Reseña de: Michèle Audin, Una vida breve, Cáceres: Editorial Periférica, 164 páginas (traducción de Pablo Moiño Sánchez, edición original 2013).
Con observación, magnífica, del profesor Manuel Monleón Pradas, miembro de Espai Marx.
Una cita de Albert Camus, de su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura de 10 de diciembre de 1957, abre Una vida breve: “[…] el papel del escritor no está exento de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse hoy al servicios de los que hacen la Historia; está al servicio de los que la sufren”. Entre esa humanidad sufriente, Maurice Audin, militante comunista y colaborador del FLN, matemático tunecino asesinado en 1957 por el Ejército francés en Argelia, y padre de la autora.
Un apunte sobre ella, sobre Michèle Audin [MA]: Matemática, historiadora y novelista, MA es miembro de grupo de experimentación literaria OuLiPo y autora, entre otras publicaciones, de un libro comentado en estas páginas: La señorita Haas. MA rechazó en 2008 la Legión de Honor, después de la negativa del entonces presidente de la República, Nicolás Sarkozy, a aclarar la muerte de su padre. Más de sesenta años después de este crimen de Estado, en 2018, el gobierno francés pidió finalmente perdón a la familia Audin.
Pero no es la detención, tortura y asesinato de Maurice Audin el tema de este libro, sino la reconstrucción, la minuciosa y detallada reconstrucción de su vida. MA lo expresa así: “En este libro se habla de una vda breve. No de la de un desconocido elegido al azar, por haber visto su foto o su ronrisa en un periódico viejo, sino de la mi padre, Maurices Audin.” Puede, señala MA, que nos hayamos topado con su nombre. No en mi caso. Puede que hayamos oído hablar de lo que se conoce como “el caso Audin”. Tampoco era mi caso. O puede que no añade la autora. Mi caso hasta ahora, un desconocimiento que no me perdonaré nunca.
MA nos advierte desde el principio de estas páginas inolvidables: “Lo digo desde el principio: no es de ese “caso” de lo que quiero hablar aquí. Por lo demás, no veo qué podría añadir a una verdad también breve y brutal: en 1957 Maurice Audin tenía veinticinco años, fue arrestado durante la batalla de Argel, fue tortuado por el Ejército francés, fue asesinado, se organizó un simulacro de evasión, se hicieron desaparecer las huellas de su muerte, como determinó la investigación de Pierer Vidal-Naquet entre 1957 y 1958. Nada nuevo aprenderán aquí acerca de dicho caso. Ni el mártir, ni su muerte ni su desaparición son el tema de este libro”.
Todo lo contrario, añade MA: “de la vida, de su vida, de una vida cuyas huellas no han desaprecido por completo, pretendo hablarles aquí.” La narración de su vida incluye el momento de la detención.
Es justo un apunte sobre el gran helenista francés que tomo de la nota de las editoras: “Esta editorial [Les Éditions de Minuit], clandestina durante la ocupación nazi, sacó a la luz ese mismo año [1958] el libro fundamental sobre la desaparición, cuya repercusión podría compararse con el Yo acuso, de Émile Zola, sesenta años antes. El título era El caso Audin y su autor fue Pierre Vidal-Naquet (1930-2006), entonces un joven licenciado de estudios helenísticos, que se jugó su incipiente carrera al publicar esta investigación. Vidal-Naquet llegó a ser uno de los grandes helenistas franceses, pero también un intelectual comprometido, de una feroz y valiente independencia intelectual: fue un implacable combatiente del negacionismo de los crímenes nazis -superviviente del holocausto, sus padres perecieron asesinados en Auschwitz-, pero no dudó en criticar al Estado de Isarel.”
Michèle Audin ha estructurado su libro en los siguientes apartados: 1. Antes. 2. Béja, 14 de febrero de 1932, 23. 3. Desplazamientos. 4. Argel. 5. 1957. 6. Después. Agradecimientos y fuentes. Claro y conciso, ni una palabra de más, una reconstrucción casi arqueológica de la vida de su padre y los orígenes de su familia.
Las editoras han añadido una nota (que no deben perderse, un excelente resumen de lo que conocemos de la tragedia y asesinato de Maurice Audin): pp. 161-164.
Son frecuentes, como no podía ser de otro modo, las referencias de MA a la historia de las matemáticas francesas y, concretamente, a las investigaciones, aportaciones y tesis de su padre asesinado. No son fáciles de seguir para el lector no matemático, pero en absoluto enturbian la lectura de este libro imprescindible.
Déjenme que rinda homenaje a uno de los matemático citados, relacionado con Maurice Audin y Alexander Grothendiek: Laurent Schwartz (1915-2002), un gran matemático anticolonialista, el autor de la “teoría de las distribuciones” (funciones generalizables), que recibió la medalla Fields en 1951. (El profesor Manuel Monleón Pradas me ha recordado el moto con el que Schwartz abría su Curso de análisis: “No hay matemáticas sin lágrimas”. También, y en paralelo, el fragmento de una carta de Marx a Maurice La Châtre (18 de marzo de 1872): “No hay un camino real hacia la ciencia, y solo quienes no temen cansarse subiendo sus empinados senderos tienen la oportunidad de alcanzar sus luminosas cumbres”).
En la contraportada del libro se habla de la prosa inconfundible de la autora, “que aúna la precisión de la matemática y la especulación poética, y se añade: “Una vida breve es más que un ejercicio de “literatura de los hijos”. Cumple un deseo esencial de la gran literatra: narrar esas vidas concretas que, a veces involuntariamente, tienen la capacidad de condensar la Historia”. De acuerdo.
Una sugerencia: les dejo dos enlaces sobre la autora –https://micheleaudin.com/, https://macommunedeparis.com/- que con toda seguridad serán de su interés.
Observación de Manuel Monleón Pradas:
La reseña de Salvador que hemos publicado hoy llamó mi atención cuando nos la envió hace unos días. Desconocía la faceta novelista de la autora, pedí el libro en aquel momento, y lo he leído entre ayer y hoy. Coincide el final de mi lectura con la aparición de la reseña.
Michèle Audin (1954) es realmente una personalidad extraordinaria; Espero que lo que voy a añadir a lo que ya ha dicho tan bien Salva justifique la afirmación.
Una niña pierde a su padre a los 3 años, cuando él tiene 25 años. Y cuando ella tiene 58 años escribe un libro, breve, sobre la corta vida de su padre. ¿Cómo se hace eso? ¿Qué trazas materiales puede haber dejado una vida tan breve, y qué recuerdos y emociones pueden quedar a los 58 de una niña de tres años?
La solución de este problema es una de las dos cosas más admirables del libro. El símil que se me ocurre es el de una de esas vasijas que todos hemos visto en algún museo arqueológico, que vemos completa, pero en la que distinguimos apenas tres pedacitos realmente originales, con sus dibujos y colores, siendo el resto una reconstrucción (que la honestidad de la restauración ha reproducido en otro color y material, para ser distinguida) que completa su forma y volumen, con sus curvaturas, sus asas, sus dimensiones, hasta formar la pieza completa, algo que al profano se le antoja imposible a partir de los tres restos originales. Es necesaria una gran cultura en la época de la pieza, grandes conocimientos acerca de costumbres, usos, materiales, técnicas, para poder lograr esa reconstrucción.
Ése ha sido el método de Michèle Audin. La explotación de unos pocos datos, la extrapolación especulativa a partir de trazas. El posible significado de una anotación en una libreta de compras le permite saber si le gustaba el chocolate; la fecha en un billete de autobús conservado puede dar una pista sobre una visita; un libro en un anaquel hace imaginar sus gustos (“sé que leyó a Paul Eluard”) o costumbres (¿quizá paseó por los sitios de Le paysan de Paris, la novela de Aragón?). Cuando no hay elementos materiales, hay preguntas (¿cómo eran los dormitorios de su internado? ¿paseó por esta calle?), que, sin respuesta, suplen a los datos en la construcción de la narración, eso sí, siempre con un esfuerzo de recreación del lugar histórico concreto que pudo haber sido vivido, empleando documentos coetáneos (fotografías de colegios, planos de ciudades, información de archivo del ejército, de la municipalidad). El frecuente “no lo sé” como respuesta a muchas (la mayoría) de estas preguntas muestra la honestidad de la autora en su empresa. Y demuestra su gran cultura: de matemática, de historiadora, y de archivero, pues todo esto ha sido (es) Michèle Audin, y ha necesitado serlo para reconstruir una historia pública de su padre.
A pesar de la gran carga emocional de lo que en 1958 conoció en Francia como “el caso Maurice Audin” (el secuestro, tortura y asesinato por el ejército francés en Argelia de Maurice Audin, joven matemático de 25 años, mienbro del partido comunista argelino y colaborador del FLNA), el estilo de Michèle es conciso y contenido; “fáctico”. En la historia van emergiendo la(s) vida(s) de una(s) familia(s) franco-algerina(s), el desgarro de la guerra de Argelia: la tortura y muerte de Maurice a manos de los paracaidistas del ejército francés (el nombre del primer ministro, del mando militar), los 6000 desaparecidos de la represión; la reacción de la familia materna (la de muchos pied-noir : “se lo tenía merecido”; Michèle no les volvió a hablar); las heridas abiertas pero ocultadas (déficit de “memoria histórica” diríamos aquí) en la sociedad francesa (la complicidad con la deportación de los judíos, Drancy-Auschwitz, Argelia); y, finalmente, pero de interés para el lector introducido en ello, un desfile de personajes y detalles de la intrahistoria de la (gran) matemática francesa de la postguerra (R de Possel, J Pérés, G Julia, J Favard, J Hadamard, H Cartan, L Schwartz, el nacimiento de Bourbaki, pero también JL Lions, PA Meyer…).
Michèle Audin ha sido (hasta su jubilación) una brillante matemática de prestigio internacional, y después ha sido historiadora de la matemática y novelista. El caso de su padre alcanzó resonancia, y hoy hay plazas y calles con su nombre en Alger, Paris y varios municipios más en Francia. Cuando, por su apellido, era preguntada por su posible parentesco, ella, sin embargo, lo negaba: quería mantener la independencia de su vida profesional y personal respecto de una figura-símbolo, dice. Tardó cincuentaypico años en querer mirar de frente la memoria de su padre, como si hubiera necesitado todo ese tiempo para prepararse. ¿Por qué?
Esta es la segunda de las varias cosas admirables que quería señalar en el libro. Una actitud moral. El género literario de “recuerdo del padre” (o de la madre, o de los padres) es muy variado. En las cosas valiosas que he leído (por ejemplo, un libro reciente de Villoro, o en los recuerdos de Salvador en sus Memorias a dos voces) veo la deuda de reconocimiento (amor) que, en la madurez, uno tiene necesidad de satisfacer para autocompletarse, para autocomprenderse. En el caso de Michèle Audin esto se hace, además, desde una postura ética que constituye un programa explícitamente declarado por ella: narrar las historias de “gentes que no tienen historia”, y que es el espíritu de otras de sus novelas (como La señorita Haas, que también reseñó Salva). Michèle Audin se ha propuesto hacer esto desde la Comuna de Paris (hay que visitar su sitio web [ouèbe para ella; he tardado en darme cuenta de qué era] sobre la Comuna). Este que comentamos es la reconstrucción posible, desde lo imposible, de la vida de un padre al que se pierde con 3 años, pero que ha enseñado a leer y escribir a su hija con el Analyse fonctionnelle de Riesz-Nagy.
Como dice Salva en su reseña hoy publicada, “un libro que deja huella imborrable en el lector”. A mí me ha hecho brotar la necesidad de estas líneas escritas de corrido en cuanto lo he acabado, y me he apresurado a pedir otros dos de sus libros.
Gracias Salva, por un nuevo descubrimiento.