“Tres malestares y una defensa del turismo popular” por Ernest Cañada

ALBA SUD. La población trabajadora española ha enfrentado otro verano de récords turísticos con malestares múltiples provocados por la turistificación progresiva que vive nuestro país. Lejos de verse como problemas separados, deberían ser pensados de un modo integrado y responder con una propuesta de turismo popular. 

La población trabajadora española ha enfrentado otro verano de récords turísticos con malestares múltiples provocados por la turistificación progresiva que vive nuestro país. Durante más de una década el debate público sobre el turismo y sus efectos ha ganado relevancia política. A pesar del parón provocado por la pandemia de la COVID-19 en 2020, y aún en 2021, el turismo ha seguido creciendo a un ritmo acelerado y con él las tensiones políticas. Más allá de este incremento en el número de turistas, que puede suponer que este 2025 España llegue a superar a Francia como primer país del mundo en recepción de visitantes extranjeros, y de beneficios empresariales, que no dejan de subir, ganan fuerza una serie de malestares que afectan fundamentalmente a las clases trabajadoras en una triple dimensión.

En primer lugar, existe una crisis de malestar en los territorios más turistificados por la percepción de desplazamiento que vive su población. Interpretar el cuestionamiento social a la turistificación y las demandas de decrecimiento en términos de turismofobia es un absurdo malintencionado. Los lobbies empresariales y sus aduladores en medios de comunicación y académicos, han tratado de situar el debate sobre el rechazo al turismo en ciertos territorios en términos de fobias irracionales. En realidad, lo que hay es un conflicto de clases en el que una parte muy importante de la población española está siendo expulsada de sus ciudades o territorios por una dinámica turística acelerada desde la crisis financiera de 2008. Las primeras protestas, a partir de 2014, se quisieron presentar en la prensa como un problema circunscrito al ámbito de la convivencia por los distintos ritmos de vida de la población residente frente a un turismo que estaba cada vez más cerca, conviviendo en las áreas residenciales. Pero el problema iba mucho más allá, y con los años se ha hecho patente que el crecimiento del turismo traía consigo un incremento de precios, en especial en la vivienda, tanto de alquiler como de compra; la pérdida de tejido comercial de proximidad, sustituido por tiendas para atender al turista; masificación de las calles, espacios públicos y del transporte; contaminación acústica y atmosférica, entre muchos otros efectos que han dado cuenta del hartazgo creciente de parte de la población trabajadora.

En segundo lugar, hay también un malestar laboral, con prácticas empresariales que buscan flexibilizar e intensificar el trabajo, con bajos salarios, que generan precariedad que se traduce en un deterioro de la salud de sus trabajadores y trabajadoras. Este 25 de agosto, las kellys han vuelto a llenar las plazas de algunas ciudades como Barcelona para hacer visible, una vez más, las cargas de trabajo y ritmos inasumibles que sufren las camareras de piso, entre otros problemas. Pero el alcance de la precariedad laboral en el sector turístico no se limita a los departamentos de pisos de los hoteles, feminizados y con una alta presencia de trabajadoras migrantes, sino que está presente en muchas otras actividades: recepcionistas que parecen malabaristas haciendo un montón de tareas al mismo tiempo; cocinas con ritmos infernales y riesgos para la salud en todas partes; dependientas del comercio sobrepasadas; y así un colectivo tras otro. Con la presencia en ascenso de fondos de inversión en el sector, sobre todo después de 2008, las direcciones de las empresas son cada vez más duras e inflexibles, porque el capital financiero que los sostiene busca rendimientos a muy corto plazo, sin importarles los efectos.

Pero, en tercer lugar, y de un modo más invisibilizado, hay también un malestar causado por la falta de acceso al turismo, con una parte de la población con cada vez más dificultades para poder hacer vacaciones. Los datos disponibles de la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística nos indican que un 33% de la población española no puede realizar una semana de vacaciones fuera de su casa, y en algunas comunidades autónomas, como en Andalucía, esta cifra se dispara hasta un 43%. Pero, además, para quienes aún pueden hacerlas, el esfuerzo económico que les supone es cada vez mayor, y crece más que otros gastos, como los artículos del hogar o el vehículo, según un informe reciente del BBVA. Esto ha hecho que este verano se sucedieran las noticias de lugares con tradición de turismo familiar que, con la subida de precios, la población española haya dejado de ir o, incluso, les resulte más barato ir de vacaciones al extranjero que quedarse en España, en una muestra más de irracionalidad climática del modelo de desarrollo económico dominante.

Estos malestares superpuestos son producto de un modelo de turistificación que usa y excluye a las clases trabajadoras. Lejos de verse como problemas separados, deberían ser pensados de un modo integrado y responder con una propuesta de turismo popular que, por un lado, se enfrente a las dinámicas de exclusión social y explotación laboral y, por otro, pueda garantizar el acceso de las clases trabajadoras a un disfrute del tiempo libre y del turismo como posibilidad de goce y desarrollo de las potencialidades humanas. Intervenir políticamente desde esta perspectiva implica un programa de regulación, limitación, inspección y sanción frente a las dinámicas de expansión del capital turístico. Y hay que asumir el choque político que esto implica. Pero, a su vez, habrá que impulsar una agenda de política social y de bienestar que sitúe el turismo como herramienta al servicio de las clases trabajadoras: ampliación y mejora de la calidad de los programas de turismo social; apoyo al asociacionismo en el tiempo libre; mejora de infraestructuras para acceder y disfrutar de la naturaleza, también en ámbitos urbanos; fortalecimiento de los nexos entre la población de las ciudades con las iniciativas de agroturismo; entre muchas otras posibilidades.

Sin embargo, una propuesta de este tipo implica repensar los horizontes geográficos del turismo porque no es posible expandir las posibilidades de desplazamiento sin tener en cuenta los límites socioecológicos del planeta. Pero si Curro no puede ir al Caribe, tampoco vamos a permitir que solo los Borja y los Pelayo puedan moverse a sus anchas consumiendo el planeta. Esto quiere decir que hay que empezar por poner límites al consumo del planeta que hacen los ricos, con sus jets privados y megayates, y no regalar ni un euro público más en promoción, eventos o infraestructuras para seguir compitiendo entre países y territorios por atraer turistas de alto poder adquisitivo. Transformar el turismo desde una perspectiva emancipatoria implica poner a la población trabajadora como sujeto principal de las políticas públicas. Revertir el camino recorrido con un modelo turístico que nos condena a la exclusión y la explotación y apostar por un turismo popular construido en la proximidad. Este es el reto, y no es poca cosa.

Artículo publicado originalmente en Publicado en Noticias Obreras el 01/09/2025.

https://www.albasud.org/noticia/1847/tres-malestares-y-una-defensa-del-turismo-popular.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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