Para el colectivo Juan de Mairena, por su “celebración de Miguel Hernández” y porque el Manifiesto también habla de ellos.
No me refiero esta vez al Manifiesto Comunista (que, por supuesto, merece los mayores elogios y reconocimientos: ¿conocen muchos Manifiestos con la fuerte política, filosófica y literaria del MC que hayan influido tanto en la concepción del mundo de millones de personas en todo el mundo? [1]), sino al “Llamamiento federal por la entente lingüística” que ha publicado y difundido Federalistes d’Esquerra /Fd’E) esta última semana.
Sorpresas (positivas) da la vida (no muchas veces) y ésta es una de ellas. No es en absoluto frecuente un texto de esta naturaleza, con sus análisis, posiciones y argumentos, teniendo en cuenta la composición política de Fd’E: PSC (mayoría) y Comunes.
Se lo voy comentando poco a poco.
Abre el llamamiento con estas palabras: “Estos últimos años, marcados por el “procés” y la severa respuesta judicial a su desafío, han dejado heridas abiertas entre catalanes, así como un poso malsano de incomprensión y desconfianza con el resto de España.”
Muy de acuerdo. Años estos últimos muy marcados, sobre todo, por el procés y la ideología procesista que le es anexa y por una respuesta judicial (dudo si severa: la cosa iba de romper el demos común a través de todos los medios institucionales a su alcance, que no son pocos, e instrumentalizando movimientos sociales generosamente dotados y abonados desde esas mismas instituciones; todo era, en el fondo, uno y lo mismo), respuesta judicial, decía, que, por el momento, ha quedado en poco, casi en nada (están todos fuera, intervienen políticamente, y otros viven en residencias de lujo cómodamente en otros países de la UE), años duros han dejado mucho sufrimiento, mucho resquemor y profundas heridas entre los ciudadanos de Cataluña (mejor que catalanes, nos lo enseñó hace muchos años Josep Tarradellas), entre las personas que aquí vivimos, y, con toda razón (¡cómo iba a ser de otro modo!) un profundo poso de desconfianza en el resto de España. ¿Cómo van a fiarse de las clases dominantes (con sus representantes políticos) de una comunidad, y de las muchas gentes que las siguen y apoyan, que han dado muestras, las sigue dando siempre que tienen ocasión, de una más que injusta y profunda hispanofobia, que no ha obviado insultos y descalificaciones (y grandes mentiras) de la ciudadanía de otros territorios españoles? Los ejemplos se amontonan. ¿Se acuerdan de aquella bromita de Ponsati sobre el “De Madrid al cielo” mientras las gentes morían en residencias u hospitales? ¿Han olvidado el decir de Artur Mas siendo presidente, acompañado de las risas de sesudos parlamentarios afines, cuando bromeaba porque no entendía la forma de hablar de los niños gallegos y andaluces? ¿Recuerdan los comentarios de Duran i Lleida, con la complicidad de la vicepresidenta del gobierno de la Generalitat .Cat, Joana Ortega, sobre los campesinos andaluces y el dinero que gastaban en bares y rondas gracias a lo mucho, a lo excesivo que aportaba Cataluña a las arcas del Estado? ¿Hemos olvidado la lata que dieron durante meses y años con las balanzas fiscales, y lo mucho que España robaba a Cataluña? ¿Se acuerdan de aquel congresillo institucional titulado “España contra Cataluña (1714-2014)”?
Sin concretar, el llamamiento habla a continuación de “consensos fundamentales, que permitieron la transición democrática y la recuperación del autogobierno”, consensos que se han ido desvirtuando.
Desde luego. La aspereza de lo sucedido los ha resquebrajado, casi nada queda en pie, y tal vez sea este el momento de formularlos de nuevo, siendo conscientes de que ya no podrán tener la misma música, la misma letra. Ni tampoco la misma aceptación. Ya nada será igual por el momento. Ni en Cataluña ni en el resto de España (palabra que, incomprensiblemente, hemos evitado durante años y años en las formaciones de izquierda). Ciudadanos y ciudadanas que pensaban (así se decía día y noche y fiestas de guardar) que esto era un oasis no caerán jamás en una visión tan idealizada, ingenua, y estúpida e interesada al mismo tiempo, de la sociedad catalana. ¡Las 400 familias con poder en plaza se morían de risa! ¡Oasis, como la banda inglesa! Quin riure, quin riure!
El llamamiento sigue: “El acuerdo sobre la lengua fue decisivo en la cohesión de la sociedad civil durante el período de recuperación democrática. La voluntad de promover la lengua catalana, arrinconada bajo la dictadura, tenía un enorme potencial unificador”. Reunía, por una parte, “los anhelos de reconocimiento y plenitud en el uso de su lengua de la población catalanoparlante” y, por otra, “las aspiraciones de progreso y convivencia en igualdad de “los otros catalanes”, aquellos hombres y mujeres venidos de toda España que fueron mano de obra en las fábricas y savia de un movimiento obrero y vecinal decisivo en la conquista de las libertades”.
No sé si “mano de obra” es expresión adecuada. No, en mi opinión. El llamamiento debe estar escrito por gentes que nunca han sido propiamente “mano de obra”.
(De hecho, ¿cuántas personas muertas en accidentes laborales evitables entre esa “mano de obra”? ¿Cuántos “caídos” en la industria criminal del amianto muy asentada en Cataluña?).
Mejor ciudadanos-trabajadores muy explotados en las fábricas y savia de un movimiento obrero y vecinal (en barrios sin dotaciones básicas, esenciales, donde, desde luego, no vivían ni viven las clases hegemónicas catalanas, ni tampoco las clases medias) que no solo fue decisivo en la conquista de las libertades, que sin duda lo fue (y con muchos mártires y represaliados en sus espaldas, de la CNT, del movimiento libertario, del PSUC, del MIL, del PCE(m-l) y de otras formaciones antifranquistas, algunas de ellas nacionalistas que ni por asomo fueron el grueso de ese movimiento de resistencia), sino en las arriesgadas luchas de todo aquello que tenía que ver con la justicia, con la igualdad, también con la fraternidad con otras luchas en otras comunidades, luchas que hacíamos nuestras, e incluso contra la represión que sufrieron (hablo en pasado) la lengua catalana y las instituciones de la comunidad. Basta pensar en los apellidos de los detenidos en algunos 11S celebrados en la clandestinidad en tiempos de dura represión. Verán que los García, Fernández, Suárez, Rodríguez, López, tienen también protagonismo.
El acuerdo generalizado sobre la necesidad de proteger y apoyar la lengua catalana fue, desde luego, decisivo en la cohesión de la sociedad civil durante el período, muy conflictivo en ocasiones, de recuperación democrática. La voluntad de promover la lengua catalana tuvo un enorme potencial unificador, pero nunca -nunca, importante es remarcarlo- en detrimento y desprecio de la lengua castellana o española. Reunía los anhelos de reconocimiento y plenitud en el uso de su lengua de la población catalanoparlante, también de la bilingüe, y también las aspiraciones de convivencia en igualdad y aspiración a la justicia de ciudadanos/as de otras comunidades que llegaron a estas tierras (mis padres y abuelos por ejemplo) para trabajar (hicieron en general los trabajados más duros) y a los que sería mejor dejar de llamar “los otros catalanes” (o expresiones afines). No son otros, son catalanes desde el punto de vista que viven en Cataluña, aunque algunos o muchos puedan seguir sintiéndose andaluces, gallegos o aragoneses, sin que eso signifique desconsideración alguna por su parte respecto a la tierra en la que ahora viven.
(De hecho, y sea dicho entre paréntesis, bastantes personas, yo soy un ejemplo, nacidas en Cataluña y de padres no catalanes (para los nacional-secesionistas: xarnegos, ñordos, no catalanes propiamente), han perdido durante estos años mucho sentimiento de catalanidad, por decirlo de algún modo. Yo me suelo definir como barcelonés, no como catalán, y ciudadano español. No por manía a lo catalán, por supuesto que no (¿cómo voy a tener manía a lo catalán si mi esposa-compañera es catalana de la Barceloneta (i em moro de calor!), si muchos de mis mejores amigos son catalanes y si con mi hijo nacido en Barcelona hablamos en catalán?), sino para que no se entienda mi “soy catalán” como partidario de levantar un nuevo muro-Estado que nos separe del resto de España. No camino por esa senda).
Sin embargo, prosigue el llamamiento, “con el paso de los años y los cambios que hemos vivido, aquel impulso se fue agotando. El ascensor social dejó de funcionar. Las desigualdades se enquistaron y han ido agravándose con las sucesivas crisis.” Lo dejo en este punto. Más en la próxima página herida.
Notas.
1) Lectura más que recomendable: Francisco Fernández Buey, “Sobre el Manifiesto Comunista (Dos conferencias y dos anexos)” https://espai-marx.net/?p=12778.