Entrevista a Yerba Segura Suárez y Mª Isabel García García, sobre Mi infancia en el franquismo, de Enesida García Suárez (*II)

Entrevista a Yerba Segura Suárez y Mª Isabel García García sobre Mi infancia en el franquismo, de Enesida García Suárez (*II).
La cuestión de la memoria histórica en nuestro país tiene un componente emocional importantísimo sobre el que no se ha investigado lo suficiente.”

De las personas entrevistadas:
YERBA [Y]
Tengo 40 años, y profesionalmente soy trabajadora social y mediadora. Crecí sabiendo que mi bisabuelo materno estaba enterrado en una fosa común, y necesité 40 años para entender el profundo significado que encierra ese hecho, a nivel social y autobiográfico. Soy miembro de la AFA de la Fosa Común de Tiraña.
Mª ISABEL [MI]
Soy la hija mayor de Enesida. Tengo 70 años, y ya estoy jubilada. Viví acompañando a mi madre en el dolor de su infancia, y siempre potencié que mis hijas y mis nietas conocieran la historia de su propia familia. Soy la Presidenta de la AFA de la Fosa Común de Tiraña.

Nos habíamos quedado en este punto. Leo en la presentación de Eva Martínez Álvarez: “La memoria obstinada de varias generaciones de mujeres hizo posible que hoy tengamos en nuestras manos la historia de Enesida; de Virginia, su segunda madre; de Isabel, su hermana, y de tantas otras a través de ellas. Una vez más miramos al pasado para reconocernos en nuestro presente. Ahora sabemos que la historia, la nuestra, no sólo la escriben los hombres o los vencedores. Y que nunca se podrá considerar vencidas a aquellas personas que mantuvieron vivo el recuerdo de las luchas”. ¿Estamos también ante un libro feminista?

MI: No lo consideramos feminista aunque esté escrito por una mujer, narra las tristezas de una familia entera con todos sus miembros, de sus tremendas vivencias, de su dramático final… pero la autora no parece darle un matiz feminista. Mi madre no tenía intención de politizar su historia personal, solo pretendía contar los terribles acontecimientos que había pasado en su niñez, para que la gente lo supiera, para que no quedara impune si ella podía contribuir con su testimonio a que alguien más lo supiera.
Y: Para mí, una de las cosas más bonitas de este libro es que resulta poliédrico. Se puede mirar desde distintas perspectivas, y eso tiene que ver con la amplitud de miradas que tenemos las personas que participamos en el proceso de edición. Comparto con Mª Isabel su respuesta sobre el testimonio de su madre. Imagino que fue una necesidad intuitiva de aligerar su dolor, a través de un duelo construido con palabras. Ahora bien, si hablamos del libro, que se basa en su texto pero que está complementado con nuestras miradas, yo creo que podríamos considerarlo así, ya que en su conjunto quiere mostrar las consecuencias para la vida que tiene un sistema social basado en el patriarcado. ¡Qué hay más patriarcal que la violencia hecha guerra!. Enesida fue una mujer del pueblo, como tantas otras que pasan desapercibidas para la Historia, pero desde mi punto de vista, se dio permiso para hacer 3 cosas fundamentales para la conciencia colectiva: 1- creer en sí misma, 2- poner en valor su propia experiencia de vida, 3- sentirse libre de contarla, incluso teniendo a mucha gente en contra. Eso, para mí, es empoderamiento feminista. Aunque soy consciente de que esa lectura significa ponerle un lenguaje del presente, a unos hechos que sucedieron en un pasado lejano y distinto. Y además, este libro no es mío, es fruto de un trabajo colectivo alrededor de su testimonio, algo que conseguimos hacer a pesar de que todas las partes implicadas tenemos opiniones y sensibilidades distintas en relación a nuestras prácticas políticas cotidianas. Personalmente valoro muchísimo que nunca permitimos que las diferencias políticas entre nosotras nos desviasen del objetivo común: rescatar un pedacito de la historia social asturiana, y con él mostrar nuestro respeto y reconocimiento a todas esas mujeres que, con palabras sencillas y actos firmes, asumieron la labor de reconstruir la vida cotidiana en una sociedad destruida por la guerra. Porque venimos de ahí. Sin el esfuerzo de supervivencia y de convivencia que hizo la generación de mi abuela, la mía no habría crecido teniendo una infancia tan diferente a la de Enesida. Sin ellas, sin sus relatos, la desmemoria de la sociedad española, con sus efectos, sería aún mucho más grave. Ambas cuestiones han sido fundamentales para que en este país se pudiera poner la vida en el centro, a pesar de nuestra historia reciente, y creo que es algo que no está suficientemente reconocido ni valorado.

Abre usted, Yerba, su hermoso texto, el que cierra el libro: “Cuando recordar es resistir”, con una cita de la admirable activista y pensadora Clara Valverde: “La curación de la memoria transgeneracional requiere transitar por la ira sin quedarse atrapado en ella”. ¿Y cómo se consigue, cómo conseguimos transitar por la ira sin que nos atrape? No parece fácil la tarea.

Y: Si, esa cita me gustó mucho, creo que en sí misma es una píldora de sabiduría para este y muchos otros temas, aunque necesita una explicación algo más larga. La psicología humana es compleja, tanto en las relaciones de cada persona consigo misma, como en las relaciones con las demás. Y si encima le añadimos elementos de violencia extrema, generalizada y sostenida en el tiempo, entonces la dificultad es máxima. Conocí la perspectiva de la transmisión generacional del trauma a través de la publicación del libro de Clara Valverde en 2014, que me resultó sumamente útil para entender algunas de las cosas que he vivido personalmente, y también en los espacios de participación social y política en los que he crecido. Posteriormente, miembros de mi asociación contactaron con Gregorio Armañanzas, psiquiatra navarro con experiencia en este ámbito, y aprovechando una visita suya a Asturias, organizamos conjuntamente un par de actividades en el otoño de 2016, para dar a conocer ese enfoque en el entorno de nuestra asociación. Finalmente, supe del trabajo (tan interesante como pionero) que se venía desarrollado desde 2005 en Catalunya en este sentido, bajo la coordinación de Anna Minyarro y Teresa Morandi, para analizar los efectos en la salud de la ciudadanía de la violencia de la guerra del 36, la postguerra, la dictadura y la transición, a través de la intervención clínica en cientos de casos. Creo que es muy necesario que las personas sepamos que aquella violencia extrema y sistemática, que no se pudo elaborar psicológicamente por los límites que impusieron primero la dictadura, y después los pactos de la transición, está relacionada con pequeñas dificultades psicoemocionales que se nos presentan a menudo en nuestra vida, y que, indudablemente, condicionan nuestro comportamiento a nivel individual y colectivo, tanto entre quienes descendemos de los “vencidos” como en quienes descienden de los supuestamente “vencedores”. Pienso que eso tiene que ver, por ejemplo, con la dificultad que tiene nuestra sociedad para establecer consensos básicos en cuestiones centrales, que deberían generar pactos de estado, como por ejemplo, la educación, la memoria histórica, las políticas de igualdad, las de anti-corrupción, o la protección social y económica de las personas. Para mí, la sociedad española en su conjunto es una víctima del fascismo sostenido por el régimen de Franco, aunque desarrollar esta idea no es el objeto de este espacio. Así que volvamos a las emociones.

Volvamos a ellas.
Algunas de las dificultades a título individual son, por ejemplo, las vivencias exacerbadas de miedo en situaciones sin una amenaza objetiva, las dificultades para tener una experiencia normal de la ira, o la tendencia a tener depresiones de larga duración. Otras, como la necesidad permanente de diferenciación (construyendo nuestra identidad esencial en oposición irreconciliable a “otros”), hace años que las identifico en las prácticas políticas ciudadanas. Todas ellas son cuestiones que las expertas relacionan con el impacto traumático de la violencia política, y para los que la sociedad española no está preparada, ya que ni siquiera los profesionales de la salud tienen esa mirada incorporada. Lo que no se conoce, no se ve, y lo que no se ve, no se diagnostica. (Algo que me parece especialmente grave cuando se trata de abordar las manifestaciones psicológicas agudas de las personas en la última etapa de su vida, siendo que en este momento es la generación de las hijas e hijos de la guerra, la que está finalizando su ciclo vital).
En mi opinión, la cuestión de la memoria histórica en nuestro país tiene un componente emocional importantísimo, sobre el que creo que no se ha investigado lo suficiente.

Seguramente. Tiene mucha importancia lo que señala.

La ira es una emoción que está regida por el cerebro reptiliano. Como el miedo, forma parte de las emociones básicas ligadas a la supervivencia del individuo y también de la especie, y que se activan automáticamente en la parte más antigua de nuestro cerebro, ante cualquier situación que genere una sensación de amenaza. Ambas se muestran de formas antagónicas en cuanto a la respuesta del cuerpo, y tienen un significado opuesto: el miedo protege ralentizando la respuesta, la ira defiende hiperactivando el organismo. Se trata de estar listo para atacar o huir, de forma que se garantice la supervivencia. Estas emociones no se eligen, pasan. Simplemente, suceden. Lo más interesante del tema, es que se contagian muy rápido sin que nos demos cuenta, y se retroalimentan la una a la otra: si alguien siente ira, alguien sentirá miedo, y al revés. Pese a ello, la ira es la emoción que tiene peor fama, y generalmente se confunde con la rabia (su máxima expresión) o la violencia (que es la rabia desatada, focalizada en destruir a algo o alguien). Así que la ira es una emoción que generalmente nos asusta, y que nos educan para reprimir y contener desde la primera infancia. Y en realidad, el problema no es la emoción en sí, sino cómo se gestiona, qué se hace con ella. Como la ira mal gestionada provoca daños, y socialmente no sabemos evitarlos, preferimos censurar la ira en todo momento y en toda ocasión. Y se nos olvida que una reacción iracunda puede ser una respuesta defensiva para la persona, especialmente cuando ésta ha cedido mucho terreno en una confrontación. En definitiva, la ira también puede ser un mecanismo de compensación entre las partes de un conflicto, cuyo resultado no ha tenido en cuenta las necesidades básicas de todas las partes implicadas.

Me parece que ya veo por dónde va…

Sí. Eso es, en mi opinión, lo que ha pasado en nuestro país. Después de la guerra no llegó la paz, si no la victoria de un bando (el franquista, causante del golpe de estado) sobre otro (aquel formado por todos los actores sociales que optaron por defender el régimen democrático de aquel momento). El tratamiento a “los vencidos” fue acorde con el objetivo franquista de aniquilación total del enemigo, y las prácticas represivas fueron brutales y de largo alcance. Por supuesto, eso implicó que el tratamiento que se hizo a las personas que habían muerto en la confrontación fue totalmente discriminatorio: los restos mortales de las personas fallecidas del “bando franquista”, fueron recuperados y entregados a sus familias, se escribió su nombre en la historia colectiva, se les rindieron honores y reconocimientos públicos, y sus familias recibieron apoyo para compensar la ausencia y sus consecuencias. Mientras que los restos mortales del “bando republicano”, que fueron muchísimos más y que no sólo fallecieron durante la guerra, si no durante las décadas posteriores, con la represión durante la dictadura e incluso la transición, siguen esperando que el país los mire, los reconozca como seres humanos, los legitime como ciudadanos que salieron a defender la legalidad democrática, y les aplique el tratamiento que exigen las normas internacionales en materia de derechos humanos que el Estado Español dice respetar. Por lo tanto, es normal que las cuestiones de memoria histórica provoquen ira en muchas personas, colectivos y grupos sociales. Y es que la sociedad y el Estado en España llevan vulnerando sus derechos e ignorando sus necesidades en esta materia a lo largo de 8 largas décadas.

Muchos, muchos años, demasiados.

Somos cinco generaciones de las mismas familias, a lo largo y ancho del territorio del estado. Pero mientras tanto, toda esa ira contenida, esa frustración (que es una emoción que combina tristeza e ira) permanente y sostenida a lo largo de las generaciones, afecta a la salud de las personas que la viven. La proyectamos en nuestros espacios de convivencia pública y privada, para descargar la tensión interna, afectando de esa forma a la calidad de nuestras relaciones personales, y /o la introyectamos, es decir, nos la comemos, provocando con el tiempo disfunciones en nuestra salud física.
Al quedarse la emoción atrapada en nosotras, nos acostumbramos a vivir principalmente en esa emoción, sin saber manejar la energía que despierta en nosotras. Es como si en un aparato de radio, que teóricamente debería poder sintonizar distintas “emisoras emocionales”, el mecanismo se bloquease y solamente se pudiera sintonizar esa emisora, con esa “longitud de onda emocional”. Cambiar eso requiere un proceso de trabajo personal profundo, en materia de gestión de las emociones propias y ajenas, que no todo el mundo quiere, puede o tiene la oportunidad de hacer, por razones diferentes. Yo lo hice, y aprendí técnicas para moderar su intensidad, descargarla o entrar y salir de ella, para saber dosificar su energía de forma útil, sin que me enfermase. Por eso le encontré tanto sentido a esa cita. Creo que cada persona debe elegir los espacios de salud y las herramientas que para ella tengan sentido e interés (dentro de lo que se pueda permitir pagar, porque nada de esto se enseña en la sanidad pública). Pero cuando me senté a escribir, me pareció fundamental aprovechar la ventana que la voz escrita de Enesida iba a abrir, para difundir estas perspectivas tan innovadoras, que correlacionan represión, trauma, memoria y salud, por si le servían a otras personas. Hemos heredado un pasado traumático, producto de un conflicto social que aún existe porque una parte se niega a darle lugar a la realidad vivida por la otra. Pero no es necesario que sigamos creyendo que algunas de nuestras dificultades psico-emocionales son culpa nuestra, o cosa del destino o de la mala suerte. Son producto de las políticas de memoria que (no) se han hecho en España en 80 años, y que han impedido una correcta elaboración del trauma provocado por la violencia desatada en aquel periodo. Me pareció que era necesario darlas a conocer, a pesar de que siguen sin existir recursos de apoyo y atención a las víctimas del franquismo, y a sus descendientes. Aunque tengamos que asumir la responsabilidad individual de afrontarlas, y de dotarnos de herramientas personales para atenderlas y vivir con mayor bienestar, al menos, creo que es importante saber de dónde vienen y por qué. Eso también tiene una lectura política.

¿La represión en Tiraña fue especialmente dura y salvaje? ¿Por qué si fue así si fue el caso?

Y: No soy una experta en memoria histórica asturiana. Pero está muy documentado que las cuencas mineras y las zonas industriales, con su movimiento obrero gozando de buena salud, ofrecieran una gran capacidad de lucha y resistencia ante la dominación militar franquista, durante la guerra y en la inmediata postguerra. Supongo que por eso, la represión fue feroz, para doblegar ese espíritu combativo y de resistencia. Hay casos de brutalidad exacerbada, como la fosa del Pozu Funeres (Laviana), donde tiraron al pozo a personas aún con vida, y volvieron pocos días después con dinamita y gasolina para rematar la faena y acallar los gritos de las personas agonizantes. También está el caso de Rosario Montes Estrada, asesinada de madrugada en Vindoria (Langreo) junto a otras 7 personas en un supuesto traslado a la cárcel de Oviedo. Lo espeluznante de este caso es que Rosario estaba embarazada de 8 meses. Fue violada y torturada antes de matarla, pero cuando los vecinos encontraron los cuerpos junto a la carretera al día siguiente, el de la niña que llevaba Rosario en el vientre estaba junto a ella, sin vida, unidas ambas todavía por el cordón umbilical. En Mieres, en la cuenca del Caudal, el caso del Pozu Fortuna es estremecedor, ya que una antigua galería minera terminó sirviendo para arrojar con vida a más de 300 personas, siendo cerrado décadas después, y desviado el trazado de una carretera para que deliberadamente pasase por encima e hiciera desparecer el rastro de tantos crímenes. Por suerte y gracias al esfuerzo de personas y colectivos ciudadanos, se pudo localizar y desde 2006, el espacio cuenta con un monolito conmemorativo y paneles informativos sobre los hechos ocurridos. Desgraciadamente, tenemos muchos ejemplos de cómo la violencia hecha Estado permitió que se cometieran crímenes y atrocidades por doquier.

Entonces era conocida como “la pequeña Rusia” ¿Por qué esa denominación?

Y: Mi abuela me contó que se debía al alto número de personas con ideologías socialistas o comunistas que había entonces. Es una localidad minera. En la mina, especialmente en aquella época, la gente sabía cuándo entraba, pero no sabía si ese día, o al siguiente, saldría con vida. Eso hizo que se desarrollase una conciencia de apoyo mutuo muy fuerte. Es una zona de larga trayectoria obrera, lo que significa que en aquella época había un alto grado de conciencia política tanto en los hombres como en las mujeres. Volviendo a la fosa, la desaparición del padre implicaba, además del dolor emocional, la desaparición de la fuente de ingresos económicos de cada unidad familiar, ya que normalmente las mujeres se ocupaban de las tareas domésticas (casa, cuidados, huerta, ganado, etc) sin remuneración monetaria. Cualquier ayuda era poca para salir adelante, y en aquella época de miseria humana los pequeños gestos contaban mucho. Por ejemplo, poco después del fusilamiento, en cada casa alguien dejó un sobre con algo de dinero para afrontar el primer momento. Mi bisabuela Mercedes, que se quedó viuda con 3 niñas, (además de a muchas otras cosas) se dedicaba a recoger avellanas del monte, para vendérselas tostadas a los compañeros de su marido, el día que cobraban la paga. Esos pequeños detalles sumaron para salir adelante. En mi familia lo consiguieron, pero en otros casos, hubo niños que murieron de hambre debido a la falta de recursos económicos que provocó la ausencia del padre.

¿Quiénes descansan en la fosa común de Tiraña?, ¿quiénes fueron asesinados?

Y: Eran personas sin ningún delito punible, con o sin militancia política y con diversos pareceres ideológicos (socialistas, comunistas y católicos). En concreto:

  • Avelino Cepeda, 35 años, natural de Zamora y casado en Tiraña, con una hija. Minero.

  • Sara Corte, 23 años, apodada la Barria.

  • José Díaz Cuetos, apodado Casorra, 38 años, casado y con 3 hijas, minero.

  • Celestino García Suárez, 40 años, casado en segundas nupcias y con 5 hijos, vigilante de la mina.

  • Alfredo González, 40 años, padre de varios hijos, minero.

  • Juan Iglesias, apodado el Calvu, 60 años, comerciante.

  • Benito Martínez, apodado el Camamu, casado y con 6 hijos. Minero.

  • Tomás Montes, 42 años, casado y con 6 hijos. Minero. Llevaba una importante suma de dinero, porque llegaba de vender una mata de madera. A su viuda sólo le devolvieron una ínfima parte del total. Tampoco le dieron su reloj y la cadena de oro, que años después lució un vecino por el pueblo.

  • Pedro Pedrezuela Sanz, 39 años, natural de Salamanca, casado y con 8 hijos. Minero.

  • Baldomero Suárez, con hijos, carretero y con un pequeño comercio en la localidad.

  • Virginia Suárez, 38 años, madre de 5 hijos que presenciaron cómo fue asesinada.

  • Selina Valles Hevia, 24 años, pertenecía a la asociación Cultura e Higiene de Tiraña, fue sacada de la cama donde yacía enferma

  • Alfredo Vigón, natural de Bimenes (Asturias).

¿Han conseguido el testimonio de algún victimario o de algún familiar?

Y: No, la verdad es que no. Y pienso que sería muy valioso encontrarlos, me encantaría poder tener la oportunidad sosegada de conversar con los descendientes de aquellos sobre la transmisión que han recibido, siempre que se hiciera desde un marco de respeto y con un interés real por entendernos mutuamente. Creo que es básico conocer su visión, para poder reflexionar sobre cómo nuestra sociedad construyó aquella violencia, y las consecuencias que ha tenido a largo alcance. “Que este horror no se repita” es el deseo de tantas personas que lo vivieron directamente, que pienso que lo mínimo que podemos hacer socialmente es aprender de ello. En mi familia, además de la historia de la fosa, siempre nos explicaban cómo en determinados momentos, personas cercanas y afines (y aun así) vinculadas con Falange evitaron algunas situaciones de riesgo para mi familia durante la Dictadura. Mis abuelos me enseñaron que lo que cuenta es la calidad humana de las personas concretas, lo que hace cada una, en el momento y la situación. Mi abuela, que fue promotora del homenaje en el cementerio, jamás quiso que se pusieran por escrito los nombres de los victimarios, para proteger la relación de vecindad que tenía con sus hijos. Tener una buena convivencia vecinal era un valor central para ella, y siempre defendía que los hijos no eran responsables de los actos de sus padres, sólo de los suyos propios.
Me he preguntado mucho el porqué de tanta crueldad entre la población civil. El dolor y las emociones encontradas tuvieron que ser tremendas, y admiro muchísimo la capacidad que tuvo la generación de Enesida, los hijos e hijas de las personas vencidas y represaliadas, para sobrevivir y reconstruir la convivencia vecinal a pesar de sus pérdidas, teniendo que renunciar a la verdad, una mínima justicia y una básica restauración, como se ha hecho en otros países con sociedades fuertemente divididas por episodios de violencia política. Por eso pienso que nadie puede venir hoy a darnos lecciones de concordia: la ciudadanía española que defendió la legalidad democrática de la II República y sus descendientes, venimos demostrando desde hace 4 generaciones que tuvimos capacidad de aceptar los pactos de la transición como una salida al conflicto generado por el Golpe de Estado militar de 1936. Después de 80 años, hay algunos derechos básicos que son necesarios y urgentes, para que esa capacidad de estar unidos en el marco social y político del 78 sea viable. Todo lo demás, es marear la perdiz, porque a río revuelto, la ganancia va para los que pescan con malas artes.

Un nuevo descanso queridas amigas.

De acuerdo, gracias.

(*) Para la primera parte de la entrevista: http://www.rebelion.org/docs/261622.pdf

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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