Respuesta al profesor Pedro Carlos González Cuevas. Sin conciencia feliz y con mucha autocrítica

Respuesta al profesor Pedro Carlos González Cuevas.

Sin conciencia feliz y con mucha autocrítica

Disculpándome por la tardanza en responder, apunto unas breves observaciones sobre el último comentario del profesor Pedro Carlos González Cuevas [1], a quien agradezco sus palabras iniciales. Si alguna de mis expresiones más o menos jocosas le ha ofendido, señala, le ruego me perdone. No tengo nada de qué excusarle. 

No obstante, prosigue, “nuestras discrepancias siguen siendo radicales en todos los aspectos”. No sé si en todos los aspectos pero, ciertamente, tenemos diferencias importantes, radicales en algún caso (no en todos). Reflexiono sobre algunas de ellas.

1. Las opiniones de López Arnal, afirma el profesor de la UNED, “son una manifestación de lo que podríamos conceptualizar como sinistrismo, es decir, de una feliz conciencia izquierdista incapaz, en el fondo, y luego entraremos en ello, de autocrítica ideológica y, sobre todo, histórica”. En mi caso, y en el de muchos otros amigos y compañeros, puedo asegurarlo, no es así: ni feliz conciencia (muy lejos de mí (y de ellos) ese cáliz), ni incapacidad de autocrítica ideológica e histórica (más bien lo contrario). Me identifico, por ejemplo, desde la primera hasta la última letra, con una carta que Manuel Sacristán (le cito porque hemos hablado de él en repetidas ocasiones) escribió pocos días después de la invasión de Praga, de la aniquilación manu militari de aquella esperanzadora primavera de renovación democrática socialista (donde, ciertamente, nada estaba asegurado) por las tropas del Pacto de Varsovia [2]:
Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti [Xavier Folch], no esperaba los acontecimientos, la palabra “indignación” me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar. La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves [la cursiva es mía].

Suscribo todo lo que señaló el autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger en esa carta. Todo. Él lo escribió, además, en agosto de 1968, cuando no eran frecuentes esas aproximaciones. El coraje político, el pensar con la propia cabeza y la lucidez teórica nunca le abandonaron.

No tengo tampoco ningún problema en hablar de los crímenes del estalinismo [3], que lo fueron, o de las barbaridades realizadas en nombre del comunismo y del socialismo (que han existido). Del capitalismo no hace falta decir nada porque todos sufrimos su realidad y su praxis: la posibilidad de una ruptura civilizatoria y de la aniquilación de una relación armónica y homeoestática entre nuestra especie y la naturaleza, por no hablar del trabajo esclavo, de la explotación salvaje o de las desigualdades impúdicas que genera desde hace muchas, muchas, décadas.

2. Bajo los planteamientos de López Arnal, prosigue el profesor González Cuevas, “puede percibirse la convicción de que la realidad social y política se irá desplazando, aunque con retrocesos temporales, hacia la izquierda, es decir, hacia posiciones igualitaristas y socializantes”. El “puede” salva a mi interlocutor, pero tampoco pienso en esos términos. Muy lejos de ello. No creo que la historia humana se dirija, por caminos más o menos tortuosos, hacia finalidades socialistas. No creo en ninguna filosofía de la historia ni tengo una visión confiada y optimista de nuestra historia. Nada de eso, más bien lo contrario (que tampoco es una convicción). No hay marchas inexorables hacia ninguna parte (aunque algunos abismos se vislumbren en un horizonte cercano si no somos capaces de rectificar trazando un giro copernicano ecosocial). Estamos, como suele comentar uno de mis jóvenes maestros, el poeta y profesor Jorge Riechmann, en el siglo de la Gran Prueba. Todo puede acabar en un desastre de dimensiones apocalípticas o en el triunfo (momentáneo, aunque de siglos, como todo en la historia humana) de un capitalismo con nula o escasa humanidad (como casi siempre). También, por supuesto, pueden darse otros escenarios.

3. Me llama la atención el profesor de la UNED por mi desconocimiento de la obra de Michael Löwy (a quien que he querido entrevistar sobre su último libro, el publicado por el Viejo Topo). Tal vez tenga razón. He leído poco de él, debo admitirlo. Aunque no estoy seguro de que sea, como él afirma, “un seguidor de Lukács”, cualquier cosa que el profesor Cuevas pueda enseñarme será muy bien recibida.

4. El colaborador de Okdiario comenta que lo que más me ha ofendido “es la acusación de homofobia o antifeminismo a su maestro Manuel Sacristán, algo que, desde luego, es necesario contextualizar históricamente.” Señala que “el sociólogo Stuart Hall criticaba, a la altura de 1985, la escasa receptividad del laborismo y, en general, de toda la izquierda británica a la socialización del feminismo y del movimiento gay. Y, a ese respecto, denunciaba su cultura del patriarcado” y afirma que “Sacristán no reflexionó sobre esos temas como no lo hicieron otros intelectuales marxistas o simplemente de izquierdas”. De acuerdo: no lo hicieron otros intelectuales marxistas o simplemente de izquierdas… pero (sin ceguera ni devoción ciega) no es así en su caso. A la bibliografía me remito [4], por no apelar a mi experiencia personal o referirme a sus conferencias, a sus intervenciones orales en debates o a sus escritos de intervención política. Para convencerse o pensar sobre ello, para ver que Sacristán sí reflexionó sobre esos temas, basta leer los primeros 24 números de la revista mientras tanto, la que el compañero-esposo de la hispanista y feminista italiana Giulia Adinolfi dirigió desde 1979 hasta 1985 (el año de su fallecimiento).

González Cuevas habla también de un artículo polémico de Jon E. Illescas publicado en El Viejo Topo, “donde se criticaba el abandono por parte de la izquierda española de proyectos político-sociales auténticamente transformadores y la asunción de los postulados posmodernos del feminismo y de los LGTBI, que juzga socialmente desmovilizadores y que nada tienen que ver con los intereses materiales de la clase obrera”, y añade que “las reivindicaciones femeninas de igualdad a todos los niveles me parecen de sentido común; ahora bien, el feminismo, tal como lo conciben Simone de Beauvoir o Kate Millet, me parece una aberración”. Sin entrar en las (provocativas) tesis de Jon Illescas (no es tal vez el momento), no opino sobre la obra de Kate Millet porque no la he leído pero no puedo seguir a mi interlocutor cuando afirma que el feminismo de Simone de Beauvoir (a la que sí que he leído) le parece una aberración. A mí no me lo parece, en absoluto. Tampoco el de Nancy Fraser y el de tantas otras autoras. El feminismo (mejor en plural: feminismos), en muchas de sus caras y aristas, está lejos de ser un irracionalismo.

5. Según el profesor González Cuevas, me muestro “incondicional admirador de Gregorio Morán”, y recuerda al lector que en el último número de El Viejo Topo, julio-agosto de 2019, le entrevisto. Matizo: no soy admirado incondicional de nadie ni creo que me muestre como tal (acaso rozo esas turbulentas aguas cuando hablo de Fernández Buey, Sacristán, Miguel Candel o Antoni Domènech pero incluso en estos casos intento evitar ese peligroso desvarío intelectual). La entrevista a Morán, por lo demás, no tiene nada que ver con los asuntos de que hablamos. Es una conversación sobre el último libro que ha publicado, Memoria personal de Cataluña, una interesante crítica del nacional-secesionismo.

Añade el profesor de la UNED una crítica algo desenfocada en mi opinión: “Esta reivindicación no me extraña lo más mínimo, dado el actual nivel de la cultura política e intelectual de la izquierda española”. Si esa reivindicación se diera, que no se da (una cosa distinta es reconocer, sin ceguera y críticamente, las aportaciones de Morán o de un determinado autor), lo que probaría o señalaría es mi bajo nivel cultural político e intelectual, no el de la izquierda española en general, de la que yo (y no por falsa modestia) estoy muy lejos de ser un representante.

La cultura de derechas, añade, ni existe. Es su opinión. Aunque parezca extraño, tampoco coincido en este punto: existe. Otra cosa es el rigor, el interés o la fundamentación de esa cultura política e intelectual. Nada digo sobre ello.

6. Viene luego una aproximación muy crítica de González Cuevas a El maestro en el erial, que, a su modo de ver, es “una obra no sólo intelectual y políticamente deleznable, sino grotesca desde el punto de vista historiográfico. Ni el señor Morán ni el señor López Arnal son historiadores; y eso se nota. Un poco de erudición y de trabajo en bibliotecas, hemerotecas y archivos nunca viene mal”. Tiene razón en este punto: no soy historiador (tampoco Morán) y yo sé poco de ese oficio, pero pienso como él que es necesario trabajo en bibliotecas, hemerotecas y archivos. Lo he hecho en alguna ocasión en el ámbito de la historia de la ciencia, lo he aprendido de amigos y amigas historiadoras: Josep M. Fradera, José Luis Martín Ramos, Jordi Torrent, Soledad Bengoechea, Giaime Pala, M. Cruz Santos Mario Amorós (también, por supuesto, de Ángel Viñas sin ser conocido mío). Así, pues, de acuerdo: hay que estudiar, hay que mirar archivos, hay que ir a bibliotecas, no se puede hablar por hablar o escribir sin más. Morán no lo hace estemos o no de acuerdo con sus interpretaciones. Suele visitar archivos y bibliotecas; lo sé de buena tinta.

7. Viene luego un conjunto de críticas puntuales a afirmaciones de El maestro en el erial. No soy yo la persona adecuada para responder. Un comentario puntual tan sólo: señala González Cuevas que Morán “identifica a los sublevados en la guerra civil con el “fascismo” (p. 68), tópico izquierdista que no resiste la crítica histórica”. No veo que sea un tópico izquierdista (¿Preston, por ejemplo, es un izquierdista?), y sabemos que hay historiadores, con muchas horas de archivos, biblioteca y reflexión y con mucha obra publicada, que sostienen lo contrario. Daré tres nombres entre muchos posibles: José Luis Martín Ramos, Ferran Gallego y Francisco Morente.

Finaliza el profesor de la UNED su crítica al libro de Morán (también a él) indicando que “de hecho, el marxismo desarrollado en la clandestinidad o bajo la férula de la censura me parece mucho más relevante que el desarrollado en la actualidad. Y es que Manuel Sacristán no ha tenido sucesores de su talla intelectual”. Agradezco muy sinceramente su reconocimiento de la talla intelectual de Sacristán (hay acuerdo aquí), pero creo es inexacta la afirmación que la acompaña. Ha habido y hay marxistas de enorme bagaje intelectual, discípulos de Sacristán algunos de ellos, que conviene no olvidar. Citaré algunos nombres: Francisco Fernández Buey, Joaquín Miras, Montserrat Galcerán, Antoni Domènech, Jorge Riechmann, Enric Tello, Miguel Candel, Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero, Manuel Martínez Llaneza, Juan Ramón Capella, Clara Ramas San Miguel, César Ruiz Sanjuán, José Luis Gordillo, Víctor Méndez, Constantino Bértolo, Manolo Monereo, José Sarrión, Javier Aguilera, Ferran Gallego,… La lista continúa y continúa. Disculpas a los y las no citadas. Algunos con su coraje político.

8. El profesor González Cuevas señala a continuación que parece que no soy “lector atento de la obra de Peter Sloterdijk, en particular de Ira y tiempo, magistral crítica al resentimiento como fundamento psicológico de la acción de los revolucionarios marxistas”. Pues tiene razón. No soy lector atento de Peter Sloterdijk porque apenas le he leído (ningún libro suyo, algunos artículos); por falta de tiempo, no por desinterés. Ahora bien, si el filósofo alemán sostiene, como mi interlocutor apunta, que “el antifascismo predicado por el conjunto de las izquierdas sirve para ocultar el genocidio de clase practicado por los revolucionarios comunistas; y que el concepto de clase es un instrumento de lucha de cara a la destrucción de los enemigos sociales y políticos”, pienso entonces que Peter Sloterdijk no acierta ni en lo primero ni lo segundo y que a lo mejor no ha leído bien a Marx o a otros autores de la tradición (o de otras tradiciones). En lo primero, porque no veo que pueda hablarse en general del genocidio de clase practicado por los revolucionarios comunistas (¿en Chile, en Nicaragua, en España, en Alemania, en Francia, en Italia, en Portugal, en Sudáfrica, en Argentina, en Bolivia,…?) ni hay argumento que justifique la afirmación de que la cultura antifascista cumpla o haya cumplido esa función (ni en Alemania ni en España ni en Italia ni en parte alguna) y tampoco veo que el concepto de clase (que ciertamente no es fácil precisar en ocasiones), que no es originariamente marxista (el propio Marx habló de ello en una carta célebre de 1852) sea un instrumento de destrucción de los adversarios sociales y políticos. Uno puede hablar significativamente de la cada vez más difícil situación de las clases trabajadoras españolas, pongamos por caso, y de ahí no se infiere que pretenda destruir a los ciudadanos y ciudadanas de clases sociales muy privilegiadas. Otra cosa es que aspire a cambiar o a modificar sustantiva, realmente, unas relaciones o estructuras sociales que explotan, maltratan, marginan, deshumanizan o lanzan a la desesperación a determinados sectores sociales, a millones de personas desfavorecidas. Cualquier lector de Trotsky, Lenin o Mao, sostiene el profesor de la UNED, “puede llegar, sin mucha dificultad, a esa conclusión”. O no por supuesto. De hecho, muchos lectores de los autores que cita -comunistas o no comunistas- no han llegado a esa conclusión.

9. Nada tengo que decir, por supuesto, de la época universitaria del profesor Cuevas de los años setenta y ochenta (me extraña eso sí que los discípulos de Tuñón de Lara, acólitos les llama, practicaran el proselitismo que señala) ni tampoco de sus vacunas antimarxistas que, si me permite, convendría revisar o repensar para evitar inadecuados resentimientos inconscientes. La obra que cita de Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo, que confieso tengo algo olvidada (los años no perdonan y mi memoria no acuña bien muchas monedas), también a mí me pareció que argumentaba bien contra las interpretaciones mecanicistas y simplistas del materialismo histórico, interpretaciones estas que, como parece evidente, no son todo el materialismo histórico ni equivalen a las aportaciones de Marx al continente de la historia (por decirlo a la Althusser). La teoría de la historia en Marx, si se puede hablar en estos términos, no es mecanicista y muchos menos simplista. Basta leer cualquiera de sus escritos históricos. También los ensayos de muchos de los historiadores que se reconocen en su obra.

Sea como fuere, destaco aquí un punto de coincidencia entre el colaborador de Okdiario y el firmante de esta nota: no valen las interpretaciones mecanicistas y simplistas. No tenemos, pues, diferencias radicales en todo.

10. Señala finalmente el profesor González Cuevas que me identifico “no sólo con Manuel Sacristán, sino con las opiniones de Almudena Grandes, Doménico Losurdo, Lenin, Fernández Buey, etc”. No es exacto. No me identifico con las opiniones de los autores y autora que cita; me identifico o, mejor, estoy de acuerdo, con algunas opiniones argumentadas (no con todas) de los autores citados o de otros intelectuales o ciudadanos. Lo mismo que en su caso probablemente.

Luego pregunta (tal vez retóricamente, pero respondo por si acaso no fuera esa su intención): 1. “¿Cómo puede negar el carácter totalitario del PCE, siempre caracterizado por su devoción por Stalin y la Unión Soviética?” Pues lo niego y añado que el siempre es totalmente improcedente en este caso. Aparte de mi experiencia personal, hay una bibliografía casi inabarcable sobre el tema que navega en sentido opuesto y demuestra lo contrario. 2.“¿Cómo puede negar el holocausto eclesiástico durante la guerra civil?” Lo niego porque no existió tal holocausto (y es más que imprudente el uso del término). Hubo otra cosas, no admisibles desde luego (aunque la historia pasada cuenta y explica, aunque no justifique, algunos actos de barbarie), y hubo, además, una identificación completa con los golpistas por parte del nacional-catolicismo que fue, además, su ideología nuclear durante décadas. Si hablamos del holocausto español, como ha documentado Paul Preston (con archivos y bibliotecas, como aconseja el profesor el González Cuevas), deberíamos pensar más bien en otros nudos. 3. “¿Fue ajeno el PCE a las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz?” No fue ajeno, aunque la situación no puede reducirse a un “los malos asesinan a los buenos”. También hay biografía sobre ello. Por lo demás, si de lo que se trata es de denunciar barbaries y crímenes y no de intentar noquear al interlocutor, el profesor González Cuevas puede apuntar también a otras aristas, como las indescriptibles carnicerías que los golpistas-fascistas españoles cometieron en Andalucía y Extremadura [5]. 4. “¿Se identifica con las opiniones de Doménico [sin acento] Losurdo sobre Stalin?”. No, no me identifico con todas las tesis del libro citado, pero no niego valor a otros ensayos del gran hegeliano italiano recientemente fallecido. Por ejemplo, los libros publicados por El Viejo Topo y Trotta. El más reciente: El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar. 5. “¿Se identifica con Fidel Castro, la revolución cubana o con Maduro?”. Me identifico con muchos logros sociales y humanos de la revolución cubana y de la revolución bolivariana, no con todo lo sucedido. De hecho, ni los mimos revolucionarios cubanos y venezolanos cometen ese error. También aquí la autocrítica ha tenido y tiene su papel.

11. Concluye el profesor de la UNED, señalando que se siente amenazado, “porque todos ellos han visto a liberales, conservadores o católicos como elementos perturbadores de la dialéctica histórica; y, en consecuencia, como decía Carlos Puebla, “al que asome la cabeza, duro con él, Fidel, duro con él”; y es que “el paredón sigue ahí”. Más que decir, Puebla lo que hacía era cantar, y más allá de la bondad o corrección de sus versos, lo que venía a decir el cantautor cubano es que los enemigos de la revolución cubana, nada afables por cierto y sí muy violentos, seguían al acecho y que convenía era andarse con ojo.

Por lo demás, como le ocurre a muchos liberales (no sé si lo es González Cuevas), el profesor de la UNED se olvida de la barbarie de unas tradiciones que parece presentar o pensar como hermanas de la fraternidad, el buen hacer y el humanismo más desinteresado. No es el caso. Recordemos, por ejemplo, el ensayo deslumbrante de Mike Davis sobre las prácticas liberales realmente existentes [6]. Basta hacer un balance de muchas intervenciones imperiales de Inglaterra o Estados Unidos hechas en nombre del liberalismo, o del papel del catolicismo en la conquista americana (no todos fueron Bartolomé de Las Casas), para hacerse idea de las dimensiones de esta cara oculta de la luna, esta muy terrestre, liberal-conservadora-católica.

El sinistrismo y la Política de Fe, como señala el colaborador de Okdiario, tal vez conduzcan al totalitarismo (término que convendría precisar) pero la izquierda no es sinistrismo ni totalitarismo ni tampoco política de fe. El profesor de la UNED no tiene motivos para la intranquilidad.

Notas

1) Pedro Carlos González Cuevas, “Sinistrismo. Nueva respuesta al señor López Arnal”. https://okdiario.com/opinion/sinistrismo-nueva-respuesta-senor-lopez-arnal-4402370

2) La carta está dirigida a Xavier Folch, entonces compañero de Sacristán en asuntos editoriales de trabajo y de militancia en el PSUC. La comento con mayor detalle en Salvador López Arnal, La destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la primavera de Praga, Akal, Madrid, 2010 (prólogo de Santiago Alba Rico).
Ese mismo día, 24 de agosto de 1968, G. Lukács escribía a György Aczél, el que fuera vicepresidente del gobierno húngaro desde 1974 a 1982 y miembro del buró político del Partido Obrero Socialista Húngaro, expresándose en los siguientes términos.
Estimado camarada Aczél:
Considero mi deber comunista informarle que no puedo estar de acuerdo con la solución de la cuestión checa y dentro de esta con la posición del MXZMP [Comité Central del Partido húngaro]. Como consecuencia de esto debo retirarme de mi participación en la vida pública húngara de los últimos tiempos.
Espero que el desarrollo húngaro no conduzca a una situación tal que el estatuto de la organización marxista húngara nuevamente me obligue a la reclusión intelectual de las últimas décadas.
Ruego informar sobre el contenido de esta carta al camarada Kádár.

3) También habló Sacristán de ello en una conferencia que impartió en 1978 en los Capuchinos de Sarrià. Puede verse ahora en M. Sacristán, Seis conferencias, Mataró, El Viejo Topo, 2005 (Conviene leer el prólogo que el profesor Francisco Fernández Buey escribió para la ocasión).

4) Véase, por ejemplo, Manuel Sacristán y Francisco Fernández, Barbarie y resistencias, Vilassar de Mar, El Viejo Topo, 2019. También, en el caso del primero, Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Barcelona, Icaria-Público, 2010.

5) Véase, por ejemplo, Pedro Luis Angosto, ”La barbarie franquista: un testimonio de excepción”. https://www.nuevatribuna.es/opinion/pedro-luis-angosto/barbarie-franquista-testimonio-excepcion/20190823174339165540.html.

6) Véase el deslumbrante ensayo (muy reconocido y recomendado por Antoni Domènech): Mike Davis, Los holocaustos de la Era Victoriana tardía: el Niño, las hambrunas y la formación del Tercer Mundo. Valencia, Universitat de València, 2006.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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