Una carta de Daniel Jiménez Schlegl

Gracias R. Me interesa y mucho.
Estoy muy de acuerdo con tu análisis aunque tengo que pensar más sobre este asunto de la izquierda, del futuro de la izquierda (debo padecer el síntoma de «izquierda desnortada»).
Quizás falte en tu análisis el relativo al peso que la aventura indepe catalanista ha tenido, en el caso de España particularmente, en el incremento de la derechización «a por ellos» de la población.

Todos somos reactivos. En este caso desgraciadamente estamos entre fuego cruzado de dos extremos de la clase política que se necesitan desde el punto de vista de su propia estrategia electoral. Indiferentes al estrago de los incendios que provocan en la población, en las familias, amistades,…. Parasitarios de los odios que alimentan, rentistas de la anulación de la oposición que denuncia, advierte y critica ese juego schmittiano. Lo peor de lo peor.

La derechización no se trata sólo de un fantasma que recorre el mundo, que quizás también, como reacción a la globalización, interdependencia y pérdida de identidades que la derecha publicita recuperarlas tan bien. Intuyo, por lo que he podido experimentar, que aquí se trata, en parte importante, de una reacción a un desprecio burgués nacionalista y excluyente contra el que la izquierda no ha reaccionado ni a tiempo ni con inteligencia sino que o se ha demostrado contemporizador o incluso favorable a esa corriente nacionalista excluyente.

La reacción, en Cataluña, está sobre todo en las clases trabajadoras del área metropolitana de las ciudades. Las que votarán mayormente a la derecha y especialmente a Vox. Espero equivocarme. Pero a la vista de las elecciones autonómicas y locales pasadas es lo que sucede cuando pasamos de «pueblo vs casta» a «identidades vs identidades» o «identidades vs igualdad».

Os relataré un apunte de mi experiencia con trabajadores jubilados, migrantes, de los huertos de Montcada i Reixach, allá frente a la fábrica de cemento, a los que he defendido frente a las aspiraciones de ayuntamientos socialistas y Comunes y consorcio del parque de Collserola de «recuperar» la montaña como parque natural con la desaparición de los huertos. Ese ecologismo de gestos…

Gente muy humilde, muchos abiertamente votantes del PP.

La cosa es muy sencilla: el sistema les ha permitido trabajar desde los 13-14 años de edad. Aunque fuera en condiciones inimaginables para un chaval de ahora, han conseguido su pensión, en algún caso, sustancial (multiplica la que yo obtendré. Ya os explicaré…). Tienen su huertecito en la ladera de una montaña infecta, entre vertederos.

Ven Barcelona como un castillo inaccesible de gente rica y turistas. Desde ahí se decide un día que tienen que marchar de los huertos que han cultivado desde los años 60, con vallas hechas de somieres y restos de obras, con sistemas de recogida de agua pluvial, aljibes, etc. Tampoco tienen tirada hacia un lugar, Barcelona, que no les acoge, que no habla su idioma. Que no les es simpático. Un Eixample bellamente urbanizado por un Ayuntamiento de «izquierdas» donde cuelgan esteladas en los balcones y que les envían un claro mensaje: «tu no eres ni serás jamás de este mundo. Estas calles siempre serán nuestras». Por mucho esfuerzo aparente de las instituciones, intelectuales y artistas de izquierdas que se fijan en ellos, en sus barrios, en sus luchas pasadas (sobre todo en películas, novelas, obras de teatro que mis amigos de Montcada no verán ni leerán nunca), nada cambia esa sensación de rechazo, de que no formamos una comunidad, que aquí son simplemente acogidos, son «tolerados».

Son décadas de maltrato, y ahora que tienen cosas que perder vienen unos a dar lecciones de solidaridad y otros a ventearles la amenaza de los de fuera, a los que los primeros parecen ayudar prioritariamente. Ese discurso falaz penetra. Estos otros se erigen como los auténticos representantes de una unidad nacional, de la pertenencia de una comunidad, de garantía de que pueden hablar en el idioma y recibir educación en el idioma común, que les rebajarán impuestos, que mantendrán sus propiedades, sus puestos de trabajo, su sanidad frente a terceros foráneos. Identidad vs identidad, identidad vs igualdad. Cierto es que se han convertido en la «aristocracia» de la clase trabajadora y que debajo de ellos hay otros estratos, como describe el filme de Fernando León de Aranoa «Barrio». Los efectos de lo que Pasolini entendía como la enfermedad contagiosa de la burguesía, pero que ellos ven como un derecho legítimo después de estar deslomándose desde los 14 años y aguantar chasco tras chasco de la arrogancia social de los barceloneses cultos y catalanistas.

Ya no sé si me considero de «izquierdas»… si estoy reproduciendo un modo de vida no universalizable, «elitista» en cierta medida, con mis libros, mi música fina y poco comprensible, mis gustos burgueses, con un creciente rechazo de lo que las mayorías consideran «bueno» (y bonito) para todos y con ello con legitimación para imponerlo. Intento comprender y, desde luego, evitar a toda costa que me juzguen como «supremacista moral» propio de esa izquierda que nada y guarda la ropa y, sobre todo, que no se moja.

Teniendo en cuenta lo anterior, mis reflexiones pesimistas apuntan más hacia el aspecto de la ausencia de alternativa -por ahora poco viable- a la hegemonía cultural capitalista. ¿Con qué mimbre humano construimos los cestos de una sociedad justa e igualitaria? ¿cómo mutar de nuevo la mutación antropológica pasoliniana de la sociedad de consumo de masas? ¿qué alternativa económica viable, de transición, sin que el castillo de naipes del capitalismo industrial y financiero se derrumbe y acabe en cataclismo? ¿cómo convencer que una economía del bien común no acabará en ese cataclismo? ¿cómo quitar el miedo? ¿cómo ser valientes?

Abrazos

 

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

Un comentario en “Una carta de Daniel Jiménez Schlegl”

  1. Suscribo las opiniones expuestas por el Dr. Jiménez Schlegl en su carta. Si no se toma nota de lo expuesto en ella y se da respuesta a ello, la denominada «izquierda institucional» tiende a convertirse inevitablemente en el partido orgánico de ciertas clases o grupos específicos relativamente acomodados y en su mayoría dependientes de los presupuestos públicos que practican la beneficencia a través de dichos presupuestos (pues cambiar el sistema de manera substancial es algo que se tiene ya por imposible) y también la acción simbólico-gestual para tranquilizar su mala conciencia o apuntalar su sentido meritocrático de superioridad intelectual y moral, pero que básicamente dejan a las clases populares o de extracción más bien humilde, en especial aquellas personas que no están dotadas de ningún rasgo de identidad considerado valioso por las clases o grupos aludidos (como podría ser pertenecer al colectivo LGTBI+ o a la «minoría lingüística nacional» correcta), en manos de la derecha y la extrema derecha (las cuales ofrecen compensaciones psicológicas muy atractivas para la frustración, la rabia o los miedos del «perdedor medio» del sistema, ofrecen chivos expiatorios sobre todo) o del abstencionismo electoral, aunque las medidas de política económica y social de las derechas les perjudiquen claramente.
    Esto no es nuevo. No olvidemos que, aunque el partido nazi nunca obtuvo la mayoría absoluta en unas elecciones más o menos libres y pluripartidistas, sí llegó a ser el partido más votado del espectro político durante el año 1932 (llegó a alcanzar el 37,4% de los votos en una elección nacional con una elevada participación: por supuesto, no todos sus votos eran de la clase media técnico-profesional o en declive, mientras que la mayoría de los barones de la industria y las finanzas alemanas preferían a sus partidos conservadores tradicionales: para ellos, el nazismo fue un último recurso). Pero hay un hecho muy importante que diferencia nuestra época de los años 30: el partido nazi no logró tener demasiado éxito entre la entonces denominada clase obrera, que siguió prefiriendo votar al SPD y al KPD; tal cosa se debió a que estos partidos realmente eran partidos suyos, vinculados orgánica e históricamente a la clase obrera, constituidos y dirigidos por obreros-políticos/intelectuales/ gestores salidos del movimiento obrero. No existe nada parecido a eso hoy día en el mundo de los perdedores del sistema en el mundo occidental (que yo sepa).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *