Después del motín

Publicado por @nsanzo ⋅  ⋅ SLAVYANGRAD

El motín armado protagonizado por una parte del ejército privado de Evgeny Prigozhin, y que durante prácticamente un día completo permitió a expertos y propagandistas ucranianos y occidentales dar una imagen de Rusia bajo un golpe de estado, en guerra civil y con el Estado en vías de implosión, continúa centrando el debate político en Moscú, Kiev e incluso en las capitales occidentales.

Los hechos han causado también todo tipo de especulaciones que se han visto favorecidas por los escasos detalles de los que se disponen hasta ahora para conocer especialmente cómo transcurrió el proceso de negociación que finalmente acabó con la rebelión y, sobre todo, los términos reales del acuerdo entre el dueño de Wagner y los estados ruso y bielorruso. A lo largo de los tres últimos días han podido escucharse así todo tipo de teorías o deseos que, del lado occidental han querido ver en la rebelión de Prigozhin el principio del fin del mandato de Vladimir Putin o el colapso del esfuerzo bélico ruso en Ucrania y, del otro, incluso una operación planificada por las autoridades rusas, ya fuera para justificar el cese de Sergey Shoigu y/o Valery Gerasimov o, el más difícil todavía, enviar, sin causar sospechas al ejército de Wagner a Bielorrusia, quizá incluso para un ataque sobre Kiev.

No hace falta decir que el cese del Ministro de Defensa o el jefe del Estado Mayor -ambos severamente cuestionados desde hace meses debido a las carencias operativas, logísticas y de inteligencia que han lastrado a las tropas rusas en la guerra- a consecuencia de un motín armado organizado por una empresa militar privada habría supuesto para Rusia un signo de debilidad que no puede permitirse. El pasado fin de semana mostró el peligro de la privatización del monopolio de la violencia y su delegación en grupos privados con intereses económicos y políticos y el riesgo que implica la dependencia de estructuras externas para compensar la reducción de efectivos en el ejército profesional que han supuesto las reformas de las tres últimas décadas. Esa debilidad se manifestó en la insistencia de las autoridades rusas, desde el primer momento de la rebelión, de garantizar a los soldados inmunidad precisamente para asegurarse poder contar con esos efectivos en el frente en un momento en que Moscú no puede permitirse perder una elevada cantidad de tropas. El cese de Shoigu o Gerasimov, cuyos errores durante de la planificación de la operación militar especial y el desarrollo de la guerra bien podrían justificar sus despidos, a raíz de un motín armado con un convoy militar avanzando sobre la capital habría minado aún más la ya de por sí maltrecha imagen del Estado ruso. De ahí que no hubiera mención a Shoigu ni Gerasimov en el anuncio del acuerdo de desescalada cuya cara visible fue Alexander Lukashenko, pero en el que participaron otras personas en las que, según ha podido saberse, destaca el gobernador de Tula, Alexey Diumin, cuyo nombre es uno de los favoritos para sustituir al Ministro de Defensa.

En las horas posteriores al acuerdo que puso fin a un motín armado que ha puesto de manifiesto las contradicciones del Estado ruso, poco preparado para lidiar con las consecuencias políticas de la guerra, una persona con claras aspiraciones económicas y de poder, Evgeny Prigozhin, ha buscado llevar el discurso a su terreno. Es ahí, en el ámbito mediático, donde Prigozhin ha conseguido ganar una presencia y un protagonismo que posteriormente ha intentado traducir en control y cotas de poder. En su primera comunicación tras el cierre del episodio armado, el dueño de Wagner insistió en los puntos principales que había mantenido el pasado sábado y cayó nuevamente en las mismas contradicciones. El discurso de Vladimir Putin, que ni siquiera quiso mencionar el nombre de Prigozhin, en el que calificó de traición los hechos que estaban desarrollándose, eliminó toda posibilidad de que el dueño de Wagner pudiera obtener apoyos políticos relevantes. Es posible que lograr el apoyo de Putin fuera el objetivo de Prigozhin, a quien se ha considerado en el pasado cercano al presidente ruso. Sin embargo, esa intervención provocó un rápido alineamiento de todas las fuerzas políticas relevantes de parte del Estado y su comandante en jefe. Sin apoyo político y entre la incredulidad e incluso apatía de la población, solo un apoyo explícito de una parte del ejército regular podía hacer a Wagner lograr sus objetivos.

Prigozhin insistió ayer en que sus actos no suponían un golpe de estado ni su objetivo era derrocar al régimen político. No es difícil observar que el movimiento no buscaba acabar con Vladimir Putin, a quien el dueño de Wagner había jurado repetidamente lealtad, pero sí contra el Ministerio de Defensa y el Estado Mayor. El discurso de Putin y la completa ausencia de muestras de solidaridad con Wagner por parte del ejército regular o incluso las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk no deja espacio a Prigozhin para insistir ahora en ese objetivo fallido. De ahí que Wagner retorne a la idea de la “marcha por la justicia” e insista utilizando argumentos de dudosa credibilidad. En su comunicación de ayer, Prigozhin alegó haber dado “una clase magistral sobre cómo debió ser el 24 de febrero”, un argumento cuestionable teniendo en cuenta que sus tropas cayeron en errores similares a los de aquel momento. Esperando un apoyo social, político y de una parte del ejército que en ningún momento se produjo, las tropas rusas avanzaron hacia Kiev sin la cobertura aérea necesaria y expuestas al oponente. El aparentemente rápido avance inicial, también entonces sin prácticamente resistencia, no fructificó y, sin lograr los objetivos, las tropas rusas hubieron de dar la vuelta y regresar a sus bases al igual que lo hicieron las tropas de Wagner a unos 200 kilómetros -esa es al menos la versión de Prigozhin- de alcanzar la capital rusa. Como en aquel momento hiciera Shoigu, Prigozhin intenta también alegar haber cumplido sus objetivos, algo evidentemente falso mientras no se produzcan cambios en el Ministerio de Defensa y el Estado Mayor.

Lo ocurrido el sábado, el movimiento de una cantidad significativa de tropas y equipamiento, aparentemente orquestado por Dmitry Utkin, una figura aún más oscura y políticamente aún más a la derecha que Prigozhin, requiere una planificación que choca directamente con el motivo alegado por el dueño de Wagner para iniciar la rebelión. Prigozhin alega para justificar el motín un bombardeo que, afirma, se produjo el viernes y costó 30 vidas, un argumento falaz teniendo en cuenta que las agencias de inteligencia occidentales habían detectado la preparación del motín varios días antes. La pregunta de por qué la inteligencia rusa no lo hizo es otra de las cuestiones que quedan en el aire. El dueño de Wagner, que alega también un apoyo masivo de la población que simplemente no existió, insiste en culpar a la aviación rusa de la sangre derramada. Prigozhin afirma que sus tropas derribaron varios helicópteros de las VKS rusas debido al bombardeo de estas. El dueño de Wagner miente: gran parte de los aparatos destruidos fueron atacados en tierra, algo que ha causado un enorme enfado en la aviación rusa, que se pregunta quién tendrá que pagar por los aparatos destruidos.

La niebla de la guerra de este esperpéntico espectáculo no se ha disipado aún y muchas son las especulaciones que perduran. Una de ellas, el destino de las misiones exteriores de Wagner, se desveló ayer. Aunque el legislativo ruso ha paralizado hasta nueva orden el estudio de la ley que pretendía regular el funcionamiento de las empresas de seguridad privadas, Sergey Lavrov afirmó ayer que los servicios que los mercenarios de Wagner prestaban en países como Mali o República Centroafricana continuarán. En esos casos, esos servicios de seguridad prestados por los soldados de procedencia rusa son tanto un apoyo a esos estados en su intento de estabilización de situaciones complejas -en los que se ha acusado a Wagner, en muchos casos con pruebas evidentes, de graves crímenes- como una forma de presencia rusa en el continente. Ambos aspectos hacen a los soldados de Wagner necesarios para el Estado ruso, especialmente ahora que trata de ganarse aliados lejos de Occidente. Sin embargo, hay que recordar también que las operaciones de Wagner en África son limitadas, como muestran las cifras de efectivos que se manejan: unos 400 en Mali o 1400 en República Centroafricana. La importancia de la empresa en dichas misiones supone para Prigozhin un as en la manga que ahora intentará utilizar para su beneficio tratar de mantener al menos el control, directo o vía proxy, sobre ese lucrativo negocio exterior.

En su comunicado, Prigozhin decía también haber salvado a Wagner de ser liquidada, no solo por bombardeos imaginarios, sino administrativamente. Sin embargo, tal y como se preveía teniendo en cuenta las palabras y los actos de los representantes rusos, el futuro de Wagner como grupo en Rusia ha quedado en suspenso. En un discurso pronunciado por la noche, su primera aparición tras su nerviosa intervención del sábado, Vladimir Putin dio tres opciones a los soldados de Wagner: firmar un contrato con el Ministerio de Defensa, volver a casa o trasladarse a Bielorrusia. Todo indica que Wagner quedará así difuminado entre diferentes unidades de las tropas regulares rusas o en el extranjero.

Prigozhin es consciente de que la escasez de efectivos para mantener su esfuerzo bélico en Ucrania y Siria y la presencia en África hace necesaria a su empresa, un argumento que le ha dado cierta capacidad de negociación incluso a pesar de su motín de los últimos días. Sin embargo, es significativo también que, pese a lo afirmado el domingo, no se haya cerrado la causa iniciada por el FSB contra Prigozhin. Esa causa abierta puede suponer una detención y extradición a Rusia inmediata en caso de que el empresario no sea capaz de cumplir con su parte del acuerdo.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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