“Ucrania, ¿hacia la guerra civil?” por Eduardo Luque

TopoExpress, 3/12/2025. “Lejos del frente, la situación en Ucrania empieza a ser desesperada. La caída de Andrei Yermak, hombre fuerte del régimen, revela que las tensiones internas han crecido hasta límites insospechados. Incluso hay quien cree que hay una guerra civil en ciernes.”

Si hay en la tragedia ucraniana un personaje oscuro, corrupto y, en última instancia, criminal, ese hombre es Andrei Yermak, el auténtico zar en la sombra. Eso no exime de responsabilidad al propio presidente ucraniano. La guerra de Ucrania ha entrado en una fase crepuscular que ya no puede describirse con los eufemismos que durante años dominaron la retórica occidental. La caída de Andrei Yermak —hasta hace poco el hombre más poderoso del entorno de Volodímir Zelenski— revela el agotamiento del proyecto político construido alrededor de la resistencia ucraniana y de la narrativa heroica promovida por Washington y Bruselas. Lo que queda ahora es un país exhausto, arruinado por generaciones, militarmente derrotado y políticamente fracturado, que ya no puede ocultar sus tensiones internas ni la mano visible de quienes lo han tutelado desde el principio.

Washington dicta, Zelenski obedece

Durante meses, Andrei Yermak fue la figura clave que sostenía el complejo edificio político del régimen ucraniano. Controlaba la agenda presidencial, dominaba los servicios de inteligencia, influía en la política exterior y era el encargado de mantener cohesionada a una élite corroída por la guerra, los negocios opacos y las rivalidades entre oligarcas. En la mente gris del terrorismo ucraniano se le atribuye la búsqueda de “bombas radiactivas sucias” en Francia y Reino Unido, con el fin de provocar una escalada nuclear por parte de Moscú.

Su oposición frontal al plan de paz de Donald Trump —un documento que exigía concesiones territoriales para congelar el conflicto— fue interpretada en Washington como un desafío intolerable. La respuesta no tardó: la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania (NABU), una institución creada y financiada bajo supervisión estadounidense, irrumpió en su oficina y en su residencia con un operativo espectacular que coincidió con la llegada a Kiev del secretario del Ejército estadounidense, Daniel Driscoll. El mensaje era nítido: si Ucrania no acepta el marco de negociación dictado por Estados Unidos, la guillotina caerá sobre quien se interponga. Zelenski entendió la señal. Para salvar su propia cabeza sacrificó la de su lugarteniente. Y así, Yermak dimitió. De momento, él es el derrotado.

Pero su caída no augura clemencia ni sosiego: tanto él como Zelenski cargan con un futuro personal muy oscuro, cercados por acusaciones de corrupción a gran escala y por los rumores, cada vez más persistentes, de que altos funcionarios estadounidenses y europeos habrían participado en redes de desvío y reventa de armamento destinado a Ucrania. Si esa trama llega a salir a la luz, la política ucraniana no será la única que se tambalee. Si la trama de corrupción occidental se revela por filtración de estos personajes, su vida no valdrá un ardite.

La derrota militar y colapso estructural

La crisis política es consecuencia de la derrota militar, que ahora es imposible de maquillar. La caída, hace unos días, de Pokrovsk y el desmoronamiento del frente en torno a Huleipole y Siversk evidencian que el ejército ucraniano ya no dispone de capacidad operativa para sostener la guerra. Las pérdidas demográficas son inmensas: se estiman en más de un millón de bajas irrecuperables. Con una población actual, según proyecciones actualizadas, de unos 25 millones de habitantes (cuando se independizó de Rusia se acercaba a los 52 millones), Ucrania se acerca al límite de desaparecer como Estado viable.

El país carece de reservas, carece de artillería, carece de defensas y carece, sobre todo, de soldados dispuestos a seguir muriendo por un conflicto sin horizonte. El Estado Mayor sabe que no puede ganar. Los estados mayores de la OTAN también lo creen. Zelenski lo sabe… pero admitirlo sería firmar el acta de defunción del régimen.

Hay muchas fuerzas interesadas en mantener el conflicto abierto. Los batallones nazis se incautan de las tarjetas de crédito de los soldados para robar sus fondos; se roba, se saquea a la propia población civil; se recluta por la fuerza en las calles y las plazas. En Kiev, salir a pasear el perro puede significar acabar muriendo en cualquier zanja del frente. Los hombres de más de 60 años pueden ser movilizados; hay 53.000 mujeres combatiendo, muchas de ellas en primera línea. La UE ha sido generosa manteniendo estos ejércitos privados al servicio de los oligarcas ucranianos; a fin de cuentas, también se han untado las manos. El negocio está ahí, y mientras dure el conflicto llegarán más y más millones que desaparecerán en los bolsillos de unos y otros.

Mientras la casta política europea mantiene la liturgia vacía de las sanciones —19 paquetes después—, Katja Kallas, símbolo del fervor atlantista, asegura que “hay que obligar a Rusia a negociar”. ¿Cómo? Nadie lo explica. Quizá con el vigésimo o el vigésimo primer paquete de sanciones; quizá con rogatorias a la Virgen; quizá pagando misas en el Vaticano; ¿con fe?…

El factor más peligroso

La caída de Yermak no solo deja a Zelenski aislado frente a Washington. También lo deja expuesto a sus enemigos domésticos: los batallones nazis que fueron creados y financiados en la época Obama y que, desde el inicio de la guerra, han actuado como policía política y de represión interna más que como combatientes en primera línea. Estos grupos —armados, ideologizados y con mandos autónomos— han intervenido en la retaguardia para vigilar deserciones y disciplinar a las unidades regulares. Se han guardado muy mucho de participar en el frente abierto; su función ha sido garantizar la obediencia interna. Por ello representan hoy el mayor riesgo: no aceptarán concesiones territoriales. No aceptarán negociaciones. No aceptarán una retirada. Son, en términos estrictamente políticos, una fuerza con ambición propia. Zelenski lo sabe. Washington también. Y el país entero se desliza hacia una situación donde el ejército regular se hunde, el Estado pierde legitimidad y los actores armados autónomos ganan protagonismo. Ninguna guerra moderna termina bien cuando el Estado deja de monopolizar la violencia.

¿Un escenario de guerra civil?

Hablar de guerra civil en Ucrania ya no es una exageración retórica. Es una posibilidad que se abre paso en medio del caos: se dan todos los ingredientes para un conflicto civil. Washington exige concesiones territoriales. Zelenski intenta sobrevivir sacrificando a sus aliados. El ejército se derrumba y las deserciones se multiplican. Los batallones nazis no admitirán ninguna retirada. Las redes de corrupción y el tráfico de armas salpican al poder político.

Si Zelenski acepta el plan de Trump, se enfrentará a estos grupos armados que lo consideran demasiado “blando”. Si no lo acepta, Washington utilizará la NABU y otros instrumentos para destruir lo que queda de su gobierno y a él mismo.Si intenta frenar a los grupos radicales, estallará un conflicto interno. Si no lo frena, perderá el control de lo que queda del Estado.

Ucrania está atrapada entre fuerzas que no controla. Los actores que antes se declaraban aliados y que ayudarían a Kiev “hasta la victoria final” —Estados Unidos, Europa, los grupos nazis— se convierten ahora en piezas de un tablero imposible.

El fin del ciclo

El sacrificio de Yermak marca el inicio del final. No del final de la guerra —que Rusia ya ha definido en términos militares—, sino del final del régimen político que emergió en 2014 y que se sostuvo gracias al respaldo económico, militar y comunicativo de Occidente. La economía está destruida. El ejército está exhausto. La clase política está fracturada. El presidente ilegítimo está acorralado. Y los grupos armados que durante años ejercieron la violencia en nombre del Estado ahora podrían desafiarlo directamente. La pregunta ya no es si Ucrania puede ganar la guerra. Eso quedó atrás. La pregunta real es si Ucrania podrá evitar una guerra dentro de la propia guerra. Y, a medida que Kiev entra en esta fase terminal, la respuesta se vuelve cada vez más sombría.

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Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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