Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. Llegando pronto a 1,5ºC.
2. Imperialismo y antiimperialismo hoy.
3. Las primeras reacciones comunistas a las elecciones en la India.
4. Cómplices y como pollo sin cabeza.
5. Extensión del conflicto Rusia-Ucrania a África.
6. Guerra mundial y multipolaridad (observación de José Luis Martín Ramos)
7. Cambio de tendencia.
8. La imposibilidad de la transición energética
9. Israel y los cruzados
1. Llegando pronto a 1,5ºC
A este ritmo llegamos a los 1,5º de aumento medio en la próxima década. Hay que recordar que no llegar a ese incremento de la temperatura era el objetivo para 2100.
El calentamiento global avanza a un ritmo frenético: 0,26 ºC por década
En 2023, la temperatura mundial en superficie fue 1,43°C superior a la media de 1850-1900. Según el estudio ‘Indicators of Global Climate Change’, se estima que 1,31 ºC fueron a causa del calentamiento global provocado por el ser humano. El resto, se debería a la influencia de fenómenos naturales como El Niño.
Climática 5 junio, 2024
El calentamiento global acelera a un ritmo histórico: 0,26 ºC por década. Según el informe anual Indicators of Global Climate Change, en los últimos diez años, el aumento de la temperatura ha sido de 1,19 °C por encima de los niveles preindustriales, superior a la marca de 1,14 °C registrada para el período entre 2013 y 2022 y a pesar de las políticas ambientales actuales.
En 2023, la temperatura global en superficie fue 1,43°C superior a la media de 1850-1900, el periodo preindustrial usado normalmente de referencia. De esos grados, el estudio estima que 1,31 ºC fueron a causa del calentamiento global provocado por el ser humano. El resto, se debería a la influencia de fenómenos naturales como El Niño.
«La causa de tan elevado ritmo de calentamiento es una combinación entre el nivel constantemente alto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), equivalente a 53.000 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO₂) al año, y las continuas mejoras en la calidad del aire, que reducen la intensidad del enfriamiento provocado por partículas en suspensión atmosférica debido a las actividades de los seres humanos», especifica el estudio, dirigido por la Universidad de Leeds.
Y es que las emisiones anuales medias también vivieron su máximo histórico entre 2013 y 2022, impulsadas principalmente por el aumento de las emisiones de CO₂ procedentes de los combustibles fósiles y la industria, pero también por el aumento de las emisiones de metano y óxido nitroso. Las concentraciones mundiales de estos tres gases de efecto invernadero ―dióxido de carbono, metano y óxido nitroso― han aumentado desde 2019, alcanzando las 419,3 partes por millón (ppm), 1922,5 partes por billón (ppb) y 336,9 ppb, respectivamente, en 2023.
Asimismo, «los altos niveles de emisiones de GEI también afectan al equilibrio energético de la Tierra: boyas oceánicas y satélites están registrando flujos térmicos sin precedentes hacia los océanos, masas glaciares, suelos y atmósfera del planeta. Este flujo térmico es un 50% superior a la media a largo plazo».
Han pasado cuatro años desde que el el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) calculase el presupuesto de carbono restante antes de que el calentamiento global llegase al límite de los 1,5 ºC establecidos en el Acuerdo de París de 2015. Por aquel entonces, se estimaba que había un intervalo de 300 a 900 gigatoneladas de dióxido de carbono restantes. Cuatro años más tarde, el presupuesto que se estableció a principios de 2024 se sitía entre los 100 y 450 gigatoneladas, con una estimación central de 200. Eso significa que, a este ritmo de emisiones, quedan aproximadamente cinco años hasta agotar dicho presupuesto.
«Las emisiones de la UE están disminuyendo, pero no lo suficientemente rápido, menos del 2% anual de media en los últimos 10 años. Deberían disminuir tres veces más rápido para estar en línea con el compromiso de la UE de una reducción del 55% para 2030», opina Pierre Friedlingstein, catedrático de Modelización Matemática de Sistemas Climáticos de la Universidad de Exeter.
El estudio de este año ha sido elaborado por un equipo internacional de 57 científicos procedentes de 42 instituciones de 15 países. Los autores toman los mismos indicadores que utilizan los informes del IPCC, empleando los mismos métodos siempre que es posible. La publicación de actualizaciones anuales tiene como objetivo, justamente, llenar el vacío de información para la toma de decisiones basada en pruebas que se da entre cada ciclo de evaluación del IPCC (que es de unos cinco a diez años).
Por este mismo motivo, el nuevo informe viene acompañado de una plataforma de ciencia y datos abiertos: el panel de indicadores del cambio climático global de Climate Change Tracker, donde se puede consultar la última información sobre los principales indicadores climáticos para saber en qué estado nos encontramos.
2. Imperialismo y antiimperialismo hoy
Para el debate sobre el imperialismo hoy -a ver si finalmente montamos un seminario-. Una visión trotska, publicada en Viento Sur en la que, en su línea, la de Achcar, para entendernos, consideran a EEUU, China y Rusia como las potencias imperialistas, mientras cree que hay otros estados «subimperiales». https://vientosur.info/
Imperialismo y antiimperialismo hoy
Ashley Smith 04/Jun/2024
El capitalismo produce el imperialismo: la competencia entre las grandes potencias y sus corporaciones por el reparto y la redistribución del mercado mundial. Esta competencia genera una jerarquía dinámica de Estados, con los más poderosos en la cima, las potencias medias o subimperiales por debajo y las naciones oprimidas en la base.
Ninguna jerarquía es permanente. La ley del desarrollo desigual y combinado del capitalismo, sus auges y crisis, la competencia entre las empresas, los conflictos interestatales y las sublevaciones de las y los explotados y oprimidos desestabilizan y reestructuran el sistema estatal.
Como resultado, la historia del imperialismo ha conocido una secuencia de órdenes. el período comprendido entre finales del siglo XIX y 1945 se caracterizó por un orden multipolar. Produjo los grandes imperios coloniales y dos guerras mundiales. Entre 1945 y 1991 fue suplantado por un orden bipolar, con Estados Unidos y la Unión Soviética luchando por la hegemonía sobre los nuevos Estados independientes liberados del dominio colonial.
Con el colapso del imperio soviético, desde 1991 hasta principios de la década de 2000, Estados Unidos dirigió un orden unipolar de globalización neoliberal, no se enfrentó a ninguna superpotencia rival y libró una serie de guerras para imponer su llamado orden basado en reglas del capitalismo global. Ese orden terminó con el declive relativo de Estados Unidos, el ascenso de China y la resurrección de Rusia, dando paso al orden multipolar asimétrico actual.
Estados Unidos sigue siendo la potencia dominante, pero ahora está sujeta a la competencia con China y Rusia, por encima de Estados subimperiales cada vez más asentados, como Israel, Irán, Arabia Saudí, India y Brasil, así como de naciones oprimidas tanto política como económicamente. Ante una época inminente de crisis, guerras y revueltas, la Izquierda global debe construir la solidaridad internacional desde abajo entre las y los trabajadores y los sectores oprimidos para luchar contra el imperialismo y por el socialismo en todo el mundo.
Las múltiples crisis del capitalismo global
El capitalismo global ha producido múltiples crisis que se entrecruzan y que están intensificando los conflictos entre los Estados y así como en su seno. Estas crisis son la recesión económica mundial, la agudización de la rivalidad interimperialista entre Estados Unidos, China y Rusia, el cambio climático, la migración mundial sin precedentes y las pandemias, de la que la covid-19 es sólo el ejemplo más reciente. Estas crisis han socavado el establishment político, han provocado una polarización política en la mayoría de los países del mundo, abriendo oportunidades tanto a la derecha como a la izquierda y desencadenando oleadas de luchas explosivas pero episódicas. Hacía décadas que no habíamos presenciado un periodo de crisis, conflictos, guerras, inestabilidad política y revueltas como las actuales.
Todo ello supone un reto y una oportunidad para una izquierda internacional y un movimiento obrero que aún sufre las consecuencias de varias décadas de derrota y retroceso. También abre las puertas a una nueva extrema derecha que ofrece soluciones autoritarias prometiendo restaurar el orden social y convierte a los sectores oprimidos en chivos expiatorios en cada país, a la vez que impulsa formas reaccionarias de nacionalismo contra los enemigos exteriores.
Una vez en el poder, esta nueva extrema derecha no ha logrado superar ninguna de las crisis y desigualdades del capitalismo global, sino que las ha exacerbado. Como resultado, ni el establishment ni sus oponentes de extrema derecha ofrecen ninguna salida a nuestra época de catástrofe.
Un orden mundial multipolar y asimétrico
En medio de estas crisis que se retroalimentan, Estados Unidos ya no se encuentra en la cima de un orden mundial unipolar. Ha sufrido un declive relativo como resultado del largo auge neoliberal, sus fallidas guerras en Irak y Afganistán y la Gran Recesión. Esos acontecimientos han permitido el ascenso de China como nueva potencia imperial y el resurgimiento de Rusia como una petropotencia con armas nucleares. Al mismo tiempo, una serie de potencias subimperiales se han vuelto más sólidas que en el pasado, enfrentando a las grandes potencias entre sí y compitiendo por resituarse en su región.
Todo ello ha creado un orden mundial multipolar y asimétrico. Estados Unidos sigue siendo el Estado más poderoso del mundo, en posesión de la mayor economía, del dólar como moneda de reserva mundial, con el ejército más poderoso, la mayor red de alianzas y, por tanto, el mayor poder geopolítico. Pero se enfrenta a rivales imperiales en China y Rusia, así como subimperiales en todas las regiones del globo.
Estos antagonismos no han dado lugar a bloques geopolíticos y económicos coherentes. La globalización ha unido fuertemente a la mayoría de las economías del mundo, impidiendo el retorno de bloques como los de la Guerra Fría.
Así, los dos mayores rivales, Estados Unidos y China, son también dos de los más integrados del mundo. Piénsese en el iPhone de Apple: diseñado en California, fabricado en fábricas de propiedad taiwanesa en China y exportado a vendedores de Estados Unidos y de todo el mundo.
Las nuevas potencias subimperiales no son leales ni a China ni a Estados Unidos, sino que forjan pactos con una u otra potencia según les convenga a sus propios intereses capitalistas. Por ejemplo, mientras India pacta con China en la alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) contra Estados Unidos, participa en la alianza QUAD (Estados Unidos, Australia, India, Japón) de Washington contra China.
Dicho esto, la recesión económica mundial, la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China y, sobre todo, la guerra imperialista de Rusia en Ucrania y las sanciones de Estados Unidos y la OTAN contra Moscú están empezando a desmoronar la globalización tal y como la hemos conocido. De hecho, la globalización se ha estancado y ha comenzado a declinar.
Por ejemplo, a través de la llamada Guerra de los Chips, Estados Unidos y China están segregando el extremo superior de sus economías de alta tecnología. Por otra parte, las sanciones occidentales contra Rusia por su guerra imperialista contra Ucrania la han excluido del comercio y las inversiones de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), obligándola a recurrir a los mercados de China e Irán.
Como resultado, nos encontramos en vías de un aumento de la división económica, la rivalidad geopolítica e incluso el conflicto militar entre Estados Unidos, China y Rusia, así como entre éstos y las potencias subimperiales. Al mismo tiempo, la profunda integración económica de Estados Unidos y China, así como el hecho de que cada uno de ellos posea armas nucleares, contrarresta la tendencia a la guerra abierta, que supondría el riesgo de una destrucción mutua garantizada y el colapso económico mundial.
Washington se rearma para la rivalidad entre grandes potencias
Desde la administración Obama, Estados Unidos ha intentado desarrollar una nueva estrategia para contrarrestar el ascenso de China y el resurgimiento de Rusia. Obama anunció su llamado giro hacia Asia y Trump situó en el centro de su Estrategia de Seguridad Nacional la rivalidad abierta entre las grandes potencias, en especial con Pekín y Moscú; ahora bien, ninguno de los dos desarrolló un enfoque integral de estos conflictos ni de otros en el nuevo orden mundial multipolar y asimétrico.
El presidente Barack Obama continuó preocupado por Oriente Próximo, consumando las ocupaciones de Irak y Afganistán y apuntalando el orden existente en la región tras la Primavera Árabe y el ascenso del Estado Islámico. Trump proclamó su estrategia de rivalidad entre grandes potencias, pero en la práctica resultó incoherente. Incluía una mezcla caótica de nacionalismo de extrema derecha, proteccionismo, amenazas de abandonar alianzas históricas como la OTAN y acuerdos bilaterales transaccionales tanto con rivales designados como con aliados tradicionales. Sus erráticos años de desgobierno condujeron a un mayor declive relativo de Estados Unidos.
El presidente Joe Biden ha desarrollado la estrategia más coherente hasta la fecha. Esperaba cooptar las luchas sociales y de clases con reformas menores, aplicar una nueva política industrial para garantizar la competitividad de Estados Unidos en la fabricación de alta tecnología y rehabilitar las alianzas de Washington como la OTAN, así como ampliarlas mediante el lanzamiento de la llamada Liga de Democracias contra los rivales autocráticos de Washington.
Al final, los demócratas centristas, los republicanos y los tribunales bloquearon muchas de sus reformas destinadas a mejorar la desigualdad social. Pero logró aplicar su política industrial a través de múltiples proyectos de ley. Biden también ha comenzado a renovar y ampliar las alianzas de Estados Unidos mediante nuevos pactos e iniciativas económicas. El objetivo de todo esto es contener a China, disuadir el expansionismo ruso en Europa del Este y atraer al mayor número posible de potencias subimperiales, Estados subordinados y naciones oprimidas hacia la hegemonía estadounidense y su orden internacional preferido.
Biden ha dado continuidad al intento de sus predecesores de sacar a Estados Unidos de sus ocupaciones fracasadas. Concluyó de forma caótica los veinte años de ocupación de Afganistán, con crímenes de guerra en el proceso y abandonando el país a los talibanes. A continuación, intentó estabilizar Oriente Próximo desarrollando los Acuerdos de Abraham de Trump y con nuevos esfuerzos para la normalización de Israel [en el mundo árabe] mediante relaciones formales entre los regímenes árabes y Tel Aviv. Por supuesto, esto dio luz verde al primer ministro Benjamin Netanyahu para continuar el asedio a Gaza, la expansión de los colonos en la Cisjordania ocupada y la profundización del apartheid en Israel, que ahora se expresa de forma horrible en la guerra genocida de Israel contra Gaza. En Europa, Biden volvió a comprometer a Estados Unidos con la OTAN, enviando una señal a Rusia de que Washington, y no Moscú, seguiría manteniendo la hegemonía en la región.
Pero el principal objetivo de la estrategia de Biden en relación a la rivalidad entre grandes potencias es China. En el frente económico, su política industrial está diseñada para restaurar, proteger y ampliar la supremacía económica estadounidense frente a Pekín, especialmente en la tecnología punta. Su objetivo es la fabricación de alta tecnología en territorio propio o amigo, imponer una protección fuerte en torno al diseño y la ingeniería estadounidense de chips informáticos y financiar empresas y universidades estadounidenses de alta tecnología en los campos STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) para garantizar su dominio en IA (Inteligencia Artificial) y otras tecnologías de vanguardia, especialmente por sus aplicaciones militares.
En el frente geopolítico, Biden ha consolidado las alianzas existentes con Japón y las ha ampliado con el objetivo de atraer a los países antagonistas de China, como Vietnam y Filipinas. También ha reiterado la política de una sola China, que sólo reconoce a Pekín, y la política de ambigüedad estratégica sobre Taiwán, que compromete a Estados Unidos a armar a la nación insular como un puercoespín para disuadir la agresión china, pero sigue siendo vago sobre si acudiría en defensa de la isla en caso de ataque o invasión.
En el frente militar, Biden redobló las alianzas militares estadounidenses como la QUAD y los Cinco Ojos (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos), y estableció otras nuevas, en particular el acuerdo entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS) para el despliegue de submarinos nucleares en Australia. Washington está desencadenando una carrera armamentística y de construcción de bases con China en toda Asia-Pacífico.
Los rivales imperialistas de Washington China y Rusia
China y Rusia han puesto en marcha su propia estrategia para proyectar sus ambiciones imperiales. Estas tres potencias forman lo que Gilbert Achcar ha denominado la tríada estratégica del imperialismo mundial.
Bajo el liderazgo de Xi Jinping, China se ha propuesto recuperar su posición de gran potencia en el capitalismo mundial. Ha puesto en marcha una estrategia económica para dar un salto en la cadena de valor y competir al más alto nivel en el diseño, ingeniería y fabricación. Ha financiado tanto capital estatal como privado a través de programas como China 2025, que pretende establecer corporaciones selectas como campeonas nacionales en alta tecnología.
En esto ha tenido un gran éxito, con Huawei y BYD, entre otros, estableciéndose como competidores mundiales. China es ahora líder industrial en campos enteros como la energía solar y los vehículos eléctricos, desafiando al capital estadounidense, europeo y japonés.
Con su masiva expansión económica, China ha intentado exportar sus excedentes de capital y capacidad [productiva] al extranjero a través de su Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI [más conocida como nueva ruta de la seda], por sus siglas en inglés) de un billón de dólares, un vasto plan para el desarrollo de infraestructuras en todo el mundo, especialmente en el Sur Global. Nada de esto es altruista. La mayor parte de esta inversión está destinada a construir infraestructuras, vías férreas, carreteras y puertos para exportar materias primas a China. A continuación, China exporta sus productos acabados de vuelta a esos países siguiendo un patrón imperialista clásico.
Pero la combinación de una ralentización de su economía, problemas bancarios y crisis de la deuda en los países a los que había concedido préstamos ha llevado a China a retractarse de sus ambiciones más grandiosas para la BRI.
No obstante, China está intentando convertir esta inversión en influencia geopolítica a través de alianzas económicas como los BRICS, así como de pactos políticos y de seguridad como la Organización de Cooperación de Shanghai (que incluye a China, Rusia, India, Pakistán, Irán y una serie de Estados de Asia Central). También ha afirmado su influencia en Oriente Próximo fomentando la normalización de las relaciones diplomáticas entre su aliado Irán y Arabia Saudí, de la que depende para la mayor parte de su petróleo.
Para respaldar su nueva influencia económica con poderío militar, China está modernizando sus fuerzas armadas, especialmente la marina, con el objetivo de desafiar la hegemonía naval estadounidense en el Pacífico. Como parte de ello, se ha apoderado de islas reclamadas por otros Estados, creando conflictos con Japón, Vietnam, Filipinas y muchos otros. Ha militarizado algunas de ellas, especialmente en el Mar de China Meridional, para proyectar su poder, proteger las rutas marítimas y hacer valer sus derechos sobre las reservas submarinas de petróleo y gas natural.
Por último, Pekín está haciendo valer reivindicaciones históricas sobre lo que considera su territorio nacional como parte de un proyecto de rejuvenecimiento nacional. Así, ha impuesto su dominio sobre Hong Kong de forma violenta, ha llevado a cabo su propia guerra contra el terror y un genocidio cultural contra los uigures de Xinjiang, y ha intensificado las amenazas de invasión de Taiwán, a la que considera una provincia renegada.
Mientras tanto, bajo el gobierno de Vladimir Putin, la clase dirigente rusa se ha propuesto restaurar su poder imperial, tan devastadoramente socavado por el colapso del Imperio Soviético en Europa del Este y su desastrosa aplicación de la terapia de choque neoliberal. Ha visto cómo Estados Unidos y el imperialismo europeo engullían su antigua esfera de influencia mediante la expansión de la OTAN y la UE.
Putin reconstruyó Rusia como una petropotencia armada nuclear con el objetivo de recuperar su antiguo imperio en Europa Oriental y Asia Central, al tiempo que imponía el orden en el interior contra cualquier disidencia popular y, especialmente, contra sus repúblicas, a veces recalcitrantes. Ha intentado consolidar el dominio sobre su antigua esfera de influencia mediante la colaboración con China en la Organización de Cooperación de Shanghai.
Ese proyecto imperialista le ha llevado a lanzar una sucesión de guerras en Chechenia (1996, 1999), Georgia (2008) y Ucrania (2014, 2022-), así como intervenciones en Siria y varios países africanos. La afirmación imperial de Rusia ha precipitado la resistencia de los Estados y pueblos que ha tomado como objetivo, así como las contraofensivas imperialistas de Estados Unidos, la OTAN y la UE.
La guerra imperialista rusa contra Ucrania
Tres puntos estratégicos críticos han llevado estas rivalidades interimperiales a un punto álgido: Ucrania, Gaza y Taiwán.
Ucrania se convirtió en el escenario de una gran guerra en Europa por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Rusia invadió el país en 2014 y de nuevo en 2022 en un claro acto de agresión imperialista, intentando apoderarse de todo el país e imponerle un régimen semicolonial. Putin lo justificó con mentiras sobre la desnazificación (difícilmente creíbles en uno de los Estados más reaccionarios del mundo y aliado de la extrema derecha internacional).
Por supuesto, en parte, su agresión fue una respuesta a la expansión de Estados Unidos, la OTAN y la UE, pero eso no hace que su guerra sea menos imperialista por naturaleza. Su objetivo era utilizar la conquista de Ucrania como trampolín para reclamar su antigua esfera de influencia en el resto de Europa del Este.
El Estado, el ejército y el pueblo ucranianos se levantaron contra la invasión en una lucha por la autodeterminación nacional.
Biden ha suministrado a Ucrania ayuda económica y militar en función de las propias razones imperiales de Washington. No es un aliado de las luchas de liberación nacional, como atestigua su largo historial de guerras imperialistas desde Filipinas hasta Vietnam e Irak. Washington se ha propuesto debilitar a Rusia, impedir que invada su esfera de influencia ampliada en Europa del Este y hacer frente común con sus aliados de la OTAN, no sólo contra Moscú, sino también China, a la que la OTAN ha designado como foco estratégico por primera vez en su historia.
Estados Unidos y sus aliados de la OTAN impusieron a Rusia las sanciones más severas de la historia y presionaron a Europa Occidental para que se desligara de los suministros energéticos rusos y dependiera en cambio de las exportaciones de gas natural estadounidense. Como reacción, Rusia se ha vuelto cada vez más dependiente de China para el comercio y la tecnología, así como de Corea del Norte e Irán para misiles, aviones no tripulados y otros equipos militares.
Washington también intentó utilizar la agresión de Rusia para reunir al Sur Global bajo su rúbrica, pero no ha tenido mucha suerte con los gobiernos de esos Estados, a pesar de la identificación popular de la mayoría de esos países antiguamente colonizados con la lucha de Ucrania por la autodeterminación. No obstante, Biden utilizó a Ucrania para apuntalar las alianzas globales y el poder blando de Washington, que se postula como defensor de la autodeterminación y de su llamado orden basado en normas frente al imperialismo ruso.
La guerra genocida de Israel en Gaza respaldada por Estados Unidos
La guerra genocida de Israel en Gaza ha trastornado los planes imperiales de Washington para todo Oriente Próximo y ha precipitado su mayor crisis geopolítica desde Vietnam. Ante el lento estrangulamiento que supone el asedio total de Gaza, Hamás protagonizó una fuga desesperada el 7 de octubre, tomó rehenes y mató a un gran número de soldados y civiles.
Su ataque puso de manifiesto las debilidades de la inteligencia israelí y del control fronterizo en el muro del apartheid. En respuesta, Israel lanzó su mayor incursión militar en Gaza con el objetivo declarado de recuperar a las y los rehenes y destruir a Hamás. No ha conseguido ni lo uno ni lo otro. En su lugar, ha arrasado Gaza en una guerra de castigo colectivo, limpieza étnica y genocidio. La administración Biden la ha apoyado en todo momento, financiándola, proporcionándole cobertura política con vetos en las Naciones Unidas y armándola hasta los dientes.
Pero existe una discordia entre Estados Unidos e Israel. Aunque Washington apoya el objetivo de Israel de destruir la resistencia palestina, ha intentado engatusar a Israel para que cambie su estrategia de bombardear Gaza y matar civiles por operaciones especiales dirigidas contra Hamás. El desacuerdo estratégico de la administración Biden con Israel ha llegado a un punto álgido con su asalto a Rafah, y Estados Unidos ha suspendido el envío de algunas de sus bombas más destructivas.
El gobierno estadounidense tampoco aprueba la ampliación de los ataques de Israel en la región, que incluyen el bombardeo de Siria, Líbano, Irak y Yemen. Washington no se ha opuesto abiertamente a estos ataques, sino que ha intentado presionar a los regímenes objetivo para que no respondan.
Estados Unidos ha sido incapaz de frenar a Netanyahu, cautivo de los fascistas de su gobierno de coalición que piden el genocidio y la guerra regional, especialmente contra Irán. Netanyahu les ha seguido la corriente para preservar su gobierno de coalición, porque si cae, probablemente será encarcelado por cargos de corrupción.
Así pues, la guerra genocida y la agresión regional de Israel podrían desencadenar una guerra más amplia. Ya provocó que los huti de Yemen organizaran ataques contra barcos petroleros y comerciales, amenazando la economía mundial y llevando a Estados Unidos a reunir una coalición para proteger sus barcos y amenazar a los huti.
Pero el más agudo y peligroso de todos los conflictos que Israel ha escenificado es con Irán. Bombardeó la embajada de Teherán en Damasco, matando a uno de los líderes de la Guardia Revolucionaria Islámica. Washington se puso en marcha para presionar a Irán para que no golpeara a Israel y desencadenara así una guerra a gran escala.
Al final, Irán llevó a cabo un ataque más que nada simbólico contra Israel. Telegrafió sus planes a Estados Unidos y a las naciones árabes, lo que permitió a Israel y a sus aliados derribar casi todos los drones y misiles. Estados Unidos presionó entonces a Israel para limitar su contraataque. Sin embargo, Tel Aviv envió un mensaje ominoso con un ataque limitado contra las instalaciones nucleares iraníes. En respuesta, Teherán seguirá adelante con sus planes para desarrollar armas nucleares e Israel responderá con ataques militares para proteger su monopolio nuclear regional, amenazando con el Armagedón en la región.
En medio de este conflicto en espiral, la barbarie de Israel ha desencadenado protestas masivas en todo Oriente Próximo, el norte de África y en todo el mundo, exponiendo y aislando tanto a este país como a Estados Unidos como arquitectos y autores de genocidio. Sudáfrica presentó una demanda contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, acusándole de genocidio, demanda que la Corte declaró plausible.
China y Rusia han aprovechado la crisis para postularse como aliados de Palestina, a pesar de sus profundas relaciones económicas y diplomáticas con Israel y de su apoyo a la estabilización del statu quo en la región. Los opresores de Xinjiang y Ucrania no tienen razones para decir que apoyan la autodeterminación nacional.
Sin embargo, Estados Unidos ha sufrido un enorme revés. Su poder blando se ha visto muy socavado. Casi nadie puede creer sus afirmaciones de apoyar «un orden basado en normas» o «la autodeterminación» o incluso «la democracia».
Por el momento, los planes para la normalización de Israel a través de los Acuerdos de Abraham se han venido abajo. Con sus poblaciones en las calles y expresando, cuando menos, simpatía por el pueblo palestino, ningún régimen árabe cerrará públicamente un trato con Israel, a pesar de su creciente integración económica con el Estado del apartheid, aunque algunos siguen avanzando en esos planes a puerta cerrada.
Ninguno de estos regímenes ni Irán pueden considerarse aliados de la lucha palestina. Salvo los huti, todos ellos han restringido las respuestas militares contra Israel. Ninguno ha cancelado el envío de petróleo a las grandes potencias.
No existe un verdadero eje de resistencia. Todos estos Estados están adoptando posturas para evitar que la solidaridad popular con Palestina se convierta en oposición a su propio gobierno despótico. Y cuando se han enfrentado a cualquier resistencia interna, todos, desde Egipto hasta Irán, la han reprimido con fuerza bruta. Todos ellos son regímenes capitalistas contrarrevolucionarios.
Sin embargo, la guerra genocida de Israel ha socavado el intento de Washington de cortejar a los Estados y países subimperiales de la región y de todo el Sur Global. El recuerdo que tienen estos Estados y sus pueblos de su propia lucha de liberación les lleva a identificarse con Palestina y a oponerse tanto a Estados Unidos como a Israel. Esto ha producido una oleada mundial de protestas populares en solidaridad con Palestina sin precedentes. Mientras tanto, el cerril apoyo de la administración Biden a Israel ha desencadenado incesantes protestas durante los últimos seis meses, que han culminado en una rebelión estudiantil en los campus de todo el país. Socavando aún más las pretensiones de Washington de ser un modelo de democracia, ambos partidos políticos, en colaboración con las administraciones universitarias liberales y conservadoras, han reprimido esa rebelión estudiantil con la mayor brutalidad.
Israel ha deshecho así todos los avances geopolíticos que Estados Unidos había logrado con su posición en torno a Ucrania, ha puesto en crisis al imperialismo estadounidense y ha hecho peligrar la reelección de Biden. También ha dado un gran espacio a los rivales globales y regionales de Washington para que hagan valer cada vez más sus propios intereses, intensificando los conflictos en todo el mundo.
Taiwán: epicentro de la rivalidad entre EE UU y China
Taiwán se ha convertido en el epicentro de la rivalidad entre Estados Unidos y China. China ha fijado la reunificación, es decir, la toma de Taiwán, como uno de sus principales objetivos imperialistas. Aunque Biden ha prometido mantener su política de una sola China y su ambigüedad estratégica, también ha prometido salir en defensa de Taiwán en caso de guerra en repetidas ocasiones.
Para prepararse para tal conflagración, está intentando superar el antagonismo histórico entre los aliados regionales: Japón, Filipinas, Corea del Sur, Vietnam y otros para unirlos en varios pactos multilaterales y bilaterales contra China. Todo ello está agudizando el conflicto sobre Taiwán.
Al mismo tiempo, la integración económica de Estados Unidos, China y Taiwán amortigua la deriva hacia la guerra. Una de las multinacionales taiwanesas, Foxconn, fabrica el iPhone de Apple en gigantescas fábricas en China para exportarlo a todo el mundo, incluso a Estados Unidos. La taiwanesa TSMC es también la fabricante del 90% de los microchips más avanzados del mundo, que se utilizan en todo tipo de aparatos, desde hornos tostadores hasta las armas militares de alta tecnología y cazabombarderos como el F-35.
A pesar de esta integración, el conflicto entre Estados Unidos y China sobre Taiwán se ha intensificado durante el mandato de Biden, y los representantes estadounidenses lo han agravado aún más con visitas provocadoras. Por ejemplo, Nancy Pelosi organizó un viaje diplomático prometiendo el apoyo de Estados Unidos a Taiwán, lo que provocó que China respondiera con ejercicios militares amenazadores. Por su parte, China también ha participado en provocaciones para influir en la política taiwanesa y enviar un mensaje a Washington.
En realidad, ninguna de las dos grandes potencias respeta el derecho de Taiwán a la autodeterminación. China quiere anexionársela y Washington sólo utiliza a Taipéi como parte de su ofensiva imperial contra Pekín. Aunque la guerra es improbable, porque podría desencadenar una conflagración nuclear y destrozar la economía mundial al interrumpir la producción y el comercio de microchips y materias primas tan importantes para el funcionamiento del capitalismo mundial como el petróleo, dada la agudización del conflicto imperialista, no puede descartarse.
La depresión intensifica la rivalidad interimperialista
El desplome mundial del capitalismo está intensificando la rivalidad entre Estados Unidos, China y Rusia tanto el ámbito comercial como en el geopolítico, pasando por estos focos estratégicos. La depresión mundial también está exacerbando la desigualdad dentro de las naciones y entre ellas en todo el mundo.
Como potencia imperialista dominante que controla la moneda de reserva mundial (el dólar), Estados Unidos se ha recuperado con más éxito que sus rivales de la recesión pandémica. Es la excepción, no la norma en el mundo capitalista avanzado. A pesar de ello, la inflación ha golpeado a la clase trabajadora y ha intensificado las divisiones sociales y de clase.
Europa y Japón caminan entre la recesión y el crecimiento lento, con una desigualdad de clases cada vez más profunda. China sigue creciendo, pero a un ritmo muy reducido. Rusia ha implantado una economía de guerra para escapar al peor impacto de las sanciones y mantener las tasas de crecimiento, pero eso es insostenible. En ambos países, las desigualdades son cada vez mayores.
La depresión mundial está teniendo efectos similares entre las potencias subimperiales, muchas de las cuales dependen de unos mercados de exportación deprimidos en el mundo capitalista avanzado. Y en los países oprimidos y endeudados del Sur Global ha estallado una grave crisis de la deuda soberana. La combinación de crecimiento lento, mercados de exportación débiles, inflación y tipos de interés al alza les ha incapacitado para devolver sus préstamos. Aunque los prestamistas capitalistas privados, así como el Fondo Monetario Internacional/Banco Mundial y los bancos chinos de propiedad o control estatal han llegado a acuerdos parciales con los países endeudados, siguen queriendo que se les devuelvan los préstamos y han impuesto diversas condiciones para garantizar el reembolso. Todo ello exacerba las divisiones sociales y de clase, provocando en algunos casos el crecimiento de la pobreza extrema, que se había reducido durante el auge neoliberal.
Polarización, revuelta y revolución
El hecho de que el establishment capitalista, ya sea en las democracias liberales o en las autocracias, sea incapaz de superar este bache, impulsará una polarización política cada vez mayor, proporcionando oportunidades tanto a la izquierda como a la derecha.
Dada la debilidad de la extrema izquierda y de las organizaciones de lucha social y de clases, diversas formas de reformismo han sido la principal expresión de una alternativa en la izquierda. Pero, como era de esperar, los reformistas en el gobierno se han visto limitados por la burocracia estatal capitalista y por sus economías aletargadas y en crisis, lo que les ha llevado a incumplir sus promesas o a traicionarlas y adoptar políticas capitalistas tradicionales.
El ejemplo paradigmático es Syriza en Grecia. Traicionó su promesa de plantar cara a la UE y a los acreedores internacionales y capituló ante su programa de austeridad, lo que la llevó a ser expulsada del poder en favor de un gobierno neoliberal de derechas.
Globalmente, los fracasos del establishment capitalista, así como de sus oponentes reformistas, están abriendo la puerta a la extrema derecha electoral y a las incipientes fuerzas fascistas. Por muy etnonacionalista, autoritaria y reaccionaria que sea, la mayor parte de esta nueva derecha no es fascista. No están construyendo movimientos de masas para derrocar la democracia burguesa, imponer una dictadura y aplastar las luchas de los trabajadores y los oprimidos. En su lugar, están intentando ganar elecciones dentro de la democracia burguesa y utilizar el Estado para reimponer el orden social mediante políticas de ley y orden contra diversos chivos expiatorios, especialmente las y los inmigrantes que huyen de la pobreza, las crisis políticas y el cambio climático.
En Estados Unidos, Europa, India, China, Rusia y otros Estados, la extrema derecha está especialmente obsesionada con atacar a la población musulmana. Casi sin excepción, la derecha promete restaurar el orden social imponiendo los valores familiares contra las feministas, las personas trans y los activistas LGBTQ.
La derecha ya ha logrado avances históricos en Europa, Asia y América Latina. Y en 2024, con elecciones en 50 países en las que participarán 2.000 millones de personas, los partidos de derechas están bien posicionados para lograr más avances.
Quizá la más trascendental para la política mundial sea la de Estados Unidos, donde Biden se postula para consolidar las alianzas y los proyectos del imperialismo estadounidense en el extranjero y defender supuestamente la democracia en casa. Trump amenaza con abandonar el proyecto del imperialismo estadounidense de liderar el capitalismo global, retirarse de sus alianzas multilaterales, imponer más políticas económicas nacionalistas y utilizar como chivo expiatorio a las y los oprimidos en casa y en el extranjero para salirse con la suya. Al hacerlo, aceleraría el declive relativo de Washington, intensificaría la desigualdad interna y exacerbaría los antagonismos interimperialistas e interestatales.
Ni Trump ni la extrema derecha ofrecen a las personas explotadas y oprimidas solución alguna a las crisis de sus vidas en ninguna parte. Como resultado, sus victorias no conducirán a regímenes estables y abrirán la puerta a la reelección de los partidos del establishment.
La combinación de crisis y el fracaso de los gobiernos de cualquier tipo para resolverlas ha llevado a los y las trabajadoras y a los sectores oprimidos de la sociedad a oleadas de protestas desde la Gran Recesión. De hecho, los últimos 15 años han acogido algunas de las mayores revueltas desde la década de 1960.
Casi todos los países del mundo han experimentado alguna forma de lucha de masas, especialmente en Oriente Próximo y el Norte de África. Todas ellas se han visto obstaculizadas por las derrotas y retrocesos de las últimas décadas, que han debilitado la organización social y de clase y han destrozado a la izquierda revolucionaria.
Como resultado, ni siquiera las revueltas más poderosas han sido capaces de llevar a cabo revoluciones políticas o sociales exitosas. Eso ha dejado un resquicio para que la clase dominante y sus representantes políticos mantengan su hegemonía, a menudo con el respaldo de tal o cual potencia imperial o subimperial.
Por ejemplo, Rusia, Irán y Hezbolá salvaron al brutal régimen de Bashar al-Assad de la revolución. Por otra parte, la estrategia estadounidense de preservación del régimen ayudó a la clase dominante de Egipto a reimponer la brutal dictadura de Abdel Fattah el-Sisi. Pero estos regímenes no han estabilizado en absoluto sus sociedades. Las persistentes crisis y el grotesco nivel de desigualdad y opresión siguen avivando la resistencia desde abajo en todo el mundo.
Tres trampas para el antiimperialismo
El nuevo orden mundial multipolar y asimétrico, con sus crecientes rivalidades interimperiales, conflictos interestatales y oleadas de revueltas en el seno de las sociedades, ha desafiado a la izquierda internacional con preguntas a las que no está preparada para responder. En el vientre de la bestia, Estados Unidos, la izquierda ha adoptado principalmente tres posiciones erróneas, todas las cuales socavan la construcción de la solidaridad internacional por abajo contra el imperialismo y el capitalismo global.
En primer lugar, quienes se encuentran en la órbita del Partido Demócrata han caído en la trampa del apoyo social patriótico a Estados Un dos frente a sus rivales. Han apoyado el llamamiento de Biden para que los países formen una liga de democracias contra China y Rusia. Esto es especialmente prominente entre los seguidores de Bernie Sanders, quienes, por muy críticos que sean con esta o aquella política estadounidense equivocada, ven a Washington como una fuerza del bien en el mundo.
En realidad, como demuestra el apoyo de Biden a la guerra genocida de Israel, Estados Unidos es uno de los principales enemigos de la liberación nacional y la revolución social en todo el mundo. Es la principal hegemon que pretende imponer un statu quo miserable y, por lo tanto, es un oponente, no un aliado, de la liberación colectiva a escala internacional.
En segundo lugar, otros sectores de la izquierda cometieron el error opuesto de tratar al enemigo de mi enemigo como mi amigo. Denominada de diversas formas como antiimperialismo vulgar, antiimperialismo de pega o campismo, esta posición respalda a los rivales imperiales de Washington como un supuesto eje de resistencia. Algunos de sus defensores van incluso más lejos al afirmar que Estados evidentemente capitalistas como China representan una especie de alternativa socialista (incluso cuando, por ejemplo, Xi Jinping elogia al primer ministro húngaro de extrema derecha Viktor Orbán y pregona la «asociación estratégica integral de todo tiempo para la nueva era» de China y Hungría). Así, apoyan a las grandes potencias en ascenso, a los Estados subimperiales y a diversas dictaduras de países subordinados.
En el proceso, ignoran la naturaleza imperialista de Estados como China y Rusia y la naturaleza contrarrevolucionaria de regímenes como los de Irán y Siria, sin importarles la represión que ejercen contra las y los trabajadores y los oprimidos. Y se oponen a la solidaridad con las luchas populares en ellos, despreciándolas como falsas revoluciones de color orquestadas por el imperialismo estadounidense.
También proporcionan coartadas, y en algunos casos apoyan abiertamente, para la guerra de Rusia contra Ucrania y el aplastamiento por China del levantamiento democrático en Hong Kong. En definitiva, se posicionan del lado de otros Estados imperialistas y capitalistas, haciendo gimnasia mental para negar su carácter capitalista, explotador y opresor.
Por último, algunos en la izquierda han adoptado una posición de reduccionismo geopolítico. Reconocen la naturaleza depredadora de los diversos Estados imperialistas y no apoyan a ninguno de ellos. Pero cuando estas potencias entran en conflicto por naciones oprimidas, en lugar de defender el derecho de esas naciones a la autodeterminación, incluido su derecho a conseguir armas para lograr su liberación, reducen esas situaciones al único eje de la rivalidad interimperialista y en base a ello, niegan la agenda de las naciones oprimidas.
Por supuesto, las potencias imperialistas pueden manipular las luchas por la liberación nacional hasta tal punto que se conviertan en nada más que guerras por el poder. Pero los reduccionistas geopolíticos utilizan esa posibilidad para negar hoy el apoyo a las luchas legítimas por la liberación.
Esta ha sido la postura de muchos en la izquierda respecto a la guerra imperialista de Rusia contra Ucrania, reduciéndola a una mera guerra por delegación entre Moscú y Washington. Pero como demuestran las encuestas ucranianas y su resistencia nacional, los ucranianos y ucranianas luchan por su propia liberación, no como gato por liebre del imperialismo estadounidense.
Basándose en su errónea valoración de la guerra, los reduccionistas geopolíticos se han opuesto al derecho de Ucrania a conseguir armas para su liberación del imperialismo ruso y se han opuesto a los envíos, llegando algunos incluso a realizar acciones para bloquearlos. Un bloqueo exitoso de dichas armas conduciría a una victoria del imperialismo ruso, algo que sería un desastre para el pueblo ucraniano, condenándolo al destino de los masacrados en Bucha y Mariupol.
Ninguna de estas tres posiciones proporciona a la izquierda internacional una guía para abordar las cuestiones que plantea el nuevo orden mundial multipolar y asimétrico.
Antiimperialismo internacionalista
Un enfoque mucho mejor es el antiimperialismo internacionalista. En lugar de ponernos del lado de tal o cual Estado imperialista o capitalista, los defensores de esta posición nos oponemos a todos los imperialismos, así como a los regímenes capitalistas menos poderosos, si bien nos opongamos a las intervenciones imperialistas contra ellos. Nos solidarizamos con todas las luchas populares por la liberación, la reforma y la revolución en todo el mundo y sin excepción.
Cuando se dan situación de liberación nacional, nos ponemos, incondicional pero críticamente, del lado de los pueblos oprimidos en su lucha por la libertad. En esas luchas, sin embargo, no confundimos la liberación nacional con el socialismo, rechazando la tentación de pintar esas batallas con una brocha roja.
En su lugar, adoptamos un enfoque independiente consistente en construir la solidaridad con las y los trabajadores y oprimidos dentro de esas luchas y cultivar las relaciones políticas con sus fuerzas progresistas y revolucionarias para convertir las luchas por la liberación nacional en luchas por el socialismo.
Eso nos lleva a adoptar una posición diferente<< a las de gran parte de la izquierda en los tres puntos estratégicos álgidos del orden imperial actual.
En primer lugar, en el caso de Ucrania, apoyamos su lucha de liberación y defendemos su derecho a conseguir armas, incluso de Estados Unidos y la OTAN, pero no apoyamos al gobierno neoliberal de Vladimir Zelenski. También nos oponemos a que el imperialismo occidental utilice Ucrania para hacer avanzar sus propias ambiciones depredadoras de abrir el país y la región a sus bancos y corporaciones.
Por el contrario, cultivamos las relaciones con la izquierda ucraniana y el movimiento sindical del país. Planteamos sus reivindicaciones contra el neoliberalismo, la reconstrucción impulsada por la deuda y la apertura de la economía ucraniana al capital multinacional. Apoyamos su llamamiento a una reconstrucción popular del país basada en la inversión del sector público con todo el trabajo pagado con salarios dignos y realizado por trabajadores sindicados.
En el caso de Palestina, nos oponemos al apoyo del imperialismo estadounidense a la guerra genocida de Israel en Gaza y apoyamos incondicionalmente a la resistencia palestina. Pero eso no significa que apoyemos a su actual dirección política ni su estrategia y tácticas. Adoptamos una posición crítica hacia sus partidos burgueses y pequeñoburgueses, ya sea la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) o su alternativa fundamentalista islámica Hamás.
La principal dirección de la OLP, Al Fatah, abandonó la lucha armada con la ilusión de una solución diplomática de dos Estados. Tres décadas de esa diplomacia han fracasado, dejando Cisjordania ocupada, Gaza sitiada e Israel gobernando mediante el apartheid sobre los palestinos dentro de sus fronteras de 1948.
Hamás llenó el vacío dejado por la capitulación de Fatah en la resistencia. Sin embargo, no desarrolló una estrategia alternativa, sino que continuó con la vieja estrategia de Fatah de confiar en aliados árabes e iraníes, supuestamente amigos, para que le ayudaran en su lucha militar contra Israel. No hay razón para pensar que esa estrategia, que fracasó cuando la siguió la OLP, vaya a tener éxito hoy.
Respaldado por el imperialismo estadounidense y apuntalado por alianzas con la mayoría de los regímenes árabes, Israel no será derrotado militarmente. Sólo una estrategia que combine la resistencia palestina contra Israel, la lucha revolucionaria contra todos los regímenes de la región y los movimientos antiimperialistas en todas las grandes potencias podrá liberar al pueblo palestino del apartheid israelí y establecer un Estado laico y democrático de río a mar con igualdad de derechos para todos, incluido el derecho de las y los palestinos a regresar a sus hogares y tierras robadas.
Por último, en el caso de Taiwán, nos oponemos a la amenaza de China de anexionarse la isla y defendemos el derecho de Taiwán a la autodeterminación, incluida la autodefensa armada, y al mismo tiempo nos oponemos al intento de Washington de convertir el país en un arma en su rivalidad imperial con China.
El antiimperialismo internacionalista ofrece una estrategia para construir la solidaridad por abajo entre las y los trabajadores y oprimidos contra todas las grandes potencias y todos los Estados capitalistas del mundo. Tenemos la enorme oportunidad y responsabilidad de defender este enfoque entre una nueva generación de activistas.
No apoyamos a ninguno de los partidos burgueses que se disputan el liderazgo de Taiwán, sino que construimos la solidaridad con la izquierda emergente del país, las organizaciones populares y los sindicatos. Sólo ellos tienen interés y poder para desafiar tanto a las potencias imperiales como a la clase capitalista de Taiwán y construir la solidaridad con los trabajadores y los oprimidos de China, la región y Estados Unidos.
Así pues, el antiimperialismo internacionalista ofrece una estrategia para construir la solidaridad por abajo contra todas las grandes potencias y todos los Estados capitalistas del mundo. Tenemos la enorme oportunidad y responsabilidad de defender este enfoque entre una nueva generación de activistas que se oponen instintivamente al imperialismo estadounidense y desconfían de otras grandes potencias y Estados opresores.
Sólo podemos demostrar la superioridad de estas ideas en la práctica, en las luchas vivas: desde las luchas sociales y de clase en nuestro país, hasta las de solidaridad con Palestina, Ucrania y otras naciones oprimidas. Al hacerlo, podemos contribuir a forjar una nueva izquierda internacional comprometida con la construcción de la solidaridad desde por la base en la lucha contra el capitalismo global y por el socialismo internacional.
04/06/2024
Traducción: viento sur
3. Las primeras reacciones comunistas a las elecciones en la India
El mayor de los partidos comunistas, el CPI(M) todavía no he visto que haya publicado un balance de las elecciones. En Peoples Democracy siguen con los artículos de la semana pasada. Pero sí han aparecido un par de valoraciones del CPI a secas (les ha ido mal), y del CPI(ML), maoístas «legales», que han conseguido un buen resultado en Bihar. Os paso dos primeras impresiones de estas organizaciones. Como complemento, os paso también un artículo de ese chico francés que suele seguir la actualidad de los partidos comunistas por el mundo con el resultado de los votos para los comunistas en estas elecciones -tirando a regulero y desastroso una vez más en Bengala-. https://www.newsclick.in/
Bihar: El PCI(ML) gana 2 escaños después de 35 años
Mohd. Imran Khan | 05 Jun 2024
No fue una batalla fácil, ya que el NDA en el poder lo utilizó todo, incluidos grandes recursos, una campaña electoral de altos vuelos y el propio Modi dando mítines electorales tanto en Arrah como en Karakat.
Patna: Las «banderas rojas» de los partidos de izquierda, aliados clave del Mahagathbandhan de Bihar, que forma parte de la Alianza Nacional para el Desarrollo Inclusivo (INDIA) de la oposición, derrotaron a las banderas azafrán de la Alianza Democrática Nacional, liderada por el Partido Bharatiya Janata, en el poder, en dos de los 40 escaños de la Lok Sabha. Se trata de una gran victoria para la izquierda en el estado tras las elecciones a la Asamblea de Bihar de 2020.
El Partido Comunista de Liberación de la India (Marxista-Leninista) o PCI(ML), conocido localmente como Bhakpa-Maley, que forma parte de los partidos de izquierda, rompió un maleficio de casi 35 años al ganar los escaños de Arrah y Karakat en el Lok Sabha. Esta vez, las banderas rojas, junto con las banderas verdes del Rashtriya Janata Dal (RJD) y las banderas tricolores del Congreso, trabajaron juntas y se hicieron con estos dos escaños cruciales.
No fue una batalla fácil, ya que el partido gobernante, el NDA, lo había utilizado todo, incluidos grandes recursos, una campaña electoral de altos vuelos y el propio Primer Ministro Narendra Modi dando mítines electorales en estas dos circunscripciones parlamentarias.
Los candidatos del CPI(ML) Sudama Prasad y Raja Ram Singh ganaron los escaños de Arrah y Karakat.
Prasad, diputado del partido por el escaño de Tarari en el distrito de Bhojpur, derrotó al diputado en ejercicio del BJP y ministro de la Unión, R K Singh, y Raja Ram Singh, ex diputado del partido, derrotó a la popular estrella de cine bhojpuri Pawan Singh y al ex ministro de la Unión Upendra Kushwaha, jefe de Rashtriya Loktantrik Morcha, aliado del BJP.
Prasad se ha revelado como un gran luchador al impedir esta vez que R K Singh lograra un hattrick. En Arrah, considerado un bastión del CPI(ML) desde la década de 1980, la lucha fue bipolar y ha reducido al mínimo las posibilidades de que se produzca una división de votos a favor o en contra del NDA.
Arrah es un centro neurálgico de la lucrativa extracción ilegal de arena en el río Sone. RK Singh, antiguo funcionario del IAS convertido en político, que pertenece a la casta Rajput, es conocido por haber logrado una calculada ecuación de castas de otras castas superiores, OBC no yadav y dalits en las dos últimas elecciones. Alparecer, también ha contado con la ayuda de delincuentes convertidos en políticos pertenecientes a la poderosa casta superior de los Bhumihar.
Ex Secretario de Interior de la Unión, Singh había creado una polémica por sus declaraciones en las que supuestamente vinculaba a Rashtriya Swayamsevak Sangh con el terror. Además, fue él quien, como magistrado de distrito en 1990, detuvo a L K Advani, que dirigía el Ram Janmabhoomi Rath Yatra en Bihar, ordenado por el entonces ministro jefe Lalu Prasad Yadav.
Esta vez, Singh apostó fuerte por las ecuaciones de casta y el «factor Modi» para ganar, pero fue en vano.
Sin embargo, el candidato del CPI(ML), fue apoyado por una combinación de fuerte base de apoyo social y la oposición a Singh también jugó su papel en su victoria.
En Karakat, la entrada del rebelde del BJP Pawan Singh, cantante de Bhojpuri, como candidato independiente perjudicó a Upendra Kushwaha, que se vio empujado a la tercera posición. Después de que Pawan Singh se negara a retirarse de la contienda contra Kushwaha, el BJP le expulsó la semana pasada por presentarse contra el candidato de la NDA.
Durante la campaña, Pawan Singh atrajo a los jóvenes de la circunscripción, mayoritariame, por su glamour y sus populares canciones en bhojpuri. Algunas estrellas populares del cine bhojpuri, como Khesari Lal Yadav, también hicieron campaña por él. Pawan Singh hizo una competición triangular en Karakat, a ambos lados del río Sone, conocido como el cuenco de arroz de Bihar.
Singh, que pertenece a la poderosa casta alta Rajput, hizo mella en la tradicional base de apoyo de casta alta del NDA.
En marzo de 2024, Pawan Singh se negó a presentarse a las elecciones por el escaño de Asansol en el Lok Sabha de Bengala Occidental, después de que el BJP lo nombrara candidato del partido frente al diputado del Congreso Trinamool Shatrughan Sinha, una estrella de Bollywood conocida popularmente como «Bihari Babu».
Sandeep Saurav, joven líder del CPI(ML) y diputado por primera vez, se presentó sin éxito a las elecciones por la circunscripción parlamentaria de Nalanda, distrito natal del presidente del Janata Dal-United y Ministro Principal, Nitish Kumar. El JD-U lleva ganando este escaño desde finales de la década de 1990.
Fue en las elecciones al Lok Sabha de 1989, cuando el CPI(ML), la cara política del Frente Popular Indio (IPF), ganó en el escaño de Arrah en el Lok Sabha. Tuvieron que pasar más de tres décadas para que el partido repitiera éxito en las elecciones al Lok Sabha.
Para los partidos de izquierda, esta última victoria era muy necesaria, ya que rompía el maleficio de casi 25 años que habían sufrido a la hora de ganar las elecciones al Lok Sabha en Bihar. La última vez, en las elecciones a la Lok Sabha de 1999, el candidato del Partido Comunista de la India (Marxista), Subodh Rai, ganó el escaño de Bhagalpur, el último candidato del Partido de la Izquierda que había llegado a la Lok Sabha por Bihar. Posteriormente, los partidos de izquierda se presentaron sin éxito a las elecciones de 2004, 2009, 2014 y 2019.
En abril de 2024, cuando los trabajadores del Partido Comunista del PCI (ML) comenzaron a realizar visitas puerta a puerta, buscando el apoyo y una donación de 20 rupias de cada hogar durante la campaña electoral para las elecciones al Lok Sabha, pasó desapercibida en medio de la campaña electoral de alto vuelo del NDA. Pero esta campaña del PCI(ML) ha tenido éxito si nos atenemos a los resultados de las elecciones en Arrah y Karakat.
En las elecciones al Lok Sabha de 2024, los partidos de izquierda, incluidos el PCI(ML), el PCI(M) y el Partido Comunista de la India (PCI), concurrieron conjuntamente a cinco de los 40 escaños de Bihar después de que el Mahagathbandhan finalizara su fórmula de reparto de escaños en marzo. Esto contrasta con las elecciones de 2019 y 2014.
El PCI(ML) está reconocido como una potente fuerza política con 11 diputados en la Asamblea y una importante base de apoyo en varios distritos, especialmente en las zonas rurales. El partido había solicitado cinco escaños. El CPI(M), con dos MLA, había pedido cuatro escaños, y el CPI, con dos MLA, solicitó tres escaños.
El CPI(ML) se presentó en tres escaños de Arrah, Karakat y Nalanda, el CPI(M) en Khagaria y el CPI en Begusarai, el bastión tradicional del partido. Los partidos de izquierda fueron derrotados en Nalanda, Begusarai y Khagaria, pero dieron una dura batalla al NDA.
El candidato del CPI de Begusarai, Awadhesh Rai, antiguo diputado del partido, se enfrentó al defensor del Hindutva y Ministro de la Unión, Giriraj Singh, alto dirigente del BJP. En las anteriores elecciones, el CPI había presentado a Kanhaiya Kumar, ex presidente de la Unión de Estudiantes de la Universidad Jawaharlal Nehru, ahora líder del Congreso. Kumar se presentó sin éxito por Begusarai.
En las elecciones a la Asamblea de 2020, los partidos de izquierda obtuvieron 16 escaños, 12 de ellos del PCI(ML) y dos del PCI(M) y el PCI.
Los líderes de los partidos de izquierda argumentan que, tradicionalmente, la izquierda tenía una presencia considerable en Bihar, con el PCI como fuerza política dominante. Incluso ahora, la izquierda tiene ciertos reductos y bases de apoyo social que son bastante visibles durante las protestas y los mítines.
Los observadores políticos afirman que los partidos de izquierda tienen colectivamente una fuerte base de apoyo en al menos una docena de escaños de la Lok Sabha, donde pueden influir en el resultado de las elecciones. También señalaron la importancia de los partidos de izquierda en la configuración del equilibrio a favor o en contra de cualquier candidato en algunos escaños.
El análisis del CPI (a secas)
El PCI en las elecciones
El Secretariado Nacional del Partido Comunista de la India ha emitido hoy (5 de junio de 2024) la siguiente declaración:
Los resultados de las XVIII elecciones al Lok Sabha han puesto fin al gobierno fascista comunal, autoritario y unipartidista del BJP, encabezado por el primer ministro Narendra Modi. El pueblo de la India ha dado su veredicto en defensa de nuestra Constitución y del tejido democrático laico de nuestro país y en contra de la política del odio, las discriminaciones, el creciente desempleo, los ataques contra el federalismo, las minorías, los derechos democráticos y humanos y las miserias sin precedentes de la gente con el alto aumento de los precios.
El CPI felicita al pueblo por oponerse y desafiar al BJP dando su veredicto en defensa de la «Idea de India» consagrada en la constitución.
Aunque felicita a los partidos del bloque INDIA por sus resultados, el CPI cree que el BJP podría haber quedado más reducido si hubiera habido un mejor reparto de escaños entre los socios y campañas unidas.
El CPI también quiere dejar constancia de sus críticas contra la Comisión Electoral de la India por su incapacidad para contener los discursos de odio de Narendra Modi sobre las cuestiones de la polarización comunal.
El PCI seguirá desempeñando su importante papel dentro del bloque INDIA, ya que puede desempeñar un papel importante en la movilización del pueblo indio en defensa de sus derechos fundamentales y por un futuro mejor.
Los resultados de la izquierda en su conjunto y del PCI en particular exigen una introspección adecuada. El Partido revisará críticamente los resultados electorales cuando estén disponibles los informes detallados.
Sd/-
Roykutty
Secretaria de oficina
17 millones de votos para los comunistas en la India
Miércoles 5 de junio de 2024
Las elecciones legislativas en India han dado la victoria a los nacionalistas de Narendra Modi, pero una victoria limitada.
En estas elecciones, los partidos comunistas han obtenido más de 17 millones de votos y 9 escaños.
Análisis de las elecciones.
Artículo y traducción Nico Maury
Del 19 de abril al 1ᵉʳ de junio, 968.821.926 indios estaban llamados a las urnas para elegir a los 543 miembros de la Lok Sabha, la cámara baja del Parlamento.
La participación, del 66,33%, muestra un descenso del 1,07 respecto a 2019. Millones de votantes no acudieron a una votación que tendrá un gran impacto en el futuro de la India.
Los miembros del Parlamento son elegidos por un mandato de cinco años en un sistema de circunscripción de mayoría relativa.
Los nacionalistas del Partido Bharatiya Janata (BJP) obtuvieron 240 escaños, lo que supone un importante descenso (-63) con respecto a las últimas elecciones. Sin embargo, 235 millones de indios votaron a los candidatos del partido azafrán (36,56%). Estos resultados permiten al Primer Ministro indio, Narendra Modi, y a sus aliados conservar el poder para un tercer mandato. A nivel de alianzas, los partidos aliados del BJP obtuvieron 53 escaños. Aunque Narendra Modi tiene muchas posibilidades de volver a ser Primer Ministro, no tendrá vía libre para reescribir la Constitución india (eliminando las referencias al socialismo y al laicismo) e imponer su centralización.
La coalición heteroclasta INDIA, encabezada por el Congreso indio, los partidos regionales y los partidos comunistas, no obtuvo la mayoría necesaria para derrocar al BJP. El Congreso indio, antes dominante, sólo consiguió reunir el 21,19% de los votos y obtuvo 99 escaños (+47). La coalición en su conjunto, tan heterogénea como es, obtuvo 234 escaños.
Los demás partidos y las candidaturas independientes obtuvieron 7 escaños.
A nivel regional, la NDA (alianza con el BJP) ganó en 16 estados de la India, mientras que el INDIA lo hizo en 11 estados. El sur de la India (Andhra Pradesh, Karnataka, Kerala, Tamil Nadu, Telangana, Lakshadweep y Pondicherry), menos marcado por el hinduismo, se resistió al BJP.
Veamos ahora los resultados de los Partidos Comunistas.
Como resultado de las urnas, la izquierda estará representada en la Lok Sabha por nueve diputados.
El Partido Comunista de la India (Marxista) tendrá 4 escaños (+1), el Partido Comunista de la India conserva dos escaños, el Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista) Liberación entra en el Parlamento con dos escaños. Por último, el Partido Socialista Revolucionario (RSP) estará presente con un escaño. Sólo el AIFB no tendrá representación parlamentaria.
Los comunistas obtuvieron 17.064.003 votos para sus candidaturas (+999.004). El Partido Comunista de la India (Marxista Leninista) Liberación y el Partido Comunista de la India (Marxista) son los principales impulsores del voto comunista, mientras que el PCI, el AIFB y el RSP están en declive.
11 millones de votos para el Partido Comunista de la India (Marxista)
El Partido Comunista de la India (Marxista) presentó 53 candidatos, bien como parte de la alianza INDIA, bien como parte de los Frentes de Izquierda (Bengala Occidental, Kerala, etc.). Sus candidatos obtuvieron 11.342.553 votos (1,76% a nivel nacional). El PCI(M) ganó 597.645 votos respecto a 2019.
Los resultados permiten al PCI(M) conservar su estatus de partido nacional gracias a su representación en tres Estados (Tamil Nadu, Kerala y Rajastán).
En Bengala, el PCI(M), presente en 24 circunscripciones, obtuvo el 5,67% de los sufragios (3.419.941 votos), un resultado muy inferior a las esperanzas y fuerzas en juego. En estas elecciones, el Congreso Trinamool (AITC) obtuvo 29 escaños, el BJP 12 y el Congreso Indio (aliado con el FL) un escaño.
En Kerala, el PCI (M) obtuvo el 25,82% de los votos (5.100.964 votos) y un escaño. Aunque este resultado es decepcionante, hay que entender que estas elecciones estuvieron polarizadas entre el BJP y el INC, como en 2019. Los candidatos del PCI(M) quedaron sistemáticamente en segundo lugar. En este estado, no hubo alianza con el INC. El Frente Democrático de Izquierda no tenía nada de qué avergonzarse, pero fue barrido por una situación política generalmente desfavorable para los comunistas y progresistas de la India: la división de castas y religiones polarizada por el BJP de Narenda Modi.
El PCI(M) se mantuvo estable, pasando del 25,83% al 25,82% de los votos.
En Tamil Nadu, el PCI(M) obtuvo el 2,52% de los votos (1.095.592 votos) y dos escaños. Sólo contaba con dos candidatos en la alianza INDIA. S. Venkatesan fue reelegido en la circunscripción de Madurai con el 43,6% de los votos y Sachithanantham R fue elegido en la circunscripción de Dindigul con el 58,29% de los votos.
En las islas Andamán y Nicobar, el CPI(M) obtuvo el 2,97% de los votos (6007 votos). No hubo alianza con el INC.
En Andhra Pradesh, el candidato del PCI(M) obtuvo el 10,57% de los votos en la circunscripción de Araku (ST), o 123.129 votos, quedando 3ᵉ.
En Assam, el candidato del PCI(M) obtiene el 5,7% de los votos en la circunscripción de Barpeta, es decir, 96.138 votos y termina 3ᵉ.
En Bihar, el candidato del PCI(M) obtiene el 35,55% de los votos en la circunscripción de Khagaria, es decir, 377.526 votos. Fue derrotado por el candidato del Lok Janshakti (50,73%).
En Jharkhand, el candidato del CPI(M) obtuvo el 3,06% de los votos en la circunscripción de Rajmahal, es decir, 37.291 votos.
En Karnakata, el candidato del PCI(M) obtuvo el 0,3% de los votos en la circunscripción de Rajmahal, es decir, 4.557 votos.
En Maharashtra, el candidato del PCI(M) obtuvo el 1,26% de los votos en la circunscripción de Hingoli, es decir, 14.644 votos.
En Odisha, el candidato del PCI(M) obtuvo el 0,38% de los votos en la circunscripción de Bhubaneswar, es decir, 4.148 votos.
En Punjab, el candidato del PCI(M) obtuvo el 0,6% de los votos en la circunscripción de Jalandhar, es decir, 5958 votos.
En Rajastán, el candidato del PCI(M) ganó la circunscripción de Sikar. Amra Ram Paraswal fue elegido con el 50,68% de los votos, es decir, 659.300 votos.
En Telangana, el candidato del PCI(M) obtuvo el 2,05% de los votos en la circunscripción de Bhongir, o 28.730 votos.
En Tripura, antiguo bastión del PCI(M), los comunistas se aliaron con el Congreso indio. El PCI(M) competía en la circunscripción de Tripura Este (ST). El candidato comunista obtuvo el 25,62% de los votos, es decir, 290.628 votos. En 2019, el PCI(M) había caído al 17%, hay un resurgimiento electoral en el estado.
3 millones de votos para el Partido Comunista de la India
El Partido Comunista de la India presentó 27 candidatos a estas elecciones. Obtuvo 3.157.184 votos (0,49% a nivel nacional). El PCI perdió 419.000 votos respecto a 2019, al mismo tiempo que había 69 candidatos frente a los 27 actuales.
En Jharkhand, el CPI obtuvo el 0,31% de los votos, o 52.750 votos.
En Uttar Pradesh, el CPI ganó el 0,10% de los votos, o 83.767 votos.
En Kerala, el CPI obtuvo el 6,14% de los votos, es decir, 1.212.197 votos. El CPI estuvo presente en cuatro circunscripciones y quedó en 2º lugar en tres de ellas. El Partido Comunista de la India se mantuvo estable, pasando del 6,1% al 6,14% de los votos.
En Madhya Pradesh, el PCI obtiene el 0,14% de los votos, o 54.825 votos.
En Tamil Nadu, el CPI obtiene el 2,15% de los votos, o 932.954 votos. K. Subbarayan fue reelegido en la circunscripción de Tiruppur con el 41,38% de los votos y V. Selvaraj fue elegido en la circunscripción de Nagapattinam con el 47,79% de los votos.
En Bengala Occidental, el CPI obtuvo el 0,22% de los votos, o 131.744 votos.
En Andhra Pradesh, el CPI obtuvo el 0,03% de los votos, es decir 131.744 votos.
En Assam, el CPI obtuvo el 0,10% de los votos, es decir, 19.562 votos.
En Bihar, el CPI obtuvo el 1,30% de los votos, es decir, 567.851 votos. El CPI intentaba recuperar la circunscripción de Begusarai, pero lamentablemente quedó en segundo lugar con el 43,86% de los votos.
En Chhattisgarh, el CPI obtuvo el 0,24% de los votos, o 35.850 votos.
En Maharashtra, el CPI obtuvo el 0,01% de los votos, o 6.627 votos.
En Odisha, el CPI obtuvo el 0,03% de los votos, es decir, 8.112 votos.
Otros partidos comunistas ganan 2,5 millones de votos
El Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista) Liberación entra en la Lok Sabha con dos escaños ganados en Bihar. Ganó las circunscripciones de Arrah (48,28%) y Karakat (36,89%).
A escala nacional, el CPI(ML)L presentó cuatro candidatos (tres en Bihar y uno en Jharkhand) y obtuvo 1.736.771 votos (0,27% a escala nacional). El CPI(ML)L obtuvo 1,025 millones de votos en estas elecciones.
El All India Forward Bloc (AIFB), con 9 candidatos, obtuvo 289.941 votos (0,04% a nivel nacional). El AIFB perdió 35.566 votos respecto a 2019.
El Partido Socialista Revolucionario (RSP) presentó tres candidatos, dos en alianza con el Frente de Izquierda en Bengala y uno en Kerala, en alianza con el Congreso indio y en oposición al Frente de Izquierda. En Kerala, N.K. Premachandran fue reelegido en la circunscripción de Kollam con el 48,45% de los votos, superando a su rival del Partido Comunista de la India (Marxista), Mukesh Madhavan (32,03%). En total, el PSR obtuvo 537.554 votos (-172.131).
¿Qué perspectivas tienen los partidos comunistas tras estas elecciones?
Aunque el Partido Comunista de la India (PCI) y el Partido Comunista de la India (Marxista) mantienen vínculos políticos dentro del Frente de Izquierda, la cuestión de la unificación de ambos partidos surge con frecuencia. El problema del FL es su aislamiento en India. Sólo existe en Kerala, donde está en el poder, en Bengala Occidental, donde se está reconstruyendo, en Tamil Nadu, donde es socio de MK Stalin, en Tripura, donde se juega su supervivencia política, y tiene bases locales más o menos fuertes en otros estados como Rajastán, donde ha ganado un diputado. En estos Estados, a menudo fueron las luchas campesinas las que permitieron al PCI(M) ganar escaños. Sin embargo, estados enteros ya no votaban comunista.
La aparición del Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista) Liberación en Bihar es una excelente noticia, porque en el antiguo cinturón rojo del Indostán, los partidos comunistas habían desaparecido del juego electoral. Bihar se ha convertido de nuevo en un terreno fértil para el desarrollo de los partidos comunistas. La combinación de importantes luchas campesinas y obreras con la formación de frentes políticos contra el BJP ha creado una dinámica para los comunistas. El PCI(ML)L es la fuerza motriz de este renacimiento. Queda por ver si puede plantearse un acercamiento orgánico entre el PCI(ML)L y el Frente de Izquierda.
En realidad, el RSP y el AIFB tienen poco futuro. En alianza con el FL o en solitario, ya no pueden ganar escaños en la Lok Sabha ni en los parlamentos regionales. El RSP sólo debe su supervivencia política al Congreso indio de Kerala.
En términos prácticos, el reto para los partidos comunistas de la India es múltiple:
1- Renovar el liderazgo e incorporar a los jóvenes a la dirección. Aunque esta labor está en marcha en el PCI(M), aún no está lo suficientemente avanzada como para crear una dinámica.
2- Reforzar las luchas sociales, en particular entre los agricultores, frente a la agenda neoliberal del BJP. Allí donde el AIKS es capaz de ganar luchas, el PCI(M) sale reforzado. La ruralidad es la principal fuerza de los partidos comunistas en la India.
3- Salir de la marginación en muchos estados para reconstruir el voto comunista en toda la India.
4- Consolidar el poder del LDF en Kerala y la alianza con el DMK de Stalin en Tamil Nadu.
II. El CPI(ML) Liberation son maoístas que ya incluso antes de la escabechina de naxalitas en Bengala se reorientaron hacia la actividad «legal» -o, al menos, «doble». La entrada de Wikipedia en inglés, por lo que conozco del grupo, es bastante fidedigna: https://en.wikipedia.org/wiki/
El RSP es un residuo de los tiempos de la lucha por la independencia y el curioso «marxismo anushilano», vinculado a Bose a finales de los 30, y aún antes al CSP de Narayan, el socialista que más tarde se volvió gandhiano del que os he hablado en más de una ocasión. Si siguen existiendo es porque forman parte de algún Frente de Izquierdas, aunque en Kerala estuvieron con el Congress. https://en.wikipedia.org/wiki/
Un retrato inmisericorde de la política exterior estadounidense en Palestina. https://electronicintifada.
Sin timón, incompetentes y cómplices
Omar Karmi La Intifada Electrónica 1 de junio de 2024
Yuri GripasCNP
Pocas cosas ilustran mejor la diplomacia de Washington sobre el genocidio de Israel en Gaza que el muelle temporal que el ejército estadounidense construyó a un gran coste para llevar ayuda a los 2,3 millones de personas del territorio que sufren una hambruna provocada que se acerca a niveles catastróficos.
Anunciado a principios de marzo -y siempre una idea ridícula cuando Estados Unidos podría haberse limitado a insistir en que Israel mantuviera abiertos los pasos fronterizos terrestres, ahorrándose los 320 millones de dólares que costó su construcción-, el muelle entró finalmente en funcionamiento el 17 de mayo.
Durante sus primeros cinco días, no se distribuyó ninguna ayuda que llegara allí.
Después, las altas olas arrastraron algunos de los barcos destinados a entregar la ayuda, causando más trastornos.
Por último, el propio muelle se rompió el 28 de mayo, sólo 11 días después de que se considerara operativo. Toda la estructura será desmontada y trasladada al puerto de Ashdod para su reparación.
Costoso y ejecutado de forma incompetente, el muelle fue el resultado directo de la marcada falta de voluntad de Washington para enfrentarse directamente a Israel por sus flagrantes restricciones a la ayuda a Gaza. Médicos Sin Fronteras afirma que esas restricciones han reducido prácticamente a la nada el suministro de ayuda humanitaria después de que el ejército israelí se hiciera con el control de la frontera de Gaza con Egipto a principios de mayo.
Y la última propuesta de alto el fuego de la administración ya va por el mismo camino que la anterior, y simplemente fracasará a menos que Estados Unidos esté dispuesto a darle fuerza con sanciones y un embargo de armas.
Esto parece muy poco probable, dada la tímida actitud de la administración estadounidense y su total apoyo a la violencia genocida de Israel en Gaza hasta la fecha.
Callejón sin salida saudí
La cobardía diplomática es sólo una cara de la moneda. El constante disimulo de los portavoces estadounidenses para encubrir los numerosos y obvios crímenes de guerra de Israel en Gaza y Cisjordania -a pesar de que es inconcebible que Washington no sepa exactamente lo que está ocurriendo sobre el terreno- ha dejado claro que la administración Biden es cómplice voluntaria de las acciones de Israel.
El muelle no es el único ejemplo de la incapacidad de Washington para hacer lo obvio.
Por segunda vez en el espacio de un mes, los intentos de Estados Unidos de reactivar un acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel fracasaron ante la negativa de Israel a aceptar siquiera la idea de un Estado palestino.
A pesar de los titulares que acompañaron a las visitas del consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, a Riad y Tel Aviv a mediados de mayo, en los que se sugería que el acuerdo estaba cerca, en realidad parece estar tan lejos como cuando el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, hizo su abyecta propuesta a principios de mayo.
El propio Sullivan casi lo admitió, al decir a los periodistas en Washington que Arabia Saudí había dejado claro «lo que es posible si Israel avanza por ese camino [de los dos Estados]».
Israel ha dejado claro que no tiene esa intención.
De todos modos, Estados Unidos intentó seducir a Riad. Los informes sugieren que Washington está dispuesto a levantar su prohibición de venta de armas ofensivas a Arabia Saudí, un giro de 180 grados en su política sobre un país al que el presidente estadounidense, Joe Biden, cuando estaba en campaña, prometió tratar como un «paria» tras el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en 2018.
Pero Riad ha parecido impermeable a tales intentos de soborno. De hecho, si acaso, la posición saudí se ha endurecido, denunciando sin ambages el bombardeo israelí contra los desplazados refugiados en tiendas de campaña en Rafah el 26 de mayo y exigiendo el fin de las «continuas masacres genocidas» de Israel en Gaza.
No sólo eso, tanto los EAU -que ya han comenzado a abastecerse de material militar de China tras impacientarse por la promesa incumplida de aviones de combate F-35 de fabricación estadounidense como recompensa por su acuerdo de normalización con Israel para 2020- como Arabia Saudí están fomentando lazos más estrechos con Pekín.
China desempeñó un papel decisivo en la mediación para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán en 2023.
Sin líneas rojas
El acuerdo entre Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel pretende abiertamente adelantarse al creciente papel de China en la región, como parte de una rivalidad global y creciente entre superpotencias que se está intensificando y a la que Washington ha dedicado cada vez más recursos en los últimos años.
Pero la imprudente devoción de Washington por Israel y su incapacidad para doblegar a este país está haciendo que las miradas se vuelvan hacia China.
Israel ha hecho caso omiso en repetidas ocasiones de las indicaciones de Estados Unidos sobre su asalto a Gaza desde diciembre, cuando Estados Unidos dijo que quería que Israel redujera su asalto a mediados de enero.
Estados Unidos se ha opuesto a la creación de una zona tampón en Gaza, pero no ha surtido efecto.
En marzo, Estados Unidos se abstuvo cuando el Consejo de Seguridad de la ONU votó a favor de exigir un alto el fuego inmediato, normalmente una señal que un aliado de Estados Unidos se tomaría en serio.
Israel siguió adelante a pesar de todo.
Y consta que Biden dijo que si se producía una invasión de Rafah suspendería los suministros de armas a Israel, una amenaza que también fue ignorada y que dio lugar a la interrupción temporal de un único envío de municiones.
Una semana después, y tras el inicio de la operación israelí de Rafah, la administración estadounidense anunció su intención de entregar otros 1.000 millones de dólares en nuevas armas a Israel.
La verdad es que no hay líneas rojas.
El propio Sullivan lo dijo cuando declaró a los periodistas el 22 de mayo que había transmitido a Israel la «posición clara» de Biden.
¿Cuál es?
«No hay una fórmula matemática. Lo que vamos a ver es si hay mucha muerte y destrucción en esta operación o si es más precisa y proporcional. Y veremos cómo se desarrolla».
Hasta aquí la claridad.
Aunque había suficiente claridad en cuanto a que Estados Unidos no consideraba que las 46 personas muertas en las tiendas de campaña en las que se refugiaban el domingo por la noche -con bombas de fabricación estadounidense– cumplieran esta fórmula no matemática de «mucha muerte y destrucción», como dejó claro el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, el 28 de mayo.
El vuelco
Mover constantemente los propios postes de la portería no da buena imagen a una superpotencia, porque la hace parecer irresponsable.
Pero es sólo una parte de la razón por la que los países de la región se están volviendo hacia China, donde la semana pasada Pekín recibió a dirigentes árabes para mantener conversaciones comerciales (y donde el Presidente Xi Jinping ha pedido la creación de un Estado palestino independiente y ha prometido más ayuda para Gaza y más financiación para la UNRWA).
La diplomacia de Washington sobre Gaza también es rehén de una narrativa política interna sobre Palestina que lleva mucho tiempo divorciada de la realidad y la razón, y que ha desaparecido por completo de la madriguera del conejo en los últimos ocho meses.
El apoyo estadounidense a Israel ha pasado del interés estratégico «normal» al reino del fervor devocional, o «admonición bíblica» en palabras de Mike Johnson, presidente republicano de la Cámara de Representantes.
De ahí la reacción al anuncio del fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Karim Khan, de que solicita órdenes de detención contra Netanyahu y el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, así como contra tres dirigentes de Hamás, por crímenes de guerra.
El senador republicano Tom Cotton calificó a la CPI de «farsa». La representante demócrata Debbie Wasserman Shultz concluyó que el anuncio mostraba el «enorme fracaso moral» del tribunal.
El secretario de Estado Blinken sugirió que trabajaría con los representantes republicanos para imponer sanciones, no contra las personas acusadas de crímenes de guerra, sino contra la CPI (aunque la administración ha hecho saber desde entonces que no apoyaría un proyecto de ley de este tipo).
E incluso antes del anuncio, 12 senadores republicanos habían amenazado con imponer sanciones – «atacad a Israel y os atacaremos a vosotros»- contra los fiscales de la CPI y sus familias.
Añádase la retórica desquiciada de algunos políticos estadounidenses, como la del congresista por Michigan Tim Walberg, antiguo pastor nada menos, que en marzo instó efectivamente a Israel a bombardear Gaza, diciendo que «debería ser como Nagasaki e Hiroshima» para «acabar rápido».
O las payasadas de la antigua aspirante republicana a la presidencia Nikki Haley, que esta semana pasó un tiempo en Israel firmando misiles destinados a Gaza.
Todo ello se combina con unas elecciones en noviembre que enfrentan a un presidente en funciones cuyas capacidades cognitivas son motivo de preocupación desde hace tiempo con un aspirante que ahora es un delincuente convicto.
Y resulta fácil ver por qué los países de la región ya no pueden mirar a Estados Unidos como un «actor responsable».
En el caótico y turbio mundo de las criptomonedas, se habla mucho del flippening, el momento en que la segunda mayor criptomoneda, Ethereum, supere a Bitcoin en una serie de medidas, como la capitalización de mercado y el sentimiento.
Algo similar parece estar ocurriendo ahora a nivel geopolítico, ya que China -cuya economía se prevé que supere a la de Estados Unidos en un plazo de entre cinco y treinta años, «cuando», no si- se está convirtiendo en un socio estratégico cada vez más atractivo para los países que buscan claridad y coherencia diplomática.
Intervenciones hasta ahora
La diplomacia sin rumbo de Washington no muestra signos de encontrar una dirección a corto plazo, a pesar de la última táctica de alto el fuego de Biden.
Mientras Estados Unidos no esté dispuesto a responsabilizar seriamente a Israel, tendrá poca influencia sobre Netanyahu y su gabinete de guerra.
Los portavoces de la Administración siguen ocupados analizando si los ultrajes más recientes de Israel cruzan la «clara posición» de la Casa Blanca de «mucha muerte y destrucción».
Tal vez la claridad podría amanecer con una rápida mirada retrospectiva a lo que Estados Unidos ha apoyado en los últimos ocho meses:
Israel ha dañado o destruido más del 70% de las viviendas deGaza.
- Israel ha dañado o destruido más del 80% de las escuelas.
- Israel ha dañado o destruido todas las universidades o institutos de enseñanza superior de Gaza.
- Israel ha arrasado «vastas zonas» de tierras agrícolas y huertos.
De los 36 hospitales de Gaza, sólo cuatro siguen operativos.
- Israel ha destruido más de 500 mezquitas y ha reducido a escombros tres iglesias.
- Israel ha cortado intencionadamente el suministro de alimentos, agua, electricidad y combustible a Gaza.
- Los 2,3 millones de habitantes de Gaza están sufriendo una hambruna provocada y niveles catastróficos
de hambre.
- Israel ha desplazado por la fuerza a 1,7 millones de personas en Gaza, muchas de ellas en repetidas ocasiones.
- Sin acceso a agua potable y obligados a vivir en condiciones de hacinamiento, los índices de enfermedades infecciosas se están disparando, y el 90% de los niños menores de cinco años de Rafah están infectados con una o más enfermedades.
Israel ha matado al menos a 266 trabajadores humanitarios.
- Ha matado a más de 700 trabajadores sanitarios.
- Israel ha convertido Gaza en el lugar más mortífero del mundo para ser periodista, trabajador humanitario o niño.
- En total, Israel ha matado o herido a casi 120.000 personas, y es probable que la cifra real sea mucho mayor.
Esto es lo que apoya Washington. Y aunque los funcionarios estadounidenses todavía no han encontrado una «fórmula matemática» para sumar dos más dos, otros tienen menos problemas con el álgebra:
https://x.com/LemkinInstitute/
https://x.com/LemkinInstitute/
La cuestión no es la complicidad con el genocidio de Israel. La cuestión es, dada la complicidad de Estados Unidos, ¿concluirán simplemente los funcionarios de la administración que están «tan metidos en la sangre» que no tiene sentido cambiar de rumbo?
¿O llegará un punto de inflexión en el que Estados Unidos se dé cuenta finalmente de que para frenar a su aliado genocida debe ejercer una presión real y estar preparado para seguir con consecuencias reales?
En ese caso, ¿qué nuevos horrores se producirán?
Omar Karmi es editor asociado de The Electronic Intifada y antiguo corresponsal en Jerusalén y Washington DC del diario The National.
5. Extensión del conflicto Rusia-Ucrania a África
Ucrania está intentando contrarrestar la creciente influencia de Rusia en África y acaba de abrir allí diez embajadas, y planea otras diez. Y se une a Francia en la organización de un bloque militar alternativo en ese continente: antiruso y antichino. Lavrov, por su parte, acaba de visitar Guinea. https://libya360.wordpress.
Francia y Ucrania organizan un bloque militar en países africanos
Unted World Internacional
El Presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, anunció recientemente la apertura de embajadas en 10 países africanos. Esto se presenta como una consecuencia de su trabajo a largo plazo para construir una «relación estratégica» con África. Hace un año, Dmitry Kuleba realizó una gira por África. Durante mayo y junio visitó Marruecos, Mozambique, Ruanda, Etiopía y otros países. Al parecer, su viaje dio frutos, ya que varios países aceptaron acoger a diplomáticos ucranianos.
Encubrir con el Grain Deal
Cabe destacar que el interés de Kiev por el continente aumentó considerablemente en el punto álgido del conflicto con Rusia. Los políticos ucranianos y occidentales lo atribuyeron en gran medida al hecho de que Kiev necesita reforzar sus relaciones con África para seguir suministrando alimentos al continente a través del Mar Negro si Rusia rechaza el Acuerdo sobre los cereales. El verano pasado, Rusia se retiró de la iniciativa, alegando que Occidente no estaba cumpliendo los términos del acuerdo. Tras esto, Ucrania decidió enviar grano por rutas alternativas, pero acabó en Europa y se vendió a precios especulativos. Entonces, agricultores de muchos países europeos, como Rumanía, Polonia, Francia y Bélgica, salieron a la calle a protestar para frenar la importación de productos agrícolas ucranianos.
Ucrania ya exporta oficialmente grano por los ríos y las costas de Rumanía y Bulgaria, donde los barcos cerealeros van acompañados por buques de guerra de ambos países. El representante especial de Ucrania para Oriente Próximo y África, Maxim Subh, declaró que Kiev está suministrando 250.000 toneladas de grano a Sudán, que se encuentra en una situación desesperada debido a la guerra civil. En este contexto, son interesantes las declaraciones de que unidades especiales de la Dirección Principal de Inteligencia ucraniana fueron enviadas a Jartum para ayudar a las Fuerzas Armadas a resistir a los rebeldes de las Fuerzas de Apoyo Rápido y del Grupo Wagner que supuestamente les ayudan.
Los ucranianos llevan mucho tiempo en África
Esta noticia causó indignación no sólo en los medios de comunicación africanos, sino también en los turcos, ya que Sudán es una zona de intereses turcos. Ankara mantiene estrechas relaciones comerciales y estratégicas con Jartum. En 2017, Erdogan firmó un acuerdo con el gobierno sudanés para arrendar la isla de Suakin a Turquía durante 99 años, que sigue vigente. El puerto de Suakin da al mar Rojo y es una esfera de intereses directos de los estadounidenses. En 2022, la administración Biden publicó una nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en la que se afirma explícitamente que el Mar Rojo es un objeto de interés nacional estadounidense.
Sin embargo, a través de los canales oficiales, en el contexto de la guerra con Rusia, Ucrania ha conseguido poco en dos años y medio. El único resultado concreto fue la invitación de Zelensky al presidente sudafricano Cyril Ramaphosa para unirse a las negociaciones sobre la «fórmula de paz» de Ucrania. Sin embargo, Pretoria se mantiene neutral en este asunto y no toma partido. El ministro de Asuntos Exteriores del país, Naledi Pandor, sugirió que los dirigentes ucranianos implicaran a Rusia en la discusión de la «fórmula de paz», pero el gobierno de Zelensky simplemente no respondió a esta propuesta.
El pasado mes de junio, los países africanos publicaron su plan de paz para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania, que incluía lograr una paz negociada, garantías de seguridad, asegurar la soberanía de los Estados de acuerdo con la Carta de la ONU, garantizar la circulación de cereales y fertilizantes entre ambos países y una relación más estrecha con África. En muchos aspectos, el plan de África coincidía con el plan de paz de China. Xi Jinping, en una conversación con Cyril Ramaphosa, apoyó la idea de que los países africanos enviaran delegaciones diplomáticas a Rusia y Ucrania.
Éxitos diplomáticos de Rusia y actividades en la sombra de Ucrania en África
En julio de 2023 se celebró en Moscú una cumbre Rusia-África, a la que asistieron los jefes de Estado de Sudáfrica, Egipto, Argelia, Egipto, los nuevos gobiernos de Mali y Burkina Faso y muchos otros dirigentes. En su discurso, Putin se refirió a las especulaciones de Ucrania y Occidente sobre el tema de los cereales. Sólo el 3% del grano exportado desde Ucrania llega a los puertos africanos, dijo entonces el Presidente ruso. Por razones diplomáticas, los dirigentes de los países dejaron estos datos sin comentar, pero el éxito de esta cumbre puede juzgarse por el desarrollo de las relaciones de Moscú con los países africanos.
Por ejemplo, Sudáfrica es uno de los socios tradicionales y más importantes de Rusia. Desde el inicio de la Operación Militar Especial, Sudáfrica no se ha sumado a las sanciones occidentales contra Rusia y no ha suministrado a Kiev armas ni equipo militar. También en 2023, el país, junto con tropas rusas y chinas, realizó ejercicios militares en el océano Índico, lo que causó preocupación en los países occidentales. Además, Sudáfrica coopera con Rusia y otros países en el marco de los BRICS, lo que afecta al éxito del Estado africano en la economía.
Muchos países africanos, en su mayoría libres de la influencia occidental, cooperan o son amistosos con Rusia. El ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmitry Kuleba, habló de ello con insatisfacción durante su primera gira africana en 2022. Dijo que durante su viaje a Senegal, los funcionarios le dijeron que Rusia no está en guerra con Ucrania, sino con los países occidentales, y que rusos y ucranianos son un solo pueblo.
Una de las tareas de Kuleba en aquel momento no era sólo establecer relaciones diplomáticas con países africanos, por los que Ucrania no había mostrado ningún interés décadas antes. Fue a partir de Senegal cuando comenzaron los intentos de Kiev de reclutar africanos para ayudar a su ejército en 2022. En Senegal, 36 candidatos se han inscrito para unirse a las tropas de las Fuerzas Armadas ucranianas. Cuando Dakar tuvo conocimiento de ello, Yuriy Pivovarov, embajador de Ucrania en Senegal, fue invitado inmediatamente al Ministerio de Asuntos Exteriores, donde confirmó la existencia del llamamiento. Las autoridades senegalesas pidieron que se detuviera inmediatamente todo procedimiento de reclutamiento de hombres en territorio senegalés.
Embajadas ucranianas e intereses franceses
Ucrania ya tenía embajadas en Senegal, así como en Argelia, Angola, Etiopía, Egipto, Kenia, Libia, Marruecos, Nigeria, Sudáfrica y Túnez. El Representante Especial de Ucrania para Oriente Próximo y África, Maxim Subh, inauguró oficialmente nuevas embajadas en Costa de Marfil, Ghana, Ruanda, Botsuana, Mozambique, República Democrática del Congo, Sudán, Tanzania, Mauritania y Camerún. Zelensky considera la apertura de misiones diplomáticas su segundo éxito africano, tras una cumbre conjunta con representantes de Sudáfrica el año pasado.
Cabe destacar que una de las primeras embajadas se abrió en Costa de Marfil, país conocido por su inquebrantable apoyo a la estrategia francesa. Según el politólogo Alaa Darduri, las embajadas ucranianas no están interesadas en establecer relaciones diplomáticas clásicas. El objetivo de Kiev es impedir la influencia de Moscú en África. «No es ningún secreto que Kiev, al igual que Costa de Marfil, cuenta con el apoyo activo de Francia. Esta es una de las principales razones por las que Kiev eligió este país como base para desarrollar su presencia. Es la estrategia de Occidente para formar un bloque antirruso y antichino en África», afirma el experto.
Después de que Ucrania abriera una embajada en Costa de Marfil, apareció en las redes sociales un documento sobre el reclutamiento de mercenarios entre los residentes del país para unirse al ejército ucraniano. El 24 de mayo, Vladimir Zelensky y el presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, hablaron de la próxima cumbre de paz y de la posible participación de los marfileños en la operación militar en Ucrania. Ante las duras críticas recibidas, la embajada ucraniana intentó desmentir esta información y publicó un comunicado en el que negaba su responsabilidad en el incidente y acusaba indirectamente a Rusia de provocación.
Kiev planea abrir 20 embajadas en África en total, es decir, otras 10 misiones diplomáticas deberían aparecer en el continente. Según otro analista político, Cassi Kouadio, Ucrania pretende hacer de Costa de Marfil la principal plataforma para desplegar su influencia estratégica en África Occidental. Los intentos de Ucrania de implicar a los africanos en el conflicto ruso-ucraniano se corresponden perfectamente con la estrategia de los países occidentales. Anteriormente, Emmanuel Macron ha declarado en repetidas ocasiones que no se puede descartar nada en relación con la cuestión del envío de personal militar extranjero a Kiev.
¿Quién, además de África, podría sufrir?
La apertura de embajadas en países como Costa de Marfil y Mauritania, enclaves franceses en África Occidental, podría ser una señal de los intentos de Francia de volver al continente tras el fiasco del año pasado. Y el objetivo no es sólo impedir que Rusia refuerce su posición en el continente y utilice a los africanos como carne de cañón en el conflicto ruso-ucraniano. El regreso de Francia es una amenaza para las relaciones estables y productivas de África con socios tradicionales como Türkiye.
Türkiye tiene un fuerte arraigo en África y está desarrollando asociaciones y relaciones comerciales de igual a igual con los países del continente. Arriba figuraba un ejemplo de cooperación entre Türkiye y Sudán. Pero con Etiopía, por ejemplo, donde recientemente se abrió la embajada ucraniana, Türkiye firmó acuerdos militares en 2021. Hubo informes de que Etiopía compró drones Bayraktar-TB2 y ANKA-S de Türkiye. En general, Türkiye está tratando de construir relaciones respetuosas, especialmente con los países de África Occidental y Septentrional, donde Francia no abandona los intentos de reforzar sus ambiciones neocoloniales.
Los líderes africanos también lo entienden y ya no pretenden ser peones en la partida de ajedrez de otros y poner en peligro la vida de los africanos. Países como Turquía y Rusia han demostrado ser socios fiables que cumplen sus promesas. En cambio, Francia, cuyos intereses se guían por Ucrania, lo más probable es que, a cambio de la ayuda de París en el suministro de armas y el envío de instructores de la OTAN a las filas de las Fuerzas Armadas de Ucrania, pretenda seguir explotando los recursos y los pueblos de África. Por ello, los países del continente prefieren las asociaciones mutuamente beneficiosas a las promesas vacías y las presiones de Francia.
6. Guerra mundial y multipolaridad
Espero que se equivoque, pero, según Pepe Escobar, el imperialismo estadounidense piensa en desencadenar una guerra mundial para acabar con la «amenaza» de un mundo multipolar. Este tema, el de la multipolaridad, será el tema de discusión en la reunión del Foro Económico de San Petersburgo, donde iba Scott Ritter cuando lo sacaron del avión. https://thecradle.co/articles/
Apoyar el genocidio para frenar la multipolaridad
El Hegemón está calculando una guerra mundial para detener la multipolaridad. Apoya el genocidio de Israel en Gaza como un mal necesario para ganar con fuerza en Asia Occidental, pensando a quién le va a importar una vez que la guerra se haga global.
Pepe Escobar 5 DE JUNIO DE 2024
Esta semana se celebra el Foro Económico de San Petersburgo (SPIEF). Es una de las reuniones anuales más importantes de Eurasia. El tema general en 2024 es la «multipolaridad», muy apropiado teniendo en cuenta que este es el año de la presidencia rusa de los BRICS. La cumbre de los BRICS del próximo octubre en Kazán será crucial para trazar los contornos de la hoja de ruta hacia la multipolaridad en el futuro.
Ahí está el problema. Lo que nos lleva a la que podría ser la cuestión clave a la que se enfrenta la Mayoría Global: ¿Cómo podemos permitirnos soñar con la multipolaridad cuando estamos sumidos en Lo Impensable, reducidos al papel de meros espectadores, viendo un genocidio retransmitido 24/7 en todos los smartphones del planeta?
La Corte Internacional de Justicia (CIJ), abiertamente imperfecta, al menos ordenó a los genocidas bíblicos que dejaran de bombardear Rafah. ¿La respuesta de Israel? Bombardearon Rafah. Peor aún, quemaron vivos a niños en tiendas de refugiados. Con misiles estadounidenses.
Y el genocidio continuará al menos hasta finales de este año multipolar, como alardea la inteligencia israelí. La Mayoría Global al menos ve claramente cómo funciona el «orden internacional basado en reglas». Sin embargo, eso no es un gran consuelo.
La orden de la CIJ de poner fin a la matanza de Rafah, más el impulso de la CPI de solicitar órdenes de detención contra altos dirigentes israelíes por crímenes de guerra en serie en Gaza, como era de esperar, provocó un frenesí histérico en el combo Israel-EE.UU. unido por la cadera.
El meollo de la cuestión concierne a los verdaderos amos y gestores del Imperio del Caos y el Saqueo, mucho más que a sus humildes emisarios. Los amos no pueden permitir que ninguna institución afloje su control sobre la narrativa oficial.
La narrativa oficial es que «no hay genocidio en Gaza» y que no se han traspasado las «líneas rojas». Este es el dictado oficial del Occidente colectivo. No se permiten infracciones. Llegarán a extremos inconstitucionales para imponer un control narrativo total, con una férrea operación de relaciones públicas para envolver a todo el planeta en capa tras capa de estupor propagandístico.
Contradiciendo ligeramente a Mao Zedong, el poder real no proviene del cañón de una pistola (o de un misil nuclear hipersónico); proviene del control narrativo, o lo que solíamos llamar «poder blando». La diferencia ahora es que el Hegemón ya no controla el poder blando. La Mayoría Global está perfeccionando, en tiempo real, sus propios contragolpes de poder blando.
Una sociedad sistemáticamente sociopática
Los controladores de la narrativa aún pueden borrar hechos clave de la opinión pública occidental, por ejemplo, sobre la limpieza étnica. Los árabes cristianos han sido objeto de una limpieza étnica sistemática en Palestina. A principios de la década de 1950, Belén tenía un 86% de cristianos, cifra que desde entonces se ha desplomado a un triste 12% en la actualidad. Los psicópatas bíblicos construyeron un muro alrededor de Belén, anexionaron tierras en beneficio de colonos judíos armados y limpiaron étnicamente a los cristianos.
Los estudios serios sobre el hiperetnocentrismo o el carácter sistémicamente sociópata de la sociedad israelí no ofrecen mucho consuelo cuando se trata de detener un genocidio.
Porque la herida es mucho más profunda. Alastair Crooke, antiguo diplomático con amplia experiencia sobre el terreno, no tiene parangón entre los occidentales cuando se trata de comprender los entresijos de Asia Occidental.
En sus columnas y podcasts, aborda la principal herida que ha dejado al descubierto la guerra/genocidio de Gaza: el cisma, en el corazón de Occidente, entre un «proyecto de ingeniería social antiliberal» que se hace pasar por liberalismo y un proyecto para «recuperar los valores ‘eternos’ (por imperfectos que sean) que una vez estuvieron detrás de la civilización europea».
Para agravar el problema, las estructuras de poder de Estados Unidos e Israel están unidas por la cadera. Y funcionan bajo una especie de lógica complementaria. Mientras que la versión israelí del saqueo está encarnada en el colonialismo de colonos, el Hegemón -como explicó brillantemente Michael Hudson- ha estado en una orgía de colonialismo financiarizado de búsqueda de rentas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Y lo que Michael Hudson califica como el tinglado FIRE (finanzas-seguros-bienes raíces) se ha calcificado, como señala Alastair, en «un marco permanente para el sistema político y geopolítico occidental».
Por lo tanto, no es de extrañar que la Mayoría Global vea instintivamente el combo Israel-EE.UU. -que lleva diferentes formas de explotación/explotación hasta el genocidio- como el epítome del colonialismo, ahora «suavizado» por una operación de control narrativo en un «orden internacional basado en reglas» sin sentido.
Tampoco es de extrañar que el genocidio de Gaza haya desencadenado una renovada ola anticolonial en toda la Mayoría Global.
Aun así, no es suficiente. Nadie está deteniendo realmente el genocidio. Eso sólo sería posible en la práctica infligiendo una devastadora derrota militar a Israel, con los vencedores dictando los términos de la capitulación. Eso no es factible -al menos no todavía- y contribuye a que los psicópatas bíblicos crean que pueden salirse con la suya.
Un nuevo horizonte de sacrificios humanos
Andrea Zhok es profesor de Filosofía Ética en la Universidad de Milán y uno de los intelectuales italianos independientes más destacados. Zhok nos adentra en el callejón sin salida -apropiadamente trágico- que ahora contempla el Occidente colectivo.
Occidente bajo el Hegemón, dice, sólo tenía un Plan A. No había Plan B. Eso implica que Occidente seguirá aplicando todas las formas de Divide y vencerás contra las principales potencias euroasiáticas: Rusia, China e Irán. Zhok señala, correctamente, que India está sustancialmente bajo control.
Ese es el escenario de encrucijada en el que nos encontramos ahora mismo. De cara al futuro, se trata de una guerra caliente abierta o de una serie de guerras híbridas entre las grandes potencias y sus vasallos: esencialmente, la Tercera Guerra Mundial.
Zhok muestra cómo Occidente, bajo el Hegemón, está ahora obsesionado con crear «heridas sistémicas» capaces de una destrucción cíclica. Para abrir estas «heridas» existen dos procedimientos principales: la guerra y las pandemias.
Sostiene que sólo «un nuevo horizonte de sacrificio humano» es capaz de permitir que la «Verdad Última» de Occidente siga en pie sobre sus pies de barro.
De hecho, es este «nuevo horizonte de sacrificios humanos» el que está condicionando la falta de respuesta -o peor aún, la legitimación- de Occidente ante el genocidio de Gaza. Y eso está corroyendo inexorablemente la psique europea desde dentro. Lo que antes se llamaba civilización europea -ahora completamente vasallada por el Hegemón- puede que no se cure nunca del cáncer.
Por si estas pruebas y tribulaciones no fueran suficientes, mensajeros irracionales -bajo órdenes- se ocupan de acercarnos día tras día a una guerra nuclear.
Y algunos funcionarios de bajo rango incluso lo admiten, a bocajarro.
Todo está aquí, en una conversación entre el juez Andrew Napolitano y los analistas Larry Johnson y Ray McGovern, durante la cual el primero se refiere a un correo electrónico que recibió de una fuente militar/inteligente. Esto es lo que le dijo la fuente: Hoy he escuchado una extensa entrevista con un ex oficial de inteligencia de las FDI. Su postura era clara: «Estamos-dijo-apuntando hacia una guerra mundial» (la cursiva es mía). Israel, por tanto, no debería dejar de aplicar algunas de las medidas más radicales porque sus acciones se medirán retroactivamente en el contexto del brutal conflicto mundial que se avecina.
Esto debería verse como la explicación última de la escalada frenética sin fin de los Hegemón/vasallos en el frente entrelazado de las Guerras de Forever, desde Gaza hasta Novorossiya.
Esto incluye el genocidio, y sus ramificaciones, como la estafa de los 320 millones de dólares de la «ayuda» a los embarcaderos, que ahora se ha convertido en chatarra en la costa de Gaza, lo que lo convierte de nuevo en genocidio, ya que la estratagema de expulsar o enviar a los palestinos al extranjero ha fracasado estrepitosamente.
«Apuntando hacia una guerra mundial» deja todo tan claro quién dirige realmente el espectáculo. Y todo el mundo multipolar sigue siendo rehén.
Observación de José Luis Martín Ramos:
Es un vaticinio, que no argumenta de manera concreta. Es obvio que estamos en una nueva guerra fría, con la diferencia de que ahora uno de los puntos calientes está en el centro de Europa; el riesgo de que ese punto se convierta en un frente militar abierto existe, no se ha de minimizar, pero no se ha de dar por descontado el desenlace inmediato. Eso podría formar parte -dar por descontada la tercera guerra mundial, ya- de la narrativa, del “ poder blando”. Entre el riesgo y la caída hay un camino, en el que se ha de actuar. La opinión occidental no es tan unánime como lo presenta sobre la cuestión de Palestina, sobre la que tampoco hay unanimidad en el campo de los BRICS. Sectores imperialistas están soñando con la guerra, pero los gobiernos no, al manos no todavía. Lo que si puede pasar es la multiplicación de puntos cañientes, la nueva forma de “guerra mundial” en la era nuclear
7. Cambio de tendencia
Ramzy Baroud argumenta que se está produciendo un cambio en el discurso incluso entre las clases dirigentes proisraelíes. La solidaridad mundial y la resistencia del pueblo palestino lo están consiguiendo. https://znetwork.org/
El fin de una era: Lo que el cambiante discurso sobre Palestina nos enseña sobre el futuro de Israel
Por Ramzy Baroud 5 de junio de 2024 Fuente: Publicado originalmente por Z.
Si se hubiera argumentado que un alto cargo del gobierno español declararía algún día que «del río al mar, Palestina sería libre», la sugerencia en sí habría parecido ridícula.
Pero así es precisamente como Yolanda Díaz, Vicepresidenta del Gobierno español, concluyó una declaración el 23 de mayo, pocos días antes de que España reconociera oficialmente a Palestina como Estado.
El reconocimiento español de Palestina, junto con el noruego y el irlandés, es lo más importante.
Europa Occidental se está poniendo por fin a la altura del resto del mundo en cuanto a la importancia de una posición internacional firme de apoyo al pueblo palestino y de rechazo a las prácticas genocidas de Israel en la Palestina ocupada.
Pero igualmente importante es el cambio del discurso político en relación con Palestina e Israel en Europa y en todo el mundo.
Casi inmediatamente después del inicio de la guerra israelí contra Gaza, algunos países europeos impusieron restricciones a las protestas propalestinas, algunos incluso prohibiendo la bandera palestina, que se percibía, con cierta lógica retorcida, como un símbolo antisemita.
Sin embargo, con el tiempo, la solidaridad sin precedentes con Israel al comienzo de la guerra se convirtió en un auténtico lastre político, jurídico y moral para los gobiernos occidentales proisraelíes.
Así comenzó un lento cambio que llevó a una transformación casi completa de la posición de algunos gobiernos y a un cambio parcial, aunque claro, del discurso político de otros.
La prohibición inicial de las protestas propalestinas fue imposible de mantener ante la ira de millones de ciudadanos europeos que pidieron a sus gobiernos que pusieran fin a su apoyo ciego a Tel Aviv.
El 30 de mayo, el mero hecho de que la cadena privada francesa TF1 recibiera al Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, provocó grandes protestas, aunque espontáneas, de ciudadanos franceses, que pidieron a sus medios de comunicación que negaran a los acusados de criminales de guerra la posibilidad de dirigirse al público.
El 31 de mayo, el gobierno francés decidió no invitar a las empresas militares israelíes a participar en una de las mayores exposiciones militares del mundo, Eurosatory, prevista del 17 al 21 de junio.
Incluso países como Canadá y Alemania, que apoyaron el genocidio israelí contra los palestinos hasta fases posteriores de los asesinatos masivos, empezaron a cambiar también su lenguaje.
El cambio de lenguaje también se está produciendo en el propio Israel y entre los intelectuales y periodistas proisraelíes de los principales medios de comunicación. En una columna muy leída, el escritor del New York Times Thomas Friedman atacó a Netanyahu a finales del pasado mes de marzo, acusándole de ser el «peor líder de la historia judía, no sólo de la historia israelí».
Desgranar la declaración de Friedman requiere otra columna, porque ese lenguaje sigue alimentando la ilusión persistente, al menos en la mente de Friedman, de que Israel sirve como representación, no de sus propios ciudadanos, sino del pueblo judío, pasado y presente.
En cuanto al lenguaje en Israel, se está fusionando en dos discursos principales y enfrentados: uno irracionalmente despiadado, representado por los ministros de extrema derecha Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, de hecho, por el propio Netanyahu; y otro, aunque igualmente militante y antipalestino, que es más pragmático.
Mientras que al primer grupo le gustaría ver a los palestinos masacrados en gran número o aniquilados mediante una bomba nuclear, el otro se da cuenta de que una opción militar, al menos por ahora, ya no es viable.
«El ejército israelí no tiene capacidad para ganar esta guerra contra Hamás y, desde luego, tampoco contra Hezbolá», declaró el general de división de la reserva del ejército israelí Yitzhak Brik en una entrevista concedida al diario israelí Maariv el 30 de mayo.
Brik, uno de los militares más respetados de Israel, no es más que uno de los muchos individuos que ahora repiten esencialmente la misma sabiduría.
Curiosamente, cuando el ministro israelí de Patrimonio, Amihai Eliyahu, sugirió la «opción» de lanzar una bomba nuclear sobre la Franja, sus palabras apestaban a desesperación, no a confianza.
Antes de la guerra, el discurso político israelí sobre Gaza giraba en torno a una terminología específica: «disuasión», representada en la ocasional guerra unilateral, a menudo denominada «cortar el césped» y «seguridad», entre otras.
Miles de millones de dólares han generado a lo largo de los años los especuladores de la guerra en Israel, Estados Unidos y otros países europeos, todo ello en nombre de mantener asediada y sometida a Gaza.
Ahora, este lenguaje ha quedado relegado en favor de un gran discurso preocupado por las guerras existenciales, el futuro del pueblo judío y el posible fin de Israel, si no del propio sionismo.
Si bien es cierto que Netanyahu teme que el fin de la guerra suponga un terrible colofón a su legado supuestamente triunfante como «protector» de Israel, hay algo más en la historia.
Si la guerra termina sin que Israel restablezca su supuesta disuasión y seguridad, se verá obligado a enfrentarse al hecho de que el pueblo palestino no puede ser relegado y que sus derechos no pueden pasarse por alto. Para Israel, tal constatación supondría el fin de su proyecto colonial de colonos, iniciado hace casi cien años.
Además, la percepción y el lenguaje relativos a Palestina e Israel están cambiando entre los ciudadanos de a pie de todo el mundo. La idea errónea del «terrorista» palestino está siendo rápidamente sustituida por la verdadera descripción del criminal de guerra israelí, una categorización que ahora es coherente con las opiniones de las mayores instituciones jurídicas internacionales del mundo.
Israel se encuentra ahora en un aislamiento casi total, debido, en parte, a su genocidio en Gaza, pero también a la valentía y firmeza del pueblo palestino y a la solidaridad mundial con la causa palestina.
8. La imposibilidad de la transición energética.
Aunque «B» ha seguido publicando con regularidad, hace tiempo que no os paso alguna de sus entradas porque se alejaban demasiado de aquello en lo que para mí tiene más acierto: los problemas de la transición de los combustibles fósiles. El último va en esta línea, así que este sí que os lo paso.
La historia de la transición energética se ha vuelto contraproducente
Necesitamos más que nunca otro tipo de transformación
B hace 2 días
Sigue estando muy extendida la creencia de que es posible abandonar los combustibles fósiles, un mito desmentido por un conjunto de pruebas cada vez mayor. No es que el modelo anterior -basado en el carbón, el petróleo y el gas- fuera ni siquiera un poco más sostenible: al fin y al cabo, estamos hablando de recursos finitos. Sin embargo, la «transición energética» era mucho más fácil de vender que admitir que hemos llegado al final del crecimiento y que lo que nos espera es un largo y tortuoso camino de vuelta a una vida mucho más sencilla. Mientras tanto, la crisis real (el cambio climático), ha demostrado ser un tema mucho más complejo de lo que se podría «abordar» apagando unas cuantas centrales eléctricas de carbón, y deseando que se materialice el unicornio mágico de la economía del hidrógeno… ¿Dónde se equivocó todo? ¿Qué tipo de transición es posible entonces?
Empecemos por hacer una simple afirmación: No ha habido ninguna transición energética en la historia de la humanidad. Ni en el siglo XIX, con la aparición del carbón, ni en el XX, con la llegada de la energía nuclear, ni en el XXI, con la generalización de la eólica y la solar. Como el término indica, habría sido necesario abandonar una fuente de energía viable en favor de otra, reduciendo la antigua en beneficio de la nueva. Eso habría significado dejar vastas reservas de la antigua fuente de energía ahí fuera, sin explotar. Eso nunca ha sucedido, y nunca sucederá, por una sencilla razón: el Principio de Máxima Potencia.
El PMP postula que los sistemas complejos (como la economía humana) tienden a evolucionar de forma que maximicen su consumo de energía. Esto significa que, mientras exista una fuente de energía viable, no dejaremos de utilizarla: Primero tiene que agotarse o dejar de estar disponible para nosotros. (Y como demuestra la historia de las conferencias sobre el clima, ése parece ser el caso de los combustibles fósiles). En pocas palabras: no, no hay tal cosa como una «transición energética» – sólo la adición a la mezcla existente.
Consumo mundial de energía primaria por fuentes de Our World in Data. Como puede verse, el carbón no ha desplazado a la biomasa tradicional (como la madera), al igual que la energía nuclear, el gas natural o las «renovables» no han sustituido al carbón.
Lo segundo que hay que decir es que la eficiencia energética no es una solución por dos razones. En primer lugar, también viola el Principio de Máxima Potencia y, por lo tanto, coloca a la entidad que reduce su consumo total de energía en una situación de gran desventaja, permitiendo de hecho que otras entidades la superen. Dado que vivimos en un entorno competitivo, en el que los débiles son devorados/ocupados/robados/ siempre se utilizará de otras formas (normalmente aumentando la producción económica). Y aunque podríamos debatir si esto es malo desde un punto de vista moral, así es el mundo en el que vivimos. Basta con echar un vistazo al siguiente gráfico:
Consumo de energía por persona. No hay países de bajos ingresos energéticos. O produces tu propia energía o te apropias de la de los demás. Los países con un alto consumo energético tienden a dominar a los menos afortunados, lo que demuestra cómo funciona el Principio de Máxima Potencia en geopolítica.
La otra razón por la que la eficiencia energética no puede salvar el día (ni siquiera en un entorno benigno y cooperativo) es la paradoja de Jevons, planteada por el economista inglés William Stanley Jevons en 1865. El fenómeno que lleva su nombre se produce cuando el progreso tecnológico aumenta la eficiencia con la que se utiliza un recurso (como el carbón), pero la caída del coste de uso induce un aumento de la demanda. Del mismo modo, si se abandonara el uso del carbón en favor de las «renovables», lo único que se conseguiría es que el carbón fuera mucho más barato en otros lugares, con lo que aumentaría su uso. Lo mismo ocurre con la gasolina (frente a los coches eléctricos) o cualquier otra forma de ahorro energético. A menos que una fuente de energía se prohíba físicamente en todo el mundo, o se vuelva menos disponible debido a su agotamiento, no cabe esperar que su consumo disminuya, por muy perjudicial que resulte su uso a largo plazo.
Teniendo en cuenta estos dos factores, observemos el primer gráfico. ¿Ha observado el estancamiento (o la disminución) de los combustibles fósiles: primero el carbón, luego el petróleo y, últimamente, el gas natural? ¿Se prohibió su uso a nivel mundial? ¿No? Entonces, ¿por qué dejaron de crecer? ¿Debido a la transición energética -que nunca se produjo- o quizá por las medidas de eficiencia energética [sic]? ¿O tal vez, porque hemos llegado a límites duros para su extracción? Tómese un minuto para reflexionar sobre ello.
Aun así, ¿es técnicamente posible prescindir de los combustibles fósiles, por mucho que se estén quedando atrás? «De todas formas, son formas de energía muy contaminantes, así que ¡buen viaje! Basta con echar un vistazo a este reciente titular, en el que se afirma que los combustibles fósiles cayeron al mínimo histórico del 2,4% de la generación eléctrica británica. Esa es la solución». – No tan rápido. Primero, eche un vistazo a este gráfico del artículo anterior:
Proporción de la electricidad de GB procedente de combustibles fósiles en cada periodo de media hora, %, 2009-2024 hasta la fecha. Fuente: National Grid Electricity System Operator. Gráfico elaborado por Carbon Brief.
Lo que se ve arriba no es el patrón de ondas cerebrales de un ingeniero de redes eléctricas sufriendo una pesadilla, sino algo bastante parecido. Lo que el gráfico ilustra mejor que mil palabras es lo volátil que es la energía «renovable». (Nota: el gráfico muestra periodos de media hora: con un 2,4% de cuota de combustibles fósiles en la generación de electricidad digamos a las 12:30 y luego un 75% a las 13:00). Esto es enorme: tales altibajos suponen encender y apagar la producción eléctrica de todo un país a un ritmo salvajemente imprevisible. Así pues, los apagones aleatorios, generalizados e imprevisibles sólo pueden evitarse distribuyendo esta volatilidad por todo el continente europeo Y añadiendo un respaldo capaz de producir hasta el 90% de la demanda en un instante.
Esta es la razón por la que la creciente adopción de la energía solar está creando retos para la red energética estadounidense, una afirmación que a menudo se elude pronunciando la frase mágica: «redes inteligentes». Aunque ningún periodista se esfuerza en explicar qué significa esto en realidad, como persona que trabaja en el campo de la electrificación sólo puedo decir una cosa: las redes inteligentes implican un mayor uso de cobre y aluminio del que se pueda imaginar. La construcción de transformadores de alta tensión, conmutadores, inversores, convertidores, líneas eléctricas y un largo etcétera, por no hablar de la considerable cantidad de baterías que se almacenan, supone un enorme aumento del uso de materias primas.
Ahora, el suministro de cobre -un metal esencial para la «transición»- se enfrenta ya a graves problemas, pues las minas más antiguas se agotan y no hay nuevos proyectos mineros en cartera. Sin embargo, a medida que se agotan los yacimientos ricos, las empresas mineras se ven obligadas a avanzar con minerales de ley cada vez más baja (que contienen cada vez menos cobre por tonelada). El resultado es que cada vez hay que palear y transportar más rocas para obtener la misma cantidad de metal, lo que no sólo supone un aumento significativo de los costes, sino también un incremento del consumo de combustible.
Por otro lado, la demanda de cobre, desde la inteligencia artificial hasta los vehículos eléctricos, las actualizaciones de la red, las baterías y las «energías renovables», sigue aumentando, y lo hará aún más. Y aunque el reciclaje podría aliviar un poco el dolor, estamos hablando de la construcción de una tonelada de nuevas infraestructuras que requieren todos los nuevos materiales, mucho más allá de lo que el reciclaje de cosas viejas podría darnos. (E incluso si acabáramos reciclando, eso significaría que seguiríamos perdiendo un 10% del material en cada ronda, lo que llevaría a un rápido agotamiento de los materiales que sólo se reciclarían tras unos pocos ciclos).
Quizá no haga falta decir que cuantas más «renovables» enchufemos a la red, más baterías, equipos inteligentes, cables de alta tensión y demás se necesitarán para acomodarlas. Por eso, como escribí hace más de un año, las «renovables» también tienden a alcanzar rendimientos decrecientes. A partir de un cierto nivel de penetración (y muy por debajo del 100%), añadir más «renovables» resulta prohibitivamente caro, y finalmente se detiene. Basta con echar un vistazo de nuevo al gráfico de la pesadilla de los ingenieros de la red eléctrica.
Y como el cobre, el aluminio y otros metales también se utilizan en los paneles solares y las turbinas eólicas, toda la «transición» se convertirá en no financiable cuando la demanda de estos materiales supere a la oferta y los precios se disparen. Llegados a este punto, endeudarse más o imprimir más dinero simplemente deja de ser eficaz: lo único que se conseguirá es una subida masiva de los precios de las materias primas que acabará en una quiebra de la «industria verde». ¿No es de extrañar entonces que las inversiones en la red vayan a la zaga de las adiciones renovables y que la falta de capacidad de transmisión pueda frenar la «transición energética» incluso en Europa?
La «transición energética» a escala mundial es un espejismo, un lago en el desierto del que nunca se podrá beber.
Para demostrar que no estoy hablando en términos hipotéticos, he aquí algunas citas y titulares recientes de los medios de comunicación. (Y de nuevo, si algo de esto es cierto, entonces realmente no importa cuánta más capacidad «renovable» se añadió el año pasado; ya que las nuevas adiciones serán cada vez más limitadas a medida que la demanda supere a la oferta, y a medida que las redes eléctricas sean cada vez más incapaces de acomodar fuentes más dependientes del clima).
«El auge de la IA podría provocar una escasez de cobre»
«Si nos fijamos en la demanda procedente de los centros de datos y en la relacionada con la inteligencia artificial, el crecimiento se ha disparado de repente», afirma Rahim. Ese millón de toneladas se suma al déficit de 4-5 millones de toneladas que tenemos para 2030. No es algo que nadie haya tenido en cuenta en muchos de estos balances de oferta y demanda».
«El cobre ya es escaso. Nadie está construyendo nuevas minas… También es menos caro adquirir minas de cobre activas que desarrollar una nueva.»
«Panamá ha anunciado el cierre de una controvertida mina de cobre después de que el Tribunal Supremo dictaminara que una concesión de 20 años otorgada a una empresa canadiense para explotarla era inconstitucional.»
«Las fundiciones chinas han estado luchando por asegurarse el suministro de materias primas como consecuencia de las interrupciones en las minas, que han obstaculizado su abastecimiento interno».
«Desde una perspectiva a largo plazo, la preocupación por la oferta sigue siendo válida. Las interrupciones y cierres de minas, combinados con las leyes cada vez más bajas del mineral de las minas en funcionamiento, ya se han traducido en una caída en picado de los costes de tratamiento y refinado. Aunque es probable que el aumento de los precios del cobre impulse el desarrollo de nuevas minas, se tarda una media de 16-17 años desde el descubrimiento hasta la producción«.
«Según cálculos recientes de BloombergNEF, para mantener el objetivo de cero emisiones netas en 2030 se necesitarán 12,8 millones de toneladas adicionales de cobre en los próximos cinco años y medio. En comparación, el año pasado sólo se necesitaron unos 27 millones de toneladas. Lograr cero emisiones netas de carbono en 2050 exigirá un aumento de la producción de cobre de un 460%, lo que requerirá la puesta en marcha de 194 nuevas minas a gran escala en los próximos 32 años. Según el informe del Foro Internacional de la Energía, en un escenario sin cambios, sólo se añadirán 35 para entonces. Cumplir los objetivos de cero emisiones netas exigirá, por tanto, un salto desde la línea de base nunca visto en la historia de la humanidad».
Ahora añadamos el hecho de que seguimos extrayendo el mineral de cobre con camiones y excavadoras diésel, y fundiendo el metal con gas natural o carbón… Con una demanda de cobre ya disparada, ¿qué posibilidades hay entonces de electrificar la propia minería? Tal medida canibalizaría la propia producción, dejando aún menos para la tan cacareada «transición». Como explica Irina Slav:
«En teoría, la electrificación de todo tipo de transportes y maquinaria suena muy factible, incluso a veces fácil. Todo lo que se necesita es un montón de paquetes de baterías que se pueden sustituir en la pieza de maquinaria cuando una se agota, pero sigue siendo necesario utilizar la pieza de maquinaria.
La práctica, sin embargo, es bastante diferente. Por su propia definición, la maquinaria pesada pesa bastante, y el peso es un lastre para cualquier batería, razón por la cual la fabricación de VE de pasajeros es un estudio de materiales ligeros. Un mayor peso implica tiempos de descarga más rápidos, lo que a su vez implica cambios de batería más frecuentes, lo que a su vez implica costes generales más elevados. Y la transición debía ser más barata que la alternativa».
Lamento ser portador de malas noticias, pero la «transición energética» -que nunca lo fue- depende totalmente de la disponibilidad de combustibles fósiles. Y a falta de un milagro energético, seguirá siendo así. Construir y mantener (equilibrar la carga) una «red inteligente» requiere no sólo cobre, sino también carbón, petróleo y gas natural, incluso cuando estos recursos alcanzan su punto máximo. Dado lo cerca que estamos del máximo de energía neta que podemos obtener de estos combustibles a nivel mundial, las posibilidades de abandonar los combustibles fósiles son cada vez menores.
Y ni siquiera hemos mencionado los altos costes de descarbonizar la producción de acero o fabricar fertilizantes sin combustibles fósiles. Las «energías renovables» sólo se ocupan de la generación de electricidad, al menos sobre el papel. El principal problema es que la proporción de electricidad en nuestro consumo final de energía es de alrededor del 20%, y el 80% restante de nuestra energía sigue procediendo de combustibles fósiles. (Y, como hemos visto, tampoco toda la electricidad puede generarse con renovables, así que se pueden añadir algunos puntos porcentuales más).
Las personas que no trabajan en la industria tienden a subestimar la cantidad de calor elevado (por encima de 1000 °C o 1832 °F) que requieren la fundición de metales, la fabricación de cemento y otros procesos de fabricación (como fundir y dar forma al vidrio). Por no hablar de que muchos de estos procesos utilizan activamente los átomos de carbono de los combustibles fósiles (para fabricar acero o refinar cobre, por ejemplo). Así que incluso si pudiéramos utilizar toda la electricidad generada en este planeta para fabricar hidrógeno -utilizando un método aún por inventar sin pérdidas con una relación de conversión de energía de 1:1- sólo podríamos cubrir una cuarta parte de la demanda energética de las industrias pesadas, la minería, el transporte de larga distancia, etc. necesarios para fabricar y enviar todos esos paneles brillantes, coches eléctricos, gadgets y demás… Y entonces estaríamos sentados a oscuras, sin poder cargar nuestros teléfonos.
El verdadero cuello de botella de la economía mundial, y paradójicamente de la propia «transición energética», es la disponibilidad de combustibles fósiles de bajo coste. Como su extracción sigue requiriendo cada vez más energía (perforando pozos cada vez más profundos, cada vez con más frecuencia, transportando petróleo cada vez más pesado a un coste energético cada vez mayor), pronto llegaremos a un punto en el que necesitaremos cualquier otra fuente de energía sólo para mantener la producción de petróleo, esencial para todo lo que hacemos como civilización. Visto desde esta perspectiva, el aumento de las inversiones en energía solar en Oriente Medio, provocado por el crecimiento de la población y el aumento de la demanda energética, es en realidad una señal de que ese mismo canibalismo energético nos está mordiendo cada vez más fuerte.
Y, por último, unas palabras sobre el cambio climático. A medida que las naciones industrializadas de todo el mundo limpian su contaminación atmosférica procedente de los combustibles fósiles eliminando el azufre del humo y los combustibles, también disminuyen la cantidad de aerosoles que tamizan la luz solar. Con menos aerosoles, sin embargo, hay menos nubes bajas y menos reflexión de la radiación solar entrante, lo que conduce directamente a un calentamiento aún mayor. Este efecto de enmascaramiento también es mucho mayor de lo que esperaba la ciencia convencional (IPCC), lo que permite deducir que el calentamiento es aún mayor de lo que se pensaba… Entonces, ¿cómo nos ayuda esta «transición energética» a luchar contra el cambio climático?
La cantidad de arrogancia destilada en la botella etiquetada como «transición energética» es más que suficiente para matar un planeta. Tal pensamiento presupone un control humano ilimitado sobre este pálido orbe azul, junto con su clima, recursos y ecosistemas. Supone una cantidad infinita de minerales (cobre, litio, cobalto, silicio, aluminio, etc.) disponibles para uso humano, mientras que ignora por completo la cantidad exponencialmente creciente de energía necesaria para acceder a reservas cada vez más pobres de estos recursos que se agotan rápidamente… Todo ello con un coste medioambiental igualmente creciente (destrucción).
Después de todo esto, resulta divertido comprobar que las mismas fuentes de energía necesarias para construir, reciclar y equilibrar la carga de las «renovables» son las que intentan sustituir. A pesar de todos los aspavientos, todavía no existen fuentes de energía viables, escalables y verdaderamente renovables. Todo lo que hacemos, desde la minería a la agricultura, pasando por la energía hidráulica y nuclear, y «soluciones» como la gestión de la radiación solar, sigue dependiendo totalmente de la disponibilidad de combustibles fósiles densos, asequibles y abundantes.
Es hora de que maduremos y abandonemos nuestros sueños infantiles de que la tecnología y el progreso salven nuestras lamentables sociedades. Necesitamos una transición psicológica hacia la edad adulta, no una transición material hacia el olvido.
A medida que el enorme excedente de energía proporcionado por el carbono ancestral se desvanece lentamente en la memoria, tendremos que arreglárnoslas cada vez más sin tanta tecnología. Al mismo tiempo, también debemos afrontar las consecuencias de liberar tanto carbono y otros contaminantes a la atmósfera, y adaptarnos a nuestro entorno, que cambia rápidamente, o abandonar los lugares donde ya no es posible la vida humana. En lugar de invertir en intentos inútiles de sustituir lo insustituible o de volver a meter al Genio en la botella, deberíamos construir una sociedad alternativa, resistente, local, de baja tecnología y bajo consumo energético, restaurando los ecosistemas y buscando un nuevo acuerdo de vida con el mundo natural a medida que avanzamos.
Ahora que nuestra población también está llegando a su punto máximo y disminuyendo debido al descenso de la natalidad, ¿aprovecharemos este pequeño respiro para hacer realidad un modo de vida «ecotécnico», verdaderamente renovable y regenerativo? ¿O seguiremos adelante con una tecnutopía verde que viola todas las leyes de la termodinámica y todo lo que sabemos sobre el funcionamiento de los sistemas complejos? Afrontémoslo: esta civilización insostenible no tiene arreglo. Necesita cuidados paliativos antes de morir, no un día más de soporte vital alimentado por la magia verde y los cuentos de hadas de una «transición energética» que nunca existió.
Hasta la próxima,
B
9. Israel y los cruzados
El prólogo y el epílogo a la cuarta edición de un libro publicado originalmente en 1977 y que se ha ido actualizando con los acontecimientos sucedidos desde entonces. Este prólogo y epílogo se escribieron antes del 7 de octubre.
https://www.middleeasteye.net/
¿Va Israel por el camino de las Cruzadas?
Por David Hirst 3 de junio de 2024
Israel se parece cada vez más a los cruzados, no sólo en el método (guerra perpetua), sino también en las aspiraciones.
En julio de 2023, terminé lo que debía ser la cuarta edición -y tercera actualización- de mi libro, The Gun and the Olive Branch: The Roots of Violence in the Middle East, una historia del conflicto árabe-israelí.
Entonces llegó el 7 de octubre, la masacre de Hamás en el sur de Israel y los dramáticos y potencialmente cataclísmicos acontecimientos, políticos y de otro tipo, que ha desencadenado.
No incluir estos desarrollos en mi actualización habría sido absurdo, pero hacerlo habría sido muy problemático, y decidí no intentarlo. Creo, sin embargo, que el prólogo y el epílogo de la abortada nueva edición siguen siendo válidos, y pertinentes, por sí solos.
Aquí están, sin cambios excepto por 13 palabras adicionales – «y [Israel] está haciendo un trabajo infernal en Gaza ahora mismo» – en el último párrafo.
Nota del editor: Lo que sigue fue escrito antes del 7 de octubre de 2023.
Prólogo
«¿Viviremos siempre por la espada?»
– Levi Eshkol, entonces primer ministro de Israel, dirigiéndose a los miembros de su gabinete partidarios de la guerra el 28 de mayo de 1967.
«Sí».
– El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en su intervención ante la comisión de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset el 26 de octubre de 2015.
A finales de la década de 1960, un agente literario me pidió un libro sobre un nuevo e importante acontecimiento en lo que ya se consideraba uno de los conflictos más antiguos y peligrosos del mundo, el que enfrentaba a árabes y judíos en Oriente Próximo.
Este fue el surgimiento del movimiento de «resistencia» palestino, en la forma de Fatah de Yasser Arafat y una multitud de organizaciones menores, cuyos restos, en formas muy reducidas y decadentes, siguen operando hasta el día de hoy.
Se consideraban luchadores por la libertad, empeñados en el «retorno», mediante la «lucha armada», a su patria ancestral, Palestina. Los israelíes los llamaban «terroristas» empeñados en la «destrucción» de su recién nacido Estado. Y de hecho, «terroristas», en gran parte de lo que hicieron, claramente lo eran.
Fue con una de las hazañas terroristas más sensacionales y de mayor visibilidad de todos los tiempos, la toma de rehenes y asesinato de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, que conmocionaron al mundo – y reforzaron una ortodoxia occidental casi universalmente dominante: que, en este conflicto, los israelíes eran los justos, y los palestinos y árabes los injustos.
La suya era la violencia de mi subtítulo. Sus raíces, sin embargo, residían principalmente en la violencia del otro bando.
Contar todo esto me llevó desde sus primeros débiles y premonitorios temblores en la década de 1880, pasando por la constante escalada de enfrentamientos entre los campesinos palestinos y los colonos judíos recién llegados a principios del siglo XX, los disturbios intercomunitarios de la década de 1920 las campañas terroristas de los años 30 y 40, que enfrentaron a árabes y judíos pero, con mucho mayor efecto, a los judíos contra los árabes y las autoridades del Mandato Británico; y la expulsión del grueso de la población palestina en 1947-48, hasta las convulsiones sísmicas en serie de cuatro guerras árabes-israelíes a gran escala en los primeros 25 años de existencia de Israel.
Primera actualización: 1976-1983
Este periodo de siete años fue testigo del primer acuerdo de paz en Oriente Medio entre Israel y su vecino más poderoso, Egipto, en 1979, seguido de la invasión israelí de su vecino más débil, Líbano, en 1982, y la expulsión de éste de las guerrillas de Arafat.
También fue testigo de lo que posteriormente se conoció sencillamente en Oriente Próximo -como Bergen-Belsen o Babi Yar en Europa- como «Sabra y Shatila», la matanza genocida que la Falange, una milicia cristiana libanesa, bajo el control de Israel y las propias narices de su ejército, infligió a las mujeres y los niños, y a los hombres mayores que los guerrilleros que se marchaban habían dejado atrás, totalmente indefensos, en los campos de refugiados de Beirut de ese nombre.
Segunda actualización: 1984-2002
Se trata de la primera intifada no violenta de los habitantes de Cisjordania y Gaza, ocupadas por Israel, que Isaac Rabin, primer ministro entre 1992 y 1995, ordenó a sus militares que sofocaran «rompiéndoles los huesos «, con la asistencia de médicos para garantizar que no se produjeran daños «irreversibles».
También incluyó la promesa penitencial y muy pública de Arafat de «renunciar al terrorismo», que no fue igualada por ninguna propensión israelí recíproca, y mucho menos promesa, de reducir su propia violencia «defensiva», enormemente desproporcionada.
Además, este periodo abarcó los Acuerdos de Oslo, el avance diplomático que supuestamente conduciría, mediante la retirada israelí de los territorios ocupados, a una «solución de dos Estados» definitiva del conflicto.
Pero nunca lo hizo ni pudo hacerlo, ya que los colonos recurrieron a la violencia y al terror, tanto contra otros israelíes como contra los palestinos, para protestar y frustrarlo; uno de ellos fue el asesino de Rabin, el «traidor» de Oslo, y otro el médico israelí estadounidense Baruch Goldstein, que ametralló hasta la muerte a 29 fieles musulmanes en la mezquita Ibrahimi de Hebrón. La reverencia de los israelíes hacia él no tuvo nada que envidiar, en su amplitud e intensidad a escala nacional, a la que los palestinos conceden habitualmente a sus terroristas y «mártires».
Este periodo también fue testigo del ascenso de Hamás, el rival islamista de un Al Fatah ahora no violento, y de la primera gran oleada de atentados suicidas que se convirtieron en su horripilante especialidad; y del estallido de la segunda y violenta Intifada, que el general Ariel Sharon, encarnación de la violencia extrema israelí, había intentado provocar deliberadamente para poder aplastarla por completo y, de paso, sabotear cualquier perspectiva del tipo de paz que Oslo ofrecía.
Tercera actualización: 2003-2023
Ésta se inauguró con una espectacular «primicia» en la historia de la violencia de Israel: la de conseguir que otros la administraran allí donde se sentía incapaz de hacerlo por sí mismo. Pues tal fue la Guerra de Irak.
Ningún soldado israelí participó en ella. Sin embargo, fue en gran medida, incluso principalmente, en nombre de Israel, si no a petición suya, que en marzo de 2003 Estados Unidos (y su aliado británico) invadieron y ocuparon esa antigua tierra árabe, con el fin de derrocar su régimen existente y establecer en su lugar un orden totalmente nuevo, supuestamente favorable a Estados Unidos y posiblemente favorable a Israel.
Fue quizás el ejemplo más extraordinario hasta la fecha del apoyo histórico, casi servil, de Washington a Israel, un apoyo que los propios israelíes reconocen como uno de los dos pilares esenciales de la propia existencia, supervivencia y destino aún en desarrollo de su país en el hostil entorno de Oriente Próximo creado por ellos mismos; el otro, por supuesto, es el propio y muy fuerte brazo derecho de Israel, el tema central de este libro.
La guerra fue un desastre, en diversos grados, para todos sus participantes. Pero no para Israel, que se deleitaba con la destrucción de un Estado árabe potencialmente tan poderoso y hostil. Tampoco lo fue para Irán, ese otro, e incluso más formidable, de sus «lejanos» enemigos. Y ahora Israel conspiraba, durante años, para asegurarse de que Estados Unidos también iría a la guerra contra Irán, si alguna vez se acercaba a la posesión de armas nucleares que desafiaran su propio arsenal, no menos ilícito y tortuosamente adquirido.
En cuanto a los otros enemigos «cercanos» de Israel, durante los 20 años siguientes uno de los ejércitos más poderosos del mundo tuvo bastantes problemas para enfrentarse a ellos. Consistían en un puñado de actores no estatales, especialmente el grupo palestino Hamás y el libanés Hezbolá, respaldado por Irán, que habían asumido la «resistencia» contra el intruso sionista que todos los Estados árabes, e incluso el Fatah de Arafat, habían abandonado ya.
Además de una bastante «grande», contra Hezbolá en 2006, Israel libró una interminable serie de guerras supuestamente «pequeñas» contra Gaza, el bastión de Hamás. Las llamó «cortar el césped», como si la guerra fuera una tarea rutinaria que nunca termina, y como, de hecho, es evidente que no puede serlo para una nación que, al menos según su primer ministro más antiguo, Netanyahu, «vivirá para siempre de la espada».
Los que lo hacen, como dice el axioma, suelen morir por ello. Los precursores israelíes del siglo XI, los cruzados, ciertamente lo hicieron. Y las similitudes entre esa épica empresa de la cristiandad medieval y la de Sión de hoy son ineludibles; no sólo en sus naturalezas esenciales, objetivos y medios para lograrlos, sino en las formas en que sus conflictos con los estados y pueblos de la región se desarrollaron realmente.
Ansiedad de cruzada
Los israelíes en general rechazan con indignación la acusación, habitual en todo el mundo árabe y musulmán, de que son los cruzados de nuestro tiempo. Pero lo hacen esencialmente sólo por motivos morales: su causa, el retorno de un pueblo exiliado y perseguido a su patria histórica, simplemente no admite comparación con las conquistas imperiales de los militantes eclesiásticos medievales.
Por razones obvias, sin embargo, sienten un interés muy especial por ellos, y su país se ha convertido en un importante centro de estudios sobre las Cruzadas. Lo que el erudito David Ohana denomina «ansiedad cruzada», o el «miedo traumático oculto» a que «el proyecto sionista» pueda «acabar en una destrucción» tan completa como la de sus predecesores cristianos, se ha convertido en una parte intrínseca de la psique israelí o, al menos, de aquellos que son conscientes de estos paralelismos históricos críticos. Y, señala, la perspectiva de una bomba nuclear iraní no contribuye en absoluto a disipar esos temores.
No es la menor de estas semejanzas la importancia primordial, tanto para los cruzados como para los sionistas, de esos dos factores clave antes mencionados: la destreza militar y el apoyo de potencias extranjeras.
Para uno, a lo largo de sus 192 años de presencia en Tierra Santa, el apoyo vino principalmente en forma de un suministro aparentemente inagotable de nuevos cruzados dirigidos por los reyes, príncipes y grandes barones de la Europa feudal. Para el otro, ha venido principalmente de la generosidad – armamento en abundancia, ayuda anual que asciende a cerca de un tercio de lo que Washington reparte a todo el mundo, diplomacia extravagantemente partidista – amontonada por la superpotencia estadounidense.
Fue el declive de estos últimos, más que la pérdida de destreza militar, lo que acabó con los cruzados.
Podría ocurrir lo mismo con los israelíes.
Pero irónicamente, y a diferencia de los cruzados, es precisamente lo primero -su violencia- lo que, más que ninguna otra cosa, provocará ese declive. Porque cada vez que, por ejemplo, el ejército israelí «corta la hierba» en Gaza, genera repulsión en todo el mundo por lo que esta hierba consiste en su mayoría – que nunca son «terroristas» palestinos, sino hombres no combatientes, mujeres y, sobre todo, niños, enterrados bajo casas reducidas a pedazos.
Y eso es sólo lo más escandaloso periódicamente; un sinfín de otras cosas ponen cada vez más en entredicho la integridad y la legitimidad misma del Estado judío.
Epílogo
«Ni un pelo de sus cabezas será tocado».
Así habló Chaim Weizmann, el gran estadista del primer sionismo, a raíz de su triunfo diplomático, la Declaración Balfour, que había conjurado desde el gobierno de guerra de Gran Bretaña en noviembre de 1917. Tenía en mente a los habitantes árabes de Palestina, en cuyo territorio debía surgir el «hogar nacional para el pueblo judío» sin «perjuicio» para estas «comunidades no judías».
Y estaba «seguro», dijo más tarde, «de que el mundo juzgará al Estado judío por lo que haga con los árabes».
Pero, sorprendentemente, en su discurso ante la Conferencia de Paz de París de la posguerra de 1919, no hizo ningún intento de explicar cómo, precisamente, este hacer de Palestina «tan judía como Inglaterra es inglesa» -como describió el proyecto sionista- podría lograrse sin dañar un pelo de la cabeza de nadie.
Un asistente famoso y mejor cualificado a la conferencia no se habría impresionado si lo hubiera hecho; el coronel T E Lawrence, también conocido como Lawrence de Arabia, ya había adivinado, al conocer a Weizmann en persona, que lo que realmente buscaba era «una Palestina completamente judía» en un plazo de 50 años -lo que, con la ayuda del Holocausto, iba a conseguir en realidad en sólo 30-.
Inevitablemente, por tanto, cualquier historia objetiva del sionismo no podía ser otra que la historia, también, del gran daño que -siguiendo casi exactamente los pasos de los cruzados- iba a causar, no sólo a los habitantes de Palestina, sino también a otros pueblos y Estados de la región.
Pero así fue, y en contra de las expectativas de Weizmann, el mundo no «juzgó», y mucho menos castigó, a Israel -o no, es decir, a aquellas partes de él, esencialmente Estados Unidos y Occidente, cuyo juicio importaba.
El pecado original
Consideremos el primero, el más formativo, fatídico y atrozmente cruzado de los actos de Israel: su «pecado original», al que debe su propia existencia.
En 1099, el reino cristiano de Jerusalén surgió sobre los escombros de uno de «los mayores crímenes de la historia«, la masacre de toda la población musulmana y judía de la ciudad santa. Ocho siglos y medio después, en 1947-48, Israel nació de un «crimen contra la humanidad» igualmente masivo; o, al menos, si el artículo del derecho internacional relativo a ese delito hubiera estado operativo en aquel momento, y si alguien hubiera tenido la voluntad de invocarlo, eso es seguramente lo que se habría juzgado que fue la Nakba, o catástrofe palestina -la limpieza étnica y la expulsión, mediante la fuerza, el terror y muchas atrocidades, de esas «comunidades no judías»-.
No hubo tal voluntad, ni por parte de las opiniones públicas occidentales, ni mucho menos de sus gobiernos. Y menos aún de Washington. Porque fue en Estados Unidos donde el sentimiento pro judío/israelí alcanzó su punto álgido, en medio de la celebración generalizada del «noble sueño» (como lo llamó Abraham Lincoln) hecho realidad.
También allí, los políticos -y los periodistas y académicos- se arriesgaban a la ira punitiva, a veces amenazadora para sus carreras, de una institución ya de por sí temible, el lobby israelí, si se desviaban demasiado de esta ortodoxia festiva. Una de las que lo hizo, y fue prácticamente crucificada por ello, fue Dorothy Thompson, quizá la periodista estadounidense más famosa y admirada de su época, que calificó al recién nacido Estado de «receta para la guerra perpetua».
Y así, al estilo de las Cruzadas, se demostró. La caballería de la cristiandad medieval se pasó 192 años luchando de forma más o menos continua contra tal o cual reino o sultanato de un Oriente Próximo árabe-musulmán -entonces tan díscolo y fragmentado internamente como lo está hoy- hasta que, al perder el apoyo occidental, acabaron siendo literalmente arrojados al mar.
Los israelíes llevan 75 años haciendo lo mismo, en lo que su doctrina militar oficial define como «guerras» y «campañas entre guerras».
Conquista y expansión
Para empezar, tanto para los cruzados como para los israelíes, estas guerras eran en gran medida guerras de conquista y expansión territorial.
Tan pronto como Balduino de Bouillon fue coronado primer rey de Jerusalén, el día de Navidad de 1100, se dispuso a ampliar su diminuto reino, que acabó abarcando toda la actual Palestina y también partes de Siria, Jordania y Líbano. Se rodeó de formidables fortificaciones fronterizas y asentamientos agro-militares, vestigios de los grandes «muros» fronterizos de Israel y de sus kibbutzim granjeros y combatientes.
David Ben Gurion, el primer Primer Ministro de Israel, también estaba empeñado en la expansión, que se lograría, dijo una vez, no con «moralinas» ni «sermones en la montaña», sino con las «ametralladoras que necesitaremos».
Pero, a diferencia de sus predecesores medievales, que no conocían las reglas ni la ética de la guerra, no podía invadir y conquistar un país vecino a su antojo. Al fin y al cabo, la suya era una nación «amante de la paz», que acababa de conseguir su muy controvertida admisión en las Naciones Unidas gracias a un solemne compromiso en ese sentido.
Una acción así tampoco habría sido propia del Estado supremamente moral y democrático, y «luz para las naciones«, que dijo al mundo que estaba construyendo; y que gran parte de ese mundo, especialmente sus liberales y su izquierda, ya se había tomado a pecho, debido, entre otras cosas, a sus «inspiradores» ideales socialistas y a los kibutzim en su núcleo.
Ben Gurion y sus sucesores ansiaban que otros les atacaran. Mientras tanto, todo lo que podían hacer era esperar -o tratar de fabricar- oportunidades para atacar primero a esos otros; oportunidades que, fundamentalmente, les permitirían hacerlo con el pretexto de la legítima «autodefensa».
La perfecta llegó finalmente en junio de 1967, cuando, en respuesta a las burlas y provocaciones por su parte, los ejércitos árabes comenzaron a converger sobre Israel en medio de un insensato y temible clamor de retórica belicosa. Por un momento, el mundo tembló en nombre de Israel: ¿iba a convertirse en el escenario de un segundo Holocausto 25 años después del primero?
De ninguna manera, por supuesto. Como estaba previsto -y preparado desde hacía mucho tiempo- el icónico general tuerto, Moshe Dayan, y otros discípulos del maestro, se encargaron inmediatamente de ello. En la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, lograron de un plumazo los objetivos territoriales y estratégicos casi idénticos que el rey Balduino había tardado 20 años en conseguir ocho siglos antes -además de la conquista de todo el Sinaí. También precipitaron una mini-Nakba, otra gran oleada de refugiados palestinos.
El mundo tampoco juzgó a Israel por ello. Al contrario, lo elevó, al «niño mimado de Occidente«, a cotas de prestigio y popularidad sin precedentes.
Juzgar la empresa sionista
Y con esto -de nuevo al estilo de las Cruzadas- los israelíes se encontraron presidiendo una población indígena, compuesta por aquellos a los que no habían matado o expulsado, casi tan numerosa como la suya propia.
Los historiadores de las Cruzadas rara vez dejan de citar al viajero musulmán del siglo XII Ibn Jubayr y su descripción de una comunidad musulmana que «lamenta la injusticia de un terrateniente de su propia fe y aplaude la conducta de su oponente y enemigo, el terrateniente franco, y está acostumbrada a que éste le haga justicia».
Quizá sea la prueba ocular más creíble que se conserva de que, por bárbaros que fueran en la batalla, los cruzados quizá no fueran tan malos en el gobierno, o al menos no en relación con las costumbres de la época, que no eran nada exigentes.
¿Podría haberse dicho lo mismo, o mejor, de los israelíes sobre su actual conquista y ocupación de Cisjordania y Gaza? Desde un punto de vista objetivo, no se podría, y sin embargo, en general se dijo. Los israelíes sostenían que la suya era «la ocupaciónmás benévola de la historia», y el mundo, que seguía mostrándose complaciente, estaba poco dispuesto a cuestionarla.
Entonces, ¿cuándo se produjo lo que podría describirse acertadamente como el primer -y verdaderamente condenatorio- «juicio» del mundo a la empresa sionista que durante tanto tiempo había abrazado acríticamente? Tal y como había predicho Weizmann, acabó ocurriendo, aunque varias décadas después que él.
Se produjo, acertadamente, en el contexto del rasgo más característico del conflicto, propio de las Cruzadas: su violencia perpetua.
Vender su violencia frente a la de los palestinos como el equivalente del bien frente al mal absoluto había proporcionado a Israel durante mucho tiempo un cierto crédito adicional a los ojos de un público occidental ya tan predispuesto a su favor.
Los «terroristas» palestinos eran simplemente «fanáticos asesinos empeñados en matar judíos»; el ejército de Israel -que posteriormente se autodenominó «el más moral del mundo»- superaba a todos los demás en su preocupación por las vidas de civiles inocentes.
Pero durante su invasión del Líbano en 1982, hizo trizas irremediablemente esa ya deshilachada contienda. Cuando Sharon, como ministro de Defensa, desató la milicia cristiana de ese país, la Falange, en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, no sólo sabía perfectamente lo que iba a hacer allí, sino que desoyó las súplicas de los diplomáticos estadounidenses, que obviamente también lo sabían, para que la detuvieran hasta que terminara el trabajo genocida.
El desencanto occidental
Prácticamente todo el mundo reaccionó con diversos grados de conmoción, o con el dolor lloroso de un profesor israelí de 80 años, que había discernido instantáneamente en ella una copia al carbón de Babi Yar, el gueto al que «los nazis enviaron a los ucranianos para masacrar a los judíos». En ninguna parte, dijo el corresponsal en Washington del Jerusalem Post, Israel se había hecho más daño a sí mismo que en Estados Unidos, su amigo, aliado y benefactor extraordinario.
Sabra y Shatila, y toda la desventura militar en Líbano -el Vietnam de Israel, del que fue el espantoso clímax- fue la primera gran señal que apuntaba hacia lo que se convertiría en el largo y lento proceso de desencanto occidental con su «bello Israel» de antaño.
Y esto iba a poner en peligro a Israel del mismo modo que un proceso similar en la cristiandad medieval había puesto en peligro -y finalmente deshecho- el reino cristiano de Jerusalén.
El papado, lo más parecido a la superpotencia de su época, había predicado primero la guerra santa para liberar Tierra Santa del dominio infiel musulmán y, después, durante casi dos siglos, había patrocinado o inspirado de algún modo campaña tras campaña con ese fin.
Aunque, a diferencia de las Cruzadas, el sionismo tuvo un origen autógeno, fueron esencialmente las grandes potencias de la época, primero Gran Bretaña y luego Estados Unidos, las que permitieron su implantación en tierras ajenas, junto con su posterior crecimiento, madurez y supervivencia continuada en el entorno hostil de su -y de sus- creaciones.
No fue por razones morales, ira o remordimiento por la conducta tan poco cristiana de sus «soldados de Cristo» por lo que el papado se cansó finalmente de toda la empresa mesiánica. Parece que no se preocupó mucho, si es que lo hizo, por su gran atrocidad inaugural, el genocidio de Jerusalén, o por otras menores posteriores, como la ejecución en masa por Ricardo Corazón de León de unos 2.700 prisioneros de guerra musulmanes. Simplemente estaba dirigiendo su atención a nuevas y más apremiantes preocupaciones más cercanas a casa.
Sinceramente, el mundo del siglo XX, con sus «valores» del siglo XX, no podía dejar de preocuparse por las cosas similares -aunque quizá no tan desagradables- que los sucesores de los cruzados del siglo XX han hecho y siguen haciendo en pos de un sueño muy similar.
Respeto, devoción, solicitud: estos sentimientos, genuinos o supuestos, seguían imperando en Israel en muchos ámbitos, especialmente en los gubernamentales y oficiales. Pero en muchos otros, y en la sociedad en general, esos sentimientos fueron cediendo terreno a sus contrarios: a la crítica, la censura o la condena rotunda, y a las peticiones de medidas punitivas, como las sanciones, el embargo de armas y el boicot económico que acabaron con el régimen del apartheid en Sudáfrica.
Vivir de la espada
Los israelíes agruparon todo esto bajo el epígrafe de «deslegitimación». Y, para ellos, la deslegitimación equivalía en última instancia a una amenaza existencial, no menos grave, según Netanyahu, que un Irán con armas nucleares o los misiles de Hamás y Hezbolá.
¿Por qué? Porque si Israel fuera un Estado condenado para siempre a vivir por la espada, como dijo Netanyahu, entonces no podría forjar, mantener y blandir eficazmente esa espada sin el apoyo y la buena voluntad de Washington y Occidente, como tampoco podrían haberlo hecho los cruzados sin la del papado y la cristiandad medieval.
Así, EEUU estaba obligado, por ley, a mantenerlo continuamente abastecido con todos los «medios militares superiores» posibles para «derrotar cualquier … amenaza militar de cualquier estado individual o posible coalición de estados».
Las armas en sí eran sólo una cosa; otra eran los usos que Israel les daba y que, por muy ilegales que fueran en su intención o criminales en su ejecución, siempre se podía confiar en que Estados Unidos apoyaría o aprobaría.
Así, de forma automática, robótica, vetó cualquier resolución, de las que hubo docenas a lo largo de los años, incluso ligeramente crítica con Israel en la ONU -el mismo organismo al que, prácticamente único entre las naciones, debía de hecho su propia creación- y con ella, por supuesto, la «legitimidad» de la que, ahora se lamentaba, el mundo trataba de privarle.
Sin duda seguiría haciéndolo, cada vez con mayor intensidad. Cada vez que el «ejército más moral del mundo» enterraba a mujeres y niños -a veces, junto con uno o dos «terroristas»- bajo las casas de Gaza; cada vez que un político o rabino importante hacía algún comentario racista o espeluznante sobre los árabes o los palestinos; cada vez que los colonos religiosos se embarcaban en un «pogromo», en una campaña de arranque de olivos o en un intento de quemar toda una ciudad árabe, rezando mientras lo hacían, la presión aumentaba.
Manifestantes propalestinos marchan con un recorte de cartón que representa al presidente estadounidense Joe Biden en Estambul el 1 de junio de 2024 (AFP)
De hecho, cada vez que algún incendiario religioso o ultranacionalista subía a al-Haram al-Sharif, el Noble Santuario, donde se encuentran la mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, y dejaba caer una o dos insinuaciones incendiarias sobre la resurrección de un antiguo templo judío en su lugar, cada vez que sucedía algo así y el mundo se enteraba de ello, el «Estado judío y democrático» se deslegitimaba un poco más.
Evidentemente, sus amigos más francos empezaron a advertirle, el otrora «niño mimado de Occidente» corría el riesgo de convertirse en su «paria», junto con países como su archienemigo, la República Islámica de Irán.
Valores compartidos
Con notables excepciones, así estaban las cosas para gran parte de la opinión pública occidental a principios de la década de 2020. Esto era preocupante, pero más lo era la perspectiva de que los gobiernos occidentales, siendo democráticos, seguramente, tarde o temprano, harían caso a sus públicos y actuarían para propiciarlos.
Hasta ahora, es cierto, no había demasiadas señales premonitorias de ello, y prácticamente ninguna por parte de la importantísima estadounidense. De hecho, las sucesivas administraciones no sólo no se dejaron influir por la «deslegitimación», sino que se unieron a Israel en su lucha contra ella.
En fecha tan reciente como julio de 2022, y desde la propia Jerusalén, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se comprometía sole mnemente a «combatir todos los esfuerzos por… deslegitimar a Israel», dados los «valores compartidos» por ambos países y su «inquebrantable compromiso con la democracia».
Es discutible que Israel pueda considerarse una democracia. Una verdadera democracia englobaría normalmente a todos los habitantes del territorio que comprende un Estado o, como en este caso, que lo reclama.
Pero la «democracia» de Israel no se extiende en modo alguno a esa inmensa mayoría de palestinos, habitantes de los territorios ocupados, sobre los que ha gobernado durante más de medio siglo, mientras discrimina a la minoría de ellos que son habitantes del propio Israel.
Imagínese, pues, cuál debió, o seguramente debió, ser el desconcierto y la consternación en Washington cuando, apenas unos meses después de la proclamación de Jerusalén de Biden, Netanyahu se embarcó en un programa de «reformas judiciales» que socavarían aún más esa ya dudosa democracia, o la destruirían por completo.
Es cierto que estos supuestos «valores compartidos» no eran la verdadera razón, o al menos la principal, de la indulgencia sin límites de Washington hacia su «nación favorita». En palabras de Ilhan Omar, la joven e iconoclasta congresista musulmana de origen somalí por Minnesota: «los Benjamines, nena«.
Omar se refería al billete de 100 dólares, en el que aparece la imagen de Benjamin Franklin, uno de los «padres fundadores» de Estados Unidos; los dólares son la principal «moneda», tanto en sentido literal como figurado, prodigada por el lobby y sus amigos superricos para subyugar a los grandes y buenos de Washington en nombre de Israel.
Cualquiera que fuera la razón, poco importaba. Lo extraordinario era que, en este arrebato de demolición de la democracia, un primer ministro israelí estaba despojando de hecho a un presidente estadounidense de la última justificación que le quedaba, ostensiblemente basada en principios, para el sesgo histórico de su país a favor de Israel, pero -como no carece de razón para árabes y palestinos- manifiestamente carente de principios y políticamente conveniente.
Y, en cualquier caso, tanto si Israel seguía siendo una especie de democracia como si no, eso ahora contaba poco frente a lo que, en otros aspectos, también era, o iba camino de ser.
Guerreros de Dios
Era una etnocracia, embarcada desde hacía mucho tiempo en una forma de apartheid que -como siempre atestiguaron los visitantes de Sudáfrica, como el difunto arzobispo Desmond Tutu, defensor de la lucha contra el apartheid , que calificó los «paralelismos con mi propia querida Sudáfrica… dolorosamente crudos de hecho»- era tan malo, si no peor, que lo que solía ser la suya propia.
Poco a poco fue adquiriendo los atributos de una teocracia, con rabinos, a menudo de la clase más intolerante y reaccionaria, ganando tal influencia en los asuntos de la nación que, a los ojos de los laicos preocupados, que ahora se refieren habitualmente a este proceso como la «iranización» de Israel, estaba empezando a parecerse a una versión judía del reino de los ayatolás.
Era un Estado y una sociedad rehenes de un gólem de su propia creación, sus colonos religiosos, encarnaciones salvajes y extrañas de una fusión entre el nacionalismo «de sangre y tierra» del siglo XIX, en el que estaban impregnados sus predecesores laicos, y el mesianismo judaico militante y novedoso de los suyos, a los que probablemente haría falta una guerra civil para frenar.
Y, sí, en su religiosidad cada vez más profunda, el Estado se parecía cada vez más a los propios cruzados, no sólo en el método -la guerra perpetua- sino también en las aspiraciones, con una en particular que ejemplificaba el parecido por encima de todas las demás.
Para aquellos antiguos «guerreros de Dios», la tarea suprema y más sacrosanta había sido salvar el Santo Sepulcro -el lugar, según los cristianos, de la crucifixión, entierro y resurrección de Jesús- de la «contaminación» y el abandono del Islam.
Del mismo modo, para un número desconocido pero cada vez mayor de sus sucesores israelíes -y no sólo religiosos- el regreso a Sión no será completo hasta que se levante el Tercer Templo, junto a Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, o en su lugar, en este, el tercer lugar más sagrado del Islam; de forma similar, pero, por supuesto, si eso llegara a suceder, también apocalípticamente.
Así pues, cuando el mundo por fin se dé cuenta de todo lo que su protegido ha hecho con la tierra y los pueblos de la región en los tres cuartos de siglo transcurridos desde que Weizmann predijo que «juzgaría» a Israel por ello, ¿renunciará o repudiará al Estado, dejándolo a merced de lo que le depare el destino?
A la luz de los «valores» modernos, Estados Unidos y Occidente tendrían motivos mucho más sólidos para hacerlo que los que tuvieron en su día el papado y la cristiandad medieval para abandonar a los cruzados a la luz de los suyos.
Improbable, sin duda. Pero cuanto más se «deslegitime» Israel a los ojos del mundo -y lo está haciendo de maravilla en Gaza en estos momentos- menos improbable resulta, y con ello la posibilidad, y el escenario de pesadilla de Ohana, el erudito de las Cruzadas,de que su destino se parezca al de las propias Cruzadas. No arrojados al mar, por supuesto, pero de un modo u otro superados estratégica/militar/