyo la democracia, la paz y el trabajo.

2) La UE representa la democracia, la paz y el trabajo.

Ergo: apoyo la democracia, la paz y el trabajo.

El razonamiento es formalmente correcto, pero la verdad de la conclusión no depende de la corrección del razonamiento formal, sino de la verdad de los enunciados. La conclusión solo es verdadera si estos son verdaderos, es decir, si corresponden a estados de hecho de la realidad externa al razonamiento.

Obviamente son «verdades»: para mantener la paz, la UE participa en guerras y se rearma; para mantener la democracia se basa en un banco central libre de cualquier control y en un Parlamento que no cuenta para nada, en una Comisión que defiende los intereses del gran capital de algunos de sus países en detrimento de otros; Para apoyar la solidaridad y el trabajo, permite la competencia desleal entre los países miembros gracias a las disparidades del sistema fiscal, hace que algunos se enriquezcan a expensas de otros con un PIB nulo, aumentos salariales mínimos o incluso negativos, desindustrialización, reducción progresiva del estado del bienestar.

Estas políticas con visión de futuro ahora presentan la cuenta de una notable debilidad estructural frente a aquellos que, en cambio, son realmente fuertes. Al final, todos han perdido y la UE, tal como se creó, estructuró y gestionó de manera coherente, es un fracaso declarado irreformable… ¡para apoyar lo cual es necesario salir a la calle!

Mientras La Repubblica y el PD lo hagan para apoyar a los pocos capitales que aún engordan (es decir, los fabricantes de armas), no pasa nada; pero si lo hace quien apoya la causa de la democracia, la paz y el trabajo, es un cortocircuito.

Y es inútil ocultar que la participación de CGIL y ANPI en una manifestación pro-UE en una fase en la que esto incluye incluso el pro-rearme suena como un desastre final. Aunque estas asociaciones son la sombra de lo que fueron, siguen representando para muchos los ideales de paz, trabajo y democracia. Participar en una manifestación de este tipo en este momento, en estas condiciones, es un golpe de gracia.

Todavía hay margen para echarse atrás. Hay margen para todos aquellos que están dentro de estas asociaciones o partidos y que hasta ahora se han tragado muchos sapos para decir que no.

* * * *

No sequitur

Creerse automáticamente de izquierdas porque se está en contra de Trump o Putin no tiene ningún sentido lógico.

El razonamiento que muchos hacen es: Trump y Putin son autoritarios, por lo que al estar en contra de ellos estoy en contra del autoritarismo, por lo que soy de izquierdas.

Corolario: si me uno a los que se manifiestan contra Trump y Putin, me uno a los «míos» y hago algo de izquierdas.

Ahora bien, si estar en contra del autoritarismo violento es sin duda una condición necesaria para ser de izquierdas, no es una condición suficiente.

De hecho, se puede estar en contra de Trump y Putin expresando también otra forma de autoritarismo o principios igualmente nefastos. Otros «Trump y Putin» pueden oponerse a Trump y Putin por sus intereses partidistas que nada tienen que ver con la democracia y el trabajo.

Es exactamente el caso de la UE, un organismo basado por estatuto en el capital y la empresa, no en la democracia y el trabajo, y que tiene modalidades de gestión y mando (a través de la [banca] central europea y la aliada comisión) que eluden los órganos representativos efectivamente elegidos en las naciones individuales. Los griegos pueden dar testimonio de su naturaleza solidaria. Sobre su naturaleza democrática, los rumanos ahora mismo (o gana el mío o anulo las elecciones). Sobre su naturaleza pacífica, los diferentes estados miembros que han participado en guerras sin ninguna legitimidad internacional.

Este organismo ahora quiere invertir miles de millones de euros no en democracia y trabajo, sino en armas que generalmente se usan para hacer la guerra.

Apoyar a la UE, por lo tanto, no tiene nada de izquierdista, tiene mucho de siniestro, especialmente ahora que se intenta hacer pasar como algo progresista un llamado general a las armas.

Obviamente, hay quienes lo hacen de mala fe, pertenecientes a la camarilla que se enriquece con la guerra; pero hay quienes lo hacen de buena fe, porque ya no entienden nada, confían en quienes creen que son sus puntos de referencia por tradición, o viven en un mundo intelectual del Occidente libre, todo de fantasía (de hecho, siempre ha estado lleno de sangre), al que se aferran desesperadamente.

En resumen: la UE ya no promovía la democracia y el trabajo, sino el capital y la empresa. ¡Ahora quiere seguir haciéndolo armándose y haciéndolo pasar por algo progresista! Que se despierten los que duermen.

VOLVER AL INDICE

7. La izquierda a favor del rearme

Parece que un sector de la izquierda niugrindilista masmadridista -César Rendueles, Emilio Santiago, Xan López…- ha decidido apoyar, con dudas, eso sí, el rearme europeo y ahora, ex post facto, están buscando argumentos. Emilio Santiago recomienda en Bluesky –https://bsky.app/profile/– un artículo en esta línea de Lluís Camprubí. En otro post recomienda otro de Juan Manuel Zaragoza –https://bsky.app/profile/– que os paso también para conocer los argumentos de estos compañeros, muy equivocados desde mi punto de vista.
https://lcamprubi.blogspot.

Sobre la cuestión del rearme europeo y el gasto militar y el debate en algunas izquierdas

En el debate público ha aparecido con toda su crudeza, urgencia y complejidad la cuestión de la Defensa europea. No es nuestro tema preferido pero es uno de los que nos marca la época. Desafortunadamente algunas izquierdas han empezado la discusión por el final y han quedado atrapadas en la cuestión del incremento del gasto militar, fijando planteamientos de oposición por principios a cualquier incremento, desde una posición moral apriorística sin ninguna voluntad de atender al contexto. Para intentar ser útiles y dar respuesta a las preguntas adecuadas, propongo hacerlo al revés, a la manera clásica. Primero analizar el contexto global, y a partir de ahí los riesgos y amenazas. Con ese análisis, podemos entonces diagnosticar las necesidades, tanto estatales como europeas. Y con esas necesidades o “gaps” descritas ya discutir sobre los recursos necesarios y su financiación. Por último, creo importante no obviar algunas consideraciones sociales y políticas.

Contexto geopolítico cambiante

Es ya sentido común que las relaciones internacionales y el contexto geopolítico están en un cambio histórico, en un cambio de época. Con profundas afectaciones para la UE. Hay una Rusia imperialista y revisionista que está invadiendo a Ucrania y que plantea una amenaza latente sobre otros países de la UE y/o de la OTAN. La administración Trump por su parte asume también e impulsa una visión del mundo basada en zonas de influencia (la suya sería el hemisferio americano) y relaciones de vasallaje con terceros. El multilateralismo, el derecho internacional y el sistema Naciones Unidas son obstáculos a esta lógica multipolar. Superada la ilusión de la UE de lidiar con Trump a lo transaccional (a través de favores comerciales principalmente), se impone una discusión si tendrá una relación con la UE neutral/aséptica o confrontacional. Lo que sí parece claro es que la UE debe hacerse cargo de su seguridad y defensa (el paraguas de protección norteamericano se ha evaporado de hecho) y a la vez hacer frente a la pinza Trump-Putin. A través de distintos métodos, ambas administraciones comparten la voluntad de debilitar, desagregar y desnaturalizar la UE ya que ésta choca con su agenda geopolítica, sus intereses comerciales y sus valores ideológicos.

Análisis de riesgos y amenazas

No siempre es fácil cuantificar y dimensionar el riesgo de una amenaza. En el caso que nos ocupa la amenaza rusa de ataque militar (asumidos ya los ataques “híbridos”) sobre algún país de la UE. En este sentido, es útil utilizar distintas aproximaciones. Lo que no sirve es basarse en sensaciones ni en opiniones que se ajusten a las propias creencias de uno (y menos aún si están bañadas de comprensión o rechazo emocional hacia Rusia). En primer lugar, hay que ver lo que dicen los servicios de inteligencia europeos. Todos plantean y concluyen que el riesgo/amenaza rusa de un ataque militar convencional sobre un país de la UE y/o OTAN es cierto, probable y real, aunque hay matices sobre el horizonte temporal. En particular, como resume Olivier Schmitt, los servicios de inteligencia suecos, holandeses, británicos, alemanes y daneses anticipan el escenario que habrá un ataque (militar convencional) ruso sobre algún país europeo en los próximos cinco años (sin precisar su profundidad). En cambio, los franceses, aunque no lo descartan, son más laxos con la temporalización. Los servicios de inteligencia de los países del “este” aún emiten mayores señales de emergencia y proximidad temporal. Es una actitud habitual en las izquierdas -y hasta saludable- ser precavidos con lo que dicen los servicios de inteligencia pero convendría atender a tanta unanimidad, y al hecho que en particular los servicios de inteligencia de los países bálticos anticiparon la invasión rusa de Ucrania, no así los tertulianos de la geopolítica.

En segundo lugar, podemos escuchar lo que están diciendo y haciendo las distintas izquierdas nórdicas y del este dada su proximidad. Las nórdicas se han replanteado completamente sus preferencias por la “neutralidad” y las del este están inmersas ya en la preparación de los planes de contingencia de sus respectivos países. Todas analizan, interpretan y actúan sabiendo que es muy cierta la amenaza de ataque ruso sobre sus países. En este sentido, vale la pena leer esta entrevista a Li Anderson (Left Alliance, Finlandia): “Europe needs to stand on its own feet”.

Y finalmente, se puede intentar dimensionar a través lo qué sabemos de Rusia. Tanto en base a la gran visión imperial y revisionista que plantea Putin en sus discursos, cómo a la planificación económica-militar que está haciendo (que va más allá de la sustitución de lo perdido en Ucrania y la posible continuidad a medio plazo de su invasión), como a su historial (invasión de Georgia y Ucrania).

Qué se necesita a nivel europeo

Es pues en este escenario en el que debemos plantearnos qué se necesita para asegurar una defensa europea integral (que asuma la defensa territorial y la disuasión). Lo ideal sería trabajar con un horizonte temporal de unos diez años (según una pluralidad de expertos) para la sustitución de todas las capacidades (en especial las de disuasión) únicas que aporta Estados Unidos al paraguas de seguridad europeo. Pero lo cierto es que no se dispone de ese tiempo. Aunque sea mejor mantener la ambigüedad y duda de si existe aún la cobertura de Estados Unidos (vía artículo 5 de la OTAN) ya que exigir una clarificación nos llevaría seguramente a la explicitación que ya no existe, lo cierto es que debemos trabajar en su sustitución con la mayor urgencia. 

No es pues suficiente (aunque sí necesario) mejorar la interoperabilidad y coordinación de los distintos ejércitos estatales. Se requieren tanto nuevas capacidades como la sustitución de las capacidades únicas que hasta ahora proporcionaba Estados Unidos.

Hay un consenso emergente en listar algunas de las capacidades que el conjunto de la UE necesita, al margen de la renovación de equipos tradicionales (terrestres y aéreos) y la ampliación de stocks de municiones (algo que hemos visto dramáticamente en las dificultades para el suministro a Ucrania). Se requiere inteligencia/información a un nivel que no se tiene, defensa aérea, capacidad de responder a ataques con largo alcance, dominio ciber, capacidades logísticas operativas y también “command and control” (disponer de los liderazgos, proceso decisorio y autoridad para el mando en los distintos escenarios). Y, especialmente, se necesita asegurar la disuasión.

Disuasión y paraguas nuclear europeo

 La disuasión es la única manera de evitar el nuevo aventurerismo militar ruso y esa será la base para cualquier posible diálogo diplomático efectivo y sin chantajes sobre seguridad. Y esta disuasión tiene que ser tanto convencional como no convencional. En lo convencional requiere que los países fronterizos dispongan de una fuerza terrestre suficiente y de activación rápida (en este informe que circula se detallan las magnitudes de lo que estamos hablando atendiendo a la sustitución de las aportaciones norteamericanasasí como de respuesta aérea solvente. La rapidez y aseguramiento de su respuesta es esencial ya que uno de los principales riesgos es que Rusia vaya testando la respuesta y límites incrementalmente (pequeñas incursiones en un país concreto y ver qué pasa y a partir de ahí continuar o ajustar…). 

La segunda pata de la disuasión es el paraguas nuclear europeo que, sin poder llegar a tener la integralidad del que generaba el norteamericano, debe ser suficiente.  Un paraguas de protección/disuasión nuclear para el conjunto de Europa y de base europea es necesario ahora que es posible que desaparezca la cobertura norteamericana. En este sentido, hay que responder positivamente al ofrecimiento de E.Macron de abrir una discusión estratégica en profundidad para defender (disuadiendo de ser atacados por actores hostiles) al conjunto de Europa con sus armas nucleares. Respetando que la última decisión sobre su uso sigue estando en manos de la presidencia francesa y entendiendo el punto de ambigüedad estratégica, debemos promover que esta protección quede vinculada al artículo 42.7 del TEU. Así mismo, podría ser de utilidad para la plena vinculación de todos los países, proponer un Consejo Asesor para la disuasión nuclear formado por los jefes de gobierno europeos de apoyo y orientación al respecto a la presidencia francesa. Es importante atender a la urgencia de los tiempos. Se requiere una discusión rápida y un acuerdo lo más pronto posible tanto para evitar permanecer en una situación indefinida de protección durante mucho tiempo como para evitar tentaciones de proliferación nuclear de otros países europeos (bálticos, polacos y nórdicos están abriendo ya la discusión de disponer de sus propias armas nucleares) que se sienten amenazados por una agresión rusa. Ello debería ser compatible con esfuerzos multilaterales de reducción del armamento nuclear, sin perder de vista que es Rusia que usa el chantaje nuclear.

Qué se requiere a nivel español

Es cierto que la distancia y barreras geográficas entre Rusia y España nos hace percibir la amenaza como distante y no propia hacia España, aunque es evidente del riesgo “existencial” si ataca territorio UE. En este sentido, las necesidades militares, de defensa y seguridad españolas son relativamente diferentes a las específicas de los países fronterizos, aunque compartamos las necesidades mancomunadas. Como señalaba recientemente Pedro Sánchez, nuestras vulnerabilidades particulares se relacionan más con lo híbrido, las amenazas en el dominio ciber y al dopaje de las fuerzas y propaganda de la ultraderecha, en sus esfuerzos por quebrar la UE desde dentro, a través de las fuerzas reaccionarias que tienen una agenda de desmontaje de la Unión. Sin embargo, también debería atenderse el estado de lo militar convencional, ya que el stock de equipos y municiones es mejorable. Sirva de referencia lo poco -cuantitativamente hablando- y el estado no óptimo de lo que se ha enviado a Ucrania como solidaridad integral (porqué no había nada más disponible). Y por supuesto, deberá valorarse lo que se aportará en clave “nacional” al esfuerzo mancomunado.

Gasto militar y financiación

Llegamos pues a la cuestión del gasto militar. Parece -atendiendo a lo anterior- que para el conjunto europeo habrá que aumentarlo -con control- para desarrollar todos los descubiertos descritos. Es cierto y beneficioso que la interoperabilidad, la coordinación, la no fragmentación de los gastos y la economía de escala (y centrales de compra) contengan una parte del incremento y a largo plazo se pueda reducir pero todo apunta que para cubrir las necesidades explicadas éste tendrá que aumentar en el corto y medio plazo. La parte grande del nuevo gasto debería recaer en el nivel europeo y mancomunado, sin contribuir a la fragmentación, aunque esto deberá ir siguiendo una lógica gradual “fade in – fade out”. El conflicto a resolver en el interior de las instituciones europeas es si esa primera propuesta del “rearm” blinda para el futuro que el grueso de los esfuerzos sean asumidos por los estados o abre cada vez más (como pasó con salto de SURE a NextGeneration en la gestión COVID) la posibilidad que el esfuerzo sea compartido. 

Hay algunas consideraciones al incremento del gasto que deberían ser tenidas en cuenta e incorporadas a las conclusiones de los próximos Consejos Europeos para hacerlo social y económicamente asumible: debe constar el compromiso que no haya recortes de gasto europeo en otras partidas vinculadas a la protección social o a la transición ecológica y se debe recoger explícitamente la necesidad de eurobonos. Así mismo, debe ir cogiendo más peso relativo la parte “europea” de los compromisos existentes (los hasta ahora 150 mil millones de los 800 mil millones). Se puede asumir que lo urgente es más realizable vía estatal, pero lo importante, estratégico y de futuro deberá ir hacia la vía europea. Y en la medida de lo posible (hay margen para algunos capítulos, para otros en el corto plazo no tanto) el compromiso de planificar, producir y comprar en el interior de la UE (también para no generar nuevas dependencias.

De ese incremento del gasto europeo mancomunado surge la cuestión y la siguiente batalla política. Cómo se financia. Ni los ordoliberales tradicionales plantean que sea a través de recortes, así que los progresistas también deberían dejar de usar esa ficción austeritaria de gastar en “armas o en servicios sociales”. Puede y debe hacerse en los dos, además de enterrar las obsoletas reglas fiscales y evitar que compute como déficit. Y en particular a escala europea, esto debería venir de dos fuentes nuevas: deuda común e impuestos a energéticas (las que nos mantienen en la vulnerabilidad de la interdependencia fósil) y a grandes fortunasA priori, si los conservadores no asumen un nuevo contrato social de época, plantearan fuentes no igualitarias y regresivas socialmente y allí es donde se chocará. Es posible asumir un punto de keynesianismo militar pero sin convertirlo en la fuente de legitimidad: el gasto militar (en particular en algunas áreas de investigación) tiene efecto multiplicador y puede ser provechoso socialmente, pero otros campos tienen un multiplicador/retorno superior.

Entre las cifras de máximos que se oyen estos días -disruptivas socialmente- y el seguir como siempre como si nada estuviera pasando hay pues multitud de escenarios de cifras de incremento de gasto -insisto, principalmente a escala europea- que deben ser las transitables y susceptibles a irse ajustando. El “no a cualquier incremento” de algunas voces debería ir avanzando hacia “tengamos una discusión razonada y transparente sobre las necesidades”. Algo entre el 0 y el cheque en blanco. Y para España, con el compromiso solemne que las partidas sociales y de transición ecológica no se vean afectadas- una cierta corrección al alza del escenario 2% a 2029 puede ser más que razonable y asumible pero no incrementos de varios puntos de PIB en un periodo corto.

Algunas consideraciones sociales y políticas adicionales

La condición de posibilidad para una Europa soberana recae en la defensa y la energíaAmbos pilares son importantes: construir una defensa europea integral y con todas las capacidades (de orientación defensiva -nadie está pensando en atacar a Rusia- pero con plenas capacidades disuasorias) y una transformación verde para ser libres del chantaje autoritario, sea de Putin o de Trump. Acelerar la transición ecológica y la desvinculación de los combustibles fósiles es pues un imperativo geopolítico.

Lo peor que pueden hacer las izquierdas es auto-arrinconarse sea vía avestruz o vía decir no a todo. Es necesario que sean un actor importante en el diseño y configuración de esa defensa europea. No todos los debates son de técnica-militar, de hecho los más importantes son de naturaleza y conflicto político: qué orientación le damos (debería ser defensiva, integral y disuasoria); quién lo financia (en un contexto de incertidumbres y precariedades vitales, de inseguridades y desigualdades económicas intra-país crecientes, deberían ser los sectores más privilegiados quién asuman el coste principal); y cómo se legitima democráticamente (o establecemos desde su inicio fuertes mecanismos de fiscalización democrática comunitaria, o prevalecerá la tentación intergubernamental y la capacidad de veto de los estados). 

No he visto hasta la fecha datos detallados y muy desagregados de opiniones al respecto según socio-economía o posiciones políticas. Pero en este tema creo que las izquierdas deberían optar por un rol de liderazgo, pedagogía y claridad, no el de ser acomodaticias a inercias de posicionamiento. Lo cierto es que intuyo que el grueso de la población a la que queremos representar entiende que el mundo es más peligroso y que las amenazas sobre la UE son serias. Para ello entiende que haya mayor esfuerzo en las cuestiones de seguridad. Pero sí exige una cierta claridad en la explicación, que las magnitudes no sean disruptivas, ni que el esfuerzo sea sustituyendo las políticas sociales y de bienestar. No creo que desee que la discusión en defensa pase a ocupar la centralidad de sus vidas, ni que valore que el motor de la explicación sea el alarmismo. Claridad y un horizonte de certidumbre sin generar ansiedad añadida puede ser lo más necesario, así como ayudar a digerir la velocidad e intensidad de los cambios.

España debería intentar que esta discusión no la paralice. Un pacto de estado para una Europa soberana puede ser un buen vector para contribuir a un nuevo contrato social que también implique las cuestiones de seguridad.  Es importante que la adaptación hacia esta nueva época sea hecha y vivida como un esfuerzo de país, no como una tarea únicamente del gobierno. Para ello debería impulsarse un Pacto de Estado para la contribución a una Europa Soberana (en primer lugar político, y que después sea ampliable a agentes sociales) con los siguientes contornos: a) Debe ser liderado por el gobierno e incluir a todas las fuerzas políticas (izquierda, socialdemocracia, conservadores, liberales y nacionalistas) que no sean funcionalmente útiles a la agenda de Trump o Putin (de debilitamiento de la UE), lo que implica la exclusión de VOX. Debe privilegiar la relación con el PP, contribuyendo a su desvinculación de la extrema derecha y un diálogo reforzado con todos los partidos; b) Debe asumir una fiscalidad especial (mantenimiento a las energéticas, profundización a las grandes fortunas) para garantizar nuevas necesidades en defensa; c) Debe promover la transferencia parcial a ámbito UE de las competencias/capacidades en defensa; d) Debe asumir el compromiso con las renovables y la descarbonización como garante de la independencia energética; e) Debe asumir la necesidad de no rebajar el gasto social ni el vinculado a la transición ecológica; y f) Debe privilegiar el cuidado (también desde los instrumentos UE) de los potenciales sectores afectados, también  por conflictos arancelarios y replanteamiento de las principales redes comerciales.

No cabe duda que estas cuestiones no son las preferidas para hacer propuesta en las izquierdas. Yo mismo, como decía alguien a quien aprecio, estoy interesado en las cuestiones europeas e internacionales para intentar articular la Internacional Climática, no para especializarme en lo militar. Pero este es el contexto, y es un reto fundamental y existencial para la UE, y sobre lo que hay que hacerse cargo. El riesgo de ataque ruso -aunque no es la única amenaza que afecta a la UE claro está- es cierto y doble: en lo militar-convencional sobre algún país de la UE; en lo híbrido hacia la desestabilización y ruptura interna de la UE y de sus estados miembros. Decía Carlos Corrochano, Vivimos un auténtico cambio de época: si las izquierdas nos aferramos a nuestra zona de confort, no solo quedamos relegadas a la más absoluta irrelevancia, sino que corremos el riesgo de acabar —como solemos decir pomposamente— en el «lado incorrecto de la Historia».

Imagen superior vista en https://www.normaeditorial. sobre el Comic QUAI D’ORSAY

https://elcuadernodigital.com/

Margen de maniobra

Juan Manuel Zaragoza escribe sobre el rearme de Europa en curso y la pertinencia de que la izquierda lo acepte, pero en defensa de no que no lo acepte a cambio de nada: «el esfuerzo en la defensa no puede hacerse en menoscabo de lo que pretendemos defender y, por otra parte, el compromiso con la acción climática no es negociable», escribe.

/ por Juan Manuel Zaragoza /

No fue tanto la toma de posesión como lo que vino después: Trump sentado en el escritorio Resolut del Despacho Oval, con una montaña de carpetas negras a su derecha y un gran rotulador en su mano. La firma de órdenes ejecutivas, muchas de ellas anunciadas de antemano, dinamitaron muchas de las asunciones que, desde la segunda guerra mundial, habían conformado el orden mundial. Estados Unidos ya no era un socio fiable. No lo era para Canadá, no lo era para Groenlandia, no lo era para México. Tampoco para Europa o Japón. Ni, sobre todo, para Ucrania.

Las consecuencias de esa primera firma, y de las que la siguieron, replicaron este primer terremoto en las relaciones internacionales que, tal vez por la experiencia del primer mandato de Trump, la comunidad internacional no había creído posible. No, al menos, con esta rapidez. La respuesta, desde Europa, ha sido contundente para los estándares a los que nos tiene acostumbrados: Estados Unidos ya no es un socio al que se pueda confiar la defensa europea. Ha llegado el momento de que Europa se rearme. ReArm Europe, el plan presentado por Von der Leyen, plantea una inversión de 850.000 millones de euros en los próximos cuatro años.

ReArm Europe. Un eslogan que despierta en muchos de nosotros y nosotras profundas preocupaciones, que encuentran su origen tanto en la historia de Europa como en el muy arraigado sentimiento pacifista que comparten la mayoría de los europeos y europeas.1 No en vano, la Unión Europea nació del anhelo de paz tras dos guerras mundiales y la convicción, expresada en la Declaración Schumann, de que una federación europea era la herramienta indispensable para lograr una paz duradera en el continente y, aún más, en el mundo: «La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas».

La izquierda, crítica como es y debe seguir siendo con el proceso de construcción europeo, comparte no obstante muchos de estos valores que la UE aspira a encarnar, algunos con más éxito que otros. Entre ellos, el pacifismo y, añadimos desde la izquierda, el antimilitarismo. De ahí que la actual coyuntura haya cogido a contrapié a gran parte de ese espacio político, profundizando en una desorientación que es percibida, por parte de la ciudadanía, como incapacidad para proponer una alternativa válida a la actual situación de policrisis.

En este pequeño ensayo intentaré dar cuenta de algunas de estas dificultades para plantear cuáles son los márgenes de maniobra que el actual contexto deja para el despliegue de políticas en favor de la habitabilidad del planeta, de corte defensivo, pero también ofensivo, y que pueden servir de base mínima sobre la que construir un programa transformador de futuro.

Los tiempos no están cambiando… ahora

Esto es lo primero que deberíamos dejar claro. El mundo no ha empezado a cambiar ahora. Empezó a cambiar en el momento que el mundo globalizado dejó de ser sostenible por el planeta. Esto es algo que debemos señalar siempre.

En la década de 1980, Ulrich Beck nos avisó de que se estaba produciendo una mutación de la sociedad moderna hacia «otra cosa», que no terminábamos de comprender, pero en la que el riesgo se «democratizaría». Lo que Beck no vio venir cuando publicó su libro en 1986 —pero que luego teorizó extensamente—, fue la mutación hacia la sociedad globalizada, que arrancó con la caída del Muro de Berlín y que extendería su dominio hasta la crisis de 2008, cuando la crisis financiera le propinó un primer golpe, y que terminó (si tenemos que poner una fecha) en el año 2020, con la pandemia de COVID-19.

El Muro cayó en 1989. En 1992 tuvo lugar la Cumbre de Río. La amenaza comunista encontró su reemplazo en la amenaza climática, pero casi nadie se lo tomó en serio. De haberlo hecho, de haber actuado decididamente, tal vez estaríamos ahora en otro escenario. Pero no es así. La sociedad neoliberal, entendida como la evolución de esa «sociedad moderna» que decía Beck, transformó los cuerpos y los deseos a lo largo de sus tres décadas de dominio. Al mismo tiempo, y como parte del proceso, se produjo una aceleración metabólica del sistema que hizo que, de 1995 a 2019, nuestra emisión global de carbono a la atmósfera pasase de 23,27 millones de toneladas a 36,37. En 2009, se presentaron los límites del planeta: un modelo conceptual que evaluaba el estado de nueve procesos del sistema Tierra, para los cuales se estimaba un umbral de seguridad. La idea del proyecto, y así se titulaba el artículo publicado en Nature, era definir un espacio seguro en el que la humanidad pudiera desarrollarse. Ya en ese momento, tres límites habían sido superados y otros cuatro estaban muy cerca de serlo. Lo que contemplamos en este gráfico es cómo el mundo globalizado (la sociedad cosmopolita, se teorizaba entonces por parte de Beck, Giddens y muchos otros) empezaba a rebosar el planeta.

Figura 1: Beyond the boundary

Si en 1992 todavía había tiempo para introducir cambios graduales que (tal vez) hubieran permitido un mundo global dentro de los límites planetarios, en 2009 ya era demasiado tarde. Es aquí donde los tiempos cambian. Ya no es una mutación del sistema, como defendía Ulrich Beck en su libro de 1984, sino un cambio de era. Paul Crutzen le había puesto nombre apenas unos años antes: el Antropoceno.

Figura 2: Evolución de los límites planetarios entre 2009 y 2023

Entender la profundidad de este cambio es difícil. Tanto que todavía no nos hemos hecho cargo del todo. Pero lo que hemos vivido en los últimos años y lo que estamos viviendo en estas últimas semanas y meses tiene su origen en este cambio de era. Un cambio producto de la ambición humana por construir un globo que excediese al mundo, sin que esto tuviera consecuencias. Si tuviéramos que recurrir a una imagen para explicarlo, no sería otra que la de la Torre de Babel.

Nos situamos, así, en una situación diabólica: la construcción del mundo globalizado —la gran aceleración— causó la crisis climática, que lo conduce a su final simplemente porque el planeta es incapaz de contenerlo. Nos hemos detenido, por tanto, a mitad del camino, incapaces de llegar al destino que nos habíamos marcado. Es ahí, en ese alto del camino, donde nos encontrábamos desde 2020, cuando la victoria de Biden detuvo el proyecto de Trump por cuatro años. Pero se trató de eso: de una pausa, de un intento de detener el tiempo, introduciendo los mínimos cambios necesarios para sostener la ilusión de que la globalización podría continuar una vez que nos hiciéramos cargo de sus desequilibrios —ambientales, sociales, geopolíticos—, corrigiéndolos. Una globalización enmendada, contenida, si queréis, pero que no abandonaba sus principios rectores. Era un disparate, claro, pero también algo bello. Cuando el problema es la incertidumbre, introducir un poco de predictibilidad en el mundo no es poca cosa. Pero como una venda que ocultaba una herida supurante sin llegar a curarla, todo ha saltado por los aires en los últimos meses.

Lo que nos pasa no es algo de ahora. Nos viene pasando desde hace años, pero no quisimos percatarnos. Trump no es un loco que se sale del orden mundial establecido de forma inesperada. Es el orden mundial el que ha cambiado en respuesta a los efectos de la crisis climática y Trump intenta mantener su posición, la de Estados Unidos, en este nuevo tiempo. Otra cosa es que su respuesta —el repliegue nacional, Make America Great Again— sea incorrecta.

Figure 3: Colonial Map of the World, 1919

Es incorrecta porque ese retorno al mundo de ayer, esa vuelta a la tierra de nuestros padres para refugiarnos del fracaso globalizador, también es imposible. No sólo porque este haya dejado atrás elementos globalizados muy difíciles de desmontar (el mercado de materias primas o la integración de las cadenas de producción, por ejemplo), sino porque esa Tierra —tan bien cartografiada y repartida— ha dejado de existir. No hay frontera que detenga las olas de calor. No hay aguas territoriales que escapen de la acidificación del océano. No hay espacio aéreo que controle la concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero. No hay muro que impida el paso de un virus.

Este breve análisis debe servir para hacernos conscientes y no olvidarlo nunca: la crisis radical, la que pone en cuestión la continuidad de nuestra civilización tal y como la conocemos, es la crisis climática. Por eso, toda acción transformadora debe asumir esta realidad. Todo análisis debe partir de este marco. Toda acción política debe contribuir a atajar la crisis climática en la medida de lo posible, aumentando nuestra adaptabilidad y resiliencia, a través de medidas de política económica, científica, tecnológica y cultural. No nos podemos permitir el lujo de despreciar ninguna herramienta a nuestro alcance porque ya no tenemos tiempo. Lo que no se hizo en 1992, y que podría haberse hecho, nos obliga a vivir en una situación de emergencia ecológica. Y en una emergencia no podemos despreciar nada que nos ayude a sobrevivir.

¿Cómo enfrentar el ecofascismo?

ReArm Europe. Los 850.000 millones de euros movilizados por la Unión Europea en los próximos años buscan, en palabras de Von der Leyen, que esta esté preparada para actuar con la velocidad y contundencia que demande la ocasión, que se da ya por descontada, de que se amenace la seguridad europea. Lo cual no implica, como varias voces ya han empezado a señalar, que ese presupuesto deba destinarse a comprar / producir armamento exclusivamente. ¿Quién nos amenaza? Rusia, desde luego. Pero también -y esto es una novedad— Estados Unidos. Y, por extraño que pueda parecer este análisis, lo son exactamente por los mismos motivos: Rusia y los Estados Unidos de Trump son, o se están convirtiendo, en Estados ecofascistas.

A nadie familiarizado con los debates contemporáneos del ecologismo político debería sorprenderle esta afirmación. Llevamos años, si no décadas, leyendo que una de las posibles salidas a la crisis ecológica radicaba en el ecofascismo término que empleábamos para referirnos a «un posible escenario futuro que conviene tener en mente: regímenes autoritarios que posibiliten que cada vez menos personas, las que tienen poder económico y/o militar, sigan sosteniendo su estilo de vida acaparando recursos a costa de que mucha más gente no pueda acceder a los mínimos materiales de existencia digna».

Esta definición —tomada de un artículo de Federico Ruiz en la revista El Ecologista, de Ecologistas en Acción— debería servirnos para constatar que ese «posible escenario futuro» se está empezando a cumplir en la actualidad. Tanto Rusia como Estados Unidos quieren seguir sosteniendo su estilo de vida a costa de otra gente, de otros estados que ya no son vistos como aliados, sino como competidores que «nos joden».

Nuevamente, esta salida es una trampa, porque ninguna frontera aislará a ninguna comunidad de las amenazas y riesgos de la crisis climática. Pero no basta con decir esto. No basta con señalar que el ecofascismo fracasará eventualmente. Tenemos que responder a la pregunta urgente, fundamental, de qué hacer cuando nuestro vecino se vuelve en ecofascista. De qué hacer cuando la nación que tenemos al lado busca utilizar su poderío económico y/o militar para acaparar recursos que le permitan sostener su modo de vida a costa del sufrimiento de muchos. La alternativa que siempre se propone a la dictadura ecofascista es la democracia. Por tanto, ¿cómo defendemos nuestra democracia frente a la dictadura ecofascista mientras esperamos que, en el plazo que sea, termine fracasando?

Hasta hace unos días, la respuesta era «confiamos en que Estados Unidos intervendrá». Ahora ya no. Y esta situación es la que pone a la izquierda en un verdadero brete. Porque si Estados Unidos no interviene (por no decir que ella misma nos amenaza: la anexión de Groenlandia no es una boutade, sino el intento de hacerse con sus depósitos de tierras raras2 y de dominar el cada vez más accesible Paso del Noroeste), parece que ReArm Europe es la respuesta racional a esta nueva situación.

No, no lo parece. Es la respuesta racional. Nos guste o no. No es, desde luego, la respuesta deseable, o la moralmente correcta. Tampoco la que nos garantizará una paz futura, en el largo plazo. Pero es la respuesta que, ante el vacío dejado por Estados Unidos, nos ayudará a defender nuestra democracia de nuestros vecinos ecofascistas. Y precisamente porque es la respuesta racional, a aquellos que creemos que el camino de la paz debe construirse a partir del desarme mundial nos produce profundas contradicciones.

Desde posiciones transformadoras, pacifistas y antimilitaristas cabe dar dos respuestas a esta contradicción entre lo razonable y lo deseable. La primera es ignorar los cantos de sirena del militarismo y señalar lo obvio: que un mundo con más armas no es un mundo más seguro, sino todo lo contrario. Que la apuesta no debe ser por rearmar a Europa, sino por «desarmar» el mundo, incluida Rusia. Esta apuesta por lo deseable, que aspira a crear un mundo mejor, se injerta en lo mejor de nuestra tradición y no deberíamos despreciarla ni tratarla con paternalismo. Al contrario, deberíamos estar orgullosos de que, en la situación actual, desde las filas de la izquierda transformadora siga habiendo compañeros y compañeras que defienden, ante todo, la paz. Sí deberíamos recordar, en todo caso, que los que históricamente defendieron estas posiciones lo hacían dispuestos a afrontar las consecuencias negativas que, inevitablemente, podían derivarse de ellas. Un debate maduro requeriría que se hablase explícitamente de cuál serían esas consecuencias y sobre quiénes impactarían.  

La segunda respuesta posible se decanta por lo razonable. Ante la amenaza ecofascista inminente, la única respuesta que garantiza la seguridad en el corto plazo es un incremento de gasto militar que confiera a Europa la capacidad de defenderse a sí misma, pero también de ser un agente internacional capaz de intervenir en favor de los valores que está decidida a encarnar y a defender, entre otros: la diversidad, la igualdad y la inclusión. La lucha anti(eco)fascista no solo ocurre en las calles y en las instituciones: también debe darse en el terreno de la disuasión. Rearmarse es la única solución para asegurar la continuidad del proyecto europeo.

Estas son las dos alternativas posibles. Seré sincero en este momento: no puedo, por más que me gustaría, situarme en la primera. Creo que la única alternativa posible, en el corto plazo, es reforzar la capacidad de Europa para responder a las amenazas ecofascistas. Digo esto sin ninguna alegría: todo lo contrario. Lo asumo desde la tristeza y la impotencia, desde la seguridad de que la paz no se logra con armas y muertos de la clase obrera. Pero también desde la constatación de que la alternativa a ese rearme puede ser mucho peor: un futuro de sufrimiento y subordinación a potencias imperiales autoritarias.

Pero si vamos a asumir este paso, si vamos a embarcarnos en esta pelea por el corto plazo (y, recordemos, no tenemos mucho más que el corto plazo), si vamos a guardar bajo llave nuestra tradición pacifista, antimilitarista y antinuclear para apoyar el esfuerzo de rearme, no podemos hacerlo por nada. Y no: no se trata de mercadear ni de intercambiar cromos. Se trata de recordar, por una parte, que el esfuerzo en la defensa no puede hacerse en menoscabo de lo que pretendemos defender y, por otra parte, que el compromiso con la acción climática no es negociable. Dentro de estos dos aspectos, podemos enumerar una serie de medidas «defensivas» y otras «ofensivas» posibles, las primeras conducentes a conservar una serie de derechos adquiridos y políticas en marcha; las segundas, a ampliar esos derechos y a implementar políticas que logren que Europa se corresponda con su autoimagen.

Recordar lo que estamos defendiendo

La retórica belicista que se ha puesto en marcha para justificar el esfuerzo militar ha venido acompañada, como siempre, de una encendida defensa de los «valores compartidos», de nuestro «modelo de bienestar imbatible» y de que «“no hay mejor lugar en el mundo para vivir». Como la historia nos ha enseñado, debemos ser muy cautelosos frente a estas afirmaciones. En ellas se mezclan, a partes iguales, verdad y mentira. Realidad y retórica. Deseo y voluntarismo.

En cualquier caso, el Tratado de la Unión recoge en su artículo 2 los llamados «valores fundamentales» de la UE: el respeto a la dignidad humana; libertad; democracia; igualdad; gobierno de la ley; respeto por los derechos humanos. Desde posiciones críticas a la UE se ha señalado, con razón, que esta enumeración tiene mucho más de fantasía que de realidad. Que, en todo caso, la aplicación de esos valores resulta, cuando menos, asimétrica (respuesta a la guerra de Crimea vs. Gaza). Que estos «valores fundamentales de la UE» no son sino el producto más refinado de un cinismo histórico que ha permitido a las potencias occidentales enarbolar la bandera de la democracia, de la Ilustración y de los derechos humanos, mientras explotaba a su antojo a otras naciones y se embarcaba en guerras «justas» para eliminar toda resistencia a su explotación carroñera.

Tenemos elementos empíricos de sobra para estar de acuerdo con estas afirmaciones. Pero esto no borra el hecho de que son muchos los ciudadanos y ciudadanas europeas que se sienten identificadas con esos valores. Que creen que merece la pena vivir en una Europa que tenga como horizonte la defensa de estos valores, y no el mero deseo de expansión y conquista de un supuestamente merecido «espacio vital». Esto, unido al pacifismo fundacional de la UE, convierte al proyecto europeo en una anomalía. Una singularidad que debemos aprovechar, en la que debemos profundizar. Esta autoimagen de los europeos juega a nuestro favor y es nuestra obligación sostenerla, porque es, precisamente, lo que el rearme de Europa debería defender.

A partir de aquí, el esfuerzo debe dirigirse a convertirnos en lo que aspiramos a ser y todavía no somos. Esto implica la defensa cerrada de estos valores frente a quienes los amenazan, pero también a trabajar en su consecución plena, tanto en el interior de la UE como en su exterior. Queremos defender el estado de bienestar europeo, desde luego, el imperio de la ley y que se respeten los derechos humanos. Pero esto es incompatible con la Europa Fortaleza: con los campos de refugiados en Grecia, las devoluciones en caliente o las muertes y desapariciones en el Mediterráneo o en Canarias.

Nuevamente, debemos distinguir entre lo razonable y lo deseable, y partir de que los actuales equilibrios de fuerza en Europa impiden acabar con muchos de estos mecanismos totalitarios, como desearíamos. Pero sí podemos reclamar que, si queremos parecernos a lo que decimos defender, debemos respetar la dignidad personal y cumplir con todas las garantías legales. Y si esto implica aumentar gasto en acogida y justicia, bien merece la pena. Seguro que cuesta muchísimo menos que esos 850 mil millones de euros. Entiendo que puede parecernos poca cosa, pero para las personas afectadas el cambio sería inmenso.  

Se trata, en definitiva, de eliminar todos aquellos aspectos que nos asemejan al ecofascismo que queremos combatir. Esto implica, también, reforzar el Estado de bienestar y profundizar en la democratización de nuestras instituciones. Por ejemplo, a través de programas europeos destinados a resolver el problema de acceso a la vivienda, pero también con la prohibición de especular con la vivienda por parte de fondos de inversión. Como ya señaló Xi Jinping, las casas son para vivir, no para especular. O democratizando nuestras empresas, de forma que los obreros se encuentren representados en los organismos que toman las decisiones.

Se trata de defender Europa y su forma de vida, pero también trabajar para parecernos a aquello que aspiramos a ser. Se ha calculado que el cierre de USAID significa una pérdida de financiación de 42 mil millones de dólares al año, con consecuencias terribles para millones de personas. ¿No debe la UE dar un paso al frente y cubrir, en colaboración con la ONU, esas necesidades? Porque, insisto, no se trata únicamente de defender la integridad territorial de los países miembros de la Unión, sino de convertirse en alternativa a las formas violentas e inhumanas de los otros.

Si nos tomamos en serio esos valores que la UE señala como «fundamentales», si creemos que nuestro deber es intentar vivir acorde con ellos, podemos derivar toda una serie de medidas que conformen un programa político común para las fuerzas transformadoras. Todo esto implica revisar políticas que miren tanto al interior como al exterior, a escala nacional, continental e internacional. Nuevamente, debemos exigir estos cambios desde el realismo del que conoce los límites de su capacidad de acción, pero defendiendo esos límites como un mínimo innegociable. Porque al ecofascismo no se le combate únicamente con armas, también demostrando que hay otras formas de enfrentarse a la crisis, más democráticas, más humanas.

La transición ecosocial no es una opción

No sé cómo decirlo más claro. El origen de nuestra situación actual es el resultado de una crisis radical, que no tiene que ver con Trump, ni con el ascenso del populismo, ni con la pérdida de confianza en la democracia. Es el fracaso de un modelo de organización social y económico, el europeo/occidental, que mediante la colonización y, posteriormente, la globalización se ha hecho hegemónico. Esa hegemonía se logró a través de una gran aceleración metabólica, que ha impactado en los procesos que garantizan la estabilidad del sistema Tierra, produciendo irregularidades en los ciclos del carbono, pero también del fósforo, del nitrógeno, etcétera. La principal consecuencia, pero no la única, es el cambio climático originado por el hombre. Un cambio cuyos primeros resultados estamos viviendo ya en forma de olas de calor, lluvias torrenciales, sequías extremas, etcétera, y que afectan al orden geopolítico en, por ejemplo, la apertura del Paso del Noroeste, que, como ya indicaba más arriba, es uno de los motivos que empujan a Trump a proponer la anexión de Canadá y Groenlandia.

Por otra parte, el interés en las tierras raras y en los supuestos grandes depósitos de minerales de cobre, grafito, niobio, titanio, etcétera, de Groenlandia o Ucrania encuentran su explicación en las necesidades de la transición energética. Estos materiales, entre otros, son fundamentales para la construcción de las turbinas de los aerogeneradores o de los motores de los coches eléctricos. Todo esto, mientras la administración Trump se empeña en negar el cambio climático, prohíbe a sus científicos participar en el IPCC, y lanza una campaña de defunding de proyectos y entidades que tienen que ver con el estudio del cambio climático, como la National Oceanic and Atmospheric Administration.

Europa debe dar aquí, nuevamente, un paso adelante para liderar el proceso de transición ecosocial. Esto pasa, evidentemente, por mantener los principios que inspiraron el Pacto Verde Europeo y que se instanciaron en la Ley Europea del Clima, aprobada en 2021. Este marco, estamos de acuerdo, es insuficiente, pero, al mismo tiempo, es un avance inmenso comparado con de donde veníamos, y debemos defenderlo con todas nuestras fuerzas. Nuevamente, forma parte de esa «excepcionalidad» del proyecto europeo que debemos hacer jugar a nuestro favor. En concreto, debemos insistir en el principio menos mencionados entre los que inspiran la ley: no dejar a nadie detrás.

Debemos luchar para que los fondos destinados al Fondo de Transición Justa y al Fondo Social para el Clima se incrementen y mantengan en el tiempo. Lo mismo con los Next Generation o RePowerEU. Pero esto no es suficiente. La Unión Europea debe liderar la lucha contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y para ello debe actuar de forma decidida y valiente, abandonando políticas económicas heredadas del pasado y que, en la actual coyuntura, son perjudiciales y ponen en peligro el proyecto europeo.

Para ello, no basta con una transición energética. Es necesario un cambio cultural profundo, que sustituya formas de construcción de la subjetividad basadas en mantenerse en un estado constante de «exceso», de acumulación y exhibición de lujo (aunque sea fake), asociado a la transformación neoliberal de las sociedades modernas. Propiciar y liderar este cambio es, a todas luces, mucho más difícil de conseguir que todo lo anterior, porque implica una modificación radical en la escala de valores que guían a la UE y que ha ido permeando, durante el proceso de construcción de la Unión, a todas las instituciones: me refiero, por supuesto, a la economización. Si algo aprendimos de la pandemia es que hay valores que estructuran nuestra vida social que son superiores al económico. Preservar la vida y la dignidad de las personas, por ejemplo. Y que, atendiendo a esos principios, los dogmas económicos que parecían absolutos se convirtieron, en casi todas partes, en secundarios.

Debemos profundizar en esa experiencia y revertir procesos que han subordinado aspectos culturales y sociales a los valores económicos: de la crianza de los niños a la formación universitaria. Del cuidado de nuestros mayores a las aspiraciones de nuestros hijos. Este proceso de deseconomización es tan importante, o incluso más, que el de descarbonización. Se trataría, tomando prestado el término a Yuk Hui, de pensar (y construir) una Europa post-europea, que nos permita transitar hacia nuevas formas de habitar el mundo.

Conclusiones

No nos engañemos. Esto no es una oportunidad, ni una buena noticia que nos permitirá deshacernos de la influencia yanqui y salir, por fin, de la OTAN. Es una noticia terrible. Y lo es porque vemos cómo las actitudes ecofascistas ganan posiciones en el nuevo mundo generado por el fracaso del proyecto moderno. En esta coyuntura, las fuerzas transformadoras no pueden abandonar su lucha por una Unión Europea que se parezca lo más posible a los ideales que dice encarnar. Es por eso que debe estar en el doble frente de lucha contra el ecofascismo: aquel que dota a la Unión Europea de las herramientas necesarias para disuadir a otros de atacar su proyecto y, llegado el caso, defenderse —algo que no tiene por qué pasar, como ya han señalado muchas voces, por la mera compra de armamento—; y también en el frente que busca evitar que Europa traicione definitivamente sus principios fundacionales y se convierta, ella misma, en una potencia ecofascista. Dos frentes de batalla conectados, pero que requieren de esfuerzos a veces distintos.

Y es aquí donde muchos de nuestros compañeros y compañeras están haciendo hincapié: en la incompatibilidad de dichos esfuerzos. O, expresado de otra forma: si construimos tanques no habrá dinero para combatir la pobreza infantil. Esto es totalmente falso. Del «whatever it takes» de Draghi en 2012 a las lecciones que aprendimos durante la pandemia, sabemos que existen los resortes necesarios para hacer «lo que sea necesario». Basta con que Europa se libere de los grilletes autoimpuestos de la «ortodoxia financiera» impuesta en la respuesta austericida a la crisis de 2008. La posibilidad de poner en marcha herramientas de financiación mancomunadas —una de las principales demandas durante la crisis de 2012— se ha puesto ya sobre la mesa, aunque sea de forma «experimental». Y deberíamos dar pasos para crear una tasa Tobin única sobre transacciones financieras y otra para las grandes fortunas.

Existen las herramientas, por lo que solo podríamos explicar un escenario de «acero o mantequilla» por la voluntad política de las élites europeas. Y este es, precisamente, el lugar donde debemos dar la batalla. Porque la cortedad de miras de estas élites ya nos proporcionó una década perdida de sufrimiento y crujir de dientes, las fuerzas progresistas europeas no pueden permitir que esto se repita. Y esto no se consigue comprando el relato de la escasez que propugnan. En el momento con mayor riqueza acumulada de la historia de la humanidad, en el continente más próspero, la escasez no es una necesidad. Es una opción política impuesta para oprimir, aún más, a las clases trabajadoras.  No tenemos por qué resignarnos a esto. No tenemos que resignarnos a esto. Podemos ser la mejor versión de nosotros y de nosotras mismas. Podemos convertir a la Unión Europea en algo digno, en algo parecido a lo que dice aspirar a ser.

1 En el Eurobarómetro previo a las últimas elecciones europeas, el 47% de los encuestados señalaron que el próximo Parlamento debía centrarse en la paz.

2 ¿Cómo no calificar a esta amenaza de ecofascista? 

Juan Manuel Zaragoza (Cartagena, 1977) es investigador posdoctoral en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia, donde desarrolla una investigación acerca de los vínculos entre cambio climático y salud mental.

VOLVER AL INDICE

8. Beirut, Calcuta, y una sinagoga

Aún asombrado por la capacidad de trabajo de Vijay Prashad, que sea la encarnación pura del internacionalismo, y que consiga que sus artículos siempre sean interesantes, os paso la última entrada en su nuevo Substack, con la presentación de una serie que ha iniciado sobre cultura asiática para un periódico árabe. Os paso tanto la presentación como el artículo en sí.
https://luciddialectics.substack.com/p/a-synagogue-in-beirut

Una sinagoga en Beirut

Que comienza su viaje en Calcuta.

Vijay Prashad 18 de marzo de 2025

Comenzó una nueva serie en The New Arab (Al-Araby Al-Jadeed o العربي الجديد) sobre las culturas asiáticas que se extienden desde Beirut hasta Shanghái. Estoy escribiendo esta entrada desde Shanghái sobre Beirut, con Calcuta, la ciudad donde nací, en medio. Ese rango geográfico es mi ambición.

Esta serie cubrirá cosas que me vengan a la mente, no todas relevantes para ninguna conversación contemporánea. Siempre he querido escribir sobre música, que será el tema central de algunas de estas columnas.

Los que me conocen desde hace tiempo saben que no solo me interesa la política, sino que también me interesan mucho los deportes (el críquet y el boxeo, principalmente) y la música (el punk rock, el rock and roll y lo que hacemos con estos géneros en Asia, en particular).

Mi columna de crítica, Leg Glance, aparece en Deshabhimani (tanto en malayalam como en inglés ) y en Eleven Named Men (gracias a Sean Jacobs).

Las columnas de The New Arab (gracias a Ben Ashraf) tratarán principalmente de música y otras cosas que se me ocurrirán. La primera de ellas no trata de música, sino de una sinagoga de Beirut con la que me topé un día de 2014.

La sinagoga Maghen Abraham es interesante por dos razones. En primer lugar, porque, como detallé en el artículo, se construyó con fondos procedentes de la India. Es una historia relacionada con los judíos de Bagdad y Siria que viajaron por Asia como parte de la expansión del comercio colonial. En segundo lugar, porque esta sinagoga fue bombardeada por los israelíes cuando invadieron el Líbano y ese bombardeo provocó en gran medida la huida de la población judía libanesa de Beirut.

Durante la Guerra Civil, como muestra esta fotografía, fueron los combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina quienes protegieron la sinagoga. Y hay una parte sobre Hezbolá que quizás también le sorprenda. Esta es una historia que no encaja bien con la narrativa binaria contemporánea del antisemitismo que ha envuelto la imaginación occidental.

Espero que disfrutes del artículo.

Si tiene alguna idea para futuros temas que sean tan idiosincrásicamente asiáticos como este, hágamelo saber. El mes que viene publicaré un artículo sobre música: ya sea de Libia o del Punjab, o de ambos.

Así son las cosas.

Vijay.

https://www.newarab.com/opinion/remembering-beiruts-synagogue-jewel-indian-and-arab-jewry

No se olvide de la sinagoga de Beirut, la alegría perdida de la judería india y árabe.

Las raíces indias de la sinagoga Maghen Abraham de Beirut son un recordatorio de la naturaleza cosmopolita de la ciudad y de la armonía anterior al sionismo, dice Vijay Prashad.

Vijay Prashad

17 de marzo de 2025

En un momento dado, combatientes de la OLP custodiaban la sinagoga. Pero no había forma de proteger la Línea Verde, la división entre Beirut Oeste y Beirut Este, escribe Vijay Prashad [crédito de la foto: Getty Images]

Parece que fue hace un siglo cuando estuve en el cementerio del barrio de Al-Basta, en Beirut. Había magia en el cementerio, que está en una zona de tiendas: bassata , de donde el barrio toma su nombre, significa «extender la mercancía en el suelo».

Había venido siguiendo el consejo del periodista irlandés Robert Fisk (1946-2020) para ver dónde había sido enterrado St. John Philby (1885-1960).

Durante uno de nuestros cafés en el Café Younes, en la parte alta de Hamra, me había llevado una copia de Philby of Arabia (1973) de Elizabeth Monroe, una biografía anticuada plagada de errores pero llena de encanto, un libro escrito a partir de las conversaciones de Monroe con Philby, que había pasado del socialismo al Ministerio de Asuntos Exteriores británico, al islam y luego a ser el principal asesor del rey Abdulaziz Ibn Saud de Arabia Saudí.

«Será mejor que vaya a ver dónde fue enterrado Philby», dijo Fisk. Y lo que dijo Fisk, lo hice.

Sin embargo, la excursión fue un poco decepcionante. No pude encontrar su tumba. Se decía que el hijo de Philby, el famoso agente de inteligencia británico que había estado espiando para los soviéticos, había garabateado en la lápida de su padre algo sobre que era un gran explorador. Un anciano del cementerio me dijo que muchas tumbas antiguas habían sido cubiertas por los muertos de la guerra civil .

Me perdí en mi camino de vuelta y me encontré frente a la sinagoga Maghen Abraham .

El edificio me llamó la atención porque su exterior se asemeja a un palacio veneciano, con sus paredes blancas y amarillo ocre y sus adornos un poco fuera de lugar en lo que había sido el Wadi Abu Jamil de Beirut, el barrio judío.

Entiendo por qué la sinagoga se había construido de esta manera. Beirut es una ciudad de comercio y comerciantes, y tenía sentido que la comunidad judía erigiera un gran edificio para rivalizar con otros grandes edificios (bancos y mercados). El barrio tenía otras sinagogas, la mayoría en apartamentos, por lo que se trataba de una declaración del establecimiento de la comunidad más que de una fidelidad arquitectónica a una antigua sinagoga.

La sinagoga estaba en plena restauración. Una cafetería cercana era un buen lugar para buscar respuestas. El hombre que la regentaba me dijo que sí, que era un lugar de culto judío, y que sí, que lo estaban restaurando.

Pero, aparte de prepararme un café fuerte, no tenía nada más que decirme. Más tarde, Internet me proporcionó algunas respuestas, pero tampoco fueron suficientes. Fui en busca de alguien que pudiera llenar los vacíos de mi curiosidad y recurrí a una de las personas a las que suelo acudir para que me explique los misterios de Beirut.

Elias Khoury (1948-2024) estaba sentado en su escritorio en el Instituto de Estudios Palestinos, fumando un cigarrillo tras otro y bebiendo tazas pequeñas de café fuerte.

Nacido en Beirut durante la Nakba que sufrió Palestina, Elías pasó su vida defendiendo la lucha palestina por la emancipación. Desde su cama de hospital, publicó en Facebook sobre su «año de dolor»: «Gaza y Palestina también han sido brutalmente golpeadas durante casi un año, y son resistentes. Son el modelo del que aprendo cada día a amar la vida».

Elías conocía los puntos principales de la historia, pero no lo sabía todo. Sabía que la sinagoga se había construido en la década de 1920, que había sufrido daños durante la guerra civil y que fue solo durante la guerra civil cuando los judíos de Beirut empezaron a huir de la ciudad, no por antisemitismo, sino porque su barrio se encontraba justo en la línea de frente entre las dos facciones principales de Beirut Este y Oeste. «La guerra civil expulsó a la comunidad judía», escribí en mi cuaderno, probablemente citándolo a él. «Nadie los expulsó».

La sinagoga de Beirut también es la sinagoga de Calcuta.

Calcuta (India), donde nací, no es una ciudad antigua. Se creó gracias al comercio y se parece a Beirut en más aspectos de los que puedo contarles: hay algo en nuestras ciudades antiguas que hace que mi sangre fluya más rápido.

Cuando era pequeño, mi hermano tenía un amigo, Mordy Cohen, que vivía en el antiguo barrio judío de Calcuta, en Bowbazar. Mordy era un poco charlatán, y solía presionar al rabino para que le pagara algo de dinero y así poder ayudar a formar un quórum en los días de poca asistencia a la sinagoga.

Fue en su casa donde probé por primera vez la espectacular comida judía india de Bagdad, incluido el alu makalla que prepara y disfruto hasta el día de hoy.

Los historiadores de la comunidad judía (Flower Elias y Judith Cooper Elias) dicen que el primer migrante judío registrado en Calcuta fue Shalom Obadiah Cohen, que llegó en 1798 desde Alepo, y luego una ola de judíos bagdadíes llegó a comerciar en esta ciudad colonial británica desde principios del siglo XIX.

Tres familias, al menos, se hicieron fabulosamente ricas: los Judah, los Ezra y los Sassoon, todos comerciantes de índigo, seda y, sobre todo, opio. La familia Sassoon acaparó el setenta por ciento del comercio de opio que partía de las costas de Bengala hacia China durante el siglo XIX; los detalles están en Sassoon: The Worlds of Philip and Sybil , de Phillip Stansky, 2003.

Como si fuera un espejo, casi al mismo tiempo que los judíos de Bagdad llegaron a Calcuta, empezaron a establecerse en Beirut y dieron a la ciudad su primer gran rabino: Moise Yedid-Levy, de 1977 a 1829.

Nagi Gergi Zeidan, autor de Juifs du Liban (2020), pasó casi treinta años obsesionado con reconstruir la historia de la comunidad judía de su país.

La propia historia de Zeidan es interesante: nacida en una familia arraigada en el Partido Nacionalista Socialista Sirio de Antoun Saadeh, Zeidan desarrolló un interés por la historia perdida de los judíos del Líbano y luego se convirtió en el cronista de esa historia justo cuando los judíos libaneses ban el país hacia Occidente e Israel, aunque el libro más preciso es The Jewish of Beirut: The Rise of a Levantine Community , de Tomer Levi, de 2012.

En su libro, Zeidan retrata la sinagoga Maghen Abraham. Moïse Sassoon, que nació en Alejandría (Egipto) en 1867, se mudó a Calcuta, se unió a los miembros de su familia en su próspero negocio y ganó su propio dinero como comerciante. Su mansión en el número 8 de la calle Middleton es ahora un feo edificio que alberga varias oficinas y apartamentos.

Los padres de Moïse, Abraham y Ramah Meyer, se mudaron a Beirut en 1890, y su padre murió allí siete años después. En 1926, en honor a su padre, Moïse financió la construcción de la sinagoga Maghen Abraham.

Las esperanzas de Beirut

Maghen Abraham no era solo un lugar de oración. Era una importante institución comunitaria que incluía un club deportivo y un comedor social (La Gout du Lait o El sabor de la leche).

Apoyaba a los 14 000 judíos que vivían en el barrio justo al lado de la sede colonial francesa (el Gran Serail), ahora la oficina del primer ministro del Líbano.

Lo que puso en peligro a este barrio no fue el sentimiento antijudío en el Líbano, sino su ubicación. Cuando estalló la guerra civil libanesa en 1975, la línea del frente dentro de Beirut atravesaba el Wadi Abu Jamil.

De hecho, en un momento dado, combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina custodiaban la sinagoga. Pero no había forma de proteger la Línea Verde , la división entre Beirut Oeste y Beirut Este.

En 1976, Joseph Farhi llevó la Torá de Maghen Abraham a la seguridad del Banco Safra (Ginebra, Suiza) y dos años más tarde, el rabino jefe Yacoub Chreim abandonó el Líbano. Fue entonces cuando la sinagoga cerró. En 1982, cuando los israelíes invadieron el Líbano, bombardearon la sinagoga desde el aire y desde el mar, y de hecho, aceleraron la salida de la comunidad judía libanesa de su patria.

Dieciocho años después, tras una insurgencia liderada por Hezbolá, la ocupación israelí del Líbano llegó por fin a su fin. Fue en este nuevo período cuando comenzó la reconstrucción del centro de Beirut bajo un consorcio respaldado por el gobierno llamado Solidere.

En 2009, el rabino Isaac Arazi, uno de los líderes de la comunidad judía de Beirut, expresó su alegría cuando la renovación de la sinagoga se incluyó en el proyecto.

Todos los grupos políticos apoyaron la renovación. Hassan Nasrallah , de Hezbolá, dijo de la renovación: «Este es un lugar de culto religioso, y su restauración es bienvenida». De hecho, Hezbolá contribuyó económicamente a la reconstrucción de la sinagoga, que se construyó justo después de 2014.

Por aquel entonces, fui a ver a Mohammed Afif, que era el portavoz de Hezbolá, en una oficina muy modesta del barrio de Da’aheh, en Beirut. Afif me dijo que las opiniones de Hezbolá sobre la sinagoga y la población judía del Líbano siempre están distorsionadas: Hezbolá, dijo, no está en contra de los judíos, solo en contra de la ocupación israelí de los palestinos y sus ataques contra el Líbano.

Cuando le dije que era de Calcuta, de donde procedía el dinero para la sinagoga original, me dijo con una sonrisa: «Quizá consigamos algo de dinero de allí otra vez para reconstruirla». Afif fue asesinado en noviembre de 2024 por una bomba israelí en la zona de Ras al-Nabaa de Beirut, a menos de cinco minutos en coche de la sinagoga.

Vijay Prashad es el director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Es el editor de Cartas a Palestina (2014) y su libro más reciente es (con Noam Chomsky), Sobre Cuba (2024).

Sígalo en X: @vijayprashad

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *