Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. El resumen de Rybar.
2. Mi imagen del día: Creo que no era así.
3. Slava Ukraini!
4. India: los agricultores subvencionan a los urbanitas.
5. ¿Adiós al G-20?
6. Escobar sobre Níger.
7. Acceso gratuito a Middle East Critique.
8. Löwy en el especial decrecimiento de Monthly Review.
9. El mito de la «necesidad» de bombardear Hiroshima y Nagasaki.
1. El resumen de Rybar
Pasado el fin de semana, vuelve a haber vídeo resumen de las actividades militares en la guerra de Ucrania. Este es el del 3 de septiembre: https://twitter.com/
2. Mi imagen del día: Creo que no era así
Solo veo la tele cuando voy a España, y me alucina que se rompan tantos parabrisas como para que salga rentable anunciar sin parar su reparación. Por eso, tras verlo tantas veces, creo que el anuncio no era así:
Fuente: https://twitter.com/
3. Slava Ukraini!
Ya sé que no debería alegrarme de que le den un guitarrazo a un señor, por muy tocapelotas nazi que sea, pero la verdad es que la escena tiene su gracia. Ha sido en Jarkov: https://twitter.com/Alex_
4. India: los agricultores subvencionan a los urbanitas
Es bien sabido que en India hace tiempo que se decidió sacrificar a los campesinos a cambio de que en las ciudades la población tuviese alimentos baratos. Además de evitar problemas en las ciudades, forma parte de ese proyecto supuestamente de desarrollo de desarraigar a los campesinos y forzarlos a emigrar a las ciudades donde teóricamente habría industrias y servicios esperándolos -no es así-. Así lo explica el periodista indio Shoaib Daniyal en su último «Indian Fix». Que conste que el propio autor probablemente piensa que esa eliminación del campesinado y la ‘modernizacion’ agrícola es lo mejor que podría pasar. En cualquier caso, todas las entradas de Daniyal están llenas de enlaces a cada uno de los puntos que trata. Las podéis encontrar en el original:
El gobierno obliga a los agricultores indios a subvencionar a los consumidores urbanos
The India Fix: Un boletín sobre política india de Scroll.in.
Shoaib Daniyal
En julio, la inflación de los alimentos en la India fue de la friolera del 11,5%. Sólo en el caso de las verduras, la tasa de inflación fue de un increíble 37,3%. No se trata de un fenómeno nuevo. La inflación alimentaria no ha dejado de aumentar desde hace algunos años. Un análisis de The Hindu muestra que en Mumbai, el precio de un thali [bandeja a modo de plato] vegetariano casero – la comida más barata que los indios pobres pueden permitirse – ha subido un 65% en los últimos cinco años. Pero durante este periodo, los ingresos medios de los trabajadores eventuales en el Maharashtra urbano sólo han aumentado un 37% y los de los asalariados un 28%.
La elevada inflación de los alimentos, unida al estancamiento del crecimiento salarial, hace que tres cuartas partes de los indios no puedan permitirse una dieta sana, según datos recientes de Naciones Unidas. En el sur de Asia, sólo los paquistaníes y los nepalíes tienen más inseguridad alimentaria que los indios. Bangladesh, Sri Lanka y Bután consiguen ofrecer más seguridad alimentaria a su población.
Golpe al agricultor
En respuesta a esta crisis, el gobierno indio ha tomado un camino conocido. Ha decidido intentar deprimir por la fuerza los ingresos de los agricultores como forma de reducir los precios que los consumidores urbanos pagan por sus alimentos. La principal vía que ha utilizado el gobierno de Modi para ello son las prohibiciones a la exportación, que limitan los compradores que los agricultores tienen para sus productos. Esto les obliga a vender a los consumidores nacionales a precios bajos. Se han frenado las exportaciones de trigo y de diversas variedades de arroz. El control de la India sobre las exportaciones de arroz es tan importante que tanto la BBC como CNN Business informaron de que esta medida podría agravar la crisis alimentaria mundial.
El gobierno de Modi también ha impuesto, por primera vez en 15 años, límites de existencias a los mayoristas, minoristas y procesadores de trigo. También se han impuesto restricciones similares en el mercado libre de las principales legumbres. Si las cosas van mal ahora, podrían empeorar aún más. Los meteorólogos han pronosticado que el monzón de este año será el peor en casi una década, lo que hace temer una inflación alimentaria aún mayor, ya que la producción agrícola podría disminuir.
El consumidor urbano mimado
En 2020, cuando el gobierno de Modi introdujo tres nuevas leyes agrícolas afirmando que liberalizarían la agricultura india, trató de argumentar que estaba promoviendo los principios del libre mercado en contraposición a la economía agrícola de mando y control que había sido dominante desde la Independencia. Como queda claro ahora con estos controles masivos de la comercialización agrícola, el gobierno de Modi en realidad tiene poca fe en el libre mercado.
Como a todos los gobiernos, le aterroriza la inflación alimentaria. Dada la pobreza generalizada y el hecho de que la mayoría de los indios gastan una parte significativa de sus ingresos en la compra de alimentos, incluso pequeños movimientos en los precios tienen importantes consecuencias electorales.
Impuestos, no subvenciones
La población acomodada de la India suele considerar a los agricultores indios como una clase mimada que recibe cuantiosas ayudas del gobierno. Señalan que el gobierno compra cosechas a los agricultores a precios garantizados (el precio mínimo de apoyo) y que los ingresos de los agricultores no están gravados. Sin embargo, estas medidas sólo benefician a un pequeño número de agricultores. La compra a precios garantizados o a un precio mínimo de apoyo se limita a unos pocos cultivos y sólo existe de forma sustancial en los estados de Punjab y Haryana. Los datos oficiales muestran que menos del 6% de los agricultores indios venden realmente al precio mínimo de apoyo.
En realidad, sin embargo, los agricultores indios están lejos de ser mimados. Los datos de la OCDE muestran, de hecho, que los agricultores indios son muy penalizados por el gobierno. Mediante el uso de herramientas como las prohibiciones a la exportación y las restricciones a la comercialización de productos, el Gobierno perjudica considerablemente a los agricultores.
En 2018, las estimaciones mostraron que el efecto neto de tales políticas sobre los agricultores indios fue una pérdida de ingresos por valor de 41.000 millones de dólares. Por el contrario, los países más ricos, como Estados Unidos y China, sí proporcionan una subvención neta a sus agricultores para protegerlos del libre mercado. En Estados Unidos, esta cifra asciende a 53.000 millones de dólares, y en China a la friolera de 289.000 millones.
Esto perjudica a un sector que emplea a algunos de los ciudadanos más pobres de la India. Y lo que es peor, coexiste con una gran falta de alternativas laborales para los agricultores indios. India se ha quedado rezagada en la creación de industria: el sector manufacturero sólo representa alrededor de una sexta parte de su producto interior bruto. Aún más preocupante es el hecho de que la situación podría estar empeorando.
Según datos del Centro para el Seguimiento de la Economía India, el empleo en la agricultura ha aumentado desde 2016-’17. Por otro lado, el empleo en el sector manufacturero ha caído en picado. Así, aunque la agricultura india es muy poco rentable (e incluso podría no serlo, con bajos rendimientos y altos impuestos implícitos), muchos indios no tienen más remedio que seguir cultivando, ya que no hay otras opciones de empleo.
En efecto, los agricultores pobres se ven obligados a subvencionar las comidas de los indios urbanos, dadas las exigencias de la política electoral. Aunque este sistema funcione a corto plazo, está claro que no es sostenible a largo plazo. La India tendrá que hacer que su agricultura sea más eficiente, incluso mientras traslada a los agricultores indios a ocupaciones industriales.
5. ¿Adiós al G-20?
Ya se sabía que Putin no iba a acudir a la próxima cita del G-20 en Delhi este fin de semana. Para eso paga el imperialismo cosas como el ICC. Pero ahora se ha confirmado que tampoco acudirá Xi. No debe considerarse un desaire a Modi, sino una señal de que todos ellos ya están a otra cosa… Así lo ve Bhadrakumar en su última entrada.
Posted on septiembre 3, 2023 by M. K. BHADRAKUMAR
G20: el último vals de un mundo desgarrado
El Gobierno de Modi no está perplejo por la ausencia del presidente ruso, Vladimir Putin, y del presidente chino, Xi Jinping, en la Cumbre del G20 de los días 9 y 10 de septiembre. Su intuición le ayuda a ser estoico. Podría decirse que se trata de un predicamento shakesperiano: «Me encuentro ya tan bañado en sangre que si no me encharcara más me causaría verdadero enfado retroceder».
Los diplomáticos indios de alto calibre ya habrían adivinado hace algún tiempo que un acontecimiento concebido en el mundo de ayer, antes de que la nueva guerra fría llegara rugiendo, no tendría hoy la misma escala y trascendencia.
Sin embargo, Delhi debe sentirse decepcionada, ya que las compulsiones de Putin o Xi Jinping no tienen nada que ver con las relaciones de sus países con India. El Gobierno ha dado un giro burocrático diciendo que «el nivel de asistencia a las cumbres mundiales varía de un año a otro». En el mundo actual, con tantas exigencias sobre el tiempo de los líderes, no siempre es posible que todos los líderes asistan a todas las cumbres».
Dicho esto, la administración de Delhi está acicalando la ciudad, retirando los tugurios de la vista del público, añadiendo nuevas y atractivas vallas publicitarias para llamar la atención de los dignatarios extranjeros, e incluso colocando macetas con flores a lo largo de las carreteras por las que pasan sus comitivas.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que las decisiones tomadas en Moscú y Pekín tienen en común el hecho de que sus dirigentes no están en absoluto interesados en interactuar con el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que acampará en Delhi durante cuatro días y dispondrá de todo el tiempo necesario para celebrar reuniones estructuradas y, como mínimo, algunos «paseos» que podrían ser grabados por las cámaras.
Las consideraciones de Biden son políticas: cualquier cosa que ayude a distraer la atención de la tormenta que se está formando en la política estadounidense y que amenaza con culminar en su destitución, lo que a su vez podría arruinar su candidatura en las elecciones de 2024.
Por supuesto, este no es el momento Lyndon Johnson de Biden. Johnson tomó la tumultuosa decisión en marzo de 1968 de retirarse de la política como un paso firme hacia la curación de las fisuras de la nación, mientras se angustiaba profundamente porque «Ahora hay división en la casa americana».
Pero Biden es cualquier cosa menos un visionario. Le estaba tendiendo una trampa para osos a Putin para reforzar su falsa narrativa de que si tan sólo éste se apeara de su caballo altanero, la guerra de Ucrania acabaría de la noche a la mañana, mientras que, por su parte, el Kremlin es muy consciente de que la Casa Blanca sigue siendo la más firme defensora de la tesis de que una guerra prolongada debilitaría a Rusia. De hecho, Biden ha llegado a extremos extraordinarios a los que ninguno de sus predecesores se atrevió jamás a llegar: ayudar e instigar ataques terroristas ucranianos en el interior de Rusia.
En cierto modo, Xi Jinping también se enfrenta a una trampa, ya que el gobierno de Biden está haciendo todo lo posible por mostrarse conciliador con China, como atestigua la fila de funcionarios estadounidenses que han viajado recientemente a Pekín: el secretario de Estado, Antony J. Blinken, en junio; el secretario del Tesoro y enviado para asuntos climáticos, John Kerry, en julio; y la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, en agosto.
El New York Times publicó el martes un artículo titulado U.S. Officials Are Streaming to China. ¿Les devolverá Pekín el favor? en el que se reprendía a Pekín:
«China tiene mucho que ganar enviando funcionarios a Estados Unidos. Señalaría al mundo que está haciendo un esfuerzo por aliviar las tensiones con Washington, especialmente en un momento en que China necesita reforzar la confianza en su tambaleante economía. Una visita también podría ayudar a sentar las bases para una posible y muy esperada reunión entre el Presidente Biden y el máximo dirigente chino, Xi Jinping, en un foro que se celebrará en San Francisco en noviembre.
«Pekín, sin embargo, no se ha comprometido».
La cuestión es que, durante todo este tiempo, Washington también se ha estado burlando y provocando incesantemente a Pekín con beligerancia y a través de medios calculados para debilitar la economía china e incitar a Taiwán y a los países de la ASEAN a alinearse como aliados indopacíficos de Estados Unidos, aparte de vilipendiar a China.
Tanto Putin como Xi Jinping han aprendido por las malas que Biden es un maestro del doble lenguaje, diciendo una cosa a puerta cerrada y actuando totalmente al contrario, siendo a menudo grosero y ofensivo a nivel personal en un alarde sin precedentes de diplomacia pública grosera.
Por supuesto, el simbolismo de la «reconciliación» ruso-estadounidense en suelo indio, por artificioso que sea, sólo puede beneficiar a Washington para apartar a Modi de la asociación estratégica con Rusia, de enorme trascendencia, en una coyuntura en la que las súplicas de Occidente sobre Ucrania no consiguieron resonancia en el Sur Global.
Así las cosas, la equivocada participación de India en las recientes «conversaciones de paz» de Jeddah (que en realidad fue una ocurrencia del NSA de la Casa Blanca Jake Sullivan) creó percepciones erróneas de que el gobierno de Modi «formará parte de la implementación de la fórmula de paz de 10 puntos propuesta por el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy y se están discutiendo los detalles».
Tanto Moscú como Pekín desconfiarán enormemente de las trampas explosivas de la administración Biden destinadas a crear malentendidos en sus relaciones mutuas y crear percepciones erróneas sobre la estabilidad de la relación estratégica ruso-china en un momento crítico en el que Putin se dispone a visitar Pekín.
La posible visita de Putin a China en octubre puede considerarse una respuesta a la visita de Xi Jinping a Moscú en marzo, pero tiene un contenido sustancial, como evidencia la invitación de Pekín a que sea el principal orador en el tercer Foro de la Franja y la Ruta que marca el décimo aniversario de la aparición de la BRI en la política exterior china.
Aunque en 2015 Putin y Xi firmaron una declaración conjunta sobre cooperación para «vincular la construcción de la Unión Económica Euroasiática y el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda», hasta ahora el apoyo de Moscú a la BRI ha sido más bien de carácter declarativo y no ha llegado a la adhesión a la misma. La parte china, cuando le conviene, menciona a Rusia como país del Cinturón y la Ruta, mientras que Moscú se limita a adherirse a las formulaciones anteriores.
Esto puede cambiar con la visita de Putin en octubre y, de ser así, podría suponer un cambio histórico para la dinámica de la asociación chino-rusa y para el flujo de la política internacional en su conjunto.
Los diplomáticos indios esperan elaborar un documento conjunto que disimule las contradicciones, que no sólo se refieren a Ucrania, sino también al cambio climático, las obligaciones de deuda de los mercados emergentes, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la transformación digital, la seguridad energética y alimentaria, etc. La línea de confrontación del Occidente colectivo supone un gran obstáculo.
Los ministros de Asuntos Exteriores del G20 no lograron adoptar una declaración conjunta, y las deliberaciones, bajo la presión de los países del G7, «se desviaron hacia declaraciones emocionales», como declaró posteriormente el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Es probable que Putin y Xi no esperen ninguna solución innovadora de la cumbre del G20.
Lo más probable es que la próxima cita de Delhi de este fin de semana se convierta en el último vals de este tipo entre los vaqueros del mundo occidental y el cada vez más inquieto Sur Global. El renacimiento de la lucha anticolonial en África es un presagio. Obviamente, Rusia y China están poniendo sus huevos en la cesta de los BRICS.
6. Escobar sobre Níger
Pepe Escobar deja por un momento sus artículos sobre los BRICS, y esta semana ha dedicado un artículo a África.
Francia no da tregua al surgimiento de una «Nueva África»
Como fichas de dominó, los Estados africanos van cayendo uno a uno fuera de los grilletes del neocolonialismo. Chad, Guinea, Malí, Burkina Faso, Níger y ahora Gabón dicen «no» a la larga dominación francesa de los asuntos financieros, políticos, económicos y de seguridad africanos.
Pepe Escobar 1 de SEP de 2023
Al añadir dos nuevos Estados miembros africanos a su lista, la cumbre celebrada la semana pasada en Johannesburgo, en la que se anunció la ampliación del BRICS 11, demostró una vez más que la integración euroasiática está inextricablemente ligada a la integración de Afro-Eurasia.
Bielorrusia propone ahora celebrar una cumbre conjunta entre el BRICS 11, la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y la Unión Económica de Eurasia (UEEA). La visión del Presidente Aleksandr Lukashenko sobre la convergencia de estas organizaciones multilaterales puede dar lugar, a su debido tiempo, a la Madre de todas las Cumbres de la Multipolaridad.
Pero Afro-Eurasia es una propuesta mucho más complicada. África todavía va muy por detrás de sus primos euroasiáticos en el camino hacia la ruptura de los grilletes del neocolonialismo.
En la actualidad, el continente se enfrenta a enormes dificultades en su lucha contra las arraigadas instituciones financieras y políticas de la colonización, especialmente cuando se trata de acabar con la hegemonía monetaria francesa en forma de franco CFA o Comunidad Financiera Africana.
Sin embargo, una ficha de dominó va cayendo tras otra: Chad, Guinea, Malí, Burkina Faso, Níger y ahora Gabón. Este proceso ya ha convertido al presidente de Burkina Faso, el capitán Ibrahim Traoré, en un nuevo héroe del mundo multipolar, ya que un Occidente colectivo aturdido y confuso ni siquiera puede empezar a comprender el retroceso que representan sus 8 golpes de Estado en África Occidental y Central en menos de 3 años.
Adiós a Bongo
Los militares decidieron tomar el poder en Gabón después de que el hiperprogresista presidente Ali Bongo ganara unas elecciones dudosas que «carecían de credibilidad». Se disolvieron las instituciones. Se cerraron las fronteras con Camerún, Guinea Ecuatorial y la República del Congo. Se anularon todos los acuerdos de seguridad con Francia. Nadie sabe qué pasará con la base militar francesa.
Todo ello fue de lo más popular: los soldados tomaron las calles de la capital, Libreville, en alegres cánticos, vitoreados por los espectadores.
Bongo y su padre, que le precedió, gobiernan Gabón desde 1967. Se educó en un colegio privado francés y se licenció en la Sorbona. Gabón es una pequeña nación de 2,4 millones de habitantes con un pequeño ejército de 5.000 efectivos que podría caber en el ático de Donald Trump. Más del 30% de la población vive con menos de un dólar al día, y en más del 60% de las regiones el acceso a la sanidad y al agua potable es nulo.
Los militares calificaron los 14 años de gobierno de Bongo de «deterioro de la cohesión social» que estaba sumiendo al país «en el caos».
Inmediatamente después del golpe, la empresa minera francesa Eramet suspendió sus operaciones. Es casi un monopolio. En Gabón abundan las riquezas minerales: oro, diamantes, manganeso, uranio, niobio, mineral de hierro, por no hablar del petróleo, el gas natural y la energía hidroeléctrica. En Gabón, miembro de la OPEP, prácticamente toda la economía gira en torno a la minería.
El caso de Níger es aún más complejo. Francia explota uranio y petróleo de gran pureza, así como otros tipos de riquezas minerales. Y los estadounidenses están in situ, operando tres bases en Níger con hasta 4.000 militares. El nodo estratégico clave de su «Imperio de Bases» es la instalación de aviones no tripulados de Agadez, conocida como Base Aérea 201 de Níger, la segunda más grande de África después de Yibuti.
Sin embargo, los intereses franceses y estadounidenses chocan cuando se trata de la saga del gasoducto transahariano. Después de que Washington rompiera el cordón umbilical de acero entre Rusia y Europa bombardeando los Nord Streams, la UE, y especialmente Alemania, necesitaba urgentemente una alternativa.
El suministro de gas argelino apenas puede cubrir el sur de Europa. El gas estadounidense es terriblemente caro. La solución ideal para los europeos sería el gas nigeriano cruzando el Sáhara y luego el Mediterráneo profundo.
Nigeria, con 5,7 billones de metros cúbicos, tiene incluso más gas que Argelia y posiblemente que Venezuela. En comparación, Noruega tiene 2 billones de metros cúbicos. Pero el problema de Nigeria es cómo bombear su gas a clientes lejanos, por lo que Níger se convierte en un país de tránsito esencial.
En lo que respecta al papel de Níger, la energía es en realidad un juego mucho más importante que el tan cacareado uranio, que de hecho no es tan estratégico ni para Francia ni para la UE, ya que Níger sólo es el 5º proveedor mundial, muy por detrás de Kazajstán y Canadá.
Aun así, la última pesadilla francesa es perder los jugosos acuerdos sobre el uranio más una remezcla de Malí: Rusia, después de Prighozin, llegando a Níger con toda su fuerza y la expulsión simultánea de los militares franceses.
Añadir Gabón no hace más que complicar las cosas. El aumento de la influencia rusa podría impulsar las líneas de suministro a los rebeldes en Camerún y Nigeria, y el acceso privilegiado a la República Centroafricana, donde la presencia rusa ya es fuerte.
No es de extrañar que el francófilo Paul Biya, en el poder desde hace 41 años en Camerún, haya optado por una purga de sus Fuerzas Armadas tras el golpe en Gabón. Camerún puede ser la próxima ficha de dominó en caer.
La CEDEAO se encuentra con AFRICOM
Los estadounidenses, tal y como están las cosas, están jugando al Sphynx. Hasta ahora no hay pruebas de que los militares de Níger quieran cerrar la base de Agadez. El Pentágono ha invertido una fortuna en sus bases para espiar gran parte del Sahel y, sobre todo, Libia.
En lo único que coinciden París y Washington es en que, al amparo de la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental), deben imponerse las sanciones más duras posibles a una de las naciones más pobres del mundo (donde sólo el 21% de la población tiene acceso a la electricidad), y deben ser mucho peores que las impuestas a Costa de Marfil en 2010.
Luego está la amenaza de guerra. Imagínense lo absurdo de que la CEDEAO invada un país que ya está librando dos guerras contra el terrorismo en dos frentes distintos: Contra Boko Haram en el sureste y contra el ISIS en la región de la Triple Frontera.
La CEDEAO, una de las ocho uniones políticas y económicas africanas, es un caos proverbial. Agrupa a 15 naciones miembros -francófonas, anglófonas y una lusófona- de África Central y Occidental, y está plagada de divisiones internas.
En un principio, los franceses y los estadounidenses querían que la CEDEAO invadiera Níger como su títere de «mantenimiento de la paz». Pero eso no funcionó debido a la presión popular en contra. Así que cambiaron a alguna forma de diplomacia. Aun así, las tropas siguen a la espera y se ha fijado un misterioso «Día D» para la invasión.
El papel de la Unión Africana (UA) es aún más turbio. Al principio, se opuso al golpe y suspendió la pertenencia de Níger a la Unión. Luego se volvieron y condenaron la posible invasión respaldada por Occidente. Los vecinos han cerrado sus fronteras con Níger.
La CEDEAO implosionará sin el respaldo de Estados Unidos, Francia y la OTAN. Ya es básicamente un chihuahua sin dientes, especialmente después de que Rusia y China hayan demostrado en la cumbre de los BRICS su poder blando en toda África.
La política occidental en la vorágine del Sahel parece consistir en salvar todo lo que puedan de una posible debacle sin paliativos, incluso cuando la estoica población de Níger es impermeable a cualquier narrativa que Occidente intente urdir.
Es importante tener en cuenta que el principal partido de Níger, el «Movimiento Nacional para la Defensa de la Patria», representado por el general Abdourahamane Tchiani, ha contado desde el principio con el apoyo del Pentágono, que le ha proporcionado entrenamiento militar.
El Pentágono está profundamente implantado en África y conectado con 53 naciones. El principal concepto estadounidense desde principios de la década de 2000 fue siempre militarizar África y convertirla en carne de cañón de la Guerra contra el Terror. Tal y como lo planteó el régimen de Dick Cheney en 2002: «África es una prioridad estratégica en la lucha contra el terrorismo».
Esa es la base del mando militar estadounidense AFRICOM y de innumerables «asociaciones de cooperación» establecidas en acuerdos bilaterales. A efectos prácticos, AFRICOM lleva ocupando grandes franjas de África desde 2007.
Qué dulce es mi franco colonial
Es absolutamente imposible para cualquier persona del Sur Global, de la Mayoría Global o del «Globo Global» (copyright Lukashenko) entender la agitación actual de África sin comprender los entresijos del neocolonialismo francés.
La clave, por supuesto, es el franco CFA, el «franco colonial» introducido en 1945 en el África francesa, que aún sobrevive incluso después de que el CFA -con un ingenioso giro terminológico- empezara a significar «Comunidad Financiera Africana».
Todo el mundo recuerda que, tras la crisis financiera mundial de 2008, el líder libio Muamar Gadafi pidió la creación de una moneda panafricana vinculada al oro.
En aquel momento, Libia tenía unas 150 toneladas de oro, guardadas en casa y no en bancos de Londres, París o Nueva York. Con un poco más de oro, esa moneda panafricana tendría su propio centro financiero independiente en Trípoli, y todo basado en una reserva soberana de oro.
Para decenas de naciones africanas, ése era el Plan B definitivo para eludir el sistema financiero occidental.
El mundo entero recuerda también lo que ocurrió en 2011. El primer ataque aéreo contra Libia provino de un caza Mirage francés. La campaña de bombardeos de Francia comenzó incluso antes del final de las conversaciones de emergencia en París entre los líderes occidentales.
En marzo de 2011, Francia se convirtió en el primer país del mundo en reconocer al rebelde Consejo Nacional de Transición como gobierno legítimo de Libia. En 2015, los correos electrónicos notoriamente pirateados de la ex secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton revelaron lo que Francia tramaba en Libia: «El deseo de lograr una mayor participación en la producción de petróleo libio», aumentar la influencia francesa en el norte de África y bloquear los planes de Gadafi de crear una moneda panafricana que sustituyera al franco CFA impreso en Francia.
No es de extrañar que el Occidente colectivo esté aterrorizado de Rusia en África, y no sólo por el cambio de guardia en Chad, Malí, Burkina Faso, Níger y ahora Gabón: Moscú nunca ha pretendido robar o esclavizar a África.
Rusia trata a los africanos como pueblos soberanos, no se enzarza en guerras eternas y no despoja a África de sus recursos pagando una miseria por ellos. Mientras tanto, la inteligencia francesa y la «política exterior» de la CIA se traducen en corromper hasta la médula a los dirigentes africanos y acabar con los que son incorruptibles.
No tienes derecho a una política monetaria
El chanchullo de la CFA hace que la Mafia parezca un gamberro callejero. Significa esencialmente que la política monetaria de varias naciones africanas soberanas está controlada por el Tesoro francés en París.
Inicialmente, se exigió al Banco Central de cada nación africana que mantuviera al menos el 65% de sus reservas anuales de divisas en una «cuenta de operaciones» abierta en el Tesoro francés, más otro 20% para cubrir los «pasivos» financieros.
Incluso después de que se promulgaran algunas «reformas» suaves desde septiembre de 2005, se seguía exigiendo a estas naciones que transfirieran el 50 por ciento de sus divisas a París, más un 20 por ciento de I.V.A.
Y la cosa empeora. Los bancos centrales de la CFA imponen un tope al crédito a cada país miembro. El Tesoro francés invierte estas reservas de divisas africanas en su propio nombre en la bolsa de París y obtiene enormes beneficios a costa de África.
La cruda realidad es que más del 80% de las reservas de divisas de las naciones africanas están en «cuentas de operaciones» controladas por el Tesoro francés desde 1961. En pocas palabras, ninguno de estos Estados tiene soberanía sobre su política monetaria.
Pero el robo no se detiene ahí: el Tesoro francés utiliza las reservas africanas como si fueran capital francés, como garantía al pignorar activos para los pagos franceses a la UE y al BCE.
En todo el espectro «FranceAfrique», Francia sigue controlando, hoy en día, la moneda, las reservas de divisas, las élites compradoras y los negocios comerciales.
Los ejemplos abundan: El conglomerado francés Bolloré controla los puertos y el transporte marítimo en toda África Occidental; Bouygues/Vinci dominan la construcción y las obras públicas, el agua y la distribución de electricidad; Total tiene enormes participaciones en el petróleo y el gas. Y luego están France Telecom y la gran banca: Societe Generale, Credit Lyonnais, BNP-Paribas, AXA (seguros), etcétera.
Francia controla de facto la inmensa mayoría de las infraestructuras del África francófona. Es prácticamente un monopolio.
«FranceAfrique» es neocolonialismo puro y duro. Las políticas las dictan el Presidente de la República de Francia y su «célula africana». No tienen nada que ver con el parlamento, ni con ningún proceso democrático, desde los tiempos de Charles De Gaulle.
La «célula africana» es una especie de Comando General. Utilizan el aparato militar francés para instalar a dirigentes compradores «amigos» y deshacerse de los que amenazan el sistema. No hay diplomacia de por medio. Actualmente, la célula depende exclusivamente de Le Petit Roi, Emmanuel Macron.
Caravanas de drogas, diamantes y oro
París supervisó por completo el asesinato del líder anticolonialista de Burkina Faso Thomas Sankara, en 1987. Sankara había llegado al poder mediante un golpe popular en 1983, para ser derrocado y asesinado cuatro años después.
En cuanto a la verdadera «guerra contra el terror» en el Sahel africano, no tiene nada que ver con las ficciones infantiles que se venden en Occidente. No hay «terroristas» árabes en el Sahel, como pude comprobar cuando viajé como mochilero por África Occidental unos meses antes del 11 de septiembre. Son lugareños que se convirtieron al salafismo por Internet, con la intención de crear un Estado Islámico para controlar mejor las rutas de contrabando a través del Sahel.
Aquellas legendarias caravanas de sal que recorrían el Sahel desde Malí hasta el sur de Europa y Asia Occidental son ahora caravanas de drogas, diamantes y oro. Esto es lo que financió, por ejemplo, a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), apoyada entonces por los lunáticos wahabíes de Arabia Saudí y el Golfo.
Después de que Libia fuera destruida por la OTAN a principios de 2011, ya no había «protección», así que los salafistas yihadistas apoyados por Occidente que lucharon contra Gadafi ofrecieron a los contrabandistas del Sahel la misma protección que antes, además de un montón de armas.
Diversas tribus malienses continúan con el alegre contrabando de cualquier cosa que se les antoje. AQMI sigue recaudando impuestos ilegales. En Libia, el ISIS está metido de lleno en el tráfico de personas y estupefacientes. Y Boko Haram se regodea en el mercado de la cocaína y la heroína.
Existe cierto grado de cooperación africana para luchar contra estos grupos. Existía algo llamado G5 Sahel, centrado en la seguridad y el desarrollo. Pero después de que Burkina Faso, Níger, Malí y Chad tomaran la vía militar, sólo queda Mauritania. El nuevo Cinturón de la Junta de África Occidental, por supuesto, quiere destruir a los grupos terroristas, pero sobre todo quiere luchar contra FranceAfrique y contra el hecho de que sus intereses nacionales se decidan siempre en París.
Francia se ha asegurado durante décadas de que haya muy poco comercio intraafricano. Los países sin litoral necesitan a sus vecinos para el tránsito. En su mayoría producen materias primas para la exportación. Prácticamente no hay instalaciones de almacenamiento decentes, el suministro de energía es débil y la infraestructura de transporte intraafricana terrible: eso es lo que los proyectos chinos de la Iniciativa Belt and Road (BRI) están empeñados en abordar en África.
En marzo de 2018, 44 jefes de Estado idearon la Zona de Libre Comercio Continental Africana (ACFTA), la mayor del mundo en términos de población (1.300 millones de personas) y geografía. En enero de 2022, establecieron el Sistema Panafricano de Pagos y Liquidación (PAPSS), centrado en los pagos de las empresas africanas en moneda local.
Así que, inevitablemente, más adelante apostarán por una moneda común. Adivinen qué se interpone en su camino: el CFA impuesto por París.
Algunas medidas cosméticas siguen garantizando el control directo del Tesoro francés sobre la posible creación de una nueva moneda africana, la preferencia de las empresas francesas en las licitaciones, los monopolios y el estacionamiento de tropas francesas. El golpe en Níger representa una especie de «no lo aguantaremos más».
Todo lo anterior ilustra lo que el imprescindible economista Michael Hudson viene detallando en todas sus obras: el poder del modelo extractivista. Hudson ha demostrado cómo lo fundamental es el control de los recursos del mundo; eso es lo que define a una potencia mundial y, en el caso de Francia, a una potencia mundial de rango medio.
Francia ha demostrado lo fácil que es controlar los recursos a través del control de la política monetaria y la creación de monopolios en estas naciones ricas en recursos para extraer y exportar, utilizando mano de obra esclava virtual con cero regulaciones ambientales o de salud.
También es esencial para el neocolonialismo explotador impedir que esas naciones ricas en recursos utilicen sus propios recursos para hacer crecer sus propias economías. Pero ahora las fichas de dominó africanas dicen por fin: «Se acabó el juego». ¿Se vislumbra por fin una verdadera descolonización?
7. Acceso gratuito a Middle East Critique.
Durante un par de meses se ha abierto el acceso gratuito a un número especial de la revista Middle East Critique dedicado al imperialismo en Oriente Medio. Por si interesa: Middle East Critique
8. Löwy en el especial decrecimiento de Monthly Review.
A ver si acabo los últimos artículos del especial decrecimiento de Monthly Review, que se está alargando en exceso. Os paso el penúltimo, con estas nueve tesis sobre decrecimiento ecosocialista de Michael Löwy:
Nueve tesis sobre el decrecimiento ecosocialista
por Michael Löwy
Michael Löwy es director de investigación emérito del Centro Nacional de Investigación Científica de París. Es coautor, con Bengi Akbulut, Sabrina Fernandes y Giorgos Kallis, del llamamiento «Por un decrecimiento ecosocialista» en el número de abril de 2022 de Monthly Review, y autor de Ecosocialism: Una alternativa radical a la catástrofe capitalista (Haymarket Books, 2015).
I. La crisis ecológica es ya la cuestión social y política más importante del siglo XXI, y lo será aún más en los próximos meses y años. El futuro del planeta, y por ende de la humanidad, se decidirá en las próximas décadas. Como explica el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, si la temperatura media mundial supera en 1,5°C la del periodo preindustrial, se corre el riesgo de desencadenar un proceso de cambio climático irreversible y catastrófico. ¿Cuáles serían las consecuencias? Sólo algunos ejemplos: la multiplicación de megaincendios que destruirían la mayor parte de los bosques; la desaparición de los ríos y el agotamiento de las reservas subterráneas de agua; el aumento de la sequía y la desertización de las tierras; el deshielo y la dislocación de los hielos polares y la subida del nivel del mar, lo que provocaría la inundación de las principales ciudades de la civilización humana: Hong Kong, Calcuta, Venecia, Ámsterdam, Shangai, Londres, Nueva York, Río de Janeiro. Algunos de estos acontecimientos ya se están produciendo: la sequía amenaza de hambre a millones de personas en África y Asia; el aumento de las temperaturas estivales ha alcanzado niveles insoportables en algunas zonas del planeta; los bosques arden por doquier en temporadas de incendios cada vez más prolongadas; se podrían multiplicar los ejemplos. En cierto sentido, la catástrofe ya ha comenzado, pero se agravará mucho más en las próximas décadas, mucho antes de 2100. ¿Hasta dónde puede llegar la temperatura? ¿A qué temperatura se verá amenazada la vida humana en el planeta? Nadie tiene una respuesta a estas preguntas. Se trata de riesgos dramáticos sin precedentes en la historia de la humanidad. Habría que remontarse a la época del Plioceno, hace millones de años, para encontrar condiciones climáticas similares a las que podrían hacerse realidad en el futuro debido al cambio climático.
II. ¿Cuál es la causa de esta situación? Es la acción humana, responden los científicos. La respuesta es correcta, pero un poco corta: los seres humanos viven en la Tierra desde hace cientos de miles de años, pero la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera empezó a acumularse sólo después de la Revolución Industrial y sólo empezó a ser peligrosa para la vida a partir de 1945. Como marxistas, nuestra respuesta es que el culpable es el sistema capitalista. La lógica absurda e irracional de la expansión y acumulación infinitas, el productivismo y la obsesión por la búsqueda del beneficio a cualquier precio son los responsables de llevar a la humanidad al borde del abismo.
La responsabilidad del sistema capitalista en la inminente catástrofe es ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en su Encíclica Laudato Si, sin pronunciar la palabra «capitalismo», se pronunció contra un sistema estructuralmente perverso de relaciones comerciales y de propiedad basado exclusivamente en el «principio de maximización del beneficio» como responsable tanto de la injusticia social como de la destrucción de nuestra casa común, la naturaleza. Un lema universalmente coreado en todo el mundo en las manifestaciones ecologistas es «¡Cambio de sistema, no cambio climático!». La actitud mostrada por los principales representantes de este sistema, defensores del business as usual -millonarios, banqueros, supuestos expertos, oligarcas y políticos- puede resumirse con la frase atribuida a Luis XV: «Después de mí, el diluvio». El fracaso absoluto de las decenas de Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) a la hora de tomar las medidas mínimas necesarias para detener el proceso ilustra la imposibilidad de encontrar una solución a la crisis dentro de los límites del sistema imperante.
III. ¿Puede el «capitalismo verde» ser una solución? Las empresas capitalistas y los gobiernos pueden estar interesados en el desarrollo (rentable) de «energías sostenibles», pero el sistema ha dependido de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) durante los últimos tres siglos, y no muestra signos de estar dispuesto a renunciar a ellos. El capitalismo no puede existir sin crecimiento, expansión, acumulación de capital, mercancías y beneficios, y este crecimiento no puede continuar sin un uso prolongado de los combustibles fósiles.
Las pseudosoluciones del capitalismo verde como los «mercados de carbono», los «mecanismos de compensación» y otras manipulaciones de la llamada «economía de mercado sostenible» han demostrado ser perfectamente inútiles. Mientras la «ecologización» no cesa, las emisiones de dióxido de carbono se disparan y la catástrofe está cada vez más cerca. No hay solución a la crisis ecológica en el marco del capitalismo, un sistema totalmente entregado al productivismo, al consumismo y a la lucha feroz por las cuotas de mercado. Su lógica intrínsecamente perversa conduce inevitablemente a la ruptura del equilibrio ecológico y a la destrucción de los ecosistemas. Como dijo Greta Thunberg, «es matemáticamente imposible resolver la crisis ecológica en el marco del sistema económico actual».
La experiencia soviética, independientemente de sus méritos o defectos, también se basaba en la lógica del crecimiento, fundamentada en los mismos recursos fósiles que Occidente. Gran parte de la izquierda del siglo pasado compartió la ideología del crecimiento en nombre del «desarrollo de las fuerzas productivas». Un socialismo productivista que ignore la crisis ecológica es incapaz de responder a los desafíos del siglo XXI.
IV. La reflexión y el movimiento del decrecimiento surgidos en las últimas décadas han aportado una gran contribución a una ecología radical al oponerse al mito de un «crecimiento» ilimitado en un planeta limitado. Pero el decrecimiento no es en sí mismo una perspectiva económica y social alternativa: no define qué tipo de sociedad sustituirá al sistema actual. Algunos defensores del decrecimiento ignorarían la cuestión del capitalismo, centrándose sólo en el productivismo y el consumismo, definiendo al culpable como «Occidente», «Ilustración» o «prometeísmo». Otros, que representan a la izquierda del movimiento anticrecimiento, designan claramente al sistema capitalista como responsable de la crisis, y reconocen la imposibilidad de un «decrecimiento capitalista».
En los últimos años, se ha producido un creciente acercamiento entre ecosocialismo y decrecimiento: cada bando se ha ido apropiando de los argumentos del otro, y la propuesta de un «decrecimiento ecosocialista» ha empezado a adoptarse como terreno común.
V. Los ecosocialistas han aprendido mucho del movimiento del decrecimiento. El ecosocialismo está adoptando cada vez más la necesidad del decrecimiento en el proceso de transición hacia una nueva sociedad ecológica socialista. Una razón obvia para ello es que la mayoría de las energías renovables, como la eólica y la solar, (a) necesitan materias primas que no existen a escala ilimitada y (b) son intermitentes, dependiendo de las condiciones climáticas (viento, sol). Por tanto, no pueden sustituir totalmente a la energía fósil. Por tanto, es inevitable una reducción sustancial del consumo de energía. Pero la cuestión tiene un carácter más general: la producción de la mayoría de los bienes se basa en la extracción de materias primas, muchas de las cuales (a) son cada vez más limitadas y/o (b) crean graves problemas ecológicos en el proceso de extracción. Todos estos elementos apuntan a la necesidad del decrecimiento.
El decrecimiento ecosocialista incluye la necesidad de reducir sustancialmente la producción y el consumo, pero no se limita a esta dimensión negativa. Incluye el programa positivo de una sociedad socialista, basada en la planificación democrática, la autogestión, la producción de valores de uso en lugar de mercancías, la gratuidad de los servicios básicos y el tiempo libre para el desarrollo de los deseos y las capacidades humanas, una sociedad sin explotación, dominación de clase, patriarcado y todas las formas de exclusión social.
VI. El decrecimiento ecosocialista no tiene una concepción puramente cuantitativa del decrecimiento como reducción de la producción y del consumo. Propone distinciones cualitativas. Algunas producciones -por ejemplo, las energías fósiles, los pesticidas, los submarinos nucleares y la publicidad- no sólo deben reducirse, sino suprimirse. Otras, como los coches particulares, la carne y los aviones, deberían reducirse sustancialmente. Otras, como los alimentos ecológicos, los medios de transporte públicos y las viviendas neutras en carbono, deberían desarrollarse. La cuestión no es el «consumo excesivo» en abstracto, sino el modo de consumo predominante, basado en la adquisición ostentosa, el despilfarro masivo, la alienación mercantil, la acumulación obsesiva de bienes y la compra compulsiva de pseudo-novedades impuestas por la «moda». Hay que acabar con el monstruoso despilfarro de recursos del capitalismo basado en la producción, a gran escala, de productos inútiles y nocivos: la industria armamentística es un buen ejemplo, pero gran parte de las «mercancías» producidas en el capitalismo, con su obsolescencia incorporada, no tienen otra utilidad que generar beneficios para las grandes corporaciones. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de las necesidades auténticas, empezando por las que podrían calificarse de «bíblicas» -agua, comida, vestido y vivienda-, pero incluyendo también los servicios básicos: sanidad, educación, transporte y cultura.
¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las artificiales, facticias e improvisadas? Estas últimas son inducidas por la manipulación mental, es decir, la publicidad. Si bien la publicidad es una dimensión indispensable de la economía de mercado capitalista, no tendría cabida en una sociedad en transición hacia el ecosocialismo, donde sería sustituida por la información sobre bienes y servicios proporcionada por las asociaciones de consumidores. El criterio para distinguir una necesidad auténtica de una artificial es su persistencia tras la supresión de la publicidad (¡Coca-Cola!). Por supuesto, los viejos hábitos de consumo persistirían durante algún tiempo, y nadie tiene derecho a decirle a la gente cuáles son sus necesidades. El cambio en los patrones de consumo es un proceso histórico, además de un reto educativo.
VII. El principal esfuerzo en un proceso de decrecimiento planetario deben realizarlo los países del Norte industrializado (Norteamérica, Europa y Japón) responsables de la acumulación histórica de dióxido de carbono desde la Revolución Industrial. Son también las zonas del mundo donde el nivel de consumo, sobre todo entre las clases privilegiadas, es claramente insostenible y despilfarrador. Los países «subdesarrollados» del Sur Global (Asia, África y América Latina), donde las necesidades básicas están muy lejos de ser satisfechas, necesitarán un proceso de «desarrollo» que incluya la construcción de ferrocarriles, sistemas de agua y alcantarillado, transporte público y otras infraestructuras. Pero no hay ninguna razón por la que esto no pueda lograrse mediante un sistema productivo respetuoso con el medio ambiente y basado en energías renovables. Estos países necesitarán cultivar grandes cantidades de alimentos para nutrir a sus poblaciones hambrientas, pero esto puede lograrse mucho mejor -como vienen defendiendo desde hace años los movimientos campesinos organizados en todo el mundo en la red Vía Campesina- mediante una agricultura biológica campesina basada en unidades familiares, cooperativas o granjas colectivistas. Esto sustituiría a los métodos destructivos y antisociales de la agroindustria industrializada, basada en el uso intensivo de pesticidas, productos químicos y organismos modificados genéticamente. En la actualidad, la economía capitalista de los países del Sur Global se basa en la producción de bienes para sus clases privilegiadas -coches, aviones y artículos de lujo- y materias primas exportadas al mercado mundial: soja, carne y petróleo. Un proceso de transición ecológica en el Sur, como defienden los ecosocialistas, reduciría o suprimiría este tipo de producción, y apuntaría en su lugar a la soberanía alimentaria y al desarrollo de servicios básicos como la sanidad y la educación, que necesitan, sobre todo, trabajo humano, en lugar de más mercancías.
VIII. ¿Quién podría ser el sujeto en la lucha por un decrecimiento ecosocialista? El dogmatismo obrerista/industrialista del siglo pasado ya no es actual. Las fuerzas que ahora están al frente de las confrontaciones socio-ecológicas son los jóvenes, las mujeres, los indígenas y los campesinos. La resistencia de las comunidades indígenas de Canadá, Estados Unidos, América Latina, Nigeria y otros lugares a los yacimientos petrolíferos, oleoductos y minas de oro capitalistas está bien documentada; surge de su experiencia directa de la dinámica destructiva del «progreso» capitalista, así como de la contradicción entre su espiritualidad y cultura y el «espíritu del capitalismo.»
Las mujeres están muy presentes en el movimiento de resistencia indígena, así como en el formidable levantamiento juvenil lanzado por el llamamiento a la acción de Thunberg, una de las grandes fuentes de esperanza para el futuro. Como explican las ecofeministas, esta participación masiva de las mujeres en las movilizaciones se debe a que ellas son las primeras víctimas de los daños que el sistema causa al medio ambiente.
Los sindicatos empiezan aquí y allá a implicarse también. Esto es importante, porque, en definitiva, no podremos vencer al sistema sin la participación activa de los trabajadores urbanos y rurales, que constituyen la mayoría de la población. La primera condición, en cada movimiento, es asociar los objetivos ecológicos (cierre de minas de carbón, pozos petrolíferos, centrales térmicas de carbón, etc.) con la garantía de empleo para los trabajadores implicados. Los sindicalistas ecologistas han argumentado que hay millones de «empleos verdes» que se crearían en un proceso de transición ecológica.
IX. El decrecimiento ecosocialista es a la vez un proyecto de futuro y una estrategia de lucha aquí y ahora. No se trata de esperar a que las condiciones estén «maduras». Es necesario provocar una convergencia entre las luchas sociales y ecológicas y combatir las iniciativas más destructivas de los poderes al servicio del «crecimiento» capitalista. Propuestas como el Green New Deal forman parte de esta lucha en sus formas más radicales, que exigen renunciar efectivamente a las energías fósiles, pero no en las reformas que se limitan a reciclar el sistema.
Sin hacerse ilusiones sobre un «capitalismo limpio», hay que intentar ganar tiempo e imponer a los poderes fácticos algunas medidas elementales de decrecimiento, empezando por una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los esfuerzos por detener el oleoducto Keystone XL, una mina de oro contaminante y una instalación de carbón forman parte de un movimiento de resistencia más amplio, denominado Blockadia por Naomi Klein. Igualmente significativas son las experiencias locales de agricultura orgánica, energía solar cooperativa y gestión comunitaria de los recursos.
Estas luchas en torno a cuestiones concretas del decrecimiento son importantes, no sólo porque las victorias parciales son bienvenidas en sí mismas, sino también porque contribuyen a elevar la conciencia ecológica y socialista al tiempo que promueven la actividad y la autoorganización desde abajo. Estos factores son condiciones previas decisivas y necesarias para una transformación radical del mundo, es decir, para una Gran Transición hacia una nueva sociedad y un nuevo modo de vida.
9. El mito de la «necesidad» de bombardear Hiroshima y Nagasaki
En «Descifrando la guerra» han publicado este artículo en el que vuelven sobre el mito de la necesidad de la bomba atómica para que se rindiese Japón. La película sobre Oppenheimer lógicamente ha reavivado este interés. Creo que no aporta grandes novedades para quien conozca la historia del periodo, pero es un buen resumen. https://www.
El mito de la bomba atómica y la rendición del Imperio Japonés
Con frecuencia se suele escuchar que las bombas atómicas derrotaron a Japón y que, además, salvaron vidas. Incluso, que constituyeron un mal menor en el contexto de las últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta historia, repetida hasta la saciedad, difícilmente se sostiene bajo la égida de la historiografía. Más allá del mito, la realidad fue mucho más compleja, producto de intereses cruzados y de los prolegómenos de la Guerra Fría.
Un callejón sin salida
A comienzos de julio de 1945 el Imperio japonés se encontraba en un callejón sin salida. Aunque todavía conservaba el control de amplios territorios en el continente asiático, su metrópoli estaba siendo arrasada por los bombardeos y su economía estaba al borde del colapso. Para entonces en el seno del gobierno japonés coexistían dos tendencias. Una era partidaria de seguir luchando, no ya por la victoria, pero si para desgastar a los norteamericanos y forzarlos a aceptar un acuerdo de paz favorable para Tokio. La otra tendencia, en clara inferioridad respecto al sector más militarista, aspiraba alcanzar una salida a la guerra lo antes posible.
Desde la Conferencia de Casablanca (1943) la política oficial de los Aliados había sido que no se aceptaría otra cosa que la rendición incondicional de las Potencias del Eje. Pero para entonces la Alemania nazi ya había caído, y en Tokio algunos empezaron a plantear una posible salida negociada. Por esas fechas en Estados Unidos se estaban produciendo importantes cambios. La muerte de Franklin D. Roosevelt, en abril de 1945, había llevado a la presidencia a Harry Truman, una figura con una escasa experiencia en política exterior. No llevaba ni seis meses como vicepresidente y de la noche a la mañana le tocó a él gestionar el final de la guerra.
Al poco de asumir el cargo Truman se encontró con que los Estados Unidos tenían a su disposición un nuevo tipo de arma que iba a tener una gran influencia en el futuro. A esas alturas ya no se iba a usar contra Alemania, pero podía ser empleada contra Japón. Durante varias semanas en el seno de la administración Truman se debatió qué pasos debían darse. Roosevelt y Stalin ya habían acordado con anterioridad que, una vez que Alemania fuera derrotada, trascurridos unos meses la Unión Soviética se uniría a la guerra contra Japón. Tanto Roosevelt como su secretario de guerra, Henry L. Stimson, lo consideraban un paso clave para derrotar a Japón.
Lo cierto es que Japón disponía de millones de soldados apostados desde Manchuria hasta Indochina, y contaba con las industrializadas Manchukuo y Corea como retaguardia. Paralelamente, en la metrópoli se estaban organizando un ejército de reserva y numerosas milicias con el fin de rechazar una invasión norteamericana del archipiélago nipón. La batalla de Okinawa mostró la dura resistencia que podían ofrecer frente a una potencial invasión de las islas principales.
El nuevo secretario de Estado, James F. Byrnes, quería acabar la guerra cuanto antes. Estaban en curso las negociaciones con los soviéticos sobre la Europa de posguerra y, en ese contexto, quería evitar un posible escenario que implicara hacer cesiones a la URSS en Asia. Para entonces en Washington ya conocían las intenciones de la facción “pacifista“ nipona. John McCloy, adjunto del Secretario de Guerra, propuso a Truman explorar la vía negociadora y ofrecer a Tokio varias condiciones –entre otras, que se podía mantener la figura del emperador japonés–. Pero Byrnes vetó esta posibilidad y recomendó a Truman que se arrojaran bombas atómicas sobre Japón, sin previo aviso.
Años después tanto James Byrnes como John McCloy reconocerían en sendas entrevistas de televisión que el objetivo de lanzar la bomba atómica sobre Japón no fue otro que usar esta carta para influir en las negociaciones con los soviéticos de cara a construir el mundo de la posguerra. El propio Byrnes llegó a señalar que el objetivo era conseguir terminar la guerra cuanto antes; de esta forma, confiaba en no tener que negociar con los soviéticos cuestiones territoriales o áreas de influencia en Asia.
En la Declaración de la Conferencia de Potsdam (26 de julio) los Aliados lanzaron un ultimátum y exigieron la rendición incondicional de Japón. Cabe recordar que la Unión Soviética no estaba en guerra con Japón y desde 1941 estaba vigente un pacto de neutralidad entre ambas naciones. Tanto Moscú como Washington, cada uno por su lado, se aprovecharon de estas circunstancias de cara al movimiento final de la guerra. Ante esa situación, en Tokio decidieron ignorar la declaración de Potsdam, pues algunos creían que la URSS podía actuar de mediador con Londres y Washington.
A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitaron. En la mañana del 6 de agosto los norteamericanos lanzaron una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, situada al sur del país. En contra de lo que esperaban Byrnes y Truman, pasaron dos días y las autoridades japonesas no reaccionaron anunciando la rendición. En la madrugada del 9 de agosto, después de que Moscú denunciara su pacto de neutralidad, sus fuerzas armadas atacaron a los japoneses en China, Manchuria, Corea, Sajalín y las islas Kuriles. Unas horas después, los norteamericanos lanzaron una segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. A mediodía del 9 de agosto el gobierno japonés ya era consciente de la avalancha que se le venía encima: en pocos días la resistencia nipona en Manchuria se desmoronó. Con los soviéticos avanzando por varios frentes, y con la metrópoli devastada, el sector “pacifista“ en el gobierno logró imponerse a la facción más belicista. El 15 de agosto se anunció que Japón se rendiría; dos semanas después, el 2 de septiembre, se firmó la rendición formal.
Sería después de la guerra cuando desde la administración Truman se empezó a elaborar el mito de que los Estados Unidos lanzaron las bombas atómicas para evitar así una invasión de la metrópoli nipona y una posible matanza de soldados norteamericanos. La narrativa buscaba enmascarar no solo los verdaderos propósitos que movieron a lanzar las bombas atómicas, sino también justificar ante el público mundial las consecuencias que implicaron para los civiles de Hiroshima y Nagasaki.
Una historia oportuna
“La decisión de utilizar la bomba atómica supuso la muerte de más de 100.000 japoneses. Ninguna explicación puede cambiar este hecho y no deseo pasar por alto este hecho. Pero esta destrucción deliberada y premeditada fue nuestra opción menos aborrecible. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki puso fin a la guerra japonesa.”
Estas eran las conclusiones a las que llegaba el Secretario de Guerra Henry Stimson en 1947 sobre los lanzamientos de la bomba en Japón. Con este artículo, titulado “La decisión de utilizar la bomba atómica”, Stimson situaría los ejes esenciales de lo que se conocería como la historiografía ortodoxa, y que sería la piedra de toque sobre la posterior interpretación de la rendición japonesa. El ensayo presentaba el dilema como una elección binaria entre lanzar la bomba o emprender una sangrienta invasión de Japón. La decisión de lanzar la bomba era así presentada como la que provocaría menos muertes, un relato sencillo y coherente que ayudaba a explicar lo sucedido, a darle una lógica. De esta forma, al reducir la cuestión era más fácil simplificar la elección y purgar moralmente las conciencias: la bomba era un mal necesario.
El primero en poner el duda este relato fue Gar Alperovitz con su obra “La decisión de utilizar la bomba atómica y la arquitectura de un mito estadounidense”, que sería seguido por la corriente historiográfica revisionista principalmente en los años de la década de 1960. La administración Truman era consciente, a través de los cables diplomáticos japoneses, de los obstáculos para la rendición, y de ahí los debates internos sobre las condiciones. El 30 de mayo de 1945 el expresidente Herbert Hoover envió un memorándum al presidente Harry Truman instándole a cambiar los términos de la rendición para permitir a Japón conservar a su emperador. Esta era una de las piezas clave por las cuales Tokio se resistía a la rendición incondicional exigida por los Aliados. No se puede decir, por lo tanto, que no hubiera espacio para maniobrar, pues de hecho los términos de Potsdam contenían algunas garantías.
En los meses clave del verano de 1945 hay varios documentos que discuten sobre la ‘posibilidad de la rendición’. El 6 de julio el Comité Combinado de Inteligencia de los Jefes de Estado Mayor redactó que “los grupos dirigentes japoneses son conscientes de la desesperada situación militar y desean cada vez más una paz de compromiso, pero siguen considerando inaceptable la rendición incondicional […] La entrada de la Unión Soviética en la guerra convencería finalmente a los japoneses de la inevitabilidad de la derrota completa”. El propio Stimson escribió a Truman el 2 de julio: “Creo que Japón es susceptible de entrar en razón en mucha mayor medida de lo que indica nuestra prensa. Japón no es una nación compuesta en su totalidad por fanáticos de una mentalidad totalmente diferente a la nuestra.” Es decir, los argumentos que plantean la necesidad de la bomba por algún tipo de pensamiento irracional por parte del liderazgo japonés no era algo que concibieran los dirigentes estadounidenses.
La bomba tampoco fue un elemento militar decisivo, los altos mandos del ejército de Estados Unidos lo reconocerían en años posteriores. De los ocho generales y almirantes de cinco estrellas, los oficiales de más alto rango, siete creían que Hiroshima y Nagasaki fueron en última instancia innecesarios, entre ellos el que sería presidente, Dwight Eisenhower. Por ejemplo, el Almirante de Flota Chester Nimitz, Comandante en Jefe de la Flota del Pacífico: “Los japoneses, de hecho, ya habían pedido la paz. La bomba atómica no desempeñó ningún papel decisivo, desde un punto de vista puramente militar, en la derrota de Japón.” En este sentido, el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki no se diferencia en gran medida de otros bombardeos incendiarios que arrasaron completamente ciudades como Tokio, salvo por las consecuencias radioactivas que tuvieron en las siguientes generaciones. Por lo tanto, la idea de que la bomba fue decisiva en la rendición del Imperio Japonés constituyó una historia conveniente que permitía justificar el uso del armamento nuclear.
Aunque el uso de la bomba trataba de inducir a los mandos japoneses a la rendición, hubo algo más que explicó los motivos que llevaron a utilizarla: el hecho de que en Washington quería hacer una demostración de su poderío militar y tomar ventaja en la diplomacia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Varios altos cargos del proyecto S-1 –nombre secreto del programa nuclear– ya lo indicaban, el físico nuclear polaco Józef Rotblat relata como el general Leslie Groves –a cargo del Proyecto Manhattan– dijo una vez en Los Álamos que “[…] por supuesto, el verdadero propósito de fabricar la bomba era someter a los soviéticos”. Afirmación que respaldaría también e físico australiano Mark Oliphant. Evidentemente, no se trata de que los soviéticos fueran el objetivo desde un inicio, o que la guerra en el Pacífico se retrasara deliberadamente para lanzar las bombas nucleares. Pero sí es cierto que en la administración Truman muchos ya estaban pensando a largo plazo en ese escenario que se abriría con la Guerra Fría, y esto jugó un papel significativo en la decisión de lanzar la bomba.
Esto mismo es lo que llevó a algunos físicos, que consideraban que la Unión Soviética había hecho enormes sacrificios para asegurar la victoria frente a la Alemania Nazi, a espiar para Moscú. Además, creían que excluir a los científicos rusos sólo conduciría a una carrera armamentística de posguerra. Uno de estos, Theodore Hall, afirmó más tarde que este temor fue lo que le llevó a espiar para los soviéticos. Tras la rendición alemana muchos se cuestionaron la necesidad de continuar con el programa nuclear y de no compartir la información con los aliados soviéticos, Un ejemplo significativo fue el científico danés Niels Bohr, que advirtió que el uso de la fuerza nuclear sin previo aviso sería interpretado como un mensaje a los soviéticos. De hecho, uno de los objetivos más importantes para Groves era asegurar que los soviéticos no consiguieran información clave sobre el programa nuclear, lo que explica no sólo la rígida compartimentación del Proyecto Manhattan, sino también la misión dirigida por él para capturar a todos los científicos atómicos alemanes y llevarlos a Estados Unidos para que la Unión Soviética no hiciera lo propio.
La bomba atómica: un regalo divino
Por su parte, está narrativa sobre la rendición de Japón por la bomba atómica también fue muy útil para la clase dominante japonesa, que de esta forma podía presentar la rendición como el producto de un arma contra la que era imposible luchar; así se evitaba la percepción de una derrota humillante y el emperador podía salvar su imagen. Esto se puede corroborar en la reunión mantenida entre el emperador Hirohito y el ministro de Marina Mitsumasa Yonai ante la preocupación por los crecientes disturbios civiles: “Creo que el término es inapropiado, pero las bombas atómicas y la entrada soviética en la guerra son, en cierto sentido, regalos divinos. Así no tenemos que decir que hemos abandonado la guerra por circunstancias internas.”
La bomba atómica, que como decimos en su capacidad de destrucción no suponía una diferencia cuantitativa a los bombardeos incendiarios, se presentó ante el público japonés en el discurso de rendición del emperador como “una nueva y cruelísima bomba, cuyo poder para causar daño es, de hecho, incalculable […]. Si continuáramos luchando, no sólo provocaría el colapso final y la aniquilación de la nación japonesa, sino que también conduciría a la extinción total de la civilización humana”. Sin embargo, al dirigirse a los militares, puso el acento en la entrada de los soviéticos en la guerra como la razón principal que hacía insostenible la resistencia, pues la invasión soviética invalidó la estrategia militar, al igual que invalidó la estrategia diplomática. El emperador pudo utilizar el hecho de los bombardeos atómicos como excusa para la rendición. Así pues, las bombas tuvieron su influencia, pero no fueron la cuestión decisiva en cuanto a por qué los japoneses aceptaron la rendición incondicional.
Los altos mandos nipones entendían el peligro que suponía para su posición social la entrada de los soviéticos, que en el momento de la rendición ya planeaban el desembarco en Hokkaido. Al temor a que los soviéticos llevarían una revolución en las relaciones de clase existentes se sumaba la posibilidad de una partición del país como la de Alemania, de modo que al adherirse a los términos de la declaración de Potsdam se aseguraba la indivisibilidad de las islas principales del archipiélago japonés. Con esta conclusión las autoridades niponas pudieron moldear en el futuro una nueva conciencia nacional en la que Japón fue presentada como la víctima, lo que permitía ignorar todas las atrocidades cometidas durante la guerra, instalando unas ideas que serían clave para mantener el orden social de posguerra. Por último, tampoco tenían ningún deseo de contradecir a Estados Unidos y su mito, pues las autoridades de ocupación tenían la potestad para cambiar o rehacer la sociedad japonesa; asimismo, muchos dirigentes podían enfrentarse a juicios por crímenes de guerra.
Por todas estas razones es importante comprender los motivos que llevan tanto a Estados Unidos como a Japón a promocionar esta idea. Además, en las circunstancias actuales, este tipo de mitos vienen a crear un clima de opinión pública favorable al uso del arma nuclear. Vienen a depositar la idea de que el uso de las bombas en Japón realmente salvó vidas y que, por lo tanto, era el menor de dos males, consagrando una visión del mundo que informa que la masacre instantánea de cientos de miles de personas está, al menos a veces, moralmente justificada. En otras palabras, esta visión asume que los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki estaban justificados.
Un análisis escrito por Àngel Marrades y Manuel de Moya Martínez