Miscelánea (25/1/2023)

Del compañero Carlos Valmaseda, miembro de Espai Marx (con comentarios de José Luis Martín Ramos).

1. Cumple de Churchill

Hoy es el aniversario de Churchill, y un tuitero ha seleccionado algunas de las mejores ‘perlas’ de esa rata inmunda:

https://twitter.com/jmcevoy_2/

Winston Churchill murió tal día como hoy de 1965.
Hilo sobre algunas de las cosas atroces que Churchill – «el más grande británico»- dijo a lo largo de su vida:

Churchill sobre Benito Mussolini, 1926: «Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría apoyado incondicionalmente de principio a fin la lucha triunfante del fascismo contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo»

Churchill de nuevo sobre Mussolini: «No pude evitar sentirme encantado por su porte gentil y sencillo y su sereno aplomo».

Churchill sobre los indios, 1942: «Odio a los indios. Son un pueblo bestial con una religión bestial». La hambruna de Bengala «fue culpa suya por reproducirse como conejos»

Churchill sobre matar indios, 1919: «Estoy totalmente a favor del uso de gas venenoso contra las tribus incivilizadas… Las objeciones de la Oficina de la India al uso de gas contra los nativos no son razonables».

Churchill sobre el colonialismo sionista en Palestina, 1937: «No admito que se haya hecho un mal a este pueblo por el hecho de que una raza más fuerte, una raza superior, o, en todo caso, una raza más sofisticada… haya llegado y ocupado su lugar. No lo admito»

Churchill sobre los palestinos, años 30: «Hordas bárbaras que sólo comían estiércol de camello».

Churchill sobre los pueblos indígenas de América, 1937:

«No admito… que se haya hecho un gran daño a los pieles rojas de América… No creo que los pieles rojas tuvieran derecho a decir: ‘El continente americano nos pertenece'».

Churchill sobre China, 1902: «Creo que tendremos que tomar a los chinos en nuestras manos y regularlos… Creo en la partición definitiva de China, y digo definitiva. Espero que no tengamos que hacerlo en nuestros días. La raza aria está destinada a triunfar».

Churchill sobre el nazismo, 1937: «No fingiré que, si tuviera que elegir entre el comunismo y el nazismo, elegiría el comunismo».

Churchill sobre Hitler, 1937: «A uno le puede disgustar el sistema de Hitler y, sin embargo, admirar sus logros patrióticos. Si nuestro país fuera derrotado, espero que encontremos un campeón tan admirable que nos devuelva el valor y nos conduzca de nuevo a nuestro lugar entre las naciones».

El antisemitismo de Churchill, 1920: «Este movimiento entre los judíos no es nuevo… esta conspiración mundial para el derrocamiento de la civilización y para la reconstitución de la sociedad sobre la base del desarrollo detenido, de la malevolencia envidiosa… ha ido creciendo constantemente».

Churchill sobre Irlanda, años 20: «La elección estaba claramente abierta: aplastarlos con fuerza inflexible y sin contemplaciones, o intentar darles lo que querían. Éstas eran las únicas alternativas y la mayoría de la gente no estaba preparada para ninguna de las dos. Ahí estaba el espectro irlandés, horrible e inexorable».

El eslogan electoral Tory propuesto por Churchill, 1955: «Mantener a Gran Bretaña blanca»

Churchill era un supremacista blanco que creía en el derecho de Gran Bretaña a gobernar vastas franjas del globo, respaldado por una violencia extraordinaria.

Este es el Churchill sobre el que no se lee en la mayoría de los libros de historia.

Comentario de José Luis Martín Ramos:

Lo que dijo y lo que hizo; por ejemplo, cuando era ministro del Interior entre 1910 y 1911 con las masacres de Gales y Londres

2. Una visión húngara de Rusia.

De nuevo, José Luis, tienes toda la razón. Pero el modelo de la derecha rusa no es la URSS, sino el imperio ruso. Y por lo tanto culpan a los comunistas de su desaparición. Y recordemos también que entre las influencias intelectuales de Putin no se habla de Dugin, sino de los exiliados rusos de la primera hornada tras la revolución. Creo que Putin, sin embargo, es un pragmático y sabe los límites a los que puede aspirar ahora Rusia. Imagino que le gustaría recuperar el imperio, pero eso no es posible en las circunstancias actuales.

3. Anticomunismo letón

Hilo escrito por un autodenominado «camarada letón».

https://twitter.com/IskoLat/

Ley de delitos de pensamiento en Letonia. Un hilo conductor.
Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, Letonia ha estado utilizando activamente el artículo 74.1 para acallar la disidencia y encarcelar a cualquiera que se atreva a criticar al régimen nacionalista.

Veamos lo que dice (ver la traducción más abajo).

Artículo 74.1. Justificación pública de genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes contra la paz y crímenes de guerra.

Por justificar públicamente el genocidio, un crimen contra la humanidad, un crimen contra la paz o un crimen de guerra, la perpetración de genocidio actual, un crimen contra la humanidad incluido el genocidio llevado a cabo por la URSS o la Alemania nazi, sus crímenes contra la humanidad, crímenes contra la paz, crímenes de guerra contra la República de Letonia y su pueblo, lo que incluye cualquier elogio público, absolución, negación de tales acciones o falta grave de respeto, son punibles con pena de prisión de hasta cinco años o privación temporal de libertad, o libertad condicional con trabajos en beneficio de la comunidad, o con multa.

(Aprobada el 21.05.2009. Revisión de la ley modificada por 13.12.2012., 15.05.2014. y 17.12.2020 revisiones de la ley. Entrará en vigor el 01.01.2022)

Veamos que se esconde realmente detrás de esta ley:

«…justificar… el genocidio llevado a cabo por la URSS o la Alemania nazi, sus crímenes contra la humanidad, crímenes contra la paz, crímenes de guerra contra la República de Letonia y su pueblo…».

Esta es la parte más importante.

Esta parte de la ley permite un abierto revisionismo histórico al intentar equiparar a la URSS con la Alemania nazi, táctica habitual de la apología nazi (la «teoría del doble genocidio»). No puede haber equivalencia entre quienes llevaron a cabo el Holocausto y quienes lo impidieron.

Como pueden ver, esta ley no contiene absolutamente ninguna fuente o referencia que respalde estas atroces afirmaciones. La ley utiliza propaganda anticomunista extrema, que se basa en fabricaciones históricas de los fascistas después de la Segunda Guerra Mundial para ocultar o minimizar los crímenes nazis, y lo asume como un hecho.

Esta ley fue impulsada activamente por el partido neofascista «Alianza Nacional», que forma la coalición de gobierno en Letonia. Los miembros de Alianza Nacional asisten a actos neonazis, como el «Día de la Legión SS letona», el 16 de marzo. Como era de esperar, ninguno de ellos fue juzgado en virtud de esta ley.

La redacción de esta ley es tan amplia que cualquier cobertura positiva de la URSS/La República Socialista Soviética Letona, así como cualquier investigación histórica, puede llevarte a la cárcel.

El dogma nacionalista letón se basa en un anticomunismo feroz y en fabricaciones históricas para pintar a los colaboradores nazis como víctimas.

Esta ley también se utiliza activamente contra los activistas antibelicistas y los socialistas que se oponen a la creciente implicación de Letonia en la guerra imperialista de Ucrania. Se acusa a la gente de «justificar los crímenes de guerra rusos» incluso por criticar ligeramente al gobierno letón o al régimen de Zelensky.

En el momento de escribir estas líneas, al menos 20 periodistas y blogueros letones están siendo juzgados por cargos puramente políticos (por ejemplo, Edgars Bleiders, Alexey Stefanov, Yuri Alexeyev, Marat Kasem, etc.). Algunos casos son tan antiguos como 2017 (ya que la policía está buscando cargos que se mantengan).

Mientras tanto, Letonia da lecciones a los demás sobre democracia y derechos humanos. Es el mismo Estado que aplica el apartheid basado en el país de nacimiento (véase «no ciudadanos»), participa en la ocupación de Kosovo. Y también participó en la invasión de Afganistán e Irak dirigida por la OTAN.

Pero aquí nadie va a ser juzgado por crímenes de guerra contra Yugoslavia, Irak y Afganistán. Nadie será juzgado por crímenes nazis contra el pueblo de la URSS (que incluye también al pueblo de Letonia).

Si no, habría que detener a los que idearon el artículo 74.1.

A raíz de este hilo, se entiende mejor esta otra noticia, con motivo del aniversario de Lenin: https://twitter.com/

Letonia| Los camaradas letones rindieron homenaje a Lenin.

La estatua de Lenin y el lugar están ocultos ya que el comunismo está prohibido en Letonia y para evitar su destrucción y la persecución fascista.

4. Humala y Sendero Luminoso.

Muy desafortunadas declaraciones de Antauro Humala: «Lo mejor que ha dado la izquierda, desde Pizarro hasta ahorita, como partido político, ha sido Sendero Luminoso. Y que me graben, carajo». https://twitter.com/

Creo que, en este caso, Patria Roja tiene razón: «Las declaraciones de Antauro Humala deben ser rechazadas. Sendero Luminoso asesinó al pueblo. Antauro admira su estructura político-militar dogmática, autoritaria y fanatizada en torno a una persona «infalible» Abimael Guzmán, porque quiere ocupar ese lugar. Y eso no es política.» https://twitter.com/

Comentario de José Luis Martín Ramos:

Sí Antauro es un personaje complejo; formó parte, por cierto, de la patrullas militares contra SL en la segunda mitad de los ochenta. No se si detrás de ese exabrupto pueda haber la percepción de un crecimiento de simpatía en el Sur hacia SL -lo peor del pasado se olvida y es el presente, malo, el que domina-; o es un gesto de desafío al terrúqueo y las limitaciones de la democracia peruana. Lo que es seguro que es es un bofetón a la izquierda actual, sobre todo a Juntos por Perú-Cambio Democrático. Y también es seguro que AH es un bocazas, que le gusta epater y mete la pata: en estos dos meses ha dicho ya tres grandes tonterías: de entrada tuvo un pronunciamiento equívoco sobre el acceso de Dina Boluarte a la presidencia, dijo a Marco Sifuentes aquello de que si manda fusilará a todos los presidentes desde Fujimori, incluido su hermano, menos a Castillo y Boluarte. De todas maneras sus “ reservistas” cada vez tienen más protagonismo en las manifestaciones. Aunque su imagen, desfilando con pantalón de campaña militar, en línea de tres columnas t gritando “ la patria no se vende, se defiende” me produce alguna inquietud.

PS: Aquí podría ser así [ecos de la marchas sobre Roma del fascio], por eso me inquieta; allí, no sé. Por cierto que sus gritos son «La patria no se vende, se defiende» y «el pueblo unido, jamás será vencido». Antes de su asonada de 2005 por la que fue condenado y cumplió más de 17 años el referente de los Humala era Chaves. Desde luego hasta ahora no ha tenido buena relación con la izquierda tradicional (PCP’s), pero Hector Béjar, que colaboró con Velasco Alvarado y fue ministro de Pedro Castillo, le tiene consideración.

PS: na pancarta-sábana, grande de los reservistas: «La reserva moral de los licenciados de las Fuerzas Armadas». Son, dicen. veteranos de la guerra contra el terrorismo de los ochenta y noventa y de la guerra contra el Ecuador. En lo de su participación en la guerra contra SL han coincidido con la expansión de las rondas campesinas en el Sur, inicialmente promovidas por el ejército pero que se expandieron de manera autónoma entre los campesinos que se opusieron al terror de SL. La mayoría del campesinado de Ayacucho o Puno, que en un inicio recibieron a los «guerrilleros» de SL, fueron cambiando de actitud ante la represión del ejército y, sobre todo, cuando SL intensifica y amplia su práctica de terror y de explotación económica de las comunidades campesina; a finales de los ochenta, con la expansión de las rondas hay un acercamiento entre militare y campesinos. Lo del comentario de Antauro también puede tener que ver con un cierto reconocimiento «militarista» del combatiente contrario.

5. El asesinato de Kiryeyev

Ayer os comentaba que, en medio de la crisis ministerial ucraniana, se estaba hablando bastante del asesinato de Kiryeyev, el negociador de primera hora con los rusos. En este hilo del corresponsal de TVE -uno de los pocos que me parece mínimamente objetivo entre los que siguen esta guerra desde la prensa basura-se recuerda esta historia: https://twitter.com/

Una guerra entre espías ucranianos: jefe de la inteligencia militar acusa a los espías civiles de asesinar a Kiryeyev, negociador y «héroe de Ucrania» https://www.rferl.org/a/

La historia es tremenda. El jefe del espionaje militar revela que, en el mes de marzo, Ucrania no quería negociar nada con Rusia, sólo «ganar tiempo».

El general Budanov responde al asesor Podoliak, que hablaba de falta de coordinación para justificar el asesinato: «creo que el asunto es mucho más profundo, pero me guarderé mi opinión para mí».

Y muy relevante: quien entrevista al jefe del espionaje militar y le dedica su portada es Radio Free Europe, vehículo oficial de EEUU para su propaganda antiURSS durante y después de la Guerra Fría en Europa.

Por lo que, tal vez, haya en Washington gente con mucho poder que quiere favorecer a los militares ucranianos por encima del poder civil. Difícil de asegurar entre tanta niebla de guerra.

6. No podemos ser más claros

Vimos hace poco que las tropas francesas han sido expulsadas de Burkina Faso. Macron respondió echando balones fuera diciendo que esperaba «aclaraciones». La respuesta del portavoz del gobierno burkinés: «No sabemos como podemos ser más claros». 😀

Por otra parte, el primer ministro de Burkina Faso, Apollinaire Kyelem, ha declarado recientemente sobre socios en materia de seguridad: «Rusia es una elección razonable en esta dinámica. Creemos que nuestra asociación debe fortalecerse». En el mes de diciembre estuvo de visita en Moscú.

Un hilo sobre todo este asunto: https://twitter.com/

7. Monaghan Lunatic Asylum

4 de enero de 1919: el personal y los pacientes se atrincheran en el manicomio Monaghan Lunatic Asylum de Irlanda y declaran un soviet (consejo de trabajadores). También plantearon reivindicaciones salariales y de jornada laboral, incluida la igualdad salarial para las mujeres. Ganaron en febrero.

https://twitter.com/

En realidad, fue más bien una huelga, y la verdad es que acabaron ganando. Un artículo sobre este primer -pero no último soviet irlandés-. Todo ello con la participación de los internos y los trabajadores del centro.

The First Soviet in Ireland

El primer soviet en Irlanda

En huelga por mejores condiciones de trabajo e igualdad salarial, los asistentes y pacientes del manicomio de Monaghan tomaron el hospital e izaron una bandera roja.
Urte Laukaityte | Publicado en History Today Volumen 71 Número 9 Septiembre 2021

La floreciente Unión Soviética y la naciente República Irlandesa parecían inspirarse mutuamente, a pesar de -o quizá precisamente a causa de- las peculiares mezclas de intereses nacionales y de clase que compartían. Lenin, que al parecer hablaba inglés con acento irlandés, era un admirador del Alzamiento de Pascua de 1916, la insurrección republicana irlandesa contra el dominio británico. Veía la autodeterminación nacional como un peldaño para derrocar al imperialismo occidental, lo que conduciría inevitablemente a una revolución de clase. Al restar importancia a sus aspectos religiosos, el Levantamiento siguió siendo un tema popular en la Unión Soviética durante décadas. El 50 aniversario del Alzamiento se conmemoró en el primer Congreso del Partido bajo Brezhnev y fue ampliamente celebrado y comentado. A su vez, la postura antibritánica, anticolonialista y antibelicista de la Unión Soviética animó al movimiento independentista irlandés; en 1917, unas 10.000 personas celebraron el golpe bolchevique en la Mansion House de Dublín. Un año después, la Declaración de Independencia de Irlanda se anunció en el mismo edificio.

En la Irlanda revolucionaria, la lucha obrera de la clase trabajadora también estaba teniendo su momento. Las condiciones de los asilados irlandeses eran penosas. Vivían hacinados en el recinto y sus vidas estaban controladas por sus superiores: podían ser despedidos sin previo aviso por una amplia gama de delitos, como intemperancia, falta de amabilidad, cotillear o desobedecer órdenes, incluso si se les pedía que hicieran algo que no formaba parte de su trabajo.

Los prejuicios de clase no ayudaban a su posición servil: no era infrecuente que los superintendentes médicos cuestionaran la competencia del personal explícitamente porque procedían del mismo «rango» que los pacientes.

Los sueldos anuales eran extremadamente bajos para los asistentes masculinos (tan sólo 60 libras, o 3.500 libras de hoy en día) e incluso más bajos para las mujeres, en muchos casos la mitad de lo que ganaban los hombres. El personal trabajaba regularmente más de 80 horas a la semana con poco tiempo libre y el trabajo era exigente tanto física como psicológicamente. Los pacientes del manicomio de Monaghan eran de los más graves de Irlanda.

Durante la Primera Guerra Mundial, el coste de la vida aumentó drásticamente en Irlanda, mientras que el salario del personal psiquiátrico, ya de por sí escaso, no lo hizo. En respuesta, el sindicalismo se hizo muy popular. De hecho, el propio personal del Monaghan había organizado una pequeña huelga en marzo de 1918, aunque no consiguió gran cosa.

En estas circunstancias, los activistas de Monaghan invitaron a Peadar O’Donnell a dirigir las negociaciones en diciembre de 1918.

En aquel momento, el joven de 25 años era organizador laboral del sindicato de trabajadores más combativo de Irlanda y estaba empezando su larga carrera como uno de los izquierdistas más radicales, persistentes y destacados del país.

O’Donnell dirigió dos reuniones infructuosas con la dirección de Monaghan. Las demandas fueron rechazadas. Menos de una semana después, el 24 de enero, tres días después de la Declaración de Independencia de Irlanda, el personal del asilo Monaghan volvió a la huelga.

Aunque la dirección accedió casi de inmediato a la mayoría de las reivindicaciones de los huelguistas, se resistió a la igualdad salarial de su personal femenino. En este punto se rompieron las negociaciones y la huelga continuó.

Como abandonar a sus pacientes podía ser peligroso, los huelguistas fueron pioneros en la huelga de permanencia y se atrincheraron para dirigir el asilo, en lugar de negarse a ir a trabajar. La noticia de que habían «establecido un soviet o comité local, formado por el personal y los internos, para dirigir el asilo» llegó hasta la Cámara de los Comunes.

La respuesta de la policía no fue como estaba previsto. Las autoridades habían previsto una represión rápida y firme, con más de 100 policías sitiando el hospital. En lugar de ello, los dos bandos jugaron al fútbol y celebraron bailes. El hijo de uno de los huelguistas incluso afirmó más tarde que algunos asistentes intercambiaban uniformes con la policía para escabullirse del manicomio durante la huelga.

El quinto día de huelga, los huelguistas recibieron un chivatazo sobre la orden de asaltar el edificio. Para confundirlos y desbaratar la carga, los asistentes y sus pacientes se intercambiaron la ropa, bloquearon las entradas y se armaron con palas y horcas. Finalmente, la situación no pasó a mayores, ya que se envió a un sacerdote para reanudar las negociaciones. Fue recibido por una anciana que cojeaba y llevaba un pañuelo rojo en la cabeza, a juego con la bandera roja izada sobre el edificio. Se levanta la falda y descubre unos pantalones: es O’Donnell.

La ocupación fue un éxito. La dirección reconoce amargamente su derrota. Los activistas no sufrirán represalias. Se concedió a los trabajadores una semana de 56 horas, los asistentes casados podían salir del asilo después del trabajo y las mujeres recibieron el mismo aumento salarial que los hombres. El 3 de febrero, última noche de la toma, los huelguistas, la policía y algunos pacientes organizaron un baile para celebrarlo.

A pesar de la condena generalizada, la huelga de Monaghan tuvo un impacto duradero en la organización laboral de Irlanda. Antes de ésta, sólo se había producido una pequeña ocupación: la de un taller de sastrería de Dublín en 1918. En los cuatro años siguientes se produjeron al menos otras cien, algunas a gran escala. En los cuatro años siguientes se produjeron al menos otras cien, algunas a bastante gran escala. En la más conocida, los trabajadores tomaron Limerick en respuesta a la extralimitación militar británica. El soviet de Limerick duró dos semanas, durante las cuales controló los recursos alimentarios, imprimió su propio dinero y publicó un periódico.
A pesar de las inclinaciones socialistas de O’Donnell, el «soviet» de Monaghan puede parecer un término equivocado. Los huelguistas sólo querían mejores condiciones de trabajo y, una vez conseguidas, el consejo obrero se disolvió y las cosas volvieron a la normalidad. Se estaba muy lejos de la revolución mundial, pero, en general, ese no era el objetivo del movimiento soviético irlandés. Muy pronto, incluso estos rumores sociales acabaron siendo subsumidos por la causa nacionalista irlandesa. La autodeterminación nacional tuvo prioridad sobre las preocupaciones de clase.

En retrospectiva, el breve coqueteo irlandés con la Unión Soviética parece a la vez inevitable y condenado al fracaso. Un Estado pequeño que intenta establecerse debe buscar aliados potenciales dondequiera que pueda; pero la Irlanda nacionalista, abrumadoramente católica y romana, y la URSS internacionalista y forzosamente atea no eran socios duraderos.

Urte Laukaityte es doctorando en la Universidad de California, Berkeley.

8. Inteligencia artificial decrecentista.

El economista decrecentista Timothée Parrique le ha pedido a ChatGPT que defina el decrecimiento a un bebé, a un niño, a un adolescente, en un poema, al estilo shakesperiano, usando citas de películas -ahí hace trampas porque las citas son literarias-, en un rap, en un haiku, etc. Un hilo fantástico.
Este es el haiku traducido:

Menos es más, crecimiento lento
naturaleza y bienestar primero
equilibro en todas las cosas

https://twitter.com/

PD. Relacionado con la IA, me resulta un poco más inquietante esta aplicación, que hace que tus ojos siempre parezca que están mirando a cámara. Muy útil para grabaciones, la verdad, pero inquietante. https://twitter.com/Jousefm2/

9. Más sobre Latour

Un artículo en New Left Review sobre la evolución de Bruno Latour y, entre otros temas y más concretamente, sobre las difíciles relaciones de Latour con la izquierda. Seguro que sabéis de qué hablo… 🙂

Alyssa Battistoni, Latour’s Metamorphosis — Sidecar

La metamorfosis de Latour

Alyssa Battistoni

20 de enero de 2023Ideas

Cuando el polifacético estudioso de la ciencia Bruno Latour falleció el pasado octubre a la edad de 75 años, llovieron los homenajes desde todos los rincones del mundo académico y muchos más. En la década de los ochenta, Latour fue un referente omnipresente de la teoría social y cultural anglófona, junto a Judith Butler y Michel Foucault, en la lista de académicos más citados en campos que van desde la geografía a la historia del arte. Famoso por las «guerras científicas» de los años 90, se reinventó como estudioso del clima e intelectual público en las dos últimas décadas de su vida. Sin embargo, entre las expresiones de aprecio y dolor, muchos en la izquierda se encogieron de hombros. La relación de Latour con la izquierda había sido tensa durante mucho tiempo, si no del todo insatisfactoria para ninguno de los dos: Latour disfrutaba enemistándose con la izquierda; a su vez, a muchos izquierdistas les encantaba odiar a Latour. Su ascenso en los años políticamente sombríos de principios del siglo XXI fue condenatorio para muchos. Y, sin embargo, mientras trataba de responder al reto político del cambio climático en sus últimos años, se dedicó, a su manera profundamente idiosincrásica, a considerar cuestiones de producción y clase; transformación y lucha.

Latour se sinceró sobre su origen y reconoció que procedía de la «típica burguesía provinciana francesa». Nacido en 1947 en Beaune, Latour era el octavo hijo de una conocida familia católica de viticultores, propietarios de la Maison Louis Latour, conocida por sus Grand Cru Burgundys. Como su hermano mayor ya estaba destinado a hacerse cargo del negocio familiar, Latour fue enviado al Lycée Saint-Louis-de-Gonzague, un selectivo colegio privado jesuita de París. Un puesto destacado en la agrégation le llevó a doctorarse en teología por la Université de Tours. A los veintiún años, en 1968, Latour no se encontraba en las calles de París, sino en las aulas de Dijon, donde estudiaba exégesis bíblica con el erudito y antiguo sacerdote católico André Malet. Escribió su tesis sobre Charles Péguy, mientras trabajaba en el servicio civil francés en Abiyán, entonces capital de Costa de Marfil. Allí se encargó de realizar una encuesta sobre la «ideología de la competencia» para una agencia francesa de desarrollo que pretendía comprender la ausencia de marfileños en los puestos directivos, mientras leía el Antiedipo por las noches. (Las actitudes racistas, según el informe de Latour, eran un obstáculo evidente para el progreso de los marfileños. Pero estas actitudes, a su vez, producían otros efectos, un fenómeno que Latour describió como la «creación de incompetencia»: Se colocaba a los marfileños en puestos en los que tenían pocas posibilidades de familiarizarse con las tecnologías clave. ¿Cómo funciona realmente esta fábrica o esta escuela», se pregunta Latour, «si examinamos la circulación de la información, del poder y del dinero?

Siguiendo la «epistemología histórica» de Gaston Bachelard y Georges Canguilhem, los filósofos franceses de la posguerra, desde Louis Althusser hasta Foucault, se preocuparon intensamente por el estatus de la ciencia y la verdad. Aunque Latour compartía este amplio interés temático, pensaba que la epistemología histórica no prestaba suficiente atención a la práctica científica real. En consecuencia, su hogar intelectual original no estaba entre los philosophes, sino en el campo anglófono de los «estudios sociales de la ciencia», que surgió de los departamentos de sociología británicos en la década de 1970 antes de extender rápidamente su influencia a Estados Unidos. Su idea básica era completar el proyecto durkheimiano de una sociología del conocimiento explicando incluso el enrarecido contenido de la propia ciencia a través del escrutinio de las prácticas sociales mundanas mediante las que se producía. En contraste con los esfuerzos de los epistemólogos franceses por distinguir las condiciones de la «verdadera ciencia», el principio reinante del «programa fuerte» -el método central desarrollado en Edimburgo- era la simetría: tanto las ideas científicas exitosas como las fallidas debían estudiarse a través de los mismos métodos. Fueron las rutinas concretas del día a día de lo que Thomas Kuhn había llamado «ciencia normal» las que Latour describió en su primer libro, Laboratory Life (1979), escrito junto con el sociólogo británico Steve Woolgar, sobre el trabajo de los científicos del Instituto Salk, el laboratorio privado de ciencias biológicas con sede en La Jolla, California. Basándose en sus experiencias etnográficas en Abiyán, Latour pasó dos años, de 1975 a 1977, como aspirante a antropólogo observando el laboratorio de Roger Guillemin, un neurocientífico francés al que Latour había conocido en Dijon, y que en 1977 ganaría el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre las hormonas.

Según Latour, pasar de las «leyes de la ciencia» al laboratorio es como pasar de los libros de derecho al Parlamento. No revela un espacio de perspicacia racional, sino de feroz debate, controversia, desorden y errores, de conocimiento producido por seres humanos y no por mentes incorpóreas. Por ello, el libro se abre in medias res, sumergiendo al lector en el laboratorio narrado a través de las notas de un observador. Laboratory Life pretendía llevar a cabo un análisis material del laboratorio, no rastreando sus fuentes de financiación o la utilidad de sus hallazgos para la industria, sino cartografiando el espacio físico real del laboratorio, inventariando su equipamiento y detallando el trabajo de los técnicos de laboratorio. La formación exegética de Latour en Dijon también influyó en su estudio: lo que realmente producía el laboratorio, sostenía, eran textos. Los científicos hacían e interpretaban inscripciones constantemente: anotaban medidas, escribían resultados. Al fin y al cabo, era a través de los documentos como las ideas circulaban entre los laboratorios y adquirían autoridad. Al igual que su tema, Laboratory Life puede resultar tedioso en ocasiones. Pero si su tono irónico y sus observaciones mundanas desinflaban las grandiosas narrativas del científico heroico, el libro no pretendía ser una denuncia. Por el contrario, Latour y Woolgar insistieron en que «nuestra ‘irreverencia’ o ‘falta de respeto’ por la ciencia no pretende ser un ataque a la actividad científica». El propio Jonas Salk calificó el libro de «coherente con la ética científica» en una introducción.

El libro de Latour Science in Action, publicado en inglés en 1987, era un autodenominado manual de campo para los estudios científicos en su conjunto, que miraba más allá del laboratorio, a las formas en que la ciencia se hacía poderosa en el mundo en general. La verdad científica pretendía estar respaldada por la autoridad de la propia Naturaleza, un ideal del que Galileo era la figura emblemática: el disidente solitario reivindicado por la realidad. Por grande que fuera la autoridad religiosa de la Iglesia, quedaba superada por el hecho de que la Tierra se movía. Desde entonces, todos los opositores se han creído Galileo y se han mantenido firmes frente a los poderes corruptos. Pero no siempre está tan claro de qué lado está la naturaleza, observa Latour. La naturaleza no habla por sí misma, sino a través de sus portavoces, los que miden e interpretan el mundo físico. Hasta que no se construyen los laboratorios, se publican los estudios y se leen los artículos, la naturaleza no dice nada. Construir un hecho (por ejemplo, demostrar que la Tierra gira alrededor del Sol) es una tarea difícil que implica una serie de prácticas exigentes. El resultado es que los «disidentes» científicos no pueden estar solos. Sólo pueden tener éxito si consiguen atraer a muchos otros: investigadores, financiadores, público.

Latour desarrolló este tema de forma más aguda en La pasteurización de Francia (publicado en francés en 1984 con el título Les microbes: guerre et paix, pero ampliamente acogido en la edición inglesa sustancialmente revisada que apareció en 1988), que reinterpretaba el legado de otro gran hombre de ciencia: Louis Pasteur, el biólogo francés al que se atribuye la revolución de la higiene y la salud al desacreditar las teorías de la generación espontánea y sentar las bases de la teoría de los gérmenes. El relato de Latour era en parte un desafío a Canguilhem, que había identificado a Pasteur como una figura crucial en el establecimiento de la medicina como ciencia moderna, y para quien la teoría de los gérmenes constituía una ruptura epistemológica con las ideas precientíficas. Latour, por el contrario, sostenía que los científicos no producían revoluciones en el pensamiento únicamente a fuerza de ideas brillantes. En su lugar, comparando a Pasteur con Napoleón a través de Tolstoi, afirmó que Pasteur había utilizado con éxito las demostraciones teatrales para reunir una poderosa red de seguidores, que a su vez constituían el propio laboratorio como un lugar de autoridad social. Pero también cuestionó a los sociólogos anglófonos, que, según él, habían concedido demasiada importancia a los factores sociales por sí solos. Su principio de «simetría» tuvo que ampliarse aún más para incluir a los no humanos junto a los humanos como agentes por derecho propio. En otras palabras, las redes de Pasteur no sólo incluían a higienistas y agricultores, sino también a los propios microbios.

El desafío de Latour a todos los rincones del campo suscitó agudas respuestas. El filósofo David Bloor acusó a Latour de tergiversar la sociología de la ciencia incluso cuando se aferraba en gran medida a su método, disfrazando movimientos familiares con grandes afirmaciones metafísicas sobre la producción de la naturaleza y la sociedad; mientras tanto, las innovaciones genuinas de Latour, argumentó Bloor, constituían un «paso atrás» hacia el empirismo acrítico. El historiador Simon Schaffer argumentó que Latour había apuntalado el estatus de gran hombre de Pasteur en lugar de socavarlo, mientras que su énfasis en el papel de los propios microbios sirvió para dejar de lado la importancia de la experimentación como método. Sin embargo, incluso estas críticas sirvieron para situar a Latour en el centro del campo, de modo que responder a su obra se hizo cada vez más obligatorio.

A principios de la década de 1990, los estudios científicos habían adquirido la suficiente relevancia como para atraer a su propio grupo de críticos externos. Los partidarios de las Guerras de la Ciencia de este periodo agruparon a Latour en las categorías de «constructivista social» y «relativista», típicamente utilizadas como términos de abuso. Los físicos y matemáticos del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton se opusieron a su nombramiento. A pesar de todo, Latour afirmó no sentirse intimidado por la Guerra de las Ciencias, que describió como «una tempestad en una taza de té». Pero le sorprendió saber que muchos pensaban que no creía en el conocimiento científico, ni siquiera en la realidad. A Latour le interesaba cómo se «construían» los hechos, pero había rechazado explícitamente lo que él consideraba una posición plenamente constructivista social defendida por otros investigadores. Para Latour, construir hechos era como construir un edificio: no se podía hacer sólo con las relaciones sociales. Precisamente por eso consideraba imperativo prestar atención a las prácticas materiales de investigación y al mundo no humano que investigaban los científicos. Lo irónico era que, entre los pioneros angloamericanos de los estudios científicos como Bloor, Latour era visto a menudo como un realista, quizá incluso un ingenuo, cuyo método tomaba demasiado al pie de la letra la actividad de los microbios y los electrones.

En otras palabras, en lugar de utilizar el análisis social para deconstruir la ciencia, lo que Latour intentó desmantelar con más ahínco fue la categoría de «sociedad» y las pretensiones de los teóricos sociales de poseer un conocimiento superior. A partir de las ideas expuestas en Ciencia en acción y Pasteurización, escribió una serie de obras aún más teóricas -Nunca hemos sido modernos (1991), La esperanza de Pandora (1999), La política de la naturaleza (1999), Reensamblar lo social (2005)- en las que esbozaba su crítica metodológica de las ciencias sociales y su programa para una alternativa. Si la polémica en torno a Pasteurización situó a Latour en el centro de las disputas de los estudios científicos, Nunca hemos sido modernos (1991), un breve y polémico recorrido por la filosofía occidental moderna, lo situó en el mapa académico más amplio. Los «modernos», afirmaba Latour, habían realizado un doble movimiento que los hacía todopoderosos. Por un lado, revelaron que las creencias «premodernas» eran mera superstición, demostrando, por ejemplo, que un terremoto era un acontecimiento físico y no un acto de Dios. Al mismo tiempo, los modernos revelaron que los fenómenos aparentemente naturales eran en realidad sociales: que las diferencias de género, por ejemplo, eran construidas y no innatas. No había nada que este doble movimiento no pudiera explicar. Sin embargo, la incapacidad de los modernos para reconocer, y mucho menos resolver, la contradicción entre estos dos movimientos, según Latour, dio lugar a una serie de disfunciones. Latour situó su investigación explícitamente en respuesta a la caída del Muro de Berlín y el declive del socialismo, declarando 1989 el «año de los milagros». Pero sostenía que el triunfalismo occidental estaba fuera de lugar a la luz de la creciente crisis ecológica mundial: Occidente, afirma, «deja morir a la Tierra y a su gente».

A diferencia de muchos otros intelectuales liberales franceses, Latour no era un anticomunista ideológico. Era un crítico fiable del marxismo, pero principalmente por motivos metodológicos. Las agudas aseveraciones de Latour sobre el marxismo a menudo iban dirigidas en realidad a Althusser, a cuya obra se acusaba de reproducir los defectos de la epistemología histórica francesa en general: a saber, un cientificismo acrítico y un privilegio de los principios filosóficos sobre las prácticas reales de los científicos. El marxismo althusseriano, en su aspiración al conocimiento total, era para Latour el proyecto más modernista de todos, lo que, en su opinión, no era un cumplido. Latour simpatizaba más con el contingente marxista de la primera generación de estudios científicos anglófonos, desarrollados a través de una formación diferente: anclados en el British Radical Science Journal, conectados con los movimientos antinuclear y antibélico, e influidos por trabajos que iban desde la historia social británica hasta el estudio del proceso laboral de Harry Braverman. Sin embargo, Latour sugirió que incluso esta tradición era presa de la tendencia sociológica a explicar las cosas únicamente con referencia a factores sociales.

Por su parte, Latour no era ajeno a las cuestiones económicas: observó que costaba 60.000 dólares producir cada paper en el laboratorio de Guillemin; que el éxito de la tecnología de las pilas de combustible dependía no sólo de la física, sino de si se podía convencer a un inversor para que se comprometiera; que el diseño del motor de Diesel no sólo tenía que funcionar, sino competir en el mercado. Pero rechazó tajantemente el intento de identificar un factor determinante, aunque sólo fuera en última instancia. La segunda parte de Pasteurización, «Irreducciones», contiene una sorprendente pieza filosófica: Latour describe un viaje en coche de Dijon a Gray en 1972, en el que se ve tan acosado por lo que él llama una «sobredosis de reduccionismo» que se ve obligado a abandonar el coche.

Contemplando el cielo azul de invierno, como el Roquentin de Sartre en el castaño, «por primera vez en mi vida vi cosas no reducidas y liberadas». La lección que extrae es sencilla: «nada puede reducirse a nada, nada puede deducirse de nada, todo puede aliarse con todo».

El colapso de las ciencias sociales marxistas tras la desaparición de la Unión Soviética dejó un vacío en el campo de los estudios científicos que la ambigüedad comprometida del programa «irreduccionista» de Latour era idónea para llenar. Éste se centró en la formidable unidad de estudios científicos que construyó con su antiguo colaborador Michel Callon en la École des Mines de París. En lugar de tratar «lo social» como una categoría preexistente o de imponer sus marcos teóricos al mundo, Latour y Callon sostenían que los científicos sociales debían limitarse a seguir las conexiones entre los agentes -tanto humanos como no humanos- sin hacer suposiciones sobre ellos de antemano. No sólo hay relaciones «sociales», relaciones entre el hombre y el hombre», había argumentado en Pasteurización. La sociedad no está formada sólo por hombres, ya que en todas partes intervienen y actúan microbios». La Teoría del Actor-Red (ANT), el método que desarrolló con Callon, formalizó esta posición. Exigía abandonar las categorías y marcos explicativos conocidos, e incluso el proyecto de explicación en su conjunto, en favor de un nuevo enfoque: sólo describir.

Muchas de sus intervenciones parecían diseñadas intencionadamente para provocar a los sociólogos, y a los de izquierdas en particular. En Ciencia en acción, Latour comparaba a un representante sindical que hablaba en nombre de los trabajadores con un científico que hablaba en nombre de los neutrinos; en Reensamblar lo social, declaraba que la famosa proclamación de Margaret Thatcher de que «la sociedad no existe» podía servir de eslogan para la ANT, aunque con una intención diferente. Defendió al idiosincrásico y poco conocido sociólogo francés Gabriel Tarde como la alternativa preferible a sus contemporáneos mucho más conocidos, Durkheim y Marx: «Imaginen cómo habrían sido las cosas si nadie hubiera prestado atención a Das Kapital», comenzaba su libro de 2009 sobre Tarde, escrito junto al sociólogo Vincent Antonin Lépinay. (Los esfuerzos de Latour por provocar un renacimiento de Tarde atrajeron a pocos aliados.) La enemistad era mutua. Pierre Bourdieu se enemistó especialmente con Latour y, al parecer, le echó del Collège de France y de otras prestigiosas instituciones académicas francesas. Latour, por su parte, se burlaba de Bourdieu cada vez que podía, llegando en un momento dado a comparar la teoría social bourdieusiana con una lectura conspiracionista del 11 de septiembre. (Es difícil leer Reensamblar lo social como otra cosa que no sea una extensa polémica contra el establishment bourdieusiano de París). En consecuencia, Latour permaneció durante la mayor parte de su carrera en les Mines, trasladándose a Sciences Po -de las instituciones académicas de élite de París, la más orientada hacia la anglosfera- sólo en 2007. Sin embargo, fue bajo esta apariencia de teórico antisocial, empeñado en demostrar que «lo social» no existía realmente, como la mayoría de los académicos conocieron su obra. Fue interpelado por un sorprendente abanico de académicos: por postestructuralistas y nuevos materialistas; por historiadores del arte interesados en las culturas materiales y filósofos interesados en la ontología; por teóricos de los medios de comunicación que estudiaban las redes y sociólogos económicos que estudiaban las estadísticas; por geógrafos, antropólogos e historiadores cuyo interés por la relación entre naturaleza y sociedad estaba motivado por cuestiones ecológicas.

De hecho, la cuidadosa atención que Latour presta a las labores implicadas en la construcción de redes y la inscripción de aliados podría leerse como un manual prometedor para su propia carrera. En particular, su habilidad para traducir su posición dentro del relativamente pequeño mundo de los estudios científicos a un registro filosófico divertido ayudó a que sus ideas viajaran. Su enfoque del estilo reflejaba una de sus reivindicaciones subyacentes: mientras que la tradición anglófona de la filosofía analítica desconfiaba del poder de la retórica para ofuscar la verdad, Latour sostenía que los elementos retóricos y sociales de la práctica científica -el uso del teatro por parte de Pasteur, por ejemplo- no socavaban su veracidad. Se inspiró especialmente en el estilo denso y alusivo del filósofo Michel Serres. Sin embargo, mientras que la prosa de Serres era muy difícil de traducir y poco leída fuera de Francia, la traducción de Latour resultó enormemente popular. Utilizaba estrategias retóricas de todas las disciplinas: de la filosofía tomaba los diálogos; de la literatura, las narraciones y las metáforas; y de la propia ciencia, los diagramas, que a menudo desconcertaban tanto como aclaraban. Tenía un don para crear frases que se convertían -por usar una de ellas- en «móviles inmutables», que circulaban libremente por todos los campos. Pero, sobre todo, era divertido leer a Latour. Salpicaba sus atrevidas y a veces escandalosas afirmaciones con bromas y las ilustraba con ejemplos memorables. Latour era, en todo caso, demasiado legible, tan susceptible de ser malinterpretado por sus partidarios como por sus detractores.

A medida que crecía su fama, Latour se preocupaba cada vez más por el cambio climático, que en aquella época se entendía desde la óptica de la creencia y la negación. En este contexto, su influyente ensayo de 2004 Critical Inquiry «Why Has Critique Run Out of Steam?» fue un hito, considerado a menudo como la línea divisoria en su propia carrera, y como un momento de ajuste de cuentas para los estudios científicos en general. Famoso por comparar los estudios científicos con la negación del calentamiento global, se suele leer como una obra de autocrítica. Sin embargo, no se trata de un mea culpa, sino de un j’accuse, una de las muchas entradas en la larga crítica de Latour a la crítica. Una cierta forma de espíritu crítico nos ha llevado por el mal camino», sugiere, pero su aparente autoinculpación es en sí misma un movimiento retórico. Con «nosotros» se refería en realidad a otros: aquellos para quienes la crítica significaba desacreditar, descorrer el velo de la mistificación para revelar la perspicacia superior del teórico crítico. La crítica, sostenía Latour, era una «potente droga eufórica» para los académicos satisfechos de sí mismos: «¡Siempre tienes razón!». La paradoja era que el ensayo sugería, aunque sutilmente, que el propio Latour siempre había tenido razón. Si su antipatía por la petulancia intelectual le llevaba a menudo a pensar de forma más creativa de lo que le permitían los estrechos cauces del mundo académico francés, sus frecuentes llamamientos a la humildad podían desmentir su propia ambición y seguridad en sí mismo. Aunque en persona era un interlocutor generoso, en la prensa era propenso a hacer lecturas tendenciosas del trabajo de los demás, e incluso cuando se convirtió en uno de los académicos más famosos del mundo, siguió considerándose a sí mismo como un outsider.

Lo que más cambió cuando Latour se centró en el cambio climático no fue tanto su postura ante la ciencia como su relación con las ciencias sociales. En lugar de criticar la crítica, trató de revitalizar el proyecto de construcción, que empezó a describir en términos de «composición». Latour asumió un nuevo papel: ya no era el enfant terrible, sino el anciano estadista. De este modo, repitió los latidos de proyectos anteriores en un registro más serio. En lugar de seguir a los neurobiólogos en el laboratorio, siguió a los científicos del sistema terrestre mientras investigaban la Zona Crítica, la delgada franja del planeta que sustenta la vida. Volvió a Galileo, afirmando que la teoría Gaia de James Lovelock y Lynn Margulis había puesto patas arriba nuestra comprensión de nuestro planeta. Se inclinó aún más por la experimentación estilística, emprendiendo exposiciones de arte y representaciones teatrales destinadas no sólo a transmitir ideas a públicos no académicos, sino a incluirlos como participantes. Para sorpresa de muchos, se escoró hacia la izquierda. Después de todo, era difícil describir el mundo con precisión sin reconocer que era el capital el que hacía que las cosas se movieran; sin señalar el desmesurado impacto material de los ricos o sus ambiciones de escapar por completo de la Tierra. Su último libro, Mémo sur la Nouvelle Classe Écologique, escrito junto a Nikolaj Schultz y publicado en 2022, sostiene que debe crearse una nueva «clase ecológica» que sustituya a la clase obrera productivista de los imaginarios socialistas del pasado.

Cuando el virus Covid-19 se propagó por todo el mundo, Latour ya había dejado atrás los microbios. Pero la pandemia ilustró uno de los elementos más convincentes de su pensamiento: que las ideas científicas requieren alianzas para hacerse poderosas. Las vacunas pueden desarrollarse a una velocidad récord y los estudios pueden demostrar su eficacia, pero esto por sí solo no garantiza su aceptación. Médicos, científicos y expertos en salud pública revelaron la confusión de la ciencia en acción mientras especulaban y discutían en las redes sociales, acumulando seguidores en el proceso. Abundaban los aspirantes a Galileos, y en un mundo en el que los movimientos antivacunas y la desconfianza hacia las grandes farmacéuticas llevaban décadas creciendo, estos disidentes se convirtieron a menudo en personas sorprendentemente poderosas. Sin embargo, en lugar de aceptar el caos de los hechos en construcción, los autoproclamados defensores de la ciencia abrazaron el tipo de mensaje simplista que Latour había tratado de desafiar durante mucho tiempo: «La ciencia es real», declarada como un artículo de fe.

Sin embargo, si estos habían sido alguna vez los temas centrales de Latour, ya no estaba interesado en diagnosticarlos. Su penúltimo libro, After Lockdown (2021), no abordaba la política de los hechos, sino las posibilidades de transformación tras la disrupción, exploradas en gran medida a través de una extensa metáfora basada en la Metamorfosis de Kafka. ¿Podría la imaginación de la vida como un insecto gigante ayudarnos a imaginar una forma diferente de vivir en el planeta Tierra? En concreto, Latour esperaba que el cierre de la economía ayudara a descentralizar la producción en favor de la atención al «engendramiento»: las relaciones y actividades, tanto humanas como no humanas, que hacen posible nuestra existencia continuada. El engendramiento, en otras palabras, recuerda a los antiguos análisis feministas socialistas de la reproducción, tal vez encontrados a través de Donna Haraway, la frecuente interlocutora de Latour a lo largo de los años, que había surgido del entorno de la Radical Science Journal en su apogeo. El engendramiento también es fundamental para la teorización de Latour de la «clase ecológica», que él considera determinada no por la posición de cada uno en relación con los medios de producción, sino por la posición de cada uno en un conjunto de interdependencias terrenales. Si Latour continuó ofreciendo críticas superficiales de la insuficiencia del análisis marxista, en otras palabras, sus propios argumentos tendían a redescribir posiciones de izquierda conocidas en su propio lenguaje o, por el contrario, a utilizar el lenguaje marxiano para hablar de algo totalmente distinto.

Si el giro político tardío de Latour le llevó a explorar nuevos terrenos, también reveló los límites de sus herramientas analíticas. Tras décadas desafiando las venerables tradiciones del pensamiento social, parecía incapaz de reconocer lo que habían hecho bien. Latour argumentó en repetidas ocasiones que la ciencia, con todo su desorden y sus luchas de poder, intentaba comprender algo real sobre el mundo. Pero parecía incapaz de aceptar que en las invocaciones a la «sociedad» o la «economía», por no hablar del capitalismo, pudiera haber algo más que juegos de lenguaje; que las relaciones sociales que la descripción empírica no podía revelar inmediatamente pudieran ser, sin embargo, agenciales y poderosas.

Resulta sorprendente que muchos de los críticos más acérrimos de Latour en los últimos años -sobre todo los ecomarxistas Andreas Malm y Jason W. Moore- hayan recurrido a corrientes de pensamiento influidas por Latour más de lo que les ha gustado reconocer. Algo de esto es simplemente un artefacto de la historia: .a influencia de Latour es casi imposible de evitar en los recientes trabajos teóricos y científico-sociales sobre la naturaleza y la ecología. Pero Latour también tenía razón al afirmar que, en general, los marxistas habían prestado más atención a las relaciones sociales que a los microbios y las moléculas de carbono. (El difunto Mike Davis constituye una notable excepción). En lugar de verse empañada por asociación, la vitalidad de su trabajo proviene de una síntesis de los puntos fuertes del pensamiento marxista con ideas recogidas en otros lugares -una síntesis que el propio Latour sólo a regañadientes y tardíamente emprendió a la inversa.

10, La Pública en descarga libre.

En La Pública acaban de poner en descarga libre y gratuita su primer número completo: «Una transición ecológica justa». No todos, pero varios de los artículos ya los había pasado por aquí, pero ahora es más cómodo encontrarlos. Participan, entre otros, Yayo Herrero, Nancy Fraser, Thea Riofrancos, Giorgos Kallis o Emilio Santiago Muiño.

Una transición ecológica justa

11. Hungría y las minorías en Ucrania.

Ayer os hablaba de que Hungría se quejaba del trato a las minorías en Ucrania, pero se me olvidó poner algún enlace. Aquí os paso al ministro de exteriores húngaro en unas declaraciones contundentes: «Si Ucrania no recupera los derechos de las minorías que tenía antes de 2014, Hungría no apoyará a Ucrania». https://twitter.com/

En el vídeo, a las declaraciones del ministro le sigue una noticia sobre la desproporción de «carne de cañón» que le ha correspondido a Transcarpatia y a otras minorías.

12. Perú

No sé si has visto la entrevista que publican hoy en CTXT -la publicaron en Jacobin el día 18, y los acontecimientos de los que se hablan son de algunos días antes-. La paso por si tiene interés… https://ctxt.es/es/20230101/

HÉCTOR BÉJAR / EXMINISTRO E INTELECTUAL PERUANO. El sistema llegó a su fin en Perú. Si la derecha quiere mantener el cadáver, tendremos una guerra civil”

Pablo Toro y Jorge Ayala (Jacobin) 25/01/2023

Comentario de José Luis Martín Ramos:

Ya lo leí, me gusta a medias; no me gusta su veredicto final. Hay, me parece, alguna imprecisión. Cuando dice que el Congreso ha aprobado la bicameralidad, parece que esa medida ya sea firme, cuando no lo es; en el Congreso la oposición de la izquierda parlamentaria impidió que lograra los 2/3 (quedó lejos) por lo que el proyecto habría de ser aprobado en referéndum, que todavía no se ha convocado; Hernando Guerra García-Campos, de Fuerza Popular, insiste en que esa es la reforma indispensable antes de las elecciones, pero en el Congreso sigue sin mayoría y en las actuales circunstancias no parece posible un referéndum sobre ese tema y que encima gane. Tampoco comparto demasiado esa simplificación de la «burguesía popular» que va desde el que vende refrescos hasta el que practica el contrabando; es el problema de la economía informal, pero esa economía informal está atravesada por situaciones sociales -de clase también- muy diferentes. De cualquier manera, la participación de esos comerciantes -muy clara en el Sur- de mineros informales -hay buscadores de oro y empresas piratas, no es lo mismo- no quita el carácter popular de la movilización actual; lo refuerza, en mi opinión. Parece que para HB popular es sinónimo de proletario, urbano o campesino. Lo del apoyo de la izquierda a todos, desde Fujimori, al principio, hasta Kuzcinsky, es una caricatura, que pone en evidencia su condición de outsider. En las elecciones de 2000 no hubo un apoyo de la izquierda a Fujimori, sino la división de Izquierda Unida, que desalentó a su electorado, por lo que una parte de él votó al candidato, nuevo y populista, frente a la de los partidos tradicionales. Luego la izquierda no ha apoyado a los otros presidentes, los ha votado en segunda vuelta para impedir el triunfo de Keiko Fujimori, de la misma manera que parte de la derecha y el centro votó a Castillo para volver a impedirlo. La cuestión es que se entendió al fujorismo como lo peor, el retorno a la dictadura, y no creo que eso fuera desacertado. A quien sí apoyo la «izquierda universitaria» es a Ollanta Humala, pero se desengañó de él muy pronto. De acuerdo en la denuncia de la megaLima y el racismo, no en esa división esquemática entre izquierda capitalina y provinciana, en Juntos por el Perú hay izquierda que está presente en provincia, como los comunistas del PCP-Unido y del PCP-Patria Roja.

Su visión final catastrofista no deja ninguna salida y, en la práctica, menosprecia el momento concreto actual, lo que se está haciendo, no solo por las movilizaciones del sur sino por las del centro y el Norte – no solo Cajamarca. Esa distinción en Asamblea Constituyente y «proceso constituyente» me parece un sofisma. Otra cosa es que, desde luego, no todos quieren la Asamblea Constituyente por lo mismo, y luego en ella cada quién haría sus propuestas. Parece que la única salida en la que cree es la insurrección espontánea; eso es todavía más imposible, ahora, que la salida de Dina Boluarte o un pacto político al borde del abismo para llegar a elecciones sin cartas marcadas, que pueda ser aceptadas por todas las partes. Y desde luego, entonces los problemas continuarán, pero serán tratados en un plano democrático, no en el actual.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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