Por si fuera necesario (sin serlo probablemente): al nacionalismo realmente existente en Cataluña, la situación de los trabajadores/as de lo que llaman “Estado español” (España menos Cataluña) les importa menos que un higo. No mucho más les preocupa la situación de los trabajadores catalanes. No son propiamente su “clientela” y ya han demostrado su verdadero rostro con las políticas neoliberales extremas que han defendido estos últimos años. Han tenido a gala señalar (en esto no se han escondido) que han sido la vanguardia de la reacción capitalista europea. Se llamaron a sí mismos el “gobierno de los mejores”. Con todo el rostro el mundo; en asuntos de chulería nadie está a su altura. La fraternidad no es palabra admitida en su diccionario.
Dicho queda. Cojo el hilo de esta nota.
Después de envolverse nuevamente en la bandera (el hacer de la tradición pujolista sigue siendo hegemónico en Cataluña con un pequeño cambio: estrellada por señera) y mentir sobre su consulta al Síndic de Greuges, el defensor del pueblo catalán, el presidente vicario Torra, en de las bestias e insultos afines, ha hecho colgar desde el balcón central del Palau de la Generalitat una pancarta donde se puede leer (traduzco): “Libertad de opinión y expresión”. Con subtítulo: “Artículo 19 de la Declaración de los Derechos Humanos”. El citado artículo dice así: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. ¿Tienes algo que ver ese artículo, la libertad de expresión y opinión de la ciudadanía, con el requerimiento de la Junta Electoral Central? La respuesta es evidente: no, no tiene nada que ver.
Entonces, ¿qué hay en el fondo? El todo vale, cualquier procedimiento es admisible, incluidos el engaño, el supremacismo y la hispanofobia más ignorante, para conseguir su finalidad: la secesión de Cataluña (no su independencia: no tienen ningún reparo en depender de grandes corporaciones, grandes instituciones financieras neoliberales, de la mismísima OTAN o en convertirse en un país de servicios turísticos y con bajos impuestos tipo Andorra) o, en su defecto, incrementar su poder (le llaman “más autogobierno”) y esperar (mientras van avanzando poco a poco) nuevas circunstancias que permitan, de nuevo, protagonizar aventuras nacional-secesionistas. Con más éxito a ser posible.
La cosmovisión que alimenta sus posiciones políticas es conocida: Cataluña es una nación oprimida por España desde hace más de tres siglos. Un congreso, al que tuvieron la osadía de llamarle científico, llevaba ese nombre: “España contra Cataluña (1714-2014)”. Eso sí, a pesar de ser una nación oprimida, explotada y castigada por España (sin matiz alguno) desde tiempos inmemoriales (incluidos los períodos republicanos en su decir), la renta per capita media de la comunidad es una de las más altas de España y su autogobierno (escribo bien el “su”) es uno de los más amplios de Europa. Nada que ver con la situación en Francia de lo que ellos llaman “Catalunya Nord”.
No hay manera de cuadrar, por otra parte, los requisitos para la demanda, para una justa demanda cuando es el caso, del ejercicio del derecho de autodeterminación en el caso de Cataluña. Ni colonia ni semicolonia ni opresión social ni opresión lingüística (al catalán) ni nada de nada a fecha de hoy, marzo de 2019. Cuentos falsarios sumados a relatos fantástico-históricos. Basta ver quien quienes han mandado y siguen mandando en las instituciones en estos últimos 40 años. Repasen apellidos, orígenes familiares, posiciones políticas, defensas de las aristas más antiobreras de la ideología neoliberal, pactos en el Congreso de Diputados, corrupciones sin fin, acumulaciones extras de capital, etc. No les canso.
Además, en estos momentos, el sector más intransigente-hooligang del movimiento nacionalista es el que parece llevar las riendas. Cuanto menos en el PDeCat, que no es propiamente el Partit Demòcrata Europeo Català sino el Partit de Puigdemont y los suyos (Eduard Pujol, Elsa Artadi, etc). ERC se viste ahora en algunas ocasiones con piel de cordero, de pacto, de diálogo, de buen rollo, de no-unilateralismo. Basta recordar sus actuaciones en los aciagos días del 6,7 y 8 septiembre y los tuits de Rufián y los suyos empujando a Puigdemont al desastre (por no hablar de sus actuaciones parlamentarias en estos últimos meses y su voto en contra a los Presupuestos del gobierno y Unidos Podemos, coincidiendo con las posiciones del trío de Colón) para colegir sin dificultad que nada de agradables corderos y mucho menos de dialogantes y gente sensata. Van a lo suyo y lo suyo ya hemos señalado lo que es. Tot per la Pàtria, como una muy antigua consigna guardiacivilesca.
Todo esto es conocido para el lector/a y me temo que le hecho perder el tiempo. Disculpas. Lo más grave, desde un punto de vista de izquierdas, es quien está dirigiendo la respuesta al nacional-secesionismo neoliberal (Ciudadanos) y qué posiciones ejercen hegemonía en la supuestamente izquierda transformadora, internacionalista y no nacionalista, de Cataluña. El hasta hace pocos días Coordinador general de EUiA, un claro acumulador de cargos y un conocido vividor de la política, está ahora en las listas de ERC para las legislativas (¡la que les espera!). Elisensa Alamany, considerada en su momento la joven esperanza blanca de la izquierda catalana, exactamente lo mismo (y en el segundo lugar si no ando errado). Por si faltara algo, la candidatura de Comunes-EUiA-Podemos-ICV la encabeza un declarado secesionista, Jaume Asens, acompañado en el puesto tres por Gerardo Pisarello, otro ibidem. ¿Alguien da más?
Pero no se trata solo de transfuguismos o de elección de candidatos. Se trata de política, de la acción política real, la practicada durante estos últimos en Cataluña. En todo lo esencial, en todo, sin excepciones, se ha coincidido con el secesionismo, hasta el punto de asistir, en repetidas ocasiones, a manifestaciones netamente secesionistas o de considerar a los políticos encausados como presos políticos (y a Jordi Cuixart y Jordi Sánchez como disidentes) e irlos a visitar a la cárcel acompañados de cámaras que den testimonio del encuentro. Por decirlo todo, la izquierda del resto de España tampoco se ha caracterizado por su lucidez en el combate contra el nacional-secesionismo. Sus coincidencias también se cuentan por decenas. Basta pensar en lo sucedido en la manifestación del sábado 23 en Madrid. El razonamiento, el pésimo razonamiento que se ha seguido en ocasiones: como van contra el gobierno Rajoy o afines, entonces son casi de los nuestros o están muy cerca.
Mientras tanto, los graves problemas de la población trabajadora no cuentan, no están en sus cuentas. El 23,8% de la población catalana está en riesgo de pobreza o exclusión (porcentaje en alza desde 2015; entre la población extranjera, las circunstancias de exclusión alcanzan al 47,7%); existe una diferencia de esperanza de vida de 12 años entre las personas de rentas altas y las de rentas bajas; los desahucios en Catalunya fueron 3.926 en 2008, 13.626 en 2017, con un incremento del 247,07% (en el conjunto de España, el dato es también estremecedor, el incremento ha sido del 155,74%). Pero eso, ¿a quién le importa? ¿Qué importa todo eso ante la grandeza de una Cataluña triunfante, rica y plena, unidimensional y sin charnegos currantes molestos?
Lo señalado es un indicio claro, entre muchos más, de la orientación social de fondo de este movimiento que tiene a Puigdemont, Mas, Junqueras y Torra (en el fondo de también Pujol y a su familia) como grandes líderes, como voces representativas y reconocidas. ¿Qué duda puede haber de la cosmovisión de fondo, de la ideología, de las finalidades políticas de ese movimiento? ¿Qué tendrá que ver todo eso con los valores de la izquierda, con la igualdad, con la justicia, con la fraternidad, con la libertad, con el internacionalismo? Nada. Nada de nada.
Fuente: Mundo obrero, mayo de 2019.