Entrevista a Josep Sarret por Sara Parra i Havemann

Josep Sarret Grau fue cofundador de  la revista El Viejo Topo en su primera época, profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona, director del semanario catalán El Món… También traductor, actualmente dirige Biblioteca Buridán, un nuevo sello editorial que pretende la divulgación científica y filosófica con textos amenos y de incuestionable calidad.

¿Cuál es el objetivo de Buridán?

Buridán es una colección de libros de divulgación científica y filosófica. Bueno, para ser exactos, no es una simple colección; es un nuevo sello editorial, enmarcado en el grupo Ediciones de Intervención Cultural, con el que comparte infraestructura, instrumentos técnicos y parte del equipo humano, pero que funciona de modo autónomo y con su propia lógica editorial. Como sello, Buridán no impone más limitaciones a priori a su futuro desarrollo que las derivadas de su definición como biblioteca de ensayo. Su perspectiva es muy abierta y su planteamiento no sólo no excluye, sino que necesitará el diálogo con lectores, distribuidores, críticos y libreros para ir perfilando su personalidad. La definición como biblioteca de ensayo, además, no excluye posibles incursiones en otros géneros, incluso narrativos, si pensamos que de este modo podemos realizar nuestros planteamientos editoriales. La división en géneros es algo útil en muchos sentidos, pero a lo que no hay por qué someterse de un modo excesivamente rígido y restrictivo.

Y ya que me preguntas sobre el “objetivo” de Buridán, supongo que es inevitable caer en el tópico de desmentir el tópico: No, no pretendemos “rellenar un hueco” en el mercado editorial en lengua castellana. En el mercado, más que “huecos” hay “protuberancias”. Se edita mucho y no siempre es lo mejor que se podría editar. Otras editoriales, por supuesto, publican libros como los que vamos a publicar nosotros y que nos encantaría haber publicado, pero existen muchísimos libros interesantes en el panorama editorial internacional, especialmente en el anglosajón, que no llegan a publicarse aquí por diversas razones que no vienen al caso, y que nosotros sí vamos a publicar.

Josep Sarret

Hablas de otros géneros, incluso narrativos. ¿Podrías concretar un poco más? ¿Qué tienes en la cabeza? ¿Novelas científicas, novelas históricas, poemarios de científicos, libros de correspondencia?

No pienso en nada concreto. Solo que la división en géneros afecta básicamente a la forma, no a los contenidos. Si hay un libro cuyo contenido es filosófico o científico y de vocación divulgadora, cabe perfectamente en Buridán, aunque su forma sea novelada. Un ejemplo de ello serían determinadas obras de investigación presentadas con los mismos recursos que utiliza normalmente un novelista. Como las obras de Samantha Weinberg sobre el celacanto o el ADN, que parecen auténticos thrillers. Y también, en cierto modo, una de las obras que tenemos en preparación, una historia de la aspirina escrita por el periodista británico Diarmuid Jeffreys subtitulada La sorprendente historia de una droga maravillosa.

Has hecho referencia también al panorama editorial internacional. Es decir, que

Buridán se va a nutrir básicamente de traducciones. ¿No vais a publicar autores autóctonos?

Sí, no hay ninguna restricción a priori en este sentido. Pero el hecho es que todavía no hemos incorporado a ningún autor autóctono a la colección. Todo llegará.

¿Por qué has escogido este nombre para el nuevo sello editorial enmarcado?

La elección de un nombre siempre tiene mucho de arbitrario. Por una parte, tiendes a buscar un nombre que, sin ser toscamente descriptivo, refleje mínimamente el contenido del proyecto, pero por otra es imposible evitar totalmente criterios más triviales, por ejemplo los puramente eufónicos. En este caso, llegamos al nombre de “Biblioteca Buridán” un poco por casualidad, que no es una mala razón. En la fase inicial de la idea, cuando discutíamos con Miguel Riera, el editor impulsor del proyecto, la necesidad de acotar un poco el terreno, pues pretender abarcar los ámbitos científico y filosófico podía resultar excesivamente ambicioso, nos íbamos decantando ora por lo filosófico, ora por lo científico, y en un momento dado nos dimos cuenta de que la decisión era tan difícil como la del proverbial asno de Buridán. Como sabes, Jean Buridán fue un filósofo escolástico francés del siglo XIV, discípulo de Guillermo de Ockam, que ha pasado a la historia casi solamente por esa metáfora del “asno de Buridán” a la que da nombre y que ni siquiera es suya, sino de sus críticos, quienes, para satirizar su escepticismo, que ellos veían como una forma de indecisión, imaginaron el caso absurdo de un asno sediento y muerto de hambre que no sabe elegir entre dos montones de heno (o, en otras versiones, entre un cubo de agua y un cubo de avena), y que a consecuencia de ello termina muriendo de hambre (o de sed). Finalmente decidimos que nosotros no queríamos morir de inanición y optamos por un planteamiento de máximos en cuanto a ambición temática. Y nos pareció justo bautizar el proyecto con el nombre de Buridán, que además es muy eufónico.

Es eufónico sin duda y llama la atención. Y sea como sea, por lo que sé, vosotros no os vais a morir de inanición editorial. ¿Qué volúmenes habéis publicado hasta la fecha? ¿Qué ensayos tenéis en cartera?

Los ocho primeros títulos que hemos publicado son El hereje y el cortesano (Spinoza, Leibniz y el destino de Dios en el mundo moderno) de Matthew Stewart; La melodía secreta de Trinh Xuan Thuan, sobre el universo; El arte de los genes (Cómo los organismos se construyen a sí mismos), de Enrico Coen; Mano derecha, mano izquierda (Los orígenes de la asimetría en cerebros, cuerpos, átomos y culturas), de Chris McManus; Big Bang, de Simon Singh; ¿Por qué persisten los dioses? (Una aproximación científica a la religión), de Robert A. Hinde; Los conejos de Schrödinger (Física cuántica y universos paralelos), de Colin Bruce; El cuaderno secreto de Descartes, de Amir D. Aczel; y están próximos a salir Los viajeros en el tiempo (Un viaje a las fronteras de la física) de David Toomey y La muerte de Sócrates, de Emily Wilson.
Tenemos en preparación un montón de títulos interesantes sobre temas como la conciencia, el origen del lenguaje, la evolución, etc. Excluimos solamente los enfoques puramente académicos y reservados a los especialistas. El saber filosófico y científico que divulga Buridán es un saber para todo tipo de lectores. Bien, para todos los lectores interesados en estos temas y para aquellos que, sin que a priori lo estén, esperamos ir convenciendo del interés de nuestras propuestas y cuya fidelidad trataremos de ganarnos garantizándoles que no les ahuyentaremos con la descortesía de la dificultad innecesaria. Al definir a Buridán como una colección de libros de divulgación científica y filosófica estamos anunciando que publicaremos textos de muy diversas disciplinas (astronomía, biología, genética, psicología, filosofía, física, química, antropología, etc.), y que se centrarán preferentemente en aquellas cuestiones de mayor interés: los orígenes de la materia, el universo, la vida, el lenguaje, el sexo o la conciencia; la inteligencia natural y la artificial; las polémicas científicas y religiosas sobre la evolución; en definitiva, el enfoque científico racional de muchas de las cuestiones que hasta hace poco permanecían encerradas en ámbitos que daban la espalda a la razón, pero que en una sociedad del conocimiento como la nuestra ya no pueden permitirse seguir haciéndolo.

Pero, por lo que dices, hablas de divulgación científico-filosófica muy centrada en las ciencias naturales con alguna incursión en las formales. ¿No caben en vuestro proyecto las ciencias sociales, matematizadas o no? ¿Cabrían en Buridán libros sobre temas matemático-lógicos, como, no sé, geometrías no euclídeas, lógicas no clásicas o teoremas de incompletud?

Sí, sí caben estos temas en Buridán. Pero primero la colección ha de darse a conocer. Cuando el lector haya comprobado cuál es el enfoque que preferenciamos y la importancia que damos a la asequibilidad a la hora de seleccionar un título, podremos publicar ensayos sobre temas más complejos. De todos modos, no es fácil que publiquemos un libro de divulgación sobre un tema tan concreto como el teorema de incompletud. Si decidiésemos tratar un tema como éste, seguramente lo haríamos enmarcándolo en una biografía de Gödel o en un ensayo sobre filosofía de las matemáticas.

Pero, ¿es posible difundir ciencia? ¿No se adultera el producto cuando se evitan formulaciones potentes, fórmulas y símbolos matemáticos por ejemplo?

Ciencia es conocimiento, y el conocimiento es fácil de difundir, casi tan fácil, si me permites la broma, como la superstición y la ignorancia. Evitar las formulaciones potentes y las fórmulas y símbolos matemáticos no es adulterar nada, sino elegir un nivel de aproximación amistoso con el lector a la hora de abordar unos temas complejos. Pensar en un lector no especializado significa simplemente elegir un nivel de exposición no académico, lo cual no sólo no excluye, sino que exige rigor, inteligibilidad, interés y sobre todo, placer. Piensa que no estamos haciendo ciencia o filosofía, sino divulgándolas. Divulgar no es vulgarizar, ni rebajar planteamientos, ni tratar de hacer fácil lo complejo a base de desvirtuarlo.

¿Qué es entonces divulgar?

Divulgar es tratar los temas que se abordan con esa cortesía para el lector que consiste en no hacerle las cosas más difíciles de lo que ya lo son de por sí. Del mismo modo que en el campo de la narrativa existen autores internacionalmente reconocidos que destacan por su capacidad de entretener y hacer disfrutar al lector, no solo por los temas que abordan en sus obras, sino por la forma en que lo hacen, en el campo del ensayo de divulgación también hay autores que destacan, además de por el interés de los temas que abordan, por la for­ma amena, asequible y cortés con el lector con que lo hacen. Esto es, pues, en esencia, lo que queremos decir cuando definimos nuestra colección como “de divulgación”: trataremos temas interesantes, en algunos casos muy interesantes, pero siempre escritos de una forma asequible, lo más fácil que el tema permita, y hay autores –algunos de los cuales vamos a publicar– que son auténticos genios convirtiendo en una lectura amena temas que tópicamente –y erróneamente– se consideran exclusivos del sector académico o universitario.

¿Y crees que se puede ser un genio de la divulgación sin ser un científico de primera fila en la materia divulgada?

Creo que sí. Bueno, retiro la palabra “genio”, que es muy pretenciosa. Pero pienso que un científico de primera fila es más probable que se muestre reacio a exponer un tema de su especialidad para el lector no especializado porque le resulta muy difícil no sentir en el cogote el aliento escrutador de sus colegas. Lo ideal es un escritor que haga de trujimán o intérprete de un científico o de un filósofo. Claro que, como en todo, hay excepciones, y sería difícil encontrar un periodista capaz de escribir sobre teoría de cuerdas con tanta claridad y rigor como el físico Brian Greene, o sobre las constantes de la naturaleza de un modo tan interesante como el astrónomo Martin Rees.

¿Por qué crees que el ciudadano medio es, en general, un poco reacio a adentrarse en estos temas? ¿Por la dificultad de la cuestión, por la falta de costumbre, por la escasa tradición española en este ámbito?

Si el lector medio es reacio al ensayo, o está menos interesado en el ensayo que en la narrativa, es seguramente por todas estas razones que enumeras, pero que se resumen en una: desconocimiento. En muchos casos, el lector de narrativa desconoce que en el ensayo está también lo que busca en la lectura: placer, y por añadidura, conocimiento. Y aquí sí que me permito recurrir al tópico: el buen ensayo no solo instruye; lo hace deleitando. Evidentemente, cuando circunscribes una colección al campo del ensayo filosófico y científico, te estás dirigiendo de entrada a un lector en principio minoritario, y ello es así por una cuestión de tradición cultural. Basta echar un vistazo a las listas de libros de no ficción más vendidos en diferentes mercados para comprobar que en el mercado de lengua castellana apenas hay ensayos de divulgación que no sean de tema histórico o político; solo muy de vez en cuando aparecen en ellas libros de tema filosófico o científico. Muchos buenos lectores de narrativa no leen jamás ensayo. (Lo contrario también se da, no con tanta frecuencia, pero también se da). Seguramente la razón de ello es que este tipo de lector busca básicamente placer en la lectura, no conocimiento. Pero, del mismo modo que leer una buena crítica literaria o una entrevista con un autor puede enriquecer mucho la lectura de una obra de narrativa y aumentar el placer que proporciona, también el hecho de leer un ensayo bien escrito y asequible sobre un tema interesante proporciona no solo conocimiento, sino placer. Y a mí, como editor, me encanta poder transmitir este placer que yo siento leyendo ensayo.

Pero, ¿no crees que la narrativa, la buena narrativa, no solo es placer sino que también puede ser conocimiento?

Sí, claro. Me remito a lo que te he dicho antes sobre la división en géneros. Es una cuestión de proporciones y de enfoque. Una novela como La montaña mágica de Thomas Mann, además de placer, aporta más conocimientos sobre la naturaleza humana que muchos libros de psicología. Pero en el ensayo, el énfasis se pone en el conocimiento, no en el placer. En el ensayo de divulgación, el estilo es el vehículo que facilita la adquisición de conocimiento, y el placer que de ello se deriva no es el objetivo fundamental, sino un magnífico efecto secundario. Recuerda el tópico: instruir deleitando.

Una pregunta impertinente sobre esta última cuestión. Supongamos que yo fuera un ciudadano o ciudadana con fuerte pulsión política. Creo que éste no es el mejor de los mundos posibles, creo que la escala belicista del Imperio es peligrosísima, pienso además que la relación entre la especie y la naturaleza bordea el suicidio de la propia especie, creo que la edad de la codicia acumula víctimas. Largo etcétera. Si es el caso, si yo soy un ilustrado renovado que sigo pensando en valores como la libertad, la justicia, la fraternidad, la igualdad, la democracia plebeya, ¿para qué interesarme por la dilatación del tiempo, la contracción del espacio, el genoma de los anfibios o la falta de coraje de Leibniz? Tanto da. El mundo no va a cambiar porque yo sepa algo de física o de geología lunar. ¿Qué te parece este argumento? ¿Qué podrías esgrimir frente a él?

Todos estos valores que citas, incluso eso de democracia “plebeya” –entre paréntesis, yo no le pondría ningún adjetivo a la democracia, ni popular, ni orgánica, ni “plebeya”; a lo sumo, y solo para acercarnos más a la realidad de hoy, podríamos etiquetarla de “representativa”– no tienen nada que ver con el hecho de darle la espalda al conocimiento. En todo caso, estos valores te definirían como un romántico, un utópico, un progresista, pero no como un ilustrado. Y en mi opinión, el conocimiento es por definición un proceso que tiende a ser sistemático. No se puede fragmentar ni jerarquizar; no hay conocimientos más o menos importantes; solo conocimientos más o menos fundamentales. Y todos son importantes, incluso estos tan concretos que citas y que parecen no tener nada que ver con tus dignísimas preocupaciones políticas. De ahí que el objetivo final de la ciencia sea una “teoría de todo”. No hay que dejarse confundir por las palabras y leer “totalitario” allí donde dice “total”. Además, perdona que te lo diga, pero sí que cambia el mundo cuando uno aprende algo de física o de geología lunar. ¿Recuerdas a Sócrates? Una vida al margen del conocimiento no vale la pena vivirla.

Recuerdo bien y recuerdo el aforismo. Se suele hablar en ocasiones, de hecho el término está o estuvo de moda, de tercera cultura. Hay autores que la defienden y teorizan sobre ella. ¿En qué consiste en tu opinión esa tercera cultura?

Como sabes, el concepto de “tercera cultura” lo introdujo C. P. Snow en un ensayo de 1959 en el que pronosticaba que tarde o temprano aparecería un puente que permitiría salvar el abismo que había mantenido separadas a las dos culturas, la literario-humanística y la científico-técnica, tradicionalmente entendidas como enemigas y antagónicas, o a lo sumo ignorándose como si no tuvieran nada que ver una con otra. El pronóstico de Snow ha tardado en concretarse, y durante la segunda parte del siglo XX incluso ha parecido que aumentaban la división, la compartimentación y la especialización, que se profundizaba en definitiva el abismo existente entre las dos culturas. Pero últimamente las cosas parecen estar cambiando, probablemente gracias a que la ciencia ha bajado de su torre de marfil y se ha echado a la calle (de la mano de la filosofía). Simplificando mucho, pero para entendernos, lo que separaba a las dos culturas no era tanto un antagonismo esencial, sino dos excesos de énfasis particularista: una de ellas ponía el énfasis en la sensibilidad, en la emoción, en la intuición, en la subjetividad, en el principio del placer; y la otra lo ponía en la razón, en el conocimiento objetivo, en la técnica, en el principio de realidad. La tercera cultura que está surgiendo actualmente es, en mi opinión, una cultura de síntesis, una cultura de la intuición informada o de la razón sensible. Buridán se sitúa en esta tendencia cultural. Si definimos la temática de nuestra colección de divulgación como científica y filosófica, es precisamente porque no consideramos a estos dos campos como excluyentes u hostiles, sino como complementarios. La idea es estar más cerca de lo que hoy se entiende por una cultura de síntesis. Como te decía antes, una síntesis del placer y el conocimiento.

Grandes científicos que son filósofos muy competentes, grandes filósofos que están muy documentados en temas científicos. ¿Cómo se alimentan mutuamente ciencia y filosofía?

La filosofía, históricamente, y a pesar de su vocación de universalidad, ha desempeñado una función subordinada. Antes de la constitución de la ciencia moderna, era, como decían los escolásticos medievales, “ancilla theologiae”, es decir, “esclava de la Teología”. Más tarde, para algunos pasó a ser sierva de la ciencia. En mi opinión, de sierva nada. Ciencia y filosofía colaboran en igualdad de condiciones. Para mí, la filosofía es lo que siempre ha sido, lo que etimológicamente significa la palabra, “amor al saber”. Y la ciencia también es lo que siempre ha significado la palabra de la que proviene, “scientia”, o sea, conocimiento, saber; más exactamente, saber riguroso y metódico. La ciencia y la filosofía se alimentan mutuamente; tal vez esta última es más libre porque solo se somete a la razón, mientras que el método científico exige también someterse a la prueba de los hechos y de la corroboración experimental.

Pero, volviendo a Buridán, la colección es de divulgación, y eso significa que el objetivo es publicar textos sobre filosofía y sobre ciencia, no textos filosóficos académicos o textos científicos técnicos. La filosofía académica y la ciencia especializada quedan fuera de nuestro ámbito. No así su historia, las vidas de los grandes científicos y pensadores, aquellas reflexiones y especulaciones que tienen un valor universal y que pueden contribuir a esclarecer nuestras ideas y nuestra forma de vivir, y, por supuesto, los grandes temas éticos, estéticos, políticos, sociológicos, antropológicos en que tradicionalmente se ha dividido la filosofía. Pero, insisto, siempre serán textos “para leer”, no “para estudiar”.

Déjame hacerte una pregunta más político-filosófica. ¿Qué papel juega la ideología en el desarrollo del conocimiento científico? ¿Y los intereses comerciales? ¿No están las multinacionales muy próximas a determinadas líneas de investigación en la actualidad? ¿No se pueden adulterar la verdad y el verdadero espíritu científico con ello?

La ideología y los intereses comerciales juegan un papel trascendental en el desarrollo del conocimiento científico, sobre todo en aquellos proyectos de investigación que requieren inversiones fabulosas. Pero eso no afecta para nada a Buridán. La cosa tiene mucha enjundia y no quisiera banalizar. Buridán es un proyecto editorial, una simple colección de libros de ensayo, algo a la vez ambicioso y modesto. Naturalmente que tenemos una responsabilidad por lo que editamos, pero si ya es una exageración responsabilizar a la ciencia del uso que se hace de ella, sería una barbaridad aún mayor pretender que como editores hayamos de someternos a determinados condicionantes ideológicos. Te pondré un ejemplo muy claro: estudiar la estructura atómica de la materia no hace a nadie responsable de la existencia de la bomba atómica o de las aplicaciones militares de la nanotecnología. Pues con mayor razón no me va a impedir a mí como editor que publique, por ejemplo, una historia del atomismo o una biografía de Niels Bohr.

¿Tienes algún filósofo de la ciencia contemporáneo en especial estima? ¿Por qué?

Sí. De mis tiempos de profesor de filosofía sigo valorando especialmente a unos cuantos filósofos de la ciencia como al Paul Feyerabend de Contra el método, al Thomas Kuhn de La estructura de las revoluciones científicas y, sobre todo, al Karl Popper de La lógica de la investigación científica. Pero tampoco esto tiene nada que ver, o muy poco, con el proyecto editorial del que estamos hablando aquí. Puestos a citar autores de referencia que representan esa combinación de rigor cognitivo, estímulo especulativo y brillantez expositiva que quisiera para Buridán, optaría por dos grandes ya fallecidos, Carl Sagan e Isaac Asimov, y entre los autores más contemporáneos, citaría como modelos a un filósofo como Daniel Dennett y a dos científicos como Richard Dawkins y Steven Pinker.

Gracias. Y suerte para Buridán, toda la que merece un proyecto de esta naturaleza.

Fuente: El Viejo Topo, 248, pp. 76-81 (2008).

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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