Del historiador y miembro de Espai Marx, José Luis Martín Ramos.
Es claramente un artículo apologético, aunque no deja de ser útil. Para mí lo mejor del artículo es la apartado de en medio, cuando explica la gestión neoliberal y la respuesta de AMLO sobre la corrupción no como un accidente, ni siquiera neoliberal, sino como una característica del sistema. No el establecido en 1910 sino el establecido a mediados de los cuarenta, inmediatamente después de la presidencia de Cárdenas y contra las políticas de transformación de Cárdenas; y defiende la imagen de AMLO del cambio político de 2018 como una Cuarta Transformación (las tres anteriores: la del levantamiento de independencia de Hidalgo y Morelos, Benito Juárez, la revolución de 1910 con su punto hasta entonces culminante de Cárdenas), es decir, no solo como una simple alternancia sino un nuevo ciclo histórico en continuidad con los ciclos reformadores y populares que, en el imaginario mexicano –porque no es oro todo lo que reluce, ni con Juárez ni con revolución de 1910-, se asocian con el pueblo campesino y trabajador.
Sobre la primera parte, para entenderla mejor hay que añadir alguna información. El autor cita a José Revueltas, comunista disidente (su evocación es casi un perejil de todas las salsas críticas, vamos como la de Gramsci en nuestros días), lo que escribió Revueltas es cierto, pero lo dijeron también muchos otros; el hecho fue que cuando se institucionalizó el proceso revolucionario en la tercera década del siglo se constituyó un partido de los revolucionarios que finalmente se habían agrupado en torno a Álvaro Obregón y que iban desde restos del zapatismo hasta la burguesía rural del Norte de México, y paralelamente el movimiento obrero acabó organizándose en la CROM (Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicana). El partido buscó al sindicato para reforzar su base de masas y el sindicato acabó en una alianza de trapicheos mutuos a cuenta de las mejoras salariales. Ese primer binomio entró en crisis por la corrupción en ambos campos, que estaban separados, y cuando Cárdenas accedió a la presidencia -estoy sintetizando mucho- decidió romper aquellas dos instituciones que le eran hostiles y reconstituir el partido del gobierno integrando a los dos segmentos: el político y el social, en uno solo el Partido de la Revolución Mexicana, al CROM fue marginada y en su lugar se constituyó la Confederación de Trabajadores de México, la CTM, el sindicato dentro del PRM. Después de Cárdenas el partido fue rebautizado como Partido Revolucionario Institucional, un cambio de nombre que manifestaba el cambio de orientación política, del Estado populista de Cárdenas -considerado desde la izquierda tanto marxista como cesarista- se pasó al Estado liberal y el movimiento obrero, la CTM y la inmensa mayoría de los trabajadores quedaron cogidos en la trampa del PRI, que funcionó más o menos bien en términos de beneficios materiales mientras la renta petrolera dio para ello. No es justo decir que la izquierda quedó cogida en esa trampa, la izquierda, la corriente cardenista y sus derivas radicalizadas (Rubén Jaramillo), la izquierda estudiantil, la guerrilla surgida del encuentro de ambas lo quiso intentar pero fue reprimida salvajemente por el PRI, mediante el uso del Ejército en la lucha contra la disidencia, la armada y la pacífica. Es importante retener el dato de ese papel del Ejército, cuyos altos mandos todavía habían participado en la revolución de 1910 o en la guerra contra los «cristeros» en los años veinte; el Ejército fue siempre desde Obregón un poder característico del Estado, pero ahora aumentó su poder y su autonomía, a cuenta del «necesario» secretismo de la guerra sucia contra la guerrilla y la oposición de izquierdas.
En es proceso de deriva liberal y represora del PRI, la corriente cardenista se desdibujó, pero no desapareció nunca un cierto poso «revolucionario» es decir nacionalista y reformista -creo que es inexacto considerarlo como lo hace el artículo solo «nacionalista»- en los términos de reformismo social y populismo de izaquierda. Por otra parte México es muy grande y no es lo mismo Ciudad de México que Monterrey o el «profundo sur» de Chiapas, Tabasco y Yucatán. AMLO nace políticamente en Tabasco, afiliado en el PRI que todavía era en la región el partido del pueblo; con el recuerdo presente de un mito revolucionario de Tabasco y Yucatán, Tomás Garrido Canabal, que fue gobernador de ambos estados en donde promovió política de reforma agraria y campañas laicas, a través de sus «camisas rojas» y sus educadores socialistas. AMLO evoca cada dos por tres a Garrido Canabal, un exponente del radicalismo popular; no es solo «nacionalismo», es también reformismo social y lucha contra la corrupción, instaurada como sistema por el PRI: contratos públicos a los empresarios, becas a los intelectuales y profesionales, la cultura de la «mordida» y desde los noventa la colusión con el narcotráfico, que no es solo cosa de mangantes. En los ochenta, tras los primeros sustos financieros de México, devaluaciones a lo bruto y otras bagatelas, crece en el seno del PRI una oposición interna que suma elementos diversos: los «cardenistas» en torno al hijo de Don Lázaro, Cuauhtémoc -el mudo, no porque lo fuera sino por su parquedad de palabras (otro día os cuento una reunión surrealista entre él y Obiols en 1986 o así); los que no tenían nada, o poco, de izquierdistas pero captaban la decadencia del PRI, como González Guevara o Porfirio Muñoz Ledo, incluyendo algunos sindicalistas; los radicales como AMLO se sumaron a esa corriente que acabó abandonando el PRI y se unió al Partido Socialista Mexicano (a su vez fusión del PSUM, heredero del PCM, el Partido Mexicano del Trabajo …), y otros grupos para sostener la candidatura de Cárdenas hijo a la presidencia en las elecciones de 1988. Las elecciones dieron lugar al primer gran fraude de la historia de México, Cuauhtémoc ganó las elecciones, pero una «caída del sistema» dio lugar a un nuevo recuento que le dio la victoria a Carlos Salinas de Gortari, del PRI. Entonces fue una decepción, pero Muñoz Ledo, Cárdenas y los procedentes del PSM y otro grupos más pequeños decidieron seguir en la pelea, fundando en 1989 el Partido de la Revolución Democrática.
El artículo explica bien como AMLO se convirtió en la figura pública más importante del PRD cuando en el 2000 accedió a la gobernación de lo que entonces era del Distrito Federal, algo que nadie quería asumir, la capital mexicana seguía padeciendo secuelas del terremoto de 1986 (había que haber visto antes la ciudad, la «región más transparente») con niveles altamente tóxicos de contaminación, incremento de la criminalidad…. La excelente gestión de AMLO fue un antes y un después y AMLO pasó de gestionar la capital a ser candidato presidencial, en las elecciones del segundo fraude en 2006. No repetiré lo que explica el artículo. El PRD – siempre heterogéneo- se dividió y finalmente AMLO fundó MORENA, mucho más homogéneo en su discurso político reformista. Terco y corajudo, desafiante cuando se le desafía, había que verle en sus «mañaneras», una «mañanitas» políticas en las que AMLO brilló como comunicador.
La parte, para mí, más floja del artículo es la última, el balance del sexenio de AMLO, porque ciertamente se pasa de apología. Para mí es, en la historia reciente de México, un sexenio positivo en políticas sociales y en política exterior -abandonando el cada vez más creciente seguidismo de EEUU de los presidentes mexicanos; han mejorado las condiciones materiales de las clases populares y eso se refleja en el gran apoyo electoral a la candidata de AMLO y se ha restablecido el protagonismo del Estado, de lo público frente a lo privado; se ha combatido a la corrupción y se ha intentado combatir al narcotráfico, pero queda todavía mucho camino por recorrer y AMLO ha dado, en mi opinión, algunos pasos equivocados, que no se si Claudia Sheibaum rectificará . Voy al peor paso, materializado en su dos últimos años y que tienen dos protagonistas antagónicos: las familias de los asesinados de Ayotzinapa y la Secretaría (Ministerio) de Defensa Nacional. Contra las promesa iniciales, AMLO no ha conseguido aclarar la masacre de Ayotzinapa, de 2014, que involucra a servicios policiales y militares y ha llegado a enfrentarse con la asociación de familiares de los estudiantes asesinados. Ciertamente durante este Sexenio una investigación pública ha demostrado la implicación del PRI y sus gobiernos en la guerra sucia de los años sesenta y setenta, que impica a mandos que ya no están en activo o han muerto, pero este caso, en el que aparecen nombre de mandos en activo y un elemento dudoso como es Omar Garcia Harfuch -de un linaje de represores- responsable de seguridad en el gobierno de México con Claudia Sheinbaum, y que lo será en su gabinete presidencial, no ha podido aclararse. Paralelamente AMLO ha promocionado el papel del Ejército, por un lado adjudicándole el mando sobre la Guardia Nacional, que inicialmente dependía de Interior, y por otro la construcción y la gestión de infraestructuras estratégicas como el tren Maya y otras; el artículo lo cita como un ejemplo positivo de rescato por parte del Estado de actuaciones que antes se entregaban a lo privado, pero eso me parece una versión un tanto angelical de la cuestión: el Ejército no solo las ha construido sino que las seguirá gestionando, es decir gestionará los importantes beneficios que se espera que reporten. Si el Ejército fuese una institución plenamente subordinada al poder central del Estado, el que surge de los procesos electorales- la Presidencia y el Congreso- podría admitirse, no sin reservas, pero es el caso que no exactamente así, como lo demuestra el hecho que desde 1910 – por no hablar de antes- los Secretarios de Defensa son altos mandos militares que surgen o bien de la facción presidencial, cuando el presidente también era militar -Obregón, Cárdenas…- o bien de la negociación entre el Presidente y la cúpula militar. Es así un poder con una importante autonomía, que no la ha visto disminuido precisamente en el sexenio de Cárdenas, aunque yo no hablaría de «militarización» sino de la persistencia de determinados respetos corporativos por parte del poder civil. AMLO cierra su mandato con una reforma del Poder Judicial, al que considera nepótico y corrompido, basado en la elección de los jueces. Desde luego el Poder Judicial también ha actuado en México haciendo política, bloqueando leyes e iniciativas reformistas de AMLO y eso justifica, para mí y para el pueblo mexicano, la reforma. Pero es significativo que ni AMLO ni Claudia Sh. se hayan planteado algo tan elemental, que sería tan simbólico y ejemplar, además de necesario, como nombrar a un civil para la Secretaria de Defensa Nacional; se podía haber apoyado precisamente en ello, para nombrar a un civil. No lo ha hecho y Ayotzinapa ha quedado a oscuras.
Mi aprecio por AMLO, que he expresado otras veces en el foro, se mantiene, pero no me lleva a negar esos borrones, que el autor del artículo ignora, con una ligereza analítica que no se merece Catalyst.
Por cierto, y última, AMLO es un sincero populista de izquierdas, a lo Cárdenas, a lo Garrido Canabal, pero eso de que ha devuelto el lenguaje de clase al escenario público es una barbaridad absoluta. AMLO practica un lenguaje nacional y, en lo social, un lenguaje populista: habla de los pobres, de los de abajo, pero no usa un lenguaje de clase propiamente dicho. Ni su política ha sido una política de clase, aunque sin duda ha sido beneficiosa para la clase trabajadora y las clases populares.