Seguimos en el segundo capítulo, “El límite del keynesianismo medioambiental”, en el apartado “El cambio climático no se puede detener con la fuerza de los mercados”.
Antes de entrar en materia, dos sugerencias: 1.Reseña de Facundo Nahuel Martín de Juan Bordera y Antonio Turiel, El otoño de la civilización. Textos para una revolución inevitable (Bs. As., Editorial Marat, 2023. 2. Último informe de síntesis del IPCC. Versión corta: en este gráfico se dicen mil cosas: https://twitter.com/jasonhickel/status/1637809317758873604; para la versión larga este artículo de Climática-La Marea: https://www.climatica.lamarea, Eduardo Robaina: “[…] El dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso –por este orden– son los principales gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global. En 2021, las concentraciones de CO2 fueron de 415,7 partes por millón (ppm) en 2021. Se considera que 350 ppm es el nivel seguro. Estos valores son superiores a cualquier momento en al menos 2 millones de años. La concentración de metano fue de 1.908 partes por mil millones, y la de óxido nitroso de 334,5 ppmm. Ambos niveles son superiores a las de cualquier momento en al menos 800.000 años.”.
Cojo el hilo Saito.
El filósofo nipón señala otro problema del keynesianismo medioambiental de Rifkin y otros. “El keynesianismo medioambiental estimula los mercados, pero no los regula. Sin embargo, el mecanismo de fijación de precios de los mercados no funciona para reducir las emisiones de CO2.” Saito reflexiona sobre este fracaso de los mercados tomando como ejemplo el «pico petrolero». “Cuando se rebasa el pico de extracción de petróleo, el suministro se reduce, aumenta el precio del crudo y la economía se resiente. En su momento, se debatió ampliamente sobre cuándo se producen los picos de petróleo, así como acerca de la naturaleza de sus efectos sobre la economía”. Los fundamentalistas de mercado, prosigue, “pensaron que si el precio del petróleo subía, se abaratarían, en términos relativos, las nuevas tecnologías, como las energías renovables; que este abaratamiento impulsaría el desarrollo de las energías renovables y que, al final, se terminaría reduciendo el consumo de petróleo”. Sin embargo, ocurrió otra cosa. “Lo que hizo el capitalismo cuando subieron los precios del crudo fue obtener petróleo no convencional de arenas y esquistos bituminosos, una operación hasta ese momento no rentable”. Es decir, “la industria trató de aprovechar la subida de precios para ganar más dinero”.
Quizá se objete, matiza Saito, “que, aun así, si se siguiera innovando, las energías renovables se abaratarían en el futuro y el consumo de petróleo dejaría de ser rentable. De hecho, el propio Jeremy Rifkin es un defensor entusiasta del «colapso de la civilización de los combustibles fósiles» bajo la lógica del mercado.” Sin embargo, “si tuviera lugar un desarrollo extraordinario de las energías renovables, ¿renunciará la industria petrolera a su negocio ante el descenso de la competitividad del precio del crudo?” De ninguna manera, responde Saito. “Cuanto más segura sea la quiebra del precio futuro del petróleo, con más rabia se revolverá la industria para saquear los combustibles fósiles antes de que dejen de er comercializables en el mercado. El ritmo de extracción no hará sino aumentar. Será su última pataleta.”
Y, claro está, para un problema irreversible como el cambio climático, sería un error fatal. Por eso, concluye, “para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero son necesarias otras poderosas fuerzas coactivas externas al mercado”.
“Las enormes emisiones de CO2 de los ricos” es el título del siguiente apartado.
Si un desacoplamiento a gran escala y sostenido en el tiempo es extremadamente difícil, los defensores del keynesianismo medioambiental no podrán cumplir sus promesas, advierte Saito “Aunque puedan vencer en las elecciones erigiéndose en abanderados de la rutilante promesa del Green New Deal, no podrán solucionar la crisis ecológica”.
El problema para Saito (y para todos nosotros) es mucho más profundo. “Lo que debemos hacer es empezar por revisar de raíz la producción y el consumo en masa en los que se ha basado el crecimiento económico”. Precisamente por eso, nos recuerda, “más de diez mil científicos denunciaron en 2019 que «el cambio climático está íntimamente ligado al consumo desenfrenado del estilo de vida opulento» y proclamaron la necesidad de un cambio fundamental del mecanismo económico existente”.”
Quienes más CO2 emiten con su estilo de vida opulento son los ricos de los países desarrollados. “Algunos datos sorprendentes apuntan a que el 10% más rico del mundo es responsable de la mitad de las emisiones totales de CO2. La enorme carga ambiental que suponen los vuelos en jets privados, los paseos en coches deportivos y la propiedad de múltiples mansiones lujosas por parte del 1% más rico es especialmente preocupante”.
Por el contrario, en la otra cara de la moneda, Saito nos recuerda que el 50 % más pobre apenas es responsable del 10 % de las emisiones totales de CO2. A pesar de ello, “es este segmento social el primero en quedar expuesto al impacto del cambio climático. Aquí también resultan evidentes las contradicciones del modo de vida imperial y de la sociedad de la externalización (capítulo anterior)”. Por eso, “es absolutamente correcta la afirmación de que son los más ricos quienes deben encabezar la reducción de las emisiones contaminantes. Este es un problema del modo de vida imperial.” Aún más: “se dice que solo con igualar el nivel de emisiones del 10% más rico al del europeo medio se podría lograr una reducción de aproximadamente un tercio de las emisiones de CO2, si esto se hiciera realidad, se ganaría un tiempo precioso para completar la transición a una infraestructura social sostenible”.
Sin embargo, “tampoco hay que olvidar lo siguiente: la mayoría de los habitantes de los países desarrollados, como nosotros, pertenece al segmento de población que conforma el 20 % más rico del planeta. En Japón, muchos estarán entre el 10 % más pudiente. Es decir, si no somos nosotros quienes, en calidad de victimarios y de potenciales víctimas, cambiamos nuestro modo de vida imperial, es imposible hacer frente al problema medioambiental.”
“El coste real de los coches eléctricos” es el título del siguiente capítulo.
Aun así, se pregunta Saito, “¿qué sucedería si se continuara con las inversiones verdes y se siguieran ampliando los mercados con la esperanza de hacer efectivo el desacoplamiento?” A Saito le complace reflexionar sobre esta cuestión tomando como ejemplo los coches eléctricos (“como los Tesla”).
Es indudable, sostiene, que, en la actualidad, los coches con motores de gasolina son uno de los grandes emisores de CO2 a nivel mundial. Por eso, es urgente la introducción y popularización de vehículos de bajas emisiones de carbono, y el apoyo activo de los Estados para la consecución de este objetivo, un deber.”
Hay quienes esperan que el reemplazo de todos los coches con motores de gasolina por otros eléctricos “acabe creando un gigantesco mercado con sus correspondientes puestos de trabajo y que esto resuelva la emergencia climática y la crisis económica. En definitiva, el ideal del keynesianismo medioambiental”. Sin embargo, para Saito (y para este lector) las cosas no son tan sencillas. “La clave aquí son las baterías de iones de litio, famosas también en Japón por la concesión, en 2019, del Premio Nobel de Química a Akira Yoshino por su invención”. Las baterías de iones de litio son imprescindibles no solo para los teléfonos móviles o los ordenadores portátiles “sino también para los vehículos eléctricos.”
El caso es que para la fabricación de baterías de iones de litio se utilizan grandes cantidades de metales raros. “En primer lugar, por supuesto, se necesita litio. La mayoría del litio está enterrado en el subsuelo de la cordillera de los Andes. Chile, en cuyo territorio se encuentra el salar de Atacama, es el mayor productor de litio del mundo”. El litio “se va concentrando muy lentamente en las aguas subterráneas salinas de zonas áridas y se obtiene extrayendo la salmuera del subsuelo de los salares y evaporando posteriormente el agua de la salmuera. Por lo tanto, la extracción de litio es sinónimo de bombeo del agua subterránea.”
Un problema es la cantidad de agua que hay que bombear. “Dicen que una sola empresa minera de litio estaría bombeando unos 1.700 litros por segundo. Un bombeo de este calibre en regiones secas de por sí no puede por menos que causar un gran impacto en el ecosistema.” Por ejemplo, está disminuyendo el número “de flamencos andinos que se alimentan de la gambas que viven en la salmuera”. El incesante bombeo de las aguas ubterráneas “también está reduciendo la disponibilidad del agua dulce para los lugareños.”
Em síntesis: “la adopción de medidas contra el cambio climático en los países desarrollados está causando la explotación y el saqueo masivo de recursos naturales alternativos al petróleo en el Sur global. Sin embargo, este hecho también está invisibilizado por la transferencia espacial.”
Como sabemos, el cobalto también es imprescindible para las baterías de iones de litio. “El problema en este caso es que la sexta parte del cobalto mundial procede de la República Democrática del Congo, uno de los países más pobres e inestables política y socialmente de África.”
La minería del cobalto es simple: excavarlo de la corteza terrestre con maquinaria pesada o fuerza humana. “Huelga decir que las extracciones de cobalto a gran escala, para cubrir la demanda mundial y su cada vez mayor expansión, están contaminando el agua y las cosechas, destruyendo el medio ambiente y degradando el paisaje en el Congo.”
No menores, nos recuerda Saito, son los problemas de las condiciones laborales inhumanas. “En el sur del Congo el trabajo en situación de semiesclavitud o el trabajo infantil, de los llamados creuseurs («mineros», en francés), está a la orden del día. Con herramientas tan toscas y primitivas como formones, buriles o mazos, estos creuseurs se dedican a minar el cobalto a mano. Entre ellos hay niños de apenas 6-7 años que trabajan a cambio de ínfimos salarios de apenas 1 dólar al día.”
El trabajo en peligrosas galerías subterráneas carece de las medidas de seguridad adecuadas. “Algunos mineros llegan a pasar 24 horas en el subsuelo, y a causa de la aspiración constante de sustancias tóxicas, son muchos los problemas de salud que sufren, como dolencias respiratorias, cardíacas y problemas psicológicos. En el peor de los casos, pueden quedar enterrados vivos mientras trabajan. Estas extracciones mineras están siendo objeto de críticas internacionales por los niños heridos y muertos en ellas”.
Al otro lado de la cadena de suministro global están las empresas como Tesla, Microsoft o Apple. “Es imposible que sus gestores desconozcan cómo se están obteniendo el litio o el cobalto”. De hecho, nos informa Saito, “algunos de estos abusos han sido llevados a los tribunales norteamericanos por organizaciones de defensa de los derechos humanos”. A pesar de todo, empresas y gerentes “siguen a lo suyo, impasibles, pregonando la promoción de los ODS [objetivos del desarrollo sostenible, el opio del siglo XXI en opinión del autor] a través de la innovación tecnológica.”
(Permítanme un inútil (y acaso pueril) grito humanista (ampliado): ¿Cómo es posible que sabiendo lo que sabemos sigamos idolatrando a determinados artilugios tecnológicos que llevan en su mochila tanto sufrimiento humano?).
“El imperialismo ecológico del Antropoceno” es el título del siguiente apartado.