Miscelánea 3/III/2024

Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. Lecciones de la Shoah.
2. Resumen de la guerra en Palestina, 2 de marzo.
3. La guerra en Ucrania vista por los comunistas indios.
4. Los bárbaros del norte.
5. Tres grandes «desconocidas».
6. Entrevista de Escobar a Glazyev.
7. Estados generales en 1945 (observación de José Luis Martín Ramos)
8. Hadash en las elecciones municipales de Israel.
9. En Gran Bretaña los políticos calumnian a la opinión pública.
10.Recuerdo de Lukács en los años 30 de Lifshitz

1. Lecciones de la Shoah

Para el escritor indio Pankaj Mishra son los manifestantes que intentan impedir el genocidio palestino los que de verdad representan el espíritu que tras la IIª Guerra Mundial aprendió de la Shoa: «nunca más», pero nunca más para todos.

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La Shoah después de Gaza
Pankaj Mishra
En 1977, un año antes de suicidarse, el escritor austriaco Jean Améry se encontró con noticias de prensa sobre torturas sistemáticas a prisioneros árabes en cárceles israelíes. Detenido en Bélgica en 1943 mientras distribuía panfletos antinazis, Améry había sido brutalmente torturado por la Gestapo y deportado a Auschwitz. Consiguió sobrevivir, pero nunca pudo ver sus tormentos como cosas del pasado. Insistía en que los torturados siguen siendo torturados y que su trauma es irrevocable. Como muchos supervivientes de los campos de exterminio nazis, Améry llegó a sentir una «conexión existencial» con Israel en la década de 1960. Atacó obsesivamente a los críticos de izquierdas del Estado judío tachándolos de «irreflexivos y sin escrúpulos», y puede que fuera uno de los primeros en afirmar, como hacen ahora habitualmente los dirigentes y partidarios de Israel, que los antisemitas virulentos se disfrazan de virtuosos antiimperialistas y antisionistas. Sin embargo, los informes «ciertamente incompletos» sobre torturas en las cárceles israelíes llevaron a Améry a plantearse los límites de su solidaridad con el Estado judío. En uno de los últimos ensayos que publicó, escribió: «Hago un llamamiento urgente a todos los judíos que quieran ser seres humanos para que se unan a mí en la condena radical de la tortura sistemática. Donde empieza la barbarie, deben terminar incluso los compromisos existenciales».
A Améry le molestó especialmente la apoteosis en 1977 de Menachem Begin como primer ministro de Israel. Begin, que organizó el atentado de 1946 contra el Hotel Rey David de Jerusalén en el que murieron 91 personas, fue el primero de los francos exponentes del supremacismo judío que siguen gobernando Israel. También fue el primero en invocar sistemáticamente a Hitler, el Holocausto y la Biblia mientras agredía a los árabes y construía asentamientos en los Territorios Ocupados. En sus primeros años, el Estado de Israel mantuvo una relación ambivalente con la Shoah y sus víctimas. El primer primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, consideró en un principio a los supervivientes de la Shoah como «escombros humanos», afirmando que habían sobrevivido sólo porque habían sido «malos, duros y egoístas». Fue el rival de Ben-Gurion, Begin, un demagogo polaco, quien convirtió el asesinato de seis millones de judíos en una intensa preocupación nacional y en una nueva base para la identidad de Israel. El establishment israelí comenzó a producir y difundir una versión muy particular de la Shoah que podía utilizarse para legitimar un sionismo militante y expansionista.
Améry tomó nota de la nueva retórica y fue categórico sobre sus consecuencias destructivas para los judíos que vivían fuera de Israel. Que Begin, «con la Torá en el brazo y recurriendo a las promesas bíblicas», hable abiertamente de robar tierras palestinas «por sí solo sería motivo suficiente», escribió, «para que los judíos de la diáspora revisen su relación con Israel». Améry suplicó a los dirigentes israelíes que «reconozcan que su libertad sólo puede lograrse con su primo palestino, no contra él».
Cinco años después, insistiendo en que los árabes eran los nuevos nazis y Yasser Arafat el nuevo Hitler, Begin asaltó Líbano. Para cuando Ronald Reagan le acusó de perpetrar un «holocausto» y le ordenó poner fin al mismo, las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) habían matado a decenas de miles de palestinos y libaneses y arrasado amplias zonas de Beirut. En su novela Kapo (1993), el autor serbio-judío Aleksandar Tišma capta la repulsión que sintieron muchos supervivientes de la Shoah ante las imágenes que llegaban de Líbano: Judíos, sus parientes, los hijos y nietos de sus contemporáneos, antiguos prisioneros de los campos, subidos a las torretas de los tanques y conduciendo, con las banderas ondeando, a través de asentamientos indefensos, a través de la carne humana, desgarrándola con balas de ametralladora, acorralando a los supervivientes en campos cercados con alambre de espino. ‘
Primo Levi, que había conocido los horrores de Auschwitz al mismo tiempo que Améry y también sentía una afinidad emocional con el nuevo Estado judío, organizó rápidamente una carta abierta de protesta y concedió una entrevista en la que afirmaba que «Israel está cayendo rápidamente en el aislamiento total …. Debemos ahogar los impulsos hacia la solidaridad emocional con Israel para razonar fríamente sobre los errores de la actual clase dirigente israelí. Deshacernos de esa clase dirigente». En varias obras de ficción y no ficción, Levi había meditado no sólo sobre su estancia en el campo de exterminio y su angustioso e insoluble legado, sino también sobre las amenazas siempre presentes a la decencia y la dignidad humanas. Le indignaba especialmente la explotación de la Shoah por parte de Begin. Dos años más tarde, afirmó que «el centro de gravedad del mundo judío debe retroceder, debe salir de Israel y volver a la diáspora».
Este tipo de recelos expresados por Améry y Levi son condenados hoy como burdamente antisemitas. Merece la pena recordar que muchos de estos replanteamientos del sionismo y de las inquietudes sobre la percepción de los judíos en el mundo fueron incitados entre los supervivientes y testigos de la Shoah por la ocupación israelí de territorio palestino y su nueva mitología manipuladora. Yeshayahu Leibowitz, teólogo galardonado con el Premio Israel en 1993, ya advertía en 1969 contra la «nazificación» de Israel. En 1980, el columnista israelí Boaz Evron describió minuciosamente las etapas de esta corrosión moral: la táctica de confundir a los palestinos con los nazis y gritar que otra Shoah es inminente estaba, temía, liberando a los israelíes corrientes de «cualquier restricción moral, ya que quien está en peligro de aniquilación se ve a sí mismo exento de cualquier consideración moral que pudiera restringir sus esfuerzos por salvarse». Los judíos, escribió Evron, podrían acabar tratando a los «no judíos como infrahumanos» y reproduciendo «actitudes racistas nazis».
Evron también pidió cautela a los (entonces nuevos y fervientes) partidarios de Israel entre la población judía estadounidense. Para ellos, argumentó, defender a Israel se había convertido en «necesario debido a la pérdida de cualquier otro punto central de su identidad judía»; de hecho, su carencia existencial era tan grande, según Evron, que no deseaban que Israel se liberara de su creciente dependencia del apoyo estadounidense judío.
Necesitan sentirse necesitados. También necesitan al «héroe israelí» como compensación social y emocional en una sociedad en la que no se suele considerar que el judío encarne las características del duro luchador varonil. Así pues, el israelí proporciona al judío estadounidense una imagen doble y contradictoria -el superhombre viril y la víctima potencial del Holocausto- cuyos dos componentes distan mucho de la realidad.
Zygmunt Bauman, filósofo judío de origen polaco y refugiado del nazismo que pasó tres años en Israel en la década de 1970 antes de huir de su actitud de belicosa rectitud, se desesperaba ante lo que consideraba la «privatización» de la Shoah por parte de Israel y sus partidarios. Se ha llegado a recordar, escribió en 1988, «como una experiencia privada de los judíos, como un asunto entre los judíos y sus odiadores», incluso cuando las condiciones que la hicieron posible estaban apareciendo de nuevo en todo el mundo. Los supervivientes de la Shoah, que habían pasado de una serena creencia en el humanismo secular a la locura colectiva, intuyeron que la violencia a la que habían sobrevivido -sin precedentes en su magnitud- no era una aberración en una civilización moderna esencialmente sólida. Tampoco podía achacarse enteramente a un viejo prejuicio contra los judíos. La tecnología y la división racional del trabajo habían permitido a la gente corriente contribuir a actos de exterminio masivo con la conciencia tranquila, incluso con flecos de virtud, y los esfuerzos preventivos contra modos de matar tan impersonales y disponibles requerían algo más que la vigilancia contra el antisemitismo.
Cuando recientemente recurrí a mis libros para preparar este artículo, descubrí que ya había subrayado muchos de los pasajes que cito aquí. En mi diario hay líneas copiadas de George Steiner («el Estado-nación erizado de armas es una amarga reliquia, un absurdo en el siglo de los hombres apiñados») y Abba Eban («Ya es hora de que nos paremos sobre nuestros propios pies y no sobre los de los seis millones de muertos»). La mayoría de estas anotaciones se remontan a mi primera visita a Israel y sus Territorios Ocupados, cuando trataba de responder, en mi inocencia, a dos preguntas desconcertantes: ¿cómo ha llegado Israel a ejercer un poder tan terrible de vida o muerte sobre una población de refugiados; y cómo puede la corriente política y periodística occidental ignorar, incluso justificar, sus crueldades e injusticias claramente sistemáticas?
Yo había crecido imbuido de parte del sionismo reverencial de mi familia de nacionalistas hindúes de casta alta en la India. Tanto el sionismo como el nacionalismo hindú surgieron a finales del siglo XIX de una experiencia de humillación; muchos de sus ideólogos anhelaban superar lo que percibían como una vergonzosa falta de hombría entre judíos e hindúes. Y para los nacionalistas hindúes de la década de 1970, impotentes detractores del entonces gobernante partido del Congreso pro palestino, los sionistas intransigentes como Begin, Ariel Sharon y Yitzhak Shamir parecían haber ganado la carrera hacia la nación muscular. (La envidia ha salido ahora del armario: Los trolls hindúes constituyen el mayor club de fans de Benjamin Netanyahu en el mundo). Recuerdo que tenía una foto en la pared de Moshe Dayan, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel y ministro de Defensa durante la Guerra de los Seis Días; e incluso mucho después de que se desvaneciera mi infantil encaprichamiento con la fuerza bruta, no dejé de ver a Israel de la forma en que sus líderes habían empezado a presentar el país desde la década de 1960, como la redención de las víctimas de la Shoah y una garantía inquebrantable contra su repetición.
Sabía lo poco que había calado en la conciencia de los dirigentes de Europa Occidental y Estados Unidos la difícil situación de los judíos que habían servido de chivo expiatorio durante el colapso social y económico de Alemania en las décadas de 1920 y 1930, que incluso los supervivientes de la Shoah eran recibidos con frialdad y, en Europa Oriental, con nuevos pogromos. Aunque estaba convencido de la justicia de la causa palestina, me resultaba difícil resistirme a la lógica sionista: los judíos no pueden sobrevivir en tierras no judías y deben tener un Estado propio. Incluso me parecía injusto que sólo Israel, entre todos los países del mundo, tuviera que justificar su derecho a existir.
No era tan ingenuo como para pensar que el sufrimiento ennoblece o da poder a las víctimas de una gran atrocidad para actuar de forma moralmente superior. Que las víctimas de ayer tienen muchas probabilidades de convertirse en los victimarios de hoy es la lección de la violencia organizada en la antigua Yugoslavia, Sudán, Congo, Ruanda, Sri Lanka, Afganistán y demasiados otros lugares. Todavía me escandalizaba el oscuro significado que el Estado israelí había extraído de la Shoah, y luego institucionalizado en una maquinaria de represión. Los asesinatos selectivos de palestinos, los puestos de control, las demoliciones de viviendas, los robos de tierras, las detenciones arbitrarias e indefinidas y la tortura generalizada en las cárceles parecían proclamar un ethos nacional despiadado: que la humanidad está dividida entre los que son fuertes y los que son débiles, y por tanto los que han sido víctimas o esperan serlo deben aplastar preventivamente a sus supuestos enemigos.
Aunque había leído a Edward Said, me sorprendió descubrir por mí mismo la insidia con la que los partidarios de Israel en Occidente ocultan la ideología nihilista de la supervivencia del más fuerte, reproducida por todos los regímenes israelíes desde el de Begin. En su propio interés se preocupan por los crímenes de los ocupantes, si no por el sufrimiento de los desposeídos y deshumanizados; pero ambos han pasado sin mucho escrutinio en la respetable prensa del mundo occidental. Cualquiera que llame la atención sobre el espectáculo del compromiso ciego de Washington con Israel es acusado de antisemitismo y de ignorar las lecciones de la Shoah. Y una conciencia distorsionada de la Shoah garantiza que cada vez que las víctimas de Israel, incapaces de soportar por más tiempo su miseria, se levantan contra sus opresores con la ferocidad predecible, son denunciados como nazis, empeñados en perpetrar otra Shoah.
Al leer y anotar los escritos de Améry, Levi y otros, intentaba mitigar de algún modo la opresiva sensación de injusticia que sentía tras haber sido expuesto a la sombría interpretación israelí de la Shoah y a los certificados de alto mérito moral otorgados al país por sus aliados occidentales. Buscaba el consuelo de personas que habían conocido, en sus propios cuerpos frágiles, el terror monstruoso infligido a millones de personas por un Estado-nación europeo supuestamente civilizado, y que habían decidido estar en guardia perpetua contra la deformación del significado de la Shoah y el abuso de su memoria.
A pesar de sus crecientes reservas sobre Israel, una clase política y mediática de Occidente ha eufemizado sin cesar los crudos hechos de la ocupación militar y la anexión sin control por parte de demagogos etnonacionales: Israel, dice el lema, tiene derecho, como única democracia de Oriente Medio, a defenderse, especialmente de los brutos genocidas. Como resultado, las víctimas de la barbarie israelí en Gaza ni siquiera pueden obtener de las élites occidentales un reconocimiento directo de su terrible experiencia, por no hablar de ayuda. En los últimos meses, miles de millones de personas de todo el mundo han sido testigos de una embestida extraordinaria cuyas víctimas, en palabras de Blinne Ní Ghrálaigh, abogada irlandesa representante de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, «están retransmitiendo su propia destrucción en tiempo real con la esperanza desesperada, hasta ahora vana, de que el mundo pueda hacer algo».
Pero el mundo, o más concretamente Occidente, no hace nada. Peor aún, la liquidación de Gaza, aunque esbozada y retransmitida por sus autores, es ofuscada a diario, cuando no negada, por los instrumentos de la hegemonía militar y cultural de Occidente: desde el presidente estadounidense afirmando que los palestinos son unos mentirosos y los políticos europeos entonando que Israel tiene derecho a defenderse hasta los prestigiosos medios informativos desplegando la voz pasiva al relatar las masacres perpetradas en Gaza. Nos encontramos en una situación sin precedentes. Nunca antes tantos habían sido testigos en tiempo real de una matanza a escala industrial. Sin embargo, la insensibilidad, la timidez y la censura imperantes impiden, e incluso se burlan, de nuestra conmoción y dolor. Muchos de los que hemos visto algunas de las imágenes y vídeos procedentes de Gaza -esas visiones infernales de cadáveres retorcidos y enterrados en fosas comunes, los cadáveres más pequeños sostenidos por padres afligidos o colocados en el suelo en ordenadas hileras- nos hemos estado volviendo locos en silencio durante los últimos meses. Cada día está envenenado por la conciencia de que, mientras seguimos con nuestras vidas, cientos de personas corrientes como nosotros están siendo asesinadas, o se ven obligadas a presenciar el asesinato de sus hijos.
Aquellos que buscan en el rostro de Joe Biden algún signo de piedad, alguna señal del fin del derramamiento de sangre, encuentran una dureza inquietantemente suave, sólo rota por una sonrisita nerviosa cuando suelta mentiras israelíes sobre bebés decapitados. La obstinada maldad y crueldad de Biden hacia los palestinos es sólo uno de los muchos horripilantes enigmas que nos presentan los políticos y periodistas occidentales. La Shoah traumatizó al menos a dos generaciones judías, y las masacres y la toma de rehenes en Israel el 7 de octubre por Hamás y otros grupos palestinos reavivaron el miedo al exterminio colectivo entre muchos judíos. Pero estaba claro desde el principio que los dirigentes israelíes más fanáticos de la historia no dudarían en explotar un sentimiento generalizado de violación, duelo y horror. Habría sido fácil para los dirigentes occidentales ahogar su impulso de solidaridad incondicional con un régimen extremista y reconocer al mismo tiempo la necesidad de perseguir y llevar ante la justicia a los culpables de los crímenes de guerra del 7 de octubre. ¿Por qué entonces Keir Starmer, antiguo abogado de derechos humanos, afirmó que Israel tiene derecho a «retener la energía y el agua» de los palestinos? ¿Por qué Alemania empezó febrilmente a vender más armas a Israel (y con sus mendaces medios de comunicación y su despiadada represión oficial, especialmente contra artistas y pensadores judíos, proporcionó una nueva lección al mundo sobre el rápido ascenso del etnonacionalismo asesino en ese país)? ¿Qué explica titulares de la BBC y del New York Times como «Hind Rajab, de seis años, encontrada muerta en Gaza días después de pedir ayuda por teléfono», «Lágrimas de un padre de Gaza que perdió a 103 familiares» y «Un hombre muere tras prenderse fuego frente a la embajada israelí en Washington, según la policía»? ¿Por qué los políticos y periodistas occidentales han seguido presentando a decenas de miles de palestinos muertos y mutilados como daños colaterales, en una guerra de autodefensa impuesta al ejército más moral del mundo, como pretende ser el IDF?
Para muchas personas de todo el mundo, las respuestas no pueden sino estar contaminadas por un rencor racial largamente arraigado. Palestina, señalaba George Orwell en 1945, es una «cuestión de color», y así lo vieron inevitablemente Gandhi, que suplicó a los dirigentes sionistas que no recurrieran al terrorismo contra los árabes utilizando armas occidentales, y las naciones poscoloniales, que casi todas se negaron a reconocer el Estado de Israel. Lo que W.E.B. Du Bois denominó el problema central de la política internacional -la «línea de color»- motivó a Nelson Mandela cuando afirmó que la libertad de Sudáfrica del apartheid está «incompleta sin la libertad de los palestinos». James Baldwin trató de profanar lo que denominó un «silencio piadoso» en torno al comportamiento de Israel cuando afirmó que el Estado judío, que vendió armas al régimen del apartheid en Sudáfrica, encarnaba la supremacía blanca y no la democracia. Muhammad Ali veía Palestina como un ejemplo de injusticia racial flagrante. Lo mismo piensan hoy los líderes de las confesiones cristianas negras más antiguas y prominentes de Estados Unidos, que han acusado a Israel de genocidio y han pedido a Biden que ponga fin a toda ayuda financiera y militar al país.
En 1967, Baldwin tuvo el poco tacto de decir que el sufrimiento del pueblo judío «se reconoce como parte de la historia moral del mundo» y «no ocurre lo mismo con los negros». En 2024, mucha más gente puede ver que, en comparación con las víctimas judías del nazismo, apenas se recuerdan los incontables millones consumidos por la esclavitud, los numerosos holocaustos de finales de la era victoriana en Asia y África y los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki. Miles de millones de no occidentales han sido furiosamente politizados en los últimos años por la calamitosa guerra de Occidente contra el terror, el «apartheid de las vacunas» durante la pandemia y la hipocresía descarada sobre la difícil situación de ucranianos y palestinos; no pueden dejar de observar una versión beligerante de la «negación del Holocausto» entre las élites de los antiguos países imperialistas, que se niegan a abordar el pasado de brutalidad genocida y saqueo de sus países e intentan por todos los medios deslegitimar cualquier debate al respecto calificándolo de «wokeness» desquiciada. Los relatos populares sobre el totalitarismo «Occidente es mejor» siguen ignorando las agudas descripciones del nazismo (por Jawaharlal Nehru y Aimé Césaire, entre otros súbditos imperiales) como el «gemelo» radical del imperialismo occidental; evitan explorar la evidente conexión entre la matanza imperial de nativos en las colonias y los terrores genocidas perpetrados contra los judíos dentro de Europa.
Uno de los grandes peligros actuales es el endurecimiento de la línea de color en una nueva Línea Maginot. Para la mayoría de la gente de fuera de Occidente, cuya experiencia primordial de la civilización europea fue ser brutalmente colonizada por sus representantes, la Shoah no apareció como una atrocidad sin precedentes. Recuperándose de los estragos del imperialismo en sus propios países, la mayoría de los pueblos no occidentales no estaban en condiciones de apreciar la magnitud del horror que el gemelo radical de ese imperialismo infligió a los judíos en Europa. Por eso, cuando los dirigentes israelíes comparan a Hamás con los nazis y los diplomáticos israelíes llevan estrellas amarillas en la ONU, su público es casi exclusivamente occidental. La mayor parte del mundo no carga con la culpa de la Europa cristiana por la Shoah y no considera la creación de Israel como una necesidad moral para absolver los pecados de los europeos del siglo XX. Desde hace más de siete décadas, el argumento entre los «pueblos más oscuros» sigue siendo el mismo: ¿por qué los palestinos deben ser desposeídos y castigados por crímenes de los que sólo los europeos fueron cómplices? Y no pueden sino retroceder con repugnancia ante la afirmación implícita de que Israel tiene derecho a masacrar a 13.000 niños no sólo como cuestión de legítima defensa, sino porque es un Estado nacido de la Shoah.
En 2006, Tony Judt ya advertía de que «ya no se puede instrumentalizar el Holocausto para excusar el comportamiento de Israel» porque un número cada vez mayor de personas «sencillamente no puede entender cómo se pueden invocar los horrores de la última guerra europea para autorizar o condonar un comportamiento inaceptable en otro tiempo y lugar». La «manía persecutoria largamente cultivada por Israel – «todo el mundo nos persigue»- ya no despierta simpatía», advirtió, y las profecías de antisemitismo universal corren el riesgo de «convertirse en una afirmación autocumplida»: «El comportamiento temerario de Israel y la insistente identificación de toda crítica con el antisemitismo es ahora la principal fuente de sentimiento antijudío en Europa Occidental y gran parte de Asia». Hoy en día, los amigos más devotos de Israel están exacerbando esta situación. Como dijo el periodista y documentalista israelí Yuval Abraham, el «espantoso mal uso» de la acusación de antisemitismo por parte de los alemanes la vacía de significado y «pone así en peligro a los judíos de todo el mundo». Biden sigue esgrimiendo el traicionero argumento de que la seguridad de la población judía de todo el mundo depende de Israel. Como dijo recientemente el columnista del New York Times Ezra Klein: «Soy judío. ¿Me siento más seguro? ¿Tengo la sensación de que ahora hay menos antisemitismo en el mundo por lo que está ocurriendo allí, o me parece que hay un enorme recrudecimiento del antisemitismo, y que incluso los judíos de lugares que no son Israel son vulnerables a lo que ocurre en Israel?».
Este escenario ruinoso fue anticipado muy claramente por los supervivientes de la Shoah que he citado antes, que advirtieron del daño infligido a la memoria de la Shoah por su instrumentalización. Bauman advirtió en repetidas ocasiones después de la década de 1980 que tales tácticas de políticos sin escrúpulos como Begin y Netanyahu estaban asegurando «un triunfo post-mortem para Hitler, que soñaba con crear un conflicto entre los judíos y el mundo entero» e «impedir que los judíos tuvieran nunca una coexistencia pacífica con los demás». Améry, desesperado en sus últimos años por el «creciente antisemitismo», suplicó a los israelíes que trataran con humanidad incluso a los terroristas palestinos, para que la solidaridad entre los sionistas de la diáspora como él e Israel no «se convirtiera en la base de una comunión de dos partes condenadas a la catástrofe».
No hay mucho que esperar a este respecto de los actuales dirigentes de Israel. El descubrimiento de su extrema vulnerabilidad ante Hezbolá, así como ante Hamás, debería hacerles más dispuestos a arriesgarse a un acuerdo de paz de compromiso. Sin embargo, con todas las bombas de 2000 libras que les prodiga Biden, tratan locamente de militarizar aún más su ocupación de Cisjordania y Gaza. Tal autolesión es el efecto a largo plazo que Boaz Evron temía cuando advirtió contra «la continua mención del Holocausto, el antisemitismo y el odio a los judíos en todas las generaciones». Un liderazgo no puede separarse de su propia propaganda», escribió, y la clase dirigente de Israel actúa como los jefes de una «secta» que opera «en el mundo de los mitos y los monstruos creados por sus propias manos», «incapaces ya de entender lo que está ocurriendo en el mundo real» o los «procesos históricos en los que está atrapado el Estado».
Cuarenta y cuatro años después de que Evron escribiera esto, está más claro, también, que los patrocinadores occidentales de Israel han resultado ser los peores enemigos del país, sumiendo a su pupilo más profundamente en la alucinación. Como dijo Evron, las potencias occidentales actúan en contra de sus «propios intereses y aplican a Israel una relación preferencial especial, sin que Israel se vea obligado a corresponder». En consecuencia, «el trato especial dispensado a Israel, expresado en un apoyo económico y político incondicional» ha «creado un hervidero económico y político en torno a Israel que lo aísla de las realidades económicas y políticas mundiales».
Netanyahu y su cohorte amenazan la base del orden mundial que se reconstruyó tras la revelación de los crímenes nazis. Incluso antes de Gaza, la Shoah estaba perdiendo su lugar central en nuestra imaginación del pasado y del futuro. Es cierto que ninguna atrocidad histórica ha sido conmemorada de forma tan amplia y exhaustiva. Pero la cultura del recuerdo en torno a la Shoah ha acumulado ya su propia y larga historia. Esa historia demuestra que la memoria de la Shoah no surgió simplemente de forma orgánica de lo que ocurrió entre 1939 y 1945; se construyó, a menudo de forma muy deliberada, y con fines políticos específicos. De hecho, el consenso necesario sobre la relevancia universal de la Shoah se ha visto amenazado por las presiones ideológicas cada vez más visibles que se han ejercido sobre su memoria.
Que el régimen nazi alemán y sus colaboradores europeos habían asesinado a seis millones de judíos era algo ampliamente conocido después de 1945. Pero durante muchos años este hecho estupefaciente tuvo poca resonancia política e intelectual. En las décadas de 1940 y 1950, la Shoah no se veía como una atrocidad separada de otras atrocidades de la guerra: el intento de exterminio de poblaciones eslavas, gitanos, discapacitados y homosexuales. Por supuesto, la mayoría de los pueblos europeos tenían razones propias para no detenerse en la matanza de judíos. Los alemanes estaban obsesionados con su propio trauma por los bombardeos y la ocupación de las potencias aliadas y su expulsión masiva de Europa del Este. Francia, Polonia, Austria y los Países Bajos, que habían cooperado con entusiasmo con los nazis, querían presentarse como parte de una valiente «resistencia» al hitlerismo. Existían demasiados recuerdos indecentes de complicidad mucho después de que la guerra terminara en 1945. Alemania tuvo a antiguos nazis como canciller y presidente. El presidente francés François Mitterrand había sido un apparatchik del régimen de Vichy. En 1992, Kurt Waldheim era presidente de Austria a pesar de que había pruebas de su implicación en las atrocidades nazis.
Incluso en Estados Unidos hubo «silencio público y una especie de negación estatista del Holocausto», como escribe Idith Zertal en Israel’s Holocaust and the Politics of Nationhood (2005). El Holocausto no empezó a recordarse públicamente hasta mucho después de 1945. En el propio Israel, la concienciación sobre la Shoah se limitó durante años a sus supervivientes, quienes, asombroso recordarlo hoy, fueron empapados de desprecio por los líderes del movimiento sionista. Ben-Gurion había visto inicialmente el ascenso de Hitler al poder como «un enorme impulso político y económico para la empresa sionista», pero no consideraba que los restos humanos de los campos de exterminio de Hitler fueran material adecuado para la construcción de un nuevo Estado judío fuerte. Todo lo que habían soportado», dijo Ben-Gurion, «purgó sus almas de todo lo bueno». Saul Friedlander, el principal historiador de la Shoah, que abandonó Israel en parte porque no podía soportar que la Shoah se utilizara «como pretexto para duras medidas antipalestinas», recuerda en sus memorias, Where Memory Leads (2016), que los académicos desdeñaron inicialmente el tema, dejándolo en manos del centro memorial y de documentación Yad Vashem.
Las actitudes no empezaron a cambiar hasta el juicio de Adolf Eichmann en 1961. En The Seventh Million (1993), el historiador israelí Tom Segev relata que Ben-Gurion, acusado por Begin y otros rivales políticos de insensibilidad hacia los supervivientes de la Shoah, decidió organizar una «catarsis nacional» celebrando el juicio de un criminal de guerra nazi. Esperaba educar a los judíos de los países árabes sobre la Shoah y el antisemitismo europeo (ninguno de los cuales conocían) y empezar a unirlos a los judíos de ascendencia europea en lo que parecía claramente una comunidad imperfectamente imaginada. Segev continúa describiendo cómo Begin impulsó este proceso de forjar una conciencia de la Shoah entre los judíos de piel más oscura, que durante mucho tiempo habían sido objeto de humillaciones racistas por parte de la clase dirigente blanca del país. Begin curó sus heridas de clase y raza prometiéndoles tierras palestinas robadas y un estatus socioeconómico por encima de los árabes desposeídos e indigentes.
Esta distribución de los salarios de la israelidad coincidió con la irrupción de la política de identidad entre una minoría acomodada de Estados Unidos. Como aclara Peter Novick con sorprendente detalle en The Holocaust in American Life (1999), la Shoah «no ocupó un lugar tan importante» en la vida de los judíos estadounidenses hasta finales de la década de 1960. Sólo unos pocos libros y películas abordaron el tema. La película Juicio en Núremberg (1961) incluyó el asesinato masivo de judíos en la categoría más amplia de los crímenes del nazismo. En su ensayo «El destino intelectual y judío», publicado en la revista judía Commentary en 1957, Norman Podhoretz, el santo patrón de los sionistas neoconservadores en la década de 1980, no dijo nada en absoluto sobre el Holocausto.
Las organizaciones judías que se hicieron famosas por vigilar la opinión sobre el sionismo desalentaron al principio la conmemoración de las víctimas judías de Europa. Se esforzaban por aprender las nuevas reglas del juego geopolítico. En los cambios camaleónicos de principios de la Guerra Fría, la Unión Soviética pasó de ser un aliado incondicional contra la Alemania nazi a un mal totalitario; Alemania pasó de ser un mal totalitario a un aliado democrático incondicional contra el mal totalitario. En consecuencia, el editor de Commentary instó a los judíos estadounidenses a cultivar una «actitud realista en lugar de punitiva y recriminatoria» hacia Alemania, que ahora era un pilar de la «civilización democrática occidental».
Esta amplia luz de gas por parte de los líderes políticos e intelectuales del mundo libre conmocionó y amargó a muchos supervivientes de la Shoah. Sin embargo, entonces no se les consideraba testigos privilegiados del mundo moderno. Améry, que detestaba el «filosemitismo intrusivo» de la Alemania de posguerra, se vio reducido a amplificar sus «resentimientos» privados en ensayos destinados a agitar la «miserable conciencia» de los lectores alemanes. En uno de ellos describe un viaje por Alemania a mediados de los años sesenta. Mientras comentaba la última novela de Saul Bellow con los nuevos intelectuales «refinados» del país, no pudo olvidar los «rostros pétreos» de los alemanes de a pie ante una pila de cadáveres, y descubrió que sentía un nuevo «rencor» hacia los alemanes y su exaltado lugar en los «majestuosos salones de Occidente». La experiencia de «soledad absoluta» de Améry ante sus torturadores de la Gestapo había destruido su «confianza en el mundo». Sólo después de su liberación había vuelto a conocer la «comprensión mutua» con el resto de la humanidad, porque «los que me habían torturado y convertido en un bicho» parecían provocarle «desprecio». Pero su fe reparadora en el «equilibrio de la moral mundial» se hizo añicos rápidamente con el posterior abrazo de Occidente a Alemania y el ansioso reclutamiento por parte del mundo libre de antiguos nazis para su nuevo «juego de poder».
Améry se habría sentido aún más traicionado si hubiera visto el memorándum del personal del Comité Judío Estadounidense de 1951, en el que se lamentaba el hecho de que «para la mayoría de los judíos, el razonamiento sobre Alemania y los alemanes sigue estando empañado por una fuerte emoción». Novick explica que los judíos estadounidenses, al igual que otros grupos étnicos, estaban ansiosos por evitar la acusación de doble lealtad y aprovechar las oportunidades en espectacular expansión que ofrecía la América de la posguerra. Empezaron a estar más atentos a la presencia de Israel durante el juicio de Eichmann, que fue objeto de gran publicidad y polémica, y que hizo ineludible el hecho de que los judíos habían sido los principales objetivos y víctimas de Hitler. Pero no fue hasta después de la Guerra de los Seis Días de 1967 y la Guerra de Yom Kippur de 1973, cuando Israel parecía amenazado existencialmente por sus enemigos árabes, que la Shoah pasó a ser concebida ampliamente, tanto en Israel como en Estados Unidos, como el emblema de la vulnerabilidad judía en un mundo eternamente hostil. Las organizaciones judías empezaron a utilizar el lema «Nunca más» para presionar en favor de políticas estadounidenses favorables a Israel. Estados Unidos, que se enfrentaba a una humillante derrota en Asia Oriental, empezó a ver a un Israel aparentemente invencible como un valioso apoderado en Oriente Próximo, y comenzó a subvencionar generosamente al Estado judío. A su vez, la narrativa, promovida por líderes israelíes y grupos sionistas estadounidenses, de que la Shoah era un peligro presente e inminente para los judíos empezó a servir de base para la autodefinición colectiva de muchos estadounidenses judíos en la década de 1970.
Los judíos estadounidenses eran por entonces el grupo minoritario más educado y próspero de Estados Unidos, y cada vez eran menos religiosos. Sin embargo, en la rencorosamente polarizada sociedad estadounidense de finales de los años sesenta y setenta, donde el aislamiento étnico y racial se hizo común en medio de una sensación generalizada de desorden e inseguridad, y la calamidad histórica se convirtió en un distintivo de identidad y rectitud moral, cada vez más judíos estadounidenses asimilados se afiliaron a la memoria de la Shoah y forjaron una conexión personal con un Israel que veían amenazado por antisemitas genocidas. Una tradición política judía preocupada por la desigualdad, la pobreza, los derechos civiles, el ecologismo, el desarme nuclear y el antiimperialismo mutó en otra caracterizada por una hiperatención a la única democracia de Oriente Próximo. En los diarios que escribió a partir de la década de 1960, el crítico literario Alfred Kazin alterna entre el desconcierto y el desprecio al trazar los psicodramas de identidad personal que contribuyeron a crear el electorado más leal de Israel en el extranjero:
El actual período de «éxito» judío será recordado algún día como una de las mayores ironías… Los judíos atrapados en una trampa, los judíos asesinados, ¡y bang! De las cenizas todo este ineludible lamento y explotación del Holocausto … Israel como ‘salvaguarda’ de los judíos; el Holocausto como nuestra nueva Biblia, más que un Libro de las Lamentaciones.
Kazin era alérgico al culto estadounidense a Elie Wiesel, que iba por ahí afirmando que la Shoah era incomprensible, incomparable e irrepresentable, y que los palestinos no tenían derecho a Jerusalén. En opinión de Kazin, «la clase media judía estadounidense» había encontrado en Wiesel un «Jesús del Holocausto», «un sustituto de su propia vacuidad religiosa». La potente política de identidad de una minoría estadounidense no pasó desapercibida para Primo Levi durante su única visita al país en 1985, dos años antes de suicidarse. Le había perturbado profundamente la cultura del consumo ostentoso del Holocausto en torno a Wiesel (que afirmaba haber sido el gran amigo de Levi en Auschwitz; Levi no recordaba haberlo conocido nunca) y le desconcertaba la obsesión voyeurista de sus anfitriones estadounidenses con su judaísmo. En una carta a sus amigos de Turín se quejaba de que los estadounidenses le habían «puesto una estrella de David». En una charla en Brooklyn, Levi, preguntado por su opinión sobre la política de Oriente Próximo, empezó a decir que «Israel era un error en términos históricos». Se armó un alboroto y el moderador tuvo que interrumpir la reunión. Más tarde, ese mismo año, Commentary, que a esas alturas ya era estridentemente proisraelí, encargó a un aspirante a neoconservador de 24 años que lanzara venenosos ataques contra Levi. Según admitió el propio Levi, este matonismo intelectual (amargamente lamentado por su autor, ahora antisionista) contribuyó a extinguir sus «ganas de vivir».
La literatura estadounidense reciente manifiesta más claramente la paradoja de que cuanto más lejana en el tiempo se hizo la Shoah, más ferozmente fue poseída su memoria por las generaciones posteriores de judíos estadounidenses. Me sorprendió la irreverencia con la que Isaac Bashevis Singer, nacido en 1904 en Polonia y en muchos sentidos el escritor judío por excelencia del siglo XX, describía en su ficción a los supervivientes de la Shoah y se burlaba tanto del Estado de Israel como del ansioso filosemitismo de los gentiles estadounidenses. Una novela como Sombras sobre el Hudson casi parece diseñada para demostrar que la opresión no mejora el carácter moral. Pero escritores judíos mucho más jóvenes y secularizados que Singer parecían demasiado sumergidos en lo que Gillian Rose, en su mordaz ensayo sobre La lista de Schindler, denominó «piedad del Holocausto». En una reseña en el LRB de La historia del amor (2005), una novela de Nicole Krauss ambientada en Israel, Europa y Estados Unidos, James Wood señalaba que su autora, nacida en 1974, «procede como si el Holocausto hubiera ocurrido ayer mismo». Según Wood, el judaísmo de la novela había sido «deformado hasta el fraude y el histrionismo por la fuerza de la identificación de Krauss con él». Tal «fervor judío», rayano en la «juglaría», contrastaba fuertemente con la obra de Bellow, Norman Mailer y Philip Roth, que «no habían mostrado gran interés por la sombra de la Shoah».
Una afiliación enérgicamente voluntaria con la Shoah también ha marcado y disminuido gran parte del periodismo estadounidense sobre Israel. Más consecuentemente, la religión secular-política de la Shoah y la excesiva identificación con Israel desde la década de 1970 ha distorsionado fatalmente la política exterior del principal patrocinador de Israel, Estados Unidos. En 1982, poco antes de que Reagan ordenara tajantemente a Begin que pusiera fin a su «holocausto» en el Líbano, un joven senador estadounidense que veneraba a Elie Wiesel como su gran maestro se reunió con el primer ministro israelí. Según el relato atónito de Begin sobre la reunión, el senador elogió el esfuerzo bélico israelí y se jactó de que él habría ido más lejos, aunque eso significara matar a mujeres y niños. El propio Begin quedó sorprendido por las palabras del futuro presidente estadounidense, Joe Biden. No, señor», insistió. De acuerdo con nuestros valores, está prohibido hacer daño a mujeres y niños, incluso en la guerra …. Este es un criterio de civilización humana, no herir a civiles».
El periodo de relativa paz ha hecho que la mayoría de nosotros olvidemos las calamidades que lo precedieron. Sólo unas pocas personas vivas hoy pueden recordar la experiencia de la guerra total que definió la primera mitad del siglo XX, las luchas imperiales y nacionales dentro y fuera de Europa, la movilización ideológica de masas, las erupciones del fascismo y el militarismo. Casi medio siglo de los conflictos más brutales y las mayores quiebras morales de la historia pusieron de manifiesto los peligros de un mundo en el que no existía ninguna restricción religiosa o ética sobre lo que los seres humanos podían hacer o se atrevían a hacer. La razón secular y la ciencia moderna, que desplazaron y sustituyeron a la religión tradicional, no sólo habían revelado su incapacidad para legislar la conducta humana, sino que estaban implicadas en los nuevos y eficaces modos de matanza demostrados por Auschwitz e Hiroshima.
En las décadas de reconstrucción posteriores a 1945, poco a poco fue posible volver a creer en el concepto de sociedad moderna, en sus instituciones como fuerza inequívocamente civilizadora, en sus leyes como defensa contra las pasiones viciosas. Esta creencia provisional fue consagrada y afirmada por una teología secular negativa derivada de la denuncia de los crímenes nazis: Nunca Más. El imperativo categórico propio de la posguerra adquirió gradualmente forma institucional con la creación de organizaciones como la CIJ y el Tribunal Penal Internacional y de vigilantes de los derechos humanos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Uno de los principales documentos de la posguerra, el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, está impregnado del temor a repetir el pasado de apocalipsis racial de Europa. En las últimas décadas, a medida que se desvanecían las imaginaciones utópicas de un orden socioeconómico mejor, el ideal de los derechos humanos extrajo aún más autoridad del recuerdo del gran mal cometido durante la Shoah.
Desde los españoles que luchaban por una justicia reparadora tras largos años de brutales dictaduras, pasando por los latinoamericanos que se movilizaban en favor de sus desaparecidos y los bosnios que pedían protección frente a los limpiadores étnicos serbios, hasta la petición coreana de reparación para las «mujeres de solaz» esclavizadas por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, los recuerdos del sufrimiento judío a manos de los nazis son los cimientos sobre los que se han construido la mayoría de las descripciones de la ideología extrema y la atrocidad, y la mayoría de las peticiones de reconocimiento y reparación.
Estos recuerdos han contribuido a definir las nociones de responsabilidad, culpabilidad colectiva y crímenes contra la humanidad. Es cierto que han sido continuamente maltratadas por los exponentes del humanitarismo militar, que reducen los derechos humanos al derecho a no ser brutalmente asesinado. Y el cinismo se alimenta más rápidamente cuando los modos formulistas de conmemoración de la Shoah -viajes con cara solemne a Auschwitz, seguidos de efusiva camaradería con Netanyahu en Jerusalén- se convierten en el precio barato del billete a la respetabilidad para políticos antisemitas, agitadores islamófobos y Elon Musk. O cuando Netanyahu concede la absolución moral a cambio de apoyo a políticos francamente antisemitas de Europa del Este que buscan continuamente rehabilitar a los fervientes verdugos locales de judíos durante la Shoah. Sin embargo, a falta de algo más eficaz, la Shoah sigue siendo indispensable como patrón para calibrar la salud política y moral de las sociedades; su memoria, aunque propensa al abuso, todavía puede utilizarse para descubrir iniquidades más insidiosas. Cuando repaso mis propios escritos sobre los admiradores antimusulmanes de Hitler y su maligna influencia sobre la India actual, me sorprende la frecuencia con que he citado la experiencia judía de los prejuicios para advertir contra la barbarie que se hace posible cuando se rompen ciertos tabúes.
Todos estos puntos de referencia universalistas -la Shoah como medida de todos los crímenes, el antisemitismo como la forma más letal de intolerancia- corren peligro de desaparecer a medida que el ejército israelí masacra y mata de hambre a los palestinos, arrasa sus hogares, escuelas, hospitales, mezquitas, iglesias, los bombardea en campamentos cada vez más pequeños, mientras denuncia como antisemitas o defensores de Hamás a todos los que le suplican que desista, desde las Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch hasta los gobiernos español, irlandés, brasileño y sudafricano y el Vaticano. Israel dinamita hoy el edificio de las normas mundiales construido después de 1945, que se tambalea desde la catastrófica y aún impune guerra contra el terrorismo y la guerra revanchista de Vladimir Putin en Ucrania. La profunda ruptura que sentimos hoy entre el pasado y el presente es una ruptura en la historia moral del mundo desde la zona cero de 1945, la historia en la que la Shoah ha sido durante muchos años el acontecimiento central y la referencia universal.
Se avecinan más terremotos. Los políticos israelíes han resuelto impedir un Estado palestino. Según una encuesta reciente, una mayoría absoluta (88%) de los judíos israelíes cree que la magnitud de las víctimas palestinas es justificable. El gobierno israelí está bloqueando la ayuda humanitaria a Gaza. Biden admite ahora que sus dependientes israelíes son culpables de «bombardeos indiscriminados», pero les entrega compulsivamente más y más material militar. El 20 de febrero, Estados Unidos despreció por tercera vez en la ONU el desesperado deseo de la mayoría del mundo de poner fin al baño de sangre en Gaza. El 26 de febrero, mientras lamía un helado, Biden lanzó su propia fantasía, rápidamente rechazada tanto por Israel como por Hamás, de un alto el fuego temporal. En el Reino Unido, tanto los políticos laboristas como los tories buscan fórmulas verbales que puedan apaciguar a la opinión pública al tiempo que dan cobertura moral a la carnicería de Gaza. Parece poco creíble, pero la evidencia se ha vuelto abrumadora: estamos asistiendo a una especie de colapso en el mundo libre.
Al mismo tiempo, Gaza se ha convertido para innumerables personas impotentes en la condición esencial de la conciencia política y ética en el siglo XXI, al igual que la Primera Guerra Mundial lo fue para una generación en Occidente. Y, cada vez más, parece que sólo aquellos a los que la calamidad de Gaza ha sacudido la conciencia pueden rescatar la Shoah de Netanyahu, Biden, Scholz y Sunak y volver a universalizar su significado moral; sólo en ellos se puede confiar para restaurar lo que Améry llamó el equilibrio de la moralidad mundial. Muchos de los manifestantes que llenan las calles de sus ciudades semana tras semana no tienen ninguna relación inmediata con el pasado europeo de la Shoah. Juzgan a Israel por sus acciones en Gaza y no por su exigencia de seguridad total y permanente santificada por la Shoah. Conozcan o no la Shoah, rechazan la cruda lección social-darwinista que Israel extrae de ella: la supervivencia de un grupo de personas a expensas de otro. Están motivados por el simple deseo de mantener los ideales que parecían tan universalmente deseables después de 1945: respeto por la libertad, tolerancia hacia la alteridad de creencias y formas de vida; solidaridad con el sufrimiento humano; y un sentido de responsabilidad moral hacia los débiles y perseguidos. Estos hombres y mujeres saben que si hay alguna lección que extraer de la Shoah es «Nunca más para nadie»: el lema de los valientes jóvenes activistas de Jewish Voice for Peace.
Es posible que pierdan. Tal vez Israel, con su psicosis de supervivencia, no sea la «amarga reliquia» que George Steiner llamó – más bien, es el presagio del futuro de un mundo en bancarrota y exhausto. El pleno respaldo a Israel por parte de figuras de extrema derecha como Javier Milei, de Argentina, y Jair Bolsonaro, de Brasil, y su patrocinio por parte de países donde los nacionalistas blancos han infectado la vida política -Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia- sugiere que el mundo de los derechos individuales, las fronteras abiertas y el derecho internacional está retrocediendo. Es posible que Israel consiga limpiar étnicamente Gaza, e incluso Cisjordania. Hay demasiadas pruebas de que el arco del universo moral no se inclina hacia la justicia; los hombres poderosos pueden hacer que sus masacres parezcan necesarias y justas. No es nada difícil imaginar una conclusión triunfante de la embestida israelí.
El miedo a una derrota catastrófica pesa en las mentes de los manifestantes que interrumpen los discursos de campaña de Biden y son expulsados de su presencia al coro de «cuatro años más». La incredulidad ante lo que ven cada día en los vídeos de Gaza y el temor a una brutalidad más desenfrenada acosan a los disidentes en línea que a diario excorian a los pilares del cuarto poder occidental por su intimidad con el poder bruto. Al acusar a Israel de cometer genocidio, parecen violar deliberadamente la opinión «moderada» y «sensata» que sitúa al país, así como a la Shoah, fuera de la historia moderna del expansionismo racista. Y probablemente no persuadan a nadie de la corriente política occidental endurecida.
Pero entonces el propio Améry, cuando dirigía sus resentimientos a la miserable conciencia de su tiempo, no hablaba «en absoluto con la intención de convencer; simplemente lanzo ciegamente mi palabra a la balanza, pese lo que pese». Sintiéndose engañado y abandonado por el mundo libre, aireó sus resentimientos «para que el crimen se convirtiera en una realidad moral para el criminal, para que se viera arrastrado a la verdad de su atrocidad». Los clamorosos acusadores de Israel no parecen aspirar hoy a mucho más. Contra los actos de salvajismo y la propaganda por omisión y ofuscación, incontables millones proclaman ahora, en espacios públicos y en medios digitales, su furioso resentimiento. En el proceso, se arriesgan a amargar permanentemente sus vidas. Pero, tal vez, sólo su indignación alivie, por ahora, el sentimiento palestino de soledad absoluta, y contribuya en cierta medida a redimir la memoria de la Shoah. 28 de febrero

2. Resumen de la guerra en Palestina, 2 de marzo

El resumen de Mondoweiss. https://mondoweiss.net/2024/

Día 148 de la «Operación Al-Aqsa»: La ONU denuncia al menos 14 casos de disparos israelíes contra palestinos que esperaban ayuda en Gaza
La ONU pide una investigación tras la «masacre de harina» del jueves, en la que Israel mató al menos a 115 palestinos que esperaban ayuda e hirió a más de 760. La necesidad de ayuda es cada vez más acuciante a medida que se agrava la hambruna en el norte de Gaza.

Por Anna Lekas Miller 2 de marzo de 2024

Bajas
Más de 30.320 muertos* y al menos 71.533 heridos en la Franja de Gaza.
Más de 380 palestinos muertos en Cisjordania ocupada y Jerusalén Oriental.
Israel revisa a la baja su estimación de víctimas mortales del 7 de octubre, de 1.400 a 1.147.
582 soldados israelíes muertos desde el 7 de octubre y al menos 3.221 heridos**.
* Esta cifra fue confirmada por el Ministerio de Sanidad de Gaza en el canal Telegram. Algunos grupos de derechos humanos elevan la cifra de muertos a más de 38.000 si se tienen en cuenta los presuntos muertos.
** Esta cifra la dio a conocer el ejército israelí, mostrando los soldados cuyos nombres «se permitió publicar».

Acontecimientos clave

  • Al menos diecisiete muertos al bombardear aviones de guerra israelíes dos viviendas en el centro de Gaza.
  • Israel se prepara para una jornada de protestas, en la que los manifestantes antigubernamentales pedirán nuevas elecciones y las familias de los rehenes exigirán la liberación de los cautivos israelíes
  • La oficina de Derechos Humanos de la ONU pide una investigación rápida e independiente del ataque militar israelí contra palestinos que buscaban comida en la ciudad de Gaza
  • Hamás: Siete cautivos israelíes muertos en el reciente bombardeo israelí de Gaza
  • OCHA: Muchos de los heridos en la «masacre de harina» israelí sufrieron heridas de bala
  • Los Patriarcas y Jefes de las Iglesias de Jerusalén han condenado la «masacre de harina» de Israel en Gaza
  • OMS: Diez niños han muerto ya en Gaza como consecuencia de la desnutrición y la deshidratación
  • ONU Mujeres: La guerra de Gaza es también una guerra contra las mujeres
  • El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anuncia un plan para lanzar ayuda humanitaria desde el aire a Gaza, ante las críticas generalizadas
  • El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se reunieron para hablar de la ayuda humanitaria en Gaza y reiterar el «derecho a la autodefensa» de Israel
  • Se espera que las delegaciones israelí y de Hamás acudan el domingo a El Cairo para una nueva ronda de conversaciones sobre el alto el fuego
  • El primer ministro británico Rishi Sunak se refiere a los manifestantes de solidaridad con Palestina como «extremistas que socavan la democracia»
  • Mueren tres personas en un ataque israelí con dron en Líbano

Aumenta el escrutinio sobre la distribución de ayuda en Gaza, mientras más niños sucumben a la desnutrición y la deshidratación
Al menos diecisiete personas han muerto al bombardear aviones de guerra israelíes tres casas en el centro de Gaza, incluida una vivienda en el campo de refugiados de Yabalia donde se refugiaban al menos 70 personas. Los equipos de rescate siguen intentando determinar cuántas personas han quedado sepultadas bajo los escombros.
La gestión israelí de las entregas de ayuda está siendo objeto de un mayor escrutinio tras la ya tristemente célebre «masacre de la harina» del jueves, en la que las tropas israelíes abrieron fuego contra cientos de palestinos que esperaban la distribución de alimentos en la ciudad de Gaza, matando al menos a 115 e hiriendo a más de 760 personas.
«Dado que, en realidad, no hay un tercer bando, y que existe una desconfianza total entre el [ejército israelí] y la resistencia palestina, lo que estamos viendo -y lo que deberíamos esperar, en realidad- son cada vez más posibles crímenes de guerra o accidentes, como se quiera decir», declaró a Al Yazira Omar Ashfour, profesor de seguridad y estudios militares en el Instituto de Estudios de Posgrado de Doha.
Mientras tanto, Naciones Unidas ha pedido una investigación «rápida… imparcial y efectiva» de la matanza, afirmando que ha registrado al menos catorce incidentes de fuerzas israelíes disparando o bombardeando a personas que se reunían para recibir ayuda humanitaria desesperadamente necesaria en los últimos dos meses, y que la mayoría de estos incidentes se saldaron con víctimas. Se trata de un anuncio sorprendente, dado que Israel intentó primero culpar del incidente a las víctimas por incitar a una «estampida» y después admitió que había abierto fuego, pero sólo para dispersar a la multitud. Ahora, cada vez son más los supervivientes heridos que llegan a los hospitales cercanos con heridas de bala, lo que demuestra que el tiroteo fue deliberado.
La cuestión de cómo suministrar ayuda de forma segura y eficaz a los palestinos de Gaza se hace aún más acuciante a medida que se agrava la amenaza de inanición y desnutrición en el norte de Gaza: según la Organización Mundial de la Salud, diez niños han muerto ya de desnutrición o deshidratación, y sigue habiendo informes de civiles que buscan hojas y hierba, o hacen pan con piensos para sobrevivir.
«Se trata de registros oficiales y, como todos ustedes señalan, exactamente, cabe esperar que las cifras no oficiales sean, por desgracia, más elevadas», declaró Christian Lindmeir, portavoz de la OMS, en un vídeo publicado en X.
«Una vez que los veamos registrados en los hospitales, una vez que los veamos registrados oficialmente, ya será más adelante».
Incluso en los lugares donde hay alimentos, como Rafah, los precios se disparan haciéndolos inaccesibles: un kilo de tomates que antes costaba medio dólar ahora cuesta tres dólares, y es inasequible para la mayoría de las familias.
«Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, luchamos por sobrevivir», declaró a Al Jazeera un hombre de Rafah.
«Luchamos para conseguir agua, para conseguir una barra de pan para nuestros hijos. Estamos agotados, mental y físicamente. Esto es insoportable».
A medida que se acerca el Día Internacional de la Mujer, ONU Mujeres ha señalado que la guerra en Gaza es «también una guerra contra las mujeres», ya que se calcula que 9.000 mujeres palestinas han muerto a manos de las fuerzas israelíes desde octubre, y se espera que una media de 63 mujeres mueran cada día que continúe la guerra.
«A medida que la guerra contra Gaza se acerca a su quinto mes, las mujeres gazatíes siguen sufriendo su devastador impacto», afirmó la agencia en un comunicado el viernes. Según datos de la ONU, las mujeres también tienen más probabilidades que los hombres de tener dificultades para encontrar alimentos, lo que las expone aún más a sufrir hambre y desnutrición.
«Aunque esta guerra no perdona a nadie, los datos de ONU Mujeres muestran que mata y hiere a las mujeres de una forma sin precedentes».
Israel se prepara para un día de protestas, Hamás afirma que hay cautivos israelíes muertos en el reciente asalto israelí a Gaza
Israel se prepara para una jornada de protestas, mientras los manifestantes antigubernamentales piden nuevas elecciones y las familias de los rehenes -y quienes se solidarizan con ellas- siguen exigiendo la liberación de los cautivos israelíes.
Además de la mala gestión general de la guerra por parte del gobierno israelí, una de las razones por las que más israelíes están empezando a protestar contra la guerra en Gaza es que cada vez mueren más rehenes israelíes en los bombardeos. Según el ala militar de Hamás, las Brigadas Qassam, siete cautivos han muerto en ataques israelíes, y tres de ellos han sido identificados. El grupo de resistencia calcula que un total de 70 cautivos israelíes han muerto en bombardeos israelíes desde que comenzó la guerra. Muchos desean saber cuántos cautivos siguen vivos y tener la seguridad de que sus seres queridos se encuentran entre ellos.
Mientras tanto, continúan las incursiones israelíes por Cisjordania, y los jóvenes palestinos que intentan resistirse a las incursiones en Arraba, Silat ad-Dhahr, Al-Yalama, Arbouna, Faqqua y Deir Ghazala son recibidos con gases lacrimógenos y balas de goma. Anoche mismo, las fuerzas israelíes dispararon contra Muhammad Murad al-Deek, de 16 años, durante una incursión en la aldea de Kafr Nima; esta mañana ha sucumbido a sus heridas.
Críticas generalizadas al plan de Biden de «lanzar desde el aire» ayuda humanitaria a Gaza
Mientras crece la condena internacional de las acciones de Israel, el presidente estadounidense Joe Biden y la primera ministra italiana Giorgia Meloni se reunieron en la Casa Blanca para hablar de la urgente necesidad de ayuda humanitaria en Gaza, al tiempo que reiteraban el derecho de Israel a la «autodefensa».
Mientras que el presidente estadounidense Joe Biden ha anunciado recientemente un plan para lanzar ayuda humanitaria desde el aire a Gaza, David Harden, ex director de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional ha criticado este plan como «ineficaz» en la práctica, y un símbolo de la administración Biden tratando de «empapelar un fracaso masivo.»
«Estados Unidos tiene la palanca para hacer que los israelíes abran [los pasos fronterizos]», declaró a Al Jazeera, señalando que el lanzamiento aéreo a gran altitud propuesto podría en realidad causar más caos y daño a la gente sobre el terreno.
«Así que el hecho es que Estados Unidos tiene la capacidad de obligar a Israel a abrir más ayuda a este enclave tan pequeño, y al no obligar a los israelíes a hacerlo, estamos poniendo en peligro nuestros activos y a nuestra gente».
Oxfam se ha hecho eco de estas críticas y preocupaciones, señalando que en lugar de lanzamientos indiscriminados e ineficaces de ayuda humanitaria en Gaza, Estados Unidos debería cortar el flujo de armas a Israel y presionar para conseguir un alto el fuego inmediato y la liberación de los rehenes que ponga fin al conflicto de forma permanente.
Al parecer, las delegaciones israelí y de Hamás tienen previsto reunirse en El Cairo el domingo para celebrar una nueva ronda de conversaciones sobre el alto el fuego. Aunque tanto la Autoridad Palestina como el gobierno de Biden esperan que se llegue a un acuerdo a tiempo para el comienzo del mes sagrado del Ramadán, el 10 de marzo, el gobierno de Biden ha reconocido que «puede que no lo consigamos».
Mientras tanto, en el sur de Líbano, es palpable el temor a una escalada militar a medida que aumentan los ataques israelíes contra Hezbolá, en algunos casos, matando a civiles libaneses.

3. La guerra en Ucrania vista por los comunistas indios

Análisis de dos años de guerra en Ucrania en la revista del CPI(M).

https://peoplesdemocracy.in/

Dos años de guerra en Ucrania
R Arun Kumar
LA guerra en Ucrania ha entrado en el tercer año. Ya se ha establecido sin lugar a dudas que la guerra la libra la OTAN dirigida por Estados Unidos, con Ucrania como único escenario. El propósito de la guerra también está ahora claro: contener a una Rusia asertiva y reforzar la hegemonía del imperialismo estadounidense. Los intereses creados de las fuerzas imperialistas, que están financiando y financian a Ucrania, son la razón del fracaso de los intentos de encontrar una solución diplomática. A pesar de todo el apoyo, debido a los reveses sufridos por Ucrania en el período reciente, el optimismo y el optimismo que se observaba hace un año entre los EE.UU. y sus aliados está ausente hoy en día.
IMPACTO DE LA GUERRA
La guerra en Ucrania tuvo repercusiones en todo el mundo. La subida de los precios de los alimentos y el combustible y la elevada inflación están afectando a la vida de millones de personas. El rápido aumento de las tasas de inflación en muchos países ha superado el crecimiento de los salarios y ha desencadenado una crisis del coste de la vida. Ha afectado negativamente a la salud y el bienestar de la población, en particular de los sectores más pobres de la sociedad.
Aparte de los países de Europa, muchas economías en desarrollo y emergentes de todo el mundo, sobre todo en África, dependen de los alimentos y el combustible producidos en Ucrania y Rusia. Con la guerra, se enfrentan a dificultades para abastecer y alimentar a su población, lo que se traduce en un aumento de los niveles de hambre. Del mismo modo, la subida de los precios del combustible está teniendo un efecto espiral que está provocando un aumento de los costes de producción, almacenamiento y transporte. En los climas más fríos, los costes de calefacción han crecido exponencialmente. En muchos países de Europa, la gente se ve obligada a apagar sus calefacciones y sufrir el frío cortante.
Por supuesto, hay países y empresas que se han beneficiado de la guerra. El país que más se ha beneficiado de la guerra es Estados Unidos. Ha sacado provecho de la situación vendiendo armas, petróleo y gas a precios elevados en todo el mundo. Las grandes compañías petroleras estadounidenses han aprovechado las sanciones a Rusia para aumentar su presencia en el mercado. Han intentado sustituir el gas y el petróleo rusos en muchos países europeos, a menudo a costes mucho más elevados. Los accionistas de las cinco mayores compañías de petróleo y gas del mundo obtuvieron unos beneficios récord de 209.000 millones de dólares y distribuyeron 102.000 millones en forma de dividendos y recompra de acciones en 2022. Del mismo modo, las corporaciones de cereales alimentarios de Estados Unidos, Australia y Europa aprovecharon las sanciones y la interrupción del suministro causadas por la guerra para su expansión y sus ganancias.
La otra gran industria que se ha beneficiado de la guerra es la industria de defensa. Según los medios de comunicación, desde febrero de 2022, las acciones de cinco de los principales contratistas de defensa estadounidenses y europeos han subido. Estas empresas -las europeas BAE Systems, Thales y Rheinmetall, y las estadounidenses Lockheed Martin y Northrop Grumman- han suministrado armas para el campo de batalla en Ucrania o han firmado acuerdos para hacerlo. BAE Systems declaró unos beneficios de 3.300 millones de dólares en 2023, un 8% más que en 2022; Saab, uno de los principales contratistas de defensa de Suecia, registró un crecimiento del 30% en sus beneficios el año pasado, un máximo histórico. Lockheed Martin y Rheinmetall también han informado de un aumento de sus beneficios en el tercer trimestre de 2023, debido a la creciente demanda de sus armas y municiones. El afán por armarse y por armar a Ucrania ha provocado un aumento del gasto en defensa en la mayoría de los países. El gasto mundial en defensa aumentó un 9% en 2023 y alcanzó la asombrosa cifra de 2240.000 millones de dólares en 2023.
¿QUIÉN FINANCIA A UCRANIA?
Hasta la fecha, 47 países han proporcionado ayuda militar a Ucrania. Estados Unidos es, con diferencia, el país que más financia, seguido de la UE. Desde febrero de 2022, Ucrania se ha convertido en el principal receptor de ayuda exterior estadounidense, la primera vez que un país europeo ocupa el primer puesto desde el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial. En los dos últimos años, la administración Biden había concedido a Ucrania unos 75.000 millones de dólares en ayuda, de los cuales el 62% correspondía a asistencia militar. Estados Unidos ha suministrado armamento avanzado, como carros de combate Abrams, misiles antiaéreos, buques de defensa costera y sistemas avanzados de vigilancia y radar. Había prometido entregar aviones de combate F-16 para mediados de 2024. Estados Unidos incluso había suministrado a Ucrania municiones de racimo prohibidas por muchos países. Ahora la administración Biden está negociando duramente con el Congreso estadounidense, dominado por los republicanos, para que le permita transferir 61.000 millones de dólares adicionales a Ucrania para apuntalar sus esfuerzos bélicos.
Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, tiene claro que si el apoyo occidental se agota o afloja, conduciría a la derrota de Ucrania. En relación con el estancamiento de la ayuda estadounidense, declaró: «Nuestra posición en el campo de batalla será más débil sin ella». Afirmó que Europa no puede sustituir la ayuda de Estados Unidos y que si el Congreso estadounidense no aprueba el proyecto de ley que permite la ayuda de 61.000 millones de dólares, «me preguntaré en qué mundo estamos viviendo». Suplica a Estados Unidos que no traicione a Ucrania. La traición no es algo nuevo para Estados Unidos, ya que es conocido por empujar a los países a librar sus batallas y abandonarlos cuando la situación se vuelve contraproducente.
Halcones como David Cameron, en su nuevo avatar de ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, y la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, intentan despertar emociones y movilizar recursos para Ucrania exagerando la amenaza de Rusia. Si no se detiene la agresión de Putin, esto afectará a todos los Estados de Estados Unidos». Temen que «una victoria rusa envalentonaría a los aspirantes a la hegemonía estadounidense, como China».
Que estos supuestos países democráticos liberales no sienten ningún amor por Ucrania, sino que sólo se preocupan por sus intereses, queda claro cuando leemos la entrevista de David Arakhamia, líder del partido «Siervo del Pueblo», al que también pertenece Zelensky. Afirmó (noviembre de 2023) que la guerra podría haber concluido en la primavera de 2022, de no ser por la intervención del entonces primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson. El acuerdo de paz con Rusia estaba listo para ser firmado tras las conversaciones entre ambas partes en Estambul en 2022. Fue entonces cuando Johnson visitó Kiev e intervino en contra del acuerdo. «Boris Johnson visitó Kiev y dijo que no firmáramos nada con los rusos y que ‘nos limitáramos a luchar'», declaró Arakhamia.
Empujados a una guerra que no les beneficia, los ucranianos están sufriendo. Las fuerzas neonazis que controlan Ucrania están engañando a la población de su país. Rusia está machacando lentamente a las fuerzas ucranianas en la guerra de desgaste. Todo el armamento avanzado suministrado por Estados Unidos y sus aliados a Ucrania no es rival para la potencia de fuego rusa. La tan esperada «contraofensiva» lanzada el verano pasado se desvaneció espectacularmente, sin lograr ningún avance importante ni hacer mella en las defensas rusas. Rusia está haciendo retroceder lentamente la línea del frente ucraniano. La reciente victoria rusa en la ciudad crucial de Avdeevka abre toda la región de Donetsk.
La guerra en Ucrania tampoco ha beneficiado a Rusia. Aunque la economía rusa se ha resentido, el aumento de los gastos de defensa y los costes de la guerra han contribuido al «keynesianismo militar». A corto plazo está resultando eficaz, aunque podría no serlo a largo plazo. Las sanciones económicas que le han impuesto Estados Unidos y sus aliados están resultando ineficaces debido a la fortaleza de la economía rusa. Un interesante estudio descubrió que el 95% de los 2.800 componentes extranjeros encontrados en las armas rusas en el campo de batalla desde que comenzó la guerra eran occidentales y la mayoría de ellos (70%) procedían de Estados Unidos. Esto demuestra explícitamente el fracaso de las sanciones como arma para debilitar a Rusia. Además, las exportaciones rusas como petróleo, gas, carbón, uranio y titanio impulsan las principales economías mundiales. Países emergentes como China, India, Brasil y Sudáfrica eluden las sanciones y siguen comerciando con Rusia.
Así pues, a pesar de todas las bravuconadas de Estados Unidos y sus aliados, se dan cuenta de que están en el bando perdedor en Ucrania. Sólo les quedan dos opciones: seguir inyectando miles de millones de dólares en una causa perdida, mientras buscan un plan de salida; o enfrentarse directamente a Rusia.
El presidente de Francia, Macron, abogó por el despliegue directo de tropas de la OTAN en Ucrania. Su sugerencia fue descartada de inmediato por el canciller alemán Olaf Scholz. Incluso Estados Unidos y Reino Unido desestimaron la propuesta de Macron. Ninguno de ellos quiere arriesgarse a una confrontación directa con Rusia, que sin duda se saldría de control. La gente no apoyaría tal confrontación, ya que hay un creciente cansancio de la guerra y un desvanecimiento del apoyo a Ucrania.
Una encuesta reciente realizada en 12 países europeos por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) descubrió que se había instalado un cansancio generalizado de guerra entre la gente. La mayoría (52%) quiere que se presione a Ucrania para que acepte una solución negociada. Sólo el 10% cree que Ucrania podría ganar la guerra, mientras que el doble cree en una victoria rusa. Este parece ser el estado de ánimo incluso en Estados Unidos, donde la mayoría de la gente cree que es un despilfarro gastar tantos miles de millones en Ucrania. El 55% de los estadounidenses afirmó en una encuesta de la CNN que el Congreso no debería autorizar fondos adicionales para apoyar a Ucrania. Es este sentimiento popular el que capta Trump, que está haciendo campaña contra las propuestas de Biden para seguir ayudando a Ucrania. El «miedo» a que Estados Unidos abandone Ucrania se está volviendo más realista cada día que pasa.
La guerra no beneficia a nadie, ni a Ucrania ni a Rusia, ni al pueblo de Estados Unidos y sus aliados. Sólo beneficia a la industria militar y a otras grandes corporaciones que se aprovechan de las ansiedades y necesidades de la gente.
La gente sólo se beneficiaría si se pusiera fin inmediatamente a la guerra. Debe darse prioridad inmediata a las negociaciones y a la resolución diplomática. Putin, en una entrevista reciente, ha expresado su voluntad de negociar, mientras que Zelensky, cegado por sus amos imperialistas, no está dispuesto. La opinión pública debe movilizarse para empujar a ambas partes a negociar y bajar el telón de este sórdido asunto: la guerra.

4. Los bárbaros del norte

Parece que los alemanes nunca aprenden. https://www.aljazeera.com/

La cultura de la memoria alemana, los sionistas antisemitas y la liberación palestina
La tan alabada «cultura de la memoria» alemana es pura propaganda vacía y autocomplaciente.
Rachael Shapiro,
activista judía antisionista residente en Berlín. Publicado 1/3/2024
Soy una activista judía solidaria pro Palestina originaria de la zona de Nueva York y afincada ahora en Berlín. Mi abuela era una superviviente del Holocausto de Colonia que huyó a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial a la edad de 16 años. Sus padres y gran parte de su familia fueron asesinados durante el Holocausto. Regresé» a Alemania hace unos cinco años, una decisión nacida en gran parte del deseo de sanación intergeneracional para mí y para mi abuela, que estaba viva en aquel momento. Aprendí alemán y pude hablar con ella en su lengua materna en los últimos años de su vida. Le conté historias sobre mi vida en Alemania, conoció a algunos de mis amigos y se sintió agradecida por el modo en que el país y sus gentes habían evolucionado y expiado su horrible historia.
Me alegro de que muriera antes de que yo tuviera la oportunidad de darme cuenta de que se trataba de una ilusión ingenua e idealista.
En los últimos años, a medida que me he ido educando, me he vuelto activa en el movimiento por la liberación palestina y me he ido liberando del condicionamiento sionista extremo y del lavado de cerebro incorporado a la estructura de mi educación, mi aprecio por la «Erinnerungskultur» («cultura de la memoria») alemana se ha ido convirtiendo en la constatación de que todo el concepto es pura propaganda vacía y autocomplaciente. Se basa en el desplazamiento intencionado y racista del antisemitismo y la responsabilidad por el Holocausto de los alemanes que lo perpetuaron a los árabes, los musulmanes y, sobre todo, los palestinos, a los que ahora demonizan y convierten en chivos expiatorios para desviar y distraer la atención.
Un documental de 1985, Ma’loul Celebrates Its Destruction, relata la destrucción de pueblos enteros durante la Nakba de 1948. En él, un entrevistador le dice a un palestino desplazado: «Pero mataron a seis millones de judíos». Su legítima respuesta es: «¿Yo los maté? Los que los mataron deben rendir cuentas. Yo no he matado ni una mosca». El hecho de que una verdad tan fundamental haya quedado tan profundamente enterrada en el lenguaje de la «complejidad» y el «conflicto» es un testimonio del compromiso y la amplitud de la narrativa imperialista difundida por Israel, Estados Unidos y Alemania (y Occidente en general). Mientras tanto, más del 90% de todos los incidentes antisemitas en Alemania son atribuibles a la extrema derecha, a pesar de los esfuerzos desenfrenados de los medios de comunicación por ignorar las estadísticas, sesgar la realidad de la violencia y el racismo dirigidos contra los palestinos y disfrazar la verdadera apatía hacia la llamada «lucha contra el antisemitismo».
Mientras que los incidentes reales de antisemitismo quedan en gran medida impunes, quienes nos solidarizamos con Palestina estamos acostumbrados a la violencia, la represión y la vigilancia brutales y autorizadas por el Estado por parte de la policía y el gobierno alemán en respuesta a protestas y boicots pacíficos. Esto se ha intensificado masivamente desde que comenzó el genocidio en Gaza en octubre, regularmente bajo el pretexto de acusaciones de antisemitismo y «Judenhass» («odio a los judíos»). En consecuencia, nos comprometemos a seguir siendo ruidosos y visibles, incluso mediante nuestro rechazo a ser excluidos de la lucha contra el fascismo creciente y el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD).
El 3 de febrero, asistí a una manifestación anti-AfD en Berlín como parte del bloque pro-palestino con el grupo marxista revolucionario Sozialismus von Unten («Socialismo desde Abajo»), en el que soy miembro activo. Tenía bastante miedo de ir a esta protesta después de las experiencias violentas, racistas y perturbadoras de mis compañeros palestinos y pro-palestinos en las protestas contra la AfD en las últimas semanas. La gente que protestaba contra la AfD mostrando solidaridad con Palestina ha sido despiadadamente acosada, atacada, denunciada a la policía y desalojada violentamente tanto por manifestantes como por policías en toda Alemania.
En general, el ambiente era positivo, y parecía haber más solidaridad tangible en comparación con las manifestaciones anteriores. Yo estaba de pie con un cartel que decía: «Juedin gegen die AfD und Zionismus, fuer ein freies Palaestina» («Judío contra la AfD y el sionismo, por una Palestina libre»). Repartimos octavillas animando a una movilización estratégica y sistemática contra la AfD. Hablamos a los manifestantes sobre el vínculo entre la lucha contra el fascismo y la lucha por la liberación de Palestina. Explicamos que los palestinos en Palestina están sufriendo actualmente bajo las políticas fascistas contra las que nos manifestamos en Alemania, y en Alemania, los palestinos y aquellos que se solidarizan con ellos ya están experimentando la infracción concreta y la negación de los derechos humanos fundamentales (libertad de palabra, libertad de expresión, libertad de reunión). Hicimos hincapié en la importancia de la solidaridad internacional incondicional.
Algunos se mostraron cautelosos a la hora de comprometerse, aparentemente por temor a ser considerados antisemitas, pero muchos se mostraron curiosos, interesados y abiertos a aprender. Por mucho que los principales medios de comunicación hayan tratado de distorsionar y tergiversar las noticias sobre el genocidio en curso en Gaza, una encuesta reciente mostró que entre los votantes alemanes, sólo el 25% respondió afirmativamente cuando se les preguntó si creen que los ataques de Israel contra Gaza están justificados; el 61% cree que no lo están. Este último grupo estaba claramente representado en la manifestación.
Al cabo de una hora, entré en contacto con un representante del 25 por ciento de ese sondeo. Un hombre alemán de edad avanzada y expresión agresiva se acercó a mí, se detuvo frente a mí y medio gritó: «Entonces, ¿cuáles cree que son las similitudes entre la AfD e Israel?». Me di cuenta de que no tenía intención de entablar una conversación razonable, pero aun así empezé a intentar explicarme. Tras unas pocas palabras, puso los ojos en blanco y me escupió.
Es difícil describir el particular tono de rojo que vi, lo agrio de la sangre que bombeaba a mi cabeza, la amargura de la furia en mi lengua. Se parecían a los rostros sin vida de mis bisabuelos a merced de los nazis, deportados y asesinados en el gueto de Varsovia, como han aparecido en mis sueños desde que era niño. Se sentía como la ferocidad con la que defenderé incondicionalmente la resistencia palestina, el derecho de todo pueblo a resistir a su opresor en cualquiera de sus formas, hasta mi último aliento. Sabía a la rabia y la incredulidad que han hervido en las comisuras de todos nuestros labios mientras gritábamos a pleno pulmón viendo cómo el mundo observaba pasivamente la matanza de hombres, mujeres y niños palestinos durante más de cuatro meses y medio, en silencio, cómplices y acompañados por el eco implacable de más de 75 años de ocupación, apartheid, robo, limpieza étnica, mentiras, deshumanización e injusticia imperdonable.

Corrí detrás del hombre, gritándole que mi familia había sido asesinada por culpa del fascismo durante un genocidio, a lo que él respondió escupiéndome de nuevo.
Me provocó: «¿Tú qué sabes? La AfD es un partido fascista. ¿Qué tiene eso que ver con Israel?». Empecé a decir lo obvio – «Israel está cometiendo un genocidio en Gaza mientras hablamos…»- pero no terminé la frase antes de que me escupiera a la cara por tercera vez.
Como estaba temblando, indignada y asqueada, mi comentario final fue: «Usted es claramente un antisemita». Hasta ese momento, se había mostrado condescendiente y lleno de desprecio, pero (como yo sabía que ocurriría) este último disparo le hizo estallar en una furia ciega. Cuando me di la vuelta y me alejé, gritó: «¿QUÉ me has dicho?»
Hace poco, un amigo me dijo: «Los alemanes nunca perdonarán a los judíos por el Holocausto». Estas palabras han retumbado en mis oídos y se han posado en mi pecho sin ningún lugar concreto al que ir, una verdad dura y fea en el núcleo de la sociedad alemana que refleja con precisión mi experiencia viviendo en ella. Es desconcertante, cómica y precisa.
Desde los neonazis de la AfD hasta los izquierdistas «antialemanes» que dicen combatir el antisemitismo alemán apoyando obsesiva e incondicionalmente el sionismo, muchos de los alemanes de hoy rebosan de rabia reprimida hacia los judíos. Sean o no conscientes de ello, esto se manifiesta de forma rotunda en la profunda e histérica hipocresía de una reacción como la del hombre de la manifestación: escupir en la cara a una persona judía por oponerse al fascismo y al genocidio basándose en su relación personal y generacional con el fascismo y el genocidio y enfurecerse al ser identificada como antisemita en consecuencia.
Esta furia es aparentemente una reacción a la «injusticia» de que los alemanes tengan que arrepentirse de las acciones de sus antepasados, algo por lo que han sido ampliamente celebrados en la escena mundial. El resentimiento adopta la forma de estrechez de miras e intolerancia: Los únicos conceptos aceptables de judaísmo, pueblo judío y «vida judía» son los que ellos mismos, alemanes no judíos, suscriben explícitamente. (Véanse los «comisionados contra el antisemitismo» que dicen representar los intereses del pueblo judío en Alemania, ninguno de los cuales es judío ni experto en ningún campo relevante o relacionado). Para muchos alemanes, el único judaísmo aceptable es el sionismo, que en realidad no es ningún tipo de judaísmo. Cuando se ven obligados a enfrentarse a perspectivas que entran en conflicto con esta narrativa tóxica o con un judaísmo que no se ajusta a lo que ellos entienden por tal, su ira aflora violenta y explosivamente. Los «antialemanes» instrumentalizan hasta el extremo la fetichización de los judíos a través de su sionismo obsesivo, encabezando agresivas campañas de odio y calumnias contra quienes no comparten sus puntos de vista (incluidos los judíos antisionistas). Cómo se atreve alguien, sobre todo los judíos, a poner en duda la autoridad de los alemanes a la hora de definir y relacionar el judaísmo, el antisemitismo y el genocidio.
La enfermiza colaboración de décadas entre Israel y Alemania y la afirmación generalizada de que la seguridad de Israel es la «razón de Estado de Alemania» («Staatsraeson»), que defiende la socialización sionista en aras de fines políticos racistas, ha creado una atmósfera de miedo, vergüenza, culpa y, en última instancia, fariseísmo que impregna gran parte de la sociedad alemana. Castiga las preguntas, disuade de la educación y sofoca la necesaria comprensión del judaísmo como una cultura amplia, diferenciada e históricamente diaspórica que existió mucho antes del sionismo – y existirá mucho después.
Esta designación de todos los judíos y de todo el judaísmo como una única entidad uniforme, que necesariamente habla el mismo idioma (hebreo moderno), sostiene los mismos valores (sionismo) y comparte una cultura idéntica (que en Alemania debe ser determinada por los alemanes), es, de hecho, la definición precisa de la segregación racial antisemita y nazi y de la retórica de la otredad y la deshumanización que emplearon a su servicio. La concepción rígida e inherentemente antisemita de los judíos como un pueblo indiferenciado «nativo» de una tierra, caracterizada por el movimiento nacionalista sionista colono-colonial, no ha hecho sino continuar la obra de Hitler. Ha borrado el judaísmo secular de Europa. Ha erradicado el yiddish, el ladino, el judeo-árabe, el judeo-persa y otras lenguas hebraicas. Ochenta años después del Holocausto, ha conseguido mantener la visión de los judíos como un monolito, una molestia extranjera separada de la sociedad alemana, cuyo intento de aniquilación puede aprovecharse ahora para justificar la aniquilación de otro grupo.
En Alemania se ha transmitido durante generaciones la tradición de vigilar a los judíos, que, como en el caso del hombre de la manifestación anti-AfD, gira no sólo en torno a una definición establecida y homogénea de los judíos, sino, lo que es más importante, también en torno al derecho y la obligación exclusivos de los alemanes de dictarla.
¿Qué nos queda entonces? Creo que podemos verlo en nuestra estadística antes mencionada. La mayoría de los alemanes saben, a pesar de lo que han sido educados y condicionados a creer, que, como mínimo, lo que está ocurriendo en Gaza está mal. Muchos se dan cuenta de que falta algo significativo y evidente en la narrativa dominante sobre el antisemitismo, Israel y Palestina. Me atrevería a decir que la mayoría de los que se manifiestan en las calles contra la AfD lo hacen porque realmente quieren estar en el lado correcto de la historia. Mientras tanto, lo que en realidad es una minoría es simplemente más ruidosa, más enfadada y más visible al propagar su racismo antiárabe, antimusulmán y antipalestino, su antisemitismo y sus opiniones a favor del genocidio y, al ser así, intimidan al resto para que guarden un dócil silencio.
Nadie en los principales medios de comunicación alemanes ha informado sobre mi experiencia en la protesta contra AfD. Dado el contexto cultural, no es ninguna sorpresa. Pero poner de relieve esta hipocresía y las narrativas imperantes, cada vez más destructivas, ilustradas por un incidente de este tipo representa una poderosa oportunidad para la educación y el empoderamiento. Poner de manifiesto las causas profundas y el trasfondo social de este momento las hace accesibles y necesarias para todos. Dado que son tantos los que están saliendo a la calle, es nuestra responsabilidad armarlos con los hechos como combustible, para que cada persona pueda alzar su voz y saber con decisión a favor de qué habla y en contra de qué habla. Continuaremos -con más determinación que nunca- en la lucha por una Palestina libre y en la movilización de este modo contra el racismo, el sionismo, el antisemitismo (real), el fascismo y el genocidio. Lo repetiremos una y otra vez hasta que el ritmo de nuestras palabras se convierta en el latido de una sociedad que intenta sofocar nuestra resistencia, pero que al final fracasará en el intento: Nunca más significa nunca más para nadie.

5. Tres grandes «desconocidas».

Imagino que a vosotros, por lo menos, el nombre sí que os sonará… 🙂 Interesante entrevista sobre las principales empresas estatales fósiles y la necesidad de una ruptura civilizatoria.

https://www.elsaltodiario.com/

Mickaël Correia: “La transición energética es un mito, lo que necesitamos es una ruptura civilizatoria”

Los nombres de las tres mayores responsables de la crisis climática son desconocidos por el gran público. El periodista Mickaël Correia pone el foco en las estrategias de Saudi Aramco, Gazprom y China Energy para perpetuar el capitalismo fósil.

Pablo Rivas Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo

2 mar 2024

Aunque a la mayoría no les suene el nombre, son las tres mayores emisoras de gases de efecto invernadero sobre el planeta. Saudi Aramco, la empresa más rentable en 2022, suministra en torno al 10% del petróleo global. Gazprom, la niña bonita de Putin que da oxígeno en forma de rublos a la economía rusa, controla el 15% de las reservas de gas fósil del planeta. Y China Energy, la gran campeona del carbón global, está haciendo lo que a mucha gente le sorprenderá en 2024: construye centrales térmicas de baja eficiencia movidas por el mineral negro como si no hubiese mañana a lo largo de Asia y África.

Mickaël Correia, periodista francés especializado en crisis climática, ha recopilado sobre el papel la estrategia de estas tres contaminadoras globales para perpetuar su negocio climaticida otorgándolas un calificativo que aparece en el propio título del libro, Criminales climáticos (Altamarea, 2024), con un subtítulo no menos directo: Las multinacionales que arrasan el planeta.

Cien empresas son responsables del 71% de las emisiones desde 1988. Todas de la industria fósil. En 2023, las tres principales petroleras del planeta, precisamente las tres en las que centras tu libro, siguen aumentando beneficios y emisiones. ¿Existen herramientas reales para frenar a los grandes contaminadores globales?

Los grupos empresariales dedicados a los combustibles fósiles dicen que simplemente responden a la demanda. Pero la demanda en sí no legitima lo que se comercia. Nuestras sociedades demandan armas, drogas y medicamentos. Y nos parece normal legislar sobre ello para imponer cuotas o incluso prohibir su uso. Cuando una petrolera afirma que sólo responde a la demanda, oculta todas las herramientas políticas que ya existen y que podrían debatirse para sacarnos del desastre actual.

Así que, sí, disponemos de herramientas de limitación y regulación (dos palabras tabú en la lógica neoliberal que sustenta nuestro mundo actual) que podemos movilizar. En primer lugar, a escala internacional. Desde la primera COP en 1995, las emisiones mundiales no han dejado de aumentar irremediablemente. Hay que cuestionar la utilidad misma de estas reuniones. Hemos visto en la COP28 de Dubai que no es el lugar para acabar con las energías fósiles. Las COP no cuestionan las reglas de la globalización económica y financiera desenfrenada que está en el origen de la catástrofe climática. Al contrario, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y otros acuerdos bilaterales imponen normas vinculantes y sanciones que protegen la economía globalizada. En resumen, durante los últimos 30 años, la legislación internacional sobre comercio e inversiones ha primado sobre la emergencia climática.

La solución urgente sería empezar por desmantelar y renovar democráticamente estas instituciones neoliberales y las normas que rigen la globalización para obligar a los países y a los gigantes del petróleo, el gas y el carbón a respetar sus compromisos climáticos, so pena de sanciones.

Después, a escala nacional, se podrían aplicar otras herramientas reguladoras para organizar la sobriedad de manera justa sin afectar a los más vulnerables: imponer cuotas de emisión y producción a las empresas so pena de sanciones económicas, imponer planes climáticos validados por las autoridades medioambientales y la sociedad civil, nacionalizar las partes de exploración de petróleo y gas de las multinacionales para hacer la transición energética que estas empresas no quieren hacer.

Herramientas no faltan, lo que falta es voluntad política…

China es el gran mercado de gas futuro, en el que se está apoyando Rusia y Gazprom, y es la gran constructora de centrales de carbón en la actualidad, principalmente en Asia meridional y África. Su presidente, Xi Jinping, sin embargo, no deja de hablar de la nueva “civilización ecológica” que quiere construir. ¿Se puede confiar en China para frenar la crisis climática?

En primer lugar, no hay que olvidar que muchos países del Norte, sobre todo europeos, emiten menos gases de efecto invernadero desde los años 90, puesto que ya no disponen de instalaciones de producción, ya que muchos bienes de consumo se fabrican ahora en Asia, sobre todo en China. En resumen, Europa ha exportado parte de sus emisiones a China.

China es también una contradicción: es un país que sigue construyendo centrales eléctricas de carbón, pero al mismo tiempo es el campeón mundial en capacidad instalada de energía eólica y solar.

En resumen: tendremos que trabajar con China para frenar la crisis climática porque es el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, con casi una quinta parte de la población mundial. Pero también nos enfrentamos a un país que se precipita por la autopista del capitalismo industrial, un sistema que está en la raíz del actual caos climático.

En Europa parece que se ha entendido —con notables excepciones— que el carbón ha de desaparecer. En África y Asia, por el contrario, no sucede lo mismo: en el sudeste asiático el consumo de carbón se ha multiplicado por cinco en la última década. ¿El carbón ha vuelto? O más bien, ¿se fue alguna vez?

Existe la fantasía de que la madera fue sustituida por el carbón, luego que el carbón fue sustituido por el petróleo y que ahora tenemos que sustituir el oro negro por la energía verde.

Pero, como cuenta el historiador francés Jean-Baptiste Fressoz, sólo para extraer carbón, los ingleses utilizaban en el año 1900 más madera de la que quemaban en 1750. Lo mismo ocurre con el petróleo: en los años 30, para fabricar un coche hacían falta unas siete toneladas de carbón, es decir, tanto peso como el petróleo que quemaba durante su vida útil. El planeta nunca ha consumido tanto carbón, y nunca ha desaparecido. Las fuentes de energía no se han sustituido una tras otra, se han sumado. La transición energética es un mito, lo que realmente necesitamos es una ruptura civilizatoria.

Saudi Aramco fue la empresa más rentable en 2022 y la riqueza petrolera saudí es la clave de la alianza entre una de las naciones más integristas y que menos respeta los derechos humanos del planeta con la gran superpotencia de las últimas décadas, EE UU. ¿Puede haber lucha climática efectiva en este capitalismo globalizado actual?

Lo que yo llamo capitalismo fósil es una estructura de poder en manos de grandes empresas estatales. Aramco fue nacionalizada en 1980 por Arabia Saudí, Gazprom es una empresa que fue comprada por el Estado ruso a partir de los años 2000 gracias al clan Putin, y China Energy fue creada por la fusión de dos empresas estatales bajo la égida del aparato estatal chino.

Estos Estados no dudan en utilizar la violencia para defender los intereses de estos gigantes. Cuando, en 2013, Gazprom perforaba en busca de petróleo más allá del Círculo Polar Ártico, Greenpeace quiso sensibilizar a la opinión pública internacional y desembarcó en el lugar en barco. Su equipo fue detenido por los servicios secretos rusos, que les propinaron una paliza. Algunos estuvieron a punto de ser condenados a años de cárcel. Greenpeace declaró entonces que era el acto más violento cometido contra ellos desde el del Rainbow Warrior en 1986, cuando los servicios secretos franceses colocaron una bomba en su barco enviado para impedir las pruebas nucleares en el Pacífico. Esto demuestra claramente cómo un Estado se pone al servicio de una empresa y de sus intereses.

Además, esta estructura de poder está respaldada por los mayores bancos del mundo. En los últimos siete años, los 60 mayores grupos bancarios han invertido 5,5 billones de dólares en la industria de los combustibles fósiles.

Este capitalismo globalizado de los combustibles fósiles es, por tanto, un triángulo de las Bermudas —gobiernos, empresas, bancos— que está engullendo cualquier intento de combatir el caos climático.

Grupos como Aramco, China Energy o Gazprom directamente trabajan para prolongar nuestra dependencia de los combustibles fósiles. De hecho, las carbon majors no tienen ninguna intención de dejar bajo tierra el 80% de las reservas de carbón, el 50% de las de gas y el 33% de las de petróleo que, según la comunidad científica, habría que dejar sin explotar para frenar la emergencia climática. Lo que provocará esa dependencia hará sufrir y matará, literalmente, a mucha gente. ¿Ves en los llamados litigios climáticos estratégicos, organizados por organizaciones de la sociedad civil, una vía realista de ataque?

En Estados Unidos se está llevando a cabo una importante ronda de litigios contra las grandes compañías petroleras estadounidenses, similar a los litigios contra la industria tabaquera. Una de las acusaciones es que estas empresas saben desde hace más de 50 años que su negocio está destruyendo la habitabilidad del planeta. También en Francia se han emprendido acciones legales en los últimos meses contra TotalEnergies por lavado verde y para exigir indemnizaciones por megaproyectos petrolíferos en Uganda y Yemen. Lo mismo ocurre con Eni en Italia. Así que la soga legal se está tensando cada vez más contra estos industriales de los combustibles fósiles, y está en marcha una batalla legal sobre la cuestión de los daños y la responsabilidad por el desastre.

Pero esto no debe divorciarse del activismo climático para poner a estos grupos fuera del negocio y de la necesaria regulación internacional y nacional de los combustibles fósiles por parte de las autoridades públicas. No se trata de saber qué estrategia es la más adecuada, sino de darse cuenta de que, frente a estos gigantes, hay que desplegar todo un abanico de medidas prácticas para ponerlos de rodillas de una vez por todas.

En general, el gran público ni siquiera conoce los nombres de las principales responsables actuales, como es el caso de Aramco o China Energy, primer y segundo contaminador global. ¿Las millonarias cantidades que la industria invierte en publicidad y greenwashing funcionan a pesar de la abrumadora realidad de la crisis climática?

Lo que me llamó la atención, y este es el punto de partida de mi libro, es que el gran público no está familiarizado con estas tres empresas. Pero eso no se debe en absoluto a su lavado verde. Se debe a una narrativa dominante desde hace más de 30 años, que insiste en la idea de que resolver la crisis climática es una cuestión de disciplina individual. Que hay que cambiar uno mismo para cambiar el mundo. Lo que intento demostrar en mi libro es que el cambio climático no es la consecuencia fatal de nuestra individualidad. Creo que esta ecología de pequeños pasos y pequeños gestos, aunque puede servir de puerta de entrada a la politización para algunos, nos está distrayendo hoy de los verdaderos motores de la conflagración climática. La violencia climática es una cuestión social, al igual que la violencia sexual y la violencia policial. No es un asunto de unos pocos individuos malos.

La crisis climática es el resultado del capitalismo de los combustibles fósiles que han creado y mantenido deliberadamente los gobiernos y las grandes empresas. Lo que tenemos que hacer hoy es adoptar el enfoque opuesto a esta ecología sin enemigo, y poner de relieve las relaciones de dominación y toda la estructura social que ha creado y sigue alimentando la catástrofe climática.

En tu investigación planteas que el plástico y la industria petroquímica son la salida de emergencia si se obliga a las petroleras a reducir su negocio de extracción, distribución y venta de hidrocarburos. Parece que no hay quien les pare. ¿Hay que poner coto y freno a la industria petroquímica si queremos parar la crisis climática?

Los plásticos proceden en un 99% de compuestos fósiles (petróleo o gas), y su demanda sigue disparándose: representan la nueva forma que tienen las industrias basadas en los fósiles de extraer valor del petróleo. Al ritmo actual de producción, el petróleo acabará utilizándose más para fabricar plástico que como combustible para los coches. Los gigantes de los combustibles fósiles no han tardado en reconocerlo: Saudi Aramco y TotalEnergies, por ejemplo, proyectan un gigantesco complejo petroquímico en Arabia Saudí en 2027 para fabricar plásticos a partir del petróleo.

Pero los plásticos son una enorme bomba climática invisible. La industria del plástico se ha convertido en la fuente de gases de efecto invernadero industrial de más rápido crecimiento del mundo. En 2019, la producción e incineración de plásticos había emitido tantos gases de efecto invernadero como un país como Alemania…

Para poner freno a la industria petroquímica, las Naciones Unidas iniciaron en marzo de 2022 una ronda de negociaciones internacionales encaminadas a lograr un tratado internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos para 2025. Pero como demostré en una investigación en París el pasado junio, durante una importante ronda de estas discusiones diplomáticas conté al menos 190 grupos de presión del plástico, entre ellos representantes de petroleras como Exxon Mobil, Shell y TotalEnergies, Coca-Cola —considerada la mayor contaminadora de plástico del mundo— y también Lego, el famoso fabricante danés de juguetes.

Las puertas giratorias son una constante internacional. Del excanciller alemán Schröder como embajador del gas ruso durante años, como cuentas en el libro, a los expresidentes españoles Felipe González o José María Aznar, a sueldo de energéticas y petroleras durante años como consejeros. Quizá prohibir de alguna forma ese tipo de prácticas de lobby podría ayudar.

Sí, las puertas giratorias y los grupos de presión empiezan a ser un problema real. En Francia, hay actualmente una comisión parlamentaria que interroga a diplomáticos franceses, como el actual embajador francés en Kenia, que han ido y venido entre ministerios y TotalEnergies.

Después de que en la COP27 de Egipto se identificara un número récord de grupos de presión a favor de los combustibles fósiles, las ONG consiguieron que la ONU pidiera a los grupos de presión que declararan de qué empresa procedían (a menudo utilizaban asociaciones pantalla o estaban en delegaciones oficiales). En la COP28, celebrada en Dubai el pasado diciembre, se puso de manifiesto que los grupos de presión acuden en masa a estas negociaciones internacionales sobre el clima. En Dubai había más de 2.450 emisarios de Shell, BP y Exxon. Esa cifra es cuatro veces superior a la registrada en la COP27 de 2022.

Prohibir estas prácticas debería ser lo lógico: ¿invitamos a narcotraficantes a congresos mundiales sobre drogadicción?

Como señala el economista Lucas Chacel, la huella de carbono del 1% más rico es ocho veces superior a las del 50% más pobre en el mundo. Y la crisis climática afecta mucho más a tanto a la población con menos recursos como a las naciones más pobres. ¿Una alianza climática de los más desfavorecidos para cambiar las cosas tendría sentido?

Desde el movimiento obrero existe la idea de que estamos sometidos a la violencia directa de los empresarios y en nuestros lugares de trabajo. Así que tenemos que luchar contra esta violencia en la fábrica, el almacén o la oficina, aunque hoy en día sea muy difícil organizarse porque el mundo laboral se ha fragmentado mucho.

Pero también tenemos que pensar en las emisiones de carbono, que son una forma de violencia industrial, pero que se producen indirectamente a través de la atmósfera. Y esta violencia crea una condición común: las olas de calor, las sequías y las inundaciones alimentadas por la crisis climática que vivimos en Europa también las sufren en su territorio los paquistaníes, los brasileños, los somalíes… La lucha contra esta violencia climática puede crear un internacionalismo.

Teniendo en cuenta que los más pobres también tienen más probabilidades de no ser blancos, la catástrofe climática es estructuralmente racista. El legado del extractivismo colonial y del saqueo por parte de los países ricos ha dejado al Sur global sin recursos suficientes para hacer frente al cambio climático. Desde hace más de treinta años, el 97% del total de las personas afectadas por las consecuencias de las catástrofes climáticas se encuentran en los países del Sur. También en el Norte industrial, las infraestructuras de petróleo y gas son las que más están afectando a la población no blanca. En Estados Unidos, los afroamericanos están 1,54 veces más expuestos a la contaminación procedente de los combustibles fósiles que el conjunto de la población.

Ante el aumento de las temperaturas y del fascismo, lo que necesitamos no es una “ecología transparente”, sino una ecología de las relaciones de poder. Una ecología que desmantele las estructuras de poder y las relaciones de dominación social, patriarcal y racista que están en la raíz del caos climático.

6. Entrevista de Escobar a Glazyev

Supongo que aprovechando su reciente estancia en Moscú, Pepe Escobar entrevista a Sergei Glazyev, uno de los expertos que trabaja en el nuevo sistema financiero basado en los BRICS. https://sputnikglobe.com/

El duro camino hacia la desdolarización: Entrevista a Sergei Glazyev
11:16 GMT 28.02.2024 Pepe Escobar

Muy pocas personas en Rusia y en todo el Sur Global están tan cualificadas como Sergei Glazyev, un académico con un papel destacado dentro de la Unión Económica de Eurasia (UEEA), para hablar sobre el impulso, los retos y los escollos en el camino hacia la desdolarización.

Mientras el Sur Global hace un llamamiento generalizado en favor de una verdadera estabilidad financiera; la India, dentro de los 10 BRICS, deja claro que todo el mundo debe reflexionar seriamente sobre los efectos tóxicos de las sanciones unilaterales; y el profesor Michael Hudson sigue reiterando que las políticas actuales ya no son sostenibles, Glazyev me recibió amablemente en su despacho de la CEE para mantener una conversación exclusiva y extensa, que incluyó fascinantes curiosidades extraoficiales.

Estos son los aspectos más destacados, ya que las ideas de Glazyev se están reexaminando y hay grandes expectativas de que el Gobierno ruso dé luz verde a un nuevo modelo de acuerdo comercial, que por el momento se encuentra en las fases finales de puesta a punto.

Glazyev explicó cómo su idea principal fue «elaborada hace mucho tiempo. La idea básica es que una nueva moneda debe introducirse en primer lugar sobre la base del derecho internacional, firmado por los países que estén interesados en la producción de esta nueva moneda. No a través de algún tipo de conferencia, como Bretton Woods, sin legitimidad. En una primera etapa, no todos los países estarían incluidos. Las naciones del BRICS serán suficientes, más la OCS. En Rusia, ya tenemos nuestro propio SWIFT: el SPFS. Tenemos nuestro cambio de divisas, tenemos relaciones de corresponsalía entre bancos, consultas entre Bancos Centrales, aquí somos absolutamente autosuficientes».

Todo eso lleva a adoptar una nueva moneda internacional: «En realidad no necesitamos ir a gran escala. Con el BRICS es suficiente. La idea de la moneda es que haya dos cestas: una cesta son las monedas nacionales de todos los países implicados en el proceso, como el DEG, pero con criterios más claros y comprensibles. La segunda cesta son las materias primas. Si tienes dos cestas, y creamos la nueva moneda como un índice de materias primas y monedas nacionales, y tenemos un mecanismo para las reservas, según el modelo matemático que será muy estable. Estable y conveniente».
Luego queda la viabilidad: «Introducir esta moneda como instrumento para las transacciones no sería demasiado difícil. Con una buena infraestructura, y todos los Bancos Centrales aprobándola, luego depende de las empresas utilizar esta moneda. Debería ser en forma digital, lo que significa que puede utilizarse sin el sistema bancario, por lo que será al menos diez veces más barata que las transacciones actuales a través de bancos y casas de cambio».

La espinosa cuestión de los bancos centrales

«¿Han presentado esta idea a los chinos?»

«La presentamos a expertos chinos, a nuestros socios de la Universidad Renmin. Tuvimos una buena respuesta, pero no tuve la oportunidad de presentarla a nivel político. Aquí en Rusia promovemos el debate a través de ponencias, conferencias, seminarios, pero aún no hay una decisión política sobre la introducción de este mecanismo, ni siquiera en la agenda de los BRICS. La propuesta de nuestro equipo de expertos es incluirlo en el orden del día de la cumbre de los BRICS del próximo octubre en Kazán. El problema es que el Banco Central ruso no está entusiasmado. Los BRICS sólo han decidido un plan operativo para utilizar las monedas nacionales, lo que también es una idea bastante clara, puesto que las monedas nacionales ya se utilizan en nuestro comercio. El rublo ruso es la moneda principal en la EAEU, el comercio con China se realiza en rublos y renminbi, el comercio con India e Irán y Turkiye también se pasó a las monedas nacionales. Cada país dispone de la infraestructura necesaria. Si los Bancos Centrales introducen monedas nacionales digitales y permiten su uso en el comercio internacional, también es un buen modelo. En este caso, los criptointercambios pueden equilibrar fácilmente los pagos, y es un mecanismo muy barato. Lo que se necesita es un acuerdo de los Bancos Centrales para permitir que una cierta cantidad de monedas nacionales en forma digital participen en las transacciones internacionales.»

«¿Sería eso factible ya en 2024, si hay voluntad política?»

«Ya hay algunas iniciativas. Por cierto, están en Occidente, y la digitalización la llevan a cabo empresas privadas, no Bancos Centrales. Así que la demanda está ahí. Nuestro Banco Central tiene que elaborar una propuesta para la cumbre de Kazán. Pero esto es sólo una parte de la historia. La segunda parte es el precio. Por el momento, el precio lo determina la especulación occidental. Producimos estas materias primas, las consumimos, pero no tenemos nuestro propio mecanismo de precios, que equilibre la oferta y la demanda. Durante el pánico de Covid, el precio del petróleo cayó casi a cero. Es imposible hacer una planificación estratégica del desarrollo económico si no se controlan los precios de los productos básicos. La formación de precios con esta nueva moneda debería deshacerse de los intercambios occidentales de productos básicos. Mi idea se basa en un mecanismo que existía en la Unión Soviética, en el Comecon. En aquel periodo teníamos acuerdos a largo plazo no sólo con los países socialistas, sino también con Austria, y otros países occidentales, para suministrar gas durante 10 años, 20 años, la base de esta fórmula de precios era el precio del petróleo, y el precio del gas».
Así que lo que destaca es la eficacia de una política a largo plazo, con visión de futuro: «Creamos una pauta a largo plazo. Aquí, en la CEE, estamos estudiando la idea de un mercado común de cambios. Ya hemos preparado un borrador, con algunos experimentos. El primer paso es la creación de una red de información, intercambios en distintos países. Ha tenido bastante éxito. El segundo paso será establecer una comunicación en línea entre las bolsas y, por último, pasar a un mecanismo común de formación de precios, y abrir este mecanismo a todos los demás países. El principal problema es que a los grandes productores de materias primas, en primer lugar las petroleras, no les gusta comerciar a través de las bolsas. Les gusta comerciar personalmente, por lo que es necesaria una decisión política que garantice que al menos la mitad de la producción de materias primas se realice a través de bolsas. Un mecanismo que equilibre la oferta y la demanda. De momento, el precio del petróleo en los mercados extranjeros es «secreto». Es una especie de pensamiento de la época colonial. Cómo hacer trampas’. Debemos crear una legislación que abra toda esta información al público».

El BND necesita una reorganización

Glazyev ofreció un extenso análisis del universo BRICS, basándose en cómo el Consejo Empresarial BRICS celebró su primera reunión sobre servicios financieros a principios de febrero. Acordaron un plan de trabajo; hubo una primera sesión de expertos en fintech; y durante esta semana una reunión de avance puede dar lugar a una nueva formulación -por el momento no hecha pública- que se incluirá en la agenda de los BRICS para la cumbre de octubre.

«¿Cuáles son los principales retos dentro de la estructura de los BRICS en esta próxima etapa de intentar eludir el dólar estadounidense?»

«De hecho, el BRICS es un club que no tiene secretaría. Se lo puedo decir, de una persona que tiene alguna experiencia en integración. Discutimos la idea de una unión aduanera aquí, en el territorio postsoviético, inmediatamente después del colapso. Tuvimos muchas declaraciones, incluso algunos acuerdos firmados por jefes de Estado, sobre un espacio económico común. Pero sólo después de la creación de una comisión se inició el verdadero trabajo, en el año 2008. Después de 20 años de documentos, conferencias, no se hizo nada. Se necesita alguien responsable. En BRICS existe tal organización – el NDB [Nuevo Banco de Desarrollo]. Si los jefes de Estado deciden nombrar al NDB como institución que elabore el nuevo modelo, la nueva moneda, organice una conferencia internacional con el borrador de un tratado internacional, esto puede funcionar. El problema es que el NDB funciona según la carta del dólar. Tienen que reorganizar esta institución para que funcione. Ahora funciona como un banco de desarrollo internacional ordinario en el marco estadounidense. La segunda opción sería hacerlo sin este banco, pero eso sería mucho más difícil. Este banco tiene suficiente experiencia».

«¿Podría la presidencia rusa de los BRICS proponer este año una reorganización interna del NDB?»

«Estamos haciendo todo lo posible. No estoy seguro de que el Ministerio de Finanzas entienda lo serio que es esto. El Presidente lo entiende. Yo personalmente le promoví esta idea. Pero el presidente del Banco Central y los ministros siguen pensando en el viejo paradigma del FMI».

Las sectas religiosas no crean innovación

Glazyev mantuvo una seria discusión sobre las sanciones con el BND:
«Traté este tema con la Sra. Rousseff [la ex presidenta brasileña, que actualmente preside el BND) en el Foro de San Petersburgo. Le entregué un documento sobre el tema. Se mostró bastante entusiasmada y nos invitó a venir al BND. Pero después no hubo seguimiento. El año pasado todo fue muy difícil».

En cuanto a los BRICS, «el grupo de trabajo sobre servicios financieros está debatiendo sobre reaseguros, calificación crediticia, nuevas divisas en fintech. Eso es lo que debería estar en la agenda del NDB. La mejor posibilidad sería una reunión en Moscú en marzo o abril, para debatir en profundidad toda la gama de cuestiones del mecanismo de liquidación de los BRICS, desde el más sofisticado al menos sofisticado. Sería estupendo que el NDB se apuntara a ello, pero tal y como están las cosas existe un abismo de facto entre los BRICS y el NDB».

El punto clave, insiste Glazyev, es que «Dilma debe encontrar tiempo para organizar estas discusiones a alto nivel. Se necesita una decisión política».

«¿Pero esa decisión no tendría que venir del propio Putin?».

«No es tan fácil. Hemos oído declaraciones de al menos tres jefes de Estado: Rusia, Sudáfrica y Brasil. Dijeron públicamente ‘es una buena idea’. El problema, una vez más, es que aún no existe un grupo de trabajo. Mi idea, que propusimos antes de la cumbre de los BRICS en Johannesburgo, es crear un grupo de trabajo internacional que prepare en las próximas sesiones el modelo, o el borrador, del tratado. Cómo pasar a las monedas nacionales. Esa es ahora la agenda oficial. Y tienen que informar sobre ello en Kazán [para la cumbre anual de los BRICS]. Hay algunas consultas entre los Bancos Centrales y los Ministros de Finanzas».

Glazyev fue al grano en lo que se refiere a la inercia del sistema: «El principal problema de burócratas y expertos es ‘¿por qué no tienen ideas? Porque asumen que el statu quo actual es el mejor. Si no hay sanciones, todo irá bien. La arquitectura financiera internacional creada por Estados Unidos y Europa es cómoda. Todo el mundo sabe cómo funcionar en el sistema. Así que es imposible pasar de este sistema a otro. Para las empresas será muy difícil. Para los bancos será difícil. La gente ha sido educada en el paradigma del equilibrio financiero, totalmente libertario. No les importa que los precios estén manipulados por especuladores, no les importa la volatilidad de las monedas nacionales, piensan que es natural (…) Es una especie de secta religiosa. Las sectas religiosas no crean innovación».

Ahora súbete a esa bicicleta hipersónica

Volvemos al tema crucial de las monedas nacionales: «Incluso hace cinco años, cuando hablaba de monedas nacionales en el comercio, todo el mundo decía que era completamente imposible. Tenemos contratos a largo plazo en dólares y euros. Tenemos una cultura establecida de transacciones. Cuando era Ministro de Comercio Exterior, hace 30 años, intenté pasar a rublos todo nuestro comercio de materias primas. Discutí con Yeltsin y otros: ‘tenemos que comerciar en rublos, no en dólares’. Eso convertiría automáticamente al rublo en moneda de reserva. Cuando Europa adoptó el euro, me reuní con Prodi y acordamos que nosotros utilizaríamos el euro como moneda y ustedes los rublos. Entonces Prodi vino a verme después de las consultas y me dijo: «He hablado con Kudrin [ex ministro de Finanzas ruso, 2000-2011], no me ha pedido que haga del rublo una moneda de reserva». Eso fue sabotaje. Fue una estupidez».

En realidad, los problemas son profundos, y siguen existiendo: «El problema eran nuestros reguladores, educados por el FMI, y el segundo, la corrupción. Si se comercia con petróleo y gas en dólares, se roba una gran parte de los beneficios, hay muchas empresas intermediarias que manipulan los precios. Los precios son sólo el primer paso. El precio del gas natural en el primer acuerdo es unas 10 veces inferior a la demanda final. Existen barreras institucionales. La mayoría de los países no permiten a nuestras empresas vender petróleo y gas al cliente final. Como no se puede vender gas a los hogares. Sin embargo, incluso en el mercado abierto, bastante competitivo, tenemos intermediarios entre el productor y el consumidor: al menos la mitad de los ingresos se sustraen al control gubernamental. No pagan impuestos».

Sin embargo, existen soluciones rápidas: «Cuando nos sancionaron hace dos años, la transferencia del dólar estadounidense y el euro a las monedas nacionales sólo llevó unos meses. Fue muy rápido».

En cuanto a las inversiones, Glazyev destacó el éxito del comercio localizado, pero los flujos de capital siguen sin llegar: «Los Bancos Centrales no están haciendo su trabajo. El intercambio rublo-renminbi funciona bien. Pero el intercambio rublo-rupia no funciona. Los bancos que guardan estas rupias, tienen mucho dinero, acumulan tipos de interés sobre estas rupias, y pueden jugar con ellas. No sé quién es el responsable de esto, si nuestro Banco Central o el Banco Central indio».
La conclusión clave y sucinta de las serias advertencias de Glazyev es que correspondería al NDB -impulsado por la dirección de los BRICS- organizar una conferencia de expertos mundiales y abrirla al debate público. Glazyev evocó la metáfora de una bicicleta que sigue rodando: ¿por qué inventar una nueva bicicleta? Pues bien, ha llegado la hora -multipolar- de una nueva bicicleta hipersónica.

7. Estados generales en 1945

Una experiencia de «democracia activa» cuando todo parecía todavía posible en la Francia de 1945. https://www.causecommune-

Los Estados Generales del Renacimiento francés (julio de 1945): un experimento inédito de «democracia activa»
Por Michel Pigenet
Rama del CNR, los Estados Generales convocados en julio de 1945 movilizaron a los ciudadanos a nivel de los municipios e incluso, en las ciudades, de los barrios y de las empresas.
Entrevista con Michel Pigenet
CC: Los Estados Generales del Renacimiento son una rama del CNR. ¿Por qué se convocaron?
El 14 de julio de 1945, el desfile militar de la mañana entre Nation y Bastille fue seguido por la tarde por una gran procesión popular entre Concorde y Bastille. A la cabeza, el CNR en pleno, precedido por unos dos mil miembros de los Estados Generales reunidos del 10 al 13 de julio.

¿Un «Estado General» en 1945? La resonancia revolucionaria del título atestigua las referencias y ambiciones de un periodo excepcional. Desde la Liberación, un largo proceso que concluyó con la rendición de Alemania el 8 de mayo de 1945, el país vivía en un estado de provisionalidad. Este término se aplicaba al gobierno dirigido por el General de Gaulle. El gobierno provisional de la República Francesa (GPRF), órgano ejecutivo y legislativo, no tenía que rendir cuentas a nadie. Sin embargo, no podía ignorar al CNR, al que debía parte de su legitimidad patriótica, y a la Asamblea Consultiva, que había creado, pero cuyo nombre resumía sus escasas responsabilidades. El CNR, que oficialmente no ejercía ninguna, no se disolvió, como se le sugirió al día siguiente de la instalación del GPRF en la capital. Aunque reconocía la autoridad del General de Gaulle, actuaba como guardián moral y político en su calidad de representante de las fuerzas vivas de la nación. Pretendía garantizar la aplicación de las profundas reformas previstas en su programa de marzo de 1944.

En este contexto cambiante, la primera alusión a los Estados Generales se produjo el 13 de septiembre de 1944, cuando el Comité de Dirección del Frente Nacional propuso la idea de permitir al pueblo, a falta de elecciones, formular sus expectativas y participar en su realización. La propuesta fue bien acogida. Fue adoptada y programada para el 14 de julio de 1945 por los delegados de los comités departamentales de liberación (CDL), organismos constituidos según el modelo del CNR y convocados como «asamblea nacional» los días 15, 16 y 17 de diciembre de 1944. La decisión fue confirmada el 28 de febrero en una conferencia de los presidentes de los CDL. Sin embargo, aún quedaba todo por organizar. La tarea recayó en el CNR, que decidió los detalles, que fueron transmitidos a los CDL, que los adaptaron y convocaron a los comités locales de liberación (CLL). El éxito de la iniciativa dependía de la movilización de los ciudadanos en las comunas, e incluso en las zonas urbanas, los barrios y las empresas. Cada CLL se encarga, preferentemente en concertación con el ayuntamiento, de distribuir cuestionarios entre sus ciudadanos, a los que se invita a rellenarlos. Una vez recogidos, estos documentos sirven de base para elaborar una lista comunal de «quejas», que se somete a la ratificación de la asamblea popular local, que elige a sus representantes en las asambleas cantonales, de distrito y de departamento. La lista es trasladada a París en julio por delegados designados a razón de uno por cada veinte mil habitantes.
Retrasados por la guerra y perturbados por las elecciones municipales del 19 de abril y el 13 de mayo de 1945, los preparativos de los Estados Generales comenzaron en serio a finales de mayo. A lo largo de los meses, los objetivos y los retos cambian. Aunque el objetivo sigue siendo apoyar al CNR y su programa, la cuestión del esfuerzo de guerra, que hasta entonces había sido primordial, pasa a un segundo plano frente a la de la configuración del «nuevo ejército», mientras que las cuestiones de la depuración, la reconstrucción y las reformas políticas, económicas y sociales siguen estando de actualidad, y el CNR y la Resistencia, la izquierda política y sindical se oponen al general De Gaulle, decidido a limitar los poderes de la futura Asamblea Constituyente. Sin precedentes desde la Revolución, y nunca repetido hasta hoy, el experimento nacional de «democracia activa» fue un acontecimiento sin precedentes. Fundado en un concepto exigente de ciudadanía, pretende convertir al pueblo en protagonista directo de su destino social y político. En este sentido, está vinculado a una larga historia de aspiraciones democráticas y populares, pero también se inscribe en la dinámica de una época que sigue construyéndose sobre las esperanzas suscitadas por la Resistencia y liberadas por su victoria.
CC: Más allá de este experimento innovador, ¿aportarán estos Estados Generales nuevas ideas? Y, por último, ¿por qué se ha olvidado por completo esta experiencia?
El 10 de julio, día de la inauguración de los Estados Generales en París, los delegados se dividieron en diez comisiones temáticas, que iban del «renacimiento industrial y económico» al «progreso social», pasando por la «defensa de la República y la democracia», «el ejército y la nación» y «la juventud»… En los municipios, los cuestionarios eran a veces más variados. En los cuadernos no faltan las peticiones de carreteras asfaltadas, suministro de agua, electrificación o un ayuntamiento, pero rara vez se convierten en un inventario Clochemerlesco. Muchas iban más lejos, incluso muy lejos, hasta los márgenes de la utopía, con toda la confusión y las aproximaciones que ello conllevaba, como el deseo bastante frecuente de «abolir las prestaciones». Las reivindicaciones eran precisas, anticipando reformas sociales próximas o más lejanas. A menudo van más allá, mencionando la jubilación a los 60 años para los hombres y a los 55 para las mujeres y a los asalariados que trabajan en empleos peligrosos, el control sindical de la contratación y los despidos, la indemnización por desempleo, la ampliación de los poderes de los comités de empresa, etc. Además de reiterar las reivindicaciones sindicales, la argumentación se inspiraba más en el humanismo y el socialcristianismo que en el marxismo. Cada vez que se habla de política familiar, del papel de la mujer o de la inmigración, emerge un conservadurismo innegable.
Sin excluir los sesgos inherentes a los procedimientos seguidos, las sociologías locales y el desigual compromiso de los ciudadanos, los cuadernos de trabajo ofrecen una notable visión de las entrañas del país. Lo que se desprende es una voluntad de cambio profundo, en línea con los principios y proyectos de la Resistencia y del CNR, e irreductible únicamente a la influencia del PCF, a pesar del desconocimiento por parte de los comentaristas de lo que muestran los archivos. En su momento y a nivel interno, los comunistas cifraron en cuatrocientos el número de sus camaradas entre los mil ochocientos setenta delegados reunidos en París el 10 de julio de 1945.

Cuatro días después, cientos de miles de parisinos salieron a la calle para expresar sus quejas. Paradójicamente, su éxito sonó su sentencia de muerte. En octubre, los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente llevan a Louis Saillant a concluir que «el programa del CNR está en el poder». Se da la palabra a los partidos en un marco representativo más tradicional. Se pasaba una nueva página, que los Estados Generales habían contribuido a escribir, pero que sufriría para ser comprendida y recordada a causa de su singularidad, y luego a causa de las rupturas de la Guerra Fría.
Michel Pigenet es historiador. Es Profesor Emérito de Historia Contemporánea en la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne.
Entrevista realizada por Baptiste Giron
Cause commune n° 37 – Enero/Febrero 2024

Observación de José Luis Martín Ramos:
Louis Saillant era el presidente del CNR. La cuestión es parecida a la que se plantea en Italia tras el fin de la guerra: ¿la nueva arquitectura institucional del Estado ha de surgir de la resistencia o de la línea que marca la dinámica del gobierno provisional y las elecciones constituyentes? Una pregunta cuya respuesta tenía que ver con quien tenía poder. Tanto en Francia como en Italia los comunistas habían sido pieza fundamental de la resistencia, pero no eran hegemónicos; en Francia había que contar con De Gaulle, en Italia con la Democracia Cristiana, y el poder que está en la punta del fusil estaba en manos de las tropas aliadas, en última instancia de EEUU. No había otra que seguir la línea de compromiso nacional, que ya se había establecido antes entre el CNR y De Gaulle, y en Italia dentro del CLN y entre el CLN y el gobierno Badoglio.

8. Hadash en las elecciones municipales de Israel

Éxito me parece un poco exagerado, y la participación muy baja, pero es cierto que en las elecciones municipales no le ha ido mal a Hadash.

https://www.editoweb.eu/

Éxito electoral de Hadash en Israel
Jueves 29 de febrero de 2024
El martes se celebraron elecciones locales en Israel con la guerra y el genocidio en la Franja de Gaza como telón de fondo.
Hadash, el Frente Democrático por la Paz y la Igualdad, dirigido por el Partido Comunista de Israel (MKI), se presentó en más de 40 localidades, tanto de mayoría judía como árabe.

Artículo y traducción Nico Maury
La participación fue relativamente baja, del 49%, frente al 56,2% de 2018. El contexto de guerra y terror contra los opositores al genocidio en la Franja de Gaza llevó a muchos israelíes a alejarse de las urnas.
Hadash, el Frente Democrático por la Paz y la Igualdad, liderado por el Partido Comunista de Israel (MKI), se presentó en más de 40 localidades, en solitario o en alianza, entre ellas Tel Aviv-Jaffa, Haifa, Beer Sheva, Acre, Ramla, Nof HaGalil y Karmiel. Hadash presentó candidatos jóvenes y listas feminizadas.
Las listas de Hadash estuvieron presentes en muchas localidades árabes: Abu Sanan, Umm Elfaham, Ebalin, Aksal, Taiba, Tira, Mazraa, Ma’ar. Nazareth, Jadida Makr, Jasser al-Zarqa, Daboria, Deir al-Assad, Deir Hana, Sakhenin, Shafaram, Turan, Araba, Ialbon, Kfar Kana, Kfar Yasif, Majd Alkhrom, Nahaf y Yafia. Además, Hadash presentó candidatos a la presidencia de los consejos locales de Beuina Nojidat, Mailia y JalJulia y en 13 municipios.
Según los primeros resultados, Hadash consiguió importantes resultados en varios municipios. En Tel-Aviv-Jaffa, Hadash formará parte del próximo consejo municipal con tres miembros electos. En Haifa, Hadash obtuvo dos escaños. En Beer Sheva, capital del Néguev, Hadash obtuvo cuatro escaños. En Acre, Hadash obtiene tres escaños en el Consejo Municipal. En Ramla, Hadash obtuvo dos escaños.
En las localidades árabes, Hadash ganó dos escaños en Umm al-Fahm, en Eblin, el candidato de Hadash fue elegido para la presidencia municipal, en Aksal, el candidato de Hadash fue elegido para la presidencia municipal, en Jaljulia, Darvish Rabi (Hadash) fue reelegido para un segundo mandato y en Ma’al, Muhammad Jalal (Hadash) fue elegido para la presidencia municipal. En Tira, un candidato apoyado por Hadash, Mamon Abd Elhi, fue elegido alcalde.
En Nazaret, el candidato a la alcaldía, Sherif Zoevi (Hadash), obtuvo más del 45,5% de los votos, pero no fue elegido. Su rival Ali Salam (apoyado por el Likud) obtuvo el 52,1% de los votos. Al mismo tiempo, Hadash se convirtió en el partido con mayor representación, con nueve escaños en el consejo municipal.
También se eligieron concejales en Tira (1), Ma’ar (1), Kalansoa (1), Deboriya (1), Sakhenin (1), Shefa Amr (1), Kfar Kana (2), Kfar Yasif (2), Tamra (1), Aqa al-Garabiya (1), Araba (3) y Sahnin (2).
En Deir al-Assad, el candidato de Hadash a la presidencia, Riyad Asadi, se ha clasificado para la segunda vuelta de las elecciones, que se celebrará el 10 de marzo. Lo mismo ocurre en Araba, donde el candidato de Hadash a la alcaldía, Omer Wachad Nassar, se ha clasificado para la segunda vuelta. Se celebrará una segunda vuelta en las localidades en las que ningún candidato haya obtenido una mayoría del 40% de los votos.

9.En Gran Bretaña los políticos calumnian a la opinión pública

Y parece que «la opinión pública» está reaccionando, como vemos por el arrollador triunfo de Galloway en Rochdale. https://www.middleeasteye.net/

Primero fue Corbyn. Ahora toda la opinión pública británica está siendo calumniada por Gaza
Jonathan Cook 1 de marzo de 2024
El desprestigio de Corbyn por sus críticas a Israel funcionó. Pero calificar a gran parte de la opinión pública de «chusma» peligrosa por oponerse a crímenes israelíes aún más atroces puede resultar contraproducente.
Durante la mayor parte de una década, el establishment británico ha estado armando el antisemitismo contra los críticos de Israel, reclamando como su mayor cabellera al ex líder laborista Jeremy Corbyn.
Corbyn perdió las elecciones generales de 2019 -y dimitió como líder- en medio de un aluvión de calumnias de que había consentido, si no alimentado, el antisemitismo en las filas más amplias del partido.
Corbyn es el único líder de un gran partido británico que ha dado prioridad a los derechos de los palestinos frente a la opresión que Israel ejerce sobre ellos. Finalmente fue expulsado del partido parlamentario por su sucesor, Keir Starmer, en 2020 por señalar que el antisemitismo en el laborismo había sido «dramáticamente exagerado por razones políticas».
La semana pasada, esa misma campaña del establishment alcanzó nuevas cotas. Ahora no es sólo el ala izquierda del Partido Laborista -tradicionalmente crítica con Israel por sus décadas de opresión a los palestinos- la que se enfrenta a la demonización. Gran parte de la opinión pública británica también está siendo difamada, y por la misma razón.
La causa que lo ha provocado es una crisis parlamentaria precipitada la semana pasada por la negativa de Starmer a calificar de «castigo colectivo» -un crimen de guerra- la matanza y la inanición por parte de Israel de los 2,3 millones de habitantes de Gaza.
El presidente de la Cámara de los Comunes, que se supone que es estrictamente neutral, desafió las convenciones para permitir que Starmer suavizara una moción de alto el fuego en Gaza promovida por los nacionalistas escoceses, todo ello con el fin de evitar una rebelión en las filas de su partido.
El abuso del protocolo parlamentario provocó una amarga disputa entre laboristas y conservadores, pero también unió a ambas partes en otro asunto.
Por razones diferentes, explotaron la crisis sobre la votación del alto el fuego para insinuar, sin la menor prueba, que las manifestaciones contra las flagrantes atrocidades cometidas por Israel durante meses en Gaza constituían no sólo un comportamiento antisemita, sino una amenaza para el orden democrático y la seguridad de los diputados.
Como resultado, el consenso del establishment político y mediático inglés se ha desplazado rápidamente hacia un terreno aún más peligroso y antidemocrático que el de las anteriores calumnias antisemitas.

Sordera deliberada
Según una encuesta reciente, dos tercios de los británicos apoyan un alto el fuego en Gaza, y muchos de ellos culpan a Israel de matar y mutilar al menos a 100.000 palestinos en Gaza y de imponer un bloqueo de ayuda que está matando gradualmente de hambre al resto de la población.
Sólo el 13% de los ciudadanos comparte la opinión de los dos principales partidos de que está justificado que Israel siga actuando militarmente.
Durante meses, muchos cientos de miles de manifestantes han salido a las calles de Londres cada semana para exigir que el Reino Unido ponga fin a su complicidad en lo que el Tribunal Mundial dictaminó recientemente que es plausiblemente un genocidio que está cometiendo Israel.
Gran Bretaña suministra armas a Israel, le da cobertura diplomática en las Naciones Unidas y se ha unido de hecho a Israel en su bloqueo de la ayuda. El Reino Unido ha congelado los fondos de la principal agencia de ayuda de la ONU, Unrwa, último salvavidas del enclave.
Pero quienes exigen que se respete el derecho internacional -y fustigan a la clase política por no hacer lo mismo- se ven ahora demonizados como terroristas en potencia.
A ambos lados de los Comunes -y en los medios de comunicación- ya se habla de la necesidad de nuevos poderes policiales, de restricciones al derecho de los ciudadanos a protestar y de más medidas de seguridad para mantener a los políticos a salvo de la gente a la que se supone que representan.
Esta semana, un comité de parlamentarios utilizó las presiones ejercidas sobre la policía para gestionar las marchas multitudinarias que se celebran regularmente en Londres contra la matanza de Gaza como argumento para introducir límites más estrictos al derecho de protesta.
El Primer Ministro, Rishi Sunak, retomó el estribillo, pidiendo más poderes policiales contra lo que describió como «gobierno de la turba» que supuestamente estaba «sustituyendo al gobierno democrático».
Por otra parte, insinuó que esta supuesta «turba» -los perturbados por la matanza de al menos 30.000 palestinos en Gaza en los últimos cinco meses- tal vez no «pertenezca aquí», a Gran Bretaña. En particular, hizo estas observaciones durante un discurso ante la Community Security Trust, que estuvo a la vanguardia de la promoción de la difamación de Corbyn y sus partidarios como antisemitas.
Pero el alarmismo no se limita a los conservadores en el poder.
La secretaria de Desarrollo Internacional en la sombra de los laboristas, Lisa Nandy, se quejó públicamente el fin de semana de que miembros del público le gritaran «genocidio», relacionándolo con las mayores medidas de seguridad que ha estado tomando.
La oposición al comportamiento de Israel es una opinión mayoritaria entre el público, pero ninguno de los dos partidos principales está dispuesto a escuchar o responder. Ambos son deliberadamente sordos a la preocupación pública de que Gran Bretaña tiene que dejar de permitir activamente uno de los mayores crímenes que se recuerdan.
Como señaló la diputada laborista Diane Abbott, aliada de Corbyn y durante mucho tiempo blanco de amenazas de muerte, Gran Bretaña está dando «el primer paso hacia un Estado policial».
La matanza israelí de palestinos en Gaza está arrancando la máscara de Westminster. Cada día que pasa, Gran Bretaña se parece más abiertamente a una oligarquía.

Partidarios de Israel
Toda la importancia de los acontecimientos de la semana pasada – cuando el presidente de los Comunes Lindsay Hoyle hizo un sucio acuerdo de trastienda con Starmer, saboteando efectivamente la moción de alto el fuego del Partido Nacional Escocés – ha sido oscurecida por la posterior politiquería y el puntaje.
La verdadera historia se encuentra en las secuelas.
La pareja ofreció una peligrosa tapadera para justificar los decididos esfuerzos de Starmer por evitar calificar de «castigo colectivo» las atroces violaciones del derecho internacional cometidas por Israel.
Hoyle se disculpó por romper con la convención establecida desde hace tiempo y permitir la enmienda suavizada de Starmer. Pero justificó su decisión alegando que los diputados laboristas habrían estado en peligro si se hubieran visto obligados a rechazar la moción de alto el fuego del SNP por orden de su líder.
Declaró: «No quiero pasar nunca por la situación de coger el teléfono y encontrarme con que un amigo, del bando que sea, ha sido asesinado por terroristas».
El orador no aportó ninguna prueba en apoyo de esta afirmación sin precedentes, que sonó como si pretendiera traer a la memoria las escenas del edificio del Capitolio invadido por partidarios de Trump a raíz de las elecciones presidenciales de 2020.
Cabe destacar que tanto Starmer como Hoyle se encuentran entre los muchos parlamentarios de cada lado del pasillo que han demostrado sistemática y orgullosamente su partidismo hacia Israel.
Un gran número de diputados siguen perteneciendo a los grupos de Amigos de Israel de sus partidos, incluido Starmer, incluso cuando la comunidad internacional de derechos humanos ha llegado al consenso de que Israel es un Estado de apartheid, y ahora que está cometiendo matanzas masivas y matando de hambre a la población de Gaza.
Hoyle incluso se tomó tiempo en noviembre para viajar a Israel -que ahora está siendo juzgado por genocidio en el más alto tribunal del mundo- para ser informado por el propio ejército que está cometiendo ese genocidio. Le acompañaba la embajadora de Israel en el Reino Unido, Tzipi Hotovely, que en repetidas ocasiones ha tratado de justificar la matanza.
El propio Starmer alardeó del hecho de que, antes de redactar su enmienda a la moción del SNP, había llamado al presidente de Israel, Isaac Herzog, para pedirle consejo. El mismo Herzog que antes había argumentado que toda la población de Gaza, incluidos sus niños, eran objetivos legítimos de los ataques militares de Israel contra el enclave.

Pánico moral
Durante los años de Corbyn, la oposición a la opresión de los palestinos por parte de Israel fue denunciada como antisemitismo.
Y de la misma manera, se está volviendo a dar la vuelta a la realidad. Ahora, el llamamiento a poner fin a la matanza de niños por parte de Israel está siendo denunciado como extremismo, ataque a la democracia y represión de la libertad de expresión.

La semana pasada, mientras los conservadores criticaban a Hoyle por romper el reglamento parlamentario, Sunak advirtió que la lección era que «nunca debemos dejar que los extremistas nos intimiden para cambiar la forma en que funciona el parlamento».
¿Qué quería decir? ¿Que el derecho a la protesta no puede tolerarse en una democracia parlamentaria? ¿Que la libertad de expresión equivale ahora a «intimidación»?
Starmer ha abierto las compuertas a un pánico moral en el que se olvida a la población de Gaza, excepto como actores secundarios en una campaña de desprestigio para silenciar a quienes piden el fin de las políticas genocidas de bombardeos y hambruna de Israel.
En el clima actual, resultó bastante anodino que Paul Sweeney, diputado laborista del Parlamento escocés, apareciera en los titulares acusando a manifestantes de Gaza de «asaltar» sus oficinas y «aterrorizar» a su personal, hasta que la policía escocesa investigó y no encontró pruebas de sus afirmaciones.
La policía calificó la manifestación de «pacífica», valoración confirmada por un periodista del diario Scotsman que estuvo presente.
Los periodistas de alto nivel también se han sumado a la protesta.
Laura Kuenssberg, de la BBC, afirmó que los peligros se extienden más allá de los políticos, a periodistas como ella.  La crisis actual, sugirió, podría remontarse a los partidarios de Corbyn, que solían «abuchear y abuchear» cuando ella y el resto de los medios de comunicación promovían afirmaciones sin pruebas de que el Partido Laborista estaba acosado por el antisemitismo.

Auténticos charlatanes
La repentina preocupación por los peligros causados por las protestas públicas contra la matanza de palestinos debería ridiculizarse como la tontería interesada que es.
La clase dirigente política y mediática que ahora atiza temores por la seguridad de los diputados -para que puedan seguir ignorando el genocidio de Israel- es la misma clase dirigente que vilipendió sin cesar a Corbyn por poner de relieve el horrible dominio de Israel sobre los palestinos.
Durante muchos años, Corbyn había advertido que Israel estaba brutalizando al pueblo palestino y robando su tierra para impedir el surgimiento de un Estado palestino. Su manifiesto de 2019 prometía poner fin a la venta de armas del Reino Unido a Israel y reconocer un Estado palestino.
La historia ha demostrado ahora que su postura estaba justificada, al tiempo que demuestra que la clase política y mediática -y sobre todo Starmer, un abogado de derechos humanos- son los verdaderos charlatanes.
Pero lo que es más importante, nadie se preocupó por la seguridad de Corbyn, el líder electo del Partido Laborista, ni por la de sus partidarios cuando fueron objeto de una campaña de denigración que duró años. Se le pintó como un antisemita, un espía de la era soviética y un traidor.
Cuando el Daily Mail presentó a Corbyn como Drácula con el titular «Los laboristas deben matar al vampiro Jezza», todo el mundo se rió. Al igual que cuando Newsnight transpuso su rostro al del Señor Oscuro Voldemort de la franquicia Harry Potter.
Cuando se mostró a soldados británicos usando la cara de Corbyn como blanco de tiro, fue noticia fugaz antes de caer en el olvido.
Entonces no se exigió un examen de conciencia, como ahora. No cundió el pánico por el peligroso estado de ánimo de la opinión pública. No hubo preocupación por la amenaza a la democracia o la seguridad de Corbyn y otros parlamentarios que se pronunciaron contra Israel.
¿Por qué? La pregunta apenas necesita respuesta. Porque fue la clase política y mediática del establishment la que difamó e incitó. Eran los mismos que ahora se quejan de su seguridad los que ponían activamente en peligro a representantes electos como Corbyn.

Aluvión de insultos racistas
No se trata sólo de historia, por supuesto.
La campaña del establishment que pretendía denunciar el antisemitismo -y que maliciosamente confundía la oposición a la opresión militar de los palestinos por parte de Israel (antisionismo) con el antisemitismo- simplemente se ha metamorfoseado en algo aún más feo.
Ahora pretende tachar de antisemitas a aquellos a los que tachaba de peores: como una supuesta amenaza no sólo para los judíos, sino también para los diputados y la democracia. Los que intentan detener la matanza de niños son terroristas en potencia.
Uno de los pocos aliados supervivientes de Corbyn -aún no purgado por Starmer del partido parlamentario- es la diputada laborista musulmana Zarah Sultana.
Un tuit suyo que se hizo viral el fin de semana decía: «Cada vez que defiendo los derechos del pueblo palestino, recibo un aluvión de insultos racistas, amenazas y odio. Las cosas han ido especialmente mal en los últimos meses».
Como ella misma señaló, el Primer Ministro utilizó un tópico islamófobo contra ella el mes pasado, al igual que otro diputado conservador, cuando instó a un alto el fuego. Ninguno de los dos se disculpó. Una vez más, estos incidentes apenas tuvieron repercusión, y mucho menos suscitaron una oleada de preocupación.
Aunque Sultana se cuidó de no aludir al papel de Starmer, advirtió de que no debe permitirse que este cínico pánico moral se convierta en «un pretexto para demonizar el movimiento de solidaridad con Palestina en concreto o para atacar nuestros derechos democráticos en general».
Pero lo cierto es que ese barco zarpó hace tiempo.

¿Un complot en el Parlamento?
Desde el principio, las manifestaciones de solidaridad con Palestina fueron demonizadas como «marchas del odio» por la entonces ministra del Interior, Suella Braverman.
Alcanzando nuevos niveles de falsedad, ella y otros políticos -apoyados por los medios de comunicación- pretendieron que un lema de solidaridad palestina de izquierdas coreado durante mucho tiempo en las marchas, que exige la igualdad para judíos y palestinos «entre el río y el mar», era una llamada al genocidio contra los
judíos.

El fin de semana, el periódico Times encendió más la llama. Un artículo de portada titulado «Complot para atentar contra el Parlamento» pretendía evocar en la mente del público el infame complot con pólvora de Guy Fawkes en el siglo XVII para volar las Casas del Parlamento.
Pero todas las historias descritas eran esfuerzos totalmente legítimos de la Campaña de Solidaridad con Palestina (PSC, por sus siglas en inglés) para presionar al Parlamento para que respete el derecho internacional y presione a favor de un alto el fuego.
El Times insinuó que Ben Jamal, líder de la PSC, se comportaba de forma siniestra al pedir al público que «aumentara la presión» sobre los diputados, es decir, que ejerciera los derechos democráticos más básicos.
Mientras tanto, el sucesor de Braverman como ministro del Interior, James Cleverly, insistió en que los diputados no deben ser sometidos a «presiones indebidas», como si fuera un comportamiento amenazador que los ciudadanos advirtieran a sus representantes electos de que se negarían a votarles por acciones como negarse a oponerse a un genocidio.

Dos partidos desagradables
No cabe duda de adónde conduce todo esto.
El antisemitismo instrumentalizado siempre ha consistido en silenciar a quienes protestan contra la política exterior británica, una política exterior que da prioridad al papel fundamental de Israel en la promoción del control occidental sobre Oriente Próximo, rico en petróleo, por encima de poner fin a la opresión del pueblo palestino por parte de Israel.
Anteriormente, eso significaba principalmente desprestigiar a Corbyn y a la izquierda laborista antiimperialista y antibelicista.
Pero con la creciente indignación pública ante el genocidio de Israel, lo que está en juego ha aumentado drásticamente. Ahora las instituciones políticas y mediáticas están desesperadas por desviar la atención tanto de Israel como de su complicidad en la matanza de niños.
Su método preferido ha sido fingir que sólo los musulmanes y los extremistas antisemitas de izquierdas se oponen al genocidio. La gente normal, por lo visto, debería dedicarse exclusivamente a la tarea imposible que Israel dice haberse propuesto: «eliminar a Hamás», por muchos niños palestinos que mueran en el proceso.
Evocando al rey Canuto tratando de contener la marea, Nandy denunció al diputado conservador Lee Anderson -y al Partido Conservador en general- por islamofobia tras afirmar que los «islamistas» controlaban Londres y a su alcalde, Sadiq Khan.
En el Daily Telegraph de la semana pasada, Braverman avanzó una paranoia racista similar, argumentando que Gran Bretaña se estaba convirtiendo en un país donde «la ley sharia, la mafia islamista y los antisemitas se apoderan de las comunidades».
Dando a Starmer una muestra de la medicina de Corbyn – e ilustrando la forma en que los políticos con carrera se mantienen a raya – acusó al líder laborista de estar «empeñado con los extremistas» y que el partido estaba «todavía podrido hasta la médula».
Dos partidos repugnantes, cada uno cómplice de un genocidio del pueblo palestino, compiten ahora por avivar la islamofobia, uno explícitamente, el otro implícitamente.
Sin lugar donde esconder su cobardía política, Starmer ha abierto las puertas al vilipendio bipartidista de los musulmanes, no sólo en Gaza sino también en casa. ¿Se saldrá con la suya?
Puede que le resulte más difícil de lo que espera. Con la matanza de Gaza en las pantallas de televisión y en las redes sociales, muchos millones de británicos están indignados. A pesar de lo que diga la clase política, no son sólo los musulmanes y la izquierda antibelicista los que están enfadados por la complicidad de los políticos británicos en el genocidio.
El desprestigio de Corbyn por sus críticas a la opresión de los palestinos por parte de Israel ha funcionado en gran medida. Pero el gaslighting gran parte del público como un peligroso «populacho» para oponerse a los crímenes israelíes aún más atroces todavía puede ser contraproducente.

10.Recuerdo de Lukács en los años 30 de Lifshitz

Un artículo de Lifshitz sobre su relación con Lukács que han recuperado ahora en Jacobin lat. https://jacobinlat.com/2024/

Diálogos moscovitas con Lukács

Mikhail A. Lifshitz Traducción: Manuel Samaja

Nota introductoria del traductor
Mikhail Aleksándrovich Lifshitz (1905-1983) es un nombre ampliamente desconocido en el mundo hispanohablante. Se trata, sin embargo, de uno de los pensadores soviéticos más destacados, al punto de conformar —junto a figuras como la Évald Iliénkov— un tertium datur frente al «marxismo» vulgar dominante en la URSS y a la filosofía burguesa y al liberalismo que terminó por imponerse con toda crudeza con la caída de la antigua República Soviética.
De una fama infinitamente mayor gozó su íntimo amigo, Georg Lukács (1885-1971). Veinte años mayor que Lifshitz, Lukács trabó una duradera amistad con el pensador soviético a partir de su exilio moscovita en 1930. Ocho años después, su monumental obra El Joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista (terminada en 1938 pero publicada en 1948) estaría dedicada a Mikhail Lifshitz «con veneración y amistad».
En el trasfondo gris de los terribles años 30 —el período de la consolidación de la burocracia estalinista en la URSS, de la total desaparición de la democracia socialista y de la amenaza nazi en el horizonte— floreció en Moscú el pensamiento de estos singulares marxistas. La revista Literaturnyj Kritik publicó a menudo los artículos de Lifshitz y de Lukács, su original interpretación de la estética de Marx y Engels, su polémica contra las viejas interpretaciones plejanovianas, positivistas y «sociológicas vulgares» del marxismo y la herencia clásica. Claro está, todo esto con una buena dosis de aquello que Lenin llamó «lenguaje esópico». Si leemos con detenimiento sus textos, podremos ver que aquí y allí han exclamado, sotto voce, «eppur si muove!».
De aquel grupo de intelectuales también formó parte un gran literato cuyas obras solamente en las últimas décadas comenzaron a aparecer traducidas al español: Andrei Platonov. El cuadro que Platonov nos pinta en su breve novela Moscú feliz constituye una crítica fascinante, profunda y compleja de aquella sociedad y de aquel tipo peculiar de citoyen que posteriormente sería objeto de la crítica de Lukács en uno de sus últimos textos, Demokratisierung heute und morgen (traducido al español con el título El hombre y la Democracia). También recientemente comenzaron a aparecer (o reaparecer) algunos libros de Lifshitz traducidos al castellano (editados por Siglo XXI y, mayormente, por la editorial ecuatoriana Edithor).
Aquí ofrecemos una traducción —seguramente perfectible— de un breve texto de Lifshitz, unas memorias sobre su colaboración con Lukács. No pudimos determinar la fecha exacta de redacción, pero sabemos que fue escrito entre 1971 (tras el fallecimiento del filósofo húngaro) y 1983. La traducción fue realizada a partir del texto traducido al italiano por Giovanni Mastroianni, publicado en la revista Belfagor, vol. 45, nro. 5, del 30 septiembre 1990, pp. 545-553. El texto original apareció publicado en Filosofskie nauki, nro. 12, Moscú, diciembre de 1988. La edición en italiano consta de una introducción de Mastroianni, que aquí omitimos.
Así, a propósito del centenario del fallecimiento de Lenin, presentamos unas breves memorias sobre las reflexiones teóricas de dos filósofos auténticamente leninistas. Si después de Robespierre, con Termidor y las guerras napoleónicas, la filosofía clásica alemana alcanzó su cumbre en la persona de G.W.F. Hegel, después de Lenin y con los trágicos años 30 maduró la obra de dos filósofos marxistas genuinamente clásicos: Mikhail Lifshitz y Georg Lukács. Las analogías y parangones siempre son imprecisos y problemáticos, pero creo que aquí hay algo más que una mera analogía. Efectivamente, casi siempre el Búho de Minerva alza su vuelo después de la revolución, en el ocaso.

Diálogos moscovitas con Lukács, por Mikhail A. Lifshitz

En 1930 me fue confiada la organización de un nuevo gabinete científico en el Instituto Marx y Engels, un gabinete de filosofía de la historia. Para ello se había asignado una gran sala abovedada en la planta baja de la vieja casa señorial donde el Instituto estaba instalado. Yo me ocupaba de mis asuntos, entre los libros, cuando un buen día la puerta del gabinete se abrió, y entró el director del Instituto, Riazánov, en compañía de un hombre no muy alto, evidentemente un extranjero, a juzgar por los pantalones estilo zuavo y las polainas, inusuales de ver. Riazánov, con su voz grave y profunda, nos presentó el uno al otro: «Este es el camarada Lukács, él trabajará con usted en el gabinete de filosofía de la historia».

La aparición del nuevo colaborador no me sorprendió. El Instituto era entonces un lugar donde se enviaba a los funcionarios del Comintern que por varios motivos no eran gratos a sus partidos. Lukács se hallaba en el Instituto después del fracaso de sus «Tesis de Blum» de 1929, y debía dejar inmediatamente la actividad política, sustituyéndola por el trabajo científico.

En el mismo primer día de nuestro encuentro comenzamos a conversar, al principio con cautela, luego cada vez con más pasión, y cuando nos dimos cuenta había pasado el día entero. Comprendimos inmediatamente que concordábamos en mucho o que nos complementábamos el uno al otro, y rápidamente sentimos una gran simpatía recíproca. Comenzó el período de nuestros «coloquios moscovitas», que duraron un decenio entero. ¡De qué no hablábamos! No enumeraré los temas de nuestro coloquio. Ellos no referían únicamente a la filosofía, eran también problemas relativos a la historia remota y próxima, otros de índole sociopolítica. Es un pecado que aquellos diálogos hayan quedado sin registrarse. A ambos esto nos dolía, y ambos los recordábamos con un sentimiento de melancolía por el tiempo pasado. Posteriormente Lukács me decía que en el «sótano abovedado de Riazánov» había pasado los mejores días de su vida.

En torno a aquel tiempo él ya se había liberado, en una medida notable, de los residuos de su posición intermedia en el camino hacia el marxismo. Su evolución había sido orgánica, preparada por su experiencia precedente (trabajo en el Comintern, participación en la Comuna húngara y, aún antes, posición internacionalista en la época de la Primera Guerra Mundial). De mí mismo se puede decir que en un cierto sentido lo inicié en los estudios de la teoría del reflejo de Lenin. En aquellos años fueron publicados por vez primera los Cuadernos Filosóficos de Lenin y sus compilaciones de las obras de Hegel, que permitían comprender más profundamente el vínculo de la tradición filosófica clásica con el leninismo. El concepto del reflejo en el sentido leniniano, el vínculo de esta teoría dialéctica del conocimiento con la política, con la experiencia del bolchevismo, todo esto era el objeto constante de nuestras conversaciones.

Yo era testigo de cómo Lukács asimilaba profundamente la dialéctica de la verdad relativa y absoluta en su aplicación a la literatura y el arte y de cómo aquella fecundaba su creación científica. El giro en su concepción del mundo se manifestó ya en 1930, cuando llegó por primera vez aquí. Pero después del retorno en 1933 de un viaje a Alemania, donde había roto definitivamente con la Escuela de Frankfurt y evaluado de nuevo críticamente a sus precedentes posiciones filosóficas, devino plenamente el «Lukács moscovita» que conocemos…

Se me pregunta frecuentemente en qué cosa consiste, según mis impresiones, el pathos, por así decir, de la personalidad de Georg Lukács. Cuando pienso en esto, llego a la convicción de que la carga histórica inicial, la «emoción primaria» de su creación espiritual, fue la oposición a la vieja, autocomplaciente y engordada Europa que había vivido al principio del siglo su belle époque, el disgusto con el oportunismo y el parlamentarismo de la socialdemocracia. El estado de ánimo de Lukács relativo a los tiempos precedentes a la Primera Guerra Mundial, como bien recuerdo de sus propias palabras en torno a los días de la juventud —y como es fácil establecer en base a sus primeras producciones—, se había expresado en una revuelta literario-estética (con un cierto tinte romántico) contra la civilización burguesa, que como ya he dicho incluía un rechazo a la ortodoxia dogmática de la Segunda Internacional, generadora de varias formas anarcodecadentes de resistencia y de protesta.

Se puede decir que también en Lukács esta oposición literario-estética contra la forma dominante de la vida (por él bien conocida, ya que él mismo provenía del ambiente burgués) tenía el tono moderado y generoso de la vanguardia de aquel tiempo. Pero la crítica de la cultura burguesa se había transformado en él en un convencido y devoto idealismo comunista. La transformación había comenzado ya en el tiempo de la Primera Guerra Mundial, cuando asumió una posición internacionalista, rompiendo con el círculo de Max Weber. Su convencido y devoto comunismo —subrayo esta fórmula— tenía un cierto matiz de sacrificio, de aquello que en la lengua goethiana se llama Entsagung [N. del T.: término de difícil traducción que podría verterse como «renuncia»].

Este último rasgo se conservó, mutatis mutandis, siempre en Lukács. Aquello es particularmente manifiesto en el desarrollo de su estilo: del ensayo refinado de la época prebélica a aquella especie de «gnosis» revolucionaria de los tiempos de su «enfermedad infantil del izquierdismo» y de su producción filosófica primera Historia y consciencia de clase, hasta el sacrificio estilístico, justamente una forma de sacrificio que se expresaba en su última manera de dictar sus producciones, y cómo alguna vez me dijo, hasta en una cierta indiferencia por cómo las cosas fueran dichas, con tal de que fuesen dichas. En esto veo precisamente el sacrificio de una naturaleza fina, generosa, culta, que decididamente e incluso con ebriedad rechaza su propia fineza, como sucedió con Lev Tolstoi, cuando renunció a su producción artística pero, se entiende, en otro sentido. Recuerdo con qué sentimiento contradictorio Lukács me narraba su residencia en Heidelberg, plena de libros preciosos y producciones artísticas. Había abandonado, sin pensarlo dos veces, a todo este género de vida sofisticado, perfecto, espiritualmente fino, había dedicado todo al Partido Comunista, deviniendo en un simple soldado de la revolución.

Lukács renunció consecuentemente y hasta el final a todas sus precedentes posibilidades, a pesar de que, a diferencia de muchos —entre los cuales están también sus perseguidores—, tenía algo que sacrificar y que perder. En su persona, me parece, la intelectualidad europea de izquierda del principio de siglo, de los tiempos de Simmel y de su círculo, dio lo máximo de todo lo que podía dar. Rompió con el horizonte limitado en términos político-morales que hizo, digamos, a Bloch, Bloch; a Popper, Popper y a Heidegger, Heidegger. Para Lukács no hubiese sido difícil adoptar alguna particular pose intelectual y atenerse a ella toda la vida de varias maneras, cambiándola en modo diverso (tal como los artistas-modernistas contemporáneos, que cuando inauguran alguna forma, la repiten constantemente en diversos modos). Podría haberlo hecho sin esfuerzo, pero prefirió romper con todo el ambiente y unirse al nuevo mundo, al principio como neófito-iconoclasta, luego como pensador que se había elevado al nivel de la comprensión del leninismo.

No sé si será suficientemente conveniente un parangón tal, pero a mis ojos mi difunto amigo era por así decir un romano culto que había adherido al movimiento del pueblo, sabiendo por anticipado que le tocaría exclamar muchas veces, como un héroe histórico de otra época: «¡Oh, santa simplicidad!». Él sabía qué cosa significaba ser un profesor burgués, justamente era un profesor burgués, pero por motivos morales puramente internos prefirió todo género de pruebas de este lado del umbral de la historia, frente a cada posibilidad de devenir nuevamente un profesor burgués o algo de ese género.

Recordando todo su carácter personal, caro para mí, me permito decir que las críticas a menudo dirigidas al marxismo, de carecer de profundidad metafísica (como a menudo he leído, por ejemplo, en la revista francesa Espirit) o de alguna interna consciencia moral en el espíritu del cristianismo primitivo son por lo menos ingenuas (esta es la expresión más cortés, para definir tal género de críticas al marxismo). Si realmente necesitan cristianos primitivos del siglo XX, búsquenlos entre las personas de fe marxista. Yo conozco muchas de tales personas y podría narrar algunas cosas de su vida, de las pruebas por ellos soportadas y del estoicismo que en ellos se conservó hasta el final.

Lukács es también en este aspecto un claro ejemplo de firmeza, la firmeza más profunda y «metafísica» —si place esta expresión— en su lucha con el mal, externo e interno, ya que elegir otra vía era para él tan infinitamente fácil, y le era muy posible, como es sabido, sintiéndose ofendido, dar la espalda al ascenso histórico de las masas. En nuestros intercambios moscovitas descubrió con alegría que su pertenencia a la cultura europea más refinadamente desarrollada artísticamente no era un obstáculo, algo de superfluo para el movimiento histórico al cual había adherido.

En lo que refiere a mí, a mis compañeros y a todo nuestro círculo moscovita de los años 30, de nosotros se puede decir que nos movíamos ante todo hacia el nivel más alto de la vida espiritual del movimiento de masas de nuestra época, aunque nosotros también (a excepción de pocos) pertenecíamos a la intelectualidad. En cambio, entre nosotros, Lukács en Moscú renunciaba ahora a su renuncia. Era la negación de la precedente Entsagung en el espíritu del «gnosticismo» marxista de los tiempos de su Historia y consciencia de clase.

Para alcanzar este nivel, Lukács había tenido que atravesar la experiencia de la revolución húngara, atravesar el trabajo comunista de los años 20, y había llegado a Moscú como a su Meca. Aquí en él se realizó el definitivo pasaje dialéctico a su verdadera forma, se halló a sí mismo. Desde aquí se hace clara, entre otras cosas, la limitación de la posición de la escuela diltheyana (cuya sustancia se repetía en otros modos ya sea en el freudismo, sea en el neofreudismo, sea en las diversas variantes del estructuralismo), y especialmente la limitación de aquella idea de que una especie de potencial espiritual constitutivo de la personalidad se desarrolla automáticamente desde el interior espontáneo del principio activo que se despliega principalmente en los años juveniles. Por supuesto, hay entre Urerlebnis [N. del T.: «vivencia primigenia» M.S.] y Bildungserlebnis [N. del T.: «vivencia formativa»] una relación dialéctica que va mucho más allá. Y si es cierto el que las impresiones del inicio de la vida —como ya bien lo comprendían los materialistas del siglo XVIII— tienen un enorme significado para el hombre, por otra parte las impresiones adquiridas como consecuencia del desarrollo, aquellas que proceden no de lo bajo sino de lo alto, no de lo interno sino de lo externo, se fijan a su vez en sentido opuesto en nuestra naturaleza, se transforman en algo de primordial, y por así decir, el fin deviene principio. Hegel lo había entendido, quizás, mejor que los actuales representantes de diversos tipos de psicoanálisis. La Bildungserlebnis puede devenir Urerlebnis. El fenómeno que se ha formado en consecuencia del desarrollo deviene retrospectivo para el hombre, definitivamente primario, deviene el trasfondo del conjunto de su vida creativa.

Si se toma aquello que Lukács escribía antes de 1930, y se lo compara con aquello que escribió en los años 30 y que más tarde entró en el círculo del pensamiento marxista en Occidente, todo investigador honesto dirá que el desarrollo precedente, aunque no carece de interés, era aún para Lukács únicamente una prehistoria. Y cuando hablaba de un giro moscovita de su concepción del mundo, él en este sentido tenía toda la razón. Efectivamente, Moscú, el movimiento de las mentes moscovitas de los años 30, produjo en su actividad espiritual una transformación radicalmente revolucionaria. Hay una especie de línea clara, que distingue al Lukács de los años 20 del nuevo Lukács, que a mi entender es el único y el definitivo.

Con esto, se comprende, no quiero arrojar sombra sobre aquello que había hecho en los años 20, porque tanto los artículos políticos, como las diversas investigaciones, por ejemplo el trabajo sobre Moses Hess, o el mismo libro Historia y consciencia de clase (con todos sus defectos, devenidos del todo evidentes para él en 1930), son sin embargo grados del desarrollo de una mente poderosa. Sin embargo, sigue siendo verdad que para Lukács el traslado a Moscú se convirtió en un giro radical de toda su creación espiritual…

Cuando me encontré con él por vez primera en 1930, su emigración no era aún una fuga del fascismo, sino un traslado provisorio a Moscú en base a instrucciones de las instancias del partido del que él dependía, las cuales hallaban necesario que trabajase por algún tiempo en el Instituto Marx y Engels. A continuación, tras un año, se fue a Alemania, y en el período que precedió la toma del poder por parte de Hitler, desarrolló como es conocido un gran trabajo político-social, participando activamente en la acción del Partido Comunista de Alemania y de la Unión de los Escritores Proletarios de Berlín.

En aquella hora difícil hizo mucho por la conquista de los intelectuales para el bando del comunismo. Pero según veo en las cartas que me escribía desde Berlín, y como recuerdo simplemente por la impresión general, ya cuando se dirigía a trabajar a Berlín había abandonado Moscú solo por algún tiempo. Se sentía parte del oasis marxista moscovita más que de cualquier otro posible punto de empleo de sus fuerzas espirituales. Por ello, cuando las circunstancias terribles del 1933 lo obligaron a dejar Alemania, no se encaminó a, digamos, los Estados Unidos, cómo hicieron personas como Adorno o incluso Brecht, Eisler y otros, no eligió como refugio Suiza o México, sino que volvió a aquella nueva patria, que Rusia había devenido para él. Sobre este terreno histórico se encontraron nuestros caminos.

En 1930 yo tenía 25 años, y Lukács, me parece, 46. En mi opinión, al día de hoy incluso estos son siempre años juveniles. Pero la diferencia era, sin embargo, importante. Y si yo resulté preparado para serias conversaciones con él sobre temas muy variados, políticos, filosóficos, esto no derivaba evidentemente de la cualidad personal, sino de la posición que yo tenía simplemente por fuerza del hecho de mi nacimiento en Rusia. Era un privilegio que me había dado la suerte. A mis 25 años según la ley de una época revolucionaria yo tenía ya en mí una cierta experiencia espiritual, práctica. En torno a 1930 mi experiencia y conocimiento del marxismo había madurado al punto de que la versión plejanoviana del marxismo no me parecía aceptable o al menos definitiva, y como me parece, estaba ya al nivel de una concepción de la dialéctica marxista que me permitía asimilar el contenido de los Cuadernos Filosóficos de Lenin…

Si es posible expresarse así, yo «contagié» a Lukács con el interés por la estética de Marx y Engels. Su primer trabajo sobre este tema —el artículo sobre las cartas de Marx y Engels con Lassalle a propósito de su tragedia Franz Von Sickingen—  es un excelente trabajo marxista, una de las mejores producciones de Lukács. Aquél ofrece por primera vez una aclaración profunda, aunque aún necesitada de ulterior desarrollo, del problema de la relación de Marx y Engels con Shakespeare sobre el trasfondo de su concepción histórico-social del mundo y del análisis de la experiencia revolucionaria de Alemania. Es importante en el mayor grado que el análisis de Lukács liga los problemas de la estética marxista con la concepción leniniana del contenido y de las fuerzas motrices de la revolución burguesa-democrática, a diferencia de cuanto sucede en la concepción menchevique, trotskista y otras corrientes similares. Aquel artículo fue entonces un modelo de partidismo comunista en literatura. Su concepción derivaba rigurosamente del leninismo, pero su aplicación a la estética es mérito de Lukács. Poco después, en 1934, me tocó defender el artículo de Lukács de la acusación de «trotskismo». Y logré rechazar estos ataques, demostrar que el mérito de este trabajo consiste precisamente en su afiliación al leninismo.

El ambiente moscovita en el que Lukács se hallaba desempeñó un papel importante en su desarrollo. Pero es cierto que no solo sacó provecho de los cambios que tenían lugar en la vida espiritual de la Unión Soviética, sino que brindó a ella también su contribución, aquello que podía dar su extensa cultura, su profundo conocimiento de la historia de la cultura, su experiencia personal, la gran madurez teórica por él alcanzada…

Entre los mejores trabajos de Lukács yo incluyo sus investigaciones sobre las formas de géneros, de la «estructura» misma del arte como espejo de la vida histórico-social. Tales son sus artículos sobre la novela histórica, que desarrollan la teoría hegeliana de la novela como epopeya de la época burguesa. Por nuestra parte ya Belinsky, había utilizado la idea hegeliana en una obra inacabada, que contiene el análisis de géneros y formas del arte. Siguiendo a Hegel veía en la novela el reflejo de una sociedad en la cual el personaje principal es el hombre particular, del mismo modo en el cual la épica heroica era el reflejo de la situación mundial general de los tiempos en el cual los personajes eran los pueblos y los héroes que encarnaban sus aspiraciones. De esta manera, en Rusia existía ya la tradición del paso del sistema abstracto, escolástico, formal de los géneros, a aquel histórico, sociohistórico. Belinsky era el profeta de esta orientación. Los críticos de Lukács (entre ellos Pereverzev) lo acusaban de un «retorno a Belinsky». A sus ojos esto era algo un tanto anticuado, un tanto atrasado, que parece refutarse a sí mismo.

Efectivamente, había un cierto retorno al punto de vista de Hegel y de Belinsky, con la diferencia de que Lukács va más allá de sus geniales suposiciones, según las cuales la novela como forma literaria se halla ligada a la llegada de una épica de la civilización, y ve ya la inevitabilidad del desarrollo de las relaciones burguesas, el contenido económico de este desarrollo, la lógica de la sociedad burguesa, que se ocultaba en las vísceras de toda la civilización de clase y adquiría pleno desarrollo en la época capitalista. En Lukács la visión histórica de Hegel y de Belinsky adquiere formas científicas más reales y claramente delineadas. Ha mostrado que si la forma de la novela surge históricamente, de esto no se sigue de hecho que aquella como forma no pueda servir de base para una multiplicidad de transformaciones en la historia ulterior de la humanidad, y no entre a ser parte, como pensaban sus críticos, de los conceptos formales de la estética. 

El panorama presentado en el trabajo de Lukács tiene una relación no solamente con la novela, sino también con las otras categorías formales. Estas categorías formales de géneros, en la sapiencia estética escolástica son tomadas como completamente ahistóricas. La historia se ocupa de que estas formas encuentren algún material; cual plomo fundido aquel se solidifica dentro de estas formas y de allí sale la tragedia de Sófocles, Shakespeare o Racine. En verdad la misma matriz pertenece a la historia, es producida por ella, refleja ciertos aspectos formales más generales de períodos históricos determinados…

Recuerdo muy bien que los artículos de Lukács en nuestro periódico gozaban de gran influencia, se leían con interés por la juventud en las instituciones científicas superiores. En general todo trabajo era acogido con entusiasmo, producía un destello de simpatía, era útil. Recuerdo que Lukács en sus trabajos subrayaba mucho, digamos, la perspectiva histórica elaborada, esto es no solamente la opinión de que la historia es creada por sus contemporáneos, sino el otro punto de vista, más verdadero y profundo, de que la historia es prehistoria de la contemporaneidad; la contemporaneidad halla por ello en la historia a su auspicio. Esto, ciertamente, es verdadero y profundo.

En los trabajos escritos en la Unión Soviética, Lukács como pensador-filósofo y esteta se modificó, yo diría que en cierta medida se «rusificó», devino más lacónico, más claro, concreto, captaba muy felizmente las situaciones de las cuales derivaban determinadas conclusiones teóricas. Se liberó de la pátina de las tradiciones elitistas de la literatura científica, filosófica alemana, y sus artículos asumieron los rasgos de la publicística revolucionaria. Como pensador se distinguía por la sorprendente productividad. En circunstancias favorables continuaba con su mesurada forma de vida, sin disminuir el ritmo continuo establecido de sus ocupaciones. Trabajaba mucho y seguía, repito, la manera de vida fijada que solo los compromisos de la emigración obstaculizaban. Es sabido que en la emigración suceden siempre demasiadas cosas. Lukács tenía qué hacer, tanto con la emigración alemana, como con la húngara. A veces bromeaba con que tenía sobre su cuello dos disputas: die deutsche und, die ungarische [N. del T.: la alemana y la húngara]. Y aunque estas tareas absorbieran parte de su tiempo, su alma estaba completamente en nuestra vida social y literaria.

No del todo feliz resultó entonces la suerte de la gran investigación sobre el joven Hegel, que escribió en Moscú. Este libro vio la luz solamente después de la guerra. La publicación a fines de los años 30 de tal obra compleja, fundamental, era poco probable. El libro tenía un carácter puramente filosófico, histórico-filosófico, requería la difícil comprensión de razonamientos cuasi teológicos del joven Hegel. Es evidente que en las condiciones de aquellos años el libro de Lukács no podía salir a la luz, y como recuerdo, él mismo no tenía entonces un deseo activo de publicarlo. Precisamente cuando aquel fue completado, comenzó inmediatamente la guerra, y el máximo que Lukács podía obtener de nosotros por su libro, fue que en 1943 por este libro le fuese asignado en el Instituto de Filosofía el título de doctor en Ciencias Filosóficas.

Pero todo esto sucede más tarde. En la primera mitad de los años 30 Lukács adquirió notoriedad por sus intervenciones en las revistas. Así, el entonces fundado Literaturnyj Kritik [N. del T.: Crítico Literario] publicó el excelente artículo de Lukács sobre la grandeza y la decadencia del expresionismo. Sus ideas sobre los movimientos espirituales del extranjero —revolución, contrarrevolución, liberalismo, fascismo— las extraía de la viva experiencia, y no de los libros. Lukács había podido observar inmediatamente al expresionismo, para él aquel se encarnaba en personas determinadas, era claro su vínculo con las batallas filosóficas del movimiento de izquierda en Occidente. Por ello su crítica no era una crítica desde fuera, como el brusco golpe de un sectario, que no conoce las aflicciones que a veces conducen a los errores. Era una crítica inmanente, interna, nacida del hecho de que algunos matices del pensamiento y de la creación en las corrientes modernistas, entre las cuales estaba el expresionismo, podían ser comprendidas y justificadas como fenómenos del tiempo solo hasta un cierto límite, pero más allá se transformaban ya de error histórico en error personal y aún en culpa, contra la cual debía ser dirigida del todo naturalmente una justa y apasionada polémica.

En el artículo de Lukács había algunas expresiones muy agudas a propósito de la naturaleza social de la evolución de la ideología burguesa, exteriormente progresiva, de vanguardia pero en sustancia retrógrada y regresiva. El movimiento antidemocrático contrarrevolucionario, que inicialmente se había realizado en los límites del liberalismo, en el curso de los eventos se había transformado en activamente contrarrevolucionario, fascista. Frecuentemente intercambiábamos opiniones con Lukács sobre esta cuestión, y este era para nosotros un pensamiento muy importante.

Hasta ahora me atengo a la opinión de que el fascismo no puede ser de ningún modo considerado como un simple retorno a la reacción del viejo tipo, que esta reacción es negra, negrísima, pero sobre un fondo rojo, esto es con una enorme dosis de demagogia social, y aquello que es especialmente importante, de un cierto «espíritu innovador» que liga al fascismo con todas las corrientes modernistas, con todo tipo de decadentismo nietzscheano, con el irracionalismo y el mitologismo del siglo XX…

 

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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