Quisiera comenzar estas líneas, posibles gracias a la inmensa generosidad de la revista Realitat, indicando que no soy la persona más adecuada para exponer una síntesis del pensamiento de Manuel Sacristán, por una sencilla razón. He pasado estudiando su obra -si bien con diversos grados de intensidad- durante los últimos 20 años, lo cual me ha creado una especie de identificación con el autor, que me dificulta enormemente tener una posición crítica con él mismo.
En estas últimas dos décadas, mi biografía política e intelectual ha experimentado diversos momentos: estudiante (primero de Licenciatura, de Cursos de Doctorado después), investigador predoctoral, profesor precario, diputado autonómico por Izquierda Unida Castilla y León, y, finalmente, profesor en diversos grados en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca, hasta que hace un año exactamente logré la máxima calificación en una oposición a una Plaza de Permanente Laboral en dicha Facultad, el puesto de trabajo y categoría que actualmente ocupo. En cada una de dichas etapas, desde las más académicas a las más políticas, siempre he terminado recurriendo a Sacristán (y a Paco Fernández Buey) para tomar decisiones en el campo ético-político.
Paralelo a este discurrir profesional, mi militancia política también ha visto distintos momentos. Me acerqué a la política a finales de los 90, atraído en parte por la fascinación que la Izquierda Unida de Julio Anguita provocó en una generación de jóvenes que no habíamos conocido el bloque del llamado socialismo real, y en parte por el ejemplo que la Cuba revolucionaria nos daba de resistencia contra un Imperio asesino y criminal (eran los tiempos en que las camisetas del Che Guevara poblaban los los conciertos del llamado “rock español”). Mi afiliación a la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) se produce en 1998, motivado por todos estos factores, así como diversas lecturas y un desencanto cada vez mayor con el mundo del cristianismo institucional, de cuya formación procedo.
La UJCE en que yo milité, y a quien debo mi educación política, era una extensión de los antiguos CJC de los 80 (a principios de los 90 estos habían entrado en la UJCE, tomando los principales puestos de dirección), con especial énfasis en los CJC de Cataluña, cuyos manuales de formación estudiábamos en nuestra sede de Salamanca, editados, por cierto, en un perfecto castellano. Éramos -creíamos ser- una nueva generación de comunistas, críticos en lo interno pero leales en lo externo, independientes en lo orgánico y autónomos en lo político. Con una actividad mucho más práctica (las campañas contra las ETT’s fueron mi primera actividad política) que teórica. Y debo decir que afortunadamente, porque si bien nuestras propuestas y acciones políticas eran fundamentalmente acertadas, en cambio nuestros intentos de formular teóricamente el mundo eran ciertamente limitados. En lo teórico, pasé parte de mi adolescencia intentando desentrañar los misterios del Dia-Mat, convencido de que en las entrañas de la Editorial Progreso encontraría las leyes del movimiento y la materia, tratando de entender la diferencia entre la ley de la unidad y lucha de contrarios y la ley de la negación de la negación, o preguntándome cómo era posible que, si la dialéctica nos enseña que todo se encuentra en transformación, podían existir leyes inmutables y eternas.
En este contexto, mis primeras lecturas de Manuel Sacristán me produjeron apatía. Ya en los años 2000, en 1º de carrera, y convencido de que estábamos a las puertas de una inmensa regeneración del socialismo (eran los tiempos en que la izquierda comenzaba a entrar en gobiernos de importancia en América Latina), la carga crítica de Sacristán me resultaba molesta. Es este un autor que no ofrece sistemas, sino preguntas, que no ofrece consignas sino formulaciones complejas, y que no tiene miedo alguno en fajarse con los “santos” de nuestra tradición. Esto, en un clima de optimismo, no me parecía atractivo. Opté, en cambio, durante varios años, por recorrer el camino althusseriano, guiado inicialmente por los textos juveniles de Marta Harnecker (autora a quien hoy continúo apreciando, pero por razones diferentes). Todo ello sin dejar, por supuesto, de pegar carteles (“enganchar”, dirían mis hermanos catalanes), repartir octavillas, organizar asambleas y militar en la base, que es lo que me ha mantenido políticamente cuerdo.
Tuve que esperar a sufrir mi primera gran decepción política para empezar a valorar a Sacristán.
En los tiempos del llamazarismo, mi asamblea de Izquierda Unida en Salamanca sufrió un violento ataque interno por parte de una dirección cuyos detalles no merece la pena recordar. Yo y otros 30 compañeros/as de Salamanca permanecimos excluidos de IU unos nueve años (pronto nos acompañarían cientos de compañeros asturianos al exilio). Durante dicha etapa, alejados por imperativo interno de la política institucional, nos afanamos en reconstruir el PCE en nuestra provincia, realizando un trabajo que convendría reseñar en otro lugar que no es este. Durante dicha etapa, para descalificar a los comunistas, se comenzó a usar una expresión para mí casi desconocida. Frente a los comunistas “ortodoxos” (estigmatizada palabra que no significa otra cosa que “recta opinión”), la nueva-nueva izquierda se declaraban flamantes “ecosocialistas”.
Yo había militado siempre bajo la convicción de que la lucha comunista era indisociable de la ecologista, de la feminista y de la lucha contra el militarismo. Este era el clima político en que yo había socializado, y para nosotros era ofensivo que se nos hiciera parecer en el debate interno poco menos que como unos bárbaros protomedievales. Pero no tenía mucha idea de qué era eso del ecosocialismo. Un día, durante la celebración de un Congreso del PCE al que asistí como equipo técnico, escuché a Javier Navascués (nuestro entonces director de la FIM), replicar a una supuesta ecosocialista, que para hablar de ecosocialismo había que leer la revista mientras tanto y Sacristán. Y entonces entendí que debía retornar sobre aquel autor a quien había dejado de lado durante mis años de estudiante.
Puesto que me encontraba ya realizando los Cursos de Doctorado en la UNED, comencé a leer la obra de Sacristán, y, esta segunda lectura, influida además por el magnífico Congreso-Homenaje de 2005 en Barcelona, así como por el monumental Integral Sacristán de Xavier Juncosa, Salvador López Arnal y Joan Benach, me introdujo de pronto en el mundo mental de este autor. Mi elección del tema de tesis (es decir: su noción de ciencia) se motivó porque quería clarificar, precisamente, algunas de sus nociones más complejas. Quería estudiar su epistemología, pero lo que aprendí es que, en realidad, Sacristán siempre terminaba haciendo política, también en filosofía de la ciencia. De hecho, una de las conclusiones de Sacristán será que en la filosofía de la ciencia es necesario incluir un núcleo de política de la ciencia.
En las siguientes líneas trataré de resumir algunos de los rasgos del Sacristán “en transición”, es decir, aquel que, tras el doble aldabonazo de 1968, comienza a replantear el proyecto comunista, tomados del apartado “Punto de partida. Sobre la dificultad y la necesidad de unir actividad científica y política (reflexión autobiográfica)”, que puede leerse en mi libro La noción de ciencia en Manuel Sacristán (Dykinson, 2017, pp. 53-57).
Existe una reflexión autobiográfica de Manuel Sacristán depositada en la Universidad de Barcelona [1], descubierta y editada por Salvador López Arnal, el gran estudioso e investigador gracias al cual podemos disfrutar hoy de aproximadamente la mitad de la obra de Sacristán, que había permanecido inédita.
Juan-Ramón Capella fecha el texto entre la primavera de 1969 y principios de 1970 [2]. Aunque la fecha no puede afirmarse con seguridad, el contenido y el tono de dicha reflexión ilustran el contexto de depresión que está atravesando Sacristán durante y tras su ruptura con el PCE y el PSUC, unida a una decepción respecto al presente del socialismo real tras los sucesos de Praga. A este contexto podría referirse cuando al inicio comienza citando una crisis política que le habría provocado preguntarse con especial fuerza “¿Quién soy yo?”.
Respondiendo a esta pregunta, y haciendo una retrospectiva de los eventos fundamentales de su vida, Sacristán recuerda que su decisión de volver a España tras terminar sus estudios en Münster en 1956, rechazando así una oferta de profesor ayudante en el Instituto de lógica matemática e investigación de fundamentos de dicha ciudad “significaba la imposibilidad de seguir haciendo lógica y teoría del conocimiento en serio, profesionalmente”. También habría tenido la posibilidad de desplazarse a Italia como profesor de lógica.
La motivación para dicho regreso a España fue de tipo político: luchar contra el franquismo desde las filas del PSUC y el PCE. Esta decisión le costó su carrera académica, como lógico y como filósofo.
En primer lugar, por la persecución ideológica dentro de la Universidad franquista, que le llevó, entre otras cosas, a no obtener la Cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia frente a un candidato con mucha menor preparación pero vinculado al Opus Dei.
En segundo lugar, porque el grado de implicación en la política comunista, desarrollada en condiciones de clandestinidad (precisamente, es probable que sean dichas condiciones de clandestinidad política las que llevan a nombrar dicho tipo de actividad meramente como “gestiones”), le quitaba una cantidad de tiempo muy importante.
Al problema anterior hay que añadir otro que no es de naturaleza política: el tiempo empleado para las clases y para mantenerse al día en la filosofía.
Y aún un cuarto motivo, que tiene relación indirecta con la política: sus compromisos editoriales como traductor y prologuista [3]. Dichos compromisos tienen mucho que ver con su inestabilidad laboral en la Universidad (consecuencia a su vez de su situación política). Pero Sacristán, en su autoexamen, se plantea que esas excursiones en el ámbito editorial “es posible que fueran también un indicio de huida del trabajo científico [4], por imponérseme los obstáculos materiales o externos (clases, gestiones, pobreza).” [5]
En esta dura autocrítica de Sacristán, sólo su tesis doctoral aparece como el único remanso de estudio que parece satisfacerle.
Sacristán se muestra muy insatisfecho con su trabajo intelectual a partir de 1956.
Lamenta en parte no haber estudiado los textos de Heidegger posteriores a los 50, y se queja de la improductividad del estudio de ciertos autores: “la lectura de Barthes y de Levi-Strauss, por ejemplo, no me ha servido más que para conocerles. Barthes, sobre todo, es un pensador muy mediocre y una caricatura de científico. No hablemos de Foucault” [6].
Su hipótesis acerca de su propia huida científica halla fuerza en dos elementos: primero, que considera que “no he hecho estudio científico en general, o, propiamente, he hecho muy poco” [7]; y segundo, “en actitudes nihilistas -sobre la novela, sobre el arte en general- que se me han ocurrido durante esos años” [8]. Esta ausencia de estudio es para Sacristán un fenómeno de época entre los intelectuales marxistas.
En este contexto, Sacristán valora que “gracias a la ausencia de perplejidad histórica, o sea, gracias a la convicción de estar reflejando realidad, me era posible conseguir formulaciones generales que implicaban un programa o un objetivo político-cultural y de política filosófica” [9]. Bajo esta fórmula engloba varios de sus Prólogos de esta época, señaladamente el del Anti-Dühring y el de Revolución en España, y también el Prólogo al Heine. Desde este planteamiento considera Sacristán que inicia su estudio sobre Gramsci, sin embargo, “es posible que durante ese estudio empezara a desarrollárseme la perplejidad deprimente sobre el destino del movimiento socialista” [10]. Ahí comenzaría la decepción histórica ante el movimiento comunista tras los eventos del 68, trasfondo de todo este texto. Sacristán cree que, además, sus supuestas deficiencias intelectuales se han extendido al campo de la militancia política.
La concepción de la derrota es tremenda:
Desde el 56 he ido siempre haciendo gestión. Pero siempre con oscuridad acerca de mi situación. Al principio fue sólo oscuridad. Luego error. Por último, vacilación. Y el resultado, una situación de derrota que sólo lo confuso de la situación misma ha evitado que fuera catastrófica. No hay ninguna duda de que este desenlace tiene gran influencia en mi actual situación, sobre todo por estar enmarcado en la crisis nacional e internacional [11].
Juan-Ramón Capella ha interpretado cautelosamente posibles motivos de inspiración de este duro fragmento relacionados con las luchas internas dentro del PSUC:
“oscuridad” acerca de mi situación” como indeterminación acerca de si debía acabar profesionalizándose en la política; “error”, como ilusión acerca de la capacidad estratégica del partido comunista (…); “vacilación”, como duda acerca de si debía seguir librando una batalla política en el interior de la organización [12].
La doble derrota, tanto en el campo de la actividad científica como en el de la militancia política, es identificada por Sacristán como la “consciencia de haber recorrido caminos malos” [13] – y aclara que “digo malos porque no estoy completamente seguro de que se pueda decir equivocados”[14] . Sacristán se lamenta de no hacer caso a quienes le aconsejaban no hacer dos o más cosas a la vez, por considerar que se trataba de un consejo propio del intelectual burgués. Sigue considerando que es necesario unir los caminos de la política y la ciencia, pero que “habría habido, quizás, que fundir los dos caminos, o acercarlos mucho” [15] en lugar de transitarlos en su duplicidad. En este punto Sacristán ensaya posibles fórmulas de combinación de ambas vías. El resultado es muy interesante. Sacristán plantea las posibilidades en la siguiente lista:
En la práctica, me parece que las situaciones pueden ser:
1ª. Predominio del estudio desligado de la gestión, con gestión mecánico-moral.
2ª. Predominio de gestión, con estudio funciona a ella.
3ª. Predominio de estudio funcional a la gestión, con gestión consistente principalmente en haber producido ese estudio.
4ª. Predominio de gestión con estudio como distracción.
Creo que mi situación anterior fue unas veces la 1ª y otras -las más- la 4ª. Hoy tiendo a creer que tengo que adoptar la 3ª. Y puesto que estudio funcional a la cuestión es, por de pronto, estudio, tengo que recorrer mis posibilidades [16].
Planteadas estas cuatro posibilidades de fusión de caminos, y tomada una decisión acerca de qué opción debe ser la correcta, Sacristán realiza finalmente una lista de temáticas que debe estudiar sistemáticamente para evitar los errores hallados en su autoexamen:
0. Información política corriente.
1. El trabajo sobre clásicos, enlazado a la traducción.
2. La historia, especialmente la del movimiento, desde la Internacional. Esta última a fondo.
3.Cuestiones filosóficas particulares.
.La teoría de la creencia, etc.
4. La economía – matemática es estudio funcional, pero no puedo hacerlo como especialista.
5. La sociología, id (con cibernética)
6. La “filosofía general”, la información general de lo que ocurre, debería hacerse con mucha cautela, sin perder tiempo en ella, pero organizando la información mediante un vistazo mensual a revistas en los institutos francés, alemán e inglés, y mediante un buen uso de revistas en general [17].
Este texto de reflexión autobiográfica finaliza con una determinación que Sacristán cumplió sólo parcialmente: la exigencia de “un corte drástico de otras actividades”. No se refiere a la información política corriente, sino a la participación en conferencias y confección de artículos, excepto aquellos que estén dentro del tema que esté trabajando en cada momento.
Juan-Ramón Capella ha observado el alto nivel de autoexigencia que muestra Sacristán en este texto, teniendo en cuenta que se trata de un filósofo que, hasta la fecha, había sido responsable de introducir tanto el marxismo como temas centrales de la filosofía contemporánea en la filosofía española, además de Sacristán “seguía estando estrictamente al día respecto a la investigación científica de punta y de la producción filosófica (aunque no tuviera tranquilidad ni tiempo para seguir la evolución del Heidegger que había estudiado casi quince años antes)” [18]. Capella ve en esta dura autocrítica elementos relacionados con la inabarcabilidad de los científicos españoles de la época, pero especialmente ve que la reflexión se encuentra ligada a la reconversión de Sacristán de lógico a filósofo de la ciencia.
Una observación muy interesante realizada por Capella es que Sacristán no se veía a sí mismo como un filósofo político, a pesar de que era la faceta que desempeñaba con mayor claridad, si bien “casi roza esa consciencia en la observación autocrítica sobre la ausencia de estudio político-teorético entre los intelectuales de raíz marxiana” [19]. Sacristán no se considera a sí mismo un filósofo político, porque su filosofía política es una consecuencia de su actitud vital práctica, no de su campo de estudio, si bien Capella también observa que su decisión de adoptar como fórmula para el trabajo el “predominio del estudio funcional a la gestión, con gestión consistente principalmente en haber producido ese estudio”, Sacristán está formulando un proyecto de filósofo político militante.
La nota autobiográfica que acabamos de comentar formaría parte de lo que Fernández Buey y López Arnal han denominado como la etapa de transición de Sacristán, aquella en la que, tras el desastre del 68, inicia un proceso de reelaboración de la tradición comunista.
Francisco Fernández Buey, expresó de este modo el cambio que se opera en el autor de los años 60 a los 70:
Sacristán fue un marxista que en su obra trató siempre de complementar conocimiento científico y pasión ético-política. Esto también es raro entre los marxistas y comunistas de la época. Los ha habido muy cientificistas y los ha habido muy moralistas, pero que hayan complementado tan bien como él el interés por la ciencia y el conocimiento científico y la pasión ético-política, pocos (…) Así, cuando en el marxismo que él conoció en los años 60 faltaba ciencia y sobraba pasión, verbalismo, palabrería o retórica, y estoy pensando fundamentalmente en el 68 y en lo que vino inmediatamente después del 68, Manolo Sacristán puso el acento en la importancia de la lógica, la argumentación racional, la epistemología y la metodología. Y en cambio, cuando en el marxismo que conoció en los 70 y después de los 70 sobraba cientificismo y faltaba pasión, y ahora estoy pensando en los Althusser, los Colletti, y en los discípulos de los Althusser y los Colletti, entonces Manolo Sacristán puso el acento en la importancia de la práctica revolucionaria y en la dimensión ético-política. Y por eso, desde los años 70, a Sacristán le gustaba más llamarse a sí mismo comunista que marxista. [20].
Durante los años 70, Sacristán comienza a tratar lo que caracteriza como “los nuevos problemas posleninianos”, entre los que se incluye el rasgo que probablemente sea más peculiar de sus aportaciones intelectuales: su comprensión pionera de la problemática ecológica. Durante esta etapa, sin renunciar al núcleo ético y político del comunismo, Sacristán afronta una tarea de reelaboración y crítica de ciertos conceptos del marxismo.
Una importante consecuencia de la adopción del paradigma ecologista por parte de Sacristán para su filosofía de la ciencia es el paso a considerar que los problemas de la ciencia no se encuentran predominantemente –o al menos con carácter de urgencia– en los aspectos epistemológicos, sino en los aspectos prácticos, políticos de la misma. Esto le lleva a plantear que en el núcleo de una filosofía de la ciencia debe encontrarse una “política de la ciencia”.
Sus posiciones ecologistas llevaron a Sacristán a acuñar el concepto de “fuerzas productivo-destructivas”, en lugar de fuerzas productivas. La alternativa que propone Sacristán a la tradicional confianza marxista en el desarrollo de las fuerzas productivas (renombradas ahora por Sacristán como fuerzas productivo-destructivas) es su regulación selectiva. No se trata de reclamar su paralización, actitud que considera “por de pronto inviable, además de indeseable” [21]. No olvidemos que dentro de la noción de fuerzas productivo-destructivas se encuentran, y en un lugar central, la ciencia y la técnica. Paralizar la ciencia y la técnica es inviable, porque históricamente cualquier intento de frenar la ciencia ha sido un fracaso, y es indeseable, porque el problema de la tecnociencia no se encuentra en el plano teórico, en el plano cognoscitivo o epistémico, sino en lo que denomina su “constitutiva ambigüedad práctica” [22]. La tecnociencia en sí misma es, en cuanto proceso epistémico o cognoscitivo, ambigua o neutra (palabra poco común en el marxismo). De su aplicación práctica pueden derivarse tanto beneficios como riesgos, los cuales son mayores precisamente en la medida en que lo es la calidad epistémica de la ciencia. En suma: lo malo (lo peligroso) de la ciencia es que es buena ciencia (epistémicamente). Por tanto, lo que hay que transformar, impulsar o retrasar no es la tecnociencia en sí, sino el marco social que posibilita o impulsa sus diversas aplicaciones. De ahí que la solución sea política, y no meramente científica (si bien es fundamental estar sólidamente informado acerca de lo que nos enseña la ciencia acerca del mundo y de las consecuencias prácticas de la técnica). Por eso, en el corazón de la filosofía de la ciencia debe establecerse un núcleo de política de la ciencia: nuestros problemas más urgentes en materia de filosofía de la ciencia no son de carácter epistémico, sino de carácter ontológico, o práctico.
En definitiva, la posición de Sacristán va evolucionando hacia una concepción autocrítica de la ciencia. Francisco Fernández Buey ha denominado esta posición de Sacristán como un “racionalismo temperado”. Sin renunciar a entender la ciencia como el dispositivo de conocimiento más potente existente del que disponemos, Sacristán pone de manifiesto la existencia de unas mediaciones entre teoría y decisión, donde se produce un tipo de argumentación no formalizable, que está relacionada con el modo de tomar decisiones y la vida práctica de las personas [23].
Como filósofo de la ciencia, tal y como hemos apuntado antes, Sacristán se esforzó por complementar conocimiento científico y razón práctica (político-moral). Ya hemos visto que Sacristán, sin dejar de lado otros saberes menos formalizables, asociados a la práctica humana y el ámbito de los valores, considera a la ciencia el método de conocimiento más preciso del que disponemos. En este sentido, su oposición a las filosofías irracionalistas es patente a lo largo de toda su vida, si bien su racionalismo se va atemperando en el sentido que indicaba Fernández Buey. Las consecuencias del desarrollo científico-tecnológico en el marco del capitalismo le hicieron pensar que los problemas de la filosofía de la ciencia no obedecen ya a cuestiones meramente epistemológicas, sino más bien a las consecuencias prácticas, reales, de dicho desarrollo. En este aspecto, Sacristán se opone a la pretensión de neutralidad valorativa de la tecno-ciencia (por más que la ciencia pueda considerarse epistémicamente neutral). El peligro que significa nuestra capacidad de desarrollo científico-tecnológico hace precisa una transformación cultural radical de nuestra sociedad.
A mi juicio, el profundo conocimiento de Sacristán en cuestiones epistemológicas, así como su respeto hacia la ciencia positiva como fuente de conocimiento, que contrasta con los prejuicios presentes en otros filósofos, se encuentran en estrecha relación con su marxismo. Ya en el Prólogo al Anti-Dühring, afirmaba que el principio materialista conllevaba el principio metodológico de hacer vertebrar la concepción del mundo marxista sin hacer intervenir elementos que no procedieran de las ciencias positivas. Como ya se ha dicho, esto no quiere decir que Sacristán considere la ciencia como la fuente única de conocimiento. Comprendía las limitaciones propias del método analítico-reductivo, que conllevaban la necesidad de comprender totalidades concretas y complejas como algo necesario para la acción práctica y para dicho fin la ciencia es insuficiente, a lo que hay que sumar la necesidad de atender a criterios valorativos (relacionados con el ámbito ético y político). Así, Sacristán no es un filósofo cientificista o positivista, pero tampoco es, sin duda, un irracionalista ni un anticientífico.
La preocupación por la práctica, por la política, es una constante vital que alcanza su punto máximo en sus análisis acerca de filosofía y política de la ciencia. Una práctica que él mismo desarrolló a lo largo de su biografía, desde los rigores de la clandestinidad hasta la militancia antinuclear, y que podríamos caracterizar recurriendo a sus propias palabras en la presentación del primer número de mientras tanto:
(…) la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. [24]
José Sarrión Andaluz es Profesor Permanente Laboral en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca. Militante del Partido Comunista de España y miembro de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).
Notas
[1] Nota autobiográfica de Sacristán escrita en un cuaderno depositado en el Archivo Sacristán de la Universidad de Barcelona. Ahora en SACRISTÁN, M., M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres (Ed. de Salvador López Arnal. Presentación de Jorge Riechmann y Epílogo de Enric Tello), Barcelona, El Viejo Topo, 2003, pp. 57-61.
[2] CAPELLA, J-R., La práctica de Manuel Sacristán, Una biografía política, Madrid, 2005, Trotta, p. 127.
[3] Sobre las circunstancias políticas y laborales que obligaron a Sacristán a dedicarse a la traducción como oficio existe abundante bibliografía. Véase por ejemplo: CAPELLA, J-R., La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, op. cit.; LÓPEZ ARNAL, S., y DE LA FUENTE, P., Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996; LÓPEZ ARNAL, S. , y VÁZQUEZ ÁLVAREZ, I. (eds.), El legado de un maestro, Barcelona, Ediciones de Intervención Cultural, 2007; o la serie de seis documentales: JUNCOSA, X. (Realizador), Integral Sacristán [DVD], Barcelona, El Viejo Topo, 2007. Sacristán realizó más de cien traducciones, cifradas en unas 28.000 páginas de autores muy diversos como Quine, Marx, Engels, Hasenjaeger, Schumpeter, Lukács, Heller, Korsch, Platón o Gramsci. Cf. DOMINGO CURTO, A., “Introducción. Filosofías de una vida” en SACRISTÁN, M., Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, (Ed. De Albert Domingo Curto), Madrid, Trotta, 2007, p. 16.
[4] La expresión en cursiva aparecía en rojo en el documento original del Fons Sacristán de la UB, según explica Salvador López Arnal. Cf. SACRISTÁN LUZÓN, M., M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres, op. cit..
[5] Ibid., p. 58.
[6] Ibid., p. 58. Salvador López Arnal ha compilado varios comentarios inéditos de MSL a estos autores en los libros M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres, op. cit. y en SACRISTÁN, M., Sobre Gerónimo (Ed., presentación y notas de Salvador López Arnal), Barcelona, El Viejo Topo, 2013.
[7] SACRISTÁN, M., M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres, op. cit., p. 58.
[8] Ibid., p. 59.
[9] Ibid., p. 59.
[10] Ibid., p. 59.
[11] Ibid., p. 59.
[12] CAPELLA, J-R., La práctica de Manuel Sacristán, op. cit., p. 130.
[13] SACRISTÁN, M., M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres, op. cit., p. 60.
[14] Ibid., p. 60.
[15] Ibid., p. 60.
[16] Ibid., p. 60.
[17] Ibid., pp. 60-61.
[18] CAPELLA, J-R., La práctica de Manuel Sacristán, op. cit., p. 129.
[19] Ibid., p. 129.
[20] FERNANDEZ BUEY, F. (2005): Sobre el racionalismo atemperado de Manuel Sacristán. En Homenaje a Manuel Sacristán. Círculo de Bellas Artes, Madrid. Recuperado de https://youtu.be/YUTu5_ZS4tE?t=600 (Publicada con algunos cambios en: Fernández Buey, F. “Sobre el racionalismo atemperado de Manuel Sacristán”, en F. Fernández Buey (2015), Sobre Manuel Sacristán, Eds. Salvador López Arnal y Jordi Mir Garcia, Barcelona: El Viejo Topo, p. 490-491.
[21] SACRISTÁN, M. (1983), “Entrevista con Manuel Sacristán”, en Acerca de Manuel Sacristán, S. López Arnal y P. de la Fuente, Destino, Barcelona, 1996, pp. 191-227.
[22] Ibid., p. 203.
[23] En este racionalismo atemperado, es destacable la influencia del pensamiento de Otto Neurath en esta fase del pensamiento de Sacristán (SARRIÓN ANDALUZ, J. y MIR GARCÍA, J. (2020): “La recepción de Otto Neurath en Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey”, Encrucijadas: Revista Crítica de Ciencias Sociales, 20. https://recyt.fecyt.es/index.php/encrucijadas/article/view/86974).
[24] SACRISTÁN, M. (1987): “Carta de la redacción del nº 1 de mientras tanto”, en Pacifismo, ecología y política alternativa, Ed. Juan-Ramón Capella, Barcelona, Icaria, p. 39.