“¿Y ahora qué, Europa?” por Alberto Garzón

Durante largos periodos, no ocurre nada y, de repente, todo parece cambiar bruscamente. En los años setenta, los paleontólogos Stephen Gould y Niles Eldredge basaron su teoría evolutiva en esta misma idea, argumentando que la evolución no se produce de manera continua y gradual, sino que un equilibrio que parece estable se interrumpe de repente, desencadenando un cambio radical. Nuestra propia especie, argumentaban, es el resultado de uno de esos momentos en que la tranquilidad se ve perturbada por una gran conmoción. Para expresar algo similar, pero esta vez en el ámbito político, la gente suele recurrir a una expresión popularizada por el poeta Mario Benedetti: «Cuando teníamos todas las respuestas, de repente cambiaron las preguntas».

Probablemente esto esté sucediendo de nuevo, aunque todavía no estemos del todo preparados para aceptarlo. Al fin y al cabo, nuestra manera de procesar la información –de pensar– parece funcionar bajo el principio de optimización energética, lo que significa que tendemos a preferir las respuestas que conocemos en lugar de plantearnos si es necesario repensarlo todo. Pero nos encontramos en uno de esos momentos en que la confusión es tan generalizada que resulta evidente que algo no va bien con las respuestas que dábamos a las viejas preguntas.

Donald Trump está poniendo el mundo patas arriba. Sin embargo, a diferencia de Eduardo Galeano, que lo hizo metafóricamente para exponer la desigualdad y la injusticia dominantes en todas partes, el presidente de los Estados Unidos está rediseñando el mundo en beneficio de un proyecto político muy específico. Y para ello, no tiene reparos en hacer estallar todas las normas y costumbres a las que se había acostumbrado el mundo desarrollado. Trump ha dado una patada al tablero de ajedrez, y sus aliados y adversarios siguen congelados en la mesa.

Con este escenario en mente, intentemos aclarar algunas ideas organizadas en quince puntos:

1. El contexto

Vivimos en un planeta con recursos limitados, y el afán baconiano de someter y dominar la naturaleza ha llevado a nuestras sociedades industriales a depender profundamente de materiales y fuentes de energía que están distribuidos de manera desigual en el mundo, un capricho de la geología. Para empeorar las cosas, el uso de combustibles fósiles provoca el calentamiento global, que altera las condiciones de vida en todas partes y, entre otras consecuencias, intensifica las presiones migratorias hacia los países desarrollados.

2. El proceso

Durante más de doscientos años, la narrativa convencional sobre el crecimiento y el desarrollo de las sociedades humanas ha sostenido que el camino hacia el progreso está definido por la capacidad de industrializarse, es decir, reemplazar a los trabajadores por máquinas de alta potencia impulsadas por combustibles fósiles, que aumentan la productividad laboral. Al lograr esto, las sociedades se vuelven más ricas (especialmente en términos per cápita) y sus trabajadores pueden disfrutar de salarios más altos y mejores servicios prestados por estados más fuertes. Europa occidental y los Estados Unidos siguieron este camino primero; luego, a una velocidad vertiginosa, la URSS; y más recientemente, también a un ritmo rápido, los países asiáticos, sobre todo China desde los años 1980.

3. El conflicto

El contexto y el proceso descritos anteriormente no son compatibles, y menos aún a escala global. Desde los años 70 se reconoce ampliamente que el impacto en el planeta –la “huella ecológica”– del American Way of Life es insostenible. En su interpretación más generosa, esto significa que es imposible extender ese estilo de vida a los casi 10.000 millones de personas que se estima que habitarán el planeta en 2050.

4. El punto ciego del liberalismo

Por alguna extraña razón, el liberalismo europeo –encarnado políticamente en las diversas corrientes democrático-conservadoras y socialdemócratas– ha prestado poca atención a estas cuestiones. Sus perspectivas económicas siguen atrapadas en el viejo marco del comercio internacional y sus mantras –el reino de la ventaja comparativa ricardiana–, al tiempo que defiende los valores y principios democráticos heredados del momento fundacional antifascista de una Europa decidida a no repetir la experiencia nazi. Sin embargo, la presión de las tensiones emergentes –migraciones, inflación, guerra– está impulsando a la extrema derecha hacia adelante, y parte del liberalismo está desertando en favor de discursos reaccionarios.

5. El lugar de cada uno en la economía-mundo

Wallerstein sostuvo que la división internacional del trabajo se hizo efectiva en el siglo XVI, cuando el primer imperialismo estableció relaciones económicas globales. En ese entonces, se comerciaban bienes como especias, papas, plata y algodón. Hoy, el mundo es mucho más complejo, pero sigue la misma lógica. Algunos países se especializan en sectores de baja tecnología, como la provisión de mano de obra barata, mientras que otros se concentran en industrias de alta tecnología, como el software integrado en productos electrónicos. En esta economía-mundo, las cadenas de valor globales ejemplifican cómo un producto determinado está compuesto de partes provenientes de veinte países diferentes, cada uno compitiendo para encontrar la forma más rentable de integrarse en la división internacional del trabajo.

6. Los que están en el poder

La economía y las armas siempre han estado vinculadas. Hoy, el término popular para la política económica de Trump es “la militarización del comercio”, ya que utiliza el comercio como herramienta estratégica. La lógica es clara: si no haces lo que quiero… impongo aranceles. Estados Unidos lo hace porque puede. En menos de dos meses, Colombia, México e incluso Canadá ya han cedido. Pero Estados Unidos puede hacerlo porque sigue siendo la economía más fuerte del mundo.

7. Los que solían estar en el poder

En el año 2000, las dos grandes potencias económicas que dominaban las cadenas globales de valor en sus segmentos más tecnológicos y más rentables eran Estados Unidos y Alemania. Veinte años después, los dos primeros son Estados Unidos y China. El ascenso de China, junto con el de otros países asiáticos, se ha producido a expensas de Estados Unidos y un declive aún más pronunciado para Alemania y sus socios europeos. China exporta el 33% del valor de los productos considerados críticos por razones comerciales, es decir, productos que sólo unos pocos países fabrican pero que casi todo el mundo desea. La mayoría de ellos están relacionados con equipos electrónicos, como teléfonos móviles y semiconductores.

8. La guerra comercial

En 2018, Estados Unidos lanzó una guerra comercial contra China, imponiéndole nuevas barreras comerciales y encareciendo las importaciones chinas en el mercado estadounidense. China respondió con medidas de represalia similares. La relación entre ambos países es una mezcla de amor y odio, pues el déficit comercial de Estados Unidos con China se ve contrarrestado por la financiación de la deuda pública estadounidense por parte de China. La nueva y ampliada guerra comercial no es sólo un capricho de Trump; como ha señalado Yanis Varoufakis , es una estrategia económica violenta, arriesgada, pero coherente, destinada a recuperar el poder perdido en las últimas décadas.

9. ¡Se trata de recursos!

Desde hace décadas, China se expande globalmente para asegurarse el acceso a materiales y fuentes de energía clave para el futuro, lo que incide directamente en la transición ecológica. Los grandes convertidores de energía, como los paneles fotovoltaicos y las turbinas eólicas, requieren cantidades significativas de estos materiales. Como ha explicado brillantemente la periodista Olga Rodríguez, la visita de Biden a Angola antes de dejar la presidencia fue el primer y tardío intento de Estados Unidos de acercarse a un continente en el que China tiene una ventaja significativa. Un claro ejemplo es la extracción de tierras raras: China controla alrededor del 60% del suministro mundial, mientras que Estados Unidos posee solo alrededor del 10%.

10. Ucrania

Unos días antes de su tristemente célebre llamada a Putin, Trump le dijo a Ucrania que tenía que pagar la ayuda militar con recursos de tierras raras. Muchos se indignaron, probablemente porque todavía pensaban en términos de viejos marcos, en los que ayudar a Ucrania era principalmente una obligación moral. Pero Trump no se adhiere a esas normas ni sigue el enfoque de la Organización Mundial del Comercio en materia de relaciones internacionales. La suya es una forma más cruda y despiadada de imperialismo económico que está dispuesto a respaldar con la fuerza. Ya analizamos un caso similar en relación con Groenlandia.

11. Rusia

El país gobernado con puño de hierro por Putin no es un actor económico importante, pero más allá de su arsenal nuclear, es uno de esos territorios bendecidos por la geología para los tiempos modernos. Rusia posee las mayores reservas de gas natural del mundo (alrededor del 20%) y actualmente exporta casi el 8% del total global. Europa dependía críticamente de las importaciones de petróleo y gas rusos y, tras la invasión de Ucrania, tuvo que aumentar su dependencia del gas natural estadounidense. Esto supuso una enorme oportunidad de negocio para Estados Unidos, ya que sus exportaciones de gas natural han aumentado un 624% desde 2000 y el precio de un buque cisterna de gas natural licuado (GNL) ha pasado de 60 millones de dólares a 275 millones.

12. La cuestión de la democracia

El ideal democrático se desvanece. Las principales potencias mundiales son China, una dictadura de partido único, y Estados Unidos, una democracia en decadencia con tendencias oligárquicas. El suministro de energía del que dependen las sociedades industriales proviene de países como Rusia, Arabia Saudita, Irak y los Emiratos Árabes Unidos. En este contexto, domina la realpolitik y la forma de gobierno de los actores internacionales parece cada vez más irrelevante. La cuestión democrática se plantea sólo de manera selectiva y retórica, como en el caso de Venezuela, y casi siempre por razones políticas locales.

13. Europa

La Unión Europea (y, si se incluye, el Reino Unido) se encuentra en una encrucijada crítica. Ninguno de sus miembros se encuentra entre las principales potencias económicas, tal vez con la excepción de Alemania, que desperdició su ventaja tecnológica de fines del siglo XX al abrazar el neoliberalismo. Esto también empeoró los problemas internos de la UE al ampliar la brecha económica con el Sur. Alemania invirtió más esfuerzo en mirar hacia el Este, atraída por la mano de obra barata y calificada de los países del ex bloque soviético, en lugar de fortalecer un proyecto europeo unificado. Para empeorar las cosas, Europa carece de unidad política, los movimientos de extrema derecha alineados con Trump están ganando terreno electoral y cultural, y algunos países, como Hungría, expresan abiertamente su preferencia por alinearse con Trump y Putin en lugar de permanecer en la UE. Además, una facción de izquierda confundida confunde la soberanía monetaria con un sentimiento antieuropeo.

14. La alternativa

Gran Bretaña tuvo la suerte de contar con abundantes reservas de carbón, lo que permitió la Revolución Industrial. El carbón también desempeñó un papel central en los conflictos históricos entre Francia y Alemania. Sin embargo, la UE carece de gas natural y petróleo, que son las principales fuentes de energía contemporáneas. Tal vez por eso sus responsables políticos se han inclinado tradicionalmente por la ideología del libre mercado. Como se suele plantear, el dilema es elegir entre la dependencia de Rusia (petróleo y gas) o de los Estados Unidos (GNL). Sin embargo, hay otro camino: construir la independencia a través de una transición ecológica. La energía renovable plantea desafíos, pero es esencial tanto para mitigar el cambio climático como para lograr la autonomía estratégica respecto de Rusia y los Estados Unidos.

15. Un plan de estímulo

Una economía 100% renovable no se puede lograr únicamente con mecanismos de mercado, sino que requiere planificación. Incluso el economista liberal Mario Draghi lo reconoció en su informe a la Comisión Europea. La heterodoxia económica ha ganado terreno en Europa durante la última década y probablemente se expandirá aún más. El fondo de recuperación pospandemia debería servir como modelo, mejorado y ampliado. El objetivo es diseñar y financiar una transición ecológica que garantice a las sociedades europeas un futuro decente. Incluso la seguridad alimentaria está en riesgo sin seguridad energética, lo que convierte esto en una cuestión de política interna, no solo de política exterior. Esta es también una oportunidad para reconsiderar el papel del Banco Central Europeo. ¿Por qué no? Estos son tiempos de urgencia e innovación. De hecho, puede que no haya otra opción si Europa quiere mantener la independencia de las ambiciones imperiales de Estados Unidos y Rusia. Puede que sea la única manera de salvaguardar la democracia en estos tiempos.

En definitiva, Europa se encuentra en una encrucijada histórica. La crisis climática, la reconfiguración geopolítica y el declive del viejo orden liberal no son fenómenos aislados, sino elementos entrelazados que configuran el futuro de esta generación y de las futuras. Seguir apoyándose en la inercia del pasado (dependencia de los combustibles fósiles, dogma del libre mercado y fragmentación política) significa condenarse a la irrelevancia estratégica y a la erosión democrática. La única alternativa real es una transición ecológica planificada que reduzca la dependencia de Estados Unidos y Rusia y reconstruya la soberanía basada en la justicia social y energética. No se trata sólo de una cuestión de independencia económica; es la última oportunidad de Europa de tener voz en el siglo XXI.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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