Sobre «La Mansión» de Ramón Quintana

Una conversación entre Daniel Jiménez Schlegl y Ramón Quintana.

1. RQ: Hola compañeros, la gota malaya ataca de nuevo.

Os envío de nuevo la novela. He hecho algunos cambios sugeridos por Daniel y mi amigo Vicente, en el sentido de que la marcha de Sofía no parezca una huida y un refugio en el olvido y que el final no de una sensación menos desesperanzada. Espero no haberme pasado de explícito.
Por último, animarnos mutuamente después del desastre electoral. Confiemos en que aún se pueda revertir la situación.
Salud y serenidad.

2. DJS: Buenos días Ramón,
Pues yo insisto en agradecerte la confianza, el honor y esa sobreestimación de mis capacidades.

Si bien La Mansión puede darnos luz y esperanza los resultados del 28M, al menos en mi caso, no.
Fin del trayecto. Veo una «mutación antropológica» difícil de definir pero que puedo intuir a partir de diferentes hechos sobre los que no sé si somos capaces de dar marcha atrás (nos topamos con el techo del inmenso y fragmentado y desconcentrado poder tecnocientífico ligado a -y controlado por- la producción, sistema financiero y mercado capitalistas): esta mutación es precisamente la desesperanza. Una desesperanza históricamente inédita a mi entender.
El beneficio del capital del sistema de crecimiento competitivo -principio rector, objetivo común de ese inmenso poder fragmentado-, se ha erigido en una fortaleza inexpugnable sin precedentes en nuestra historia. Quizás esa fortaleza radique en su fragmentación, globalización e interdependencia (ese efecto mariposa). Y eso tiene unos efectos que lo mantienen y lo fomentan. El crecimiento competitivo del capital genera indeseables efectos secundarios que a su vez lo nutren.
Nos abocamos al suicidio ambiental con la pasividad de los hechos consumados.
Se impone la normalización de la crueldad, un autismo moral, una preocupante ausencia de empatía y el encapsulamiento individualista de la propia supervivencia. Se salvan los que se adapten, así lo aceptamos.
La solidaridad, el ejemplo del sacrificio por el bien común, la reivindicación de igualdad y justicia y que el mundo sea ambientalmente habitable, la denuncia de las injusticias… son percibidos por la masa mutada como apelaciones a la mala conciencia, lecciones de moralidad que censuran y limitan la libertad individual, tocan los cojones corrigiendo, apelando a las «formas de ser». Las medidas políticas para estrechar la brecha de desigualdad son percibidas como injerencias en la libertad individual, paternalismo estatal, freno al crecimiento y al empleo, paradójicamente, a que los perdedores «ganen».
En un mundo de «hundidos y salvados» ser de izquierdas es apostar por los perdedores, ser perdedor. Y este es un espejo en el que nadie quiere mirarse ya. Las políticas de solidaridad son políticas para perdedores que restan oportunidades para ser ganador. Ser ganador y de «izquierdas» es cuanto menos ser sospechoso, sino directamente hipócrita, oportunista. En apariencia no hay cosa peor que un ganador de izquierdas para la masa de perdedores. Los perdedores legítimamente quieren ser ganadores (¿o aparentarlo?) ascender en una escala social de un sistema intrínsecamente discriminatorio, injusto, regido por una impiedad burocrática.
No sé si la cultura y la política de izquierdas han de aspirar a quedarse abajo y transformar desde abajo sin aspirar a entrar en palacio. La izquierda que ha ascendido o directamente ha desconectado con los de abajo, o con las tímidas reformas -intentando cuadrar círculos-, ha acordado lo que cree más conveniente para los de abajo sin los de abajo. Políticas de mal menor, de restauración tímida de derechos. Derechos de materialización compleja y en la práctica excluyente.
Cómo unir, sin dar lecciones, sin ser ganador, lo que la propia supervivencia desintegra. Cómo «decrecer» de forma optimista sin alarmar, cómo hacerlo contra los reaccionarios a pesar incluso de los desastres vitales, materiales, ambientales del sistema productivo aceptados como simples fatalidades del destino. La «fuerza mayor» que exime de responsabilidades… (en el grupo de ciclones, terremotos, grandes incendios, inundaciones, el capital es la principal «fuerza mayor». Inmensamente destructiva e irresponsable). Y nuestra sociedad del riesgo la asume como un coste inevitable mientras permita que la lotería de la supervivencia toque al mayor número posible de personas.
NIF
PD: Eso de Salvador.Cat y Daniel.Cat … jejejeje

3. RQ: ¡Joder, Daniel! Me has dejado apabullado. Me pides un final más esperanzado para la novela y me hundes en la miseria con tu diatriba.
Tu texto me parece excelente y digno de ser enfrentado. Quizás intente hacerlo.
Desarrollas preguntas claves, cuyas respuestas son imprescindibles para esa famosa lucha por la hegemonía. Combinas con acierto la base económica de nuestras sociedades con la atmósfera ideológica dominante… pero tras la lectura uno acaba por pensar que la vieja disyuntiva: socialismo o barbarie, queda reducida a barbarie o barbarie.
Sin embargo, más acá de lo que Sacristán decía sobre Jerónimo – aquello  de dar batallas que se saben perdidas… – creo que no tienes en cuenta al viejo topo de la historia que, incansable prosigue, más allá de nuestra capacidad de percibirlo, su labor de zapa… Aunque eso sí tampoco conviene olvidar esa otra frase marxiana de que la historia avanza por su lado malo.
En cualquier caso, repito, tu grito razonado merece ser oído y merece una respuesta. Me la pensaré… aunque lo más seguro es que solo sea capaz de encontrar palabras y tópicos.
En definitiva: que eres un niño muy malo y me has deprimido.
Buenos queridos Salva y Daniel, un abrazo y a releer el libro de las utopías de Fernández Buey a ver si nos anima.
Ramón.
Pd.- Por cierto, a partir del día 8 estaré una semana en un camping de Sant Pere Pescador, entre L´Escala y Roses. De nuevo un poco lejos de Barcelona.

4. DJS: Pues lo siento.
Soy contradictorio y eso de las elecciones me ha cogido en un momento bajo. Lo que pasa es que ese momento bajo como la escasez de lluvias dura cada vez más. No sé si es la edad, ataques de lucidez, las malas compañías…
Tengo en cuenta lo de Sacristán y Gerónimo. Lo último que se pierde no es la esperanza sino la dignidad. Ojalá que de la tenaz labor de zapa, de la dignidad (que no heroísmo) construida con ella, surja el pensamiento y la acción para una alternativa posible.
Mi temor es la consolidación de puntos de no retorno, la servidumbre voluntaria y, con ella, la desesperanza normalizada y carpe diem con tierra quemada incluida en el pack. En cuestiones medioambientales Jorge Riechmann entiendo que está en esta línea pesimista. Sin embargo, no ceja, no le domina el desaliento, predica con el ejemplo y su consecuencia, no obstante, es rechazada por lo que decía: crea mala conciencia y la gente prefiere cervecitas y alegría.
Si fuera posible un cambio radical (de raíz) de la cultura, lo que llamamos «toma de consciencia», y eso fuera universalizable, …
Quizás la esperanza, si la hay o resurge, no está en el norte rico del mundo. Leí hace tiempo una entrevista a un migrante subsahariano, herido por las concertinas de la valla fronteriza con Melilla, y éste decía que el miedo es un privilegio de los que tienen algo que perder. ¿Por qué tanto sufrimiento para alcanzar tanta sabiduría? ¿Hay que llegar a esos extremos de crueldad para que cambien las cosas?
En fin. Perdona la paliza. Es que no tengo muchos interlocutores-hombro donde lloriquear.
Me encantará discutir estas cosas contigo y con Salva.
PD: ¡Anda, qué bien que te pases por estos lares! Estoy colaborando con un grupo ecologista y unos vecinos contra un promotor que está luchando como gato panza arriba para que le reconozcan derechos edificatorios y otros aprovechamientos en un espacio protegido, el ayuntamiento implicado (e impotente) es Sant Pere Pescador. Es en la desembocadura del Fluvià.

5. RQ: Ya lo decía Benjamin: ‘No nos ha sido dada la esperanza, sino por los que no la tienen”.
Tú dame la paliza todo lo que quieras. Lloriquear lo necesitamos todos. Además tus “lloriqueos” son lúcidos y no carecen de sentido del humor. La verdad es que estoy encantado con vuestra amistad… aunque solo sea a través de la inefable Internet.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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